Infierno o paraíso

Nunca pude imaginar lo que me iba a deparar aquel viaje

INFIERNO O PARAISO (1)

Nunca pude imaginar lo que me iba a deparar aquel viaje.

Mi amiga Julia y yo somos dos amigas jóvenes, con un físico de los que no dejan indiferente a nadie y una mente abierta y morbosa.

Estábamos tan emocionadas que no nos importó en absoluto, ni el madrugón ni encontrar el aeropuerto atestado de gente, ni el covid.

Tras un arduo año de trabajo por fin veíamos nuestro sueño cumplido, poder viajar a Turquía y contemplar en persona,  el Gran Bazar, el Mercado Egipcio, la Torre de Galatea, la Mezquita Azul, la increíble Capadocia y la costa Mediterránea.

Turquía un país maravilloso, con unos paisajes increíbles, exótico, misterioso, repleto de historia, puente entre Oriente y Occidente.

Un lugar donde vivir una auténtica pasión turca.

Después de cuatro horas de vuelo por fin divisamos el perfil inconfundible de aquella hermosa ciudad, bañada por el mar Bósforo, Europa a un lado y Asia a otro.

Estábamos deseosas de vivir las aventuras que nos habíamos imaginado en los rincones de aquella urbe, misteriosa e intemporal que tantos nombres había tenido, Constantinopla, Bizancio, Estambul, tantos como culturas e imperios albergó, capital de un país milenario, exótico y lleno de contrastes.

Pasamos el control de pasaportes y el funcionario después de revisarlos exhaustivamente, nos lanzó una mirada lasciva, a nuestros generosos escotes que insinuaban unos pechos turgentes y generosos.

Llegamos al hotel, el Pera Palace, un espléndido lugar, muy decadente pero cargado de historia y leyenda.

Después de tomar un relajante baño, no pudimos esperar más y salimos a la calle a vivir Estambul, la vida estaba ahí esperándonos.

Era primavera y todo fluía en su máximo esplendor, una explosión de olores y color que nos transportó a otro mundo.

Las terrazas estaban repletas de gentes, locales y extranjeros, cosmopolitas venidos de todos los rincones del planeta se mezclaban en una vibrante amalgama.

Mi amiga y yo nos zambullimos de lleno en aquel alegre festival de humanidad y decidimos disfrutarlo intensamente, sin límites ni cortapisas.

Paseamos tratando no perdernos nada pues nuestros sentidos no atinaban a asimilar tantas sensaciones nuevas.

Empezaba a caer la noche y se encendieron las primeras luces, brillando en la cortina de oscuridad que cubría la ciudad.

Por fin exhaustas, nos sentamos en un bar-restaurante para reponer fuerzas. Las vistas eran fantásticas y nosotras estábamos exultantes de alegría.

Nos trajeron algunos platos, para nosotras muy exóticos y estábamos encantadas tanto con la comida como por la atmósfera de aquel lugar.

En el local había muchos hombres, algunos realmente atractivos y a pesar de que no íbamos con nuestras mejores galas, notamos que no habíamos pasado desapercibidas.

Aunque nosotras no éramos muy conscientes de la situación, tampoco éramos indiferentes. Por fin se nos acercaron dos de ellos y muy educadamente nos pidieron si podían sentarse a nuestra mesa, a lo que accedimos.

Eran bien parecidos, muy morenos, con unos enormes ojos oscuros y muy amables y a pesar de ser otomanos se expresaban en un perfecto inglés.

Disfrutamos de su compañía, nos hablaron de la ciudad, su historia, los lugares de interés, comimos, charlamos, bebimos y reímos mucho.

Cuando terminamos se ofrecieron a acompañarnos en su coche a nuestro hotel. A pesar de que casi no los conocíamos, nos inspiraron confianza y estuvimos de acuerdo.

Se sentaron uno delante y el otro en el asiento de atrás y durante el trayecto, vi por el retrovisor como él que estaba sentado atrás, empezó disimuladamente a manosear a mi amiga, quién parecía muy complacida.

Podía ver cómo el hombre pasaba una de sus manos por sus piernas, acariciándolas suavemente y como poco a poco se deslizaba por debajo de su falda.

Todo a un ritmo muy lento que parecía complacer mucho a mi amiga e intuí que habría llegado a tocar algún punto sensible porque noté como ella se mordía el labio inferior y emitía un leve gemido casi como un susurro pero intuí que había sentido un orgasmo contenido.

Contemplar aquellos tocamientos furtivos y la excitación de mi amiga, resultó muy estimulante para mí y sentí una abundante humedad, aunque traté de disimular mi calentura.

Mientras el otro hombre, era totalmente ajeno a lo que estaba ocurriendo en el asiento trasero del auto ya que estaba totalmente absorto por el denso tráfico.

De repente nos vimos atrapados en un enorme atasco y pensamos que probablemente habría habido algún accidente, sin embargo pronto comprobaríamos que no era así porque en realidad se trataba de un control policial.

Hicieron señales para que detuviéramos el automóvil. Nos pidieron la documentación y nos hicieron bajar del coche, empezando a registrarlo.

Nuestra sorpresa fue cuando uno de los agentes, acompañado de un perro adiestrado, sacó una bolsita transparente y se la mostró a uno de sus compañeros.

Nosotras no comprendíamos nada pero la cara de nuestros nuevos amigos era un poema e  intuimos que la situación era muy seria.

Nosotras estábamos aterradas pues éramos extranjeras en un país totalmente desconocido e ignorábamos que podía pasar.

Inmovilizaron el vehículo y nos llevaron a una comisaría, donde nos explicaron nuestros derechos y los cargos.

Nos permitieron una llamada que aprovechamos para contactar con nuestro consulado y explicarles la situación y nos ofrecieron un abogado de oficio.

Pasamos la noche ahí, en calidad de detenidas y al día siguiente vino el abogado y nos explicó que nos enfrentábamos a un juicio rápido por un delito relacionado con drogas.

Aquel incidente nos había hundido sin embargo esperábamos que todo se aclarara y pudiéramos seguir con nuestras vidas.

Nada más lejos de la realidad, efectivamente el juicio fue muy rápido pero de nada sirvieron ni nuestras explicaciones ni los alegatos de nuestro abogado y fuimos condenadas a pasar unos meses en una cárcel turca.

Y ahí empezaron mis vicisitudes porque mi amiga Julia fue enviada a una cárcel de mujeres pero yo dada mi condición transexual me enviaron a una cárcel de hombres, a pesar de mi aspecto totalmente femenino.

Cuando llegué a la cárcel me sentí como un corderito entre una jauría de lobos hambrientos. Los guardianes me hicieron entregar todos mis efectos personales, me obligaron a desnudarme y quedaron expuestos a su lascivia, mis turgentes pechos y mis genitales masculinos.

Después de la ducha me entregaron mi nuevo uniforme y me acompañaron a mi celda que imaginaba sería individual pero lamentablemente no fue así sino que era una estancia compartida con tres presos más.

Me senté encima de la cama aterrorizada, mientras los reclusos me miraban fijamente como el gato al ratón.

Después de una frugal cena, apagaron las luces y ordenaron dormir. Me metí en la cama vestida y muerta de miedo.

No conseguía dormir pensando en todo lo que había pasado y todo lo que me podría pasar en aquel agujero.

Estaba totalmente oscuro pero sentí como unas manos acariciaban mi cuerpo, cubierto por mi uniforme de presidiaria y quedé totalmente paralizada, dejándoles hacer.

No sé cuántas manos eran pero las notaba deslizarse por mis piernas, mis glúteos, subiendo por mi abdomen hasta alcanzar mis tetas que agarraron con fuerza y extrañamente sentí una mezcla de pánico y excitación pues aquel manoseo tan sutil e intenso a la vez, en plena oscuridad por perfectos desconocidos me hizó arder y sentí las palpitaciones de mi culo y mi polla dura como nunca antes.

De pronto, noté que otra mano había conseguido deslizarse hasta mis genitales, acariciando mis testículos y tocando mi polla, empezó a masturbarme, mientras sus compañeros pasaron, a pesar de mi resistencia, a abrir mi uniforme dejando mis tetas al descubierto que manosearon, chuparon y mordisquearon sin miramiento alguno y provocaron la erección de mis pezones.

A pesar del miedo que me producía que una horda de delincuentes, posiblemente muy peligrosos, estuviera abusando de mí,  una ola de placer inundó todo mi ser y sentí que mi orgasmo estaba próximo, derramando todo mi semen en una mano desconocida.

Oí como decían mira a esta putita le gusta jugar y sentí como bajaban mis pantalones y noté otras manos acariciando mi culo, llegando a mi agujero que se contraía de un modo incontrolado.

De repente sentí como un dedo húmedo se introducía en mi ano y mis contracciones de  deseo aumentaron,  lo que no les pasó desapercibido y provocó un incremento del ritmo de entrada y salida.

La verdad yo no era muy consciente de lo estaba ocurriendo pues las sensaciones me habían llevado lejos, muy lejos de aquel lugar.

Algo muy duro y húmedo chocaba con la entrada de mi ano, noté un  escupitajo en mi culo y unas manos fuertes que separaban mis nalgas dejando totalmente expedita la entrada.

Ese algo duro como el acero que yo no podía ver en medio de la oscuridad reinante, se abrió paso y llenó totalmente mi agujero, el cuál respondió abrazándolo y haciéndome gemir de dolor y de placer, mientras una boca me mordía los pezones y unas manos manoseaban mis tetas, al mismo tiempo.

Otro de los hombres comenzó a restregarme su polla por mi cara hasta que la hundió en mi boca, tan profundamente que me provocaba arcadas.

Y yo chupaba con fruición, aquella polla enorme, saboreando cada gota del néctar que destilaba y presa de la excitación que me producía sentir las embestidas salvajes de la otra polla clavada en lo más profundo de mi ser y el manoseo a la que eran sometidas mis tetas, me entregué totalmente.

Sentí que ambos penes aumentaban de tamaño y explotaron casi simultáneamente inundándome con un líquido espeso y caliente mis entrañas y mi boca.

El otro hombre colocó su polla entre mis tetas y apretándolas contra la misma, se restregó repetidamente hasta que descargó toda su leche en mi cara obligándome a recogerla con los dedos y tragármela.

Y yo que me había entregado a aquellos desconocidos, como una puta, en medio de una profunda y negra oscuridad, así quedé  desnuda y cubierta de semen…………Y eso fue sólo la primera noche de otras muchas