Infierno deseado III: El revés.

Continúa el domingo de frenético sexo con mi madre, que se va mostrando cada vez un poco más sumisa. Pero...

Tercera parte de la historia Infierno deseado, recomiendo leer la primera y la segunda parte para ir evolucionando con nuestros protagonistas y su peculiar relación.

Infierno deseado I: https://www.todorelatos.com/relato/170383/

Infierno deseado II: https://www.todorelatos.com/relato/170479/

Desperté el domingo por la mañana, descansado de mente, reventado de cuerpo y con una sonrisa de oreja a oreja. Me giré y allí la vi, durmiendo a mi lado, desnuda, de espaldas a mí, mostrándome su culo en todo su esplendor. Ni pude ni quise contenerme, comencé a acariciar su trasero. Aún medio dormida, su cuerpo respondía. Lo acercó un poco más a mí y lo agarré con fuerza. Aquello la despertó casi del todo. Acerqué mi pene ya erecto y lo apoyé en sus nalgas. Ella inició un suave movimiento de balanceo, restregándomelas en la polla. La tenía ya durísima. Separé sus piernas suavemente con mi mano y empecé a estimularla poco a poco. La quería activa cuanto antes, para empezar bien el día. Con la otra mano agarré uno de sus pezones, retorciéndolo con más fuerza. Ya estaba del todo despierta. Se dejaba hacer y los primeros sonidos se escapaban de su garganta. Abrí sus piernas y de un empellón se la metí desde atrás. Hasta el fondo, sin soltar su pezón que estiraba y estiraba. Mientras iniciaba el movimiento de caderas, pude notar cómo se tocaba. Saber eso me puso más cachondo y aceleré mi ritmo. La postura no era del todo cómoda, la volteé, dejándola bocarriba. Coloqué sus dos piernas sobre mis hombros, haciendo que sus talones quedasen a la altura de las orejas. Y se la metí bien profundo, lo más al fondo posible. Y sin haberme dado cuenta de que acabábamos de empezar, eyaculé en sus entrañas.

Tras aquel polvo rápido, bajé a desayunar. Mi madre tardó unos minutos más, supongo que vistiéndose. Grata fue mi sorpresa al verla bajar las escaleras con un tanga de encaje y nada más. Se preparó el café y se sentó delante de mí. Simplemente nos miramos, sin decir nada, observando con no poca lujuria el cuerpo del otro. Terminé, metí los cacharros en el lavavajillas y me fui a duchar. No podía creerme que, tras el sábado de frenesí y el casquete mañanero, todavía tuviera ganas y fuerzas para más. Me preparé para hacer mi rutina diaria de ejercicios.

“Raúl” Me dijo al salir del baño, todavía completamente en toples “¿Quieres que hoy hagamos deporte juntos otra vez?” .

No era en absoluto mala idea.

“Claro”, contesté “Siempre y cuando lleves solamente sujetador deportivo y zapatillas si es que necesitas” .

Pícaramente me dedicó una sonrisa y un beso desde la ventana y corrió a “vestirse”.

Bajó a los pocos minutos, cumpliendo con su palabra. Un sujetador deportivo rojo y las zapatillas blancas. El resto del cuerpo para mi disfrute. Se me iban ocurriendo ciertas ideas…

“Hoy seré yo tu entrenador, que siempre dejas el ejercicio a medias y eso no puede ser”.

“Como tú mandes Raúl” contestó.

Comenzamos una carrera continua para calentar, dando vueltas alrededor del jardín. Yo iba detrás de ella. El motivo “oficial” era para controlar su ritmo. La realidad era bien distinta, me colocaba ahí para no perder su culo de vista ni un solo segundo.

SPLAS , le di un azote “Más ritmo, o esto no sirve de nada” . Aunque le dije aquello porque necesitaba aumentar mi ritmo, también lo hice por las ganas que me estaban entrando de azotarla.

Sin decir nada, aumentó el ritmo, pero seguía sin ser suficiente para mí. Aceleré y la adelanté, a los pocos minutos la volví a alcanzar. SPLAS. Otro azote en su desnudo culo.

“Y así será cada vez que te alcance” dije mientras la adelantaba.

Aunque aumentó un poco su ritmo, todavía me dio tiempo a azotarla dos veces más antes de acabar el calentamiento.

Después, cada uno siguió con su rutina. Pero las “caricias” en su trasero y verla prácticamente desnuda, provocaba una reacción en mi verga, que iba aumentando y aumentando su tamaño cada segundo que pasaba. Ya me molestaba en el pantalón.

“Hay que aumentar un poco el peso en esas mancuernas ¿no crees perrita?” Ante esa alocución contestó:

“Sí señor”

Tal muestra de sumisión me puso todavía más erecto. Le tocaba hacer sentadillas así que yo, por primera vez en mucho tiempo, dejé de lado el ejercicio, mi mente estaba en otra cosa.

“Baja y no pares hasta que yo te lo indique” le dije.

“¿Y cómo me dirás que pare?” contestó rápidamente.

“Oh, por eso no te preocupes zorrita, que te enterarás” contra repliqué mientras inconscientemente me masajeaba la polla sobre el pantalón.

“Baja, baja, baja” no paraba de decirle lo mismo.

Cuando su culo ya casi tocaba el suelo y su cara me miraba con el dolor de sus piernas, le di un azote. SPLAS . Y como un resorte, volvió a subir.

Así estuvimos unos buenos diez minutos. Ella bajaba y bajaba, yo dejaba que sufriese un poco abajo y entonces le soltaba una palmada cada vez más fuerte, enrojeciendo su culo y haciendo que subiese.

“Muy bien Isabel” era la primera vez que la llamaba por su nombre en toda mi vida “ahora unas flexiones muy especiales” .

Me miró con curiosidad, sin imaginar cuáles podían ser aquellas flexiones y qué diferencia tenían con las demás.

Me coloqué sobre la hierba y dije:

“Quítame los pantalones, y los calzoncillos también”. Sonrió, acababa de entender.

Ya tumbado del todo y con las manos haciéndome de almohada, di mis ultimas indicaciones:

“Cada flexión, una mamada, si tienes alguna pregunta el momento es ahora, luego bien calladita mientras haces deporte”.

Dudó un segundo antes de contestar:

“¿Puedo hacer las flexiones sin sujetador? Parece que hace mucho calor” .

Asentí y no le quité ojo mientras se quedaba completamente desnuda delante de mí. Se afianzó la coleta y empezó. Flexión, mamada, flexión, mamada, flexión mamada…Y así un buen rato. Menos mal que me había corrido esa mañana, si no, me habría costado horrores no correrme y poder disfrutar como quería.

“Flexión y mantente con mi polla en la boca, hasta que te indique que puedes subir” . Esas fueron mis siguientes instrucciones.

Flexionó una vez más y dejó sus brazos en tensión.

“Puedes jugar con la lengua para distraerte del dolor guarra” . No era directamente una instrucción aquello que le daba, pero obedeció de inmediato.

Dios, aquello era la gloria. Sus brazos temblaban y hacía grandes esfuerzos por no caerse. Cuando creí que no aguantaría más, le di un golpecito en la cabeza, señal de que podía incorporarse. Fue a levantarse por completo, pero agarré uno de sus pezones e inició una nueva flexión. Repetí la operación tres veces más. Su saliva se le salía, intentaba alcanzar mis huevos con la lengua pero todavía no llegaba. Una lástima. En la última flexión, sus brazos no pudieron más y se desplomó en el suelo, de lado. Inmediatamente se giró y, ya sin hacer flexiones, buscó de nuevo iniciar la mamada. Se lo impedí empujándola y dejando sus redondeados pechos al sol.

Me miró con estupefacción, sin entender por qué no quería que continuase la mamada. Se lo expliqué de la siguiente manera:

“Ahora me toca hacer deporte a mí”.

Me coloqué a horcajadas sobre ella y puse mi cipote entre sus pechos. Sin siquiera pedírselo, los juntó usando sus manos. Y comencé una buena cubana, usando nuestra mezcla de sudores como lubricante.

Llevaba demasiado tiempo jugando con ella, no era momento de sutilezas. Mis movimientos entre sus tetas eran casi violentos, golpeaba con mi glande su cara repetidas veces.

“Chupa cada vez que te llegue puta” . Eso ya no era una sugerencia, era una orden en toda regla. Y como buena sumisa que era, obedeció.

Poco a poco fui notando que llegaba la corrida. Aceleré mi ritmo y se le escapó mi polla de entre las tetas un par de veces, pero rápidamente la recolocó.

“¡¡¡¡Joder, sí puta, me corro en tus tetas JOODEEEEER!!!! .

Dicho y hecho, me corrí vastamente, dejando llenos de lefa su pecho y su cara. La estampa era preciosa.

“No te muevas” le pedí, ya más suavemente, como cada vez que terminaba.

Entré a casa y salí con el móvil.

“Sonríe” le dije.

No pareció hacerle gracia, pero sonrió y mostró aún más sus sudadas y ahora blancas tetas.

“¿Puedo comerme ya tu semen?” Me preguntó.

Sonriendo e intercambiando mi mirada entre su foto y ella, le dije que sí. Con un dedo fue recogiendo todo y metiéndoselo en la boca. En lo que ella terminaba yo me fui a duchar. Sin darnos cuenta eran ya las dos y la comida sin hacerse.

La comida transcurrió con normalidad, tal vez con demasiada normalidad. Algo pasaba por la cabeza de mi madre y a mí se me escapaba. Pero estaba realmente feliz así que no le di más importancia. Ella terminó antes y se recogió en su cuarto. Cuando yo fui después, esperando otra sesión de sexo a poder ser más salvaje, me llevé la decepción de encontrar el pestillo echado. Dormí la siesta solo y descansé no del todo bien.

Ya eran casi las siete de la tarde y mi madre no salía de su habitación. Un mail del trabajo me avisó de que al día siguiente tendría turno de tarde, así que decidí proponerle ir a cenar juntos, para tratar de descubrir qué era lo que le pasaba.

“No creo que pueda cielo, mañana madrugo mucho para trabajar” fue la respuesta que obtuve, siempre desde el otro lado de la puerta.

“Pero mamá ¿te encuentras bien? Llevas toda la tarde en tu cuarto. ¿Quieres que te lleve al médico?” me ofrecí.

Ella abrió la puerta. Me sorprendió su atuendo. No es que fuera nada extraño, todo lo contrario. Una bata sobre su pijama, nada sexy como lo que me tenía acostumbrado a lo largo del fin de semana.

“Hijo, tenemos que parar con esto” me dijo nada más salir y dirigiéndose a la cocina.

“No está bien, no puedo con ello” terminó de decir.

No puedo negar que me sentí decepcionado y en parte dolido por sus palabras. Pero qué iba a hacer, era su decisión y yo llevaba toda la tarde preocupado por ella.

“Vale mamá, no te preocupes” .

Me sonrió, me dio un beso maternal en la mejilla y volvió a esconderse en su cuarto, haciendo sonar bien fuerte el cerrojo, dejando claro que lo nuestro había terminado.

Durante los siguientes minutos, estuve realmente agitado. Había estado viviendo un sueño y, tal vez, me había sobrepasado, haciendo que todo se fuera a la mierda. Aunque no llevaba mucho en la empresa, tampoco tenía a nadie más. Decidí llamar a Sonia y Gabriel, dos de mis compañeros de equipo con los que más había conectado. Les propuse salir a cenar, aprovechando que teníamos la mañana libre. Aceptaron encantados y me dijeron de tomarnos unas copas después.

Me llevaron a un restaurante de la zona, bastante clásico, de los de toda la vida.

“¿Qué tal tus primeros días por aquí?” me preguntó Sonia.

“Bastante bien,” contesté “poco a poco me voy integrando creo. Y el trabajo, a pesar del marronazo que nos ha caído encima en mi primera semana, es más o menos lo que esperaba”.

Así transcurrió la cena. Entre platos y bebidas nos íbamos conociendo. Gabriel era un tipo bastante asertivo y, antes de los postres, me soltó directamente:

“A ti te pasa algo Raúl, sé que aún no nos conoces bien ni somos tus mejores amigos. Pero no nos has llamado por nada. Cuéntanos, si no confías en tu equipo…”.

Tenía razón en parte, pero tenía que ingeniármelas bien para no decirle “Es que mi madre se ha cansado de follar conmigo”.

“Bueno” dije finalmente tras un largo trago a mi cerveza, ahora ya casi acabada. “La verdad es que algo sí que me pasa. Mi pareja me ha dejado, seguramente por la distancia. Y es un palo después de 6 años. Desde el primer día de facultad fuimos uña y carne y ahora, ya no está en mi vida”.

Sonaba bastante convincente, suficiente para que me creyeran.

“¿Problemas de amores?” continuó Gabriel. “Todo un topicazo al mudarse déjame decir. ¿Estabais muy enamorados?”.

Aunque intrusivo, se notaba que quería ayudar, y a mí me venía de perlas contarle a alguien parte de mis problemas.

“No demasiado creo yo. Después de tanto tiempo era más cariño que otra cosa lo que nos teníamos. Pero aún así…” No pude terminar la frase, estaba más afectado de lo que en un principio me había parecido.

“Bueno amigo, no te preocupes” . Aquel rubio parecía tener siempre un consejo que dar, siempre dispuesto a ayudar. “Hoy nos vamos los tres a un local, conozco al dueño. No olvidarás con el alcohol pero… 2x1 en copas… No me dirás que no ¿verdad?”.

Sonia sonrió desde detrás de su copa de vino y dijo lo siguiente:

“Perdona si soy maleducada, será que el alcohol se me empieza a subir. Tengo una amiga, un poco cotilla, que cuando supo que había un nuevo compañero en la oficina enseguida pidió referencias y fotos. Y le gustó lo que vio. Podría decirle que se viniese con nosotros si te apetece.”.

Sí que me apetecía así que no fui difícil de convencer. Pagamos la cuenta entre los tres y nos subimos a un taxi, camino de ese 2x1 prometido.

Al llegar, nos dejaron saltarnos la cola. Era cierto que Gabriel era amigo del dueño y no solo una fanfarronería. Estábamos terminando ya la primera copa, que tampoco me estaba animando mucho, cuando llegó Lorena, la amiga de Sonia.

Casi tan alta como yo subida en tacones de unos 8 centímetros. Morena de pelo y piel. Ojos grandes que parecían mirarlo todo a la vez. Como si estuviera planeado, Sonia y Gabriel nos abandonaron a los pocos minutos de presentarnos. Pero no me importó. Sentados en nuestro sofá, hablando con esa chica realmente interesante.

Pasamos la noche bailando, pegando nuestros cuerpos. Y empezamos a tocarnos en la pista. Por encima del pantalón, por debajo de su vestido. Me susurró al oído:

“Vente al baño” .

No hizo falta que me lo repitiese. Acabé la copa de un trago y tiré de su brazo. Ella se reía mientras me seguía. Estábamos en ese punto entre contentillos y borrachos.

Ya en el baño, nos metimos en una de las cabinas y cerramos. Se lanzó sobre mí y empezó a besarme con pasión y violencia. A lo que yo correspondí de la misma manera. Bajé los tirantes de su vestido dejando al descubierto un sujetador rosa de encaje. Lo arranqué sin más miramientos. Quería comerme sus pequeños pechos.

Ella gritaba, yo gruñía.

“¡Métemela ya joder!” . Me gritó mientras se sacaba un condón ni idea de dónde.

Me lo puse como buenamente pude y se la metí. La sostenía en mis brazos y ella me rodeó con sus piernas. intercambiábamos besos con mordiscos en los pezones. Me arrancó varios botones de la camisa y me arañó la espalda. Yo contesté empujando aún más fuerte. Al poco tiempo empezó a temblar y a gritar.

“¡Sí sí sí sí!” .

Y eso hizo que yo también me corriera.

Volvimos a la pista de baile, la gente del baño nos miraba entre risitas. En el espejo pude ver nuestras pintas, y eran las pintas de dos guarros. Completamente despeinados, yo con la camisa rota, ella con un tirante aún bajado y el sujetador roto. Me sonreí en el espejo y fuimos a por otra copa.

Entre gritos debido a la música, me comentó que no tenía como volverse a casa, y como un caballero le ofrecí la mía.

“Perfecto, vamos ya” dijo mientras se levantaba.

“Espera, espera fiera” tuve que cortarla. “Me acabo la copa y ya vamos a casa, no sé a qué vienen tantas prisas”.

Eso hice, me demoré un poco ya que ella no se me quitaba de encima, haciendo todo lo legalmente posible para ponérmela dura sin sacarla del pantalón.

Cogimos un taxi y fuimos haciendo de todo menos follar en el asiento de atrás, el taxista estaba entre incómodo y encantado con el espectáculo.

Mientras me hacía una mamada más o menos silenciosa, llegamos a mí casa. El tiempo había volado en ese coche. Pagué al taxista y le dejé una propina probablemente demasiado generosa, pero la ebriedad y felicidad que llevaba me impulsaron a ello.

Desnudándonos desde antes de entrar por la puerta, llegamos prácticamente sin ropa a la escalera. Le bajé el tanga y la senté en ellas. Comencé a comerle el coño y ella se encorvaba, empujando de vez en cuando mi cabeza contra su sexo. Se notaba que estaba gozando y eso a mí me calentaba todavía más. Era bastante gritona, pero ni siquiera pensé en mi madre en aquel momento, ni en la posibilidad de despertarla. La puse en pie y le di un cachete empujándola escaleras arriba.

“Vamos” le dije, “a la cama” .

“Sí papi” contestó pícaramente.

Ya en la habitación y tumbados en la cama, se inició un 69 frenético con ella debajo. Era increíble su manera de mamarla. Mi polla le entraba hasta la garganta y no soltó ni una sola arcada. Yo, como me gustaba hacer, alternaba entre mordisquitos en sus labios inferiores y pequeños círculos sobre su hinchado clítoris.

La coloqué a cuatro patas.

“Métemela por el culo” dijo de inmediato.

Se la metí con menos suavidad de lo que realmente intentaba. Se quejó un poco pero no varió ni un ápice su posición. Y cuando ya la tuve completamente dentro, tiré fuerte de su pelo y comencé a follarla. Un par de azotes para acompañar el movimiento.

“No pares, no pares” decía entre suspiros.

Aunque había bebido bastante, la situación era demasiado morbosa. Por fin caí en que igual mi madre podría escucharnos, pero eso solo hizo que me pusiera más cachondo.

“¡Me corro perra!” grité. Y con un gran bufido le llené el culo de leche, quedándome unos segundos apoyado sobre su espalda, con el pene todavía dentro, notando como iba menguando y dejaba de tocar con las paredes de su recto.

Poco después, nos dormimos, con una mano agarrando una de sus tetas.

Unas horas después, no sé cuantas fueron pero estaba muy cansado y medio borracho aún, me desperté. Alguien había entrado en mi cuarto.

Era mi madre, completamente desnuda. Se arrodilló al lado de mi cama y comenzó a chiparme la polla en completo silencio.

Me dejé hacer. Sin tocarla, sin decir nada. Vigilando por el rabillo del ojo la espalda de Lorena, que dormía plácidamente. Cuando acabé en la boca de mi madre y, como si ya fuera un ritual, me mostró su boca vacía, me dijo antes de irse:

“Fóllate a quién quieras, pero no olvides que en la habitación de al lado tienes a tu perra”.

Me dormí con una sonrisa de oreja a oreja, sin saber muy bien si estaba soñando o no. Poco me importaba.

Continuará.

Muchas gracias a todos los que me leéis y escribís tanto en comentarios como a mi correo, especialemnte a aquellso que me dais vuestra opinión y críticas constructivas. Espero que hayás disfrutado de estos relatos y disfrutéis todavía más de los que vienen.