Infierno deseado I

Mi madre y yo nos hemos quedado solos en este mundo y comienzo a ver ciertas actitudes suyas que despiertan mi libido. Voy preparándome el camino para alcanzar mi meta. Capítulo introductorio.

Desde siempre había sospechado que mi madre me espiaba en la ducha o mientras me cambiaba, pero desde que nos quedamos solos en este mundo se había vuelto más y más atrevida. Incluso alguna vez creo que se dio cuenta de que la había sorprendido y ella continuó “vigilándome”.

Poco a poco empecé a tocarme fantaseando con la idea de follármela, de hacerlo bien duro. Incluso me tocaba cuando sabía que ella estaba observando desde las sombras. Y al salir de la ducha veía la puerta de su cuarto cerrada, sabiendo lo que ocurría dentro. Pero mi calenturienta mente iba siempre un paso más allá. No quería solo follármela, quería convertirla en mi esclava, mi puta particular. Por suerte soy una persona paciente, solo tenía que esperar mi momento para follarme, azotar y someter a esa perra en celo que vivía conmigo. Seguramente aparecerían muchos escollos que habría que ir superando. Pero los problemas de uno en uno, y el primero de todos era que nos mudábamos en tres días lejos de aquella casa de tan funestos recuerdos. Todavía quedaban demasiadas cosas por empaquetar y preparar, así que me masturbé violentamente, diciendo en voz apenas audible el nombre de mi madre para deleite de mi única pero leal espectadora.

Es cierto lo que dicen de que las mudanzas son la mayor fuente de estrés que existen, discutí prácticamente cada día con mi madre hasta que por fin terminaron aquellas dos odiosas semanas y estuvimos instalados en nuestro nuevo hogar. Era una casa a las afueras de una gran ciudad, a más de dos mil kilómetros de nuestra antigua residencia. Nadie nos conocía allí y eso me iba a venir perfecto para mis planes. Nos habíamos mudado ya que había encontrado un buen trabajo en aquel país y mi madre, al no querer quedarse sola y poder teletrabajar, decidió venirse conmigo. Y seguramente algún que otro secreto más guardaba, secreto se negaba a compartir con su único hijo. Mi plan debía entrar en marcha cuanto antes.

Por motivo de la mudanza, aún nos quedaban a ambos dos días libres en nuestros respectivos trabajos. Como era de esperar, estábamos reventados y decidimos no salir de casa para que yo pudiera estar fresco en mi primer día de trabajo.

La primera mañana me la pasé durmiendo debido al cansancio, pero con un plan bien definido en mi cabeza. Me levanté a la hora de comer con una tremenda erección y bajé en calzoncillos al comedor, donde ya estaba mi madre. Habíamos pedido comida para no tener que hacerla nosotros. Ella iba enumerando una a una las cosas que habían traído y yo permanecía en la puerta, apoyado en el quicio, esperando. Por fin se dio la vuelta y la palabra helado murió en sus labios. Se quedó mirando fijamente mi paquete durante unos segundos, haciéndose un silencio entre los dos.

“Me parece estupendo el helado” dije por fin para romper aquel, para ella incómodo, silencio. “Porque vengo con un calor tremendo” .

Aquellas palabras parecieron arrancarla de su ensimismamiento.

“Pero hijo ¿No te vistes un poco para comer?”

“Ya te he dicho que tengo calor y estoy muy cansado de la mudanza, te recuerdo que casi todo el trabajo más duro lo he hecho yo. Así que, por favor, no fastidies con esas cosas.”

Evidentemente la brusquedad de mis palabras era completamente premeditada, yo no solía ser así y aquello sorprendió a mi madre, que volvió a quedarse en silencio.

Durante la comida charlamos de cosas intrascendentes y yo notaba como a mi madre se le iba la vista hacia mi calzoncillo de cuando en cuando, sonrojándose por la vergüenza. Y no hace falta decir que la situación hacía que se me hinchase más la verga. Cuando por fin terminamos, recogí junto con mi madre la comida sobrante y la basura, manteniéndome siempre lo más cerca de ella posible. A pesar de sus malabarismos para mantenerse alejada, alguna vez mi pene rozó su cuerpo, haciendo que diese un respingo.

“Bueno, me voy a echar una siesta que a pesar de todo lo que he dormido sigo cansado. ¿Hacemos deporte después, para ir recuperando la rutina?”

Un vago asentimiento fue su única respuesta. Me subí a mi cuarto y dejé la puerta entornada. Mi objetivo no era precisamente dormir. Saqué mi móvil y me puse un video porno, sin auriculares y a un volumen muy bajo, pero los suficientemente alto como para que se intuyese el sonido desde el pasillo que conectaba nuestras habitaciones. Poco a poco empecé a masturbarme, gimiendo al principio de manera sigilosa y poco a poco más fuerte, sin llegar a pasarme, como intentando ocultar mi paja a mi madre. Pero mi intención era completamente contraria. Y funcionó. A los pocos minutos escuché la respiración entrecortada de mi madre en mi puerta y me coloqué de tal manera que el vídeo se pudiera ver desde donde ella estaba. Era un vídeo sin más, un anal de una MILF. Conciso para lo que yo quería. Mi paja fue yendo cada vez a más, soltaba gruñidos y dejaba que los espasmos recorriesen mi cuerpo. Podía sentir la mirada fija de mi madre en mí.

“Qué culo tienes puta” . Comencé a decir ese tipo de cosas mientras veía el vídeo, para provocar a mi madre.

“Joder, cómo me ponen las zorras mayores que yo”.

Me volví bruscamente y pude ver como mi madre, que había abierto la puerta un poco más, de un saltito se escondía, pero nuestros ojos ya habían hecho contacto visual. Me quedé en esa postura, agitando mi polla de arriba abajo, perdiendo poco a poco el control. Subí el volumen un poco más, para que ella también pudiera disfrutar de los gemidos del vídeo. Se escuchaban sonoros cachetes del protagonista mientras enculaba a la rubia. Y entonces, sacando un autocontrol que desconocía, pausé el vídeo y dije en voz alta.

“Joder, qué cansado estoy, ni siquiera una buena enculada a una MILF acaba de ponerme a tono”. Y me hice el dormido.

A los pocos minutos mi madre abandonó mi puerta, sabiendo que ya no iba a poder disfrutar más del espectáculo que su hijo le estaba proporcionando. Se cerró en su cuarto poniendo el pestillo y, seguramente, empezó a tocarse pensando en lo que había visto. No aguanté más, y sin necesidad de vídeo alguno me regalé una corrida monumental.

Una hora después, avisé a mi madre de que iba a hacer deporte en el jardín, preguntándole si lo hacíamos juntos. Descorrió el pestillo de su cuarto y asomó solo la cabeza, completamente sofocada y seguramente desnuda, pidiéndome cinco minutos para esperarla.

Mientras ella terminaba continué con los preparativos, dejé abierta en el ordenador una ventana en una página web porno y coloqué el vídeo a la mitad, dejándolo pausado. La película en cuestión iba de una madre follando con su hijo, y la escena que dejé puesta era la de ella con toda la boca llena de polla, saliva chorreando por su rostro y el maquillaje corrido. La suerte estaba de mi lado, pues aquella mujer guardaba un pequeño parecido con mi madre. Dejé la pantalla encendida y bajé al jardín a esperar a mi madre.

“Ya estoy aquí hijo, perdona la tardanza, no encontraba unos calcetines apropiados” .

“No pasa nada mamá, cuando quieras empezamos”. Contesté un poco indiferente.

En ese momento, ella se dio cuenta de que yo iba descalzo, y así me lo hizo saber. Yo me hice el sorprendido y le pedí que me bajara las zapatillas, que estaban debajo de mi mesa. Me quejé un poco de que con tanto cansancio no sabía ni donde tenía la cabeza y un par de chorradas más. Mi madre subió a mi cuarto a por mis zapatillas. Solo de saber lo que se encontraría en la pantalla al entrar se me puso dura. Cuando bajó al minuto me dio las zapatillas. Estaba un poco azorada y evitaba mirarme a los ojos. Pero por lo demás todo era perfectamente normal. Comenzamos a hacer deporte. Yo dejaba que me pillase mirando su culo mientras corría o sus tetas al balancearse. Me había puesto a propósito unos pantalones ajustados, y aunque ella hacía lo posible por fijar la vista en cualquier otro punto, más de una vez la sorprendí sometiendo mi paquete a un exhaustivo examen.

Tras una hora corriendo, levantando peso, haciendo abdominales y demás. Mi madre decidió ir a la ducha. A mí me quedaba un poco más de entrenamiento así que me despedí con un bufido mientras hacía sentadillas con bastante peso sobre mis hombros.

A la media hora aproximadamente terminé mi rutina por aquel día, y completamente empapado en sudor subí a mi cuarto.

Iba pensando en cuánto me había costado concentrarme en el deporte aquel día. Solo de pensar que mi madre había visto aquella escena congelada en mi pc y que había reaccionado como si nada al bajar me tenía muy burro. Al entrar en la habitación vi la pantalla apagada. Una sonrisa se dibujó en mi rostro. Encendí la pantalla y el vídeo estaba ahí, pero no exactamente en el segundo que yo lo había dejado. Aquello me sorprendió, no esperaba que mi madre viese parte del vídeo. Pero aquello me venía mucho mejor. Me desnudé y cogí una toalla que me puse al hombro y esperé con esa pinta en la puerta del baño, mi madre no tardaría mucho en salir.

“Pero hijo ¿Qué haces desnudo en el pasillo?” Fue lo primero que me dijo nada más salir.

Yo tenía mi miembro apuntándola directamente y, mientras, utilizaba mi teléfono, como si estuviera distraído.

“No pasa nada mamá, estaba esperando para ducharme”. Le contesté.

Ella me replicó: “ Pero si tienes una ducha en tu cuarto…” .

Una vez más, me hice el sorprendido:

“Es verdad, perdóname, aún no me acostumbro a esta nueva casa, pero ya que estoy me ducho aquí”.

Entré en el baño pasando por su lado justo cuando ella iba a salir envuelta en su toalla por la puerta, obligando a que nuestros cuerpos entraran de nuevo en contacto. Se le resbaló la toalla y tuvo que hacer un pequeño alarde de reflejos para que no se le cayese, apenas me regaló un segundo de visión de sus perfectos pechos. Sin mediar más palabra me metí en la ducha, quedándome de espaldas a ella. Unos segundos después escuché el sonido de la puerta al cerrarse.

Salí renovado del baño y bajé a la cocina a comer algo. Allí estaba mi madre tomándose su batido de siempre. Mientras yo escogía algo de fruta estuve hablando con ella como si lo del baño jamás hubiera pasado.

“Ha sido una buena sesión de entrenamiento ¿verdad? Aunque te has ido un poco pronto”. Le dije, a lo que ella me respondió: “Estaba un poco cansada hoy, ya no tengo tanto aguante como antes, y no me mires con esa cara, cuando yo tenía 22 años como tú, aguantaba cualquier cosa, pero ahora con 38… Es diferente hijo”.

Por supuesto ese era mi momento, supe verlo y traté de aprovecharlo: “No digas eso mamá, tú estás estupenda y en forma. Y no lo digo como un cumplido, ya les gustaría a muchas de mi edad tener ese cuerpo”.

Ella se sonrojó ante aquel comentario rozando lo inapropiado, pero solo me dijo “Eres un cielo”. Y con un beso en la mejilla se fue de la cocina.

Después de la cena vimos una película en el salón y bebimos un poco de vino. Ella se fue adormilando hasta que se despidió y se fue a su cuarto. Yo aproveché la situación y envié al televisor un poco de porno. Aquello era algo que jamás habría hecho unos meses atrás. Pero poco a poco iba volviéndome más y más atrevido. La escena en cuestión era aquella que había dejado puesta antes de hacer deporte, la de la madre y el hijo que le hacía una gran garganta profunda. Esta vez me la vi entera, sin cortes, recreándome mientras me masturbaba. Pude escuchar a mi madre detrás de mí, espiándome nuevamente. Todo iba por muy buen camino.

Me levanté al día siguiente con ánimos renovados y, sabedor de que era el último día antes de incorporarme al trabajo, con muchas ganas de acelerar los pasos para poder follarme a mi madre. De nuevo volví a bajar en gayumbos y de nuevo ella se quedó como medio hipnotizada. Pero esta vez no lo dejé pasar.

“Mamá” le dije “¿Me estás mirando el paquete?” .

Como era de esperar, ella se puso roja como un tomate. Intentó balbucear algo ininteligible, así que continué hablando:

“No me extraña, tengo suerte y aunque no sea un pollón, no esta para nada mal. Menudos genes que me diste”. Se quedó sin habla definitivamente.

Conozco muy bien a mi madre y sé como es por las mañanas. Espesa de mente sin café, lenta de reacciones. Y seguramente llevaba un par de noches pensando en la pija de su hijo.

Dudé por un segundo. Por la noche todo parecía muy fácil. Mientras ella me observaba desde las sombras y yo veía porno en el salón de casa, imaginaba mil maneras de follar con ella, de metérsela por primera vez. Pero aquello era el momento de la verdad, el del todo o nada. Un momento que si dejaba pasar todo seguiría igual, una relación madre e hijo como todas las demás. Pero si lo aprovechaba… No habría vuelta atrás. Nuestras vidas cambiarían para siempre, para bien o para mal. Y decidí arriesgar, si esperaba un segundo más no iba a atreverme y toda mi seguridad desaparecería, me pondría un pantalón y volvería a cerrar la puerta para masturbarme, pensando en lo que pudo haber sido.

De una zancada me coloqué a su lado, mi cipote apoyado en su cadera. Seguía callada, sin decir absolutamente nada. Miró hacia abajo, donde estaba el premio. Miró hacia arriba donde estaba la cara de su hijo. Sus ojos eran suplicantes, pero ¿Qué suplicaban?

Cogí su mano derecha y la coloqué sobre el paquete. Comenzó a masajearlo suavemente.

“Esto no está bien hijo” . Esas fueron sus primeras palabras mientras metía la mano dentro del calzoncillo y rodeaba con sus dedos mi pene.

“Lo sé perfectamente” Fue mi contestación mientras la besaba.

Y para mi gozo, ella me devolvió el beso. Nos fundimos en uno durante unos segundos y, antes de arrepentirme de aquello, le quité la camiseta del pijama, dejando sus pechos al aire. Los años de ejercicio se le notaban. Estaban completamente en su sitio, firmes y duros. Agarré de los pezones, tal vez con más violencia de lo que quería. Ella me bajo los calzoncillos y yo ayudé lanzándolos bien lejos, como dejando claro que no había vuelta atrás. Metí las manos dentro de sus bragas y me encontré un sexo depilado y húmedo. Lo estimulé un poco más, usando mi pulgar en su clítoris mientras el anular y el corazón buscaban la entrada. No fue difícil encontrarla ya que ella abrió un poco más las piernas, facilitando mi trabajo.

“Hazme una paja más fuerte” Susurré en su oído.

Obedeció en el acto. Fui besando su cuello, escuchando sus gemidos en mis oídos, cada vez más y más alto. Bajé por su pecho, deteniéndome en los pezones, notándolos más duros cada segundo que pasaba.

La cogí en brazos y la tumbé en la mesa, con las piernas colgando. La desnudé por completo y me medio subí yo también a la mesa. Comencé de nuevo una inspección con mi lengua y mis dientes, empezando por sus orejas, mojando su cara a mi paso, succionando con fuerza su cuello, retorciendo suavemente sus pezones, sin parar de estimular su clítoris. Y cuando yo paraba, ella continuaba tocándose. No quería que aquel momento terminase.

Me fui dando la vuelta, colocando mi cabeza en su pubis y mi polla en su cara. Ella captó el mensaje sin necesidad de palabras. Comenzó a chupar, primero unos lametones en el glande. Solté un gruñido, aquello era demasiado para mí. Pero debía aguantar la corrida, sería mejor al final. Poco a poco noté que mi polla se iba introduciendo en su boca y ayudé con un ligero movimiento de la cadera hacia abajo, sin olvidarme de buscar su botón del placer con mi lengua, saliendo y entrando, mordisqueando con mucho cuidado sus labios.

Ahora ya no aguantaba más. Saqué el miembro de su boca y dejé de lamer. Me pareció escuchar un pequeño lamento al que no di más importancia. Me puse de nuevo en pie y, usando mi propia saliva de lubricante, se la metí de golpe. Ella pegó un respingo de sorpresa, yo un resoplido más animal que humano. Comencé un mete saca lento, que fui acelerando mientras ella me abrazaba con sus piernas. Me deleitaba en la imagen de mi madre tirada sobre la mesa, con el pelo enredado, una teta suya en mi mano, la otra en la suya tocándose. Mi otra mano en la cadera, acompañando el movimiento de su cuerpo más y más veloz cada vez. Se mordió el labio y cerró los ojos, dejándose llevar por las sensaciones. Mientras metía y sacaba, estimulaba su pezón libre o su clítoris. Estaba llegando a un punto de no retorno.

Por fin, la escuché gritar mientras notaba mi polla llena de flujos. Se convulsionó con fuerza y se incorporó, abrazándose a mí, arañándome la espalda, tapándome la vista con su rubia melena.

“No te corras dentro por favor”. Fue lo único que dijo cuando sus temblores se tornaron casi imperceptibles.

Para poder hacer eso, tenía que sacarla ya. Y así lo hice. La agarré del pelo y la arrodillé delante de mí. Metí mi polla en su boca provocándole una pequeña arcada. Me estaba costando mucho controlarme. Ella movía su cuello hacia delante y hacia detrás, intentando meter la mayor cantidad de verga posible. Me corrí en menos de un minuto, con la corrida más potente que puedo recordar, con un grito que se debió escuchar en nuestra antigua casa, llenando de semen la boca de mi madre que, aunque intentaba retenerlo, no podía evitar que se le escapase por la nariz y la comisura de los labios.

Resoplando me senté, ella escupió al suelo y, aun desnuda, con una servilleta de papel limpió el desperfecto.

Se vistió de espaldas a mí, regalándome la vista de su duro y entrenado culo.

Se dio la vuelta, me escrutó con la mirada y simplemente dijo: “Nadie se puede enterar”.

“¿De qué?” Contesté.

“De que somos madre e hijo”

Y diciendo eso, salió por la puerta llevándose mi ropa.