Infierno (08: Voces del pasado)

Las primeras víctimas murieron hace mucho, pero sus voces aún se dejan oir.

Infierno 8

Cap VIII "Voces del Pasado"

-"¿Qué me acuerde de ti? Si, pobre espectro, mientras la memoria tenga un sitio en este globo trastornado…"-

Hamlet.

Ciudad del Vaticano.

1925.

Las puertas del claustro se abrieron, cosa rara a esa hora de la tarde, para permitir el paso del joven cardenal Gabriele, quien de inmediato fue escoltado por dos miembros de la Guardia Suiza portando el alto sus filosas alabardas. El no hizo ninguna pregunta y se dejo conducir dócilmente a través del edificio hasta que finalmente llegaron hasta un gran jardín repleto de rosas rojas. Entre las cuales podía verse la enjuta figura de un anciano que con sumo cuidado acicalaba las flores.

-Cardenal Jasper.-exclamo el joven emocionado al ver al anciano. Este se volvió hacia él y le brindo una calida sonrisa.

-Ah, Grabiele, hijo mío, me da mucho gusto que hayas aceptado mi invitación. Me haces un gran honor.-

-De ninguna manera Cardenal Jasper, yo soy quien se siente honrado por su invitación.-dijo el joven arrodillándose ante quien consideraba el mejor hombre al servicio de Dios. Sin dudar tomo su mano devotamente beso el anillo de su dedo.

-Que la gracias de Dios este contigo hijo.-dijo Jasper conmovido por aquel gesto. Lego, con un elegante movimiento, ordeno a los guardias para que se retiraran.-Ven hijo, caminaremos por el jardín mientras platicamos.-

-Cómo guste Cardenal.-dijo el joven. Por unos minutos recorrieron el esplendido jardín, admirando la belleza de las rosas cubiertas de rocío.-Este claustro es el más bello de todos.-comento el joven subyugado por el hermoso paisaje. Jasper sonrió halagado.

-Gracias hijo.-dijo deteniéndose por un momento.-Yo mismo plante este jardín hace muchos años y con mucho trabajo y sacrificios han crecido hasta cubrir el claustro casi por completo, y todo gracias a una flor que tome de otro jardín, muy… muy lejano.-

-Debe estar muy satisfecho.-

-Lo estoy hijo mío, lo estoy… pero…-

-¿Pero…?-

-Ya soy un anciano, un hombre cuyas fuerzas ya no bastan para cuidar las rosas como debe ser. Aunque las sigo amando con todas mis fuerzas, mira…-dijo Jasper al tiempo que apartaba delicadamente algunos tallos para que su joven acompañante pudiera ver la hiedra que crecía entre ellos.

-Este rosal esta infestado de hiedra.-comento el joven con pesar.-¿No hay nada que se pueda hacer para remediarlo?-

-Solo una cosa.-dijo el anciano Cardenal con rostro sombrío.-Mañana mismo lo haré arrancar de raíz y lo arrojare al horno con el reto de la basura. Solo así el mal quedara eliminado y el resto del jardín estará a salvo. Así debe ser siempre Grabriele, para proteger lo que más amamos debemos estar dispuestos a hacer todo lo que sea necesario… sin importar lo doloso que pueda resultar.-por un momento el joven Cardenal se quedo callado, analizando las metáforas que Jasper le había planteado de forma tan sutil. Pero al final tuvo que bajar al cabeza.

-Perdóneme Cadenal Jasper. Pero me temo que soy lento para comprender… solo siento que trata de decirme algo.-Jasper miro al joven con cierta impaciencia, pero luego sonrió, como un maestro comprensivo.

-Ven.-dijo reanudando el paseo.-Vamos junto a la fuente para sentarnos y descansar un poco.-Grabriele siguió a su maestro en silencio, temeroso de haberle ofendido con su torpeza. Al llegar a la fuente ambos tomaron asiento, el ruido del agua corriente era como una suave canción en medio del jardín. En contraste el rostro del Cardenal Jasper era la viva imagen de la preocupación y la desesperanza.

-Gabriele.-dijo mirando al joven directo a los ojos.-Algo muy grave a pasado, una serie de eventos desafortunados, provocados por el enemigo, que en este mismo instante podrían alterar el futuro de la Santa Iglesia para siempre.-

-¿Pero… como es posible? ¿Puede explicarme?-pregunto el joven alarmado.

-¡No, no puedo! ¡No me pidas detalles! ¡Pero debes creerme cuando te digo que mis acciones no tienen otro fin que el de proteger nuestra fe.-

-¡Jamás pensaría otra cosa!-declaro Gabriele con firmeza. Jasper sonrió de nuevo.

-Veo que tu fe es fuerte hijo mío. Pero aún así la prueba será difícil-

-¿Cuál prueba?-

-Dime hijo mío, ¿Conoces a un hombre llamado Remington… Ewan Remington?-

-¿Ewan Remington?-repitió Gabriele mientras recorría cada uno de los recuerdos de su mente, al final encontró lo que buscaba.-Si. Conozco a ese hombre, tomamos algunas clases juntos en el seminario y fuimos miembros del equipó de rugby.-

-¿Eran amigos?-pregunto Jasper con un tan tono inquisitivo que Gabriele se arrepintió de haber revelado esa parte de su pasado.

-Bueno… pudiera decirse que si. Pero… ¿Por qué me pregunta sobre él Cardenal Jasper?-

-¿Recuerdas el rosal infestado de hiedra?-

-Si.-

-Dime, ¿Qué harías si Ewan Remington fuera para la iglesia lo que ese rosal es para este jardín?-en ese momento las tinieblas de la noche cayeron sobre ambos hombres.

Ciudad del Vaticano.

II Palazzo del Santo Uffizio.

Una semana después.

-Aún no puedo creerlo.-dijo el reverendo Remington mientras atravesaba aquel pasillo en compañía de su viejo amigo Gabriele DeFrandimani.-Nunca creí que llegaras al puesto de Cardenal en tan poco tiempo.-

-"Los designios de Dios son misteriosos"-le respondió Gabriele citando un párrafo de la Biblia.

-Si que lo son.-dijo Remington esbozando una sonrisa.-Cuando llegue a Roma creía que pasaría años luchando para exponer mi caso ante el tribunal, pero entonces te encontré a ti y ahora me has conseguido una audiencia en tan solo dos días. En verdad no se como agradecértelo.-

-Bueno, para eso están los amigos no es así, además ambos somos hombres de la iglesia.-

-De todos modos te lo agradezco. Tomando en cuanta que puedo decirte mucho sobre el asunto que voy a exponerles.-

-No te preocupes. Te conozco lo suficiente como para no dudad que se trata de algo muy importante.-

-Si que lo es. Vidas valiosas dependen de que el tribunal me escuche.-

-¿Vida valiosas?-

-Si, pero no puedo decirte más.-

-Esta bien.-dijo Gabriele encogiéndose de hombros.-De todos modos leí el informe que me diste para presentarlo ante el tribunal.-

-¡¿Lo leíste?!-exclamo Remington deteniéndose en seco con la indignación reflejada en su rostro. Gabriele permaneció impasible.

-No te ofendas amigo. Pero si voy a exponer mi cuello por ti ante el tribunal al menos quiero saber porque. Además solo leí lo suficiente para convencerme de que tu asunto valía la pena.-

-Bien… Supongo es lo justo.-dijo Remington no muy convencido. En ese momento ambos hombres llegaron ante una gran puerta de madera, custodiada por dos soldados de la Guardia Suiza.

-Recuerda. Debemos guardar el protocolo, así que al principio di poco y responde que si a todo lo que yo asienta con la cabeza. Después podrás entrar en materia.-

-De acuerdo y gracias otra vez.-sin decir más ambos entraron al recinto. Una gran sala redonda, sostenida por delgadas columnas y arcos de medio punto, ahí, justo bajo la cúpula principal, se encontraba una gran mesa de piedra y detrás de ella tres hombres ricamente vestidos con largas túnicas negras y las cabezas coronadas con capelos del mismo tono, adornadas con cruces de color rojo. Cuando llegaron ante la mesa el que estaba sentado a la derecha les saludo de forma solemne.

-La madre iglesia da la bienvenida a sus dos hijos, el Cardenal Gabriele y el reverendo Remington de los Estados Unidos. En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo.-

-Por favor reverendo, tome asiento.-dijo el que estaba sentado a la izquierda, al tiempo que le señalaba una pesada silla colocada justo frente a la mesa del tribunal.

-Gracias Cardenales.-

-¡No vuelva a referirse a nosotros como cardenales!-espeto indignado aquel que estaba al centro de la mesa.-¡No somos tal cosa! ¡Nosotros somos los grandes inquisidores y no nos hemos ganado otro titulo! Y ahora, ¿sostiene cada palabra escrita en el documento que nos entrego el Cardenal Gabriele?-

-Si Gran Inquisidor y pido humildemente que el merito de los actos ahí referidos sean tomados en cuanta al momento de dictar su sentencia.-

-Los meritos no tienen lugar en este proceso reverendo, será declarado inocente o culpable según las pruebas presentadas ante este tribunal.-aquellas palabras desconcertaron a Remington, ¿inocente o culpable, de que? Pero antes de que pudiera reponerse el que estaba a la derecha de la mesa tomo la palabra una vez más.

-¿Qué responde al cargo de haber ocultado deliberadamente la aparición de "la Santa", así como el haber participado en actividades no autorizadas dentro de la Orden de Magdalena?-

-¿Actividades no autorizadas?... ¡Inquisidor, creo que se ha equivocado…!-Remington no pudo terminar la frase, pues Gabriele le amonesto con un severo además que demandaba silencio. El reverendo apretó los puños, pero aún así siguió las indicaciones de su amigo.

-Respondo Si a todas sus… acusaciones.-ante aquella respuesta los rostros de los tres inquisidores se tornaron en mascaras de furia y comenzaron a deliberar entre ellos.

-¿Ven la falta de arrepentimiento sobre sus acciones? ¿Ven el gran orgullo?-exclamo el que estaba a la derecha.

-El crimen esta claro. Ahora deberá afrontar las consecuencias.-agrego el de la izquierda. Fue en ese momento que el reverendo Remington cayo en cuanta de que algo estaba mal en aquella audiencia… terriblemente mal.

-¿Afrontar las consecuencias? ¿De que están…?-

-¡SILENCIO!-rugió el que estaba sentado al centro de la mesa. De inmediato dos gruesos grilletes de acero surgieron de los brazos de la silla y aprisionaron las muñecas de Remington quien se debatió como una animal caído en una trampa.

-¡GABIELE! ¡¿QUE SIGNIFICA…?!-pero antes de que pudiera decir más un guardia llego junto a él y con maestría le coloco una pesada mascara negra, tan ajustada que Remington ya no pudo decir ni una sola palabra más.

-¿Qué harán con él?-pregunto Gabriele sintiendo en su alma el espoleo de la culpa.

-Nos tomara tiempo decirlo Cardenal.-le respondió el juez central.-Nunca antes habíamos sido traicionados de esta manera por uno de los nuestros. Tomara años reparar el daño que sus acciones han causado. Tal vez sufriendo su alma se purifique lo suficiente para que el creador la acoja en su seno.-

-Amen.-

Jardines del Vaticano.

Poco más tarde.

-¿Cómo salió todo?-pregunto Jasper sin volverse para mirar al acongojado joven que había regresado del palacio del Santo Oficio.

-Yo… Supongo que bien.-le respondió Gabriele sin mucha convicción, atormentado por los ojos acusadores con que Remington le había mirado antes de ser sacado a rastras por los corpulentos guardias del Inquisidor.

-No dudes Gabriele.-le dijo Jasper colocando su mano cariñosamente sobre su hombro.-Hiciste lo correcto.-

-¡Perdóneme Cardenal!-dijo Gabriele cayendo de rodillas ante su maestro.-¡No puedo evitar este sentimiento de culpa!-

-Lo comprendo, hijo. Pero no te atormentes más de lo necesario. Después de todo Remington no corre peligro.-

-¿No?-pregunto el joven sintiendo nacer en el una nueva esperanza.

-Desde luego que no.-dijo Jasper esbozando una calida sonrisa.-Vamos Gabriele, tu sabes que todas esas cosas que se dicen sobre el Santo Oficio no son más que exageraciones. Es cierto que Remington sufrirá una dura penitencia, pero no con el fin de matarlo sino de purificarlo. Tendrá tiempo suficiente para arrepentirse de sus malas acciones y tal vez, algún día, pueda volver con nosotros.-

-Dios le oiga Cardenal.-

-Bien, ahora dejemos ese asunto. Tengo otro favor que pedirte.-

-¿De que se trata?-dijo Gabriele sintiendo un escalofrío correr por su espalda. Por toda respuesta Jasper metió una mano entre los pliegues de su habito y saco una carta cuidadosamente laqueada.

-Quiero que lleves esto al hermano Bernabé, Superior de tu orden. Es una solicitud para que te permita ser mi secretario personal.-

-¿Su secretario?-dijo Gabriele sintiendo una serie de emociones encontradas.-¿Pero no entiendo, creí que el padre Sebastián…?-

-Tranquilo muchacho, Eso de "secretario" es solo un decir. Lo que realmente quiero… es que seas mi discípulo.-

-¿Discípulo? Me temo que sigo sin entender.-

-Muchacho.-dijo Jasper colocando ambas manos en los hombros de Gabriele.-Como te dije en nuestra primera entrevista, ya soy un anciano, mí tiempo esta por terminar. Pero los grandes eventos, esos que serán cruciales para la iglesia y para toda la humanidad apenas están comenzando. Por tal motivo, he decido que es el momento de pasar mi carga a otro para que sea él quien vele por la iglesia en mi lugar. Y también he decidido que ese seas tú.-el joven Cardenal tomo la mano de su maestro y devotamente beso su anillo cadenaligio.

-Bendito sea Cardenal Jasper. No se lo que ha visto en mi, pero desde este momento me someto a sus enseñanzas, ya no dudare más, haga de mi lo que quiera. Y le juro por Dios que tratare de ser digno de su confianza. -

-No me cabe la menor duda, hijo mío.-dijo Jasper ayudando al joven a levantarse.-Ahora ven conmigo, quiero que conozcas a un amigo, es más o menos de tu edad, su nombre es Pierre Dumezil y acaba de regresar de los Estados Unidos. El también ha demostrado ser un buen soldado de la iglesia. Uno dispuesto a todo.-

Carta para el señor Arnold W. En Boston. Massachussets.

Fechada el 20 de agosto de 1928

Sin remitente.

Querido W:

Te envió esta, que creo será mi última carta, con el objeto de enviarte en ella una copia certificada de mi testamento y última voluntad, a fin de que, si algo llegara a sucederme; tú y tu esposa se conviertan en los ejecutores y administradores del fondo filuciario que le dejo a mis hijos Solomon y Obed. A quienes tan generosamente has recibido en tu casa desde hace tres meses.

Aquí todo es un caos, de hecho M. piensa que todo esta perdido por ahora, aunque no cree que puedan hacerle daño a Ya’ha, pese a lo aparatoso del bombardeo que el acorazado "Waite" ha realizado sobre R.D. Yo no estoy tan seguro pero nada puedo hacer para confirmarlo. El lugar hierve de Federales. Todos culpamos al Zadok, pero ya nos hemos encargado de él. Yo creo que fue alguien más, sin duda ese maldito extranjero que paso por aquí hace cuatro meses. Sin duda es por su culpa que los Federales están arrestando, sin ninguna razón legal, a todo aquel que presente "el Aspecto Marsh". Así que solo es cuestión de tiempo para que vengan por mí. Por esa razón ya no volveré a escribirte… Por favor has lo que puedas por Solomon y Obed, y si acaso ellos logran llegar hasta ti, no dudes en enviarlos con sus primos los W. cerca del pueblo de D. Por ningún motivo les dejes volver a Innsmouth.

Sinceramente tuyo:

C.M

Berlín. Alemania 1945.

El fin había llegado. Las tropas del ejército ruso avanzaban incontenibles por las calles de la ciudad, incendiando, saqueando, demoliendo y asesinando como una horda salida del mismo infierno. A su paso solo quedaban las ruinas humeantes de lo que fuera un imperio, los cadáveres profanados de inocentes que pagaban con su vida por los pecados de otros.

-¡Sujétenlo!-ordeno enérgicamente el sargento Vladimir Sovorov a dos de los hombres que se encontraban bajo su mando. Los ojos fríos y duros del soldado ruso estaban fijos en el joven alemán que su patrulla acababa de capturar. Era un muchacho de apenas 11 años, vestido con un uniforme de la juventud hitleriana, los futuros líderes de la SS y del mundo entero según la promesa de su Führer.

Sovorov se acerco al chico y colocando su mano en su barbilla le obligo a levantar la cara. El chico tenía el rostro contraído en una mueca de dolor, producto de las heridas que le había provocado la granada de mano con que los soldados rusos habían destruido su improvisado escondite.

-Muy bien "Hans".-le dijo con una voz falsamente amable.-Mataste a dos de mis hombres. ¿Te sientes muy macho por eso pequeña rata nazi?-mientras hablaba el oficial ruso saco su bayoneta y comenzó a exhibirla ante los ojos de su prisionero.

-¿Sabes? Tengo entendido que a los SS les dan medallas adornadas con calaveras. Pues bien, creo que tú te acabas de ganar una. ¿No lo creen muchachos?-

-Sin duda sargento.-le respondieron los dos que sujetaban al chico. EL resto solo se hecho a reír sádicamente, pues conocían bien a su líder y sabían que aquel pequeño bastando iba a lamentar haberse cruzado en su camino. Vladimir Sovorov sujeto con fuerza el rostro del muchacho y con un certero mandoble le corlo los labios, dejando las rojas encías y los dientes al descubierto.

-¡Uuummmmgggggg!-gimió el muchacho apretando los dientes, mientras sentía la sangre brotar a raudales de rostro mutilado. Impasible el oficial ruso continúo con su labor, arrancándole la piel de la cara con la habilidad de un curtidor, para luego excavar lentamente en los músculos de la cara, hasta que finalmente corto de tajo la nariz del pequeño soldado. Pronto el rostro de aquel chico no fue sino un cráneo sanguinolento.

-¡Hei Hitler!-grito Sovorov levantando en alto su mano, mostrando a sus soldados las manchas de sangre que teñían de rojo su brazo y su afilada bayoneta. Luego decidió dejar que sus hombres terminaran el trabajo.-¡Ha bailar muchachos!-ordeno al tiempo que, con un ademán, indicaba a los que sujetaban al chico que lo soltaran; sin apoyo el muchacho cayo como un fardo sobre el piso.

Los soldados comprendieron la orden de su superior y sin durar un momento se acercaron al joven tendido en le suelo y comenzaron a patearlo salvajemente con sus pesadas botas de campaña. Mientras reían divertidos viéndolo retorcerse. EL oficial ruso encendió un cigarrillo y se lo llevo tranquilamente a los labios. Tal vez, después de matar a esa rata nazi, hubiera tiempo para buscar a algunas jóvenes alemanas para "interrogarlas" como solo él sabía hacerlo.

De pronto un estruendo se dejo enchuchar en el interior del edificio y el sargento Sovorov sintió un golpe seco le traspaso el cráneo, abriéndole un enorme agujero en la sien izquierda. Los soldados rusos detuvieron su diversión y miraron atónitos a su superior mientras caía de espaldas pesadamente. Dos estruendos más estallaron y dos soldados corrieron la misma suerte de su sargento.

-¡Fuego!-grito uno de los tres que aún quedaban con vida. El interior del viejo edificio se lleno con el sonido de los disparos hechos por los soldados rusos. Sin embargo, las balas solo hallaban blanco en los fríos muros, escaleras y muebles que les rodeaban. Arrancando pedazos de todo tipo de materiales, pero sin encontrar a quien les había atacado. De pronto, en medio de aquella balacera sin sentido, tres certeras balas se incrustaron en la cabeza de cada soldado, reventando sus cerebros como globos de feria.

Un pesado silencio se hizo en el interior de edificio. Luego el sonido de unos pasos rompió la tensa calma, haciendo que el chico entreabriera uno de sus ojos. Junto a él se hallaba una mujer, vestida con un largo abrigo negro que la cubría casi por completo, en su mano enguantada sostenía con firmeza una pistola Walther P. 38, característica de los oficiales de la SS, que aún despedía una pequeña columna de humo.

Haciendo un esfuerzo el chico levanto su cabeza para mirar a aquella aparición, que en su mente creía una de las míticas Valkirias, pero no pudo ver su rostro debido a la sombra que su sombrero de ala ancha proyectaba sobre su cara.

-¡Señora Eva!-escucho que gritaban unas voces, al tiempo que varios hombres llegaron corriendo hasta donde ellos se encontraban. Pronto hubo cinco figuras junto a la mujer. Pero el joven no pudo ver más pues cayo desmayado.

-¡Levántenlo!-ordeno la mujer con una indiscutible autoridad.

-Pero Señora. Este muchacho esta casi muerto.-replico uno de los hombres inclinándose sobre el cuerpo del joven.

-No podemos llevarlo con nosotros.-

-Es peso muerto.-

-¡Silencio!-grito la mujer sin importarle que alguien pudiera oírla.-Este joven es un verdadero soldado del Tercer Reich y se ha ganando el derecho de ver el día de nuestra venganza. ¡Ahora tráiganlo o serán ustedes lo que se queden aquí!-los hombres se miraron entre si y finalmente uno de ellos se inclino para recoger al chico del suelo y llevarlo consigo. La mujer sonrió satisfecha y con paso firme emprendió la marcha seguida por su pequeño sequito.

Centro Espacial Kennedy

20 de Julio de 1969.

-Control… "El águila se acerca al nido"…Repito… "El águila se acerca al nido"… Cambio-

-Aquí Control… Entendido… Enciendan las cámaras y guarden silencio… ¡Repito, guarden silencio!-el operador, junto con las diez personas que operaban los computadores, comenzaron a hacer los ajustes necesarios para recibir la transmisión desde la orbita lunar. Todo bajo la estricta mirada de un grupo de militares del más alto rango. Todos permanecieron en silencio, observando cuidadosamente las imágenes que comenzaron a llegar desde la orbita lunar. De pronto los tripulantes del Apolo 11 desobedecieron las órdenes.

-¡Control!... ¡Control!.. ¡¿Están viendo eso?!... ¡Es increíble!... ¡Es…!... ¡Es…!-

-¡SILENCIO COMANDANTE!-ordeno uno de los jefes militares que aún conservaba la sangre fría.-¡NO OLVIDE CUALES SON SUS ORDENES! ¡PREPARENCE PARA ATERRISAR Y EXPLOREN LO MÁS QUE PUEDAN ANTES DE QUE "ELLOS" LLEGUEN!-

-¡Un momento General!-exclamo de pronto un hombre vestido con ropas civiles.-¡El acuerdo con mi país es que la exploración se hará de manera conjunta!-el general se volvió hacia el hombre, mientras amartillaba su revólver y sin decir una palabra le disparo a quema ropa.

-¡BANG…! ¡BANG…! ¡BANG…!-el cuerpo del civil cayo pasadamente ante la mirada indiferente de los militares. Por su parte los operadores se mantuvieron en su sitio, temerosos de ser las siguientes víctimas. En ese momento varios miembros de la policía militar entraron en el cuarto de control, atraídos por los disparos, pero ninguno se atrevió a hacer nada contra el asesino, quien aún sostenía el arma humeante en la mano izquierda.

-¡Sáquenlo!-ordeno el general volviendo su atención hacia los monitores. Las imágenes lograron turbarlo un poco, era más de lo que esperaba.

-¿Fue eso prudente General Stone?-se atrevió a cuestionar otro de los presentes.

-Creí que todos estábamos de acuerdo Mariscal.-respondió Stone clavando sus ojos grises en su compañero de armas. Con tal fuerza que el Mariscal dio un paso atrás. Y no era para menos tomando en cuenta que el aspecto de Stone, un verdadero gigante de 2 metro 20 cm, con un cuerpo musculoso que parecía esculpido en bronce. De rostro era cruel y temible, con su fuerte quijada cuadrada y sus ojos grises y fríos como el acero.

-Rice tiene razón.-dijo otro oficial.-Acordamos pasar sobre las ordenes del Presidente, pero matar al observador Chikatilo no va a ser fácil de explicar.-

-Diremos que lo sorprendimos espiando en un área prohibida.-les respondió Stone sin inmutarse ni un poco. Todos los oficiales guardaron silencio. En ese momento, uno de los técnicos se atrevió a levantarse de su lugar para acercarse al grupo de militares.

-Disculpe Señor.-

-¿Qué quiere?-espeto Stone chasqueando la lengua como si fuese un látigo.

-Err… Señor… Yo…-

-¡Hable claro pedazo de mierda!-

-La transmisión… Señor… Ya es hora de que comience la transmisión para el público.-Storne miro hacia un reloj de pared colocado entre los monitores y sin mirar al técnico camino hacia una mesa donde reposaba un teléfono especial. La comunicación se estableció de inmediato.

-Utilería.-dijo una voz al otro extremo de la línea-

-Teniente Hammet. Soy el General Storne. ¿Esta todo listo?-

-Tal y como usted lo ordeno Señor, tenemos…-

-Ahorrase los detalles Hammet. Solo este listo para entrar al aire en cinco minutos.-

-¡A la orden Señor!- Marck Hammet colgó el teléfono y miro con orgullo el lugar donde se encontraba, una gran hangar completamente cerrado, sin otra luz que la serie de reflectores y cámaras de televisión estratégicamente colocados a todo lo largo del hangar. El piso estaba recubierto de papel y granos de arena, dándole un aspecto rocoso y helado. Pero lo que más le enorgullecía era la copia fiel del modulo lunar, colocado a mitad del escenario. Sin embargo, no tenía tiempo para regodearse y de inmediato hizo sonar su silbato.

Al punto tres hombres, vestidos con trajes de astronautas entraron corriendo marcialmente al estudio. Seguidos por un gran equipo de camarógrafos y expertos de iluminación.

-¡Escuchen con atención!-ordeno sin titubeos.-Durante las siguientes dos horas ustedes tres serán el comandante Neil Armstrong, el piloto Edwin F. Aldrin y el segundo piloto Michael Collins.-dijo señalando a los tres hombres vestidos de astronautas.-Hagan todo de acuerdo a los ensayos y no dejen que sus rostros salgan a escena. Ahora prepárense, daremos nuestra función en 3 minutos.-

Mientras tanto, en el Centro Espacial, se iniciaba el conteo que sería recordado en los años venideros de la historia humana.

Londres. Inglaterra

2 de febrero del 2004.

Por un largo rato había estado soportando la llamada del timbre, esperando que, quien fuera, se diera por vencido y se marchara. Pero no fue así y no le quedo más remedio que ir a abrir la puerta de su casa. Por poco le da un infarto al descubrir de quien se trataba. Pero antes de que pudiera hacer nada el la tomo entre sus brazos, atrayéndola hacia si con el ímpetu de un adolescente, y sin medir las consecuencias le beso apasionadamente en la boca. Haciéndola sentir el ardor de su aliento, al tiempo que sus pechos se erguían bajo su blusa de seda. Echando mano de toda su cordura la metió en la casa, esperando que nadie los hubiera visto en semejante trance.

-¿Qué estas haciendo aquí?-dijo casi gritando de miedo.-¿Y si mi esposo o mi hijastra estuvieran en casa?-por un momento se estremeció. Normalmente su esposo estaría a esa hora en casa, trabajando en su estudio, viendo la televisión ó haciendo cualquier otra cosa. Por suerte, esa tarde, había sido invitado por sus amigos a jugar una partida de poker en su club. En cuanto a la hija de su esposo, había ido a una fiesta en casa de una amiga.

-Tranquila.-respondió él al tiempo que se despojaba de su abrigo y lo colgaba en el perchero a un lado de la puerta. Como siempre iba vestido de forma impecable, con un elegante traje de tres piezas en color azul marino, camisa blanca y corbata que hacia juego con el traje.

-Podrían haberlo estado.-replico ella. Tratando de no mirar a los ojos de ese hombre oriental que parecía tener el don de subyugarla con su sola presencia.

-Pero no lo están...-repitió él mientras se aflojaba en nudo de la corbata. Para luego ir desabotonando uno a uno los botones de su chaleco y luego hacer lo mismo con los de su camisa. Ella le miraba temblando de deseo y de expectación. Sin duda su esposo tardaría aún en regresar. Pero su hijastra, esa pequeña bruja, podía hacerlo en cualquier momento, ¿valía la pena el riesgo? El la miraba divertido, disfrutando su dilema, invitándola con la mirada a caer de nuevo en sus redes de pasión. Lentamente se despojo de su camisa, dejándolo ver su torso, amplio y fuerte, sus brazos nervudos y sus manos grandes y varoniles. Ella camino como un autómata. Rindiéndose a la tentación de acariciar los músculos de aquel cuerpo cuyo sabor ya conocía bien.

El la vio acercarse y tomando su rostro entre sus manos la beso de nuevo, mientras sus manos comenzaban a despojarla del vestido que traía puesto, él aflojo con dedos firmes los ganchos de la prenda y sintió que su miembro palpitaba de lujuria cuando los pechos saltaron libres ante sus ojos, no eran extraordinarios pero si bellamente formados y coronados por areolas de color oscuro que resaltaban lo blanco de su piel. Ansiosamente él hombre tiro de la tela haciendo que el vestido cayera al suelo, dejando a su amante con tan solo las bragas y medias puestas. Ella saco los pies de entre la ropa y se saco las bragas, también rojas como la sangre, levantando sus esbeltas piernas todavía cubiertas por sus medias de seda, dejándolo ver su vulva apenas cubierta por una tenue vellosidad rubia.

-Tu esposo esta jugando a las cartas con sus amigos.-dijo él sentándose tranquilamente en el sofá de la sala, aún con los pantalones y los zapatos puestos.

-¿Cómo sabes eso?.-interrogo ella luchando por no lanzarse sobre él sin esperar más.

-Tu me lo dijiste.-respondió mientras su mano se paseaba descuidadamente por entre sus muslos.-Hace dos días, cuando estábamos en mi casa.-

-Pero mi hijastra podrían regresar pronto.-dijo ella mirando nerviosamente hacia la entrada.

-Esta con su abuela ¿Lo recuerdas?-dijo ella sin darle importancia.-Escuche el reporte del clima, habrá una niebla espesa de ese lado del río, dudo que la vieja la deje volver hasta mañana.-

-Pero...-

-¡Basta de carla!-dijo el enérgicamente sin moverse de su lugar.-¡¿Qué cosa estas esperando?! ¡¿Una invitación?! ¡¡Ven aquí y vamos a follar de una maldita vez!!-ella nunca supo en que momento cumplió la orden, pero de pronto estaba postrada a un lado del sofá, desnuda como una ninfa, al tiempo que abría la bragueta del pantalón para tomar la verga del hombre entre sus manos para comenzar a lamerla poco a poco, hasta que esta alcanzo su máximo tamaño, mientras las manos de su amante le apretaban los pezones para atormentarla y la manipularla como a una esclava.

-Por favor, no me hagas daño.-le suplico ella suspendiendo su labor por unos instantes. Tratando de no pensar en la humedad que corría por su vulva mientras su propio deseo iba creciendo cada vez más. El no le respondió, simplemente le sujeto la cabeza y la obligo a continuar. Ella volvió a meter el sexo en su boca, pensando en las muchas veces que se había negado a hacerlo con su marido. Siempre le había parecido algo sucio, y de hecho el solo pensar en eso le daba asco. ¿Entonces porque estaba ahí, chupando el miembro de aquel hombre que había conocido hacia a penas unas semanas?

-Cómetela toda. No dejas nada fuera.-ordeno él entre jadeos. Ella obedeció y comenzó a bajar más y más, hasta que su nariz toco la tela del pantalón, sentía como entraba en su garganta, como le faltaba la respiración, sin embargo ella continuó bajando la cabeza, mientras él la hacia doblar las manos por detrás de su espalda, hasta quedar "empalada" en el sexo masculino.

AL cabo de unos segundos ella noto el espeso semen, caliente y salado, estrellándose contra su paladar. Por un momento el asco se hizo presente y creyó que iba a vomitar. Con un movimiento casi brusco retiro su cabeza, sacando todo el falo de su boca. Pero ya era tarde, su boca estaba llena con una mezcla de saliva y semen, por un momento pensó en escupirla, en correr al cuarto de baño y arrojar aquellos líquidos en el retrete. Pero entonces, sin dejar su postura, levanto los ojos y se encontró con la mirada firme y tranquila de su amante, y entonces… se trago el contenido de su boca. Su sexo estaba húmedo, deseando recibir el sexo que ya había estado en su boca.

EL hombre se levanto lentamente del sofá, con el torso desnudo y la verga semi flácida asomándose por la bragueta. En silencio comenzó a despojarse de las últimas ropas que le cubrían, tranquilo, sin prisa, doblando cada prenda y colocándola meticulosamente sobre una mesa de centro.

Ella seguí en la alfombra, desnuda, de rodillas, con las manos enlazadas a su espalda, como una prisionera, esperando, con el sexo húmedo y los ojos fijos en el bien torneado cuerpo de su amante. El cual, terminando de desvestirse, volvió hasta el amplio sofá y se tendió en el como un patricio romano.

-Ven aquí, túmbate a mi lado.-ella le obedeció sin decir palabra. Le esperaba, le deseaba y le temía. Lentamente se acomodo a su lado

-¿Qué debo hacer?-pregunto ansiosa. Mientras su mano acariciaba suavemente la verga del hombre.

-Nada.-le dijo el esbozando una sonrisa.-Ahora es mi turno.-sin decir más él se coloco sobre ella y comenzó a besar su cuello, para luego bajar hasta sus bien torneados pechos y continuar descendiendo hasta llegar a la entre pierna, donde beso y mordió los blancos muslos de la mujer.-

-¿Lo quieres?-le dijo él suspendiendo sus movimientos.

-Si.-dijo ella sin pensarlo.

-¿Estas segura?-

-¡Si, maldita sea! ¡SI!-dijo ella abriendo más sus piernas para demostrar su deseo. El sonrió, sintiéndose dueño de la situación, antes de hundir la cara entre los muslos de su amante y chupar su vulva como un loco, su lengua percibió el sabor de los jugos vaginales y echando mano de su amplia experiencia busco con la lengua el hinchado clítoris para rasparlo delicadamente hasta que ella se estremeció y le derramo un caudal de sus mieles en su boca hambrienta.

-¡Aaaahhhhhh!... ¡Que rico mamas!... ¡Tómala toda!... ¡Toda!...-gimió presa del orgasmo. Su cuerpo se convulsión con tal violencia que él tuvo que sostenerla entre sus brazos para que no cayera la piso. Momento que aprovecho para besarla con todas sus fuerzas. Sus lenguas se trenzaron en una batalla de salivas y alientos que parecía no tener fin. El se lanzo de nuevo en busca de sus pechos, introduciéndose los rozados pezones en la boca ó lamiendo toda la circunferencia de los pechos. Ella le tomo la cabeza para presionarlo más contra su pecho, arañándole la nuca en su desesperado frenesí. De pronto, cuando él sintió que su amante estaba lista para la entrega total, él alejo su rostro y apretó con todas sus fuerzas los hinchados senos de su amante.

-¡¿Que has decidido?!-le pregunto mirándola fijamente.

-¿Sobre qué?.-interrogo ella mientras su frustrada corrida le atormentaba.

-Sobre nosotros.-le dijo él acariciando aflojando un poco la presión sobre los delicados pechos.-¿Lo harás?.-

-No lo se.-dijo ella. El la miro con desprecio y se aparto de alla con una mueca de asco.

-¡Entonces hemos terminado!.-anunció mientras se ponía de pie é iba en pos de su ropa.

-¡Espera!.-le suplico ella derrumbándose sobre la alfombra.-¡No te vayas! ¡Yo te amo! ¡Te deseo! ¡No me abandones!-él se volvió y la miro con lastima. Era patético verla tendida en el suelo, llorando como una niña, mientras su mano trataba de alcanzar el miembro erecto que él tenía entre las piernas.

-No te creó.-le dijo mientras se colocaba los calzoncillos.-Te he pedido una prueba de tu amor hacia mí y tu te haces la tonta. Pero no estoy dispuesta a seguir así.-

-¡Esta bien!.-grito al verlo casi vestido.-¡Lo haré! ¡Lo juro!.-

-¿Qué harás?.-interrogo él para ponerla a prueba.

-¡Le pediré el divorcio a mi esposo!-

-¿Cuándo?.-

-Mañana.-

-No me hagas perder el tiempo.-

-¡ESTA BIEN SE LO PEDIRÉ HOY MISMO!.-grito desesperada. El se acercó a ella, saboreando el poder que tenía sobre aquella infeliz, mientras volvía a despojarse de su ropa.

-¡Si no lo haces será mejor que no vuelvas a buscarme!-sentenció. Ella se abrazo a sus piernas, adorando a ese cruel tirano que le daba una última oportunidad de ganar sus favores.

-¡Lo haré!... ¡Lo haré!...-decía como en un trance. Mientras sentía el deseo hervir en su vágina. Ella se tumbo sobre la alfombra y abrió las piernas al máximo, incitándolo a cerrar así su acuerdo profano. El se caer frente a aquellas columnas de alabastro pero contrariamente a lo que ella esperaba la tomo por los tobillos y la obligo a girar sobre su misma, quedando boca abajo sobre al mullida alfombra.

-Espera… eso no, por favor, no otra vez.-se quejo ella adivinando los deseos de su amante. Pero este no le hizo el menor caso.

-Quédate en cuatro patas.-le ordeno tajante y ella, sollozando, le obedeció. El trago grueso, aquellas nalgas eran la obra más perfecta que hubiera contemplado en su vida, casi tan deseables como las de su otro amor, pero no era momento para pensar en eso. Así que comenzó a acariciar lentamente los tersos glúteos, recorriéndolos y valorándolos, luego fijo su mirada en la tentadora hendidura que las dividía de una forma sensual y atrayente.

-Que culo tan soberbio.-dijo él antes de hundir la cara entre las dos nalgas para lamer el ojete femenino con la punta de su lengua.

-Espera… noooo.-gimió ella, pero sin moverse ni un centímetro de su lugar, mientras el separaba sus carnes con ambas manos para realizar su obra con mayor libertad.

-¡Aaaaahhhh!...¡Si!... ¡Así me gusta!... ¡Dame más!...-decía ella mientras su cuerpo se estremecía violentamente, aguijoneado por la lujuria. Ansiosa hundió su mano entre sus piernas y procedió a masturbarse furiosamente, al compás de los roces de aquella lengua caliente contra su ano. Sin embargo, sus gemidos cesaron de inmediato al sentir como la gruesa cabeza de la verga se apoyaba contra su ano. Por un instante se quedo helada, recordando el dolor de la primera vez, pero a esas alturas estaba atrapada en su propia excitación y tenía la voluntad necesaria para oponerse a los deseos de su cruel amante.

Este por su parte, ya no espero más tiempo y tomando a la mujer por las caderas le introdujo su miembro con firmeza.

-Aaaaayyyyyyy.-se quejo ella al sentir como su carne se abría para recibir a su implacable invasor. El continúo penetrándola, lentamente, avanzando poco a poco y retrocediendo de vez en vez antes de continuar. Así la fue llenado poco a poco, hasta que sintió que sus testículos chocaban contra las suaves posaderas de la dama. En ese momento se quedo quieto, saboreando la estreches de su conducto favorito é inclinándose sobre ella le musito quedamente al oído.

-Todo… Lo tienes todo dentro tuyo.-ella no pudo evitar sentir un cierto orgullo por aquella noticia. Entonces el se echo hacia atrás y luego hacia delante, despacio al principio, pero progresivamente más y más rápido hasta convertirse en una cabalgata salvaje.

-¡Aaaaayyyyy!... ¡Me lastimas!... ¡Espera!... ¡Por favor espera!...-se quejaba ella, pero él estaba ansioso, desencadenado y modo que los gritos y suplicas solo conseguían que aumentara la fuerza de sus embestidas, que la cogiera con mayor crueldad.

¡Aayyyyy!... ¡Ooooohhhh!... ¡Sssoooo…! ¡SSSSSOOOOOOIIIII…-exclamaba la pobre mujer sin poder pronunciar el nombre completo de su cabalgador, mientras gruesas lágrimas le saltaban de los ojos. La verga del hombre entraba y salía de su ano con una fuerza demoledora y a un ritmo atormentador. El deseaba que ella probara su virilidad al máximo, para así asegurarse de que cumpliría su promesa, después de todo ella era lo bastante rica como para ayudarlo a cumplir su más grande anhelo.

-¡Afloja el cuerpo!.-le dijo entre bufidos.-Disfruta…-ella hizo caso a las palabras de su amante y relajando su cuerpo comenzó a experimentar una serie de sensaciones contradictorias. Hasta que ella misma se encontró meneando las caderas de forma intensa. El aferro sus manos los esplendidos pechos de la mujer para así lanzarse con más fuerza en sus entrañas.

-Toma… toma…-

-Amor… mi vida… ¡Aaahhhhhh!-gritaba ella mientras se contorsionaba, al tiempo que apretaba las paredes de su esfínter para impedir que la verga del hombre escapara de su interior, donde tanto placer le estaba brindando.

-¿Ya no te duele, verdad?-pregunto el sin dejar de bombearla.

-No… ya no… ahora me gusta…!-respondió ella quejándose cada vez que su amante le sacaba el miembro para luego volver a hundirlo con fuerza. En ese momento, él sintió que ella se estremecía aún más y supo que había llegado al orgasmo.

-¡Aaaaaaaahhhhhhhhhh!-grito ella dejándose caer sobre la alfombra, sin embargo, el hombre aún pudo resistir un poco más y continuó con sus embestidas hasta que ella se sacudió presa de otra venida casi tan violenta como la primera. Solo entonces él mismo se dio el lujo de eyacular bramando como toro bravo, se estremeció é impulso toda su virilidad dentro de aquella funda de carne, al tiempo que su semen brotaba a borbotones. Ambos rodaron por el piso y se quedaron tumbados en la alfombra. Poco después, habiéndose recobrado, ambos se levantaron y se vistieron a toda prisa, por si acaso, por fortuna ninguno de los demás habitantes de la casa llego de improviso. Ella lo acompaño hasta la puerta y besándolo apasionadamente le murmuro algo antes de partir.

-¿Cuándo volveré a verte?-él se aparto de ella y la miro de forma sombría antes de responderle.

-Si cumples con tu promesa ven a buscarme mañana, si no olvida que existo.-dijo antes de salir. Ella le miro alejarse por le patio de la casa y desaparecer en la calle. Para luego volver lentamente al interior de la casa. Ella nunca supo que alguien los había visto, oculto dentro de un auto estacionado al otro lado de la calle. Se trataba de su esposo, el pobre Simón Billington, un hombrecillo insignificante, que no tenía más virtud que ser miembro de una de las familias más ricas del Reino Unido.

Por un momento pensó en entrar a su casa y golpear a Alice, su esposa con todas sus fuerzas, para luego ir en busca de ese pretencioso japonés y matarlo como a un perro. Pero esos ímpetus no duraron mucho, era un cobarde. Así, no le quedo más remedio que irse a un bar donde estuvo bebiendo toda la noche.

Luego, cerca de la 1 am salió, o mejor dicho lo echaron, del lugar y subiendo a su automóvil enfilo hacia la carretera. Aumentando la velocidad a cada momento, hasta que al final perdió el control y cayo a un barranco.

-Te amo Alice.-fueron las últimas palabras que salieron de su boca.

Al mismo tiempo, en una mansión a las afueras de Londres, una niña abrió súbitamente los ojos. Por un momento se quedo quieta, observando el techo de su habitación, luego se incorporo sobre el lecho.

-¿Qué ocurre Obed?-le pregunto una anciana que permanecía sentada a un lado de su cama.

-Mi padre ha muerto.-le respondió la niña con una frialdad casi aterradora. Aunque la reacción de la anciana no fue menos gélida.

-Ya veo. Era un pobre diablo. ¿No te perece?-

-Si.-

-Bien. Ahora levántate y ponte tu "ropa especial"-

-¿Ahora abuela?-

-Si mi niña. La muerte de ese infeliz significa que tu tiempo ha llegado. Así que esta noche recibirás tu herencia ante todos los miembros de nuestra familia.-sin decir más la anciana se levanto y salió de la habitación. La niña permaneció un poco más sobre la cama, contemplando la amarillenta luna que se asomaba entre las nubes del cielo nocturno. Ciertamente ella nunca había sentido amor hacia ese hombre que ante el mundo era su padre, pero eso no significaba que no fuera a disfrutar el momento en que pudiera deshacerse de su madre y de su amante oriental.

Con eso en mente bajo de la cama y camino hacia su armario, de donde saco su "ropa especial", una larga túnica negra recubierta con extraños símbolos de color rojo. Sin pensarlo se despojo de su pijama y ropa interior, para luego colocarse el fúnebre atuendo. En ese momento, escucho algo, apenas audible para los oídos humanos, su padre, su verdadero padre la estaba llamando.

CONTINUARA...

Autor: CronCruac.