Infieles bajo la lluvia

La lluvia desencadenó aquel encuentro con mi vecina, algo que jamás hubiera imaginado...

INFIELES BAJO LA LLUVIA

" Maldito tiempo" pensé cuando las primeras gotas de lluvia empezaron a caer, "siempre se pone a llover en el momento más inoportuno". Las tablas de parket que estaba usando para cambiar el suelo yacían en un rincón del patio, mojándose bajo la lluvia que empezaba a caer. Y todo porque a mi novia se le había ocurrido que aquel sería un buen lugar para dejarlas. Empecé a recogerlas como pude, tratando de coger el máximo número en cada viaje, pero debido al peso veía que iba a tardar y que la lluvia cada vez era más copiosa y las tablas se mojaban y eso podía hacer que se estropearan y… Inmerso en esos pensamientos, con mi cabeza dando vueltas sin parar a la idea, oí una voz diciéndome:

  • ¿Quieres que te ayude?

Miré hacía arriba, el agua golpeaba con fuerza contra mi cara pero a pesar de eso, la visión que tenía ante mí no podía ser más alucinante. Mi vecina, esa tía impresionante que no pasa desapercibida a los ojos de nadie y que con sólo mover su precioso y redondo culo, enamora a cualquier, estaba ahora en lo alto del patio, en su balcón, recogiendo la ropa que empezaba a mojarse también, ofreciéndome ayuda, sin nada más que una camiseta y unas braguitas que se vislumbraban claramente. Creo que tardé en contestar, porque me había quedado petrificado y no era por la lluvia precisamente.

  • Sí, si no te importa, no quisiera que se empape la madera - le respondí aún alucinado por la visión de aquel cuerpo semidesnudo.

  • Ahora mismo bajo – contestó muy dispuesta mi vecina.

Y así como estaba apareció ante mi, nunca la había visto tan sexy y eso que ella lo era siempre, sobre todo porque vestía de una forma bastante provocativa. Aún así era la primera vez que la veía en camiseta de tirantes y encima se le estaba empezando a empapar.

Supongo que mi mirada de corderito degollado la hizo darse cuenta de que con las prisas había bajado tal y como estaba, con la camiseta y las braguitas, ya que se puso roja como un tomate al ver como la miraba. Aún así e imagino que para evitar incomodidades pareció no darle importancia y siguió como si aquello fuera lo más normal del mundo. En cambio yo, no podía dejar de mirarla, incluso tuvo que ser ella la que me preguntara:

  • ¿Qué hago? ¿Dónde las pongo?

Había cogido un par de tablas y esperaba mis indicaciones como si hubiera hecho aquello toda su vida.

  • Ahí dentro, en el pasillo.

  • Bien.

Dejó las tablas donde le había indicado y salió a por un par más. Mientras ambos tratábamos de quitar las tablas del patio me preguntó:

  • ¿Cómo va la reforma?

  • Bien - le contesté, mientras inevitablemente mis ojos se perdían en su culo...

En ese mismo momento lo que menos me importaba era la lluvia y las maderas, porque la visión de mi vecina, esa que me tenía loco, estaba ahora mismo a poquísimos centímetros de mí, con la camiseta empezando a empaparse de lleno y unas braguitas igualmente mojadas que le quedaban de miedo. Cada vez que me hablaba, trataba de dirigir mis ojos a sus preciosos ojos azules, pero era inevitable que mi vista siguiera el reguero que hacía el agua sobre su impresionante cuerpo, que se perdía por su canalillo, bajaba por sus potentes muslos, transparentaba sus pezones marrones, y llegaba hasta el contorno claro de sus braguitas, dándole un color moreno a su pubis, como una pequeña tirilla o eso al menos me parecía. Ella me sonreía sin parar, supongo que para evitar la incomodidad que mis miradas le causaban y yo solo podía pensar que era preciosa, y que así, mojadita, se veía resplandeciente como un rayo de sol

  • Te estás empapando... - le indiqué.

Ella se fijó en su indumentaria y soltó un leve suspiro al verse de esa guisa, con su ropa completamente mojada y casi totalmente transparente, mostrando con claridad cada una de sus curvas.

Se puso roja como un tomate al oír aquel comentario y se la notaba incómoda, supongo que por un segundo deseó desaparecer de allí. También se la notaba nerviosa, tanto que incluso yo me sentí perturbado.

  • ¿Quieres una toalla? Anda, vamos dentro – le propuse para salir de aquella embarazosa situación para ambos.

  • Sí, será mejor – aceptó ella sabiamente.

Entramos en el piso, ella iba detrás de mí y aunque no podía verla, si noté que trataba de taparse con las manos; supongo que le disgustaba sentirse casi desnuda. Al llegar al comedor musitó:

  • Lo siento, yo...

La miré, pero esta vez a los ojos y ella volvió a suspirar.

  • Espérame aquí, ahora te traigo la toalla – le indiqué.

Mientras me alejaba por el pasillo me dijo:

  • Pensarás que soy una desvergonzada bajando a toda prisa de esta guisa.

Me metí en mi habitación y desde allí le contesté:

-¿Desvergonzada dices? Eres como un sueño. Estás.... preciosa - le dije .

No sé por qué dije eso, supongo que el estar yo en mi habitación y ella esperándome en el pasillo me animó a hacerlo, cuando no le vemos la cara a nuestro interlocutor es más fácil ser sincero con él. El silencio que vino a continuación se hizo muy largo. Y esperaba que o me cruzara la cara cuando estuviera frente a ella o incluso me negara la palabra para el resto de mi vida. ¿Por qué había dicho aquello? Me pregunté, dándome cuenta de que le podía molestar y hacer sentir incómoda. Salí al pasillo con una toalla, a la expectativa para ver si continuaba allí. Se había quitado las manos de su cuerpo ya no se tapaba, y creo que estaba en estado de shock o algo parecido, porque permanecía de pie, impertérrita, sin mover ni siquiera un músculo.

  • Perdona, he sido desconsiderado. No quería molestarte – traté de disculparme.

  • Para nada. Solo estoy sorprendida – contestó con una encantadora sonrisa en sus labios, que al verla hizo que me arrepintiera de lo que acababa de decirle; primero porque yo tenía novia y ella estaba casada, y segundo, porque volvía a estar roja como un tomate.

  • Toma - le dije alcanzándole la toalla y sintiéndome también muy avergonzado.

Ella la cogió y se secó la cara, el escote y mientras seguía secándose nuestros ojos volvieron a cruzarse y en ellos vi un brillo especial, una ilusión tal vez, no sé, algo que me hizo sentir admirado por ella.

  • Tú también te has mojado - dijo acercándose a mi y secándome la mejilla con una esquina de la toalla. Estábamos tan cerca que podía sentir el calor de su piel en mis labios, además de su corazón latiendo a mil por hora, lo que hizo que algo dentro de mí me dijera: "Hazlo, bésala, lo estás deseando como nada en el mundo, hazlo". Pero no osaba hacerlo, a pesar de que tenerla tan pegada a mí me volvía loco y sentía unas ganas tremendas de besar esos labios. Su cara estaba mojada y su pelo y desde luego su ropa que era casi una gasa, pues marcaba su figura de una forma increíble y ella parecía estar más tranquila a mi lado. Afuera seguía lloviendo y con más fuerza, se oía la lluvia repicar en los cristales.

  • Bueno, yo me puedo cambiar, pero tú vas a coger una pulmonía como sigas así - le dije olvidándome del beso y pensando que si lo hacía quizás la asustaría.

  • Sí, tendría que cambiarme de ropa, pero no puedo salir así, parece que estoy desnuda - contestó señalando su cuerpo empapado.

Yo estaba totalmente empalmado pues la visión de su cuerpo me abrumaba, y a pesar de querer disimularlo, creo que ella se había dado cuenta.

  • Te puedo dejar algo de mi chica que tiene aquí en casa.

La verdad es que mi novia es muy delgada y no estaba seguro de si su ropa le pudiese valer, pero lo intenté, por aquella mujer valía la pena intentarlo todo. Volví a la habitación y busqué en el armario algo que le pudiera servir. Antes de abrir el armario y al girarme hacía él (ya que este estaba junto a la puerta) me sorprendí al verla en el quicio de la puerta, al parecer me había seguido sin que yo me diera cuenta, traté de mostrarme natural y metiendo medio cuerpo dentro del armario le dije:

  • A ver que encuentro.

Supongo que mientras yo estaba buscando ella observó la habitación detenidamente, ya que las mujeres no pueden resistirse a esas cosas. Finalmente encontré un vestido que me pareció que podría servirle y tendiéndoselo le dije:

  • No sé si te valdrá, mi novia es más bajita que tú y...

  • Bueno - lo cogió y empezó a ponérselo, pero al tratar de pasarlo por los brazos no le entraba.

Entonces intentó quitárselo pero tampoco podía, se le había encallado.

  • Uf, creo que me va demasiado estrecho, ni me entra ni me sale, tendrás que ayudarme - me pidió medio embutida en aquel vestido.

  • Ya lo decía yo... - murmuré nervioso. Y entonces posé mis manos en su cintura.

Me sentí en la gloria aferrándome a ella, intentando en vano subir el vestido. ¡Dios, como estaba la condenada de mi vecina! Acostumbrado a verla con ropas más holgadas, el vestido le sentaba cien mil veces mejor que a mi novia a pesar de no caberle prácticamente. Estaba demasiado ceñido pero precisamente por eso, se la veía aun más hermosa, mostrando sus endiabladas curvas. Lamentablemente no le entraban las mangas y tuve que ayudarle, no sabía como, pues entendía que debajo de esa prenda no llevaba nada más. Me excité más al pensar en eso y rozar su cuerpo casi desnudo. Me sentía algo cortado y dudé en si debía ayudarle, hasta que finalmente lo hice. Tiré del vestido hacía arriba intentando quitárselo.

  • No sale - dije sintiéndome avergonzado por aquella situación tan extraña.

  • Tira fuerte hacia arriba, no te cortes, total ya me has visto prácticamente desnuda – contestó ella con total descaro como si estuviera acostumbrada a situaciones como aquella.

Tiré del vestido y lo hice tan fuerte que este se rompió por una de las costuras laterales. Me puse rojo como un tomate, pues aquello no hacía más que empeorar la situación, ya que parecía que en lugar de vestirla quisiera hacer todo lo contrario; aún así no pude evitar volver a mirarla con deseo. Ella me sonrió primero y luego se rió por la extraña y divertida situación. Yo también empecé a reír.

  • Será mejor que me lo quite – dijo ella y deslizando el vestido hacía abajo rozó la erección que aquella situación había producido en mí, ya que seguía pegado a ella - perdón – me dijo.

Y de nuevo al mirarle a los ojos sentí aquellas ganas de besarla, de pegar aún más mi cuerpo al suyo y dejarme ir. Pero cuando aún me lo estaba pensando, cuando aún no acababa decidirme a dárselo, sentí como era ella la que ponía su mano en mi cuello, acercaba sus labios a los míos y me besaba, su lengua buscó la mía y al sentirla no pude hacer nada más que corresponderla; la tomé por la cintura e introduje mi lengua en su boca besándola como si me fuera la vida en ello. Sentí como su piel se erizaba y como se pegaba a mí, haciendo que mi erección creciera en mi entre pierna al sentir ese maravilloso contacto.

No podía creerme la suerte que tenía, mi vecina estaba desnuda a escasos milímetros de mí y me estaba besando. Su cuerpo me pareció fascinante y no podía reprimir el deseo de devorarla, pero algo me tenía completamente inmóvil, no atinaba a reaccionar.

  • Deberías quitarte la ropa - me dijo ella sonriente, en pelota picada, con toda la naturalidad del mundo, como si hubiéramos hecho aquello millones de veces. Yo seguía sin reaccionar.

  • Espera que te ayudo - añadió viendo que yo no reaccionaba y comenzó a desabrochar mi pantalón, mi camisa....

Yo la miraba a los ojos extasiado, era tan preciosa, sus hermosos pechos, sus interminables piernas, su atrayente sexo, me tenían hechizado. Y ella continuaba desnudándome, como si tal cosa, como si fuera lo más natural del mundo que estuviéramos en mi habitación enrollándonos.

Me quitó la camisa y acarició mi pecho desnudo con una delicadeza que me hizo estremecer. Luego me quitó los pantalones y ante ella apareció una hermosa erección bajo el slip, mi deseo aumentó en ese momento al ver su cara tan cerca de mi sexo. Deslizó los pantalones hacía abajo y me miró. Luego se puso en pie de nuevo y me besó, tras lo cual me preguntó:

  • ¿Estás bien?

  • Sí - respondí - muy bien, pero es que... – Seguía casi inmóvil, sin entender lo que estaba pasando, sin saber como reaccionar y dándole mil vueltas al hecho de que no deberíamos hacer aquello, pero que era algo inevitable.

Puso su dedo sobre mis labios haciéndome callar, adivinando lo que iba a decir y musitó:

  • No pienses ahora, sólo déjate llevar. Dejémonos llevar por este momento.

Mis manos recorrieron su espalda y se hundieron en su culo apretándolo firmemente, nos besamos de nuevo, y sentí como mi sexo pletórico de deseo empujaba su vientre. A ella también se la veía sedienta, deseosa y cada vez más excitada; sobre todo cuando una de mis manos se perdió entre sus nalgas hurgando hasta llegar a su vulva para acariciarla suavemente. No podía creerme que ese culo, ahora desnudo, estuviera bajo mis manos y lo estuviera sobando como tantas otras veces había imaginado en mi sueños. Mi vecina me había dejado con mi slip a punto de reventar y se dejaba acariciar por mis manos temblorosas que recorrían su cuerpo desnudo buscando excitarla. La tersura de su culito era aun mejor que en mis sueños. Cuantas veces la había visto subir a su casa por la escalera del patio y me quedaba embobado viendo aquel precioso trasero que meneaba de aquella indecente manera. Ahora, increíble pero cierto, lo tenía agarrado entre mis manos. Su pecho desnudo se apoyaba ligeramente sobre el mío haciéndome sentir su tersura suave. Su boca entreabierta solo me provocaba una cosa: besarla. Y así lo hice, la besé con todas las ganas y nuestros cuerpos se unieron más, quedando completamente pegados. Mi boca se perdía en la suya, su lengua jugaba con la mía, mientras mis manos sobaban su culo, y descendían de vez en cuando para acariciar su rajita húmeda. Sentía ese frágil cuerpo que ahora era mío entre mis manos, y no me lo podía creer.

Su mano empezó a acariciar mi sexo, creo que ambos habíamos deseado aquella situación un millón de veces y ahora se estaba haciendo realidad. Nuestros labios se separaron y sin dejar de mirarme a los ojos descendió poniéndose de rodillas frente a mi sexo erecto. Me quitó el slip despacio, mientras yo la observaba con una grata sonrisa, cogió mi verga con la mano, la acarició. Mi polla estaba hinchadísima y ansiosa por sentir aquellos labios alrededor, por sentir el calor de aquella boca en mi glande. Inmediatamente noté como hundía en su boca mi hinchado bálano y empezaba a lamerlo despacio, saboreándolo, dándole pequeños lametazos y descendiendo luego por el tronco. Cerré los ojos, y me sumergí en las sensaciones, en el deseo.

Qué manera de chupar tenía aquella mujer. Me deshacía en la caricia que estaban haciendo sus labios sobre mi glande, que recibía con tanta dulzura y tanta pasión, posé mis manos sobre su cabeza, primero para no caerme y también para hacerle sentir que estaba transportándome al cielo con sus precisas lamidas. Lo hacía con toda la energía y sumo cuidado, como si estuviera chupando un icono sagrado. Nunca antes había sentido nada parecido. Su lengua bordeaba el tronco de mi miembro que se tensaba cuando su boca alcanzaba a besar casi la base. Tan solo cuando sacaba y daba leves besitos en la punta, respiraba, me miraba a los ojos y volvía de nuevo al ataque. Saqué sus manos de mi sexo y tiré de ella empujándola para que se tumbara sobre la cama ya que quería ser yo quien le diese el mismo placer que antes había recibido. Tumbada sobre esta con las piernas colgando estaba bellísima y desprendía un deseo sublime, podía ver su sexo húmedo llamándome a gritos. Y allí me dirigí presto a besar sus ingles, a introducir mi lengua en cada uno de sus pliegues, arrodillándome ante él.

  • Si, si, que maravilla - gimió al sentir mi lengua hurgando en su vulva, repasando sus labios vaginales.

Esas palabras dichas con toda la ternura y su mano acariciando mi pelo me invitaban a esforzarme aun más en mi vecina adorada para sacarle todo el placer que pudiera.

Y producto de aquellas caricias bucales, su cuerpo empezó a temblar de placer mientras gemía. Apretó mi cabeza con sus manos, enredando sus dedos en mi pelo. Gimió y suspiró, mientras su cuerpo se arqueaba y empujaba hacía mi boca. Mi lengua se adentró aún más en aquella cueva, lamiendo y chupeteando su clítoris, descendiendo hasta su vulva y lamiendo sus labios vaginales, pasando mi lengua muy lentamente por ellos, luego la adentré en su vagina y un:

  • ¡Aaaahhh! - Escapó de su garganta.

Mi hermosa vecina se convulsionaba con cada una de mis lamidas en su preciosa rajita, que se abría como una flor recibiendo generosa cada una de mis caricias, las que le proporcionaban unas veces mis dedos, otras mis labios, otras mi lengua. Y cada vez se agarraba a mi cabeza con más fuerza, como si fuera la primera vez que le hacían aquello. Tiró de mi pelo, para que me levantase. Sin duda que estaba a punto de correrse, pero quería hacerlo de otra manera. Estaba caliente, muy caliente, lo notaba, lo veía en su cara.

  • Fóllame - dijo mirándome fijamente a los ojos.

Nos besamos, con unas bocas desesperadas que parecían estar esperando este momento como nunca antes. Ella sobre la cama me abrazaba con sus piernas rodeando mi culo. Nuestros sexos entraban en contacto por primera vez, y se besaban también ligeramente, eso nos hizo gemir a los dos, cerrar los ojos y echar nuestra cabeza hacia atrás, viviendo a tope ese instante. Ella agarró mi glande, lo acarició con la punta de sus dedos y lo orientó a la entrada de su rajita y este penetró como un cuchillo en la mantequilla. Parecíamos explotar de placer, jadeando, cuando mi miembro se introdujo por entero en su precioso cuerpo.

Sentir cada embestida de mi sexo entrando en el suyo, mientras la lluvia repicaba en los cristales de la ventana que teníamos detrás fue sublime. Su cuerpo se derretía de placer entre mis manos, sus besos llenaban mi piel de calor y goce, jadeábamos conjuntamente, ambos empujábamos tratando de sentirnos más profundamente. Mi polla entraba en ella una y otra vez, primero lentamente, haciendo que su bello se erizara, luego acelerando mis movimientos haciéndola estremecer sin remedio. Se abrazó a mí, pegó su boca a mi oído y me susurró:

  • Córrete cabrón, lléname con tu leche.

Y no sé si fue eso o las ganas que ambos teníamos pero los dos empezamos a gritar más fuerte y a empujar más hasta que el orgasmo explotó en nuestros cuerpos al unísono. Sentir como me derramaba en ella y como ella explotaba en un mágico orgasmo que la hizo gritar y convulsionarse durante algunos segundos fue algo increíble, y luego la paz inundó toda la casa, me derrumbé sobre ella y nos quedamos un rato abrazados. Hasta que pareció que ambos despertábamos de aquel sueño a la vez. Me retiré diciendo:

  • Lo siento, no sé que me ha pasado – porque de repente me di cuenta de que todo aquello había sido un error, un terrible error, ella estaba casada, yo tenía novia y

  • Yo también lo siento, es la primera vez que hago algo así. Yo... – me dijo ella bajando su vista al suelo

Creo que ambos nos sentíamos culpables de haber sido infieles.