Infiel (VII): OBSESO SEXUAL

El lector de contadores, mi compañero de trabajo... todo ma vale, sólo busco hombres morbosos que calmen mi ansia de sexo.

Soy un horror. Lo sé, y la verdad, no me arrepiento de ello. Según me tiré a Juan, dejó de interesarme en lo más mínimo.

Hagamos un poco de memoria. Juan es el mejor amigo de mi novio. Después de vacilar durante una eternidad, terminé por conseguir que me metiera su gigantesca polla por el culo. Ese mismo día descubrí que el muy cabrón no sólo se acostaba conmigo. También se tiraba a mi novio, a Luis. Lejos de ponerme celoso, la situación me había dado un morbo increíble y había tenido uno de los mejores orgasmos de mi vida.

Todo había ocurrido un sábado porla mañana. Elresto del fin de semana lo pasé con Luis, buscando casa para irnos a vivir juntos. El pobre hasta me dio ternura, pensando que me ocultaba que se estaba tirando a otro… si él supiera lo que hacía yo… bueno, tiempo al tiempo.

Por raro que os parezca, yo seguía enamoradísimo de Luis. Más que antes, incluso. Saber que el también me era infiel me había quitado un peso de encima. Ya tenía mi objetivo en mente: tenía que maniobrar para que nos convirtiéramos en una pareja abierta, que era lo único razonable. Ahora bien, todo requiere una estrategia.

Lo curioso del caso es que en todo este tiempo, Juan no volvió a pasarse por mi cabeza.

El lunes volví a trabajar y me di de bruces con la que iba a ser mi nueva obsesión sexual. Manu. Según vi a mi compañero sentado frente a mí en el despacho, se me puso dura y supe que ese macho alto, viril y peludo era el nuevo blanco de todas mis fantasías.

  • Tío, gracias por lo del otro día. Y perdona si se me fue un poco la pinza… estaba muy pedo.

Manu hablaba, pero yo no prestaba atención a lo que me estaba contando. Me estaba imaginando cómo me desnudaba allí mismo, me levantaba con sus fuertes brazos y me follaba sin tan siquiera quitarse la ropa.

  • Tranquilo, para eso están los amigos.

  • He hablado con mi mujer, y me ha dicho que me va a dar otra oportunidad. Ha vuelto a casa con las niñas. Y quiero ser bueno. Tengo que ser bueno, qué cojones.

Mi fantasía se hizo añicos como un espejo roto. ¿Significaba eso que no me iba a follar más?

  • ¡Me alegro! Pero recuerda lo que dijimos, tío. Yo, en fin, cuando quieras… - balbuceé, me estaba poniendo rojo por momentos -. Eso, que ya sabes. A tus órdenes.

  • Tío, ya sabes que yo no soy maricón. Lo del otro día fue el alcohol. Pero ya sé que eres una zorrilla, y te quiero como eres, así que si un día quieres ponerte mis calzoncillos, no me importa.

Yo estaba tan cortado que no sabía que decir. Afortunadamente era el teléfono. Mi jefe, que fuera a su despacho. Ufff, salvado por la campana.

El resto del día lo pasé procurando evitar a Manu. Estaba demasiado obsesionado con él, y algo me decía que, si él se daba cuenta, lo asustaría para siempre. Ya buscaría la forma de cazarlo de nuevo.

Me fui a mi casa. Mis padres seguían de viaje, Luis estaba en La Coruña… y allí estaba yo, solo y cachondo. Me acordé del lector de contadores y le mandé un WhatsApp.

: qué tal, tío? qué haces hoy? estoy solo en casa y me aburro

: hola buenorro

: estoy muy cachondo

: eres una puta, siempre estás cachondo. lo q necesitas es a alguien q te dome.

: quieres domarme tú?

: necesitas aprender respeto. llámame señor.

: sí, señor. creo q necesito q me domes.

: podría ir ahora mismo a tu casa, pero tendrías que recibirme desnudo y a cuatro patas. entonces te daré tu merecido.

: sí, señor

El móvil me indicó que el tío se había desconectado. Yo me quedé parado, preguntándome si vendría o no. Estaba casi seguro de que no… el tío me estaba vacilando, y yo tenía la polla tiesa, compuesto y sin nada que hacer.

Si no fuera un obseso sexual, podría leer un libro, o ver la tele, joder.

Pero era un obseso sexual, así que me despeloté, me senté delante del ordenador y me puse a leer historias en TodoRelatos.com

Habrían pasado unos veinte minutos cuando sonó el timbre. Simultáneamente, vib´ro mi teléfono. WhatsApp.

: abre a tu señor

Flipando en colores, le di al botón del telefonillo, abrí la puerta de casa y esperé en pelotas y a cuatro patas, como me habían ordenado. Alguien entró y cerróla puerta. Sólopude ver que llevaba unas botas altas estilo militar. Sin dudarlo, me puse a chupar la punta mientras mis manos temblorosas intentaban desabrochar una de ellas. Con un poco de ayuda por su parte, logré quitársela. Aspiré su aroma… joder, este tío me ponía muy, muy cachondo.

Le quité el calcetín y me puse a chuparle los dedos de los pies. Él levantó el otro pie y me pisó la cabeza, suave pero firmemente.

La situación me estaba dando demasiado morbo.

  • Mírame.

Yo me incorporé un poco y le miré. Llevaba puestos unos vaqueros ajustadísimos que dejaban ver con claridad su enorme erección y una chupa de cuero. Me miró, se lamió los labios y echó a andar hacia el cuarto de baño de mis padres.

  • Métete en la ducha.

Yo obedecí.

  • Cuando te hable tienes que decir: sí, amo.

  • Sí, amo.

Sacó unas esposas del bolsillo de su cazadora y me puso una de ella. La otra la enganchó al grifo, que salía dela pared. Nuncame había visto en una como ésta, y no estaba seguro de qué pensaba sobre ello… aunque joder, lo estaba pasando bien.

El tío se abrió la bragueta, se sacó la polla y apuntó a mi cara. Tardó unos cuantos segundos, pero al fin consiguió dispararme un chorro fuerte y caliente de orina… un chorro amarillo, oloroso y caliente de meada de macho…

Con mi mano libre, empecé a pajearme.

  • ¡Quieto! No te he dado permiso para que te toques.

  • Perdón, amo.

Con gran parsimonia, volvió a guardarse la polla y se sacó una especie de bate metálico del bolsillo. No era muy grande, pero si era para lo que yo temía, acojonaba.

  • Ponte a cuatro patas.

  • Sí, amo.

Unos segundos después, esa cosa fría y metálica estaba taladrándome el trasero. Para mi alivio, al parecer el muy cabrón había tenido tiempo de untarla de vaselina, así que la cosa entró con relativa facilidad.

Mi polla estaba a mil por hora.

  • Ahora quiero que me hagas una mamada.

  • Sí, amo.

Me incorporé lo mejor que pude, entre las esposas y el bate metido por el culo, quedándome de rodillas dentro dela bañera. Conmi mano libre, le bajé la cremallera a mi amo, le saqué la polla durísima y empecé a mamársela. Él me agarró por el pelo, húmedo por su meada, y empezó a follarme la boca como un poseso. Me metía el rabo hasta el fondo de la garganta, y a mí apenas me daba tiempo de mover la lengua para aumentar su placer.

El tío empezó a gemir a lo bestia, como un oso a punto de comerse a su víctima, y se corrió en mi boca. La corrida era tan grande que me rezumó por los labios, pero conseguí tragarme la mayor parte.

  • No quiero que te corras hasta que yo te dé permiso. Y si me desobedeces, lo sabré.

Se agachó y me dio un morreo de los que hacen historia, con su lengua repasando cada uno de los recovecos de mi boca. Después tiró la llave al suelo del baño y se marchó. Oí la puerta cuando él salió a la calle, dejándome solo, excitado, empalmado y un poco confundido.

Creo que ya me vais conociendo lo bastante para saber que al día siguiente fui al trabajo más cachondo que una mona en celo. El lector de contadores había sido toda una sorpresa, y la verdad, estaba deseando ver qué más me deparaba mi extraña relación con él. El caso es que llegué a mi despacho para enfrentarme con mi némesis sexual: Manu.

Me pareció que estaba más morboso que nunca. Llevaba barba de un par de días. Se había cortado el pelo hacía poco y lo tenía muy corto, tanto que casi se le veía el cráneo. Llevaba puesta una camisa blanca ajustada que se le ceñía perfectamente a los pectorales y dejaba adivinar el pequeño michelín de su cintura. En cuanto al pantalón, era gris, se iba estrechando conforme bajaba por la pierna y le hacía un culo de espanto. Zapatos, llevaba unos negros de cordones que me parecieron inmensos. Nunca me había fijado en los pies de Manu, pero tras la experiencia del día anterior con el lector de contadores, había desarrollado un nuevo morbo por los pies. Manu era un tipo alto, mediría 1,85 o algo más, pero a pesar de ello su pie me pareció desproporcionadamente grande.

Una idea me cruzó la mente.

No había llegado a franquear la puerta de mi despacho, así que Manu no me había visto. Entré y cerré la puerta, cosa que no era tan extraña: solíamos cerrar cuando teníamos que hablar por teléfono o algo así. Dejé mi chaqueta en el perchero y caminé hacia donde estaban nuestras mesas, enfrentadas la una a la otra.

  • Hola colega, cómo vas – me dijo.

Yo no respondí. Me agaché y me metí debajo de mi mesa, lo cual me permitía ir directamente debajo de la suya y con una ventaja añadida: por la disposición del despacho, nadie que entrara podría verme.

Me puse a cuatro patas y procedí a desabrocharle uno de los zapatos. Con cuidado exquisito y manos temblorosas, se lo quité, dejando al descubierto el enorme pie protegido por un calcetín ejecutivo.

El muy hijoputa no dijo nada de nada. Podía oírle teclear, como si tal cosa.

Le quité el calcetín y empecé a lamerle los dedos de los pies. Empecé por el meñique, metiéndomelo entero dentro de la boca, y seguí con el resto de dedos. Después cogí el pie entre mis manos y empecé a chuparle la planta.

Un sonido. Manu estaba marcando el teléfono. Yo no hice caso, seguí comiéndole el pie mientras mis manos trataban de quitarle el otro zapato.

  • ¿Cariño? Soy yo. ¿Cómo estás hoy?

El cabronazo de Manu estaba llamando a su mujer mientras yo le trabajaba los pies… no podía creérmelo. Pero la situación me estaba dando cada vez más morbo.

  • Te llamo porque estoy cachondo… ¿te acuerdas de lo de anoche?... hacía demasiado tiempo… claro que te quiero cariño… y te deseo… ¿puedo decirte una guarrada?... me encanta cómo te sabe el coño… claro, te follaría ahora mismo…

No me lo podía creer. Ahora tenía los dos pies de Manu a mi merced, mientras él hablaba con su mujer de volver a tirársela. Era un cabronazo, un hijo de puta integral. Por eso me gustaba.

Decidí ser un poco más atrevido. Me incorporé un poco y empecé a palparlela entrepierna. Latenía dura como una piedra. Manu deslizó su silla hacia delante, para proporcionarme mejor acceso, pero siguió hablando con su mujer como si tal cosa.

  • Esta noche voy a hacer que te corras otras siete veces.

Yo le desabroché la bragueta, le saqué la polla y empecé a comérsela a lo bestia.

En ese momento, mi jefe entró en el despacho.

  • Hola, Manu, ¿no ha llegado tu compañero?

Me dio un vuelco el corazón, hasta que me di cuenta que era geométricamente imposible que el jefe me viera desde el lugar en el que estaba arrodillado.

  • Te tengo que dejar, cariño – y colgó -. Pues está por aquí, ha dejado su chaqueta. No sé qué tenía entre manos, pero le he perdido de vista.

Mientras Manu y mi jefe hablaban, yo seguía comiendo rabo a base de bien, aunque con enorme cuidado de no hacer el más mínimo ruido.

  • Perfecto. Quería hablar contigo.

Para mi espanto, el jefe entró, cerró la puerta y se sentó en mi silla. Ahora sí, como mirara hacia abajo, había una posibilidad más que razonable de que me viera. Yo no sabía que hacer, así que seguí chupando como si tal cosa.

  • Vicente se va de la empresa, así que he decidido ascenderte. Enhorabuena, eres mi nuevo adjunto. Él se queda todavía una semana, pero quiero que empieces a ejercer desde hoy mismo. En cuanto él se vaya, quiero que te instales en su despacho.

Zas. A Manu debió de encantarle la noticia… normal, que te asciendan a director adjunto al mismo tiempo que alguien te la está mamando debajo de la mesa debe de ser impresionante, debe de hacerte sentir todo un macho alfa. A Manu le gustó tanto que se corrió en mi boca. Noté los lefazos contra el fondo de mi garganta, y tuve arcadas, claro que tuve arcadas, pero no podía hacer el más mínimo movimiento o el jefe me pillaría. Tuve que tragármelo todo.

Manu suspiró.

  • Gracias, jefe.

No sé lo que ocurrió a continuación. Hubo un largo silencio. En ese momento, pensé que el jefe me había pillado, que de algún modo me había visto arrodillado debajo de la mesa mamándole el cipote a Manu, pero era imposible… ¿o no? Supuse que habría dicho algo. ¿O no?

Al cabo de ese incómodo silencio, se levantó y abrió la puerta.

  • Recuerda lo que he dicho. Quiero que ejerzas desde hoy. Así que ponte a mandar.

Y salió del despacho, cerrando la puerta y dejándonos a los solos. Yo esperé un poco, pero Manu no dijo nada. Así que me saqué su polla de la boca, con cuidado se la guardé dentro del slip, le cerré la cremallera y me puse a colocarle los calcetines y los zapatos. En medio de mi tarea, el cabrón se puso a escribir otro mail.

Al fin, salí de debajo de la mesa y me senté en mi sitio.

Manu me miró como si tal cosa.

  • Felicidades, jefe – le dije.

  • Gracias – sonrió él.

Imagino que la frase iba con doble sentido…