Infiel, tres veces

Una mujer debe hacerse cargo en su casa de un huésped compañero de estudios de su marido, pues éste está de viaje. Y al poco de llegar y recogerle en el aeropuerto se encuentra dulcemente empalada por el amigo.

Cuando Ernesto me dijo que venía Juan Luis, su inseparable amigo en la universidad, no le di la menor importancia al asunto. Cierto es que mi marido me había contado de las aventuras que pasaron juntos en aquellos años y del éxito que solía tener su amigo con las mujeres, pero eso ya se me había olvidado. Tampoco le recordaba de cuando asistió a nuestra boda, en esos días lo último en lo que se fija la mente es en los rostros de tanta gente que asiste a la fiesta.

Él venía a una cita de negocios y Ernesto le había ofrecido nuestra casa, aprovechando que tenemos un cuarto para huéspedes.

La situación se tornó peculiar cuando intempestivamente mi marido tuvo que salir a Chihuahua un día antes de la llegada de su amigo. Por tal motivo, me encargó que recogiera en el aeropuerto a Juan Luis y lo trajera a casa. Tuve que hacer el papelito ese que siempre me pareció ridículo, de escribir en un cartón el nombre de la persona que se tiene que recoger, y exhibirlo a todos los pasajeros que arribaban, esperando que el susodicho se aparezca. Después de un buen rato por fin apareció. ¡Qué guapo era! Me sorprendí mucho porque me lo imaginaba más normal, pero su 1.90, sus ojos claros y su sonrisa encantadora me hicieron olvidar el mal humor que moverse desde Santa Fe hasta el aeropuerto provoca a cualquiera.

Nunca entendí por qué me puse tan nerviosa al verle. Él me saludó como si me conociera de toda la vida, de beso y abrazo, pero se cohibió un poco al notarme nerviosa. Seguramente en esos momentos le parecí una retrasada mental, creo que le contesté "bien" cuando me preguntó si tenía largo rato esperando y "no, voy llegando" cuando me dijo que cómo estaba. Ni siquiera un "cómo te fue en el viaje" se me ocurrió. Había quedado en calidad de idiota, pero pronto me sentí mejor; su plática amena me sacó tres carcajadas en el trayecto al estacionamiento.

"Es una lástima que Ernesto haya tenido que salir a Chihuahua", me comentó mientras enfilábamos hacia la casa. "Me había prometido que iríamos a recordar los viejos tiempos", continuó en tono de broma pero con cierto aire de invitación. "Pues si quieres te llevo a cenar", le contesté un poco comprometida pero al mismo tiempo con muchas ganas de ir a dar la vuelta.

El camino fue todo risas. Cuando me platicó la anécdota de que él y mi marido habían pasado una noche en la delegación por andar borrachos en la vía pública cuando estaban en la universidad, no pude contener mi risa al imaginarme el cuadro patético.

Cuando llegamos al restaurante me preguntó si no tenía inconveniente en que nos sentáramos mejor en la zona del bar, a lo cual accedí gustosa. ¡Hace tanto no salía con Ernesto en ese plan! Cuando pasó amistosamente su brazo por mi espalda para conducirme, sentí una emoción indescriptible, "¿estoy teniendo un affaire?" me preguntaba mientras caminaba hacia la mesa. La música, un poco alta de volumen, hizo que nos mantuviéramos muy cerca para poder escucharnos; cada vez que acercaba su aliento hacia mi oído para poder hacerse escuchar, sentía que mi corazón latía más rápido. Platicamos un rato y a la tercera copa se animó a tomarme de las manos. Yo sabía lo que tenía que hacer: quitar mis manos y pedirle que ya nos fuéramos; pero no sé qué me paso, no quise hacerlo. En cambio, le sonreí aceptando su juego. Él entonces se acercó, me abrazó y me empezó a besar el cuello. En ese momento yo ya me sabía entregada. Luego llevó su boca a mis oídos y me preguntó "¿quieres ir a un hotel?". Excitada al máximo asentí con mi cabeza mientras mi cuerpo se llenaba de nerviosismo. "¡¿Qué estaba haciendo?!... ¡y con el mejor amigo de mi marido!"...

Él pidió la cuenta y salimos abrazados del bar. Una vez en la camioneta, nos comenzamos a besar. La oscuridad del lugar nos invitó a llevar nuestras caricias más allá de lo que la prudencia ordenaba. Pronto me vi con sus ansiosas manos bajo mi falda, procurando retirarme las pantimedias. Yo me levanté un poco para que lograra su propósito. "Vámonos a los asientos de atrás" me indicó. Yo obedecí aprovechando la amplitud de mi camioneta. Él a continuación desabotonó mi blusa, retiró mi sostén y comenzó a besarme los senos de una manera en verdad deliciosa. No hacía falta que yo cerrara los ojos, porque la oscuridad del lugar era total. Tomó mi mano y la llevó a su entrepierna. Supe entonces lo que quería; desabroché su pantalón, saqué su paquetito y empecé a acariciarle suavemente mientras él seguía besando mis senos. Poco a poco fue descendiendo sus labios hasta el punto de llegar a mis pantaletas, las cuales retiró con suavidad... abrió entonces mis piernas y condujo su lengua hacia mi sexo frotándome con ella como jamás nadie lo había hecho. "Sigue, por favor" le hubiera dicho, si el temor a parecerle demasiado impura no me hubiera gobernado; en cambio, callé cuando retiró su boca de entre mis piernas para llevarlas a la mía, para continuar su movimiento dentro de mi boca. Dirigió entonces con exquisita puntualidad su deliciosa carne hacia dentro de mí. "Ponte un condón, por favor" debí decirle, pero el temor a que no tuviera me inhibió, preferí correr el riesgo. Su ingreso en mí me hizo sentir morir de placer. Sus exquisitos balanceos se apoderaron del lugar, y pronto los naturales ruidos de un auto que alberga a dos amantes en entrega, aparecieron. Pero la oscuridad era nuestra aliada y pudimos seguir el baile del placer... hasta que por fin llegué. Puedo decir con toda seguridad que hacía mucho tiempo no sentía un orgasmo tan delicioso... me atreví a gritar de placer. En ese momento no me importó que alguien nos oyera. Él, caballeroso, paró unos instantes para dejarme disfrutar el momento. Después continuó meciéndose sobre mí hasta satisfacer sus ansias... Descansamos unos instantes. No atiné qué decirle cuando llegó el momento de decir algo. Él en cambio dijo algo así como que ya no necesitábamos el hotel, y estallamos ambos en risas. Como pudimos, nos vestimos en la oscuridad y enfilamos hacia la casa sin mayores remordimientos.

Más tarde le mostraba el cuarto de huéspedes, donde dormiría. Él me dijo que tomaría un baño antes de dormir y me despidió con un beso en la boca, el cuál rechacé por el temor a ser sorprendidos por Ofelia, la sirvienta de toda la vida que había sido nana de mi marido. Me retiré a mi cuarto e igualmente decidí darme un baño. Esa noche fue de insomnio. Los remordimientos que se habían ausentado, ahora empezaron a aparecer. "¡Qué hice!" me recriminé por varias horas, hasta que quedé profundamente dormida.

A la mañana siguiente desperté con un sabor amargo en la boca. El temor a las consecuencias de mis indecencias se apoderó de mí. No sabía ni cómo vería a la cara a Juan Luis... ¡y a Ernesto! En eso Ofelia tocó a mi cuarto para llevarme el desayuno a la cama. Cuando le recordé que teníamos un invitado y que desayunaría en el comedor, me informó que Juan Luis había salido temprano a sus asuntos y que había dejado dicho que me llamaría más al rato. Ello me tranquilizó un poco. Por lo menos no tendría que verle inmediatamente.

Cerca de la hora de la comida recibí su llamada. Quería que nos viéramos en un restaurante de la zona "Rosa". Obviamente me negué y le pedí que me disculpara, porque estaba un poco desconcertada con lo que había ocurrido. Me comentó que no había problema y antes de transcurrida una hora estaba a la puerta de la casa. Ofelia le hizo pasar. Él me saludó como si nada y con un gesto gentil me pidió que le acompañara. Tomó dirección del cuarto de huéspedes. Yo no quise que cerrara la puerta para no inquietar a Ofelia.

Me pidió que me sentara junto a él en la cama y me ofreció un estuche. Al abrirlo descubrí una hermosa gargantilla de oro, con unas bellísimas incrustaciones de diamantes. "Es muy bonita, tu esposa se va a poner muy contenta" le comenté. "¿Por qué?, si es para ti", me contestó al tiempo que la tomaba en sus manos para colocarla en mi cuello. "Bien sabes que no puedo aceptar este regalo, Juan Luis, por muchas razones", le dije, pero sin dar respuesta a mi comentario, simplemente acercó sus labios a los míos y me tomó entre sus brazos con gran ternura. De nuevo me encontré entonces ante el reto de vencer a la tentación; de nuevo me vi derrotada por ella.

Sin dejar de besarme, me recostó suavemente en la cama y con sus manos comenzó a recorrer deliciosamente mi cuerpo. Yo sabía que no debía ocurrir aquello, pero una fuerza mayor a mi voluntad me obligaba a seguir disfrutando de aquellos momentos. Sólo atiné a pedirle que cerrara la puerta, a lo cual obedeció diligentemente. Poco a poco fue desprendiéndome de mi atuendo, una a una, cada prenda fue sucumbiendo ante su ansiedad, hasta que ambos quedamos completamente desnudos. Besó entonces cada centímetro de mi piel, mi boca, mis oídos, mi cuello, mis senos, mi vientre... Mis muslos... abrió entonces mis piernas con desmedido anhelo... recorrió la parte interna de mis muslos y finalmente lo tuve aquí... su lengua se movía con fervoroso ánimo regalándome momentos exquisitos de verdad. Poco a poco, pero sin dejar de beberme, fue desplazándose hacia mí, como para formar eso que llaman el sesenta y nueve. Me estaba pidiendo correspondencia y en esas condiciones no podía negársela. Le besé con cautela en un principio, pero poco a poco tomé la confianza necesaria para ofrecerle reciprocidad. Nos entregamos entonces al delicioso favor de nuestras bocas... llegamos casi juntos. Nunca antes había probado el sabor de la miel del hombre. Honestamente, no me gustó la sensación de flemas en mi garganta, pero el rostro de satisfacción de mi pareja en turno lo valió todo.

Se recostó junto a mí y descansamos un rato. Los ruidos de Ofelia me volvieron a la realidad. "¿Pero qué hice?" me pregunté de nuevo. Aquella había sido una imprudencia mayor que la del día anterior. Me paré, me vestí y salí del cuarto para huéspedes tan pronto como pude. Él me despidió momentáneamente con un guiño socarrón. En el trayecto hacia mi recámara me topé con Ofelia, pero preferí no mirarla a los ojos... no podría resistir su mirada inquisidora...

Ya en mi cuarto, me lavé la boca y me quedé meditabunda sentada en la cama... por largo rato me atormenté con el reproche de mi conciencia. Había oído historias de infidelidad de gente conocida, pero nunca imaginé que a mí me tocaría saber de eso. Sonó la puerta entonces. Mi corazón se aceleró. ¿Ofelia se atrevería a reclamar mi actitud? "Adelante" dije con voz entrecortada. Al instante siguiente veía el rostro de Juan Luis, quien se despedía porque tenía que regresar a sus asuntos del trabajo. "Llévate la camioneta", le dije ofreciéndole las llaves de mi auto. Las tomó agradecido, me dio un beso en los labios y partió.

Toda la tarde la pasé en mi cuarto; meditando sobre lo ocurrido y sobre lo que podría ocurrir al rato. Esa sería la segunda y última noche de Juan Luis en la casa, pues venía sólo por dos noches. ¿Qué es lo que debía hacer? No encontré respuesta. Llegó la noche y con ella Juan Luis con un hermoso ramo de rosas rojas para mí. ¡Hacía tanto que Ernesto no me regalaba uno! Cenamos normalmente y acudimos al salón de TV para escuchar las noticias. Él se sentó junto de mí, como si fuera mi marido, abrazándome, y de nuevo no hice nada para impedirlo. Al poco tiempo me desvistió y ahí mismo me hizo suya de nuevo... Dormimos juntos en mi recámara, y al día siguiente lo llevé rumbo al aeropuerto. "¿Arreglaste tus asuntos?" le pregunté en el trayecto. "Todos" me respondió al tiempo que colocaba su mano cariñosamente en mi entrepierna.

Ernesto nunca me preguntó sobre las rosas ni la gargantilla. Poco tiempo después descubrí que Ernesto en realidad no había ido a Chihuahua, sino a Monterrey, donde vive Juan Luis. Varios cargos en su tarjeta de crédito me lo hicieron saber. Entre ellos, uno de una joyería y otro de una florería. ¿Acaso estos granujas habían intercambiado a sus esposas sin que nosotras lo supiéramos? Creo que eso fue lo que pasó... y me gustó.

[Relato dedicado a Maite]

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