Infiel Frenesí

La entrepierna caliente dominaba su mente, nada de lúcidos pensamientos ni razonamientos deductivos, tan sólo un salvaje instinto animal la gobernaba.

INFIEL FRENESÍ

Se había dejado arrastrar a aquel juego peligroso que podría acabar con todo lo que había construido a lo largo de su vida. Su hogar, su familia, su hija, todo quedaba en juego, una apuesta perdida desde el comienzo pero que, aún así, no podía dejar de hacer. Aquellos brazos musculosos y firmes rodeando su cintura, los labios sedientos de ella recorriéndola en un mar de frenesí desatado, no podía negarse a eso, no tenía voluntad suficiente para apartarle y negarse a sí misma el goce carnal que éste le proporcionaba. La empujó contra la columna de mármol y el frío de esta traspasó su camisa blanca que él ya había comenzado a desabrochar ¡con los dientes!, cada pequeño botón nacarado caía en el suelo repiqueteando, susurrando su delito, manifestando la pasión. Pronto a estos, acompañó el resto de la camisa, flotó un momento en el aire antes de tocar suelo, mientras las manos del amante trataban de atrapar su sexo bajo el pantalón negro, tan ajustado que le presentaba un reto a resolver.

Las manos de la mujer trataban de impedirle que desabrochara el pantalón, pero era un intento vano, sabía que perdería aquella contienda desde el mismo momento en que le vio entrar en el escenario que, tan laboriosamente ella había estado preparando para la actuación de la noche. La cremallera se deslizó susurrante y las manos encontraron lo que buscaban, el sexo femenino oculto aún y protegido por la suave tela de las braguitas de color negro con puntillitas que lo decoraban. De nuevo él tomaba el control, la manejaba como una muñeca, la giró sobre sí misma y ella se vio obligada a sostenerse con ambos brazos a la firme columna del escenario. Los focos aún iluminaban desde el fondo del teatro, un haz blanco azulado que se derramaba sobre ellos haciéndolos el centro de una función sin público, cegándolos y favoreciendo el sentimiento de ser únicos sobre la faz de la tierra, una faz oscura donde el único punto de luz que quedaba eran ellos mismos. Ella gritó al sentir la ropa rasgarse y desaparecer así de su cuerpo. Él hubiera deseado apartarse un instante a contemplar su cuerpo vestido tan sólo por la lencería negra, un error fatal que habría supuesto que ella despertara de su hipnotizadora presencia y hubiera terminado con la puesta en escena. El sujetador voló de su cuerpo, las fuerzas le fallaron cuando los dientes de él se prendaron del lóbulo de su oreja, sus labios y su lengua se deslizaron por el cuello y el hombro, mientras las manos descubrían tierras más tiernas y carnosas, pálidas dunas rosadas y escasamente cubiertas de un bello oscuro y rizado que se le enredaba en los dedos, dedos que palpaban cada pliegue y curvatura de aquel territorio que les había permanecido vedado tanto tiempo.

Era el momento de saciarse, saciar la sed y el hambre de aquel cuerpo joven y jugoso que a penas mostraba algunos signos de la maternidad sufrida, sus gemidos eran como cantos en su honor, una oración que rogaba para que la hiciera suya. Una mano ávida pellizcó los pezones por turnos arrancando pequeños chillidos de placer, la diestra palpaba su próximo tesoro con fiereza, notando como la tela se humedecía por momentos y destilaba un perfume embriagador de mujer cachonda que él degustó mientras bebía de labios de ella, labios rojizos que dejaban escapar un fino hilo de transparente saliva que él deseaba para sí. Se arrodilló tras ella, mientras la mujer seguía firmemente asida a la columna, incapaz de pensar, incapaz de razonar, sólo capaz de sentir y gozar con la mente nublada por el deseo. Sus manos grandes y callosas deslizaron la braguita por sus piernas largas y tostadas por el sol, revelando el tesoro oculto de su deseo, la curvatura de sus glúteos carnosos que deseaba morder, el olor femenino era más intenso allí y lo saboreó mientras su lengua recorría la unión de los glúteos, degustando el surco prieto y suave de estos. Los pechos de ella golpeaban contra el frío mármol de la columna, sus pezones se endurecían sobresaliendo y tornándose más oscuros y hermosos. La entrepierna caliente dominaba su mente, nada de lúcidos pensamientos ni razonamientos deductivos, tan sólo un salvaje instinto animal la gobernaba.

Él masajeó el clítoris con una mano, mientras con la otra separaba las piernas y contemplaba el brillo de los jugos que se deslizaban con lentitud por el interior de sus piernas, jugo que recogió con la punta de su lengua y paladeó extasiado por su sabor y textura. Ella no lo soportó más, las piernas le fallaron y cayó de rodillas al suelo, temblorosa, incapaz de resistirse a su deseo, borrada cualquier otra cosa de su mente. Ahora ya era suya, el tiempo no importaba, su mente se había rendido y su voluntad estaba doblegada a él. Se desnudó sin dejar de mirar el bello erizado de su espalda, el insinuante pecho que asomaba bajo el brazo, los ojos entrecerrados y la boca semiabierta que dejaba escapar suspiros de deseo. Se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas y la tomó de la cintura atrayéndola hacia sí, la abrazó como si fuera un bebé indefenso, pero no lo era, y sus intenciones no eran las de proteger, sino las de doblegar. La sostuvo con una mano contra su pecho, mientras con la otra acariciaba los senos e iba deslizándose lentamente por el abdomen, recorriendo cada centímetro del tembloroso cuerpo femenino, hasta llegar a la entrepierna. Allí sepultó sus dedos ansiosos de carne, los dejó pellizcar, acariciar y tironear de los labios vaginales, arrancando gritos de placer de la mujer que tenía entre sus brazos. La penetró despacio, un par de dedos explorando la cavernosa gruta húmeda y cálida de su cuerpo, ella se retorcía incapaz de escapar a las sensaciones que se agolpaban en su cuerpo, su vida se borró de su mente, su matrimonio con el director del teatro, su embarazo, su hija de tres años, su casa en el centro ... todo .... incluso el trabajo que adoraba, cada día creaba y elaboraba el escenario para la función a representar, pero jamás imaginó que un escenario vacío y sin público, el frío suelo de la tarima y la extraña columna de mármol rosáceo fueran a convertirse en el escenario de su infidelidad. Ahora lo único que importaba era sentirle dentro de ella, firme, salvaje, poseyéndola y eclipsando todo su ser.

Cuando creyó que la preparación había sido la necesaria, el amante la sostuvo por las caderas y cintura y la obligó a tomar asiento sobre él, de espaldas a él, atravesándola con su miembro enhiesto y dejándola sentir como la iba llenando poco a poco hasta que los glúteos femeninos chocaron con los testículos del macho, la dejó allí quieta, para que tuviera tiempo de asimilar lo ocurrido, trató de huir nuevamente pero ahora era parte mas del juego que de la realidad y no le costó mucho retenerla, no ahora que estaba dentro de ella y era suya. Sus brazos la elevaron unos centímetros y la volvieron a dejar caer sobre el miembro una y otra vez, despacio al principio y más rápido a medida que los gemidos de ambos se fundían con el silencio del teatro, hasta que por fin estalló en su interior llenándola de leche caliente y viscosa que escapaba hacia fuera cubriéndolos a ambos. Ella sintió la descarga que la inundó por dentro sin llegar aún a correrse, cosa que él solucionó llevando una mano hacia su clítoris y frotándolo con salvajismo hasta que los gritos de ella y la contracción de la vagina sobre su pene, ahora algo más reposado, le dieron aviso de que ella estaba tenido al fin su orgasmo.

No le costó demasiado vestirla como lo haría con una muñeca, ella yacía en brazos de Morfeo, exhausta y con las mejillas arreboladas y el aliento saliendo aún atropelladamente entre sus labios semiabiertos. La tomó en brazos y la llevó a su despacho donde la dejó dormitando hasta que, al despertar, pudo llevarla a casa. No necesitaron más palabras, tan sólo una mirada, nada ni nadie rompería aquel secreto vivido bajo los focos del teatro. Él marcharía en busca de un nuevo destino para librarla de la culpa y el remordimiento, ya había saciado su deseo y era hora de viajar en busca de nuevas presas, una más para su particular colección ... una a la que ahora mismo está observando... una que está sentada frente a un ordenador, leyendo con avidez extrañas palabras de un relato que enrojece sus mejillas y crea un delicioso calor en el bajo vientre ... una que .... quizás ....

Fin