Infiel

Me enrollé con un chulazo en las narices de mi novio, y el tío acabó follándome el culo en su casa.

¿Os habéis preguntado alguna vez qué tendrá la infidelidad, que la hace tan irresistible? A veces me acojono pensando en las situaciones en las que me he metido yo solito, sin que nadie me obligara, sólo por el morbo de que mi novio me pudiera pillar, de que sus amigos me fueran a ver, de que alguien conozca a alguien que conoce a alguien que se lo fuera a contar…

Tengo novio, sí. Llevamos un huevo de tiempo y estoy enamorado. Pero le pongo los cuernos siempre que puedo y la ocasión lo merece. La última vez hace poco, muy poco tiempo.

Era jueves y los dos habíamos ido a un concierto. Tomamos un par de copas, así que al terminar, aunque los dos trabajábamos al día siguiente, decidimos ir a un garito y tomar la última. El caso es que no era tan tarde, así que cuando llegamos, el sitio estaba casi vacío. Pero había un tío espectacular hablando con sus amigos. Moreno, 1,80, cuerpazo. Se parecía a Ricky Martin.

Mi novio y yo no estamos mal. Los dos vamos al gimnasio desde hace mucho, somos guapotes y vestimos bien.

Yo me quedé mirando al tío en cuestión, y durante la siguiente hora, mientras el bar se llenaba y mi novio y yo bebíamos y hablábamos del concierto, me dediqué a cruzar la mirada con la del tío bueno aquel. Él se dio cuenta enseguida y empezó a devolvérmela, sin que mi novio, pobre, se diera cuenta de nada.

Terminamos las copas y yo propuse que tomáramos otra. Me acerqué a la barra a pedir y de pronto, sin darme cuenta, me encontré frente a frente con el tío bueno.

  • Me miras mucho.

Chico directo, ¿eh? Pues te vas a enterar.

  • Me gusta lo que veo.

  • A mí también me gustas.

  • Lástima que haya venido con mi novio – oye, las cosas claras y el chocolate espeso.

  • ¿Ése es tu novio? Dile que se vaya y nos quedamos tú y yo.

Miré a derecha y a izquierda. Una pared de tíos altísimos me separaban de mi novio, que no tenía ángulo de visión posible para verme. Así que le planté al tío un morreo, corto pero intenso.

  • ¿Cómo te llamas? Si me das tu teléfono, quedamos otro día.

  • Ricardo.

Apunté su móvil, pedí dos copas y volví con mi querido novio, con una erección más que considerable afortunadamente oculta por el vaquero ajustado. ¡Bingo! Dos amigos nuestros entraban por la puerta del local y se dirigieron a nosotros con gestos de sorpresa. El tío bueno, acompañado de su amigo, se situó frente a nosotros, donde yo pudiera verlo.

No había manera de calmar a mi pobre polla.

Tras quince minutos de no enterarme de qué coño hablaban mi novio y mis amigos, dije que me iba al baño. Con más bien poca discreción, Ricardo me siguió. Noté que se apretujaba contra mi espalda mientras luchábamos por avanzar en medio de la marea humana. Una vez en el servicio tuvimos la suerte de encontrar un cubículo libre, así que nos metimos juntos sin dudarlo ni un instante.

No hablamos, simplemente nos enrollamos. Tuve ocasión de tocarle el torso. Dios, qué bueno estaba.

  • No me puedo quedar aquí. Mi novio puede aparecer en cualquier momento.

  • Y yo te quiero follar.

Vale, ya me tenía en el bote. No sabía cuándo, ni como, ni dónde… pero iba a tener la polla de ese tío metida por el culo, sí o sí.

Le planté otro beso, abrí la puerta y salí escopetado del baño. Pedí otra copa. Ricardo me siguió con un poco de distancia y volvió a situarse en el lugar de antes, donde yo le pudiese ver.

Terminamos la copa, mis amigos se iban ya. Mi novio y yo no. ¿Otra? Venga, vamos a por la quinta…

En la barra me vuelvo a encontrar con Ricardo.

  • Quiero follarte.

  • Ya me he enterado.

Le planto otro beso y vuelvo con mi novio. Quince minutos después, vuelta al baño. Ricardo no me sigue, ¿se habrá enfadado? Me acerco a un urinario, me saco la polla y empiezo a mear. Una mano me la agarra. Es Ricardo, a mi derecha, con la bragueta bajada y un paquete inmenso asomando bajo el calzoncillo. Se acaba de librar un cubículo. Empujo a Ricardo dentro, cierro la puerta, me pongo en cuclillas y aprieto mi boca contra su paquete.

  • Si… qué bueno…

Le bajo la goma del calzoncillo, su polla casi me da en la cara. Es enorme, unos 20 centímetros, y más gorda que la mía. Abro la boca y me la meto entera.

  • Qué rico…

En ese momento me doy cuenta de que Ricardo debe de ser venezolano. Le chupo el rabo durante diez o quince segundos, me levanto, me abrocho los pantalones y salgo corriendo de allí.

Mi novio y yo seguimos con la enésima copa cuando veo que Ricardo se aleja por las escaleras y me hace un gesto para que le llame. Mi novio pilla algo, porque tuerce el gesto y me dice:

  • ¿Quién ese ése?

  • Ni idea. Creo que quiere ligar conmigo. Me ha mirado unas cuantas veces.

  • Joder, cada día te salen pretendientes más buenorros…

A eso de las cuatro y media de la mañana

, ya bastante borrachos, nos volvimos a casa. Mi novio se metió en la cama y se quedó dormido en el acto. Yo me desnudé, me tiré encima de las colchas y me espatarré, cachondo perdido. Mi polla estaba dura como nunca. Cogí el móvil y le mandé un mensaje a Ricardo: “Voy a hacerme una paja pensando en cómo me follas”. Entonces abrí bien las piernas, me chupé los dedos

índice y corazón de la mano derecha y me los metí por el culo. Iba a empezar a pajearme cuando una vibración me avisó de que había llegado un mensaje: “Estoy deseando hacerte mío”.

No tardé ni veinte segundos en dormirme, la corrida aún fresca sobre mi abdomen.

Dormí algo más de dos horas. Lo primero que hice al llegar al despacho fue escribir a Ricardo: “perdona el mensaje de ayer, iba un poco borracho, pero me encantaría volver a verte”. Él me contestó en el acto.

Intentaré resumir dos días de mensajes en un párrafo: qué bueno estás, tú más, me das mucho morbo, tenemos que quedar, qué pena que tengas novio, ya ves tío, nos vemos el domingo, ok, el domingo entonces.

Me inventé una movida con compañeros de trabajo y quedé a cenar con Ricardo. La cosa fue bien, el chico, aparte de estar bueno, tenía buena conversación. Comimos rápido y fuimos a tomar una copa a un bar de poco chungo al que ni mi novio ni ninguno de mis amigos irían jamás.

Según entramos pedimos dos copas, nos fuimos a un rincón oscuro y empezamos a besarnos y a meternos mano como auténticos bestias. Al final fue inevitable: fuimos al baño. Estaba bastante vacío, así q

ue no tuvimos problema en encontrar un cubículo vacío. Y limpio, así que yo no tuve el más mínimo escrúpulo en tirarme al suelo de rodillas, abrirle los pantalones, bajarle los calzoncillos y quedarme admirando su polla.

  • Es enorme.

  • Cómetela, vas a ver lo rica que está.

Empecé chupando la punta. No estaba circuncidada, así que el capullo tenía ese olor tan especial que despiden los miembros viriles en erección al cabo de varias horas encerrados en sus prisiones de Calvin Klein. Después me metí más trozo en la boca, ayudándome con la mano. Tenía que abrir las mandíbulas al máximo para que me cupiese. Con la mano le cogí los huevos, que estaban afeitados pero no depilados, y empecé a gemir sin darme cuenta.

Ricardo me cogió por los hombros, me hizo levantarme y me dio la vuelta. Me abrazó y frotó su miembro desnudo contra mi culo, enfundado aún en los vaqueros. Noté que sus manos me desabrochaban el cinturón, el botón del vaquero, la bragueta, y me dejaban con el culo al aire.

  • Tienes un culo precioso. Tan suave. ¿Puedo probarlo?

  • Claro – jadeé.

Él se agachó y al instante noté su lengua húmeda en mi agujero. Me comía ávidamente, con hambre, como si necesitara realmente estar dentro de mí.

  • ¿Quieres que te haga el amor? – me preguntó.

  • No. Quiero que me folles a lo bestia.

  • Pero yo te quiero cuidar.

  • Yo quiero que me des por el culo

.

  • ¿Tienes condones?

  • No.

Ricardo se apartó de mi trasero, se incorporó y me obligó a darme la vuelta y a arrodillarme de nuevo. Firmemente, con brusquedad, como a mí me gusta. Me metió la polla en la boca y empezó a follarme sin parar.

  • ¿Así te gusta, eh? Venga, chúpamela bien. Se ve que te gusta una buena verga. Vamos, sí, voy a descargar mi leche dentro de tu boca…

Dicho y hecho… el tío debía de estar tan caliente que a los pocos segundos estaba notando los lefazos al fondo de mi garganta. Me levanté, nos besamos, nos colocamos la ropa y salimos al bar a seguir tomando nuestra copa.

Volvimos a quedar tres días después, en su casa, después de comer. Yo dije en el trabajo que tenía hora con el médico.

Esta vez hubo pocos prolegómenos. Me invitó a una cerveza, pero en menos de diez minutos estábamos enrollándonos en su dormitorio – al parecer compartía piso, y su compañero podía llegar en cualquier momento.

Por primera vez le quité la camisa y pude admirar su cuerpo perfecto. Sé que en estos relatos todo el mundo tiene un six pack perfectamente definido. Él lo tenía de verdad. He follado con muchos tíos, lo

confieso, y ninguno tenía una tableta de chocolate semejante. Me quedé tan admirado que no pude evitar bajar la cabeza y chuparle el abdomen, dejando que mi lengua subiera lentamente hacia el enorme hueco entre los pectorales, hacia los pezones, hacia las axilas, hacia el cuello.

Se quitó la camisa, se quedó sólo con los vaqueros y me miró fijamente.

  • Desnúdate, guapo.

Sin apartar los ojos de él, me quité toda la ropa. Toda. Qué sensación de vulnerabilidad cuando un tío semejante te observa, él vestido y tú desnudo por completo, con la polla dura palpitándote entre las piernas. Me di la vuelta y me tumbé boca abajo en su cama, con las piernas abiertas. Se resistió un poco, pero pronto noté su lengua acariciando el agujero de mi culo.

  • Mmmmm, cómo me gusta eso que haces…

  • ¿El niño malo quiere el rabito de su papi?

  • ¿Qué rabito? Quiero tu pollazo. He traído condones.

  • Tranquilo, todo está bajo control.

Siguió chupándome un buen rato. Después introdujo un dedo, largo y húmedo. Después otro. Yo notaba mi polla chorreando por el otro lado, estaba a mil por hora. Me desenganché de sus dedos, me di la vuelta y lo abracé con manos y piernas, yo desnudo, él con el vaquero todavía sin quitar.

  • ¿Me vas a follar ya?

  • Sí, mi amor.

Le desabroché el vaquero, bajé la cremallera y me llevé la grata sorpresa de que no llevaba ropa interior. Hizo amago de quitarse el pantalón, pero yo le detuve. Quería que me follara así. Se colocó de pie junto a la cama, se puso un condón que sacó de la mesilla y me miró fijamente. Yo me tumbé en la cama boca arriba, levanté las piernas y las coloqué sobre sus hombros.

Me la metió, y yo vi las estrellas.

Primero sólo por el dolor. Era un pollón gigante y me hizo daño, claro que me lo hizo. Pero sólo de verle ese cuerpazo impresionante, ese rabo entrando y saliendo de mí, se me pasó toda la tontería y pude empezar a ver las estrellas de placer. Ricardo me cogió firmemente y empezó a follarme lenta y meticulosamente, dentro y fura, dentro y fuera, manteniéndome casi en el aire con sus bíceps gigantescos. Yo me sentí suyo y grité, gemí, le pedí que me follara más fuerte… disfruté como una auténtica zorra.

Cada vez que hacía amago de tocarme la polla, Ricardo me lo impedía.

Me folló con mis piernas en sus hombros. Me la metió conmigo a cuatro patas. Se tumbó boca arriba, y yo le monté a horcajadas.

Me tumbé boca abajo y m folló mientras me mordía el cuello.

Pasó casi una hora, yo estaba a cuatro patas, con el culo casi insensibilizado, cuando me dijo:

  • Tócate ahora. Me voy a correr.

Fue poner mi mano sobre mi polla y estallar en la lluvia de leche más abundante que había tenido en siglos.

Según sacó su polla de dentro de mi culo me vino la sensación de culpabilidad. ¿Por qué ahora? ¿Por qué no en el bar, el primer día, cuando mi novio nos podía haber pillado? ¿O el segundo día, cuando le hice una mamada? Fue en ese momento, al notar que mi culo quedaba vacío, cuando me di cuenta de lo que acababa de hacer.

Corrí a la ducha, me lavé bien. Volví a vestirme. Le di un beso y prometí llamarlo, aunque supe que no lo haría. Sé que fui bastante capullo con Ricardo, y lo siento. Era un tío estupendo. Me llamó varias veces y yo no contesté. Aunque aún sigo fantaseando con él, Dios, qué bueno estaba.

Ricardo, si lees esto… lo siento, no suelo ser tan capullo como lo fui contigo. Si supieras la de veces que he tenido el móvil en la mano y tu número en la pantalla. ¿Pero para qué? ¿Para que me folles, yo me sienta culpable y vuelva a hacer la bomba de humo otra vez?

Llegué a casa a tiempo para salir a tomar unas cañas con mi novio, que no sospechó nada, ni siquiera cuando yo me negué a tener sexo anal durante las siguientes cuatro semanas.