Infiel

Pillo follando al mejor amigo de mi prometido y me obsesiono con él. Poco a poco mi fidelidad es puesta a prueba.

Llevaba varios días obsesionada, desde que vi follar a Miguel, el mejor amigo de mi novio, no pensaba en otra cosa. El fin de semana anterior habíamos ido varios amigos a visitar Salamanca, alquilamos una casita entre todos y dedicamos cuatro días a pasear y no hacer nada. Fuimos mi novio Chema y yo, Miguel y una de sus amigas y otra pareja con la que salíamos a menudo, Fermín y Vega. El caso es que al levantarme una noche pude ver por la puerta entreabierta de su habitación a Miguel follando a su amiga a cuatro patas. No sé qué me dio, pero no podía olvidar el musculoso cuerpo de mi amigo, la energía y potencia con la que embestía a su pareja ni los gemidos que esta profería. Recordaba nítidamente los dos azotes que la propinó que hicieron que se corriera gritando.

Yo llevaba dos años viviendo con mi novio y le amaba profundamente, tanto que nos íbamos a casar al año siguiente. Se podría decir que Chema era el hombre de mi vida, le quería con todo mi corazón y nunca se me ocurriría serle infiel. Entonces, ¿por qué no podía quitarme de la cabeza a Miguel? Era algo descabellado, ni siquiera estaba insatisfecha sexualmente. Cierto que el sexo con Chema no era excepcional, pero me satisfacía lo suficiente. Yo no necesitaba hacerlo demasiado, no era algo importante para mí, lo hacíamos dos o tres veces por semana y prácticamente siempre llegaba al orgasmo, a veces incluso dos veces. ¿Qué me pasaba? Conocí a Miguel casi a la vez que a mi novio y nunca había sentido nada por él, no entendía mi obsesión. Ahora no pensaba en otra cosa que en sus abdominales y su culo prieto.

Decidí ignorar la situación suponiendo que se me acabaría pasando, seguro que en unos días me liberaba de las imágenes que poblaban mi cabeza y todo volvería a la normalidad. Claro que enseguida me di cuenta del fallo de mi plan. Miguel me recogía en el portal todos los días y nos íbamos juntos en metro. Su trabajo estaba dos paradas más allá de la mía, y vivía a tres portales de distancia, así que el necesario distanciamiento que necesitaba no iba a producirse. En fin, mi amor por Chema prevalecería y en unos días me reiría sola de todo esto.

Chema se había ido hacía una hora y yo estaba acabando de prepararme para ir al trabajo. Mi novio empezaba su carrera como médico en un gran hospital de Madrid y, como novato, tenía los peores horarios. Me tranquilizaba diciendo que era lo normal, según consiguiera antigüedad iría ganando en estabilidad y comodidad. De momento entraba temprano y tenía que hacer guardias nocturnas en urgencias cada pocos días. A las 7:20 bajé a la calle y vi que Miguel ya venía caminando por la acera, los dos solíamos ser puntuales. Le observé sin que se percatara intentando desentrañar el origen de mi obsesión. Era un tipo de estatura media, fuerte y no especialmente guapo. Llevaba un traje de verano que le quedaba como un guante, era director de una sucursal bancaria y su puesto exigía que vistiera elegante. Yo, en cambio, trabajaba en el departamento de soporte a clientes de una empresa de informática y prácticamente todo mi trabajo era telefónico, no se me exigía que vistiera de ninguna manera en particular. Esa mañana me había puesto falda larga y blusa, ya que estábamos terminado la primavera y el calor ya apretaba a mediodía.

—Hola, Marta, ¿cómo estás?

—Bien Miguel, ¿y tú?

—No tan bien como tú, pero no me quejo.

Echamos a andar por la acera en busca de la boca de metro, esquivando gente que iba a trabajar como nosotros y charlando de banalidades. Actué con toda la normalidad del mundo intentando no dejar traslucir mis pensamientos, que inevitablemente ponían en mi cabeza la imagen de Miguel desnudo y sudoroso haciendo gozar a su chica. Sorteamos la multitud de personas que saturaba los pasillos del metro en hora punta y entramos al vagón. Yo me pegué a la pared del fondo como hacía siempre y Miguel me hizo de parapeto protegiéndome de la marea humana que abarrotaba el vagón. Fuimos charlando tranquilamente, cada vez más apretados según subía gente en las paradas. Terminamos, como casi todas las mañanas, con el cuerpo de Miguel pegado al mío. Me miraba como disculpándose por estar tan juntos cuando perdí el equilibrio en una curva y puse una mano en su cintura para no trastabillar. Capté su olor fresco en contraposición al olor denso y abigarrado a humanidad del tren, el suyo era como el aire de la mañana templado por el sol, me sumergí unos momentos en su aroma y dejé mi mano en su cintura. Miguel se quedó inmóvil, pero agachó ligeramente la cabeza dejando nuestras caras muy cerca una de otra, casi tocándose. Recordé su expresión fiera y tensa mientras embestía a su amiga y mi mano se apretó en su cintura. De repente recuperé el sentido y le solté como si quemara, me aparté ligeramente y bajé la cabeza avergonzada. El resto del trayecto lo hicimos en silencio y cuando salí en mi parada omití darle el beso en la mejilla con el que me despedía todos los días.

El día transcurrió con normalidad, intenté no pensar en Miguel y casi lo conseguí. Ahora lo que me venía a la cabeza era su fresco aroma y la tibieza de su cintura. Cuando regresé a casa y encontré a Chema le sorprendí desnudándole y echándole dos polvos seguidos que consiguieron que me olvidara de su amigo, al menos hasta que me puso a cuatro patas y no pude evitar recordar a Miguel y su chica en la misma postura. Mis gemidos de placer se convirtieron en gritos y terminé con un orgasmo explosivo, mucho más fuerte de lo normal. Descansando aferrada a Chema se me escaparon un par de lagrimitas, me oprimía el pecho al pensar que, de alguna manera, estaba traicionando a mi amor.

Cuando me reuní con Miguel al día siguiente disimulé como pude y actué con normalidad, el trayecto en metro fue como todos los días, charlamos de banalidades mientras intentaba desesperada no juntar mi cuerpo con el de mi amigo, que afortunadamente no se percató de mi inseguridad. Le despedí con un beso y me fui mucho más tranquila al trabajo. Ese día lo pasé feliz, pensando que estaba superando mi obsesión y todo quedaría en nada, una locura fugaz que incluso reforzaría mi relación con Chema. ¡Qué equivocada estaba!

El miércoles no pudo ser peor, debido a la elevada contaminación en la ciudad el ayuntamiento había restringido los desplazamientos en vehículos particulares y el metro estaba mucho más abarrotado de lo normal. Cada parada bajaba y subía mucha gente y el movimiento del tren nos zarandeaba sin remedio. Miguel, preocupado por mí, me llevó a un rincón donde la aglomeración le presionó contra mi cuerpo, cuando me golpeé ligeramente la cabeza contra la pared me rodeó el cuello con su brazo y pegó mi cabeza contra su pecho, mis brazos reaccionaron sin mi consentimiento abrazándole por la cintura, su brazo libre me rodeó también y fuimos el resto del recorrido estrechamente apretados. Avergonzada no fui capaz de mirarle a la cara, notaba mis senos presionando contra su duro pecho y mis piernas tocando las suyas. Debía separarme de él, pero el tren estaba atestado y no había ni un centímetro de espacio. El meneo del vagón al recorrer el túnel hacía que nuestros cuerpos se frotaran el uno contra el otro, me pareció notar una dureza en el pubis, ¿podría haberse puesto duro? Quería alejarme, huir de su calidez y fresco olor, pero mi cuerpo me traicionó y me apreté más contra él. Mis manos le asieron con fuerza y le atraje aún más.

—¿Estás bien, Marta? — me preguntó al oído.

—Sí, es que hay demasiada gente.

—Sólo te quedan dos paradas, luego podrás salir.

Asentí con la cabeza y esperé a terminar el viaje. Estábamos abrazados como si fuéramos pareja, con una intimidad propia de amantes. Algo falló en mi cabeza porque realmente disfruté, ya no pensaba en su imagen follando, me valía con estar entre sus brazos y rodearle con los míos, incluso me atreví a adelantar las caderas un par de veces comprobando que, en efecto, tenía una erección.

Cuando llegamos a mi parada Miguel me acompañó hasta la puerta, el beso en la mejilla se transformó en un beso en la comisura de sus labios al recibir un empujón y hui por el pasillo hasta salir del subterráneo. Pasé el día a ratos arrepentida y enojada conmigo misma, y a ratos sonriente y emocionada. Esa noche en la cama, después de follarme a mi chico apasionadamente, decidí no calentarme el coco. Yo estaba enamorada de Chema y mi amor era a prueba de bombas, nada de lo que pasara con Miguel afectaría eso. No era malo que disfrutara con los abrazos en el metro o con nuestros cuerpos pegados, no había ninguna maldad o traición ya que sería un simple juego entre amigos. Él me protegía con su cuerpo y yo lo disfrutaría sin dejar que las cosas pasaran a mayores.

El día siguiente bajé temprano y le tuve que esperar en la acera.

—¡Vamos Miguelito! — le dije al verle llegar.

—Qué contenta estás hoy, Marta. ¿Te cuida bien mi amigo?

—Jajaja, me cuida fenomenal, me tiene muy satisfecha.

—Me alegro.

Me agarré de su brazo y bajamos al metro. Seguían las restricciones de tráfico y volvía a estar abarrotado. Cuando el metro paró en el andén entré y me dirigí directamente a un rincón, abracé a Miguel y apoyé la cabeza en su pecho. Miguel, sorprendido, tardó en reaccionar, luego me abrazó y así recorrimos un par de estaciones. Cuando se llenó el vagón volvimos a estar apretados el uno contra el otro, en ese momento se me ocurrió una maldad que no dudé en llevar a cabo : me puse de puntillas para colocar mi cara en el hueco de su cuello y echarle el aliento, incluso le rocé algunas veces con mis labios. Cuando noté que echaba hacia atrás las caderas sonreí y le atraje con fuerza, percibiendo claramente la dureza de su entrepierna, me restregué un par de veces contra él sin cortarme un pelo. Miguel notó perfectamente mis maniobras y no se arredró. Bajó la cabeza hasta tener la boca contra mi oreja y me susurró :

—¿Qué haces, Marta? — terminó la frase dándome un pequeño mordisquito.

—Es que hay mucha gente.

Después de decir esa tontería me volví a restregar contra su entrepierna, Miguel se envalentonó y bajó una de sus manos al borde de mi trasero, yo recorría su espalda por dentro de su traje. El resto del camino exploró la frontera entre mi culito y mi espalda mientras me aferraba a su cuerpo, incluso se me escapó algún suave beso en su cuello. Nos despedimos ese día sin decir una palabra, únicamente le di un piquito en los labios antes de salir del tren que le dejó con cara de bobo.

Pasé el día como en una nube, como una adolescente en su primera relación. Llegué incluso a tocarme el culo recordando las caricias de Miguel. No me sentía culpable, al contrario, sabía que esa noche en casa compensaría sobradamente a Chema, puede que hasta le dejara tener mi culito, que tanto tiempo llevaba reclamando.

Esa mañana decidí hacer esperar un poquito a Miguel, esperé unos minutos en la puerta recordando el sexo salvaje de la noche anterior. Chema me folló por toda la casa y terminamos en la ducha, donde a pesar de que alegaba estar ya totalmente seco conseguí que se corriera una última vez. Como no me lo pidió no le entregué mi culito virgen, lo reservaría para otra vez.

Salí del portal atenta a la reacción de Miguel. Al verme me recorrió con la mirada de arriba abajo. Me había puesto una ligera minifalda y una blusa con varios botones desabrochados mostrando quizá excesivamente el escote.

—Buenos días, Miguelito — le saludé agarrándome a su brazo y echando a andar.

—Ahora sí que son buenos, hoy estás preciosa.

Fuimos hasta el metro charlando, aproveché para pegar su brazo a mi pecho con descaro, cosa que no pareció molestarle en absoluto, jajaja. Volvimos a ocupar el rincón en el vagón y me agarré a su cintura dejando algo de separación entre los dos. Mi táctica funcionó porque no tardó ni dos segundos en deleitarse con mi escote, me miró descaradamente las tetas hasta que le atraje y metí mis manos bajo su chaqueta.

—Marta, no sé si hacemos bien, sabes que aprecio mucho a Chema — me dijo mirándome a los ojos.

—Yo le quiero con toda el alma, esto solo es un travesura, un juego divertido — le pellizqué el culo y volví a aferrare a su cintura.

Miguel lo meditó un tiempo y pronto tenía una mano recorriendo descarada mi trasero, me puse de puntillas y le di un mordisquito en el cuello, el contraatacó deslizando la mano bajo mi minifalda. Se detuvo sorprendido al notar que llevaba únicamente un escueto tanga, para reanudar seguidamente las caricias directas en mi culo. Yo estaba en la gloria, abrazada al mejor amigo de mi novio disfrutando de sus caricias rodeados por una multitud indiferente. Pronto fueron dos las manos que ocupaban mi retaguardia, palpando y amasando, abrí ligeramente las piernas y me restregué descaradamente contra su miembro, apreciando su dureza. Subí mis manos por su espalda y me agarré a sus hombros, gimiendo casi inaudiblemente en su oído. Eso le debió encender, porque empezó a mover sus caderas y a apretarme del culo rítmicamente, como si me estuviera follando. El tiempo se nos pasó volando hasta que oímos anunciar mi parada. Como siempre me acompañó a la puerta donde le despedí con un dulce beso en los labios y le dije :

—Mañana más.

Sonrió de oreja a oreja despidiéndome con la mano.

Fueron pasando los días, nuestro pequeño secreto de las mañanas convertía mi vida en algo emocionante, me levantaba ilusionada y me acostaba caliente como una perra. Chema ya se había acostumbrado a mi nuevo ímpetu sexual y estaba encantado. El día que me tragué su esperma se excitó tanto que no le bajó la erección y tuve que repetirle la mamada. Una vez le convencí para que, de pie en el salón, me abrazara y me metiera mano sin soltarme, como hacía con Miguel. Acabamos masturbándonos mutuamente, lo que me dio una idea. Hasta ese momento mis travesuras con Miguel sólo consistían en caricias y tocamientos, muy calientes sí, pero nada de lo que tuviera que arrepentirme. Decidí dar un pasito más.

Cuando bajé ese día a esperar a Miguel estaba excitada. Bajo la minifalda que se había convertido en mi uniforme diario, el aire de la mañana refrescaba mis partes privadas. Llevaba las braguitas en el bolso para ponérmelas al llegar al trabajo y estaba deseando observar la reacción de mi amigo cuando se diera cuenta de que no llevaba ropa interior.

—Hola Marta, ¿sabes que últimamente me encanta el metro? — me saludó pícaramente.

—¿Y tú sabes que ya no me da pereza levantarme? — contesté.

Me agarró por la cintura y fuimos apresurados a la estación. Los últimos días no se cortaba en mostrarse cariñoso en público, cosa que me encantaba aunque me preocupara que algún conocido pudiera vernos. Ocupamos nuestro rincón de costumbre y empezamos el trayecto. Al notar las manos de Miguel en mi culito, percibí su sorpresa. Las movió recorriendo mi anatomía buscando el inexistente tanga. Cuando abrí las piernas y le miré a los ojos sonriendo desvergonzada lo entendió. Entre los zarandeos de la gente que se apelotonaba a nuestro alrededor, se deleitó acariciando la suave piel de mi culito, profundizando en la hendidura y llegando a zonas anteriormente inexploradas. Yo tuve el atrevimiento de deslizar una mano a su entrepierna y frotar su miembro semierecto. Miguel dio un respingo de sorpresa y luego continuó con su exploración. Separó los cachetes de mi culito y llegó a acariciar mi rajita, se me escapó un suspiro y le abracé más fuerte. Al final Miguel llevó su mano entre nuestros cuerpos y accedió con facilidad a mi vagina, mientras él exploraba yo bajé su cremallera y metí la mano bajo sus bóxer. Encontré un pene grueso y muy duro, no lo había llegado a ver cuando le pillé en la casa rural y al tacto me pareció muy grande. Le rodeé con los dedos y le pajeé lentamente, con la mano dentro de su pantalón. A pesar de la aglomeración de gente y que estábamos tan apretados que era casi imposible que alguien nos viera me daba reparo sacársela. Durante las siguientes estaciones disfruté como una perra de sus dedos, gimiendo en su oído. Miguel se mantenía impasible como si la cosa no fuera con él, pero sabía por su dureza y la humedad de su glande que estaba gozando como yo.

—Acelera Miguelito, haz que me corra — jadeé en su oído cuando me di cuenta de que estábamos a punto de llegar.

Mordí su hombro cuando siguió mis instrucciones y me llevó hasta el orgasmo. Me aferré a su cuerpo para no caerme cuando se me doblaron las piernas. El placer, avivado por el morbo de hacerlo en el metro, me embargó dejándome noqueada. Tuve que respirar profundamente varias veces para recuperarme. Los altavoces anunciaron mi parada y saqué la mano de la bragueta de Miguel, que se había quedado el pobre a punto de caramelo. Subí su cremallera y me recompuse la falda, luego Miguel me acompañó hasta la puerta. Antes de darle el morreo que se merecía lamí sus dedos para limpiarle de mis fluidos. Me despedí diciéndole al oído :

—Mañana te toca a ti.

Con sendas sonrisas nos dijimos adiós con la mano.

Seguimos así unos días más, Miguel fue previsor y se ponía dificultosamente un condón para que le masturbase y no mancharse. Todos los días hacía que me corriera y yo le correspondía casi todos también. Los que no me daba tiempo tenía que dejarle con una erección descomunal y cara de desolación. Alguna vez nos habían pillado, pero nadie decía nada aparte de mirarme con ojos ávidos. Al llegar al trabajo entraba al baño para limpiarme y ponerme las braguitas.

El viernes antes de despedirnos, después de mi diario orgasmo, Miguel me dijo :

—He quedado con Chema para salir un rato esta noche.

—Lo sé, pero se tiene que ir a las doce a hacer guardia en el hospital.

—Sí, pero después nos quedaremos solos. Voy a follarte hasta que pidas perdón por ser tan juguetona.

—No, Miguel, no puedo follar contigo, sabes que quiero mucho a Chema — la mano de Miguel recorría mi trasero mientras me hablaba.

—¿Y esto de todos los días?

—Esto es una travesura. No hacemos daño a nadie — le dije acariciándole la cara.

—Vale, no follaremos, pero me compensarás por ser tan traviesa.

—Ya veremos, dependerá de cómo te portes — contesté después de pensarlo. Le pegué un morreo salvaje y salí por los pelos antes de que se cerrara la puerta del vagón.

Al volver del curro me encontré que Chema estaba en casa. Con el lío de horarios que tenía nunca me aclaraba cuándo le tocaba. Casi sin dejarle decir nada me abalancé sobre él y le follé con ganas. Terminamos abrazados en la cama.

—¿Qué te pasa últimamente que siempre tienes ganas?

Era cierto que antes follábamos a menudo pero ni de cerca lo que ahora. Pocas veces le hacía mamadas y mucho menos me tragaba su semen, ahora estaba todo el día caliente como una perra en celo y devoraba su polla como un manjar. Siempre tenía ganas de follar y poco menos que le obligaba a darme caña cada vez que nos encontrábamos en casa.

—¿Es que tienes alguna queja? — pregunté mimosa.

—Ninguna en absoluto, solo siento curiosidad.

—Pues no hay ninguna razón, debo estar atravesando alguna etapa.

—Espero que te dure mucho, jajaja. Me encanta que estés tan apasionada.

—¿Sabes que te quiero con locura, verdad? — le pregunté seria.

—Lo sé, mi amor. Yo también te quiero, aunque hagas alguna locura.

—¿Qué locura?

—Eh… ¿chupármela otra vez, quizá?

Con una sonrisa en la cara le hice otra mamada pensando en que Chema tendría que dar las gracias a Miguel por ella, ya que era el culpable de que siempre estuviera en celo.

Esa noche nos reunimos con los amigos en el bar de costumbre, Fermín y Vega ya estaban esperándonos y Miguel llegó al poco rato. Saludó a todos y a Vega y a mí nos besó en la mejilla. Bastó que percibiera su aroma a aire fresco para humedecerme. Nos tomamos entre charla y risas unas cervecitas y unos pinchos. Un poco antes de las doce se fue Chema al hospital saboreando mi beso de despedida. Los chicos se empeñaron en seguir la noche con una copa en un sitio tranquilo y allá que fuimos. Ocupamos una mesa de un pub que había cerca y tomamos un par de copas. Miguel, sentado a mi lado, se comportó muy correctamente. Quizá demasiado. Yo llevaba toda la noche esperando que intentara algo conmigo pero no parecía tener intención, se mostraba indiferente, cosa que me estaba molestando cada vez más ¿No me había dicho esa misma mañana que quería una compensación? ¡Si estaba deseando hacerlo!

Al acabarme la segunda copa decidí marcharme, estaba frustrada y cada vez más enfadada y no quería seguir a su lado. Fui al baño antes de despedirme. Alguien me empujó en la puerta del servicio y entré a trompicones, cuando me quise dar cuenta unos brazos me rodearon por detrás y alguien me mordió el cuello. Intenté girarme para ver quién era cuando me levantaron en vilo y me metieron en un cubículo a la fuerza. A punto de gritar por fin pude ver a mi captor, la sonrisa malvada de Miguel me tranquilizó y correspondí con ardor cuando me besó. Nuestras lenguas lucharon mientras recorría todo mi cuerpo con sus manos, por primera vez tocó mis pechos, nunca los había acariciado.

—Estoy seguro que lo estabas deseando, Marta — me dijo cuando terminamos el beso.

—Sabes que sí, cabrito, llevo mojada toda la noche pensando en ti.

—Pues ahora solo quiero una cosa de ti, Martita. Arrodíllate y házmelo, sé buena.

Obedecí deseosa de complacerle y disfrutar por fin de su polla en mi boca. Me arrodillé sin pensar siquiera en la suciedad del suelo y le bajé los pantalones y calzoncillos hasta los tobillos. Paré un momento para deleitarme con la visión de su miembro, todavía semierecto. Lo cogí en mis manos y lo acaricié hasta que adquirió un buen tamaño, luego lo engullí como si estuviera hambrienta. Que lo estaba. Llevaba todo el día deseando comerle la polla.

—Sigue Martita, lo haces muy bien.

El cabrito me trataba como a una niña pequeña, pero yo no era capaz de otra cosa que de seguir mamándosela, necesitaba que se corriera y saborear su semen. Mi cabeza subía y bajaba mientras mis labios y mi lengua le recorrían entero.

—Estoy a punto, Marta, trágate todo, cariño.

Cuando se corrió en mi boca gemí de placer y casi me corro sin siquiera tocarme. Había conseguido lo que quería y estaba cachonda por ello. Su semen salía a borbotones y yo tragaba golosa. No me detuve hasta que dejó de manar y le dejé la polla bien limpia.

Se vistió de nuevo y me acarició el coñito bajo la falda, por encima de las braguitas. Abrí las piernas para ponérselo fácil y cuando más perra me tenía se detuvo. Me besó profundamente y se marchó sin una palabra. Volví cabreada a la mesa después de arreglarme un poco, el muy capullo me había dejado con las ganas. Disimulé mi frustración y me despedí de los tres.

—Chicos, yo os dejo, lo he pasado fenomenal. Hasta la próxima.

Después de ruegos porque me quedara a tomar otra y que era muy pronto y esas cosas que se dicen me marché. Al salir del local y andar hacia casa apareció Miguel a mi lado.

—Te acompaño, cariño. No es prudente que una mujer tan bonita vaya sola a esta hora.

—No hace falta, ya tienes lo que querías — le dije sin ocultar mi cabreo.

—Jajaja, no seas tonta — me dijo agarrando mi cintura y andando junto a mí —, ya sabes lo que siento las mañanas en que me dejas a punto.

—¿Ah sí? ¿Lo has hecho por eso?

—Sí, perdóname, ha sido una pequeña maldad. Pero estoy dispuesto a compensarte — la mano de mi cintura había bajado bastante, de hecho ya no estaba en mi cintura para nada.

—Vale, te perdono — le dije —. Tendrás que resarcirme el lunes, eso sí.

—De acuerdo.

Seguimos caminando camino de casa. La poca iluminación de la calle favorecía que Miguel no dejara de sobarme el culo por encima de la faldita.

—¿Sabes una cosa? — me preguntó.

—Qué.

—Conozco cada centímetro de tu culito y nunca lo he visto, es un poco frustrante.

—Jajaja, yo hubiera podido decir lo mismo hasta hace un momento.

—Entonces estoy en desventaja — Miguel seguía acariciándome el culo poniéndome a cien —, quizá deberíamos igualar las tornas.

—¿Me estás pidiendo que te enseñe el culo?

—Justo eso, sí — me dio un apretón para reafirmarse.

—Me parece bien, ¿cuándo quieres que te lo enseñe?

—¿Ahora?

Me detuve sorprendida, Miguel me sonreía con picardía sin soltarme el trasero.

—¿Aquí? — pregunté un poco asustada.

—No, hay poca luz y quiero disfrutarlo, subiré a tu casa y me dejarás contemplar esa maravilla.

Iba a protestar, no quería que subiera a casa por si la cosa se descontrolaba y acabábamos haciendo algo de lo que pudiera arrepentirme. Mi protesta se quedó en mi garganta cuando Miguel me besó, su lengua entró hasta la campanilla y exploró toda mi boca. Me agarró de los muslos y acabamos besándonos con mis piernas rodeando su cintura. Mi pelvis se movía sola buscando intensificar el roce con su miembro, haciéndome gemir en su boca. Cuando me dejó respirar bajé las piernas y continué andando hacia casa, me había excitado tanto que estaba dispuesta a arriesgarme.

Ya en el ascensor empezamos a desnudarnos, estábamos frenéticos. Salí del ascensor con la blusa desabrochada enseñando el sujetador. Abrí la puerta del piso con una mano porque la otra estaba dentro de sus pantalones. Para cuando conseguimos entrar y cerrar la puerta tenía los pantalones por las rodillas. Conseguí trastabillar hasta llegar al salón, con sus manos sin abandonar mi cuerpo, me aferré a él como hacía todas las mañanas.

—Mastúrbame como en el metro, por favor — rogué.

Fue fantástico, sin las apreturas de la multitud me llevó al orgasmo con calma y habilidad, me despojó del sujetador y me acarició los pechos a la vez que se apoderaba de mi coñito. Yo le pajeaba torpemente entre oleadas de placer. Cuando terminó me desnudó completamente y me senté en un sillón, se arrodilló entre mis piernas abiertas y me dio lengua hasta que me corrí otra vez. Sin dejarme descansar me agarró la nuca y me atrajo hasta su precios polla. Volví a mamársela hasta que se corrió, la mitad de su semen cayó en mi boca y la otra mitad en mi cara. Su olor, empalagoso y acre, me excitó más aún.

—Vamos a la cama — le dije.

Se terminó de desnudar mientras me lavaba la cara, cuando salí del baño estaba tumbado boca arriba. Me enardeció ver su polla erecta apuntando al techo, deseché los límites que me había marcado a mí misma y me lancé a por él. Quería sentirle dentro, necesitaba que me llenara, que me hiciera suya. Me subí en su regazo y me metí su polla, estaba tan húmeda y excitada que entró entera a la primera. Le cabalgué desaforada, de forma salvaje, era tanto el morbo como el placer. Por fin era mío. Me corrí temblando con sus manos en mis tetas, apretándolas con fuerza.

Con una lujuria desconocida hasta entonces para mí ni siquiera descansé, me puse a cuatro patas como había visto a su amiga en la casa rural, necesitaba que me hiciera lo mismo.

—Fóllame Miguel, hazme tuya, por favor te lo pido.

—Jajaja — el muy gilipollas se rio de mí —, estás muy salida, ¿es que Chema no te folla bien?

—Tú solo fóllame, capullo.

—Jajaja, será un placer.

Se colocó detrás de mí, colocó su polla en la entrada de mi coño y me embistió con fiereza metiéndomela como un obús. Mis manos fallaron y topé con la cara en el colchón mientras él destrozaba mi cordura a pollazos.

—¿Así, Martita? ¿Te gusta así?

—Sí … sí … sigue — jadeé.

Era mucho mejor de lo que me había imaginado, parecía follarme con rabia, con una intensidad desmedida. Estuvo muchísimo rato destrozándome el coño y la razón. Yo me dejaba llevar por el placer y el éxtasis, me corrí dos veces y él seguía taladrándome sin descanso. Gocé cuando azotó mi culo con fuerza.

—Levanta la cabeza, Martita.

Obedecí a duras penas y abrí los ojos para encontrarme una polla delante de la cara.

—¡Pero qué … ¡ — levanté la mirada y me encontré a Chema, con rostro severo y desnudo de rodillas delante de mí. Me eché a temblar, ¿pero no estaba en el hospital? Aterrada intenté separarme de Miguel, que me sujetaba firmemente de las caderas, me retorcí pero no conseguí soltarme. Miguel seguía bombeando en mi coño como si no pasara nada, abrí la boca desesperada, tenía que decir algo y no sabía el qué. Chema aprovechó mi boca abierta y me metió la polla hasta el fondo. Su pubis chocó con mi nariz y su glande llegó a mi garganta, casi no podía respirar, me folló la boca varias veces antes de decirme :

—Chupa, putita, haz lo que tú sabes.

Yo no podía hacer nada, a pesar de la salvaje follada que me daba Miguel y la violación de mi boca por Chema, estaba congelada, atrapada en mi traición. Noté que algunas lágrimas se deslizaban por mi rostro. Ellos seguían a lo suyo, usando mi cuerpo a su antojo.

¡Plas! Miguel me azotó el culo.

—Muévete Martita — me ordenó — sé una niña buena y haznos disfrutar.

¡Plas!

Aturdida y apabullada por las dos pollas que me follaban, una por delante y otra por detrás, empecé a mover el culo y a apretar los labios. Ambos lo notaron y se movieron más deprisa.

No entendía nada, podía comprender que Miguel estuviera disfrutando, pero Chema, ¿cómo consentía lo que estaba pasando?

¡Plas!

Cada azote me encendía más, Miguel estaba causando estragos en mi coño y la polla de Chema, que tan bien me trataba siempre, me producía arcadas de lo profundo que entraba en mi garganta. Aguanté el maltrato, incluso hubo un momento en que empecé a disfrutar de la feroz mamada que, obligada, le hacía a mi prometido. Mi cara debía ser un poema, llena de mocos y lágrimas. Me usaron brutalmente hasta que no aguantaron más, Chema me agarró del pelo para que levantara la cabeza y, junto a Miguel que había dejado de follarme, se corrieron en mi cara. Los chorros de su hirviente semen golpearon mi rostro, mi pelo, mis labios, alguno cayó sobre mis pechos.

Cuando se hubieron vaciado sobre mí, se sentaron ambos sobre sus pies y me observaron, bajé la cabeza avergonzada, sin saber qué decir. Aguanté en silencio hasta que fue insoportable y miré a Chema. Llorosa le quise pedir perdón, pero puso un dedo en mis labios para que no hablara. Seguimos un rato en silencio.

—Ay Martita, Martita — habló por fin —. Dime, cariño, ¿de quién es ese coñito tan dulce?

Pensé que me vacilaba cruelmente antes de abandonarme, intenté levantarme pero me sujetó.

—Dime, Martita, ¿de quién es ese coñito?

No sabía qué pretendía, ¿se estaba burlando de mí?

—Tuyo — dije al fin.

—No, Martita, piénsalo otra vez.

Le miré confusa y me sorprendió no ver rencor en su mirada. Un levísimo asomo de sonrisa apareció cuando miró de reojo a Miguel.

—¿Vuestro? — intenté bajando la cabeza avergonzada.

—Muy bien, Martita. Y esa boquita, ¿de quién es?

—Vuestra — musité.

—Fenomenal, veo que lo estás entendiendo. Y tu amor, ¿de quién es?

Le miré con la cabeza hecha un lío, ¿quería compartirme con Miguel o solo pretendía darme una lección antes de cortar conmigo.

—Tuyo, solo tuyo — dije suplicante.

Sonrió. Su sonrisa me devolvió la vida, Chema era honesto e íntegro y no me sonreiría si no lo sintiera, si tuviera intenciones ocultas.

—Ahora escúchame — me dijo serio otra vez —. Has sido una niña muy mala y te mereces un castigo, vas a tener que pagar por lo que me has hecho. ¿Bien? — asentí esperanzada —. Desde hoy tendrás que complacernos a los dos, acostúmbrate a tener la cara llena de nuestro semen. Te vamos a follar donde y cuando queramos y tú siempre estarás dispuesta y agradecida. ¿De acuerdo— volví a asentir —. Hasta que nos casemos el año que viene serás nuestra putita, nos complacerás sin dudar siempre que te lo pidamos.

No pude evitar que la felicidad se reflejara en mi cara, ¡todavía quería casarse conmigo!

—Me da la impresión — me dijo sonriendo —, que no te parece un gran castigo, jajaja. Veremos si sonríes tanto cuando nos entregues tu culito. A mí primero que para eso soy tu prometido, jajaja — le dijo a Miguel que se había emocionado al oírlo.

—Lo que quieras, amor mío. Soy tuya, soy vuestra.

El resto de la noche me follaron como los dio la gana, mi culo fue profanado por primera vez por Chema y luego por Miguel. Me desvanecí varias veces del placer que me dieron. Ellos me despertaban y seguían follándome. Cuando querían descansar se tumbaban y me obligaban a chupársela lentamente. Les pedí piedad varias veces, pero fueron inmisericordes. Luego supe que habían tomado la pastillita azul. Hasta media mañana hicieron con mi cuerpo lo que quisieron, terminé en la ducha sufriendo una doble penetración que me dio el enésimo orgasmo.

Me desperté ya anochecido con la polla de Chema en la boca, se la mamé hasta que se corrió y tragué todo como si fuera un regalo para mí. Luego hablamos largo y tendido, me contó que Miguel le confesó nuestros juegos del metro y quiso dejarme. Luego lo pensó mejor y valoró el amor que nos profesábamos, Miguel tuvo mucho que ver en su decisión final de seguir conmigo. Le dije que el acuerdo me parecía genial, le confesé que por Miguel solo sentía morbo y que a él le amaba con locura. Le prometí que nunca más haría nada parecido con nadie y que me entregaría a nuestro amor sin límite. Terminamos la conversación haciendo el amor dulcemente.

Hasta el día de nuestra boda nuestra relación fue genial. Me convirtieron en su putita y seguía con mis juegos con Chema en el metro por las mañanas. Miguel se apuntó alguna vez y me masturbaban por mis dos agujeros, incluso me fijé en que un par de hombres se situaban siempre cerca de nosotros para disfrutar del espectáculo. Por las noches follaba con Chema o con ambos. Me parecía vivir en un sueño de lujuria constante, cuanto más follaba más quería. Me había acostumbrado a las dobles penetraciones y me encantaba. Miguel, que era más lanzado, me recordó que acordé dejarme follar donde y cuando quisieran y me folló varias veces en parques y en la calle por la noche. Me tenían siempre más caliente que la freidora del McDonald’s. Se habían propuesto que fuera su puta y lo consiguieron sobradamente.

La boda fue fantástica, le juré amor eterno a Chema con los restos del semen de Miguel escurriendo por mis muslos bajo el vestido de novia. Desde ese día me dediqué exclusivamente a mi flamante maridito. Ahora paga el haberme convertido en una zorra integral, le doy ginseng todos los días para que me mantenga el ritmo. Decidimos celebrar nuestro primer aniversario de boda yéndonos un fin de semana a la misma casa rural donde empezó todo. Me sorprendió muy gratamente encontrar allí a Miguel.

Fue realmente increíble, el lunes llegué a trabajar con el coño y el culo tan irritados que apenas aguanté sentada, recordando sobre todo el momento en que Chema me lamió el coño y Miguel, a la vez, me chupaba el culito. Ahora vivo feliz con mi maridito contando los días hasta nuestro próximo aniversario. Y comprando ginseng al por mayor, jajaja.