Infiel (3): mi compañero hetero

Mientras sigo intentando que me la meta el mejor amigo de mi novio, descubro una nueva faceta de mi compañero de trabajo, hetero, masculino, viril... ¿inalcanzable?

La tensión sexual entre Juan y yo no dejaba de aumentar.

A la mañana siguiente de nuestra aventura en la sauna, yo ya no sabía si lo que había vivido era verdad o no. ¿Se la había chupado al mejor amigo de mi novio? ¿O a otro tío, a uno cualquiera que pasaba por allí, y me había confundido debido a la oscuridad? Quizás incluso lo hubiese soñado todo.

Llegó el lunes. Yo estaba en la oficina, charlando tranquilamente con mi compañero de despacho cuando me sonó el móvil.

  • ¿Quedamos para comer?

Era Juan. No pude evitarlo, su pregunta me hizo pensar en lo que había pasado en fin de semana.

  • ¿Qué quieres que me coma?

  • Quiero que seas un niño bueno y que te lo comas todo – contestó él, con voz picarona.

  • No juegues con fuego, que te puedes quemar. O peor, te harás pipí en la cama.

  • ¿También te gusta eso, guarrona? Bueno, pues te recojo en tu trabajo a las dos en punto. Hasta luego.

Mi compañero de trabajo me miraba atónito. Manu. Era hetero, pero sabía perfectamente que yo era gay; de hecho, conocía a Luis porque habíamos salido juntos varias veces. En las interminables horas de aburrimiento, cuando no teníamos nada que hacer en el despacho, habíamos compartido muchas coincidencias.

Ah, bueno, y Manu estaba buenísimo. Mayor. Yo por aquél entonces tenía veinticinco años, y él andaba por los cuarenta. Típico rostro masculino, con barbilla recta, ojos negros y barba de un par de días. Era alto, velludo, y aunque no iba al gimnasio, salía a correr todos los días y solía jugar al fútbol. Tenía mujer y dos niños pequeños. Todo un macho-man, mi compañero de despacho.

  • ¿Con quién hablabas, mariconcete? – me preguntó en tono de broma.

  • Con un amigo. Juan, no lo conoces.

  • Mmm. Hay algo que no me has contado.

  • Qué va, tío, lo que pasa es que siempre estamos de broma.

  • No sé, creo que hay algo que no me estás contando. Venga, sé sincero con tu tío Manu – me pinchó.

  • Vale, Juan me gusta un poco, pero sólo eso. Tengo pareja, ¿recuerdas?

  • Tú ten cuidado. Por cierto, macho, ¿esta tarde echamos un partido de tenis? Tengo invitaciones para las pistas de aquí lado.

  • Soy malísimo, tío, y no juego desde que tenía diez años y mi madre me obligaba. Paso.

  • Mejor, así te doy una paliza, que los pipiolos de veintipocos os creéis los reyes del mambo. Esta tarde a las siete, cuando salgamos de currar, ¿vale?

  • Hecho.

Llegó la hora de comer, y a las dos en punto, como un clavo, Juan estaba esperándome en la puerta de mi trabajo. Me monté en su coche y me dijo que me iba a llevar a un restaurante nuevo que conocía. En Chueca, se conoce que no había ninguno más cerca.

Según nos sentamos, pedimos y nos pusimos hablar del fin de semana.

  • ¿Sabes? Sigo cachondo desde el otro día – me confesó.

  • ¿Por lo de la sauna? – pregunté en voz baja.

  • Claro. ¿Tú no?

  • Un poco, para que te voy a engañar.

  • Es por no habernos corrido – explicó él.

El muy cabrón. Yo seguía convencido de que él sí se había corrido, y en mi boca, para ser más exactos. Aquí el que seguía a dos velas era yo, que Luis seguía en Barcelona y yo me estaba matando a pajas de tanto pesar en la polla del puñetero Juan.

  • Será eso.

  • Oye, ¿a qué hora tienes que estar de vuelta en el curro? Si nos damos prisa, podíamos ir a la sauna un rato.

  • ¿Ahora?

  • Sí, tío, dicen que a estas horas van mogollón de ejecutivos con cuerpos increíbles. Sobre todo los lunes: todos los que no han follado el finde están ahora en la sauna esperándonos a nosotros. Venga, va, pago yo la cuenta y vamos.

Diría que me dejé llevar… pero mentiría. Nada, NADA en el mundo me apetecía más que volver a la sauna con mi amigo Juan. Así que le dejé pagar y le seguí, haciéndome el reacio, hasta la sauna.

Pagamos, nos dieron las chanclas, la toallita y los condones y entramos. En el vestuario empezamos a quitarnos los trajes y las corbatas, mucho más desinhibidos que la otra vez.

  • Yo paso de toalla, vamos en bolas – dijo Juan, quitándose los calzoncillos y dejando ver su monstruoso instrumento. Flácido y sin circuncidar, me recordaba a una especie de serpiente. Tenía el pubis completamente depilado, lo cual hacía que su polla y sus huevos parecieran aún más grandes de lo que ya eran.

Yo seguí su ejemplo, me quité toda la ropa y me quedé completamente desnudo frente a él. Mi polla, por supuesto, empezó a ponerse dura al instante. Yo no hice nada por cubrirme.

  • ¿Hacemos como el otro día? – pregunté -. ¿Cada uno por su lado?

  • Sí, hagamos como el otro día.

Dejé que Juan echara a andar delante de mí, y sin el menor descaro, le seguí. Fue directo al cuarto oscuro. Yo entré apenas cinco segundos más tarde que él.

Y allí me estaba esperando, pajénandose en la oscuridad.

Yo me abracé a él y empecé a chuparle el cuello. Él me agarró de la cabeza e hizo fuerza para que me pusiera de rodillas. Así lo hice. Esta vez no nos apartamos a una esquina, nos quedamos en medio del cuarto oscuro, en el que, a juzgar por los sonidos, habría cinco o seis personas más. Yo me apresuré a coger su polla entre mis manos. Aprovechando que no estaba dura del todo, traté de metérmela en la boca, pero era imposible, no me cabía. Así que volví a la técnica de comérmela en plan helado, lamiendo, chupando, succionando.

Varios tíos se congregaron a nuestro alrededor. Llevaban mecheros, y entre chispazos pude confirmar sin la menor duda que me estaba comiendo la polla de Juan.

Seguí haciéndole al mejor amigo de mi novio una de las mamadas más concienzudas que he hecho jamás. Y eso es mucho decir: soy un chupapollas bastante profesional. Al fin, entre jadeos, Juan me arrastró del pelo y me hizo apoyarme con las manos contra la pared. De inmediato noté una lengua trabajándome el ano. ¿Sería la suya? Era una lengua rápida, invasiva, que violaba la intimidad de mi culo sin el menor titubeo. Pronto la lengua se vio acompañada por un dedo, ay, dos dedos. Me dolió un poco, pero la situación me estaba dando tanto morbo que quería aún más.

  • Fóllame – murmuré.

Juan se apretó contra mí, su capullo rozando mi agujero. Me abrazó, me apretó bien entre sus brazos, me dio un beso húmedo en el pecho y se retiró.

Noté mi culo huérfano y esperé que algo ocurriera. Mi ano estaba dilatado, esperando la invasión final de aquella polla gigante. Pero no pasó nada. Nadie me tocó. Me di la vuelta. Juan no estaba en ninguna parte.

Los tíos que nos habían estado mirando se acercaron a mí y empezaron a sobarme. Uno de ellos me besó, otro me comía la polla mientras otro me metía dos dedos por el culo. Creo que otro más me estaba mordiendo los pezones.

Les aparté a todos y me puse a recorrer el cuarto oscuro. Juan no estaba en ninguna parte y yo tenía ganas de gritar.

Diez minutos después, tras haber recorrido cada milímetro cuadrado de la sauna y haber rechazado varias proposiciones más que apetecibles, estaba de vuelta al vestuario. Juan me esperaba allí, complemente vestido.

  • ¿Qué, pillín? Hoy no dirás que no has pillado.

  • Estaba con un tío increíble, pero el muy gilipollas me ha dejado colgado – le espeté.

  • Yo al final no he hecho nada. Ya volveremos otro día, tío. Ahora vamos de vuelta al curro.

No me lo podía creer. ¿Se estaba haciendo el imbécil? ¿O de verdad no se daba cuenta de que el que se la chupaba era yo? No, imposible. Estaba jugando conmigo. ¿Ah sí?

Game on.

Las siete de la tarde. Apagué el ordenador casi de una patada y eché hacia atrás la silla.

  • ¡Menuda mierda de día! Me voy a casa – le dije a Manu.

  • ¿Cómo que a casa? Nos vamos a jugar al tenis.

  • Tío, he tenido un día bastante asqueroso. Mañana si quieres, ¿vale?

  • Ni de coña. Tu tío Manu te lleva a jugar al tenis. Nada como un poco de deporte para descargar la tensión, ¿eh? ¡Vamos!

Lo único que me apetecía era irme a mi casa, meterme el puñetero vibrador en el culo y pajearme como un histérico pensando en que era Juan el que me follaba. Pero el pobre Manu no tenía la culpa de nada, así que decidí acompañarle. El gym estaba al lado de la oficina. Una hora de partido, ducha y a las ocho y media estaría en casa. Mis padres habían salido, así que me pondría una peli porno en el ordenador y disfrutaría un poco.

Llegamos al vestuario del gimnasio y empezamos a cambiarnos. En el estado de excitación y frustración sexual en que me encontraba, no pude dejar de admirar lo bueno que estaba Manu.

Alto, fuerte, peludo, viril.

Su mujer tenía mucha suerte. ¿Cómo sería follar con él? Seguro que era de los brutos, de los que te ponían a cuatro patas y te la metían de golpe, pero no te dejaban correrte hasta que se lo pidieras por favor. Sin darme cuenta, mis fantasías estaban haciendo que mi polla volviera a ponerse morcillona.

  • ¿Qué piensas? Parece que estás en babia – dijo Manu, quitándose los calzoncillos en ese momento y dejando ver una polla más que apetecible cubierta por una buena mata de pelo.

  • Nada. Ya te dije que había tenido mal día.

  • Me parece que alguien necesita un buen polvo… - me dijo.

Yo me di la vuelta, me quité en un rápido movimiento el pantalón y el bóxer, dejando mi polla tiesa en libertad, para cubrirla inmediatamente con los pantalones de deporte.

  • Estoy cachondo como una perra, tío. Así que ten cuidado conmigo.

  • ¡Ja, ja, ja! Qué mariconcete estás hecho. Venga, vente conmigo que tu tío te va dejar hecho polvo.

Menuda elección de palabras más… interesante. Manu terminó de vestirse y se fue hacia las pistas. Yo me di prisa en imitarle y corrí tras él.

En efecto, Manu me dio una paliza. Yo no era tan malo como había dicho, pero él era cojonudo. Me hizo correr, sudar, sufrir. Yo di lo mejor de mí, pero perdí miserablemente. Al cabo de una hora, no podía con mi cuerpo. Volvimos a los vestuarios, Manu se quitó toda la ropa en dos movimientos rápidos y se quedó completamente desnudo frente a mí. El muy cabrón tuvo la desfachatez de frotarse la polla (blanda) mientras me miraba.

  • Voy al baño. No te vayas sin mí, ¿eh?

Se alejó y se metió en uno de los cubículos. Le imaginé ahí sentado, haciendo… bueno, haciendo lo que fuese, con el cuerpo sudado, la polla sudada, y volví a ponerme cachondo. Ojalá pudiera entrar en ese cubículo, tirarme al suelo y comerle bien la polla. A un tío como Manu, joder, le dejaría hacer lo que fuera.

Miré hacia el montón de ropa que había dejado en el suelo. Su ropa sudada. Me acerqué y hurgué en el montón. Sí, hay estaban sus calzoncillos, unos slip Calvin Klein que segundos antes habían estado aprisionando su polla y sus huevos de macho. Sin pensar en lo que estaba haciendo, los cogí y me los llevé a la nariz.

Joder, cómo olían.

Me empalmé casi al instante. Una idea estúpida pasó por mi mente. En realidad, a mi mente no debió de llegar, porque si hubiera PENSADO, lo que se dice pensar, nunca lo hubiera hecho. Pero lo hice de todas formas.

Me quité la ropa, me di un par de sacudidas a la polla, que estaba durísima y rezumando líquido preseminal, y me puse sus calzoncillos. Los slip que habían estado custodiando los huevos y la polla de mi colega durante todo el día, que estaban usados y sudados, ahora los llevaba puestos yo. Me sobé la polla por encima del calzoncillo notando la tela dura, y sabiendo que como me tocara un poco más, me correría.

  • Cachondo como una perra, ¿eh? Joder, sí que te van las cosas raras.

Horror. Me di la vuelta y lo vi, ahí plantado, desnudo delante de mí. Manu había terminado de cagar y me había pillado con su ropa interior puesta. Qué haría ahora, ¿me daría una hostia?

  • Tío, de verdad, perdóname. No sé en qué estaba pensando. Espera que te los devuelvo…

  • No, no – Manu sonrió, y yo juraría que su polla se había puesto un poco, sólo un poco morcillona -. Quédatelos. No esperarás que me los ponga ahora.

  • Joder, mañana te traigo unos nuevos. Se me ha pirado la pinza, por favor, olvidémonos de esto, ¿vale?

  • No te preocupes, en serio. Te los regalo con una condición. Mañana tráelos puestos.

  • ¿Cómo?

  • Sí. ¿No te van las cerdadas? Pues ale, quédate con mis calzoncillos usados. Pero tienes que usarlos cuando yo te diga, y no puedes lavarlos. Me voy a duchar.

  • Yo también… - dije, flipando en colores.

  • Ni se te ocurra. Vístete así. No quiero que te los quites.

Por supuesto, obedecí. Me sequé con la toalla, me vestí, dejándome la ropa interior de Manu puesta, y me senté a esperarle. Cuando salió, no le quité los ojos de encima mientras se vestía. Subimos al bar del gimnasio y me invitó a una cerveza mientras el muy calientapollas me contaba cómo pensaba follarse a su mujer esa noche.

Al fin nos despedimos. Yo conduje a toda hostia hasta mi casa, la polla tiesa como un pino. Me encerré en mi habitación y me quité toda la ropa menos los calzoncillos de Manu. Cogí mi vibrador, un pene de plástico de tamaño medio que había comprado en un arrebato de locura un par de años atrás, un tubo de lubricante y me desparramé en la cama, listo a hacerme la mejor paja de mi vida mientras fantaseaba con Juan, el mejor amigo de mi novio, con su polla monstruosa, con mi compañero hetero Manu y con la idea de ir a trabajar con su jodida ropa interior puesta.

¡Chicos! Necesito opiniones, morbos, comentarios… ¿qué queréis que pase ahora? ¿Queréis que meta algún personaje nuevo? Os aviso que ya va siendo hora de que conozcáis a mi novio…

Escribidme a

alvin.card@hotmail.com