Infiel

La dulce y sumisa Amanda se entrega a su amante, sin sospechar las turbias consecuencias que este encuentro puede tener...

Un escalofrío recorrió vertiginosamente su espalda, de arriba abajo.

Quizá sería mejor que todo aquello fuera un sueño estúpido de que no se podía despertar, aunque al menos se tuviera la certeza de que, antes o después, aquello se acabaría.

Pero no era un sueño. Y él estaba allí, frente a ella, casi indeciso, enfundado en unos vaqueros descoloridos. Y ella estaba allí, con él, porque dos horas antes había sonado el teléfono y era él mismo, diciéndole que Gabriela iba a Barcelona con su hermana y estaría ausente durante dos días. Habría podido pensar que todo aquello era una trampa, pues los celos de Gabriela le hubieran impedido dejar a David tanto tiempo solo. Menuda locura, pensó. Si ella hubiera sido Gabriela no lo hubiera dejado solo por nada del mundo. Gabriela debía saber más que de sobra que David no iba a dormir solo aquella noche, así que supuso que era algo muy importante lo que reclamaba su atención.

No era ninguna trampa, porque allí solo estaban David y ella, frente a frente, callados, como si evitaran las palabras. Y Amanda, tan solo sintiendo la mirada lasciva de David sobre ella, comenzaba a sentirse húmeda. Su mente se nubló durante unos momentos, y tuvo que apoyarse en el quicio de la puerta para no caer al suelo, cerrando los ojos durante unos instantes.

Sintió cómo los brazos de David la elevaban del suelo enérgicamente, y no quiso abrir los ojos. Prefirió inclinar la cabeza sobre su torso desnudo, y pensar en cuánto había necesitado aquella piel cálida, y en cuántas mujeres necesitarían aquella piel tanto como ella. Era una atracción casi animal lo que había sentido hacia David desde el momento en el que entró con Gabriela en su despacho, para hacer las presentaciones. David entraba a trabajar en el mismo departamento en el que Amanda y Gabriela estaban, y aquello había sido tan solo tres meses antes.

Los brazos de David depositaron a Amanda en la cama con suavidad. Ella respiró profundo y sintió su beso, y sus manos fuertes acariciando su cara. Sabía que todo aquello no era más que el principio y que tendría que calmarse antes de que empezara el juego de verdad. Pero le gustaba calmarse con sus caricias. Su mano derecha comenzó a bajar hacia sus pechos, acariciándolos por encima de la ropa a un ritmo acompasado. Amanda comenzó a sentir el peso de David sobre su cuerpo, y su miembro, pegado a ella, que iba creciendo vertiginosamente. Pero comenzó a extrañarse cuando él le quitó suavemente la ropa, aprovechando el roce con la piel para hacerla sentir más excitada. Aquel comportamiento no era el de costumbre; aun así, Amanda sentía que acabaría muriendo de placer aquella noche. La respiración de él sobre sus pechos que había humedecido con sus besos la volvía loca y confusa, al igual que su mano, que apenas rozaba su entrepierna con suavidad haciendo círculos. Los besos húmedos de David bajaban por el vientre de Amanda, aferrado a sus muslos suaves sobre los que ella sentía el cabello largo de él. Cuando la boca de David llegó a su entrepierna, ella quiso morir en aquel instante. Su respiración, otra vez, la hacía gemir y retorcerse de placer.

Me encantaría hacerte el amor – dijo él levantándose bruscamente. - Pero no puedo hacerlo. Hoy no.

¿Qué? – replicó Amanda como si hubiera despertado de una ensoñación.

Lo siento, Amanda – contestó David antes de desaparecer tras la puerta de la habitación.

La puerta se cerró y la llave giró en la cerradura del lado opuesto.

Amanda quiso llorar. Llorar de rabia, de impotencia. ¿Cómo podía haberse creído que Gabriela iba a dejarlo solo tanto tiempo? Evidentemente, ella le había tendido una trampa, y seguramente estaba al otro lado del muro, en el salón, escuchando sus jadeos durante todo el rato, y posiblemente estuviera muy enfadada. Temió que en la empresa se supiera todo, ya que Gabriela tenía el poder suficiente al menos como para poner en contra suya a todo el edificio entero, a pesar de que no ostentaba un cargo demasiado alto. Sin embargo, Gabriela era una mujer inteligente, diez años mayor que ella, y llevaba en la empresa más de siete años, y contra una novata becaria que apenas llevaba seis meses tenía todas las cartas para ganar la partida. Si eso sucedía su reputación se iría al garete, al igual que su empleo. Tuvo miedo y se aferró a las sábanas, al tiempo en que no pudo reprimir más las lágrimas, que recorrieron sus mejillas.

Estuvo llorando sobre la almohada largo rato, esperando el temido momento en que ella apareciera por la puerta, llevándosela los demonios y jurándole que se acordaría de ella para toda su vida. Las últimas lágrimas surcaron su rostro cuando escuchó el ruido de la llave girando en la cerradura y se incorporó, tratando de cubrir su cuerpo desnudo. Sin embargo, contra lo que ella esperaba, apareció David, sin ropa, pero con el rostro más endurecido que de costumbre. De un manotazo se secó las lágrimas y agachó la cabeza, tímida.

David alzó el rostro de Amanda despacio. Ella todavía tenía la cara emborronada de llorar, y le brillaban las lágrimas en los ojos. No entendía absolutamente nada. Él le entreabrió la boca apoyando los dedos en su barbilla, y le introdujo su enorme miembro en la boca. Amanda seguía hipando, pero el miembro de David estaba excitado y apenas le cabía en la boca. Tal vez la hubiera estado espiando mientras lloraba, pensó. Él se movía rítmicamente, apresando su cabeza de tal manera que Amanda apenas podía moverse. Tan solo su lengua podía trabajar cuando el enorme miembro de David entraba y salía de su boca. De repente, hundió con fuerza su pene en la garganta de Amanda, y permaneció allí durante unos segundos, gimiendo de placer. Ella pensó que iba a asfixiarse allí mismo, pero rápidamente él lo retiró. Amanda tosió, y él la miró con gravedad.

¡Dios, cómo me la chupas! – exclamó David.

Acto seguido, una bofetada restalló en la mejilla de Amanda. Ella gimió, aunque no supiera muy bien si era placer o dolor, o ambas cosas lo que le estaba invadiendo. No había sido demasiado fuerte, pero David gruñó satisfecho. Agarró a Amanda por las muñecas y la levantó casi con violencia. Se dispuso sentado en la cama ante el espejo, y colocó a Amanda encima de él. Mordió ligeramente sus pezones hasta que sus dientes quedaron perfectamente marcados allí, mientras tanteaba con sus dedos la abertura del sexo de Amanda. Le introdujo primero un dedo, después dos, y más tarde añadió un tercero. Las piernas de Amanda temblaban, y ella respiraba entrecortadamente. La mano libre de David asió con fuerza el cabello de Amanda.

Quiero que grites bien, ¿me has entendido? – bramó David con voz autoritaria.

Amanda gimió débilmente, lo suficiente como para que David la oyera. Tenía miedo de que los vecinos escucharan todo y Gabriela se enterase. David le aferró la cintura y le clavó su miembro en un rápido movimiento.

¡Grita! – exclamó David.

Amanda se sentía descontrolada. Su cuerpo se convulsionaba y apenas podía gemir. Intentó moverse de arriba a abajo, pero el colosal miembro que se había introducido en su vagina apenas le dejaba moverse. Los ojos de David chisporroteaban de placer.

Muy bien – dijo David, soltando la cintura de Amanda. – Si no quieres gritar, te haré gritar yo mismo.

David se agachó hacia el cajón que había bajo el espejo. Buscó algo dentro durante unos instantes y sacó un cinturón de cuero negro. Los ojos de Amanda se abrieron como platos. Lo desenrolló y lo asió con la mano derecha, propinándole un buen golpe en las nalgas, que resonó en toda la habitación.

Amanda gritó. De nuevo no sabía si era dolor, placer, o las dos cosas mezcladas en un cóctel explosivo que le provocó inmediatamente un orgasmo. David le dejó recobrar el aliento durante unos momentos, consciente de que Amanda había tenido el primer orgasmo de la noche, y después continuó guiando sus movimientos cada vez más rápido. El segundo golpe dolió más que el primero, y Amanda gritó, recuperando las fuerzas. Podía haberla escuchado cualquier vecino, pero ya no le importaba. Ya no sentía nada más que placer por todo su cuerpo. Se agarró a los cabellos de David, que la besó con furia murmurando algo en voz baja.

David la levantó. Amanda sabía que el orgasmo de David era inminente, pero como podía comprobar, él luchaba por retardar el momento todo lo posible. La colocó a cuatro patas ante el espejo, y la penetró desde atrás, propinándole un manotazo en las nalgas. Estaba muy húmeda y lo sabía. Tanto, que a él mismo le costaba trabajo retener un momento más su orgasmo. Ella seguía gritando, y a cada golpe en sus nalgas, la intensidad de sus gemidos aumentaba. Volvía a temblar su cuerpo, y David asió sus pechos con fuerza durante unos momentos, incorporándola un poco, hasta que sintió las convulsiones de ella, que estalló en su segundo orgasmo. David, que quería ganar un poco más de tiempo, se paró en seco y fue hasta el cajón que había debajo del espejo de nuevo. Buscó algo más, ante la atenta y asustadiza mirada de Amanda, que cayó derrotada sobre el colchón. Ya estaba acostumbrada a utilizar las esposas con David, pensó. Pero seguía teniendo miedo dentro de sí, un miedo a lo que pudiera pasar que incluso le resultaba excitante.

Le colocó las manos detrás de la espalda y le levantó el trasero, apoyándole las rodillas para que todo el resto de su cuerpo estuviera apoyado en la cama. Le apartó las piernas para observar su sexo enrojecido y palpitante, que entreabrió con los dedos. Su lengua lo recorrió por completo, y pudo comprobar cómo los músculos de las piernas de Amanda se tensaban ante los tremendos goces que la estaban desesperando, llevándola hasta el delirio. Ahora taladraba con su boca el ano, que no cedía ante la lengua de David. Hundió el dedo índice dentro de él, y la oquedad pareció recibirle complacida. David jadeó satisfecho.

¡Qué bien entra el dedo en tu culito! – exclamó David. – Dime lo excitada que estás, Amanda.

Me estoy muriendo – contestó nerviosamente. Todavía no se había recuperado del último orgasmo. – Pero por favor, por ahí no – suplicó.

David rió a carcajadas. Sus ojos seguían brillando, pero su miembro se había relajado ligeramente. Sabía que a Amanda le iba a gustar, pese a todo. Algunas mujeres eran reacias a mantener relaciones de sexo anal, y una de ellas era Amanda. Desoyendo sus súplicas, siguió moviendo el dedo en su ano, e introdujo otro, que no se deslizó tan bien como el primero. Amanda se removió, a pesar de que estaba sintiendo un placer considerable. Sin embargo, David siguió separando sus nalgas e introduciendo rítmicamente sus dedos durante un buen rato al mismo tiempo que la castigaba con varios azotes. Pronto, Amanda comenzó a gemir muy despacio, y David decidió que era el momento de penetrarla. Amanda aulló de dolor, pero David, en vez de ceder, continuó más rápido. Podía oír los aullidos de Amanda mezclados con gemidos, y él, a su vez, comenzó a gemir. Amanda sentía tanto placer que no se lo podía creer, y menos aún cuando la mano de David se deslizó bajo su vientre para acariciarle el clítoris y la asió fuertemente del cabello para colocarla a la altura del espejo.

Quiero ver tu cara de placer – dijo sin parar de torturarla por detrás.

David lanzó varios gemidos. Iba a eyacular en cualquier momento. Amanda se retorció entre espasmos, que provocaron el orgasmo de él, casi salvaje, brutal. Durante unos instantes, ninguno de los dos se movió. Un poco más tarde, David recordó que Amanda llevaba todavía las esposas puestas. Se le habían irritado un poco las muñecas, pero en unas horas las rojeces desaparecerían.

Voy al baño un momento – dijo acariciando los muslos de Amanda.

Ella asintió, sintiéndose culpable y sucia. Había disfrutado cada orgasmo, cada invención de David como siempre. Pero habría preferido al primer David, al que era al entrar por la puerta de casa, tierno, amable.

En realidad, no sabía muy bien cómo era él. Apenas se conocían, y aquella era la oportunidad que estaba esperando para hablar a solas, dejar que la conversación fluyera. Hasta entonces solo habían tenido la oportunidad de verse en algunos encuentros muy contados y medidos con cuentagotas, donde el sexo devoraba cualquier oportunidad de tener una charla. Y no es que Amanda quisiera algo más de David, puesto que sabía muy bien que Gabriela ocupaba todo su espacio y su tiempo y que aquello no lo podía cambiar nadie. Además, Gabriela era una mujer a la que la madurez no había robado nada de su belleza. Tenía treinta y dos años y un cuerpo endiabladamente bonito; nadie podía presumir de llevar una falda de tubo como ella en la empresa, ni siquiera las más jóvenes, como Amanda. Y aunque siempre intentara no inmiscuirse en los asuntos privados de los demás, sus compañeras la mantenían bien informada de la auténtica batalla en que se había convertido conquistarla para los hombres que trabajaban cerca de ella.

David dijo que iba a preparar unos tes para tomarlos antes de cenar, mientras se preparaba la comida. Mientras tanto, Amanda aprovechó para darse una ducha ligera, esperando no causar demasiadas molestias. Esta vez se cambió de ropa y se recogió el pelo para parecer más elegante. Pasó un buen rato delante del espejo maquillándose, dando como resultado un rostro que apenas conocía: por fuera se podía ver a una joven hermosa, segura y decidida. Pero por dentro, Amanda sabía que solo era una niña, y se sentía débil y desprotegida.

David la estaba observando. Ella se sobresaltó al girarse y ver que él estaba allí.

Estás preciosa – dijo David

Gracias – contestó Amanda sonrojándose.

He preparado el té – dijo señalando a una bandeja. – Podemos tomarlo aquí si quieres.

Ambos bebieron callados durante un largo rato. Amanda miraba distraídamente hacia los rincones de la habitación, como si quisiera librarse de la mirada de David, clavada en ella.

¿Pintas? – preguntó para romper el hielo, señalando uno de los cuadros que había en la habitación.

Lo hizo Gabriela – contestó

Es muy bonito… Quiero decir, que no entiendo demasiado de arte, pero me gusta.

Ahora está intentando pintarme a mí – dijo con orgullo.

Bueno, eso no le será muy difícil, ¿no?

Normalmente dibuja otro tipo de cosas. Cosas mucho más extravagantes.

Ya, claro

Los ojos de David apuntaron hacia los de Amanda. Su rostro expresaba la misma dureza de siempre, pero era un rostro diferente al que le había abierto la puerta sigilosamente aquella noche. Le había gustado la manera en que la acariciaba al principio; nunca antes se había comportado de manera tan gentil con ella en la cama.

¿En qué piensas?

Pues… - Amanda dudó por unos instantes en decirle la verdad o inventar algo sobre la marcha

No, no me digas que piensas en los cuadros y en Gabriela ahora mismo. Tus ojos no dicen eso.

¿Y qué dicen? – contestó intrigada

No lo sé. Tienen un brillo especial

Vaya

¡Pero qué preciosidad que eres, dios mío! – exclamó mientras su mano se perdía entre los muslos de Amanda. – Así no puedo estar a tu lado durante más de cinco minutos sin querer follarte – le dijo mientras bajaba sus braguitas.

Esta vez, las manos de David alzaron las piernas de Amanda, separándolas, e introdujeron en su ano un vibrador, que se abrió paso a pesar de los lastimeros quejidos de Amanda, dolorida. Pero él, sin embargo, le lamía el clítoris y los labios de la vulva, con los que jugaba apresándolos con la boca y separándolos. A veces, un dedo se colaba en su vagina durante unos instantes, para reaparecer a los pocos momentos. Amanda quería hacerse entonces agua, deshacerse en aquella cama y no volver a existir nunca. David le atraía de manera brutal, pero a veces, como en aquel momento, se sentía humillada y le costaba reprimir las lágrimas. Por eso se sabía pequeña ante David, porque él tenía el poder sobre ella y podía hacer lo que quisiera con ella. Intentaba soportar todo, dejarse hacer sin rechistar, vibrar con los orgasmos y después marcharse como si nada. Pero le daba la sensación de que cada vez se iba adentrando en un abismo más profundo del que le costaba salir.

Muy bien – dijo David abandonando la entrepierna de Amanda. – Ahora quiero ver cómo te masturbas para mí.

Dicho esto, David volvió a esposarle las manos a la espalda y le clavó en la vagina el vibrador. La colocó de rodillas en la cama, de tal manera que el vibrador quedaba apoyado en la cama y cuando Amanda quería reposar de su incómoda postura, se clavaba por completo el enorme vibrador, lanzando de nuevo dolorosos quejidos.

No puedo – se quejó. – Me hace mucho daño y no puedo moverme.

David respondió con una sonora bofetada en la mejilla derecha de Amanda. Ella sintió cómo la carne le palpitaba de dolor. Nunca antes le había pegado tan fuerte. Tomando sus hombros, la empujó hacia abajo. Amanda chilló.

Vamos, quiero ver cómo te lo clavas – dijo David.

Amanda sentía como si la estuvieran atravesando. Se sentía sola, desamparada, pero a la vez, aquello le provocaba un placer dolorosamente terrible. Y a la vez, mientras trataba de incorporarse, notaba horrorizada el rastro húmedo que dejaba en el vibrador. Subía y bajaba despacio, procurando hacer lo que le había ordenado David, que estaba frente a ella, ligeramente a la derecha para dejar que Amanda se observara en el espejo, de pie, masturbándose. Volvió a apoyarse en sus hombros para que todo el cuerpo de Amanda cayera sobre el enorme monstruo que le estaba taladrando por dentro. Amanda gritó de nuevo.

Eso es, quiero que te lo claves entero para mí – le susurró al oído David.

Amanda gemía y se retorcía de placer. Las piernas le temblaron de nuevo y supo que un orgasmo vendría a continuación. Gritó cuando su cuerpo comenzó a convulsionarse y las lágrimas comenzaban a agolparse sin piedad en sus ojos. Creía que ya no podía más. Solo soñaba con abrazarse a su almohada y llorar hasta quedarse dormida.

David había parado de masturbarse y la observaba. Evidentemente, se había dado cuenta de que estaba a punto de llorar, pero no acudió a consolarla. Con gesto impasible, le quitó de nuevo las esposas y la levantó asiéndola por debajo de los brazos, sacándole el vibrador de su vagina. Amanda estaba sin fuerzas, y se debatía ante la idea de suplicarle que la dejara marchar aquella noche. Quería que todo aquello acabara ya.

De nuevo, David tomó los muslos de Amanda y la alzó. Asiéndola por las piernas, la colocó de manera que su miembro se introdujo casi por completo dentro de Amanda. Alzada en volandas, Amanda gimió cansada. Se aferraba a los hombros de David con desesperación. Él comenzó a mover sus caderas para que su miembro entrara y saliera de Amanda. Aquella posición era un poco incómoda, pero a David lo mataba de placer. Amanda no tardó en comenzar sus gemidos, mucho más apagados que antes. Él jadeaba acompasadamente al tiempo que la penetraba, y miraba hacia el espejo para poder contemplar la escena en su integridad. Parecía estar volviéndose loco por unos instantes, por el brillo de sus ojos, pensó Amanda. Pero todavía conservaba su magnetismo brutal, y Amanda necesitaba desesperadamente abrazarse a él con las pocas fuerzas que le quedaban. Le gustaba mucho y sentía cierto placer en aquella postura, pero se sentía incapaz de correrse de nuevo. Entrelazó los brazos en la nuca de David desesperadamente, como si buscara un contacto físico que implicara más afectividad. Él se percató de ello y, como si quisiera zafarse de aquel abrazo, apresó su cintura con una mano y la dejó caer en la cama. Rápidamente, se colocó a la altura de su boca, para que, dejándola inmovilizada, Amanda no pudiera resistirse ante el miembro que desaparecía dentro de ella hasta casi rozarle la garganta. Apenas podía respirar. Las lágrimas saltaron por fin de los ojos, humedeciéndole las mejillas. Pero David no miraba. Solo empujaba su miembro cada vez más hacia la garganta de Amanda. Ella no supo cuánto tiempo estuvo así, aguantando la respiración y las arcadas. David no cesó de entrar y salir de su boca, hasta que lanzó un grito y un chorro blanco inundó la boca de Amanda.

Trágatelo todo – ordenó con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás, vaciándose entre jadeos.

Amanda obedeció. Las lágrimas le daban la extraña sensación de que sus ojos estaban ardiendo, y le quemaba la piel allá por donde pasaran esas gotas que la hacían sentir tan pequeña, tan impotente

Se secó las lágrimas. David la miró, atónito, y se apartó a un lado. Parecía algo asustado, pero se recompuso rápidamente.

No llores – insistió mientras se ponía los pantalones. – Ya ha pasado todo. Voy a terminar de preparar la cena.

Se agachó hacia donde estaba Amanda y le besó la frente, deslizando su mano por el cabello de la muchacha.

No te pongas la ropa para cenar – pidió él.

Vale – contestó Amanda secándose de nuevo las lágrimas.

Cuando David desapareció, Amanda se acurrucó en la cama semideshecha, sin importarle los restos de lo que había sido su última humillación, a la que se había sometido casi gustosamente. Aquellos momentos eran los peores. Se sentía culpable y totalmente responsable de lo que ocurría con David. Sin embargo, sabía que no podía decir que no. Se imaginó en un futuro, cuando ella tuviera que formalizar alguna relación con un chico. ¿Sería lo suficientemente fuerte como para abandonar esos encuentros furtivos? Sabía que David tenía un harén de amantes, y que posiblemente hubiera muchas que le dieran más placer que ella. Seguramente, él se aburriría de estos encuentros tras algunos meses más, y Amanda se vería obligada a servirle el café todas las mañanas pensando en cómo la había utilizado durante esos meses.

Sin darse cuenta, Amanda se fue sumiendo en un profundo sueño. Quince minutos más tarde, David entró en la habitación, encontrando a Amanda abrazando la almohada y cubierta de lágrimas. Se acercó hasta la cama y se sentó en el borde. Suspirando, observó su rostro angelical, su delicado cuerpo indefenso, la piel blanca y suave de sus nalgas enrojecida por los azotes… Cogió una manta y la arropó con cuidado para que no se despertara. Y, antes de irse, acarició levemente su mejilla, mordiéndose los labios.

Lo siento, Amanda – susurró. – Lo siento mucho.

Amanda se despertó unas horas después. Abrió los ojos con parsimonia, medio aturdida, y observó los rayos de sol que se filtraban por la persiana. Sintió terror en un primer momento. Intentó rebobinar su memoria para recordar dónde estaba, y cuando recordó la noche anterior en casa de David dio un respingo, horrorizada, y miró el reloj.

¡Mierda! – exclamó

Buenos días – dijo David ajustándose la corbata. – He preparado el desayuno.

Pero…yo… - dudó Amanda.

Anoche te quedaste dormida, y no quise despertarte.

Ah, yo… Perdona…Yo no quería

No importa – le dijo.

Pero…No sé, igual querías hacer algo y no pudiste… Y la cena

De verdad, Amanda, no te preocupes – dijo sonriendo David. – Además, la cena estaba horrible.

Ambos rieron. Amanda se vistió ante la atenta mirada de David y se recolocó el cabello. Desayunaron rápidamente y se dirigieron hacia el coche. Tenían veinte minutos para llegar al trabajo, pero David vivía mucho más cerca que Amanda y, a pesar de que encontraron algo de tráfico, llegaron a la puerta de las oficinas en poco más de diez minutos.

Voy a ir hasta las traseras del edificio – dijo David. – Te dejaré allí para que no nos vean subir juntos, ¿de acuerdo?

De acuerdo.

Pero en las traseras había un grupo de hombres, de entre los cuales, algunos trabajaban en el departamento donde ambos estaban, así que David siguió hasta el parking. Amanda estaba asustada. Creía tener una obsesión con la imagen de Gabriela, que en su mente la estaba esperando aparecer con expresión severa. David aparcó silenciosamente y apagó el motor.

No tenemos mucho tiempo para despedirnos – musitó él. – Será mejor que vayas tú delante. Luego cogeré yo el ascensor.

De acuerdo – dijo Amanda recogiendo sus cosas. – Hasta luego entonces

Amanda – exclamó él.

Amanda se giró. David tomó su cara entre las manos y la besó con dulzura. Ella temblaba otra vez. Sintió su miembro creciendo entre las piernas al introducir la lengua en su boca, y no quiso reprimir el deseo de su mano que quería acariciar los pechos. Pero no tenían mucho tiempo. Se apartó, y sin dejar de mirarla, la vio desaparecer tras las puertas del ascensor. Era tan dulce, tan tierna… No se podía perdonar lo de la noche anterior. Quería contarle todo a Amanda, quería llevarla a cenar y hacerle el amor, verla sonreír… Pero las lágrimas de ella se habían clavado en su alma, y ahora sentía que no se lo iba a perdonar nunca.

Gabriela llegó al día siguiente. Estaba radiante, como siempre, a pesar de que había pasado las dos últimas noches con su hermana en el hospital. Venía vestida con el traje negro que le quedaba como anillo al dedo, que David le regaló el año anterior. Sus delgadas piernas bronceadas buscaban las de David por debajo de la mesa mientras comían.

¿Y bien? – preguntó David. - ¿Cómo has visto a tu hermana?

Se recuperará – contestó Gabriela mirando al vacío. – En un par de días estará en casa, supongo.

¿Y Carlos?

Carlos estaba hecho polvo. Había estado haciendo noche en el hospital casi la semana entera. Le ha venido bien que les hiciera una visita.

Debes estar agotada – dijo David acariciándole la mano.

No lo suficiente como para pasar por alto el encargo que te hice – contestó divertida Gabriela. - ¿Me lo vas a enseñar? – dijo desabrochándose el vestido.

Cada día estás mas loca – musitó David. – Y más hermosa.

Encendió el televisor. Ya tenía todo preparado, porque sabía que Gabriela no iba a dudar en pedirlo en el momento en que llegara a casa. Gabriela se acomodó en el sillón, y David hizo lo mismo a su lado. En la imagen, con bastante nitidez, se podía ver claramente el cuerpo desnudo de Amanda y su boca, que acogía cálidamente el miembro de David. Gabriela no pestañeaba, y se relamía de gusto. David le ayudó a quitarse el traje, y con suavidad le quitó la lencería oscura, para verla completamente al desnudo. Su cuerpo bronceado era bellísimo; sus pechos eran firmes y grandes, y sus pezones rosados y redondeados. La piel de su vientre era tan suave que David creyó enloquecer al acariciarla. Masajeó su pubis y se entretuvo en los muslos. Aquella mujer era pura dinamita, a pesar de sus caprichos sexuales que a veces le sacaban de sus casillas. Cuando la penetró sintió su humedad, que lo encabritó aún más. Ella tenía cara de placer, a pesar de que no perdía de vista el cuerpo de Amanda, con el que gozaba sin parar. Se masajeaba los pechos con suavidad, porque sabía que a David perdía la razón cuando hacía aquello. Ella se corrió a los pocos instantes, y él, al sentir la presión de las convulsiones en la vagina de Gabriela, derramó su semen en ella. Jadeando, besó sus pezones y su vientre, y luego se apartó, sabiendo que hasta que ella no sintiera su apetito satisfecho, no querría apartarse del televisor.

Es una locura – murmuró David

¿El qué? – preguntó Gabriela apartando por unos instantes los ojos de la pantalla

Esto que estamos haciendo

Ya sabes cuál es el trato

Antes de irse, la observó desde el quicio de la puerta, hundiendo un vibrador en su vagina y retozando de placer ante las imágenes de Amanda.

Ella era solo una niña al lado de Gabriela. Pero Gabriela se había encaprichado de Amanda desde el primer momento en que la vio en la oficina. Sin embargo, el trabajo le obligaba a mantener distancias con ella. Por eso, el trato con David había sido conseguirle un puesto de trabajo con tal de que le hiciera los favores sexuales que ella requiriera. No era la única chica en la oficina con la que David tuvo que acostarse: tras el cruel proyecto de Gabriela había al menos cinco chicas de la oficina. Pero ninguna como Amanda, pensaba David. Si tan solo pudiera hacer el amor con ella sin cámaras ni violencia… Amanda era tan inocente que le dolía en el alma tener que hacerle aquello a esa pobre criatura. Y no solo era eso, sino que Gabriela cada vez exigía imágenes más fuertes, más violencia, que David maltratara más y más aquel cuerpo dulce y delicado de Amanda. Ya no sabía hasta cuándo podría soportarlo. Se tumbó en la cama y comenzó a recordar aquel cuerpo tan distinto al de Gabriela, pero tan cálido y acogedor, tan tierno… Comenzó a masturbarse lentamente, recordando cada curva de su cuerpo.

Desde el salón, los gemidos de Gabriela se confundían con los gritos de Amanda desde el televisor.