Infiel (2): el mejor amigo de mi novio

¿Qué ocurre cuando te mola el mejor amigo tu novio? ¿Y si todo parece indicar que tú también le gustas a él?

Infiel (II): el mejor amigo de mi novio

Conocí a los amigos de mi novio cuando llevaba casi tres meses con él. Había sido verano, y entre unas cosas y otras, no había habido ocasión de quedar con ellos. El plan era sencillo, tomar unas cañas en una terraza un sábado por la tarde, aprovechando los últimos días de calor.

Desde el momento en que conocí a Juan, supe que me había equivocado. Ellos eran un grupo de cinco amigos, y yo había escogido al amigo equivocado.

Juan era guapísimo. De esos tíos que tienen una cara perfecta, simétrica, equilibrada. Grandes ojos verdes, barba de un par de días, labios carnosos, pelo corto y moreno. No era demasiado alto, pero a mí eso nunca me ha importado. Tampoco estaba cachas, lo que se dice cachas, pero era delgado y las mangas del polo se le ajustaban en torno a unos bíceps que sin duda sufrían cada semana varias horas en el gimnasio.

La verdad es que tuve suerte: cuando conocí a Juan, él andaba saliendo con un tío de La Coruña y en teoría estaba súper enamorado. Eso me evitó pensar tonterías, así que seguí con mi novio sabiendo simplemente que su mejor amigo era el tío más guapo del mundo.

Según pasaban los meses, fui descubriendo que Juan no era sólo una cara y un cuerpo bonitos. Era inteligente, dulce, divertido. Por qué no decirlo, también era abogado y debía de ganar una pasta, porque estaba todo el día de viaje, que si Nueva York por aquí, que si Beijing por allá. Oye, no me malinterpretéis, a lo largo de estos meses también me fui enamorando de mi novio, por eso seguí con él. Además, Juan era inalcanzable. ¿O no?

Hacía las Navidades, Juan cortó con el tío de La Coruña. Mi novio estaba pasando una época de mucho trabajo, así que empezamos a hacer planes los dos solos, Juan y yo, algunos fines de semana. Quedábamos para tomar una caña después del trabajo, o cenábamos un jueves, o incluso salíamos a tomar una copa. Una noche en concreto, a principios de enero, la copa se alargó un poco más de lo normal.

Era viernes y habíamos salido a cenar los dos solos. Mi novio estaba fuera de Madrid, y creo que estaba encantado de que yo me llevase tan bien con su mejor amigo. Nos bebimos una botella de vino entre los dos, y luego fuimos a un sitio tranquilo, como de costumbre, a tomar una copa. No sé cómo, pero empezamos a hablar de sexo. Él me dijo que llevaba una temporada cachondísimo, y como no quería tener pareja tan poco tiempo después de haberlo dejado con el gallego, me confesó que de vez en cuando iba a alguna sauna.

  • ¿Tú nunca has ido a una sauna? – me preguntó.

  • Bueno, alguna vez sí. Cuando estaba soltero fui un par de veces con un amigo.

  • ¿Con un amigo? ¿Y no se te hace raro? Yo siempre voy solo.

  • Qué va – contesté -. Cada uno íbamos por nuestro lado… pero hace mucho que no lo hago, ¿eh? Ahora soy un hombre comprometido, jeje.

  • Ya, como que me lo ibas a contar a mí, pillín. Pero tranquilo, cualquier cosa que me cuentes, yo no se la voy a decir a Luis.

Luis era mi novio.

La conversación siguió calentándose poco a poco. Juan quería saber qué había hecho en las saunas cuando había ido. Le conté que sexo oral, pajas y poco más: la verdad es que follar, lo que se dice follar, nunca había follado.

  • No te creo – me dijo.

  • Te lo juro – dije -. Me encanta que me la metan, pero necesito tener un poco de confianza, no sé.

Me di cuenta de que estaba hablando demasiado. No me gusta que mis amigos sepan si soy activo o pasivo o qué coños soy. Pero Juan me miraba con los ojos encendidos, como si estuviera imaginándome en mil posiciones diferentes. Pero eso no podía ser, ¿verdad? Yo era el novio de Luis, el novio de su mejor amigo.

  • ¿Sabes lo que te digo? Mañana no curramos ninguno de los dos. Vámonos de copas.

Fuimos a una discoteca de ambiente a la que íbamos con bastante frecuencia cuando salíamos todos juntos. Tomamos una copa, dos. Unos tíos se acercaron a hablar con nosotros, y antes de que me diera cuenta, Juan se estaba enrollando con uno de ellos.

En ese momento no supe muy bien por qué, pero su actitud me molestó. Salíamos los dos a tomar algo… ¿y me dejaba tirado para comerla la boca a un tío al que acababa de conocer? Ah no, ni mucho menos. Notando como me subía el cabreó, me fui al piso de arriba a fumar un cigarrillo. ¡Entonces, aún se podía!

Estaba yo apoyado en una barandilla, dándole caladas a mi Marlboro Light, cuando noté que alguien me abrazaba por detrás. Era Juan, y se diría que le había subido el pedo.

  • No te enfades conmigo – me dijo, y me dio un beso en la comisura de los labios.

Yo me quedé flipando. ¿Qué estaba pasando? Juan nunca había dejado de gustarme, pero había enterrado mis sentimientos en un lugar tan profundo que apenas pensaba en ellos. Pero ese beso tan cerca de los labios me había refrescado la memoria.

  • No estoy enfadado.

  • Siento haberme enrollado con el tío ése.

Durante todo este tiempo, Juan no había apartado sus brazos de mí, y me hablaba muy cerca del oído.

  • Oye, no tienes que darme explicaciones de con quién te lías.

  • Ojalá no fueras el novio de Luis – me dijo, mirándome a los ojos.

Yo tardé unos segundos en contestar:

  • Ojalá te hubiera conocido a ti antes.

La noche acabó sin que pasáramos a mayores. El momento mágico se rompió cuando sonó una canción especialmente petarda. Nos tomamos otra copa y nos fuimos, cada uno a nuestra casa.

El fin de semana siguiente quedamos todos. Mi novio Luis y yo, Juan y el resto del grupo. Fuimos a cenar. Juan se sentó a mi lado, y durante toda la cena se dedicó a ponerme la mano en el muslo de forma casual, a juntar su pierna contra la mía, a cogerme de los hombros cada vez que se levantaba para cualquier cosa.

Después de cenar, fuimos a tomar una copa a un sitio tranquilo. Era una especie de pub inglés con sofás, y para caber todos, tuvimos que sentarnos todos juntos. Juan se sentó a lado y yo no era consciente más que del calor de su cuerpo contra el mío. Para empeorar las cosas, él seguía rozándome a la menos oportunidad, apretando su muslo con el mío, hablándome muy cerca del oído. Y nuestras miradas se cruzaban todo el tiempo.

Siguió la noche, y fuimos a la discoteca de la semana anterior, donde Juan y yo habíamos estado a punto de enrollarnos. Llevábamos un par de horas allí y yo estaba pidiendo una copa cuando Luis se me acercó hecho una furia.

  • ¿Qué es eso de que te has enrollado con Juan?

  • ¿Cómo?

  • Me acabo de encontrar con Ángel, un colega de toda la vida, y me ha dicho que la semana que viene te vio aquí mismo enrollándote con Juan. Fue la noche aquélla que salisteis los dos, ¿verdad? ¿Os habéis enrollado?

Luis estaba controlándose, pero parecía a punto de echarse a llorar o de soltarme una hostia, no sé cuál de las dos cosas.

  • Tu colega Ángel es un gilipollas – dije -. Juan estaba pedo y se me abrazó diciendo que me quería y que le encanta ser mi amigo y tal. Ya sabes, exaltación de la amistad con la tercera copa. Con la cuarta el pedo le fue a más y nos fuimos a casa.

  • ¿No te has liado con él?

  • Claro que no. Eres idiota. Venga, vamos a bailar.

Tras aquella conversación, tuve mucho cuidado con Juan. Me propuso un par de veces que quedáramos los dos solos para tomar una caña, como habíamos hecho tantas veces, pero yo le rehuía. Cuando volvimos a salir todos juntos, yo me preocupé muy mucho de no sentarme a su lado. Apenas le miraba.

Pero no hacía más que pensar en él.

Pasó otra semana y Luis se fue a otro de sus viajes, a Barcelona, creo recordar. Juan me llamó para salir, pero yo vivía con mis padres lejos del centro y no me apetecía coger el coche.

  • Venga, te recojo yo.

  • No jodas, hombres, no hace falta.

  • Oye, ¿te pasa algo conmigo? ¿Te he hecho algo sin darme cuenta?

  • No, no… para nada. Cosas mías. Tienes razón, vamos a salir.

Así que quedamos. Fuimos a cenar, como tantas otras veces. Hablamos de nuestros respectivos trabajos, de Luis, de su exnovio el gallego…

  • Teníamos un sexo acojonante – me dijo.

  • ¿Sí? Era un poco afeminado para mi gusto.

  • No te imaginas el culo que tenía, y cómo se movía el muy cabrón… El caso es que… bueno, no te lo voy a contar porque vas a pensar que soy un fantasma.

  • Anda, tío, dime.

  • A veces tengo problemas para encontrar pasivos…

Y yo para encontrar activos,

pensé yo. Ay, el mundo está mal repartido.

  • Joe, tú eres un tío guapo, seguro que cualquiera…

  • No, no. Hay muchos tíos que están dispuestos a irse a la cama conmigo. Pero cuando me ven la polla, no me dejan que se la meta.

  • ¿Y eso?

  • Es demasiado gorda. Dicen que les va a doler y que no les cabe…

Yo empecé a descojonarme de la risa, sobre todo para evitar que se notara lo cachondo que me había puesto al imaginar que Juan-el-tío-perfecto, además, tenía una polla tamaño descomunal.

  • ¡Menudo problema, tío! ¡Eres la caña! – dije.

  • No te rías. A mí no me gusta ser pasivo, y mi problemilla reduce bastante mis posibilidades de follar.

La conversación siguió por esos derroteros, así que nos fuimos a otro sitio a tomar la copa de después de cenar. No el de siempre, sino uno donde jamás habíamos entrado. Nos sentamos uno frente al otro y continuamos con la misma conversación: tamaños, sitios donde lo habíamos hecho, morbos, cosas así.

  • Tío, me estoy poniendo cachondo. Creo que después de esta copa me voy a una sauna.

  • No jodas, hombre, que yo me voy a casa con mis padres…

  • Vente conmigo si quieres.

  • ¿De verdad?

  • Claro. Hacemos como con tu colega ése. Tú te vas por tu lado y yo por el mío… tranquilo, que no se lo cuento a Luis. Anda, vente conmigo, que si no me da palo.

¿Por qué no?, me dije. Así que allá que nos fuimos. Ni siquiera hubo que mover el coche, había una sauna a pocos metros de donde estábamos. Pagamos la entrada, nos dieron las chanclas, la mini toalla y un condón a cada uno, y fuimos a cambiarnos al vestuario.

  • ¿Ves? – me dijo Juan, agitando el condón -. A mí esto no me entra. Tengo que traerme los míos propios.

Los dos empezamos a desnudarnos. Yo estaba empalmado, así que me di discretamente la vuelta y me enrollé la toalla intentando que no se te notara.

  • Oye, tienes un buen culo – me dijo Juan -. Suave y sin un solo pelo. Me mola. Vestido no se tonta que tienes el culo tan bien.

  • Gracias – contesté, sonrojándome.

  • Vamos para adentro. Yo voy por ese lado.

  • Yo por el otro. ¿Quedamos aquí en… media hora?

  • Vale.

Me interné por un pasillo y fui hacia la zona del baño turco. No había demasiada gente (era demasiado pronto), pero algo de ambiente sí que había, y vi a un par de tíos que estaban bastante bien y que no me quitaban el ojo de encima. Pero no le había puesto nunca los cuernos a mi novio, y me daba palo hacer nada…

Seguí avanzando hacia la zona de las cabinas. Había una puerta, una especie de pasillo, que daba a un cuarto oscuro. Me pareció ver que Juan se internaba hacia allá, así que con el corazón latiendo a toda velocidad, le seguí.

Me topé con él nada más cruzar la puerta. O al menos, me pareció que era él. No había una sola luz, pero por el tacto, por el olor, hubiese jurado que era Juan. Sin el más mínimo asomo de timidez, empecé a palparle el pecho. No era súper musculoso, pero lo tenía suave y bien formado. Después fui bajando. Su abdomen era firme y terso.

  • Mmmmm – murmuró.

Sí, era Juan.

Le empujé suavemente contra una pared y empecé a besarle los pezones. Mi mano bajó por su vientre hasta llegar a la toalla, que cayó al suelo. Yo me puse de rodillas y aspiré el olor que venía hacia mí. Con la mano busqué su entrepierna y me encontré con una polla monstruosamente gorda, tal y como él me había contado. Le di un par de lametazos, como quien se come un helado. Era imposible metérsela entera en la boca, así que fue chupándola por partes, el capullo, los huevos, vuelta al capullo. De su agujerito brotaba una cantidad inmensa de líquido preseminal.

Me ayudé con ambas manos y seguí chupando aquella bestialidad por partes. Él no dejaba de gemir. Al cabo de unos cinco minutos, noté que los huevos se le contraían, pero él no dijo nada, así que seguí chupando y chupando y chupando hasta que un torrente de semen me golpeó la cara. Yo lo lamí lo mejor que pude, me metí el glande en la boca intentando que no se derramara ni una gota. Algo cayó.

Según acabó de correrse, se deslizó lejos de mí y se perdió en la oscuridad, dejándome de rodillas y cachondo como una perra. Sin poder aguantarme, me senté en el suelo, me abrí la toalla y me pajeé como loco hasta que me corrí allí mismo, en el cuarto oscuro de una sauna, rodeado por los gemidos y murmullos de una decena de desconocidos.

Un rato después volví a los vestuarios, a la zona donde había quedado con Juan. Él estaba allí, poniéndose la ropa.

  • ¿Qué tal, tío, has pillado? – me preguntó.

Yo aluciné. ¿Pero no sabía que había sido yo el que se la había chupado? ¿No se había dado cuenta de que era mi boca donde se había corrido? Era imposible, completamente imposible. Pero si él se hacía el tonto, yo también podía.

  • Qué va – mentí -. Me he dado una vuelta y ya está.

  • Yo tampoco. Hoy hay poca gente por aquí. Mejor, tío, así no hacemos nada de lo que podamos arrepentirnos. Vámonos.

CONTINUARÁ…

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