Infidelidades (Primera Confesión)

Una noche al calor de caricias mutuas y el contacto de nuestras pieles desnudas pedía a Yess que me contara alguna vez con otro hombre… una infidelidad. — ¿Y tú me contarás alguna? — preguntó admitiendo así que sí tenía historias que contar.

Infidelidades (Primera Confesión)

Como parte de nuestro crecimiento como pareja, una noche al calor de caricias mutuas y el contacto de nuestras pieles desnudas pedía a Yess que me contara alguna vez con otro hombre… una infidelidad. Por supuesto que ella no lo hizo guardo silencio y me besó apasionadamente.

— Anda cuéntame — insistí acariciando sus nalgas y besando su cuello.

— ¿Y tú me contarás alguna? — preguntó admitiendo así que si tenía historias que contar.

— Si.

Así decidimos contarnos todo… admitimos que yo había tenido sexo con otras mujeres en tres ocasiones y a cambio ella compartí su número "mágico"… cinco.

Esto hace un total de ocho historias que compartiremos con ustedes poco a poco, tal y como nos las hemos contado al tiempo que tenemos un sexo maravilloso.

Al final de la fiesta, cerca de las dos de la mañana, el Director de la empresa donde trabajo estaba platicando conmigo, como era su costumbre tenía algunas copas demás. Debo reconocer que él siempre me había coqueteado, y por mi parte yo sabía que una regla no escrita de la empresa era que, como mujer, nunca debías quedarte a solas con él.

— Ya te vas — preguntó.

— Si, Beto me espera en la casa. — le contesté refriéndome a mi esposo. Él conocía a mi marido ya que trabajaba en la misma empresa.

— Pues yo me voy también.

Nos despedimos de los pocos que quedaban y nos encaminamos hacía la puerta, yo entregué el boleto de mi coche al Valet Parking, mientras su chofer acercaba el coche. A los pocos minutos llegó mi auto.

— Bueno, creo que es hora de despedirnos. — le dije mientras el muchacho que lo trajo me abría la puerta.

— Como crees… es noche y no es bueno que te vayas sola. Te encaminamos a tu casa. — me dijo él. — Le digo a Jaime que nos siga y yo me voy contigo en el coche.

Sabiendo que su chofer vendría atrás de nosotros, la regla de no estar a solas se mantenía y acepté.

Subimos al vehículo y salimos del lugar, yo manejaba y la charla continuaba. Pude notar como me admiraba las piernas, que se veían por debajo una falda corta y roja que traía puesta. Sin dejar de hablar, de pronto sentí que su mano rozaba mi rodilla. De momento pensé que era un accidente y no dije nada, pero casi inmediatamente sentí nuevamente su mano, solo que esta vez se quedo ahí y comenzó a acariciar mis muslos.

La charla se detuvo, no supe que hacer. Su mano subía por mi muslo y debo reconocer que me excitó. Alguna vez había llegado a cruzar por mi mente la idea de ceder a sus coqueteos, imaginaba lo bien que me podía ir el trabajo con solo acostarme con él, pero la descartaba rápidamente. "Solo va a cogerme y voy a seguir igual que siempre", pensaba. Pero ahora era la vida real.

El era maduro, pero no mal parecido, y esta vez su mano ya casi llegaba a mi entrepierna. De pronto la quitó y, al amparo de la oscuridad de la noche, toco uno de mis senos con delicadeza. Yo podía sentir la humedad entre mis piernas. Él tomó mi mano y aprovechando que el auto era automático, la colocó sobre su endurecida verga, que sin pensarlo comencé a acariciar. Por su parte él jugaba con mi tanga, me hacia cosquillas en la entrada de mi vagina. Yo sentía delicioso mientras me él sonreía y trataba de platicar. En cada roce yo abría las piernas y las cerraba, ya no aguantaba, consciente de que Jaime conducía en el auto de atrás.

Mientras yo acariciaba su verga encima de su pantalón, y sin más lo abrí y él se lo sacó de su bóxer. Lo tomé con mi mano, le bajé y le subí el glande, de reojo, sin dejar de manejar veía la cabeza de su dura herramienta unos centímetros más grande que la de mi marido, ¡se veía súper!

Así acariciándonos mutuamente, Llegamos a mi casa, en realidad un departamento en el quinto piso de un edificio. El auto de mi esposo ya estaba en el garaje y volví la vista notando la luz azulosa de la televisión encendida en la recamara. Detuve el auto y de inmediato él me besó en la boca y acarició los pechos dentro del coche. Lo detuve.

— Beto está en la casa.

No contestó. Se detuvo. Baje de mi carro para abrir la cochera. Jaime el chofer estaba estacionado sin decir nada, viendo hacia el frente, como cómplice de su jefe. Regresé al auto y lo introduje en su lugar, que por ser al aire libre se veía perfecto desde la ventana de mi departamento. Yo seguía muy excitada pero no podía permitir que mi marido nos descubriera. Bajamos ambos del auto y me acompañó a la entrada del edificio. Abrí la puerta y el me empujó contra la pared. Me tomo en sus brazos y me beso en la boca, de ahí bajo al cuello, nuevamente acariciaba mis senos.

Mi marido no podía vernos ahí bajo la escalera, pero corríamos un gran riesgo, en cualquier momento podía entrar o salir alguno de los vecinos. No me importó, yo explotaba, mientras abría su pantalón y buscabas verga para tocarla. Podía sentir cómo gozaba de mis senos, besaba mi cuello, y luego bajo mi falda acariciaba mi clítoris, metía su dedo en mi panocha, y yo sentía morirme. Hasta que al fin, el estando parados a unos pisos de mi esposo, se sacó su pene del pantalón.

— Agáchate — me pidió — No aguanto más. ¡Quiero metértela!

— ¡Cómo crees! ¡Estás loco! ¿Y si él baja? Que tal que alguien sale ¡no! — le contesté, aunque la verdad admiré como estaba parada su verga y se me antojó. Era una mezcla de nerviosismo y excitación. Extraño pero delicioso.

— No seas así… — insistió

Sin decir más acaricié su gran palo a todo lo largo hasta las bolas. En no dijo más y volvió a besarme. Yo subía y bajaba mi mano cada vez más rápido, el metía y sacaba su dedeo de mi vagina, primero uno, luego dos. Podía sentir su respiración entrecortada cada vez más rápida. Y de pronto, tensando sus músculos, arrojó su leche en mi mano al tiempo que yo me venía en la suya.

Sin decir palabra, saque unos Kleenex de mi bolsa, le entregué uno y me limpie con otro. Mi vestido se había manchado con su caliente semen. Acomodamos nuestras ropas. Y dándome un beso en los labios me dijo:

— Hasta mañana amor. Fue delicioso. Me saludas a Beto.

Él se fue, yo volvía la vista como asegurándome que nadie había visto. Subí la escalera aún excitada. Entre al departamento y Beto estaba dormido con la televisión prendida, sin siquiera sospechar lo que acababa de suceder. Sin hacer ruido me cambie la ropa poniéndome la pijama. Ocultando mi vestido para llevarlo a primera hora a la tintorería. Me metí en la cama en silencio y lo abracé. Baje mi mano hasta su entrepierna y acaricie su pene que de inmediato respondió poniéndose rígido. Él no despertaba aún, pero yo continué. Esa noche iba a gozar de dos vergas.