Infidelidad y embarazo, dos caras de la misma mone

No todas las infidelidades buscadas tienen el final que se espera

La mayoría de los hombres tienen tendencias promiscuas, por lo que suelen aprovechar todas las oportunidades de ligar que se les presentan. De hecho, muchos las buscan activamente, pese a estar casados y tener una relación sexual satisfactoria con sus mujeres. Estas últimas, por el contrario, suelen ser más selectivas y tener hábitos más monógamos, por lo que cuando engañan a sus maridos normalmente es porque se han enamorado de otro hombre, aunque también se dan excepciones, obviamente, y la ninfomanía no es tan rara como algunos suponen. En todo caso, la mayor parte de los hombres experimentan una fuerte atracción por las mujeres casadas, a quienes tratan de conseguir como compañeras sexuales regulares u ocasionales siempre que pueden. Hay varias razones para ello, pero fundamentalmente se debe a que el ponerle los cuernos al marido suele representar un aliciente adicional para muchos varones. De hecho, en muchos casos los amantes tratan de dejar embarazadas a estas mujeres infieles, cosa que suelen conseguir con relativa facilidad, sabedores de que el marido engañado normalmente no se dará cuenta de la infidelidad de su mujer, con lo que cargará con estos hijos como si fueran propios, lo que en el reino animal representa el mayor triunfo que un macho puede obtener sobre un rival. La razón de que el amante tenga más posibilidades de preñar a la esposa infiel que su marido radica en la composición de su semen. Así, el esperma del marido, desconocedor de que su mujer mantiene relaciones con otro hombre, suele contener sólo espermatozoides de los llamados fecundadores. En cambio, el amante sí conoce que la mujer con la que copula mantiene relaciones con otro varón, su marido, por lo que su semen, mucho más abundante, contiene grandes cantidades de espermatozoides de los llamados bloqueadores, que impiden el paso a los espermatozoides del marido, y de los conocidos como asesinos, que eliminan la simiente del competidor. Por ello, si ambos fecundan regularmente a la esposa, el que suele ganar y preñarla es el amante.

Por otra parte, hay que reconocer que muchos hombres fantasean con la posibilidad de que sus mujeres tengan sexo con otros hombres, algo que les produce una atracción morbosa que rebasa con mucho a los deseos de tener alguna aventura sexual propia. Estas inclinaciones pueden surgir en ellos de forma natural, con lo que tratarán de convencer a su mujer de que les ponga los cuernos, o bien de manera accidental, al descubrir una infidelidad de su esposa y, tras el choque inicial, caer en la cuenta de que la situación les resulta muy excitante y placentera. En lo concerniente a las preferencias en la elección de los posibles compañeros sexuales de su mujer, reales o imaginarios, también aquí se producen variaciones, pues hay maridos que prefieren para sus esposas hombres maduros y experimentados, mientras que otros disfrutan más si se trata de jovencitos rebosantes de instinto sexual y potencia viril. Ahora bien, conviene aclarar que estas situaciones entrañan riesgos importantes, al menos en potencia, riesgos que no siempre son capaces de anticipar los maridos y las esposas proclives a abrir sus relaciones matrimoniales a un tercer varón que las complemente sin introducirse en los vínculos más íntimamente afectivos de la pareja.

Un ejemplo interesante que conozco permite ilustrar los riesgos que afrontan las esposas de maridos sumisos con vocación de convertirse en cornudos. Mi conocido es un "corneador" maduro, de sesenta y tantos años, bien educado y de porte muy distinguido, de origen árabe, clase social alta y con un elevado poder adquisitivo, el cual es aún bastante atractivo en su madurez. Este refinado señor me confió, una noche en la que tomamos más copas de la cuenta, que tiene gran experiencia con mujeres casadas jóvenes, con muchas de las cuales alardea de haber mantenido relaciones sexuales muy intensas, consentidas y propiciadas en mayor o menor grado por sus maridos, con resultados siempre muy favorables para él y, desde luego, bastante más negativos para los esposos. En todos los casos se trató de parejas con las que contactó por Internet, aprovechando que los maridos manifestaban deseos ambiguos de compartir a sus mujeres y buscaban candidatos a corneadores. Uno de los argumentos que esgrimió para convencerlos de que él era el amante más adecuado fue su diferencia de edad con los maridos, que lo descartaba como rival o competidor. Este último es un aspecto que luego se mostró cierto, pues no estuvo nunca interesado en romper las parejas. Ahora bien, el argumento principal para convencerlos de su idoneidad, que en cambio se reveló fraudulento después, fue el de que era un hombre atento, cariñoso, equilibrado y respetuoso, con el que sus parejas estarían siempre seguras, frente a la alternativa de amantes más jóvenes, posesivos y promiscuos que él, quienes inevitablemente traerían los riesgos de poder enamorarlas, contagiarles enfermedades de transmisión sexual o incluso hasta dejarlas embarazadas, reclamar al hijo y, en definitiva, reemplazar al marido en la pareja.

Hasta aquí parece ciertamente el amante ideal y, según me contó él, gracias a esta estrategia muchos maridos jóvenes, inexpertos y morbosos le confiaron a sus mujercitas. Hasta tal punto llegó a resultar, de cara a la galería, el amante más seguro para sus mujeres que siempre dejó que fuera el esposo, al menos en apariencia, el que fijara las reglas y los ritmos de la nueva relación, presentándolo como un amigo de mayor edad de su familia, con quien últimamente solían coincidir, que aprovechaba la ocasión de cortejar a su esposa de forma discreta y paciente, colmándola de atenciones y regalos lujosos mientras se insinuaba con elegancia, hasta que ella accedía a entablar la relación de adulterio con él tras constatar que su marido no sólo no impedía dicha relación sino que sutilmente la alentaba, sin forzarla ni presionarla psicológicamente. Por supuesto, el corneador le garantizaba al marido que siempre se cuidaría usando preservativos y que nunca pondría en duda la prioridad absoluta de sus derechos sobre la esposa. Hasta aquí parece la opción perfecta, pues este señor podría incluso despertar el deseo de compartir la esposa en otros maridos a los que nunca se les hubiese pasado por la cabeza tal posibilidad, pues hay que reconocer que la mayoría de los hombres, hasta aquellos de naturaleza más celosa y posesiva, aprecian con orgullo que otros varones manifiesten deseos por sus mujeres.

El problema, desconocido por estos candidatos a cornudos, es que al individuo lo que le resulta más morboso no es el hecho en sí de acostarse con mujeres casadas, inaccesibles para él fuera de este contexto, algunas muy atractivas y siempre bastante jóvenes e inexpertas. Por el contrario, lo que más le excita es en realidad ponerles los cuernos a sus maridos y presume de que en al menos diez casos dichos cuernos les quedaron grabados de forma permanente e indeleble, al haber dejado embarazadas a sus esposas, pues lo de emplear preservativos es algo que obviamente no entra en sus planes, pasando a penetrarlas "a pelo" en cuanto se ganó su completa confianza y consiguió convencerlas, de manera sutil y persuasiva, de que restringieran o incluso suspendieran completamente las relaciones sexuales con sus maridos mientras estuviesen con él.

En el fondo, no es sino una versión refinada y maquiavélica de quien con seguridad fue en su juventud un cuclillo o "pichabrava", de mayor potencia sexual entonces pero con una menor eficacia por su inmadurez, que ahora se aprovecha de su posición y su experiencia, junto a los recursos que significa Internet con vistas a comunicar en ciertos foros, para diseminar de la forma más eficiente y prolífica posible sus genes, engendrando con su semilla hijos bastardos en las jóvenes y fértiles esposas que los incautos maridos le han confiado.

Según él, por el momento ha logrado preñar a diez mujeres de entre aquellas parejas a las que le han permitido acceder, incluso a un par de ellas la ha dejado embarazadas dos veces consecutivas. En la mayor parte de los casos esta realidad ha pasado al principio desapercibida para sus maridos, al ocurrir los embarazos "casualmente", sin que ellos fuesen conscientes de las verdaderas intenciones del corneador y del peligro de su esperma, no confinado en un preservativo, lo que se ha traducido en una docena de descendientes ilegítimos. Ahora bien, en todas estas ocasiones no se conformó con introducir de manera subrepticia a sus hijos en el nido de estos matrimonios, confiando en que los maridos engañados no advirtiesen las consecuencias de su estrategia reproductiva y considerasen los embarazos como propios. Esto es sin duda lo habría hecho la inmensa mayoría de aquellos hombres que logran engañar a otro varón, quedando muy satisfechos de su éxito en la puesta de cuernos y, sobre todo, de que sus consecuencias pasen desapercibidas para el rival engañado, que criará a los hijos de su rival como si fuesen los propios. Por no hablar ya de la discreción con la que llevará el asunto la esposa adúltera, preocupada por la aceptación de su marido hacia aquellos hijos que, tanto en un caso como en otro, lo que es indiscutible es que siempre serán de ella.

Por el contrario, por extraño y peligroso que este comportamiento pueda parecer a primera vista, tras asegurarse la consecución de cada preñez este amante maduro y taimado se encargó perversamente de revelar al marido las consecuencias de sus ilícitas relaciones, traducidas en un embarazo no previsto por el confiado esposo. Esto lo hizo porque al parecer lo que realmente le satisface más es demostrarles a estos infelices su superioridad masculina, al haber engendrado en sus esposas una descendencia no deseada por ellos, dejándoles muy claro que no tienen nada que reprocharle ni a sus propias mujeres ni, por supuesto, tampoco a él, al haber sido los maridos los que inicialmente convencieron a sus jóvenes esposas de mantener estas relaciones extramaritales y le contactaron a él como candidato a convertirse en su amante.

Ante la rotundidad de sus argumentos, expresados de forma sutil y convincente, en todos los casos los esposos, inicialmente coléricos, pasaron con facilidad a adoptar una actitud atribulada y deprimida, para terminar aceptando de mejor o peor grado a los vástagos de este rival, tras asumir su superioridad y, con ello, reconocer como propios a sus hijos, invirtiendo en estos pequeños e inocentes bastardos toda la energía y los recursos que debieran haber estado reservados para la crianza de sus descendientes genuinos. De hecho, en un par de ocasiones los maridos quedaron tan machacados anímicamente que no fueron capaces de hacer nada para evitar que este corneador sexagenario volviera a revalidar su victoria sobre ellos, la mayor que un hombre puede obtener sobre un rival, al ser imposible de igualar, para lo que procedió tras el parto a inseminar nuevamente a sus mujeres veinte o treinta añeras, volviendo a dejarlas embarazadas.

Además, en otro par de ocasiones, propiciadas ahora por la publicidad que le reportó el relato de sus andanzas como corneador en Internet, le contactaron directamente maridos que encontraron su técnica muy morbosa, para pedirle sin rodeos que preñase a sus mujeres. Al parecer, se trató de una actitud muy valorada por este individuo, pues la considera como "la cumbre de la evolución" hacia la condición más sumisa posible por parte de un esposo cornudo ante un hombre superior como él. En tales ocasiones, se llevó a las esposas durante una semana de viaje a un destino rural, exclusivo y apartado, copulando con ellas los días más fértiles de su ciclo menstrual, para asegurarse de que era sólo él quien las fecundaba. Tras esta semana, se las devolvió a sus maridos ya embarazadas, como se comprobó al poco tiempo, presumiendo de su puntería y virilidad ante ellos, algo innecesario al haber acudido estos maridos a él claramente por tales motivos, sin ningún tipo de engaño. Una vez conseguidos los embarazos deseados, no mostró el menor interés en contactar de nuevo con las parejas, salvo para indicarles que si reclamaban en el futuro "sus servicios", lo encontrarían siempre dispuesto a preñarlas de nuevo. Al parecer, uno de los dos esposos está valorando nuevamente esta opción en la actualidad. En este caso se trata de un hombre al parecer estéril, que prefirió la inseminación natural y refinada de este corneador al anonimato de la concepción mediante una donación de semen. La esposa del otro, en cambio, le informó de que su marido era un verdadero portento sexual a sus treinta años, con un pene de un calibre superior y unos testículos tremendos, varias veces mayores y más fértiles que los del amante, por lo que no habría tenido ningún problema en preñarla por sí mismo, como ocurrió en el caso de su primer hijo. En este caso, pues, se trató exclusivamente de razones motivadas por la capacidad de este personaje de despertar el morbo en cierto tipo de maridos, que le cedieron gustosos lo mejor de sus mujeres.

Finalmente, su récord personal, del que se siente más orgulloso con gran diferencia, es el de haber preñado justo antes de su boda a una jovencita, con la que mantuvo relaciones en su último año de noviazgo, convenciéndola tras insistirle durante meses en quitarse el dispositivo intrauterino que llevaba como protección ante las posibilidades de un embarazo prematuro con su novio. Al parecer, éste fue el único caso en el que respetó la petición de una mujer de no revelarle a su pareja el verdadero origen de su preñez, por acabar de casarse ambos, pese a que fuera el novio quien contactó inicialmente con él y, por ello, no pudiera reclamarle ya como marido responsabilidades ni a él ni a ella. En el colmo de la desfachatez, la única condición que le puso a esta recién casada, a la que ella accedió sin grandes titubeos gracias a sus extraordinarias dotes persuasivas, fue la de que cuando decidiese en un futuro próximo que había llegado el momento de ampliar su familia con un nuevo hijo debería volver a contar con él, permitiendo al legítimo marido sólo la paternidad biológica en el improbable caso de que ella quisiera más adelante engendrar a un tercer retoño.

El relato de las experiencias compartidas por este individuo es interesante no sólo en sí mismo, por sus aspectos insólitos y depravados, aunque quizás para algunos bastante morbosos, sino porque ilustra a la vez perfectamente sobre ciertas posibles ventajas, sin duda bastante discutibles, de estas relaciones extramatrimoniales y sobre el principal riesgo que afronta una pareja al decidir dar cabida en sus juegos sexuales a una tercera persona, de mayor edad y experiencia que ellos en estas lides. Entre las ventajas, la más evidente es la de que el individuo no trató en ningún caso de romper los vínculos matrimoniales ni de monopolizar a las mujeres, salvo durante el breve período durante el que se aseguraba el inseminarlas con exclusividad frente a sus maridos, situación que revirtió tan pronto como se evidenció su paternidad y, sobre todo, tras revelar a los esposos el devenir de sus planes y conseguir de ellos su aceptación resignada de las consecuencias del origen de la preñez de sus esposas, que inicialmente consideraron como una bendición y que se torna en estos momentos como una losa insoportable. Obviamente, este hecho se tradujo en todos los casos en una devaluación considerable de la autoestima de estos hombres, jóvenes y menos seguros en sí mismos que el corneador, lo que representó el principal objetivo de su estrategia de dominación masculina sobre ellos, potenciando el crecimiento y la reafirmación de su insaciable ego. En todo caso, es indiscutible que en las esposas pudo tener varios efectos positivos, según se mire, como la indudable ganancia de experiencia sexual, el afianzar su capacidad de dominar a sus ahora ya sumisos maridos tras esta suerte de castración psicológica en la que se tradujo la aventura sexual, de carácter supuestamente inofensivo en un principio, así como muy en especial el hecho indiscutible para cualquiera, incluidos los propios maridos, de que estas mujeres aseguraron para su descendientes varones la posesión de unos genes de una eficacia muy superior a la de sus incautos esposos, al menos en lo relativo a su capacidad de proliferar en el curso de las próximas generaciones.

Para los hombres engañados resulta evidente que todo fueron desventajas, salvo quizás la de aprender de por vida una lección dolorosa pero importante, sobre todo en lo que significa su aceptación, más o menos forzosa, de los hijos de este sujeto como si fueran los propios. Esto, desde el punto de vista puramente genético, significó su pérdida en la competencia evolutiva en la que se hallan inmersos todos los individuos de una población, que en el reino animal no es otra que la de asegurar su propia descendencia a expensas de la de los rivales. En el caso que nos ocupa, los esposos perdieron sus apuestas personales en la ruleta de la vida, así como las realizadas previamente por sus los padres de estos hombres, al invertir todos sus esfuerzos en la crianza de los hijos de un competidor, en vez de en la de los nietos de sus propios progenitores. Este rival, al salir premiado en el juego, maximizó su éxito reproductivo a expensas del de los maridos incautos, multiplicando gracias a ellos por diez las copias que dejará de sus genes en la generación venidera. Y, ni que decir tiene, por no hablar ya del placer que experimentó engendrando clandestinamente a estos descendientes y sometiendo a la mayor vejación posible a sus humillados padres putativos, cual si los hubiera capado en vida con sus revelaciones, al igual que castran físicamente los machos de ciertas especies a sus rivales para asegurar su propio éxito reproductivo, siendo estos los verdaderos motivos que animaron conscientemente al corneador a participar en el juego. De hecho, me confesó que en una ocasión había llegado a conspirar con una de las esposas para, aprovechando la profunda derrota anímica de su marido, convencerlo de que dejase que lo castrasen, a lo cual el pobre infeliz terminó por acceder, por insólito que pueda parecer. Al parecer, sus planes los frustró al final la propia mujer del infeliz, que se asustó de las consecuencias, lo que le impidió contar con el trofeo soñado de hacerse con los testículos del rival. No obstante, el personaje es obstinado y ha seguido en tratos con el marido, tratando de convencerlo de que le permita emascularlo, y me confió que esperaba conseguirlo en un futuro próximo. Al parecer, privar de su hombría a un rival es algo muy valorado por los árabes, especialmente si se trata de castar a un europeo, y disfruta anticipando el momento en que los testículos del pobre infortunado, al parecer bastante gruesos, terminen en sus manos.

Ahora bien, en los seres humanos, pese a los instintos que emanan subconscientemente de la propia biología, tener descendencia genuina y hacer el mayor número posible de copias de los genes propios no lo es siempre todo, debiendo considerar la excepción que representan esos dos casos de maridos que decidieron voluntariamente hacer preñar a sus mujeres por este individuo de excepcional potencial reproductivo, pese a que les doblaba la edad, quien después de engordarles las barrigas se retiró dejando disfrutar a sus maridos del morbo que para ellos representaba el saberlas embarazadas de un hombre mucho mejor que ellos y el ver cómo sus curvas evidenciaban con el paso de los meses el desarrollo de esa nueva criatura, introducida ahora en el nido matrimonial de manera voluntaria y no artera, con una panza en constante crecimiento por días y unos pechos cuya plenitud, dureza e hinchazón progresivas anticipan la acumulación del alimento reservado para el hijo del corneador. Además, ni que decir tiene que al permitir a sus mujeres reproducirse con un sujeto claramente superior a ellos mismos, encargándose amorosamente de cuidar a estos hijos como si fueran su verdadero padre, algo que este último nunca habría hecho, el resultado es que la inversión reproductiva de sus mujeres aumentó considerablemente al obtener lo mejor tanto del amante, sus genes, como del marido, su devoción hacia ella, en este último caso a expensas de que los preñados representasen la nulidad de las expectativas genéticas de estos esposos. Esto último, percibido por ellas de manera más o menos consciente, en lo sucesivo se habría de traducir en un comportamiento más cariñoso, atento y desinhibido hacia sus maridos, según le relataron ellos mismos, mejorando la frecuencia e intensidad de sus relaciones sexuales.