Infidelidad Obsesiva. Parte III

Felizmente casada con veintiocho años y un hijo pequeño, me siento atrapada por los morbosos juegos de mi vecino

Reconozco ser una mujer antojadiza y muy caprichosa, alguien que suele cambiar de opinión con bastante frecuencia, dando la impresión de ser una mujer voluble e incluso inestable. Todos estos adjetivos dibujan bastante bien mi compleja personalidad, marcando mi frecuente forma de actuar en muchas ocasiones

Los siguientes días que pasaron después de estar sujeta a los caprichos sexuales de mi vecino, los hice totalmente convencida de que no volvería a dejarme someter más por él.

Incluso llegué a manifestarle a mi marido que no estaba a gusto en el piso, aludiendo que la zona no me gustaba demasiado, y que lo mejor sería ponerlo a la venta y comprarnos otro piso, situado en una zona más tranquila. En realidad, lo que buscaba era alejarme de Luis lo antes posible.

Esa mañana Carlos, mi bebé, lloraba desconsoladamente esperando su biberón. Su llanto me ponía tremendamente nerviosa. Lo dejé acostado en su cuna reclamando con ímpetu el desayuno, mientras yo marchaba a la cocina a preparárselo.

Pero al cruzar por el pasillo me fijé en que había una nota de papel tirada en el suelo. «Alguien la debe de haber metido por debajo de la puerta», pensé.

Al principio creí que la habría introducido el presidente de la comunidad, «Seguramente para convocar a todos los vecinos a alguna reunión, o algo por el estilo», supuse.

La nota estaba escrita con bolígrafo negro, con letras grandes y ligeramente inclinadas hacia un lado. Nada más recogerla del suelo, desdoble el papel nerviosa, pues Carlos no dejaba de llorar.

“Te espero en mi casa. Ven vestida como una PUTA”

El texto era claramente soez y ofensivo para mí, con el sustantivo, bien resaltado escrito en letras mayúsculas.

«Pero que se habrá supuesto este imbécil», opiné sabiendo de sobra quien era el remitente de la agraviante nota. Antes de regresar a la cocina, rompí el papel en mil pedazos y lo tiré directamente a la basura.

Si no hubiera sido porque Carlos no dejaba de reclamar el biberón llorando cada más desconsolado, hubiera aporreado la puerta de Luis, mi vecino, y le hubiera dejado las cosas bastantes claras de una vez por todas. Yo no era ninguna puta, era una mujer casada y con un hijo pequeño.

Por supuesto que no iba a aceptar en volver a jugar a sus maquiavélicos juegos. Todo tenía un límite, y yo ya lo había sobrepasado.

Reconozco que le había sido infiel a mi marido desde que éramos novios en multitud de ocasiones. Había tenido algunos amantes fijos, lo había hecho con desconocidos, e incluso me había liado con alguno de sus amigos. Era algo de lo que no estaba orgullosa, y que todavía en esa época intentaba cambiar.

A lo largo de todos estos años, me había puesto límites que casi siempre había sobrepasado.

Cuando estaba soltera me juraba a mí misma, que cuando nos casáramos, dejaría de acostarme con otros hombres, convirtiéndome en una esposa fiel. Tal como en realidad deseaba ser. Pero a los pocos días de nuestro enlace, rompí mi promesa follando con un guapo camarero.

Una vez que mi infidelidad se normalizó estando casada, volviendo incluso a tener amantes fijos. Me juré convencida, de que cuando fuéramos padres, no volvería a estar con otros hombres. En mi caso, las hormonas me jugaron una mala pasada y durante el embarazo, estuve más activa y excitada de lo normal.

Después de que naciera nuestro primer hijo, estuve un tiempo calmada. Pensé que ahora sí, por fin sería la esposa que mi marido merecía. Sin embargo, durante la celebración de una boda a la que nos habían invitado. Volví a caer en la tentación, esta vez enrollándome con un tío de mi marido, en el aparcamiento dentro de su coche.

La última vez que me había autoimpuesto serle fiel, había sido cuando nos mudamos a esta casa. Comenzábamos una vida juntos, teníamos un hijo, un hogar, nos queríamos, yo había retomado los estudios en la universidad «¿Qué momento podía ser mejor que este para convertirme en una mujer honesta y sincera con mi marido?». Pero en este caso, había tenido la mala fortuna de encontrarme con Luis como vecino.

Sé qué muchas personas disculpan sus infidelidades echando completamente las culpas a la parte agraviada. Aludiendo, tener una pareja que no saben corresponderlas debidamente en la cama. En mi caso, reconozco que mi marido era un hombre guapo, bien dotado y bastante activo. No obstante, a mí siempre me ha movido más la búsqueda del morbo, que el propio acto físico en sí, y el morbo para mí, estaba siempre fuera de casa.

Esa mañana tenía la ropa preparada. Una minifalda y una camisa, zapatos de tacón y unas medias negras. Sin embargo, tras encontrarme la dichosa nota en el suelo, sabía que cuando saliera de casa para llevar a mi hijo a la guardería, Luis estaría espiándome por la mirilla, tal como yo intuía que hacía siempre.

Por dicho motivo, según le estaba dando el biberón a mi hijo, no dejaba de pensar en la forma con la que debería actuar. Primero pensé vestirme de la manera menos sexi posible: unos leggins y una amplia sudadera. Queriendo que le quedara claro que no iba a ceder más a sus provocaciones.

Pero después decidí hacer todo lo contrario. Todavía estaba mi niño dando las últimas succiones a la tetilla del biberón, cuando ya sabía de sobra con que ropa saldría de casa.

Busqué la minifalda más corta de todas las que tenía. Tan corta, que solo me la pongo cuando voy a la piscina, o para tomar algo por los chiringuitos de la playa.

Luego busqué una camiseta de color blanca, con unas letras doradas grandes, que decían: “Soy una Reina”.

La ajustada camiseta marcaba de forma muy llamativa mis exuberantes pechos, dejándose notar, tal como muchas veces busco, mis duros pezones. Para concluir, me decidí por unas sandalias negras con alto tacón.

Entonces me miré al espejo «Parezco una zorra» sonreí satisfecha.

Lógicamente no podía salir así a la calle, una cosa era vestir de un modo atrevido y sexi, como siempre me había gustado hacer, y otra muy diferente, era hacerlo de una manera tan incitante y ordinaria.

Pero ya lo tenía todo pensado. Cogí una chaqueta larga de entretiempo que me llegaba casi hasta la rodilla, y que permanecía sin estrenar dentro de mi armario.  La doble bien metiéndola en una bolsa, y guardándola en la cesta del cochecito del niño. Con la intención de ponérmela una vez que estuviera dentro del ascensor, y se cerraran las puertas.

De esa forma Luis cuando me viera salir de esa manera vestida de casa, creería que había vuelto a sucumbir a sus exigencias.

No podía dejar de sonreír cuando me lo imaginaba ansioso esperando mi regreso. Para meterme vestida de esa guisa dentro de su casa. Estaba segura de que me tendría reservada alguna de sus obscenas e indecentes sorpresas.

Quizás estaría acompañado por Pablo, su amigo con el que me había hecho follar en su presencia. O quizá él mismo no aguantaría más, y querría joderme de una vez por todas. «Te vas a quedar con las ganas», opiné sonriendo.

Esa mañana no tenía intención de regresar, ya que tenía varios recados que hacer.

Cuando salí de casa, cerré la puerta haciendo más ruido de lo normal, Sabía que Luis tendría sus ojos pegados en la mirilla de la puerta, eso me gustaba. Entonces me encaminé hasta el ascensor que había justo enfrente, tocando el botón de llamada.

Me ponía tremendamente cachonda, sabiéndome observada por él. Imaginándolo excitando y alterado. Esperando ansioso mi regreso para meterme en su cama.

Reconozco que una de mis conductas sexuales más marcadas desde que era muy jovencita, es el exhibicionismo. Me encanta provocar y notar miradas impúdicas y obscenas sobre mi cuerpo. Sentir ojos indecentes que me desean.

Entré al ascensor con absoluta calma, ralentizando al máximo cada uno de mis movimientos. Quería que Luis se fijara bien en mi cuerpo, ese que había perdido la oportunidad de poder disfrutar a su antojo. En lugar de eso, él se había conformado con ejercer de voyeur, observando como Pablo disfrutaba como un verdadero hombre de mí.

Cuando por fin las puertas del ascensor se cerraron, saqué de la cesta del cochecito, la bolsa donde había guardado la chaqueta. No pensaba salir así del ascensor y que pudiera verme cualquiera de los vecinos.

Un rato después, dejé a Carlos en la guardería y decidí comenzar la mañana tomando un café en un bar. Luego tenía pensado acercarme hasta una librería, en la que tenía encargada unos libros descatalogados, y que me habían llamado el día antes, anunciándome que ya podía pasar a recogerlos.

—Cóbrame, por favor —le pedí al camarero seguidamente de tomarme el café

—Señorita, está usted invitada por aquel caballero —dijo apuntando con los ojos a un señor, que en esos momentos nos daba la espalada.

—Pues la verdad es que no sé quién es —contesté un tanto escamada.

El chico que me había servido el café, se encogió de hombros, como dándome a entender que él tampoco lo conocía.

Entonces hice un gesto de asentimiento con las cejas, despidiéndome del chico, y encaminándome hasta la puerta.

Cuando llevaba andados una veintena de metros, escuché una voz justo detrás de mí

—Olivia, ¿Dónde vas tan deprisa?

Reconocí en seguida ese bronco y grave tono de voz. Era Luis mi vecino.

—¿Qué haces aquí? —pregunté elevando el tono—. ¿Acaso me estás siguiendo?

—¿Seguirte? ¡Qué mal suena esa palabra! —Respondió cargado de ironía—. Yo solo pretendía invitarte un café.

—Bueno, pues ya me has invitado. Muchas Gracias —comenté de forma sarcástica, aumentando el ritmo de mis pasos—. Ahora, si me lo permites, tengo muchas que hacer.

—Me decepcionas, Olivia— manifestó sonando como un reproche.

—¿Qué yo te decepciono? —Pregunté de manera retórica—. ¿Acaso pensabas que, por escribirme una nota como si fueras un crío, yo iba a caer de nuevo rendida a tus enfermizos juegos de voyeur?

—No se trata de eso y lo sabes —se justificó.

—¿A quién tenías pensado que me follara hoy? ¿Tenías en casa esperando a otro de tus amigos?

—Para nada, no soy de repetir escenas. Me gusta ponerte al límite, ver hasta donde puedes llegar. No hay nada más sublime que admirar a toda una hembra como tú, cruzar esa línea divisoria entre el sexo y lo morboso. Pero para conseguir todo eso, tiene que ser algo que te pille totalmente desprevenida, no algo que ya estés esperando.

—¿Puedo saber en que te he decepcionado? —quise saber quedándome con la primera parte de su discurso.

—En que sigues luchando contra tu propia naturaleza, en vez de entregarte a ella, disfrutando, estando totalmente orgullosa de ser como eres.

—Y según tú… ¿Cuál es mi naturaleza si puede saberse? —pregunté riéndome, sin bajar el ritmo de mis pasos.

—El de una mujer mucho más pasional y ávida de placer, de lo que a ti misma te permites reconocer.

—Y para eso, según tú, me debería de haber vestido de puta esta mañana —expresé forzando una estridente carcajada.

—Para ello tienes que estar dispuesta a jugar. Vestir como una puta, solo es un detalle totalmente circunstancial. Olivia, vestir como una golfa, ya lo haces a diario.

En ese momento me quedé parada «¿Cómo se atrevía a decirme que vestía como una golfa?» Sin embargo, su forma de hablar conmigo, su manera de mirarme, o la forma en la que me trataba, me intimidaba de tal forma, que me era imposible expresar cualquier tipo de protesta.

—Verás —dije intentando disimular mi enojo —Tengo mucho que hacer esta mañana, he de ir a recoger unos libros, y la verdad, es que no tengo ganas ni tiempo para tus absurdos jeroglíficos.

Luis hizo como si no me hubiera escuchado y siguió caminado a mi lado, como ignorando que su presencia pudiera molestarme.

—Te acompaño a recoger esos libros, tampoco tengo nada mejor que hacer —comentó con una sonrisa— Por cierto, esa chaqueta no me gusta nada —añadió con ironía.

—¿No dices que me visto como una golfa? —le respondí, recordándole su comentario—. Pues es lo más discreto que tengo en mi vestidor.

—Olivia, ya sabes que me encantan las golfas, pero no te lo tomes nunca como algo peyorativo. Sobre todo, sin son golfas con tanta clase como tú, odio lo ordinario.

—Supongo que encima deberé de darte las gracias, creo que para ti expresarle a una mujer que es una golfa con clase, es una especie de halago.

Después de recoger los libros que había encargado, Luis se empeñó en invitarme a tomar algo. Al principio rechacé la invitación, sin embargo, diez minutos más tarde terminé por aceptarla. La verdad es que no me apetecía volver a casa, además que su compañía me era mucho más grata de lo que quería aparentar.

—Por favor ¿Te quitas un momento la chaqueta? —pidió amablemente.

Pensé que simplemente quería ver lo que llevaba debajo, aunque estaba segura de que me había visto esa mañana por la mirilla de la puerta, cuando salí de casa. Accediendo a su petición, me despojé de la prenda, tomándome todo el tiempo de mundo.

—¿Te gusta? —pregunté juguetona, dándome una vuelta a su alrededor, para que pudiera contemplarme desde todos los ángulos. ¿Crees que soy una puta con clase? —lo provoqué con toda la intención.

—¿Me permites? —Interpeló sin dejar de mirarme, agarrándome la chaqueta que yo sujetaba del brazo.

Entonces vi como Luis se acercaba hasta una papelera que había en la acera de enfrente, depositando mi chaqueta dentro de ella. Yo me quedé helada, no me esperaba para nada esa reacción por su parte. Jamás hubiera pensado que se atreviera a realizar algo semejante.

—Créeme —dijo guiñándome un ojo acercándose de nuevo a mí— Estás mejor así. Ese color, no te favorecía para nada.

—La estrené esta mañana —protesté—. Me la regaló mi hermana por mi cumpleaños.

—Ya sabes Olivia, que la familia casi nunca acierta con los regalos —argumentó sonriendo.

No respondí, en lugar de hacerlo acepté la situación tirando hacia abajo de la minifalda, como intentando alargar unos centímetros la longitud de la tela. Sabía que era demasiado escandalosa para ir caminando tranquilamente por la calle. Sin embargo, me excitó la situación de ir de esa forma vestida, acompañada por un hombre, al que apenas conocía.

—Tomemos algo aquí —formuló Luis apuntando una terraza que había en una pequeña plazoleta cerca del centro—. Por cierto, se marcan unos pezones sumamente provocadores debajo de esa camiseta —comentó apuntándolos, rozando con la yema de su dedo índice sobre la fina tela de la camiseta.

Al percibir el contacto de su dedo, me hizo sentir un instantáneo escalofrío, notando en el acto, como se endurecían mis pezones.

—¿Te gusta que te toque? ¿Verdad? No puedes evitarlo. Sabes que, aunque interiormente te repitas a ti misma que no quieres volver a serle infiel a tu marido, te dejarías follas por mí ahora mismo.

Me quedé pensando unos instantes sobre todo lo que me estaba comentando. Efectivamente, estaba deseosa de sentir su boca sobre la mía, sus manos tocándome, su polla perforando mi sexo. En ese momento agarré una silla dispuesta a sentarme.

No te sientes ahí, hazlo mejor en esta otra —dijo cambiándome el sitio.

Yo obedecí sin comprender muy bien cuál quera el motivo, por el que trataba de imponerme hasta en qué lugar tenía que sentarme.

Pero sabía de sobra, como se suele decir, que Luis nunca daba puntadas sin hilo. Siendo de esa clase de hombres que dejaba muy pocas cosas al azar. Por lo tanto, no tuve que esperar demasiado tiempo para descubrir cuáles era sus verdaderas intenciones.

—¿Ves al hombre que está sentado frente a ti, acompañado de una mujer con un vestido rojo? No lo mires todavía directamente —comentó.

Yo oteé con disimulo hacia donde Luis me había indicado. Efectivamente, justo enfrente de mí había un hombre de unos cuarenta años, sentado con una mujer, que supuse en ese momento que sería su pareja, ataviada esta, con un vulgar vestido de color rojo.

—Sí —afirmé—. ¿Qué pasa? ¿Lo conoces? —pregunté desconcertada y algo alarmada.

—No —dijo moviendo a la vez la cabeza—. Lo que quiero decirte, es que no para de mirarte. Te está devorando con la mirada. Sin duda, le has llamado enormemente la atención. Aunque supongo, que debes estar muy acostumbrada a ello.

—¿Por eso querías que me sentará aquí? Para que pudiera mirarme cómodamente —manifesté comprendiéndolo todo en ese instante.

—Llamar la atención de un hombre es fácil, solo hay que vestirse como una puta. Pero obsesionarlo, hacer que deseé follarte por encima de cualquier otra cosa, es un poco más complicado. La exhibición es un arte Olivia ¿Crees que serías capaz de provocarlo? ¿Hacer que pierda el control, sin que la incauta de su mujer, se dé ni tan siquiera cuenta? —preguntó en tono calmado. Sin embargo, a mí me sonó más como una exigencia.

—¿Quieres que lo ponga cachondo? ¿Es eso?

—Pretendo más que eso, Olivia. Deseo que se olvide que su mujer está sentada a su lado. Quiero que se obsesione por ti, que no escuche ni vea lo que hay a su alrededor. Que se olvide de su trabajo, de sus hijos, e incluso de su equipo de futbol. Quiero observarlo babear, obnubilado por ti.

—¿Y como quieres que haga eso, estando su mujer al lado? —pregunté desconcertada.

—Ábrete de piernas —me ordenó de manera tajante y seca.

—Pero es que…—balbuceé, intentando buscar una excusa.

—¡He dicho que te abras de piernas! —Exclamó en un tono déspota y autócrata.

Su mujer parecía estar entretenida con el móvil, no despegando ni un solo segundo sus ojos de la pequeña pantalla, eso me facilitó bastante la maniobra.

—Piensa en él como si fuera una presa. Primero hazlo de tal forma que parezca un descuido, algo accidental. No pretendes asustarlo, que no suponga que eres una loca que puede montarle un escándalo. Démosle tiempo, espera que la sangre acumulada en su polla, deje de regarle el cerebro unos minutos. Si tienes una filia Olivia, disfrútala. Pero para ello, trata siempre de ejecutarla de manera perfecta. El sexo es tan aburrido sin ellas.

—¿Te aburre el sexo? —pregunté incrédula.

—Digamos que me mueven más otras cosas más obscenas y divertidas que el propio sexo. Haz siempre las cosas con calma —prosiguió aconsejándome—. Dejémoslo que piense, que tú no lo estás provocando. Haz que crea que todo es debido a un descuido, a una inadecuada postura, a un pequeño desliz. Que no note todavía tus intenciones. Tienes unos muslos preciosos, Olivia. Enséñaselos. Míralo de reojo, disfruta con las reacciones que le provocas. ¿Notas cómo se pone tenso? Mira como estira su espalda y su cuello. Sin duda, el pez ha picado, divirtámonos un poco.

—Sí, opino que está nervioso, puede que le dé miedo que su mujer lo pille mirándome —expresé comenzando a divertirme.

—Claro que tiene miedo, eso es lo más divertido de todo. Teme que su mujer lo pille mirándote de esa forma tan libidinosa, pero lo mejor de todo, es que ya no puede dejar de mirarte, Lo tienes atrapado.

—Eres mucho más perverso que yo —reí divertida.

—Ese es el juego, en eso consiste esta vez. Tienes que conseguir que él se olvide de ella. Si logras que te deseé de modo casi obsesivo, a ella comenzará a verla casi de forma insignificante, olvidándose que en realidad está a su lado. Aprende a dominar completamente la situación, tú marcas todos los tiempos, y la intensidad del juego, tú decides cuando comienza, y donde termina todo. No obstante, haz siempre que los hombres crean, que son ellos los que te conquistan.

—¿Me subo un poco más la falda? —pregunté totalmente excitada, tanto por la situación, como por la susurrante voz de mi vecino.

—Sí, pero ahora hazlo mirándolo ya a los ojos. Sonríele. De este modo tu presa ya se dará cuenta de que aceptas la situación. Es el puto más importante del juego, en este momento comienza la segunda fase. Pon cara morbosa en todo momento, incluso cuando no lo mires. Haz que tus gestos sean siempre elegantes. Yo disimularé que estoy leyendo uno de tus libros, de esta manera quitaré cierta tensión a la escena.

—Me ha devuelto la sonrisa —murmuré por lo bajo.

—Muy bien reina. Eres la mejor —dijo dándome ánimos— ¿Puede verte ya las bragas?

—Pienso que sí. No deja de mirarme. Creo que me las ha visto ya hasta el camarero al salir antes con la bandeja, menuda cara ha puesto —comenté divertida.

—¿Te gusta que te miren? ¿Notar como los excitas?

—Sí. Me encanta

—¿Estás cachonda?

—Me estoy poniendo muy puta —confirmé.

—¿Cuándo comenzaste a exhibirte? —preguntó interesado.

—Recuerdo la primera vez que lo hice de forma consciente. Yo era muy jovencita, casi una adolescente. Me había comenzado a masturbar pocas semanas antes, fue casi por casualidad. Era verano. Mis padres tienen una gran casa con un precioso jardín con piscina. Siempre me ha encantado tomar el sol. Esa tarde estaba tremendamente aburrida, estaba sola, recuerdo perfectamente que mi hermano estaba de campamento, y mi hermana pequeña, supongo que estaría acostada la siesta. Entonces salí del agua y me topé con la mirada de Jomar, él era un jardinero de origen filipino que mi papá había contratado hacía ya algunos años.

—¿Qué sentiste cuando te cruzaste con esa mirada?

—No sabría describirlo, pero era la primera vez que un hombre adulto me observaba de ese modo. Por lo menos hasta ese día nunca había sido consciente. Supongo que me sentí poderosa. Yo le sonreí, sin embargo, él avergonzado miró hacia otro lado. Entonces me eché en una de las tumbonas boca abajo. No quería intimidarlo, y pensé que de esa forma tendría más libertad para deleitarse con mi juvenil cuerpo. Pero el roce de la tela de la tumbona sobre mi sexo, elevaron aún más mi estado de excitación, hasta que llegó un momento…

—¿Te masturbaste?

—Sí, entonces me di la vuelta y coloqué una de las toallas tapando parte de mi cuerpo. Metí una de mis manos por debajo de la braguita de mi bikini y comencé a tocarme, siendo plenamente consciente de que los ojos de Jomar no dejaban de mirarme.

—¿Y ahora, te gustaría tocarte?

No contesté, simplemente moví de modo afirmativo la cabeza, mordiéndome el labio inferior, en un gesto totalmente provocado. Me tomé todo el tiempo del mundo, metí una de mis manos entre mis muslos llegando hasta la altura de mi sexo, en ese momento toqué la tela de mis bragas.

—Tengo el tanga empapado —dije echándolo hacia un lado, hundiendo al mismo tiempo dos de mis dedos en el interior de mi vagina—. ¡Ah! ¡Estoy muy cachonda! —Exclamé ya fuera de mí.

—¿Qué hace él mientras te tocas? —preguntó, sin levantar sus ojos del libro.

—Está embobado mirándome —declaré casi en un murmullo.

—¿Te gusta verlo así? ¿Te lo imaginas con la polla tiesa?

—Me encanta, me hace sentir muy hembra —reconocí.

—Cuéntame cómo está tu coño. Pero no dejes de mirarlo a él mientras te estás tocando —me pidió.

—Está caliente, muy húmedo, casi pegajoso. Estoy cachonda como una perra —expliqué.

—¡Bien! Ahora saca los dedos de tu coño. Pero hazlo muy despacio, como en cámara lenta, sintiendo como salen de tu interior. Luego, sin dejar de mirarlo, sonriendo como la puta que eres, chúpalos y cuéntame a que saben.

Hice todo lo que Luis me pidió, sin dejar de mirar al desconocido que tenía enfrente. Le notaba el rostro casi desencajado, nervioso, visiblemente rígido y alterado. De vez en cuando advertía, como intercambiaba alguna breve palabra con la mujer que tenía al lado, sin embargo, ella no levantaba la vista de la pantalla de su teléfono móvil.

—Saben a mí. Están deliciosos —dije sin dejar de lamer con deleite mis dedos, sin sacarlos de mi golosa boca.

—¿Te gustaría follar con él en el servicio, estando su mujer tan cerca?

—Creo que sí —respondí sin dejar de relamerme.

—Eso me gusta, pero no estás aquí para follártelo. Recuerda que solo has venido a jugar con él. En ocasiones, únicamente se trata de eso, de ser una calienta pollas.

—¿Crees que se me da bien ser una calienta pollas? —pregunté riéndome— ¿A ti te la he puesto dura?

—Ahora comienza la tercera parte del juego —dijo sin responderme—. Ve hasta su mesa sin dejar de sonreírle, pero de una forma tan sutil, que su esposa siga en su mundo de ignorancia. Luego entrarás al bar, y te dirigirás sin detenerte hasta el servicio. Piensa que te estará mirando por detrás. El modo de caminar de una mujer marca su erotismo, su sensualidad, toda su feminidad… No voy a mencionarte como tienes que moverte, porque eso ya lo sabes tú a hacer muy bien. Lo llevas en tus genes. Tu modo y maneras de caminar, fueron las primeras cosas que me gustaron de ti —manifestó, levantando por un segundo sus ojos del libro que fingía leer, regalándome por un instante, una breve sonrisa.

—¿Te fijaste en mí por mi forma de caminar? —pregunté disfrutando del momento. Ya que era la primera vez que Luis me regalaba un piropo.

—Como te acabo de decir, la manera de andar marca toda la voluptuosidad y elegancia; la lujuria y la feminidad que tiene dentro una mujer. Sin duda es de las cosas que más me excitan. Tú forma de caminar, tu sonrisa, el modo de mover tus labios al hablar, la mirada, todos esos gestos manifiestan más cosas de una mujer, que la ropa que lleva puesta —comento volviendo a disimular estar leyendo uno de mis libros.

—¿Entonces por qué has querido que me vista como una puta? —pregunté desconcertada.

—Para ver cómo eras capaz de reconvertir, lo obsceno en elegante. Pero ahora dejemos esa parte. Levántate y haz lo que te he mencionado —expuso en tono autoritario—. Si consigues que te siga hasta el servicio, es que lo has hecho bien. Será el indicativo de que has logrado de que se olvide incluso de su mujer, estando ella tan cerca. En cambio, sí por el contrario se queda sentado, solo los habrás puesto cachondo, y eso es algo que lograría hacer cualquier puta con una minifalda como la que llevas.

—Sin embargo, no todos los hombres reaccionan del mismo modo —alegué.

—Los seres humanos somos más básicos de lo que pensamos, y en ciertos temas como el sexo, las hormonas y el instinto, son los que en realidad toman a veces el mando de muchas de nuestras decisiones —argumentó convencido.

—¿Y si me sigue al baño que debo hacer? —pregunté cada vez más excitada y entregada.

En esos momentos yo ya estaba dispuesta hacer lo que Luis me dijera. Me excitaba enormemente someterme a su morbosa voluntad. Deseaba que me pidiera que me lo follara, e incluso, que me pidiera hacerle alguna cosa en concreto. Sin embargo, Luis no es un hombre demasiado predecible.

—Eso depende de ti —respondió, dejándome un poco decepcionada.

Entonces me levanté con cuidado. En verdad la minifalda era escandalosamente corta, la bajé un poco, y marché tal y como me había indicado Luis hasta el baño, pasando junto a la mesa de mi presa. «Hoy te ha tocado a ti», recuerdo que pensé sin dejar de sonreír, cuando pasé casi a su lado rozándolo.

La mirada del hombre y la mía chocaron en ese momento de forma inevitable, al igual que dos tranvías que circulan a toda velocidad, por la misma vía en direcciones opuestas. Yo le sonreí, y me pareció leer en su rostro un gesto, como si me quisiera hacer una seña que no supe en ese momento interpretar.

La mujer que estaba sentada a su lado, y que habíamos deducido que sería su esposa, seguía tan ensimismada, mirando atentamente la pantalla de su teléfono móvil, que ni tan siquiera se dio cuenta de nada.

Mi corazón latía muy deprisa. Estaba tremendamente nerviosa, pero esa adrenalina que sentía aumentaba considerablemente mi alto grado de excitación. Quería hacerlo bien, me invadía una insana necesidad de que Luis estuviera orgulloso de mí.

Entré dentro del bar pasando frente a la barra. En ese momento, noté la mirada obscena de media docena de hombres recorriendo mi cuerpo sin ningún tipo de disimulo. Verme vestida de esta forma, los incitaba enormemente a ello. Incluso me di cuenta, como un hombre mayor, le daba un codazo a su acompañante.

—¡Mira qué buena está! —Exclamó el viejo.

— ¡Está para taparle todos los agujeros! —Respondió su acompañante elevando el tono, de manera totalmente soez y ordinaria.

«Tienes que ser capaz de reconvertir lo obsceno en elegante», me dije a mi misma recordando las palabras de mi morboso vecino.

Seguí caminado en dirección al baño, manteniéndome firme y con la espalda recta. Sin dejarme intimidar por la mirada libidinosa y los comentarios obscenos de esos hombres. Manteniendo una sonrisa segura y directa. Haciendo que mis pasos fueron cortos y gráciles, acompasando mis andares con movimientos lentos de mi cadera.

Por fin llegué hasta el baño, me estaba haciendo pis, pero decidí esperar en la puerta. No había nadie. Entonces me volví mirando hasta la entrada del bar.

Nada, ni el menor rastro del hombre «He perdido, solo he conseguido ponerlo cachondo», pensé un tanto dolida en mi amor propio. Iba a entrar al aseo cuando de pronto volví a girarme, allí estaba, en mitad del bar acercándose hacia mí.

Me fijé durante un segundo en él, me resultó atractivo. Hasta ese momento tampoco me había percatado demasiado. Pues al principio había creído que todo quedaría en un cruce de miradas.

Al llegar hasta donde yo estaba, ambos intercambiamos una cómplice sonrisa. En ese momento entré por fin al baño, él me siguió. Yo apoyé directamente la espalda contra la pared, y me quedé mirándolo, esperando sus movimientos, dejando que fuera él, el que iniciara el cortejo. Mintiendo a su ego masculino, dejándolo que creyera, que en realidad era él, el que me había puesto en aquella tesitura.

Me imaginaba que, si algún día le contaba esa anécdota a alguien, comenzaría diciendo algo así: “Un día me ligué en la terraza de un bar a una mujer…”

Sentí unas fuertes manos agarrándome por la cintura. Era fuerte y decidido, tal y como a mí me gustan los hombres. Entonces me atrajo con un brusco movimiento hasta él, pegando mi pelvis a la suya. Justo en ese momento comenzamos a besarnos.

Me sentía tremendamente cachonda, yo misma buscaba el roce de su entrepierna contra mi sexo. Era algo instintivo, como si no pudiera controlarme.

En esos momentos estaba ávida y hambrienta de hombre, necesitaba su contacto.

Su lengua jugaba con la mía en un movimiento circular húmedo y sensual. Entonces el desconocido levantó sin más preámbulos mi camiseta hacia arriba, dejando mis profusos senos a su vista y a su alcance.

Desde ese momento mi boca ya quedó huérfana de la suya. Permaneció un segundo pasmado, como abobado mirándolas. Deleitándose con mis tetas, como si no hubiera visto unas así en toda su vida. Con esa mirada hechizada y vidriosa, que tantas veces he observado en los ojos de otros hombres.

Entonces comenzó a besarlas, a comérselas, a chuparlas. Pero sobre todo haciendo énfasis en mis sensibles pezones, que en esos momentos crecían y se endurecían al placentero contacto de su ávida lengua.

—¡Ah…! —Dejé escapar un involuntario jadeo.

Fue justo en ese instante, cuando noté una de sus manos recorriendo mis muslos, hasta introducirse por debajo de mi corta falda. Solo conocer sus intenciones, me abrí al momento todo lo que pude de piernas. Mi coño se deshacía, prácticamente derretido y caliente, totalmente ansioso esperando sus caricias.

Sentí como su mano palpaba mi vagina a través de la húmeda tela de mis bragas. Podía sentir incluso el calor de sus dedos. Yo misma estuve tentada a quitarme el tanga arrojándolo al suelo, y ponerme contra la pared bien abierta de piernas, para suplicarle que me la metiera.

—¡Ah…! —gemí al notar sus dedos presionando justo a la entrada de mi sexo.

Sabía que ese era el punto de no retorno, si me dejaba meter los dedos, acabaría implorándole que me jodiera allí mismo. En esos momentos estaba ya a punto de perder totalmente el control de mi cuerpo y de mis emociones. De hecho, de no haber estado Luis allí fuera, las habría perdido del todo, un rato antes.

—Está mi marido fuera. Tengo que irme —dije de pronto intentando escapar de sus poderosas manos.

—Claro —respondió como el que despierta de repente de un bonito sueño, como si volviera a ser consciente de donde estábamos. Recordando nuevamente a su pareja, que esperaba fuera. Seguramente sin dejar de mirar de forma obsesiva la pantalla de su móvil.

Entonces bajé mi camiseta tapándome mis manoseados pechos, como cuando se baja el telón que indica que acaba de finalizar la función. Intenté recomponer mi ropa, subiendo el tanga y bajando mi falda, que permanecía subida casi hasta la cintura.

—Lo siento —me disculpé—. Me hubiera encantado que me la metieras —dije mientras agarraba la manilla para abrir la puerta y escapar de su alcance.

«Pocos hombres han estado tan cerca de follarme, sin conseguirlo», pensé divertida.

—Podemos quedar para otro día. Puedo darte mi número de teléfono —dijo intentando posponer el encuentro para una próxima cita.

—No soy de aquí. Solo estoy de paso —mentí saliendo de allí sin volver la vista hacia atrás, siendo estas mis últimas palabras a modo de despedida.

Entonces crucé frente a la barra del bar volviendo a sentir las miradas impúdicas de esos hombres. No sé si alguno fue consciente de lo que acaba de pasar en uno de los baños. En ese momento, por fin salí a la calle, sentándome de nuevo en mi antigua silla junto a mi vecino.

Busqué la mirada cómplice de Luis, este me sonrió. Como si estuviera orgulloso de lo que acaba de hacer.

En ese momento me invadió una extraña y nostálgica sensación placentera. Me sentí bien, evocando cuando era una niña y necesitaba la aprobación de un adulto, en mi caso, siempre buscaba la de mi padre. Creo que me pasé media adolescencia enamorada en secreto de él.

—¿Lo he hecho bien? —pregunté como un perro que ladra reclamando su premio.

—Lo has hecho genial, has estado verdaderamente asombrosa. Tienes todo el pintalabios corrido por la cara. Veo que te has divertido un poco —comentó entregándome un inmaculado pañuelo de algodón, de color blanco, para que me limpiara.

—Pensé que nadie usaba ya este tipo de pañuelos —dije riéndome.

—Ya te he manifestado que odio lo ordinario —respondió con ese tono de voz grave y profundo, que me recordaba a esos antiguos locutores de radio

Entonces miré a la acompañante, del desconocido con el que me acaba de besar en los servicios. Estaba sacando una foto con el móvil a las cervezas que se acaban de tomar, supuse que querría compartir la imagen.

«Será idiota. Hay gente que vive más en las redes sociales que en la propia realidad», opiné riéndome.

—Vámonos, creo que es la hora de irnos —comentó Luis levantándose, y tendiéndome su mano para ayudarme gentilmente a que me levantara.

Comenzamos a caminar en dirección hasta casa, llevándome agarrada durante todo el camino por la cintura. Me sentía orgullosa de que me llevara de esa forma, sintiéndome totalmente entregada a él.

Por un instante reflexioné sobre la relación con mi marido. Alex estaría trabajando ajeno a mis juegos. ¿Por qué no era capaz de sentirme tan atraída por él, como por otros hombres? Sabía que lo quería, que mi vida con él era maravillosa, sin embargo, había muchas cosas que él no podría ofrecerme.

—¿Estás bien? —me preguntó Luis como si me leyera el pensamiento

—Nunca he estado mejor —respondí olvidándome de todo, y apretándome contra el cuerpo de mi vecino.

Entonces me empujó contra un camión de mudanzas que estaba aparcado en la acera y comenzó a besarme, yo abrí mis labios entregándome a él con una pasión totalmente inusitada incluso para mí.

En ese momento noté como metía sus manos sin más dilación debajo de mi falda, agarrando la goma de mi tanga, lo bajó de un tirón hasta medio muslo. Yo cerré los ojos en ese instante muerta de la vergüenza, no quería ni pensar si alguien en ese momento pudiera vernos. Allí en medio de la calle, apoyada contra un camión a pleno día, con las bragas bajadas, dejándome manosear, mientras no dejaba de besarme.

Sentí sus dedos rozándome la vagina, recreándose en ella. De pronto despegó sus labios.

—¿De quién eres, Olivia? —preguntó provocándome, mirándome directamente a los ojos.

—Sabes que tuya —respondí con dificultad de forma entrecortada, pero totalmente feliz por estar allí.

Continuará

Deva Nandiny