¿Infidelidad o víctima?
Cecie, tras salir de la clase de Lengua Española ("La negra y el blanco"), se dirige a Psicología donde no estará por mucho rato...
La profesora Cleopatra nos esperaba impaciente. Al parecer, llegábamos tarde y ella estaba deseosa de empezar la clase.
--Querida Cristina -La llamó con aquella voz cantarina-, ¿puede repartir estas fotocopias?
Cristina se levantó para tomarlas y repartirlas. Cuando llegó ante mí me miró fijamente y me dio la hoja con lentitud.
--Lo sé todo, Cecie. -Me susurró- Estoy muy satisfecha de ti...
--¿Por qué? -Me extrañé cogiéndole el folio- ¿Qué sabes?
--Que por fin dejaste a ese pedazo de estúpido. -Me sonrió- ¿Sabes? Vamos a ir a las atracciones. ¿Te apetece venir? Había olvidado que ese Viernes por la noche empezaba la fiesta mayor de la ciudad. La verdad era que no sabía qué hacer Cris era una de las chicas del grupo y si ella pensaba ir, Claudie seguro que también.
--No lo sé.
--Vamos, Cecie, no seas tonta. -Me animó- Lo vamos a pasar muy bien.
Cristian, el mellizo de Cristina, se nos acercó y le quitó el fajo de papeles de las manos a su hermana. La chica lo miró con sorpresa.
--¿Qué pasa?
--Que si sigues aburriendo a Cecie con tu telenovela no vamos a empezar con "La capacidad para decidir (El miedo a decir NO)".
--¡Ah, claro! -Sonrió ella con malicia- Justamente le explicaba el asesinato de Cristian Gordon... por eso se me olvidó lo demás.
--¿Y el de Cristina Gordan? -Repuso con entusiasmo- Me voy a repartir esto. A ver si hoy acaba rápido, porque, la verdad, tengo unas ganas de irme a la fiesta...
Observamos cómo Cristian seguía repartiendo las fotocopias. Cris me miró interrogativa. Yo me moría por preguntar si Claudie pensaba ir, pero me contuve.
--No sé. -Repetí- No lo sé.
--Anímate, ¿quieres? El padre de Claudie ha alquilado un apartamento en el corazón de la feria para que nos quedemos allí y podamos disfrutarla todo lo que queramos.
--¿Cómo lo sabes? -El hablar con alguien de Claudie, el sólo hecho de mencionar a algún miembro de su familia, me alteraba el ritmo cardíaco.
--Porque estaba con Claudie merendando en el salón de té y él entró y le dijo: "Adivina, peque. Os he conseguido un apartamento bien grande en el corazón de la fiesta. ¿Qué te parece? Así las de tu grupo y tú no deberéis regresar a casa, que os llevará una hora... eso si no hay tráfico". La verdad es que estaba muy entusiasmado. Cuando hay fiestas o cualquier cosa, participa con el mismo entusiasmo que su hija.
--Parece buen hombre.
--No lo parece, Cecie... ¡es una brillante persona, te lo digo yo! -Se sonrió- Cuando mi hermano quería una moto, que en aquel momento mi madre (ya sabes que mi padre se fue con otra), no tenía el dinero, Claudio se la regaló para Reyes. Desde luego, el hombre lo llevó a una tienda de motos para que escogiera, pero mi hermano no fue capaz de decirle la que realmente le gustaba porque era muy cara... ¿Y sab...?
--Querida Cristina, me ha dicho su hermano Cristian que le está explicando a la señorita Cecilie la telenovela "Gordon"...
--Mmm... -Se ruborizó ella y le echó una mirada asesina a su hermano- Yo no veo esa estúpida telenovela en la que todos son...
--... pinchces héteros. -Acabó la frase Córax por ella- Además, racistas.
--Mi querida Córax... ¡tú siempre con esas salidas...! -Exclamó emocionada- Siempre tan...
--¡Profe, que todo el instituto sabemos que se te cae la baba por esa negra! -Gritó súbitamente Ignacio José- ¡Aprende a disimular! ¡No vale el favoritismo!
--¡Mira quién fue a hablar! -Salió Cristian a la defensiva- ¡Clarise te lo permite todo!
--¡Todo con tal de que retengas a Cecie! -Añadió Cristina y yo me sonrojé- ¡Te crees que no tenemos ojos en la cara, Ignojo!
--¡Caca de vaca! -Aportó Carlitos, que apenas medía un metro y veinte centímetros y era uno de los amigos predilectos de Claudie- ¡Puñado de estiércol!
--¡Cállate, enano!
--Vaya -Dijo con una voz terriblemente aguda-, ahora Blancanieves quiere siete gigantitos.
--¡Te aplasto! -Rugió Igancio José- ¡Bufón de las ruinas de los castillos!
--¡Basta ya o deberé empezar a poner puntos negativos! -Intervino la profesora Cleopatra, a quien no le había gustado el insulto de "enano".
--¡Que me sobe los huevos, profesora, que Ignojo me los sobe... con la boca! -La clase irrumpió en carcajadas y Carlitos siguió dando saltitos en su silla para que lo viésemos bien- ¡Qué me rasque el culo! ¡Ay, cómo me pica! ¡Rasca, rasca, Ignojo... rasca con los dientes!
--¡Maricón! -Le tiró un libro que le dio en el pecho y lo hizo salir volando. Cayó de espaldas sobre la mesa de Clemencie- ¡Ojalá te mueras!
Vi cómo le temblaba a Cleopatra el labio inferior. Me hubiera jugado cualquier cosa que Clarise tenía al profesorado aterrado. Me pregunté si Claire... No pude acabar, pues alguien llamó a la puerta.
--Adelante. -Respondió Cleopatra y en la sala cayó el silencio más absoluto. Era la directora Conchita- Buenos días, directora Conchita, ¿puedo servirle en algo?
--Vengo a buscar a la señorita Cecilie. -Me buscó con la mirada y, cuando me encontró, me hizo señas para que me acercase.
--¿Qué querrá? -Me susurró Clemencie tapando disimuladamente con su chaquetón a Carlitos, quien tenía las manos entre las piernas y se retorcía de risa.
--No lo sé. -Me levanté- Os veré luego.
Cuando me alejaba de la mesa oí que Córax le decía a Celestie que le parecía abominable dejarme ir con la directora, pues una vez que llegué junto a ella me dijo:
--He de hablar contigo a solas. -Su mirada de ojos café era insinuante y me inquietó- Vamos.
Salimos del aula de Psicología, pero no torcimos a la izquierda para ir a su despacho, sino que nos dirigimos a la parte más antigua del instituto y bajamos al sótano donde había tantos pasadizos que era difícil memorizar por dónde caminábamos. Tomamos uno de los que hacían pendiente y luego entramos en una habitación llena de puertas que había al final de uno de los pasillos. No sé cuántas recámaras atravesamos, el caso es que cerró muchas puertas con llave, aquéllas que íbamos dejando atrás. Yo tenía miedo, pero era la directora y desconfiar sería un insulto.
--Bien, hemos llegado. -Manifestó cuando entramos a una habitación muy fría, tanto, que los pezones se me endurecieron y maldije haberme dejado la chaqueta arriba, pues, a parte de marcarse en la blusa de seda fina, me molestaban- Cerraré también aquí.
Miré a mi alrededor. Era, al parecer, una masmorra con estanterías llenas de cosas raras. En una de las paredes había unos grilletes o algo así.
--Bueno, Cecie, supongo que te preguntas qué necesito de ti... -Sus ojos brillaba con malicia, así que mi miedo aumentó.
--Sí, no sé por qué hemos venido aquí...
--Mmmm... Ya veo que tienes frío. -Dijo tomándome uno de mis pezones entre sus largos dedos índice y medio y rozándolo con el pulgar- Interesante...
--Yo... -No pude evitar que la respiración me fallara- Yo tengo... novia.
--Sí, Cecie... lo sé. -Me susurró besándome el cuello y bajando hasta el otro pezón... y atrapándolo con sus labios. Claudie me iba a matar, pero la reacción fue espontánea: un débil gemido brotó de mi garganta- ¿Sabes algo, Cecie?
--N-no. -No podía controlar la respiración, pues mi mente sólo se concentraba en la reacción de Claudie cuando supiera qué había ocurrido.
--Es mejor que obedezcas -Me aconsejó desabrochándome los seis botones de la blusa-, ¿sabes por qué?
--Yo... No, no lo sé.
--Porque así no deberé forzarte. -Me quitó la blusa y la dejó a un lado con cuidado. Yo temblaba- Además, mi vida, aunque grites con todas tus fuerzas NADIE te va a oír...
--Pero, ¿por qué yo? -Le pregunté mientras ella me desabrochaba el sostén. No tardé en estar con los pechos al descubierto. Me sentía completamente desprotegida.
--Bueno, ya hace semanas que vengo soñando que hacemos el amor y, la verdad, tengo mucha curiosidad por ver cómo te mueves y me da mucho morbo la idea de oírte gemir... -Me besó en el cuello y bajó hasta el pecho derecho. Parecía un bebé demasiado crecido... Después fue al izquierdo mientras me desabrochaba el botón del pantalón y me bajaba la cremallera.
--Pero yo no tengo la culpa... -Protesté notando sus besos en mi estómago mientras me quitaba los tejanos y las bragas. El besuqueo siguió alrededor de mi ombligo mientras su mano pasó veloz del clítoris a la vagina. No pude evitarlo y separé un poco las piernas... ¡Pero de mi mente no se iba Claudie y, por tanto, no podía mantenerme con sangre fría!- Directora, yo tengo...
Pero ella ya había introducido dos de sus dedos y daba de tal modo que parecía que me fuese a dejar sin entrañas. No pude controlar un gemido entre el placer y el dolor, que bien dicen que van de la mano. Me fallaron las rodillas y caí sobre su robusto brazo izquierdo.
--Cecie, vida mía -Me susurró tumbándome en el suelo con suavidad. Los dedos índice y medio de su mano derecha estaban manchados de sangre. Yo estaba mareada- ¿Qué te ocurre, mi amorzote?
--Na-nada. -"Claudie, ¿dónde estarás? ¿Qué estarás haciendo? ¿Qué me vas a decir? ¿Me perdonarás, Claudie?", pensaba yo- Estoy mareada... No me encuentro bien...
--Lo entiendo... -Pero por su tono me pareció que estaba satisfecha- Eres una novata... Yo, por mi parte, soy una experta en el sado.
A partir de aquí no sé qué pasó. Tan sólo fui conciente de estar de pie amanillada a la pared, de emitir gritos de dolor y de unas carcajadas que me llegaban de muy lejos... Creo que me desmayé y cuando volví en sí me encontré tirada en el suelo, manchada de lo que parecía ser sangre y con la directora mirándome mientras se masturbaba como una loca. No recordaba nada al principio, pero la verdad cayó en mí con toda su fuerza.
--¡Claudie! -Se me escapó.
--Grita, vida mía, que nadie te va a oír.
Pero en ese momento se oyó un clic y la puerta chirrió. A Córax le brillaban los ojos y, Claudie, aunque algo asustada, echaba chispas. Se tiró de rodillas junto a mí mientras Córax dejaba fuera de combate a Conchita dejándola inconciente de un puñetazo en la mandíbula.
--¿Cómo te encuentras, Cecie? -Me abrazó ella sin importarle que pudiera ensuciarla- ¿Qué significa toda esta sangre?
--No lo sé.
--Abrázame, ¿quieres? Lo he pasado muy mal, yo también.
--¿Por qué? -La abracé.
--Clarise. -Escupió Córax- Hizo lo imposible por retenerla para que no pudiera juntarse conmigo.
--Córax se sintió intranquila y le pidió a la profesora Cleopatra permiso para salir... -La miró agradecida- Por eso te encontramos, sino... No me lo quiero ni imaginar...
--Entonces... ¿me perdonas?
--¿Perdonarte? -Claudie y Córax intercambiaron miradas que no supe decifrar- No hay nada que perdonar, Cecie...