Infidelidad inexplicable

Una tarde de calor, un polvo interrumpido, la vecina de arriba, de 60 años que tiene una tarea, un escote y...

INFIDELIDAD INEXPLICABLE

Supongo que un relato de infidelidad de estas características resultará un poco extraño y la verdad es que yo mismo no sé cómo ni por qué pasó lo que pasó... Puede que fuera una mezcla del calor del verano y de un descontrol hormonal que a veces te cruzan los cables, pero el caso es que desde que estoy casado nunca le había sido infiel a mi esposa y no tenía pensado serlo porque uno no se puede imaginar una suerte tan grande como la mía: mujer de 29 años, morena, ojos rasgados, cuerpo de bandera, un carácter muy abierto y muy receptiva en cuanto a sexo se refiere... El paraíso, vaya.

Yo tampoco estoy mal. A mis 32 años, tengo un buen trabajo, un buen coche y, claro, un buen cuerpo, que para algo voy al gimnasio y todavía aguanto los noventa minutos con los amiguetes los fines de semana. Aunque lo que más atraía (y aún hoy es mi mayor atractivo) de mí a las mujeres son mis ojos verdes, de hecho es lo que hizo que consiguiera seducir a Mónica (mi mujer).

Nos conocimos hace 10 años y llevamos casados 7 y, ya digo, todo nos marcha sobre ruedas y estamos planeando tener hijos ahora que ya tenemos nuestra propia casa y que ella también tiene un empleo fijo y estable. Así que si la infidelidad no nos rondaba cerca, no podría ni imaginar que llegaría de la forma que llegó y menos con la persona con quien llegó...

Era una tarde calurosa en la que estaba tirado en el sofá viendo la tele y medio empapado en sudor, pensando que por qué aún no habíamos instalado el aire acondicionado en casa. Mi mujer hacía ya un rato que se había quedado traspuesta y en un momento me dio por mirarla y se me puso dura con el panorama: sus pantalones cortos, bien apretados, estaban más bajos de lo habitual y se adivinaba la negra sombra de su entrepierna; la firme curva de sus piernas bronceadas y tersas llamaba también mucho la atención; además, su camiseta de tirantes tenía la tira de la izquierda bajada y se marcaba más de lo normal su pecho apetecible. Empecé a besarla lentamente, y entre caricias y chupetones, la fui despertando de la forma más gozosa.

Teníamos el ambiente más propicio para un estupendo polvo vespertino, cuando de repente sonó el timbre de la puerta.

  • Joder, mira que son oportunos, dijo Mónica

  • No contestes, nena... Estaba que no podía controlarme, me había entrado un deseo incontenible de follarme a mi mujer (o al menos eso creía, en realidad lo que tenía ganas era simplemente de follar).

Pero ella no pudo aguantarse y al tercer timbrazo se libró de mí, compuso el pelo y fue a abrir la puerta, ya que no consiguió convencerme de que fuera yo: "Tú estarás despeinada, pero como abra yo, la persona que sea se va a encontrar un duro recibimiento..."

Agudicé el oído y pude oír la voz de nuestra vecina del 5º, Brígida, una mujer de unos 60 años, más bien baja y más bien gorda (una de estas figuras que con la edad han perdido forma y cintura y cadera tienen un tamaño similar), morena, de pelo ondulado y de tinte algo pelirrojo, debió de levantar en sus años mozos más de una herramienta, puesto que aún conservaba una considerable belleza teniendo en cuenta su edad y que ahora llevaba gafas no muy favorecedoras. "Cariñooo, ¿puedes venir?", oí decir a mi mujer después de un cruce de palabras que no conseguí distinguir.

Ya estaba más calmado, así que fui. Con los pantalones cortos uno tenía que tener un buen control de sí mismo, o si no te habías delatado. Mi esposa me contó lo que le había dicho la vecina: que la balda de un armario se había soltado a causa del ventilador y que tenía un estropicio de narices, y su marido estaba fuera con los nietos, que si podía echarle una mano.

Cómo no, un trabajo de bricolaje que me encanta, la expectativa de pasar la tarde con un martillo, una taladradora, el destornillador, una compañía nada apetecible, sudar gracias a un satisfactorio trabajo... ¿Cómo podía negarme? Mónica me dijo que ella haría la cena mientras yo la ayudaba y allí que fui, como un cordero directo al matadero.

Mientras subimos en el ascensor, Brígida, adivinando el gesto de fastidio en mi cara, trató de entretenerme con su conversación, primero lanzándome indirectas del tipo "¿no habré interrumpido nada, no?" y guiñando el ojo. Era una mujer del sur y tenía cierto salero y gracia, así qeu no le costó demasiado arrancarme alguna que otra sonrisa. "Para que no te deshidrates te haré una limonada fresca". Cuando se fue en dirección a la cocina, me sorprendí a mí mismo mirándole el amplio trasero, marcado por el sudor de su piel y por la tela porosa de su falda estampada.

Sin hacerme demasiado caso a mí mismo, me subí a la escalerilla de mano y empecé con el trabajo. Un par de martillazos y de agujeros después, cuando ya había conseguido hacerme con la tarea encomendada, apareció Brígida por la puerta. El haber estado exprimiendo limones le había causado unos calores más que aparentes, ya que su flequillo oscuro se pegaba a su frente y se había desabotonado un par de botones de su camisa para no asfixiarse. Las redondeces de su busto eran más que notorias. Nunca me había fijado en la opulencia de su pecho. Bueno, nunca me había fijado en ella como mujer. Imaginé que sin sujetador, sus tetas rozarían el ombligo...

Mi mano tembló al recibir el vaso de limonada, muy fresca, por cierto. Mientras bebía mi mirada de nuevo se clavó involuntariamente en el escote de mi vecina, en su canal, y la curva de sus senos era más exagerada desde mi elevada posición, mucho más apreciable. Cuando traté de reprimirme, la ligera erección de mi pene había sido descubierta por ella, que sin cortarse un pelo me miraba directamente al calzón. Sus mejillas estaban sonrojadas, pero no de vergÜenza, sino de excitación.

  • Vaya con el vecinito, cómo se las gasta.

Y se rió. Traté de disculparme confusamente y alargué el vaso. Cuando Brígida lo cogió, aprovechó para acariciarme sin pudor el dorso de mi mano. La miré y me guiñó el ojo. Y además se mordió el labio inferior.

  • Anda que a mi edad levantar el ánimo de un chico tan apuesto. Vaya alegrón que me has dado, cariño. Si a Sebastián se le pusiera la mitad de lo que a ti, hoy tendría ocasión para celebrarlo.

  • Yo, ehmm, perdona...

No sabía más que balbucear y ella se fue haciendo dueña de la situación, sobre todo porque veía que yo no volvía a la tarea que se me había encomendado y que estaba como alelado mirándola, ahora a los ojos porque no me atrevía a bajar la mirada. Cuando ella volvió a fijar su vista en mi paquete, que estaba a su altura, me preguntó si sus pechos le gustaban tanto como para ponerle así. Tampoco supe qué contestarle. Su voz cada vez era más ronca. Vamos, que se estaba poniendo bien cachonda.

  • No imaginas el tiempo que llevo sin sexo...

Y se llevó su mano al pecho, a la camisa, y se desabotonó otro botón. El blanco de su sujetador se hizo completamente visible. "Para, Brígida", acerté a murmurar. Pero ya había adelantado su mano a mi paquete y me lo sobaba con lascivia y con sabiduría. "Vaya rabo que tienes, cabrón, y estás bien empalmado, te he puesto caliente, eh, esto hay que aprovecharlo". Cogió mi mano y la llevó a su pecho, y rocé la suave tela de su sostén. En mi mano apenas cabía aquellas blandas redondeces. Gimió cuando apreté un poco. No podía controlarme ni pensar en mi mujer, mi otra cabeza me dominaba por entero y además con una mujer en la que nunca me habría fijado ni imaginado que podría ser la causante de que yo le pusiera los cuernos a Mónica.

Sin darme cuenta, mi polla estaba fuera del pantaloncito, y el aliento caliente de Brígida lo estaba echando sobre ella. Su boca grande devoró mi verga dura como yo creo que pocas veces había estado. Con su mano derecha apretaba mis testículos y ella ahora tenía los ojos cerrados y emitía unos exagerados y placenteros ruidos, que no se oían porque mi pene le tapaba la boca. Era una mamadora profesional, y eso me sorprendió porque no pensaba yo que a su edad eso de las felaciones fuera algo muy común.

Ahí estaba yo, en lo alto de una escalerilla, con mi polla fuera del calzón, loco del placer que me estaba proporcionando una mujer de lo menos 60 años. Mientras me la chupaba, se fue desabotonando los demás botones de su camisa y se la quitó. A cada momento me parecía más apetecible. Estaba tan excitado que la tuve que parar. "Vamos a la cama", le dije.

De camino a su dormitorio, donde ella y su marido, un hombre alto y canoso, un viejo verde, todo sea dicho, que más de una vez se había comido con la mirada a mi mujer, supongo que dormirían, porque ya me había dicho que de sexo, poco, sólo había que ver lo desesperada que estaba; de camino a su dormitorio, digo, ella misma se desabrochó la cremallera lateral de su vestido y la dejó por el pasillo. Unas bragas bastante coquetas, con sus acabados y bordados, blancas, me provocaron cierto alivio, pues si me hubiera encontrado con esa ropa interior marrón tan espantosa, creo que se me hubiera bajado la erección inmediatamente.

Al entrar en el cuarto, me dijo que me quitara los calzones y la camiseta. Al verme desnudo, casi aulló de placer. "Así me gusta, vaya pedazo de macho, qué suerte tiene tu mujer. Y vaya tranca..." La cogió con fuerza y empezó a acariciarme mientras buscó con avidez mi boca.

El morreo fue de escándalo. NO paraba de sobármela mientras su lengua y la mía se entrechocaban. Era una gata en celo y yo algo parecido, pero en macho, claro. Ahora además era yo el que buscaba con avidez sus tetazas. Desabroché el cierre del sujetador y unas enormes y pesadas tetas se desplomaron hacia abajo, aunque no tan exageradamente como yo había pensado al principio. Sus pezones marrones eran del tamaño de un melocotón y cuando lo chupé y mordí y aplasté no podía creerme que casi me estuviera atragantando con tanta mama.

Luego bajé por su elevada tripa, y le bajé las bragas. Ella misma se tumbó y vi el panorama de su coño espeso y abundante, lleno de rizos negros, aunque un poco debajo una raja rosa y brillante me indicaba el grado de excitación de aquella señora. Me puse a comerle el chocho como ni a mi mujer se lo había hecho. Le arranqué lo mínimo dos orgasmos seguidos. "Sí, sí, tú sí que sabes hacer gozar a una hembra caliente, sí".

Ya no podía más. Tenía que follármela. Me puse sobre ella y acerté a la primera. Entró con facilidad, aunque bruscamente, porque se la metí hasta el fondo. Ella gritó un poco dolorida, aunque pronto me pidió que siguiera. Así lo hice. Era extraño estar sobre un cuerpo blando y mullido, lleno de redondeces y michelines (bueno, no lleno, pero vamos, que no era el cuerpo macizo de mi esposa) y me encantaba, estaba en la gloria sintiendo cómo las tetas de Brígida se aplastaban contra mi torso.

"Me llenas, cabrón, me llenas. Sí, sí, sí, así se folla, no como el mierda de mi marido, fóllame más, fóllame así, sí, sí, hazme sentir toda una puta, tu puta, sí, fóllame, seguro que así no le follas a tu mujercita, eh, ah, ah, vaya con la vecinita, qué putón es, sí, eh, a que te gusta follarme, dímelo, dímelo".

Yo apenas podía respirar, no soy que digamos muy hablador, pero como no paraba de repetirlo, tuve que decírselo entre jadeos: "sí, me gusta, me gusta, me vuelves loco"; "a que te gustan mis tetas"; "sí, me encantan tus tetas"; "qué pollón tienes, cabron, qué pollón, síiiiiiii"; este sí ya fue conjunto, porque nos corrimos los dos a la vez.

Estaba en la gloria cuando ella se levantó y puso su culazo a mi vista, encima de mi tripa, casi ahogándome. Cogió mi polla, que estaba volviendo a su normalidad, y empezó a darle un repaso de campeonato. Encima sentí su pelambrera encharcada de mi semen y acaricié ese trasero redondo y flácido. Aquella mujer sabía cómo estimular un pene: al poco estaba igual de duro que antes.

  • Hoy me follas el culo.

Y ella misma se sentó encima de mí y puso mi rabo sobre su agujero y fue sentándose, al principio poco a poco, más tarde aplastándose sobre mí. La tenía encajada y su grito debió de oírse por el patio. Me asusté de que la hubieran podido oír, aunque no me asustó de que Mónica sospechase, sino que al oír el grito creyera que le pasaba algo y bajara y... ¡qué vergüenza imaginarlo!

Mis manos buscaban sus tetas caídas, pero las tetas más grandes que había visto nunca. Las caderas de Brígida llevaban el ritmo de la cabalgada. Aquel agujero estaba caliente y todavía más estrecho que la vagina de aquella ardiente señora. Volvieron sus gritos y sus insultos a su boca mientras se volvía loca de placer.

  • Quiero correrme en tus tetas, le dije antes de que me corriera por segudna vez.

  • Mis tetas son tuyas, cabrón.

Se salió y se tumbó y mis últimas embestidas se dirigieron entre sus dos pesadas tetas, sobre las que me corrí, alcanzando su cara y su pelo con mi semen. Era como si me hubiera corrido por primera vez.

Miré el reloj y casi había pasado una hora. Terminé de poner la balda, me puse el calzón y la camiseta y bajé a mi piso. Mónica me recibió con una protesta: "anda que no eres torpe, lo que has tardado". Me sentía culpable, pero había pasado una tarde excepcional y me fui a la ducha. Desde aquella tarde Brígida se muestra muy poco recatada conmigo y tengo que procurar evitar no encontrármela a solas porque si no acabo deseándola y acabamos follando como animales en celo por más que en frío me parezca un cuerpo nada apetecible.