Infidelidad inesperada
Me sentía maltratada por mi marido y lo único que buscaba era ser considerada una mujer.
Estaba harta de tantas cenas con clientes, las odio profundamente, son un muermo total con todo el mundo hablando de negocios, dinero y más negocios.
Solo recuerdo una en la que me divertí un poco. Fue hace... bueno no me acuerdo, hace unos meses y la recuerdo porque estaba Ramiro. Ramiro es un macho que te dan ganas de darle un tiento para comprobar la dureza de su culo. Es algo más joven que yo, tendrá treinta y cinco o treinta y seis años y aquel día en particular yo había bebido alguna copa de más, o sea que me tenía a punto de caramelo pero no contó -ni yo tampoco- con que una sea fiel. Seré una imbécil pero aún sigo creyendo en la fidelidad y el pobre se retiró -y ahora le veo la gracia a la expresión- con el rabo entre las piernas.
Pero a la cena de hoy he ido particularmente molesta con Esteban. Es indudable que nuestro matrimonio no funciona, al menos no de la misma manera que cuando nos casamos. Desde que nacieron los niños se acabó la pasión en la cama, bueno, en la cama, en el sofá y hasta desayunando. Esteban es un ser egoísta y parece ser que solo su vida profesional tiene importancia para él.
Hoy antes de salir para la cena habíamos ido a comprar al supermercado y un tipo se ha quedado embelesado mirándome las tetas. He de reconocer que llevaba un jersey que me quedaba algo pequeño por lo que mis atributos mamarios se destacaban algo más de lo normal pero de ahí a acusarme que yo había provocado al tío, hay un mundo.
Aún me duraba el cabreo cuando elegí el vestido para la cena. Con toda la mala leche del mundo saqué del fondo del armario uno de satén dorado que tenía olvidado porque una ha engordado un poquito y me costaba ceñírmelo al cuerpo. Era tan prieto que tuve que desistir de usar sostén porque me marcaba demasiado las costuras y el escote no lo ocultaba del todo. No tengo un pecho excesivamente grande pero tampoco es pequeño con lo que mis tetas se mostraban sin pudor en un escote en V que iba a hacer las delicias de los mirones. Por un momento pensé en no usar tampoco bragas pero me pareció excesivo y me decidí por una tanga mínima que dejaba mis nalgas libres para amoldarse descaradas en el satén del vestido. He de reconocer que iba un poco provocadora pero el capullo de Esteban, después del follón que me montó por lo del supermercado, ni se dignó mirarme y eso me cabreó aún más.
Y es que últimamente mi marido ignora mi presencia hasta sacarme de mis casillas. No soy una mujer que esté deseando follar a todas horas pero un buen revolcón de vez en cuando sí lo echo de menos. Sentirte deseada a los cuarenta años no es mucho pedir, yo aún deseo a mi marido, me gustaría a veces meterle mano a la bragueta pero su actitud distante me hace contenerme.
Y es que con Esteban me ha pasado una cosa curiosa. Cuando apenas nos conocíamos, estaba todo el rato zumbando a mí alrededor. Fue de los primeros que me hizo darme cuenta del poder de las tetas y es que las mías en particular le atraían como la miel a la abeja. A la menor excusa tropezaba con ellas en toques inocentes e inofensivos pero que a mí me dejaban tiritando de gusto. Nuestro primer 'beso de amor' creo que fue una excusa para tocarme las tetas porque, antes siquiera de meterme la lengua en la boca, ya me las estaba sobando por encima del jersey. En aquel momento estaba tan caliente, tan receptiva a sus caricias, que no me hubiera importado que metiera sus manos bajo el jersey, hubiera echado a un lado el sostén y me hubiera sobado las tetas como dios manda. Pero el muy inocente no pasó de ahí y volví a casa con un calentón increíble y las bragas empapadas. Creo que aquella noche fue cuando tomé la costumbre de masturbarme cada vez que quedaba insatisfecha. Me avergüenza decirlo pero ahora, con cuarenta y tres años más de una noche me levanto de la cama frustrada y me meto en el baño para satisfacerme pensando escenas maravillosas donde hombres maravilloso me follan de forma maravillosa.
Pero, como digo, mis relaciones fueron curiosas porque, cuando pasamos a ser oficialmente novios, mis indagaciones sobre su cuerpo pasaron a un nivel más caliente pero por iniciativa mía porque si hubiera tenido que esperar a que echara mano a mi coño aún estaría esperando. Buscábamos lugares apartados o la zona más oscura del cine para sobarnos a conciencia. Al principio no lo permitió pero terminó por dejarse acariciar la polla algo más que por encima del pantalón. Yo era la decidida, la valiente que le animaba a meter su mano bajo mi falda y acariciarme el coño. A mí me encantaba masturbarle su polla dura y lo hacía a la menor ocasión dejando que su leche corriera entre mis dedos. Pero no pasaba de ahí, si por él fuera habría llegado virgen al matrimonio.
Cuando fijamos la fecha de la boda, fue cuando impaciente le hice prestar atención a mi coño con algo más que sus dedos y una tarde en la trasera de su coche, conseguí, por fin que me follara por primera vez. Pese al dolor momentáneo que sentí cuando me rompió, fue una situación deliciosa y además, el hecho de que lo hiciéramos a media tarde en el parking de un centro comercial le añadió morbo al asunto por la posibilidad de que alguien nos pillara in fraganti. Le permití que se corriera dentro de mí dada la cercanía de la boda y si quedaba embarazada no nos hubiera preocupado mucho. A partir de ese día, hasta la boda dos meses después, follamos todos los días en los lugares más insospechados. Era un aquí te pillo, aquí te mato. Lo hicimos en probadores de tiendas, en lavabos públicos... hasta en su casa una vez que sus padres me invitaron a una fiesta que habían dado y donde logramos escabullirnos de la gente hasta el dormitorio de sus padres y lo hicimos dentro de un armario.
Pero lo curioso es que, después de la boda, cuando teníamos todas las facilidades del mundo para hacerlo, él se enfrió. No sé explicarlo de otro modo. Parecía que yo ya no le atraía. Utilicé todas las armas a mi alcance. Le recibía desnuda cuando volvía de trabajar, me disfrazaba para él de puta, de criada, de escolar, buscando la fantasía que le motivara. Incluso una vez me masturbé mientras veíamos en la televisión una película subida de tono. Ante su mirada horrorizada, cuando una escena en particular me excitó, me remangué la falda y, mirándole con perversidad, metí mi mano en la braga y me masturbé con furia. Pero no hubo manera, su mirada de reproche contenido me enfrió y tuve que plegar velas abochornada por mi comportamiento.
Pasé a un segundo plano y su trabajo se convirtió en su amante de verdad. Cuando nacieron los niños aún fue peor porque desde ese momento me tenía totalmente olvidada.
En todo eso pensaba mientras me veía reflejada en el espejo tan espectacular y sensual que hasta me dieron ganas de masturbarme mirando mi imagen. Pero a mi marido solo le preocupaba si la pajarita estaba recta o no. Su desgana me sacó de quicio, "valiente gilipollas", pensé yo. Ni tan siquiera me lanzó un tiento al culo y puedo aseguraros que hasta yo misma me excité viéndolo.
Llegué a la cena con un cabreo, no, cabreo no es la palabra, me sentía dolida, ignorada, insultada en mi vanidad.
Y para facilitar las cosas al primero que vi en el salón fue a Ramiro, 'el macho'. No era extraño que coincidiéramos en estas cenas porque es el marido de la jefa de mi marido.
El tipo me sonrió nada más verme. Sonriente se acercó hasta mí portando un par de copas de champagne que me ofreció. Estaba deslumbrante embutido en un smoking negro, con su camisa blanca que resaltaba su piel morena y su incipiente barba. Aquel capullo era capaz de haberse olido que algo no funcionaba en mi relación de pareja y, como el león sabe las debilidades de la gacela, se acercaba dispuesto a comerse los despojos. Pero ésta vez algo había cambiado, ésta vez no me negaría a lo que me propusiera, ¡que le dieran por culo a Esteban y a la fidelidad! Como para pactar el acuerdo conmigo misma me bebí el champagne de un tirón. Ramiro me miró entre divertido y sorprendido mientras me ofrecía su propia copa. Con un 'estaba muerta de sed' apuré también su copa. No soy bebedora así que aquellas dos copas bebidas tan rápido me produjo un delicioso burbujeo en el estomago aunque yo lo que estaba deseando es que me empezara el burbujeo en la entrepierna.
Me extrañó que diera tantas vueltas para echarme mano al culo. Solo bastaba con pedirme bailar y la proximidad de nuestros cuerpos haría el resto.
Por un momento pensé que lo mejor era acelerar el tema y ser yo misma quién le propusiera bailar. Luego solo tendría que frotarme contra él, hacer que me sorprendía al notar su polla dura, sonreír, vacilar un poco y poner cara de pasión cuando sus manos tomaran mis nalgas. ¡Dios!, solo de imaginarlo me estaba poniendo caliente. Ahora agradecía por haberme decidido a usar tanga si no, en este momento, estaría dejando un charco a mis pies en la lujosa alfombra del salón.
Pero mi sorpresa fue enorme. Cuando me quise dar cuenta, había rechazado mi propuesta de bailar y se alejó de mí dejándome sola. Me quedé con una cara de estúpida que debía ser cómica. La calentura de mi entrepierna se congeló al instante. ¿Que pasaba?, ¿no le atraía?, debía ser el único porque al resto de hombres de la cena, incluido el jefe de Contabilidad -e incluso a su señora- les había pillado en más de una ocasión mirándome las tetas y el culo cuando creían que no les veía. Si toda aquella propensión a dejarme ligar por aquel macho había nacido precisamente por sentirme poco apetecible por mi marido, ahora, sentirme rechazada por segunda vez fue como si alguien me hubiera dado un puñetazo en pleno vientre.
Abatida, decepcionada, humillada... no sé cómo me sentía, pero seguro que estaba furiosa y miré a mí alrededor buscando a alguien que recompusiera mi autoestima con premura. Un joven camarero se acercó portando una bandeja con media docena de copas. Elegí de entre todas ellas una de champagne.
— ¿Esto es champagne? —afirmé más que pregunté mirándole a la cara. Él afirmó con una ligera inclinación de la cabeza—. No debería alejarse mucho de mí esta noche —continué—, creo que voy a tener que beber mucho.
Cuando le volví a mirar le pillé mirándome el escote disimuladamente. Ahí estaba, frente a mí, un apuesto joven demostrándome que podía ser apetecible. Él levantó la vista y se ruborizó al descubrir que le había 'pillado in fraganti'. Algo cambió en mi interior, necesitaba sus miradas de deseo.
— ¿Te gusta lo que ves? —pregunté inocentemente aunque nada más decirlo me abochorné por la grosería de la frase. Estaba visto que la seducción no era lo mío.
Él asintió aún ruborizado. Le vi tan indefenso y sumiso que decidí atacarle. Había pasado de ser presa a ser cazador. Con un gesto indolente de mi mano trasegué en mi escote como haciendo que me lo colocaba bien pero en realidad lo que hice fue abrirlo un poco mostrando mi sugerente pecho. Los latidos de mi entrepierna renacieron. Estaba deseando ser mala, pecadora, depravada si fuera necesario.
Él me miraba atónito como aumentaba su campo de visión. Yo estaba de espaldas al salón por lo que nadie podía ver lo que ocurría. No miré alrededor porque aquello hubiera sido como dar fe de que algo malo estaba ocurriendo y que quería comprobar que nadie nos veía.
Me sentí segura del poder de mi sensualidad y precisamente eso era lo que necesitaba.
— ¿Te gustaría verme las tetas?
Ni se molestó en mirarme, siguió observando mi escote como esperando comprobar hasta donde sería capaz de llegar. Divertida por el poder que tenía sobre el muchacho abrí algo más el escote hasta que mostré el tono más oscuro de piel que anunciaba la corola del pezón. El pobre chico se puede decir que babeaba y un ligero temblor agitaba las copas de la bandeja. No sé de donde saqué el valor pero de repente, sin pensarlo, me abrí por completo el lado izquierdo del escote y le mostré el pezón de mi pecho. Estaba duro y sugerente, deseando que aquel pobre lo metiera en la boca y me lo mamara como si quisiera extraer toda la leche que ocultaba.
— ¿No hay un sitio tranquilo donde me puedas ver la otra teta? —mi voz era la inocencia personificada.
Ahora sí me miró. Como si quisiera comprobar si en realidad aquello le estaba pasando a él.
— Espéreme en la terraza que hay frente a usted —susurró en un tono de voz tan bajo que apenas le oí.
Luego, se marchó en dirección a la cocina. Yo me quedé abstraída pensando en lo que había sido capaz de hacer y tuve que reconocer que me sentía exultantemente excitada. Sin embargo, me avergonzaba de mi comportamiento, ¿como podía ser capaz de sacarme una teta en un salón lleno de gente. Cualquiera, incluido mi marido y sus compañeros de oficina, me podían haber visto. Aquello era una locura y me di la vuelta dispuesta a huir de aquello pero la excitación sexual me dominaba. Hacía tiempo que no me sentía tan caliente. Lentamente me volví y me dirigí a la terraza que me había indicado el camarero.
Rechazada por mi marido y hasta por el macho de Ricardo, si tenía que ser infiel, aunque fuera con un camarero que no conocía de nada, aquella era la noche.
Con las prisas en contar la cena he pasado por alto describir el maravilloso lugar donde se celebraba. Pese a estar casi en el centro de la ciudad y estar rodeado por una gran extensión de jardín no era un chalet propiamente dicho, era más bien una especie de palacete del siglo pasado. Era una mansión más propia de ser la embajada de algún país importante más que la residencia de un ciudadano por muy millonario que sea.
La terraza donde salí dominaba el jardín desde la altura de un piso al que se bajaba por dos escaleras circulares que nacían a derecha e izquierda de la misma, es como si tuvieran la forma de un enorme croissant. Estábamos en una época del año que por las noches hacía un poco de fresco y por eso la cena no se celebró en los jardines y estos estaban débilmente iluminados.
Como era de esperar no había nadie en la terraza y me quedé muy quieta sin saber qué hacer. Sentí movimientos en la zona baja de la escalera de la derecha y hacia allí me encaminé todavía dudando de si sería capaz de continuar adelante.
Al pie de la escalera estaba él. Miraba nervioso a derecha e izquierda. Tomé aire con fuerza y decidida bajé las escaleras hasta donde estaba él. En mi cabeza bullían frases que le podía decir: “normalmente no suelo hacer esto”, “es la primera vez que engaño a mi marido”... frases estereotipadas que seguro que al chaval le importaban un carajo. Él lo único que quería era verme las tetas como le había prometido. Pero, ¿de verdad que lo iba a hacer? No las tenía todas conmigo pero según iba bajando una especie de demonio se apoderó de mí y lentamente me fui abriendo el escote hasta mostrar mi pecho desnudo. Ahora el camarero no tenía ojos más que para mí y eso es lo que yo necesitaba, sentirme deseada como mujer. Para premiarle intenté subir mi falda larga pero estaba tan ceñida que no pude.
— Tiene usted unas tetas maravillosas —me dijo a modo de saludo con una sonrisa en los labios pero sin dejar de mirar mis pezones.
No sabía cual debía ser el siguiente movimiento pero él por lo que parece sí y me empezó a acariciar el pecho con dulzura como si se tratara de una exquisita porcelana y tuviera miedo de que se quebrara. Poco a poco su caricia se fue concentrando en mis pezones que de duros que los tenía casi me provocaban dolor. Ahora sí hubiera deseado que se dejara de caricias y me los pellizcara y amasara para hacerme sentir su posesión. Pareció leerme el pensamiento y lo empezó a hacer pero esta vez mirándome a la cara como comprobando si había algún gesto de rechazo por mi parte.
Sin dejar de mirarme una de sus manos abandonó la caricia. Debí poner tal gesto de frustración que su sonrisa se abrió aún más y me tranquilizó cuando sentí que su mano bajaba por mi vestido de satén hasta llegar al hueco de mi entrepierna. Me empezó a acariciar el coño pero estando el vestido por medio me pareció poco. Era tal mi estado de excitación que hubiera deseado levantarme de un tirón la falda y dejar que me sobara al menos por encima de la braga.
Miré hacia la terraza desde donde se veían los ventanales iluminados aunque las cortinas impedían ver lo que ocurría en el interior. Sin embargo, si alguien se asomaba era inevitable que nos vieran al pie de la escalera.
Él pensó lo mismo y tomándome de la mano me sacó de la vereda del camino y me introdujo entre unos árboles. En el centro del mismo había una especie de merendero con una mesa de madera maciza clavada al suelo por pilares de piedra.
— ¿Quiere que follemos? —susurró con voz apenas audible.
Me pareció vulgar la petición. Me trataba como una ramera con la que estaba negociando un trato carnal. Pero yo lo estaba deseando. Me hizo darle la espalda e inclinar el cuerpo apoyando las manos sobre el tablero de la mesa. Lentamente me bajó la cremallera del vestido hasta el final cerca de la cintura. Yo misma, pese a estar abochornada por permitir que aquello ocurriera, empujé el vestido desde mis caderas hasta que calló al suelo. ¡Estaba desnuda en el jardín de un cliente de mi marido con un camarero desconocido dispuesto a follarme! No quise pensar en ello y abrí las piernas facilitándole que hiciera conmigo lo que quisiera. Si hasta ese momento estaba avergonzada, cuando sentí como bajaba mi braga de un tirón hasta que cayó en los tobillos, me sentí indefensa y confusa, más aún viendo que él seguía totalmente vestido lo que acentuaba mi propia desnudez. La noche fresca me ponía la piel de carne de gallina y mis pezones duros como la piedra que sujetaba la mesa donde me apoyaba.
No hubo besos, caricias ni palabras amables. Me volví ligeramente para ver como se abría la cremallera y sacaba a la luz su miembro que brillaba supongo que por los jugos de la excitación. Confusa pensé que para ser mi primera infidelidad la polla debería haber sido una polla gloriosa, propia de un actor de cine porno, pero no, era una polla notable pero no muy diferente a la de mi marido.
Flexionó ligeramente las rodillas y con un gesto de rabia y satisfacción me clavó su polla en el coño.
Si lo debo confesar, no fue el polvo de mi vida, fue un polvo sencillo donde apenas llegué a disfrutar de un orgasmo. Curiosamente me había excitado más exhibirme para él en el salón que en el acto propio de follar. Fue una total y triste decepción.
Cuando se corrió en mi interior, se limpió su miembro en mis nalgas como si yo fuera una vulgar ramera, se lo acomodó en el pantalón y con una sonrisa se despidió sin decirme siquiera si al menos él había disfrutado.
Para ser mi primera infidelidad fue un fiasco total.
Me agaché para subirme las bragas que seguían enredadas en mis tobillos cuando sentí pasos en la vereda. Pensé que sería el camarero que volvía para terminar la faena y hacerme alcanzar un orgasmo que bien sabe dios que me merecía. Pero abochornada descubrí que quien avanzaba hacia mí, elegante en su vestido negro de noche era Violeta, la mujer del macho que había provocado mi situación actual, la directora de ventas de la empresa.
Sentí que mi rostro se cubría de rubor e intenté, dado que ponerme el vestido era imposible porque ni sabía donde estaba, taparme el pecho con los brazos.
— No te molestes, querida —me dijo con tono irónico en la voz —es tarde para taparte, te he visto desnuda hace un minuto, por cierto, bonitas tetas. Quién lo diría para tu edad.
No sabía que hacer, miré alrededor buscando mi vestido y lo vi debajo de la mesa. Apresurada me agaché para tomarlo mientras sentí que ella se ponía detrás de mí. No me había agachado sino que tan solo incliné el torso por lo que mi grupa quedó encajada en su bajo vientre. Si alguien nos viera en ese momento creería que la que me estaba follando era ella. Me tomó por las caderas y movió las suyas simulando que me penetraba.
— Hay que reconocer que aún estás apetecible —dijo mientras clavaba su coño en mis nalgas.
Presurosa me levanté con el vestido en la mano. Iba a acabar con aquella situación en ese mismo instante y cuando iba a volverme para enfrentarme a ella sentí como sus manos reptaban desde mi espalda y cada una atrapaba uno de mis senos.
— No corras, cariño —me dijo con voz seductora—, la noche es joven.
La muy zorra tenía totalmente controlada la situación, yo totalmente desnuda, ruborizada, avergonzada por mi comportamiento, ella vestida, sabiendo lo que se hacía y con quién se lo hacía.
Lentamente me empezó a acariciar las tetas, ¡Dios, aquello era demasiado! Pero antes de poner freno a su irritante comportamiento, volvieron a mi entrepierna los calores del placer. Aquello no podía estar pasando. Como el camarero, también ella me acarició como si tuviera miedo de quebrar la porcelana pero cuando llegó a los pezones, también ella aplicó más fuerza para pellizcarlos y amasarlos entre sus dedos. Sentí que me derretía. Me daba un morbo extraño sentirme tratada como una yegua en celo primero por el camarero y ahora por la jefa de mi marido. Lentamente bajó la caricia hacia mi vientre y más despacio aún, una de sus manos se introdujo subrepticiamente en mi braga. Sentí sus dedos acariciando mi vello púbico y como buscaba con firmeza la entrada de mi coño. Era mujer y sabía como satisfacerme. Cuando me masturbó el clítoris en menos de un minuto me llegó el orgasmo, una explosión de calor que nació en el centro mismo de la vagina y se extendió como un reguero de pólvora por mi bajo vientre, hasta lo más hondo de mi alma. Entonces ella introdujo un par de dedos en mi coño para sentir el calor intenso de mi flujo.
Gemí de forma tal que hasta yo misma me avergoncé de hacerlo pero a ella pareció darle ánimos para seguir acariciando mi intimidad. Yo estaba desmadejada en sus brazos y no sentía fuerzas ni para negarme de palabra. Con delicadeza pero con firmeza me hizo inclinarme sobre la mesa de la misma forma que lo había hecho el camarero. También ella tomó mis bragas y, una vez más aquella noche, me las bajó totalmente hasta quedar olvidadas enredadas en uno de mis tobillos.
— Abre las piernas, cariño —musitó en voz queda.
Hice lo que me pedía y expectante esperé su próximo movimiento. Se arrodilló detrás de mí, entre mis piernas y con ambas manos separó las nalgas. Cuando sentí su lengua recorriendo la hendidura que va desde el culo hasta el coño sentí que mis piernas desfallecían. Por suerte estaba apoyada con los brazos en la mesa si no habría caído al suelo. Me lamía esa zona tan sensible sin dedicarse a ningún punto concreto pero me asombró, y di gracias al cielo por ello, que en ningún momento olvidara pasar su lengua por la roseta de mi ano. ¡Dios, aquello nadie me lo había hecho nunca y me transportó a un estado de placer que me embriagaba! Poco a poco sus movimientos se multiplicaron a la vez que se aceleraron, por un lado lamía mis bajos mientras con una mano masturbaba mi clítoris y con la otra mano me metía primero un dedo, luego dos, violando mi ano anhelante de ser violado.
Nuevamente alcancé el orgasmo.
Caí desfallecida sobre la mesa y ella se puso en pie y se inclinó sobre mi cara medio tapada por mis brazos. Con delicadeza separó los cabellos que la cubrían y puso su cara cerca de la mía. Lamió las lágrimas que ni me había dado cuenta que había derramado y luego hizo lo mismo con mis mejillas, las orejas, la comisura de los labios...
Me sentí perversa y satisfecha. No sabía cómo proponérselo pero sabía que ahora era mi turno de dar y el suyo de recibir. Me puse en pie dispuesta a cumplir con mi obligación pero ella me detuvo. Seguíamos ella vestida y yo desnuda pero ambas de pie frente a frente con nuestras bocas a pocos centímetros la una de la otra.
— Ahora, no, querida, odio hacer el amor de forma incómoda. Ya tendremos ocasión ahora que sabemos cómo te gusta hacerlo.