Infidelidad durante el embarazo

Una madre primeriza, feliz de su embarazo pero desatendida por su marido, encuentra durante un paseo a alguien que la hace sentir mujer nuevamente.

Infidelidad durante el embarazo

Yo lucía con inocultable orgullo mi primera panza de embarazada, iba por las calles sintiéndome la reina de la ciudad aunque a veces no me cedían el asiento en el colectivo o bien algunos vehículos me pasaron un par de veces cerca, demasiado cerca, en algún cruce de calles. Mis hormonas estaban más que alteradas por entonces y mi marido hizo un gran esfuerzo por satisfacerla en los primeros meses, pero después, cuando la panza dejo de ser una pancita y su redondez alcanzó un poco más de la mitad de su tamaño total cometió el error de creer que por eso me había asexuado; acerca de esto he de contar.

Al dejar de tener sexo comencé a sentirme fea, poco atractiva, y si insistía en tener encuentros sexuales me decía que podía hacerle mal al bebé, para colmo no era tan cómodo masturbarse y si bien no he encontrado otro hombre que me haga vibrar como mi marido a la hora del sexo oral, también desistió cuando se lo pedí. En definitiva estaba lista, era una panzona fea, futura madre y por ello debía asexuarme con la misma intensidad conque debía tomar consciencia que la maternidad daría por terminado para siempre aquella etapa de sexo placentero que había vivido una y otra vez desde mi debut sexual a los 17 en casa de un tío de un novio que alguna vez tuve hasta mis 26 de entonces.

Mi primer matrimonio era de un alto contraste con respecto a mi segunda experiencia , no tenía las mismas necesidades de índole económica de aquella primera etapa que terminó con una frustración, en esta ocasión podía suplir ciertas ansiedades con la compra de alguna ropa o muebles para el bebé y esas cosas, cuando me quedaba sola en nuestro departamento solía mirar el placard donde guardaba mi ropa de otros tiempos que ni por casualidad me iban, ni siquiera mis bragas me resultaban cómodas.

Me compraba ropa, pero no tanto como hubiera querido, pues la panza dejaba de crecer ya que encaraba mi sexto mes de embarazo, así que, después de la salida de mi trabajo, me consolaba paseando por la zona céntrica mirando los escaparates de los negocios de ropa de mujeres con cierta añoranza preguntándome si alguna vez volvería a usar semejantes modelos.

En uno de esos paseos nos conocimos con Ismael, yo me había detenido ante una vidriera de lencería y él venía caminando hablando por su teléfono móvil mientras revisaba una agenda. El choque fue inevitable, se deshizo en disculpas, yo había estado a punto de caerme y él había soltado todo para sostenerme, mientras me preguntaba si estaba bien recogío sus cosas, se disculpó con quien estaba hablando resumiendo en cinco palabras lo sucedido y luego me miró a los ojos en tanto hice lo mismo. Esa mirada intensa fue suficiente para que despertara en mí cierta añoranza sexual, un hambre que se ocultaba detrás de la panza de embarazada feliz.

Era un par de cabeza más alto que yo, tenía la contextura física típica de esos matones que están parado en la puerta de una disco, sólo que este era muy amable y sonreía. Yo me sentía como una adolescentona en ese momento, le respondía a todas sus preguntas, lo vi posar su mano en mi hombro mientras las hacía, luego me acomodó un mechón de mis cabellos detrás de una de mis orejas; me mordí los labios. Me dijo, cuando se convenció que no había pasado nada serio en el incidente, que era una linda mamá, que la panza me hacía muy linda y una serie de cosas que hicieron que me sintiera bien.

Le agradecí su interés, sus elogios, en tanto él no dejaba de sonreirme. De pronto se hizo un profundo silencio entre nosotros, sólo nos mirábamos, yo no dejaba de sonreirle como si fuera una chiquilina tonta, dijo algo sobre mi sonrisa, tomó mi barbilla para decirme que era una belleza y acto seguido se fue, como si nada. Me quedé parada como una tonta mirándolo mientras se alejaba mezclándose entre la gente, volviendo a encender su teléfono móvil, la intensidad de mi mirada debió ser muy fuerte pues él se dió vuelta para buscarme, sonrió, hizo un gesto con su mano en la que llevaba su agenda y despareció.

Suspiré, me encogí de hombros antes de volver a mirar un conjunto de ropa interior que ya no me interesaba, decidí continuar caminando, sin ver nada, saboreando el recuerdo de aquellas palabras que me habían dicho que era una belleza en plena época que me sentía todo lo contrario. Al llegar a la esquina sentí que me tocaron el hombro, me dí vuelta y ahí estaba él, sonriendo, justificándose por su torpeza, dijo llamarse Ismael, yo le dije mi nombre, entonces acepté ese café que me invitaba en algún bar de por ahí.

Nos pusimos a hablar de nuestras vidas y pronto adivinó gran parte de la mia, de mis pesares y sobre todo de mis faltantes aunque sin ser explícito. Era muy amable y simpático, ese día yo lucía un pantalón marrón oscuro, una blusa de seda rosa y un cárdigan azul. Estaba embelezada escuchando sus palabras, en algún momento su mano se posó sobre la mía, continuó diciéndome cosas dulces, mostrándose atento como si el detalle de mi panza fuera inexistente. Su mano subío por mi brazo, se posaron en mi hombro, todo esto sin dejar de hablarme, de pronto sentí su mano tibia en mi nuca, por debajo de mis cabellos, apenas si hizo una leve presión en ella que me entregué a ese primer beso, suave, tierno, prometedor.

Dijo que no quería herirme, que no iba a mentirme, sencillamente le gustaba y comenzó a ennumerar los detalles que veía en mí para decirme esas pequeñas cositas que iban haciendome feliz por un momento pero que además tenía guardada cierta fantasía que hubiera comprometido lo más sagrado de su existencia para hacerla realidad. Por entonces su mano se había posado en mi rodilla, como sin querer, entonces lamenté no llevar faldas pero a Ismael no parecía importarle, para evitar que se asustara, que cayera a cuenta que estaba muy cerca de caer en brazos de un ninfómana hambrienta lo fuí dejando hacer, dejé que su mano siguiera subiendo por la cara interna mi muslo derecho y cuando se acercó lo suficiente a mi entrepierna la cerré fuerte evitando así que se me escapara. No se sorprendió, o al menos eso parecía, cuando le confesé con mis labios tembloroso que hacía mucho que no tenía una buena sesión de sexo.

Sin muchas vueltas me preguntó si querría acompañarlo a un lugar...digamos, más discreto. Acepté, la necesidad de un hombre era tanta que ni por un momento dudé cuando le dije que sí. Media hora después estábamos en un cuarto de un hotel de mala muerte pero al menos limpio, en realidad no me importaba demasiado, Ismael me besó con mucha pasión apenas cruzamos la puerta, dejó que lo abrazara a pesar de la panza, tomó entre sus manos mi cara para darme pequeños besos en mis ojos, mi nariz, mis labios. Tomó mi bolso para dejarlo en el sillón, después hizo lo mismo con mi cárdigan, al instante le ayudé con mi camisa y no mucho después mis tetas estuvieron ante su vista con lo cual me llevó al borde de la cama donde hizo que me sentara en tanto se acomodó entre mis piernas para comenzar a chupármelas con suavidad, mis pezones hacían rato que estaban durísimos, su lengua los acariciaban, sus labios los aprisionaban con dulzura y cada tanto me daba pequeños mordiscos que me hacían gozar más aún.

De pronto se detuvo, se puso de pie, se desnudó en un instante dejando su hermosa erección a la altura de mi boca. Yo aún tenía mis pantalones y mis bragas, muy mojadas por cierto, Ismael acarició mi nuca en evidente señal que era el turno de mi boca darle placer. Casi con desesperación me engullí su sexo, al contrario de otras experiencias no me sujetaba de mi cabeza, me dejaba hacer, tenía la certeza que yo iba a darle una buena mamada pero no por ello sus manos estaban quietas, me acariciaban mis pechos, mis pezones. En ese momento sentí una inquietante patadita de mi bebé, para mis adentro dije "tranquilo, mami se va a tragar una lechita"; ni me advirtió ni preguntó, soltó toda su leche en mi boca que fuí tragando a medida que iba saliendo mientras continuaba con mis movimientos en tanto escuchaba las exclamaciones de goce de mi furtivo amante.

Por esa época no me depilaba como lo hacía antes y después de mis embarazos, me sentía fea también en presencia de un hombre que prometía comerse mi sexo mientras me bajaba mis pantalones junto con mis humedecidas bragas. Una vez desnuda por completo me dejé tumbar en la cama, separé mis piernas y no pasó mucho que comencé a sentir su lengua recorrer mis pliegues íntimos, cada centímetro entre mis labios vaginales, a veces la firmeza de su lengua pugnando por entrar en mi vagina en tanto yo me sentía al borde de sosiego; nunca he sido de gritar durante mis orgasmo pero esa vez no pude evitarlo, gozosos choques eléctricos provenían de todas partes de mi cuerpo para terminar de estallar en mi soporífera mente en tanto chupaba, con sus labios, mi clítoris.

Necesitaba ser penetrada, por suerte Ismael se había recuperado de la mamada, hizo que me pusiera en cuatro dándole la espalda, de un envión enterró la firmeza de su sexo en el mío, sin soltarme de las caderas comenzó a sacudirme con fuerza de tal forma que al principio sentía dolor pero poco a poco este fue desapareciendo. Miré nuestra imágen en el espejo que estaba en el espaldar de la cama, mi panza se sacudía, lo mismo que mis tetas, incluso me despeinaba en cada furiosa embestida que Ismael me daba, cuando mi segundo orgasmo fue ganando mi cuerpo yo ya bramaba de felicidad y dicha, unos salidos guturales desconocidos salían de mi garganta y se escapaban por mi boca abierta.

Estaba en plena acabada cuando sonó mi teléfono móvil, Ismael fue hasta mi bolso en tanto yo me recuperaba, al momento me lo pasó ya encendido por lo tanto, ocultando la falta de aire, saludé con un "hola" a quien resultó ser mi marido. Lo vi sonreir a mi amante cuando se lo hice saber con un gesto de mi anillo y algunas palabras que utilizaba para hablar por teléfono, Ismael hizo que volviera a adoptar la misma posición, sin dejar de hablar lo hice. Cuando mi esposo me preguntó que estaba haciendo sentí el glande pugnar por entrar por el culo, no recuerdo que le respondí porque en ese momento tuve que apretar los dientes para no quedar en evidencia ante mi marido mientras me partían el culo en dos mientras charlábamos como si nada. Las arremetidas de mi amante no sólo eran profundas y dolorosas, sino que llegaban a dejarme sin aire, al bebé no parecía gustarle tampoco pues me daba de patadas sin piedad en tanto yo me mantenía como una "lady", resistiendo con estoicismo aquellas intensas y pavorosas penetraciones sin dejar de hablar por teléfono.

La visión que tenía de mí en aquel espejo era más grotesca todavía, pues ahora apoyaba mi cuerpo en las rodillas y en los codos ya que con una mano sostenía mi móvil y con la otra mordía los nudillos para no gritar de goce cuando los hábiles dedos de Ismael comenzaron a danzar con mi clítoris en aquel baile grotesco y singular. Para entonces mi recto estaba dilatado por completo y recibía aquel sexo, que esperó un par de orgasmos más antes de vaciarse dentro de mí, haciéndome gozar al borde de la desesperación y la locura en tanto mi marido me preguntaba si me sentía bien a lo que respondía que sí, que la estaba pasando bárbaro.

Aquel encuentro se extendió casi dos horas, durante el tiempo restante de embarazo y pasada la veda postparto no volví a tener sexo, pero puedo jurar que esa ocasión me sirvió de reserva porque me dieron como para que tuviera y guardara por mucho tiempo; espero que este relato, más que entretenimiento sirva para hacer un llamado de atención a los maridos que desatienden a sus mujeres y comprendan que, a pesar de la situación, de vez en cuando necesitamos de ciertas alegrías además de regalitos y mimitos que nunca, pero nunca, estarán de más.-