Infidelidad compartida

Ifidelidad compartida de un hombre y una mujer, ambos con pareja, con muchas cosas en común, incluyendo una pasión reprimida por cinco años...

INFIDELIDAD COMPARTIDA

Los saluda desde México, un esporádico lector de los relatos de ésta página web que hoy, loco de contento, quiere compartir una historia propia y cien por ciento real.

Nos conocimos hace seis años, actualmente ella tiene 34 años y yo 42. Ambos estamos casados. Desde entonces entablamos una muy buena amistad. La relación se dio en forma natural, espontánea, nos ha sido fácil confiarnos nuestras alegrías y problemas y mutuamente nos hemos brindado todo tipo de apoyo.

Aunque entre nosotros surgió una sincera amistad, los dos, coincidentemente, optamos por no involucrar a nuestras respectivas parejas. Diría además que ambos coincidimos en tener en nuestras respectivas parejas a unos seres excesiva y enfermizamente celosos.

Pasados cinco años de amistad, un día ella me comentó que junto con su esposo, por cuestiones de trabajo, se mudarían de ciudad.

Les diré que ella siempre me pareció una mujer muy bonita. Su cara afilada, de finas facciones me atrajo desde un inicio. Ella es blanca, cabello castaño. Su figura es atractiva, sería una mentira si tratara de ocultar que lo que más atrae de ella a las miradas masculinas son ese par de exuberantes, prominentes y bellos senos. Tiene 110 de busto, ¡imagínense!, son toda una delicia, se los aseguro.

Durante los cinco años que convivimos en mi ciudad de residencia reprimimos nuestros mutuos deseos. Ni yo intuí que le atraía, ni viceversa. A fuerza de ser sincero, por mi parte le oculté que me atraía más por respeto y consideración a ella, que por mi débil convicción de serle fiel a mí esposa.

Cuando ella partió, surgió en mí una especie de frustración por no haber hecho el intento de romper las ataduras de la represión a la atracción que siento por ella. Empecé a soñarla, a imaginarme besándola y haciéndole de mil formas el amor.

En ciudades distintas, entonces la única forma de comunicarnos fue por teléfono, mensajes de texto y por Internet. Sin saber cómo, empezamos a hacernos notar que ambos creíamos que entre nosotros se daba algo más que el sólo sentimiento de amistad. Nos dimos cuenta cuánto nos extrañábamos, lo mucho que significábamos el uno para el otro. Dejaré hasta aquí lo sentimental, porque ambos sabemos que no tiene caso abundar mucho al respecto, nuestra relación debe concretarse a ser más terrenal, más de carne y deseo.

Un día ella me comunicó que tenía que hacer unos trámites en mi ciudad. Su esposo había salido de viaje y quedaron en encontrarse acá. Nosotros por nuestra parte, nos pusimos de acuerdo en vernos más temprano para ponernos al tanto de lo cuanto nos acontecía. Ambos organizamos nuestros tiempos para poder estar juntos unas seis horas.

Así llegó el día esperado. Nos vimos a las nueve de la mañana. Yo había elegido un lugar lo suficientemente alejado y tranquilo para desayunar y que, por si las dudas, tuviera el plus de tener un motel muy cerca. Cuando nos saludamos, ambos, en forma por demás natural, nos besamos en los labios. Fue un breve beso, pero lo suficientemente claro para decirnos que ambos optábamos por erradicar las simulaciones.

Durante el desayuno no dejábamos de tomarnos de las manos, de acariciar nuestras espaldas y cosas suaves por ese estilo.

Al abandonar ese lugar y antes de abrirle la portezuela del auto, nos fundimos en un abrazo e inevitablemente un beso apasionado y reprimido se dio. Entonces le dije que la iba a "secuestrar", que necesitaba estar a solas con ella y que pasaría lo que como adultos responsables quisiéramos que pasara.

En un minuto entramos al cuarto del motel. Era una habitación sencilla, pero cómoda y limpia. Una mesita con un par de sillones y una cama era cuanto había en el interior, más dos seres con deseos reprimidos dispuestos a dejar las simulaciones. Una rosa que le había regalado sería mudo testigo de cuanto estaba por ocurrir.

Había llevado lo necesario para asearnos los dientes. Eso fue lo primero que hicimos. Después el primero de múltiples besos. Urgía un alto, era necesario poner en claro muchas cosas. Los sillones no eran lo suficientemente cómodos. Decidimos quitarnos los zapatos y sentarnos en la cama. Yo recargué mi espalda en la cabecera de la cama, ella apoyó su costado en mí y su cabeza la hizo descansar en mi pecho. Platicamos, todo quedó claro, no había más que decir, lo que seguía era actuar.

Siguieron los besos, cada uno era más prolongado que el anterior, mientras, las manos empezaron a no tener descanso: eran caricias, era descubrir cada rincón de la piel del otro, era experimentar y hacer experimentar nuevas sensaciones. Por mi parte me fui atreviendo, mientras la besaba, a acariciar su espalda, a desabotonar un botón de su blusa para hacerlo mejor, entonces la banda del sostén estorbaba y para evitarlo desabroché el sostén. Pude así, acariciar su espalda de arriba abajo y de abajo a arriba. Ella intentaba acariciar mi pecho, mi playera se lo impedía, solícito me despojé de esa prenda, quedé desnudo de la cintura para arriba. Cuánto placer experimenté con sus besos, con sus suaves, tiernas y apasionadas caricias sobre mi pecho. Con el sostén desabrochado pude tocar por vez primera sus senos, no los veía, sólo los descubría con mis manos.

Después siguieron más y atrevidas caricias, acompañadas de besos interminables. Le despojé de su falda, ella contribuyó con el argumento de evitar así que se arrugara. Pude así, para fortuna y deleite mío, tocar sus piernas, subir mis caricias por ellas hasta llegar a sus nalgas y con mis manos puestas en su trasero, atraerla hacia mí para que sintiera mi virilidad erecta. Ella con mi ayuda me quitó los pantalones, quedé sólo en bóxer y éste, con una humedad, delató a la lubricación que evidencia un grado de excitación que presagia la consumación de una unión.

Terminé por desnudarla. Vi por primera vez su desnudez completa. Me extasié con la mirada. Ahora no sólo acariciaba sus senos, también los miraba. Los besé, poniendo especial cuidado en sus pezones. Empezaba ella a emitir leves y contenidos gemidos. Eso me volvía loco, más cuando sus manos tocaban mi pene y lo masturbaban suavemente. De los senos bajé con mi lengua a su vientre y al más abajo. Sutilmente me frenó, me dijo que por el momento no. Entonces ella me recostó boca arriba, besó mi rostro, mi cuello, mi pecho, mi vientre, mis piernas, regresó a mi zona de genitales, quise mostrar el mismo pudor, no pude, entonces ella besó mi miembro, pasó su lengua para recorrerlo todo y lo introdujo en su boca. Fue un oral sublime.

Después de hacerme el oral me besó los labios. Eso me excitó mucho. Yo aún boca abajo, ella encima mío siguió besándome. Sus pechos descansando en el mío, su vagina apoyándose en mi pene, no había aún penetración. Ella pronunció los movimientos en un plano vertical, sin que nuestros órganos dejaran de rozarse ni nuestros labios de besarse y fue así, después de un tiempo, que ella ahogó su primer orgasmo en mi boca.

Así seguimos un rato más hasta que, precavido yo, saqué un condón de la bolsa de mi pantalón que yacía tirado en el suelo. Me coloqué el condón y ella se introdujo, lentamente, mi pene en su vagina. Es indescriptible narrar la sensación de humedad y calor que experimenté. Cada movimiento lo gocé al máximo. Pasado un tiempo le llegó otro orgasmo, sus contracciones y gemidos la delataron y, algo nuevo para mi, sentir una "eyaculación" femenina, un líquido más denso y caliente que el emanado para la lubricación.

Acto seguido cambiamos de posición. Ahora ella abajo. Tomé sus piernas, las subí a mis hombros y empecé a bombear. Pasado un buen tiempo no quise retornar, aceleré mis movimientos y exploté al unísono de un orgasmo más para ella.

Abrazados, después de hacer el amor, permanecimos desnudos hasta que nos dimos cuenta de la hora. Eran casi las tres de la tarde cuando nos encaminamos a la ducha, la cual compartimos para prolongar el acto de hacernos el amor.

Esto ocurrió el primer sábado de julio. Sabemos que debemos ser muy cuidadosos. Sabemos que habrá más veces. Hay muchos sueños por hacer realidad todavía. El tiempo nos sabremos dar, estoy seguro, y pronto les he de narrar otro capítulo de una infidelidad compartida.