Infidelidad compartida (2)

Segunda parte de una infidelidad compartida. Es la continuación del relato publicado en todorelatos.com el 11 de julio de 2007, bajo el título de Infidelidad Compartida.

INFIDELIDAD COMPARTIDA II

Han pasado algunos días de nuestra mágica relación del 777 (siete de julio de 2007), me encuentro pleno, las relaciones sexuales han encontrado en mí una nueva dimensión, como hacía tiempo no las disfrutaba. Estoy feliz. Estoy pensando precisamente en eso, creyendo que mayor felicidad no podré encontrar ya, la cual se ve limitada por lo esporádico que, suponemos, serán nuestros encuentros. Y en esas me encuentro cuando la vibración de mi móvil me alerta que estoy recibiendo una llamada. Veo el número en el identificador, ¡es ella!, me apresuro a contestar.

¡Hola bonita! - le dije al contestar la llamada.

¡Buenos días!... – me contestó entusiasmada – te tengo una excelente noticia.

Dime, ¿a qué se debe ese tono de alegría que contagia? – contesté esperando que me apresurara su respuesta.

Recibí la invitación de incorporarme a un proyecto de trabajo por dos meses allá… – me contestó escuetamente – ¡es la oportunidad de poder estar juntos al menos durante ese tiempo!, además, si lo hago bien, pueden contratarme en forma definitiva acá.

Efectivamente, ella, a diferencia de su esposo, en su nueva ciudad aún no tenía un trabajo estable. Ésta era una magnífica oportunidad para asegurar un trabajo en lo futuro allá. Lo había consultado con su esposo y éste, no muy convencido, había aceptado con la condición de que ese par de meses los pasará como huésped en la casa de un familiar de él.

El día que llegó no pudimos vernos. Ambos estábamos muy ocupados en nuestras labores. Sólo por teléfono nos comunicábamos, eso sí, a cada rato.

Fue hasta el tercer día que pudimos acordar vernos al terminar nuestras labores por la noche. Quedamos en vernos en el estacionamiento de un centro comercial.

A la hora acordada yo ya la esperaba. Llegó ella y al encontrarme estacionó su auto. Desde el interior de mi vehículo le abrí la puerta para que se subiera. Apenas cerró la portezuela discretamente nos besamos. Probé así nuevamente sus labios, esos que me dan dulzura y pasión.

Vámonos – le de dije – No hay tiempo que perder.

Llévame a donde tu quieras – con la misma ansiedad me contestó.

Me dirigí hacia un motel cómodo, elegante y discreto, el mejor de la ciudad. La hice recostar en el asiento delantero, recargando su cabeza en mis piernas. Mis manos se dirigieron a sus senos y mientras platicábamos de nosotros, mis manos los acariciaban. Fui más audaz, la noche fue mi cómplice, le quité la blusa, desabroché el sostén, sus pechos fueron presa fácil de mis caricias.

Si no fuera por lo que tus caricias me hacen sentir, nunca me atrevería a andar casi desnuda en un auto- protestó levemente.

Y si yo no tuviera tanta necesidad de tí no me arriesgaría de ésta manera – agregué yo, más ocupado en acariciarla que en entablar conversación.

Acaríciame entonces, que tus manos enciendan mi piel.

No me provoques que te desnudo toda.

Eso quisieras, pero atiende al volante o sufriremos un percance.

¡Ayúdame entonces, desabróchate el pantalón!

¡Estás loco!

Sí, loco me he vuelto por ti.

Mis caricias y mi tono imperativo, talvez lleno de pasión y de amor, fueron llaves mágicas que inesperadamente hicieron que ella desabrochara su pantalón, levantara sus piernas y se lo quitara. Más atento a lo que ella hacía que a conducir, la vi hecha una diosa quedando ella solo en una tanga blanca, lucía deliciosa. Poco me importaban las avenidas y bulevares que transitamos, poco importaban las miradas indiscretas de pasajeros adormilados del servicio público. Nada importaba, éramos ella y yo y nada más.

Por fin llegamos al motel, nos asignaron suite y metí el auto al garaje, bajé la cortina eléctrica y descendí del auto, lo rodeé, abrí la portezuela del lado del copiloto para que bajara ella. Así lo hizo, su figura estilizada resplandecía más en tanga y con zapatillas puestas. ¡Qué delicia verla subir las escaleras para llegar a la habitación! Sus nalgas, al yo ir atrás y un par de escalones debajo de ella, llegaban a la altura de mi cara.

Al llegar a la habitación nos fundimos en besos y caricias, mi erección, prolongada desde que la acaricié en el auto, se pronunció más.

Bésame, acaríciame – me dijo – hazme tuya, hazme el amor

Sí, hagamos el amor hasta que el mismo amor tenga celos de nosotros.

Te extrañaba, extrañaba tus caricias, extrañaba sentir la dureza de tu virilidad.

Pues ayúdame a sacar de su prisión a mi pene.

Pene o verga, pero lo quiero para mí – agregó, al mismo tiempo que me empezaba a desnudar.

Pues a ésta verga tu la tienes así y así como la tienes la tendrás que calmar, ya sea usando tu boca, tu cuca o tu culo – reímos los dos por la ocurrencia y el atrevimiento.

Era actuar con autenticidad, sin inhibiciones, plenos, identificados, dispuestos a hacer gozar y a gozar. No podemos fingir, ni mentirnos, somos nosotros, porque nos sabemos dependientes de nuestros deseos y estamos necesitados de extasiarnos con el acto de hacernos el amor.

Desnudos ambos le sugerí una ducha juntos, necesaria por un día de intenso trajín. Entonces el agua fue nuestro elemento, las gotas cubrían nuestros cuerpos y se incendiaban por nuestro fuego, nuestro otro elemento. Tomé el jabón, sublime es deslizarlo por sus senos, hombros, espalda, nalgas y por su vagina. Igualmente sublime es sentir sus manos enjabonadas deslizándose por mi pene, mientras nos besamos. Sublime también es pasar el pene enjabonado por su culo, subirlo y bajarlo. Ahí hice un acto más de atrevimiento al tomar en una de mis manos el jabón y abrirle sus nalgas y acariciar su ano, con el pretexto de asearlo.

Salimos de la ducha, nos secamos mutuamente. La llevé entonces a la cama, la recosté e inmediatamente casi me dejé caer sobre ella para besar sus labios, cuello, orejas, darle pequeños mordiscos a su barbilla. Bajé mis labios lentamente a sus senos, me entretuve en sus pezones, hice la primera de muchas ceremonias en ellos y ella emitió los primeros de muchos gemidos.

Seguí bajando lentamente mis labios, los pasé por su vientre, llegué a sus genitales, besé con mis labios sus otros labios, los que saben al elixir de la vida. Ahora no hubo resistencia, su pudor le indicaba que ahora olía y sabía a limpia. Aunque para mí siempre estará limpia, porque ella es limpia en sus intenciones y en sus afectos que me profesa.

Ya no hubo palabras, sólo gemidos y gritos de placer, lo que nos teníamos que decir mejor nos lo hicimos saber en los hechos, en el silencio nos gritamos nuestros deseos y nuestros afectos.

Y mis labios y mi lengua le robaron el primero de sus orgasmos de ese día. Siguió otro más. Ella entonces me forzó a ponerme boca arriba e hizo una ceremonia similar a la mía hasta que llegó a mi sexo y lo adoró con su lengua y boca. Hubiera querido eyacular ahí, pero lo mejor estaba por venir.

Ahora fui yo quien la forzó a colocarse boca abajo para besar sus hombros y espalda y de paso sus orejas y cuello, mientras mi pene reposaba erecto en la hendidura que separa sus nalgas. Y lo hacía pasar de arriba abajo y lo oprimía con cierta fuerza, en forma longitudinal, sobre su ano.

Después usé mi lengua para bajarla por su espalda, lentamente. No resistí cuando llegué a sus nalgas a meterla en esa hendidura que es la gloria. Protestó sin querer, indiferente hice el mismo caso a su reclamo. Y mi lengua llegó a su ano, el beso, mal llamado negro, lo descubrimos así. Gimió más, supe que tenía un acierto más.

Y así, boca abajo penetré mi mástil en su vagina. Fue intenso y prolongado el tiempo que transcurrió, entre uno y otro orgasmo más de ella, para que yo eyaculara. Fue una descarga que me convulsionó, que me hizo llegar al firmamento, que me vació la vida para obtener más vida. No se si me explique, pero fue grandioso y sublime, y discúlpenme por usar el mismo adjetivo, pero no encuentro otro que refleje las sensaciones experimentadas.

Después de un tiempo de reposo, de abrazos, besos y conversaciones, necesitábamos recuperar el tiempo perdido. Todo cuanto hacemos me deja pleno, realizado, es sensacional. Sé que ésta unión de los dos tiene un final y que ese deberá llegar cuando la carne y el deseo sean superados por ese algo, que no quiero pronunciar, que nos diga que estamos entrando a terreno peligroso. Ese día llegará, pero decía, por ahora es tiempo de disfrutarnos mutuamente. Y para recuperar el tiempo perdido, volvimos nuevamente al ataque. Ésta vez lo hicimos en varias posiciones, al final la coloqué apoyada en sus rodillas y en sus manos, es decir, en posición de perrito (no me gusta el término, pero recurro a él para darme a entender mejor). Y en esa posición contemplé sus nalgas, más me excité. Después de un tiempo transcurrido, ella inclinó su dorso y se apoyó en sus codos, ayudando a que la hendidura de sus nalgas se separara más y me dejara ver en todo su esplendor su ano.

No resistí, con la ayuda de sus flujos y con un poco de saliva lubriqué esa entrada. Saqué mi pene de su vagina y apunté hacia su ano, intenté suavemente introducirlo ahí.

Despacio, nunca lo he hecho por ahí – dijo ella – quiero entregarte esa virginidad, solo ten paciencia.

Me encanta la visión que tengo de tu ano, no resistí a la sensación, te prometo que lo haré despacio.

Así, poco a poco.

Así, despacio te lo meteré, acostúmbrate poco a poco a éste nuevo invasor.

Hay, me duele, más despacio.

Si bonita, que rico aprietas. No me moveré hasta que tú me digas.

Mete otro poquito, pero hazlo lentamente.

Ahí voy. Me tienes muy caliente.

Auuoogh, que rico, métemelo más.

Dime que quieres mi verga ahí.

Si quiero tu verga.

¿Dónde la quieres? Dime donde quieres que la meta- ordené.

Quiero tu verga en mi culo. Dame por el culo, rómpemelo.

Ahí te va otro poco de verga, aguanta.

Siiií, auuuoooogghh, más dame más, auuuuuoooogh.

¡Qué rico siento!, ¡que rico aprieta tu culo a mi verga!

Auuuuoooogh, auuuuuuoooooooooogh, dame más, papi. Más fuerte papi.

Ya casi te la meto toda, auuuugh.

Métela toda, papi, toda de una vez, con fuerza, quiero que tus huevos peguen en mi culo, aaauuuuuuuuooooooooogh, aaaaaauuuuuuuuggggghhh.

Auuugh, aaaauuuuuuuuooooogh, me vengo, me vengo.

Auuuuugh, aguanta papi, yo también me vengo, me veeeeeengoo.

Auuuuuuuuuuuuuoooooooogh, ahí voy.

Espera, espera, no te vengas, aaaauuuuuuuuuuuuuuuuuooooooooogh, ahora si me veeeeeeeeeeengo yo, pero tú dame tu leche en mis pechos.

Sííí., acaba pronto, que yo ya no agunto un minuto más.

Aaaaaauuuuuuuuuuuoooooooooogh, ya, ya, ahora sí, vente en mis pechos.

Auuuooooogh, rápido, date vuelta.

Eso, salte de mi culo rápido. Así.

Me veeeengo, pon tus pechos para que te aviente mi leche.

Sííí papi, dame tu leche en mis pechos, muévetela rápido, quiero tu leche caliente en mis pechos.

Aaaaauuuuuuuuuuuuoooooooooogh, ahí te va, me veeeeeeeeeeeeengo.

Fue una deliciosa locura, perdemos los sentidos, como los pierdo ahora al recordar, por lo que pido disculpas a quien pueda ofender con mi vocabulario. No pretendo ser vulgar, sólo narrarles nuestros encuentros en forma apegada a la realidad, una realidad llena de espontaneidad que nos hace unirnos intensamente. Hasta pronto.