Infidelidad Casi Placentera

Martín y Ale pasan por una crisis provocada por la nueva amiga de Ale, Cris. Martín decide seguir a su novia para descubrir si, como sospecha esta le está poniendo los cuernos. Lo que descubre cambiará por completo su relación con su novia, dándole una de las experiencias más eróticas de su vida.

Infidelidad Casi Placentera

Hay cosas para las que uno no está preparado. Momentos en la vida en los que todo cambia, donde las circunstancias sobrepasan por completo cualquier tipo de planteamiento previo que uno pudiera llegar a imaginarse. Y, sin tener ni idea de porque estás haciendo algo que jamás pensaste qué harías, al final te ves a ti mismo claudicando ante tus propios instintos.

Ese momento es el que estoy viviendo ahora mismo. Estoy en la entrada de la puerta de mi cuarto, con la polla totalmente tiesa en la mano, masturbándome como nunca en mi vida. Y lo hago mientras veo como a mi novia la penetran una y otra vez.

Pero me estoy adelantando.

Comenzaré presentándome. Mi nombre es Martín. Vivo en Madrid, en un pequeño apartamento cerca del barrio de Chamartín. Desde hace tres años convivo con mi novia, Alejandra, aunque siempre la llamo Ale. Ambos somos jóvenes, yo tengo 26 años y ella 22. Si podemos permitirnos vivir juntos es gracia s a mi trabajo en una aburrida oficina, pues Ale todavía está terminando su carrera.

La verdad es que mantenerla ha supuesto una tensión considerable en nuestra relación, a fin de cuentas nunca es agradable que una de las partes sea la que tiene el dinero y  la otra tenga que pedirlo como si viviera aun con sus padres. Realmente es algo que nunca hubiera hecho con ninguna otra chica. Pero es que ella es lo mejor de mi vida.

Ella es una chica risueña, lista, divertida… Y está como un queso. O al menos a mí me lo parece. Tiene un precioso pelo rubio, dándole un aire nórdico que se ve aumentado por unos increíbles ojos azules y su pálida piel. Su rostro es tremendamente suave, con unas facciones muy femeninas: una nariz pequeña, unos labios finos pero muy sugerentes y unas graciosas pecas en los mofletes.

Su cuerpo es simplemente mi modelo de perfección. Un pecho mediano, pero tremendamente firme y moldeado. Tiene un tamaño justo para que lo abarque entero mi mano y está coronado por dos atrayentes pezones rosados que me vuelven loco. Su figura es estilizada, que no flacucha. Una altura escasa,  rozando el metro sesenta.

Y, lo mejor… Su culo es simplemente una maravilla. Su mayor orgullo y mi mayor perdición, prácticamente esculpido en mármol gracias a la pura genética y al ejercicio. A veces creo que puede hacer lo que quiera conmigo solamente meneándolo un poco.

Vale, a veces no, siempre. Eso es una realidad como un templo.

Por mi parte he de decir que soy bastante más común que ella. Es más, siempre he tenido algo de complejo con respecto a lo buena que esta, pues da la sensación de que no estamos en el mismo nivel. Si ella tiene un llamativo pelo dorado, el mío es el más corriente de los morenos. Y si sus ojos son azul cielo, los míos son corrientemente castaños. Su cuerpo es fino y proporcionado, al mío le sobran un par de kilos (Ultimamente algunos más, el sedentarismo de oficina es terrible) y ni siquiera poseo unos músculos ejercitados bajo ellos. Tampoco pueda decirse que tenga una altura muy varonil, más bien lo contrario, pues por poco no alcanzo el metro setenta y cinco.

Vamos, que estoy anclado en la mediocridad a todos los niveles. Menos en uno que, afortunadamente para mí, me ha valido ganarme el corazón de Ale. Soy tremendamente inteligente, culto y poseo una labia considerable. Esas tres cualidades me han valido la lotería que es en mi opinión tener una novia como ella. Bueno, eso y la forma en la que nos conocimos.

Ambos estudiábamos dirección de empresas en la misma universidad. Yo por aquella época estaba terminando el master, y ella entraba en segundo año. Gracias a un conocido de ambos, Luis (Un tipo que llevaba varios años suspendiendo por cierto), nos presentaron en la típica salida universitaria. Entre mis dotes para hablar con cualquiera, incluso si me resulta una belleza imponente como Ale, y que ella estaba pasándolo algo mal en una asignatura, al final la cosa acabó en quedar para que la ayudara a aprobar

Y aquí estamos, cuatro años después de empezar a salir y tres de vivir juntos. Hasta hace algo más de un mes todo era idílico, al menos para mí. Pero conoció a Cris. La maldita y puñetera Cristina.

Para ser justos no creo que sea una mala persona, pero es un pendón de cuidado y por su culpa he empezado a conocer lo que son los celos ¿Por qué? Bueno, básicamente intenta arrastrar continuamente a mi chica a su vida de “destroyer”, por así decirlo. Nunca me ha importado demasiado que salga con sus amigas, pero es que últimamente la cosa clama al cielo.

Lleva más de cinco fines de semana saliendo desde el viernes hasta el domingo por la mañana con ella. Entre eso y mi trabajo prácticamente no pasamos juntos nada de tiempo, lo cual lógicamente a repercutido en nuestra vida sexual, la cual siempre había sido bastante activa. Y encima llega a casa oliendo a alcohol que tira para atrás…

En resumen, que estoy acojonado. Visto desde fuera imagino que todo el mundo estará pensando que este tío, el que dice ser muy listo, en realidad es un gilipollas de manual. Vamos, salidas, abstinencia y borracheras. Un hat trick de “te los están poniendo panoli”.

Bueno, que sepáis que después de lo que he vivido hoy no puedo evitar daros la razón… Pero en mi defensa diré que quiero a Ale y que jamás he confiado tanto en nadie como en ella. Cuando esas dos cosas se juntan, lo único que puede esperar uno es acabar haciendo el gilipollas cuando la otra parte resulta ser una puta.

Porque lo es. Y yo un pringado. Pero bueno, a ver si consigo parar de adelantar las cosas... Dejad que os cuente mis últimas 24 horas.


Acabo de llegar de trabajar. Es viernes al fin, los próximos dos días no tendré que preocuparme por las paridas de la oficina. Claro que eso significa que si me preocuparé por algo que me resulta bastante más relevante… Ale. Tengo que hablar con ella de una puñetera vez. Llevo demasiado tiempo aplazando está discusión, pero es que es de esas que pueden terminar con una relación. Y no quiero perderla.

En fin. Aquí estoy, a las siete pasadas de la tarde entrando a mi pisisto. Ale ya debería estar aquí, pero no es así. Últimamente me siento como Javier Krahe, no paro de repetirme: ¿Dónde se habrá metido esta mujer? Aunque sin la parte de ser un inútil machista claro.

En algún momento tendrá que venir digo yo. Acabo de darme cuenta de que se ha dejado el móvil, así que supongo que por lo menos no se habrá marchado ya con su amiguita de farra. Si algo bueno tiene es que al menos cuando sale con Cris siempre lo lleva encima. Habrá salido a comprar algo o al gimnasio.

Voy al cuarto y me cambio de ropa. Odio llevar este traje aburrido, pero es lo que toca. Quitarme la corbata suele ser como deshacerme de unos grilletes, me devuelve parte de mí mismo. Cuando he terminado de ponerme mi ropa de flojera, como llamo al chándal viejuno con el que suelo ir por casa, oigo como Ale abre la puerta.

Ya está aquí, voy hacia la entrada y… Empalme inmediato. Madre mía, como viene la niña. Embutida en unas mallas ajustadas de deporte, con una camiseta de tirantes totalmente pegada al cuerpo y algo mojada, imagino que por el sudor.

Buf… No es que yo sea un pervertido que se pone a cien con nada, es que ella está muy buena…. Y llevamos sin hacerlo casi un mes. Si juntas esas dos cosas pues claro.

  • Hola cariño… ¿Vienes del gimnasio, no?- Le digo, mirándola con cara de lobo hambriento.

  • Claro- Responde y, fijándose en que me la estoy comiendo con la mirada, añade- ¿Qué? ¿Te gusta lo que ves?

  • Que si me gusta… Ven aquí anda.

Dicho estoy casi me lanzo a por ella. Ale se ríe divertida por mi comportamiento, y nos besamos. Hacía tiempo que no nos dábamos un beso como este. Recorro su maravilloso cuerpo con mis manos mientras ella casi se enrosca en mi cuello. Lo echaba tanto de menos… Empiezo a escuchar unos pequeños jadeos por su parte. Por fin parece que hoy es el día y este es el momento, la conozco lo suficiente como para saber cuándo se está calentando, y esos pequeños gemidos entre beso y beso son la prueba más evidente.

Haciendo un alarde de una fiereza desconocida en mí, la empujo contra la puerta. Empiezo a morderle su largo cuello y en ese momento ella salta contra mí, rodeando mi cadera con sus piernas. La sujeto prácticamente con mi propio cuerpo, empujándola más a la puerta. Ella cada vez respira más rápido. Meto mis manos por debajo de su camiseta, buscando primero tocar sus magníficos pechos y después quitársela como buenamente pueda. Pero entonces…

  • Buf… Para Martín… - Dice entre gemidos.

  • ¿Qué? ¿Por qué?- Respondo, siguiendo con mí idea de quitarle el top.

  • Tengo… Tengo que ducharme…

-Ya lo harás luego.

-No, que no me da tiempo- No le hago caso y acaba deteniendo mi mano- Que pares.

¿Qué cojones? Sigue con la respiración acelerada, pero su mirada ha cambiado. Ahora está seria, mirándome con cierto enfado. Pero si ella está enfadada yo soy un volcán. Llevo semanas a dos velas y ahora esto… No entiendo que mierda le pasa. Y al final hasta la persona más paciente del mundo acaba explotando.

-¿Se puede saber qué coño te pasa?

  • Que no tengo ganas joder ¿Tan difícil es de entender?

  • Pues mira, sí. Estoy harto de esto, llevamos un mes como si fuéramos dos hermanos, y tú saliendo todos los putos fines de semana y volviendo como una cuba. Que te crees ¿Qué soy gilipollas o qué?

  • Ah, perfecto, no confías en mi ¿No? Y si, llevamos un mes sin hacerlo ¿Qué pasa, que soy tu puta gratuita o qué? No sé, tal vez podrías preguntarte un poco porque no lo hacemos, si hay algo más. Como que por ejemplo yo me pase la vida matándome en el gym y tu cada vez tengas más lorzas. Se ve que te importa mucho gustarme.

Si pudiera verme desde fuera estoy seguro de que ahora mismo observaría un cambio sustancial de mi tono de piel. Del paliducho que solía tener a un colorado más brillante que Marte.

Nunca me había insinuado siquiera algo similar. Vale, es posible que en los últimos tiempos, con aquello del trabajo y demás, me hubiera descuidado más de la cuenta. Pero ¿Echármelo en cara de esa forma? Joder, vaya forma de pasarse.

Ni siquiera me digné a contestarle, básicamente para no soltarle alguna burrada mayor a la que ella misma había soltado. Se la veía arrepentida, como si ahora fuera consciente de lo que había dicho. Yo me fui recolocando la ropa y enfile el pasillo, me quería largar de allí cuanto antes para no verla.

  • Martín, joder, lo siento, no quería decirlo así de verdad.

  • Déjalo, si eso es lo que piensas de puta madre Ale. Vete por ahí a zorrear con Cristina, yo hoy me voy a dormir a casa de mis padres.

Sé muy bien que esa forma de hablar, soltar cosas como zorrear cuando se va con sus amigas, la cabrea. Por eso no me extrañaron para nada el par de insultos que me dedicó antes de que saliera de la casa.

Me encontraba en la calle totalmente destrozado anímicamente. Pocas cosas pueden joderle a uno más la autoestima que el que la persona a la que amas te diga que estás hecho polvo. Lo peor es que tenía razón. Si antes tenía un ligero flotador en la cadera, este se había ido convirtiendo lentamente en algo más similar a un cojín, y para colmo la papada empezaba a invadir mi cuello de forma alarmante.

No sé si alguno a tenido la desagradable experiencia de verse en un espejo y darse algo de asco, pero eso fue lo que me pasó cuando entré en mi coche para marcharme a casa de mis padres. Hasta ese momento no había sido consciente realmente de hasta que punto me había ido dejando, pero ahora en mi reflejo pasé de verme como siempre a ver la imagen de un gordo que se preguntaba quién era ese que le miraba tan fijamente.

Posiblemente estaba exagerando, no estaba tan mal, quizás unos cinco o seis kilos más que antes. Pero, como todo, esas cosas son cuestión de perspectiva. Y la mía ahora era nefasta.

Fui a arrancar pero algo me lo impidió. No sé porque, pero de repente me pregunté si después de esa bronca Ale tendría los santos cojones de irse con Cristina de fiesta. También me dije a mi mismo que si hasta ese día no me los había puesto, con el cabreo que tendría hoy me caían fijo.

El resultado de todo eso es que decidí quedarme un rato en el coche, cerca de la puerta de mí piso, aunque algo oculto gracias a los dos pedazos de todoterrero que tenía a cada lado. En comparación mi pequeño utilitario casi ni se veía. Aunque más que en ese detalle, mi mente en lo que pensaba ahora mismo era en lo que estaba haciendo, que era en toda regla espiar a mi novia. Jamás se me había pasado por la mente hacer algo siquiera similar, si por algo siempre me había caracterizado era por confiar plenamente en mis parejas.

Claro que hasta ese momento nunca me habían dado motivos para hacer lo contrario.

Pasó una media hora y nada. Ya empezaba a decirme lo tonto que estaba siendo… ¿Cómo iba a salir Ale después de esa pelea? Seguro que estaba llorando en el sofá, comiéndose un kilo de galletas de chocolate (Su cura para la depresión) y mirando alguna tonta película romántica. Mi novia era todo un cliché en ese sentido, al menos si contabamos la galletas por el tipico helado.

Pero entonces, como si quisiera darme una leche mental, vi aparecer por la esquina a Cris. No la he descrito aún, Cristina es una “morenaza” de manual. Es decir, ese tipo de mujer de pelo negro, cuerpo tirando a contundente, que no gordo, y un maquillaje de guerra siempre por bandera. A eso se le sumaba que siempre iba como hoy, con vestidos cortos, ceñidos y escotados. Más de una vez Ale me había pillado repasando su delantera, la cual era como un reclamo para polillas, uno podía intentarlo con todas sus fuerzas, pero acababa siempre estrellando su mirada contra esas dos ubres.

Lo cierto es que no era una persona que le pegara para nada a Ale. Ella siempre ha sido más bien como yo, alguien al que no le hace demasiada gracia estar rodeado de chonis y cabezas huecas. Y Cris era lo opuesto, a ella si un tío tenía músculos marcados, un coche medio tuneado y un par de tatuajes, ya perdía las bragas y la compostura. Y ya si era en una discoteca con música a todo trapo y lucecitas de colores… Bueno, en ese caso directamente no llevaba bragas.

No me malinterpretéis, a mí me parece perfecto que Cris sea así, pero ciertamente ese tipo de gente y ese tipo de ambiente siempre me habían dado una pereza bestial. Y hasta hace un mes a Ale también.

Cristina llamó al telefonillo y se quedó esperando un rato, hasta que mi novia salió por el portal. Joder, nada más verla se me cayó el mundo encima. Iba en plan destrozo nuclear. Llevaba puesto unos leggins negros, hiper ajustados, con los que a uno no le hacía falta ser Superman para ver su cuerpo por debajo vamos. Además se había puesto un top rojo igual de ceñido y, pese a lo lejos que estaba, enseguida noté que no llevaba sujetador. En general uno no diría que una ropa así es para salir, tanto ajuste parecía más propio de ir de nuevo al gimnasio, pero claro… No creo que a los tipos les importe mucho si estaba desubicada o no.

A Cristina debió encantarle el modelito, porque nada más verla soltó un par de obscenos silbidos que se escucharon por toda la calle. Y, cuando Ale llegó hasta ella, le dijo algo y después le dio un cachete en el culo mientras ambas se reían.

Joder, ni siquiera parecía mínimamente triste. Mi querida novia estaba pletórica la hija de la gran puta, iba con su amiguita de mierda por la calle feliz de la vida, cuchicheando entre ellas constantemente y riéndose cada dos por tres. Verla así fue todavía más doloroso que la discusión de antes.

Tomé la decisión rápidamente, en cuestión de segundos ya había salido de mi coche y la seguía como un psicópata a una distancia prudencial. Me decía constantemente lo ridículo que era, lo enfermizo de mi comportamiento. Pero aun así no podía evitarlo, tenía que saber qué diablos iban a hacer esas dos.

Caminaron unos cuantos minutos, hasta que llegaron a lo que sin duda era una disco. Ellas dos entraron sin problemas, parándose a hablar con los dos armarios empotrados que tenía el local por porteros. Debían conocerlos ya, lo que me indicaba que ese debía ser el sitio donde mi novia se había pasado el último mes pasando de mí culo.

Cuando ambas entraron yo me dispuse a hacer lo mismo, pero al llegar a la puerta los dos armatostes se me quedaron mirando como si fuera un loco y me dijeron que no podía entrar. Me di cuenta entonces de mi aspecto, llevaba el chándal de andar por casa, el cual no era precisamente una prenda normal para ir a un sitio así. Discutí con ellos unos minutos, pero cuando el más grande (Un tipo con acento ruso, más de dos metras de altura y seguramente unos cien kilos de músculo) se puso agresivo me di por vencido e intenté negociar.

  • ¿Si me cambio me dejáis entrar?

  • Niet. Tu ser muy idiota para este lugar.

  • Venga, joder… Os daré cien pavos.

  • Dar a cada uno y nosotros pensar en dejar pasar a idiota pequeño.

Madre mía, era como hablar con un puto gorila. Y encima un gorila que me estaba chantajeando.

  • Vale, si, lo que digáis.

Salí disparado hacia mi piso. Por el camino volví a plantearme hasta qué punto estaba haciendo el gilipollas, pero otra vez las dudas con respecto a Ale ganaron la partida. Tenía que saber qué coño estaba pasando allí dentro, aunque eso dos armarios me soplaran doscientos euros por la cara.

Tardé una media hora en volver a estar otra vez en la puerta de la disco. El gigante ruso me vio nada más llegar y, diciéndole algo a su compañero, ambos soltaron una risotada de lo más desagradable.

  • Aquí tenéis- Dije mientras les daba la pasta.

  • Tarifa subir, cien más por pasar.

  • Me cago en la hostia…

Le puse otro billete de cien en la mano y el gorila pareció debatirse entre dejarme entrar y pedirme más. O tal vez soltarme una leche por mero disfrute. Pero al final pareció que ganó su parte “honrada” y me hizo una seña para que entrara.

  • No tener ilusiones, tu no follar con ninguna de allí. Mucha mujer para tan poco polla.

  • Es pollo- Le corregí, no sé ni porque.

  • Yo decir polla y estar seguro, idiota.

Si fuera un tipo valiente me hubiera girado para mandarle a la mierda. Pero ni lo soy, ni tampoco tenía el cuerpo para seguir perdiendo el tiempo con ese gilipollas hipertrofiado.

Nada más entrar recordé lo mucho que odiaba estos lugares. Esa música de “chundachunda” a toda pastilla, las luces de colores cegando al personal, el olor a demasiada gente junta y sudorosa, los gogos bailando medio en bolas… Era de una decadencia y una falta de gusto elemental insoportable.

Caí en la cuenta de que iba a ser difícil encontrar a Ale. Es más, lo peor ni siquiera era eso, lo más jodido era que podía ser descubierto antes de encontrarlas a ellas. Y a ver cómo demonios le explicaba yo a mi novia la situación, porque ella nunca me había llegado a decir que iban justo a ese local, así que la única respuesta lógica era que la había seguido. Vamos, que rogué por tener la puta suerte de verla antes de que ella me viera a mí.

Por primera vez en la noche fui afortunado. Al par de minutos de estar mirando como un suricato por el lugar, vi la melena azabache de Cristina meneándose como una loca en la pista. El sentimiento de alegría me duró exactamente medio segundo, el tiempo que tardé en comprender la situación.

Las dos amigas estaban bailando, de una forma como decirlo… Incendiaria. Vamos, que estaban dando un show a todo el personal, meneándose como dos profesionales de una forma que jamás pensé que fuera capaz de hacer Ale. Su menudo cuerpo se movía al ritmo de la música con una perfección hipnótica, zarandeando sus caderas, enseñando cada dos por tres lo ajustado que le quedaban los leggins en su portentoso culo. Incluso se podía notar que sus tetas estaban libres, pese a la firmeza de las mismas tanto movimiento hacia que botaran con cierto descontrol. Pero eso no era lo peor. No, lo peor es que estaban rodeadas por unos diez tíos, y bailaban aleatoriamente con dos o tres de ellos al mismo tiempo.

Los putos cabrones se las iban pasando como si fueran porros. A mí el corazón se me empezó a acelerar nada más verlo. Y es que no solo era que bailaran así. Entre cambio y cambio de pareja, esos tipos les daban unos repasos la mar de completos. Uno de ellos, un chulo de mierda que tenía complejo de Vin Diesel (Pero con menos músculos y más feo, lo cual ya es decir) literalmente puso sus dos manos sobre el perfecto trasero de Ale. Y ella encantada, se limitó a lanzarle una sonrisa y a dejarse sobar con toda impunidad.

No puedo describir con exactitud lo que sentí. Era un calambrazo de rabia recorriéndome todo el cuerpo. Quería ir allí y liarme a hostias con todo el mundo. Pero de nuevo la parte cobarde que no había querido enfrentarse al portero tomó el control. En mi defensa diré que no solo fue eso, también había otra parte que era más calculadora. Es decir, vale, mi Nova se estaba dejando tocar por unos desconocidos, bailaba como una posesa con ellos y, para colmo, parecía estar radiante con tanto zorreo. Pero… ¿Eso era todo? Tenía que saber hasta dónde podía llegar la muy guarra.

Durante los siguientes veinte minutos me dediqué a mirar desde lejos como Ale y Cris seguían siendo pasadas de mano en mano, toqueteadas por todas partes, incluso vi como un par de veces les daban cachetadas en sus culos y como ellas respondían con unas risas estridentes incluso con toda esa música.

Y entonces llegó el colmo.

De repente uno de ellos, un tipo negro y más alto que el armario ruso de la entrada, cogió a Cris y la estrechó entre esas dos columnas que llamaba brazos. Casi elevándola del suelo empezó a morrearla allí mismo, masajeando su cuerpo a placer. Uno de sus compañeros, un chico que parecía latino, miró a Ale con lujuria y le dijo algo mientras hacia un gesto con la mano que es universal: “Ven pa acá”.

Ale al principio negó con la cabeza, pero con una peligrosa sonrisa en su rostro que no denotaba precisamente una negativa muy convincente. Y tanto que no lo era. El tipo la acabó agarrando por la cintura y la atrajo hasta él. Y fue entonces cuando mi novia tomó la iniciativa, ella misma dio un brinco y se lanzó a comerle la boca con pasión.

Yo me quedé clavado. Era como si alguien me hubiera apuñalado en el pecho con una espada, así lo sentía. Tardé un buen rato en conseguir volver a moverme, un rato en el que vi como mi novia se daba el lote como una zorra desesperada con ese tío. Lo que me hizo recobrar la compostura fue que Ale, siendo aún más puta de lo que ya me parecía, empezó a sobarle la polla a ese hombre por encima del pantalón.

Salí disparado. No contra ellos, no, como ya he dicho soy un mierdecilla cobarde. Salí de la discoteca casi corriendo, sin poder seguir viendo aquello y sin el valor para montarle un número allí en medio. Lo único que sabía era que mi relación con Ale acababa de pasar a mejor vida, y que era porque me había puesto una cornamenta más grande que la del padre de Bambi.

  • Yo decir antes, pequeño idiota no mojar con mujer- Me soltó el puto ruso cuando salí por la puerta.

Empecé a insultarle como un poseso, pero cuando hizo ademán de ir a por mí me fui por patas. Ya lo he dicho muchas veces ¿No? Gallina, gallina, gallina.

Creo que jamás seré capaz de recordar que pasó durante las siguientes dos horas. Solo sé que, cuando paré de correr, me puse a andar como un zombi por el barrio, sin un destino. Pensaba en todos los momentos que había vivido con Ale, los primeros besos, la primera vez, cuando nos dijimos que nos queríamos… No lo tengo claro, pero estoy bastante convencido de que en varios momentos de esa patética camina de autocompasión lloré como un niño pequeño.

Hasta que de repente me di cuenta de donde estaba.

De alguna forma había llegado de nuevo al portal de mi casa, como si mis pies quisieran regresar a ella y que de alguna forma todo lo que había pasado hoy fuera borrado. Lógicamente eso era imposible. Y más aún cuando miré para arriba, a la ventana que daba a nuestro cuarto, y me quedé a cuadros.

La luz estaba encendida. Ale ya estaba en casa… ¿Sola? No, esa puta de mierda… Seguro que se había llevado a uno de los chulos a follar a NUESTRA casa. Joder, eso ya era demasiado. Por primera vez me sentí muchísimo más cabreado que triste, muchísimo más furioso que abatido. Todos tenemos una bestia en nuestro interior, pero a algunos nos cuesta mucho más sacarla. Yo al fin la había despertado, a hostia emocional limpia claro.

Entre en el portal y subí hasta nuestro apartamento. Al llegar, pese a lo enfadado que estaba y a que una parte de mí estaba convencida de hacer algo muy drástico con el tio que seguramente se estaba follando a mi novia, me paré a pensar un segundo. Era mejor no entrar así, lo inteligente era hacerlo sigilosamente para poder tener el factor sorpresa de mi parte.

Y así lo hice. Deslicé con suavidad la llave por el cerrojo y abrí con cautela. Nada más entrar supe que estaba en lo cierto. Ale estaba liándose con alguien, sus suspiros se escuchaban desde la entrada, unos jadeos que conozco demasiado bien. Se pone así cuando está muy cachonda, no hacer falta ni tocarle el coño para que empiece a gemir como si estuviera follando.

De nuevo encabronado, cogí un paraguas que había en la entrada. Tenía la sana intención de metérselo por el culo al desgraciado. Me fui acercando lentamente a mi habitación, escuchando cada vez más alto los gemiditos de Ale. Había dejado la puerta abierta, así que no necesité abrirla cuando al fin llegué.

Del susto casi suelto el paraguas.

Ale estaba en la cama, bocarriba, totalmente desnuda y con las piernas abiertas de par en par. Y entre ella estaba Cris. Cristina, su amiga. Le estaba dando besos por el interior de sus muslos, postrada ante ella como si fuera a rezar al santo coño iluminado. Obviamente la morenaza también estaba desnuda, dejándome ver dese mi posición su pedazo de culo y su coñito brillante asomando.

Joder.

Por un segundo busqué en la habitación a algún tío, pero no había nadie más, solo ellas dos. Mi novia me los ponía, sí, pero no con un tío. La hija de puta llevaba un mes siéndome infiel con una mujer. Bueno, un mes como mínimo, porque fue cuando empezó a comportarse así.

Siendo consciente de que si Ale abría los ojos me iba a pillar en la puerta, me puse rápidamente en el marco de la misma, escondiéndome y mirando al espejo que teníamos a la derecha de nuestra cama. En él podía verlas a las dos, pero ellas difícilmente me verían a mí. Y más con lo ocupadas que estaban. Dejé el paraguas sigilosamente a mi lado, quedandome mirando esa escenar de porno lesbico.

No tenía ni idea de que pensar la verdad. Estaba demasiado impactado. Solo me di cuenta de una cosa, de que de repente mi polla cobró vida en mis pantalones, poniéndose dura en cuestión de segundo. Tengo que decir una cosa, no soy un hombre de fetiches, tengo tirando a pocos y por lo general son bastante típicos, en plan bailes sexys vamos. Pero ahí uno por encima de todos. Lesbianas. Si, también es bastante típico, pero ni sé las veces que me he imaginado a Ale con una tía. Claro que nunca me lo imaginé así, eso eran unos cuernos en toda regla, por mucha fantasía mía que fuera.

Era una sensación extraña. No podía evitar ponerme cachondo mirando como Cris empezaba a comerle coño a Ale con verdadera pasión, y como mi novia elevaba su cintura, levantando incluso el culo de la cama. Nunca la había visto disfrutar tanto con una comida, estaba claro que Cris era más hábil que yo. Lógicamente ella cuenta con la inestimable experiencia personal que es saber cómo le gusta a una que se lo laman.

De repente dejó de usar la lengua y, con tres dedos, empezó a hacerle algo que no sé ni cómo describir. Solo diré que un dedo lo tenía en su clítoris, el otro la penetraba y el último creo que jugueteaba con su ano. El cómo demonios conseguía coordinar el movimiento es algo que se me escapa por completo.

  • Dime, putita mía ¿Te ha puesto? ¿Te ha gustado dejarles a todos empalmados?- Dijo Cris.

  • SI…. JODER, SIIIII

  • ¿Sabes la de pajas que van a caer hoy con nosotras? Dios, la cara que se les a quedado cuando nos montamos en el taxi y salimos por patas… Y lo peor es que nos han visto besarnos seguro mientras lo hacíamos ¿Eso te pone, verdad? Hacer que los tíos se queden empalmados, con un corte, viendo como nosotras nos gustamos más solitas.

  • DIOS, CRIS…. ¡¡¡¡SIGUE!!!!

Vaya par de calienta pollas. Joder con Ale, no solo me los ponía, sino que iba por ahí con su amiga calentando a los chulos y dejándolos a dos velas. No sé porque eso me puso todavía más, tal vez porque me aseguraba que por lo menos no se iba follando a esos idiotas. Aunque claro, sí que se follaba a alguien.

  • Voy a seguir, mi putita. Pero no con mis dedos.

Dicho esto dejó de hacerle ese trabajito con las manos y se separó de ella. Ale quedó tendida en la cama, todavía con las piernas abiertas. En el espejo podía ver como su coñito estaba chorreando, mucho más de lo que jamás le había visto para mi pesar y, tristemente, empalme.

Cristina se levantó, mostrándome ahora su cuerpo en todo su esplendor. Pese a que no era mi tipo, a mí me gustaban más menuditas, como Ale, no podía dejar de admirar el físico de aquella mujer. Tenía las caderas más marcadas de lo que pensaba, su culo estaba algo más fondón que el de mi novia, pero también se lo veía más natural. Y esos dos pedazos de tetas, una talla que posiblemente sobrepasaba la cien, desafiaban a la gravedad por completo. Pero de operadas nada, un regalo de la genética total.

Cris fue hasta su bolso, uno de esos tan grandes que casi parecía un saco. Cuando cogió algo y lo puso al alcance de mi vista entendí el motivo del porque un bolso tan enorme.

  • Joder- Susurré para mí mismo.

Un Strap-On. Y no uno normal. El dildo debía ser de más de veinte centímetros, y su grosor tranquilamente podía ser el doble del mío. Y el mío, para que conste, no es precisamente escaso. Pero aquello era una burrada.

Mirando a mi novia, la cual la observaba desde el lecho con una cara de salida tremenda, la morena se puso aquel artilugio con maestría. Y luego volvio hasta ella. Se arrodilló delante de las piernas abiertas de Ale, colocando la punta de aquel trasto sobre el coño de mi novia. Pero no pareció conforme con el resultado.

Con brusquedad la agarró de repente por la cintura y, casi forzándola, hizo que se diera la vuelta. Luego la aupó hasta que Ale quedó frente a ella a cuatro patas.

  • A las putitas como tú hay que follarlas como a las perras ¿Verdad?

  • Si… Dame como a una perra Cris. Follame.

  • Tranquila, ya voy… ¿Ves, la sientes?

Mientras hablaba había vuelto a poner la punta de aquel trasto en la rajita de Ale. Está dio un pequeño brinco hacia delante cuando Cris forzó su entrada con aquel monstruo, pero su “amiga” la agarro por sus rubios pelos, haciendo una coleta con ellos y tirando como si fueran las bridas de un caballo.

  • Chssss… Tranquila, tranquila… Que entra toda.

  • Ah… ¡DIOS!.... Joder, Cris, ponle lubricante cabrona…

  • No, las putitas tienen que lubricarse solas. Jodete y métetela a lo bestia tu solita.

Mi novia no dijo nada, se quedó quieta durante unos instantes. Luego empezó a menear el trasero, con la punta del dildo en su coño, mojándolo más y más, agrandándose su vagina en el proceso. Y luego ella sola se fue empalando con esa cosa enorme.

Yo ya no podía más. Estaba fuera de mí viendo ese espectáculo. Por mucho que sintiera unos celos y una rabia considerables, estaba al mismo tiempo delante de la escena más sórdidamente erótica que había visto jamás. Podía ver como lentamente ese enorme consolador con arnés entraba en Ale, y como está acababa poniendo la cara en la almohada, ahogando sus gritos mitad placer mitad dolor. AL mismo tiempo veía el cuerpo de Cris quieto, con esas correas alrededor de la cintura. Las tetas de ambas se meneaban un poco, y, cuando al fin todo el aparato entró y Cristina empezó a moverse, las cuatro comenzaron a ser zarandeadas por el vaivén de la penetración.

Los jadeos de Ale se escuchaban claramente por mucha almohada que mordiera, y a esos se les sumaban los de Cristina. No soy un experto en Strap-On, pero, gracias a mi fetiche de lesbianas, sabía que algunos tenían una pequeña protuberancia que tocaba el clítoris de la que lo tenía puesto. Estaba claro que ese contaba con él.

Pero como decía yo no podía más. Nunca me imaginé que iba a acabar haciendo lo que hice. Pero mi mano se movió sola, bajándome la cremallera del pantalón mientras seguía disfrutando del espectáculo. Me saqué la polla y empecé a pajearme mirando como Cris perforaba a Ale una y otra vez.

El ritmo de ambas cada vez era más alocado. Ver sus cuerpos, tan distintos pero tan femeninos ambos, moverse y chocar entre ellos, escuchar sus gemidos, oler el aroma que ambos sexos esparcían por todo el cuarto… Duré menos de dos minutos hasta que me corrí observando atentamente la follada que Cris le estaba dando a mi novia.

Ellas dos siguieron, pero yo me calmé casi al instante. Mi semen se había estrellado contra la pared que tenía frente a mí, y con esa corrida, de las más abundantes y placenteras de mí vida, se fue también todo mi morbo. Todo mi erotismo. Y dio paso únicamente a la sensación plena de traición y rabia.

Me guardé el rabo mientras en el espejo podía ver como Cris tiraba aún más de la melena dorada de Ale, haciendo que arqueara de una forma tremendamente erótica su espalda, estirando así sus pechos y sacando aún más el culo entre el que estaba el enorme dildo. Pero ni siquiera eso volvió a ponerme a tono.

  • Sois un par de putas.- Dije mientras entraba en mi cuarto.

El grito que metieron ambas no tiene nombre. Cristina descabalgo a la velocidad de la luz a mi novia, lanzándose a un lado y tropezando. De alguna forma acabó en el suelo, despatarrada y con aquel bicho empapado con los jugos de mi novia. La verdad es que de no ser por la situación tendría hasta gracia.

Ale por su parte se había girado nada más ser liberada de los envites de su amiga. Se había puesto bocarriba y, por algún motivo tremendamente absurdo, se había tapado con la sabana. Como si eso ocultara lo que estaba haciendo.

  • Dios… Martín, por favor, déjame…

  • Cierra la puta boca- Dije- Ahora me voy a volver a marchar. En dos horas volveré. No quiero que ni tú, ni la zorra de tu amante, estéis aquí. Este piso, puta de mierda, está a mi nombre. Y te quiero fuera de él ya ¿Lo has comprendido?

Ale empezó a llorar casi al instante. Cristina sin embargo se levantó y me miró con enfado.

  • Mira, si te crees…

  • Lo de cerrar la puta boca también iba por ti- Dije mientras la miraba- Puede que te creas muy macho con esa cosa entre las piernas. Estoy deseando que compruebes si es verdad, venga, ven aquí. Es eso o callarte y ayudar a tú “putita” a hacer las maletas, porque te aseguro que de esta casa salís por las buenas o por las malas.

Cristina se fue amedrentando según hablaba. Al final se sentó en la cama, mirándome con miedo. En cierta manera me sentía algo poderoso, nunca había conseguido darle miedo a nadie.

  • ¿Qué va a ser entonces?

  • Martín, por favor… - Volvió a rogar Ale.

  • ¡¡QUE CIERRES LA PUTA BOCA!!- Vociferé- Responde solo a lo que te dicho. Te vas por las buenas o por las malas ¿Qué va a ser?

Ale me miró con pánico, sus ojos ya estaban totalmente inundados por las lágrimas. En otra situación me habría dado una pena terrible. Pero, de la misma forma que con mi corrida descargué mi lujuria, también parecía que el orgasmo se había llevado mi amor por esa guarra. Al final, con la voz acongojada, acabó contestando.

  • Por las buenas…

  • Bien, pues hasta nunca, puta.

Y dicho eso me giré y salí de mi cuarto. Estaba soltero, era un cornudo, y acababa de echar a la que pensaba que iba a ser la mujer de mi vida de la casa que compartíamos. Pero, pese a todo, al menos siempre tendría la imagen de esas dos pedazos de mujeres dándose placer mutuamente.

Joder, vaya consuelo.