Infidelidad

Piensa bien en quién crees confiar... y en quién desconfias. Una infidelidad en retrocesos.

El frío de la urbe era terrible, las nubes oscuras surcaban todo el cielo;

  • ¿Y su paraguas?- preguntó nuestro protagonista Carlos Ayala.

  • Se me perdió, era uno con mango plateado. ¡Era bien caro!. Mejor me apuro – contestó el investigador privado.

Y se dirigió entre el gentío, antes de perderse a su vista, Carlos, con una vista perdida y con su cuerpo temblante, no pudo evitar pensar; "¡Qué estúpido fui!".

(Minutos antes)

  • Me temo que su esposa no tiene algún amante, señor Ayala.

  • No tiene idea como me tranquiliza oírlo. ¡Que estúpido fui!.

  • Parece que va a llover, mejor me retiro. No se preocupe, seguiré investigando.

(Minutos Antes)

Todos en el redondel de personas lloraban frente a la tumba de Samuel Rodríguez. Pero Carlos, totalmente enseriado, besó dulcemente en la sonrojada mejilla de su esposa;

  • Debo encontrarme con un amigo en la ciudad.

  • Mejor vete rápido – contestó balbuceando, levantando sus lacrimosos ojos al cielo- parece que va a llover.

(La noche anterior)

Su esposa reía a carcajadas ante cualquier chiste que Samuel Rodríguez lanzaba durante la cena entre los tres, Carlos, no podía quitarse la imagen de su vecino y amigo bombeando con ahínco a su esposa, quien chillaba a cada embestida que pareciera iba terminar partiéndola en dos, gritando extasiada el nombre de su vecino. " ¡Samuel! ¡Ah! ¡Más!". Pero rogaba con toda sus ansias que fuera sólo una mera imaginación. Aunque ya era tarde. Muy tarde.

No tardó en reír forzadamente durante toda la cena.

(Minutos Antes)

  • Es sólo cuestión de tiempo – sonrió Carlos, y echó el veneno en la cena.

(Dos días Antes)

Aquella media negra escondida bajo el sofá, no era suya, y sólo hacía acrecentar sus dudas, era increíble la cantidad de objetos que encontraba durante esos días. Siempre notó que su vecino y mejor amigo, Samuel Rodríguez, se comportaba muy amistosamente con su esposa. El investigador que contrató días atrás, había infestado la casa y auto de cámaras y micrófonos minúsculos, aunque hasta el momento, nada. Pero esa media negra fue la gota que colmó el vaso.

(Tres días Antes)

Había subido varios pisos hasta llegar a una oficina, los tantos objetos que encontraba en su hogar, lo tenían al borde de una crisis, tomó airé y entró;

  • Buenos días.

  • Buenos días, por favor, siéntese. ¿En qué lo puedo ayudar amigo...?

  • Llámeme Carlos.

  • Carlos, ¿en qué lo puedo ayudar?.

  • ¿Es usted... investigador privado?.

  • Así es, me llamo Serge Anderson.

(Cuatros días Antes)

La tenía contra sí, los resaltos eran bestiales, su excitada esposa lo arañaba en la espalda, la cama se bamboleaba de las fuertes embestidas, y en un momento dado, lo rodeó con sus sudorosas piernas, meciéndose más su venosa hombría, su esposa llegaba al clímax;

- Sss... Sss... – musitaba ella, mordiéndose los labios. Carlos no pudo evitar pensar en su vecino. ¿Acaso su querida esposa pensaba en Samuel mientras hacían el amor, tanto que estaba a punto de pronunciar su nombre? Fue el comienzo de su crisis.

(Cinco días Antes)

Todo comenzó cuando Carlos entró en su hogar, dispuso su maletín en la sala, y se sorprendió vagamente al encontrar en el lugar, un paraguas con mango plateado... parecía bien caro...