Infidelidad

Mi sueño era el jefe de mi marido...

Infidelidad

Estaba aburrida, la fiesta era igual que todos los años, nada nuevo. Todos decían lo mismo, era como una vieja película, mal grabada. Pero yo me sentía diferente, me sentía con unas ganas locas de joder y creo que él también. Estaba guapísimo, nuestras miradas se habían cruzado inocentemente una o dos veces. Pero en la última hora las miradas habían cambiado radicalmente su significado. Nos hacíamos preguntas acompañadas de un entreabrir de labios, Mmmm, cómo me excitaba ese hombre. Desde que lo vi por primera vez, algo en mí respondió a su masculinidad de una forma salvaje que me dejo sorprendida. Desde ese momento se convirtió en el único objeto de mis más eróticas y primitivas fantasías, me masturbaba con tal delirio que al acabar gritaba su nombre como si le dedicara una ofrenda a un Dios pagano.

Pero esa noche había tomado una decisión. Esa noche yo era solo una hembra con deseos de ser follada por el objeto de sus fantasías. Mi marido estaba que se dormía y yo le hubiera acompañado si no tuviera otros planes que llevar a cabo. "¿Cómo abordarle?", era lo único que cruzaba por mi cabeza en esos momentos, pero creo que él pensaba lo mismo. Ensimismada en mis pensamientos, no me di cuenta de que estaba delante de mí hasta que vi su mano coger la mía y escuché su dulce voz.

  • ¿Quiere bailar conmigo? -me preguntó- Siempre que a su marido no le importe...
  • No, por supuesto -contestó mi marido- Yo estoy demasiado cansado para bailar, pero seguro que ella te lo agradecerá, Gustavo.

Se me había olvidado comentar que Gustavo, además del secreto objeto de mi deseo, era el jefe de Leo, mi marido. La mujer de Gustavo, Montse, no había ido a la fiesta, así que todo iba bien de momento. Montse era mi mejor amiga y mi confidente. Me había contado ya cómo era Gustavo en la cama e incluso que su miembro tenía un grosor fuera de lo normal que la volvía loca al ser penetrada. Era una mujer muy comunicativa, pero pasaba por una época difícil y sentía rechazo por cualquier contacto físico con su marido, aunque hasta entonces siempre habían sido sexualmente muy activos. Aquello era un punto más a mi favor.

Me alegré cuando la música cambió a una más suave. No nos mirábamos pero sentíamos el cuerpo del otro en cada poro de nuestra piel. Oh, Dios... ¡Estaba erecto! Y eso que no me apretaba, pero lo sentía a través de mi vestido de suave lycra. Llevaba unos pantys sin bragas debajo, así que, ante los primeros signos de excitación, mi coño empezó a chorrera directamente sobre el nylon de las medias. Hasta mí llegaba el dulzón olor de mi entrepierna y creo que él también lo notó. Estábamos tan cerca que podía percibir todo de mí, así como yo de él. Suavemente moví mis caderas con las suyas, su altura lo permitía pues solo me llevaba unos 12 cms. A pesar de eso, era grande, con una espalda ancha y fuerte, como a mí me gustan, con un porte italiano muy sensual. Dimos una rápida vuelta y nuestros sexos quedaron tan pegados que un estremecimiento de placer recorrió todo mi cuerpo. Él también se había resentido y noté que me apretaba la mano para llamar mi atención.

  • Tenemos que salir de aquí -me susurró al oído.
  • Sí -le contesté rápidamente- Creo que el Teatro esta vacío. Te veo allí.

Seguimos bailando aparentemente como si nada hubiese ocurrido, pero en mi interior sabía que no era así. Gustavo había dado el paso definitivo y yo le había acompañado. Aún podía echarme atrás, pero no quería, no podía. Al terminar la canción me dejó de nuevo en la mesa y saludando a mi marido se alejó, perdiéndose entre la gente. Esperé el momento oportuno para escabullirme de allí, no quería que resultase evidente que iba a reunirme con él. Por fin, me pareció que era el momento.

  • Leo, cariño -le dije a mi marido fingiendo malestar- Me voy un momento al baño. Creo que el licor me ha sentado mal.
  • Sí, la verdad es que tienes mala cara -me respondió inocente- Ve, que yo te espero aquí.

Me levanté y empecé a caminar con tranquilidad, pero era tal mi impaciencia que fui acelerando el paso hasta casi correr, dirigiéndome directamente al sitio acordado. El club donde estábamos era muy grande, tenía prácticamente de todo. Desde sala de fiestas, hasta un salón de billar, pasando por un pequeño teatro en el que de vez en cuando se representaban sencillas obras interpretadas por los mismos miembros del club. Hacia allí me dirigía yo, pues sabía que era el último lugar en el que nos buscarían.

Al llegar cerré la puerta tras de mí y me quedé recostada en ella, como queriendo tranquilizar los latidos de mi corazón. Estaba oscuro, no veía nada. No pude evitar sentir un pequeño escalofrío de miedo. De repente, noté que algo me cubría. Me sobresalté en un primer momento, pero enseguida supe que era él. Se acercó lo suficiente para tomarme de las manos y ponerlas sobre mi cabeza.

  • No quiero que te muevas -me dijo con voz queda- Solo déjame disfrutar de este momento a mi manera.

Y así me quedé, con las manos sobre mi cabeza a su completa merced. El lugar, la penumbra, sus suaves palabras empezaron a ponerme realmente excitada. Instantes después empezó mi particular tortura. Empezó besando dulcemente mis manos, para luego bajar lentamente por mis brazos en busca de mis axilas. Siguió por encima del vestido, besó mi cuello, mis senos, y continuó su suave descenso. Noté que hacía una leve presión para que abriera las piernas y así lo hice. Metió su cara entre ellas y empezó a besar mis muslos, a chuparlos, a lamerlos como un manjar de dioses.

  • Tienes el cuerpo más apetitoso que he probado nunca -me susurró.

Aquello me estaba matando de deseo y él se dio cuenta. Salió de entre mis piernas y se levantó, quedando su cara frente a la mía, un poco por encima.

  • No quiero acabar aún -me dijo- Quiero disfrutarte.
  • Yo también -le contesté simplemente.

Nos enredamos en un apasionado beso de bocas abiertas, de lenguas entrelazadas en una lucha para ver quien conseguía más placer del otro. Subí las manos y tomé su cabeza entre ellas para profundizar más en aquel delicioso beso. No soportaba su ropa así que empecé a quitarle la chaqueta y la camisa. Me ayudó con los pantalones y luego empezó conmigo. Segundos después solo me quedaban las medias. Metió una de sus manos por dentro de ellas y empezó a recorrer el corto camino hacia el centro de mi coño. Cuanto más se acercaba a él, más separaba yo las piernas. Por fin llegó a mi sexo y lo asió con tanta fuerza que sentí cómo sus dedos temblaban. Su mirada me hizo pedazos, mostraba un placer supremo, como el mío. Sus dulces caricias sobre mi coño me obligaban a querer más, a quitar cualquier estorbo de mi cuerpo, así que como pude me terminé de sacar las medias. Me recompuse y agarré su miembro sin miramientos. Lo sentí tirante y suave como la piel de un bebé. Estaba muy duro, pero al contacto de mi mano se endureció aún más. Allí estábamos los dos, uno frente al otro dándonos placer con nuestras manos. Mi coño se aferraba cada vez más a su mano.

  • Tócame el culo -le rogué- Necesito que lo hagas.

Lo notaba muy dilatado a pesar de no haber recibido todavía estimulación en esa zona. Gustavo me complació enseguida. Se puso a mis espaldas y empezó a acariciar dulcemente los suaves globos de mi culo. Después empezó a juguetear con un dedo alrededor de mi entrada trasera, para luego introducirlo lentamente en su interior. Rodeó mi cuerpo con el otro brazo y tras unos instantes de rápida exploración, penetró mi coño con dos de sus dedos. Estaba ensartada. Gustavo buscaba la posición idónea para hacer sus caricias más intimas, mientras yo le masturbaba con las manos a mis espaldas cada vez más rápidamente. Aunque parezca increíble, su falo parecía crecer un poco más con cada una de mis caricias. Yo estaba que reventaba, gemía sin cesar y él, al escucharme, se ponía más tenso, me penetraba más con sus dedos. Lo sentía en mis labios vaginales, en mi pubis, en todo mi coño. Me estaba volviendo loca.

No podía aguantar más en aquella posición, mis brazos se iban a partir, así que solté su miembro con verdadero pesar. Al sentirse libre de mis manos empezó a empujarme hasta aprisionar mi cuerpo entre el suyo y la pared. Ahora tenía completa libertad para penetrar mis dos agujeros a la vez, mientras su boca se comía la mía. No podía respirar, el corazón parecía que se me iba a salir del pecho.

  • Oh, así amor, así... No te detengas... Así, así, ¡ASIIIIIII! -gemía contra sus labios.

Por fin, tras unos minutos de intenso placer que me prepararon para ese momento, me corrí como una loca. Tuve que esforzarme por no gritar, pues por muy alejados que estuviésemos del resto de la gente, un grito como el que estaba dispuesta a lanzar hubiese alertado hasta a un sordo. Mis espasmos empezaron a calmarse, despejando un poco mi hasta entonces embotada mente. Giré la cabeza hacia Gustavo y al ver la expresión de su cara caí en la cuenta de la tremenda tensión que debía haber acumulado todo ese tiempo. Decidí compensarle por el momento tan extraordinario con que me había obsequiado.

Me di la vuelta, caí de rodillas ante él y agarrando su virilidad empecé a mamarle la enrojecida punta de su polla. Comencé a sacar y a meter mi lengua propinándole rápidos toques sobre su sensible punta que le hicieron gemir de placer.

  • Oh, sí... Sigue así... No pares -me dijo y sus caderas empezaron a moverse suavemente de atrás a adelante.

El ritmo de sus movimientos cambiaba según los de mi mano, que variaba continuamente la presión que ejercía sobre toda la longitud de su pene. Por fin me lo metí completamente en la boca, arrancándole un fuerte grito que no pudo acallar. Empecé a acariciarle los huevos con fuerza, todo ello sin dejar de chupar y lamer hasta el límite aquella deliciosa polla. Estaba a cien, mi coño estaba todavía más húmedo si cabe, pero en ese momento solo pensaba en darle todo el placer que me fuese posible. Sentía la rigidez de su miembro en mi boca de una forma fenomenal y estaba disfrutando de la mamada casi tanto como debía estar haciéndolo él.

De pronto, Gustavo la sacó de mi boca, me tomó por las axilas y me llevó con él hasta uno de los asientos sin dejar de besarme y restregarse contra mí. Me sentó sobre el y me abrió las piernas de tal forma que no quedaba un solo rincón de mi coño oculto a su ansiosa mirada.

  • Estás tan mojada -empezó a describir lo que veía- Tu clítoris está colorado y en tensión. Lo deseo para mí.

Agarró su miembro con una mano y me lo restregó por toda la raja. Llegó un momento en que consiguió dejar la punta de su polla justo sobre mi clítoris, casi como si lo estuviese besando, lo que me hizo soltar un tremendo grito de placer que no me esforcé por evitar. Sin darme tiempo a reponerme, me penetró de golpe hasta casi meter sus huevos en mi coño. Acomodé mi culo a sus muslos para facilitar una penetración más profunda, lo cual conseguí sin dificultad pues los dos estábamos dispuestos a dar y recibir placer hasta el fin. Sentía cómo se contraían y dilataban los músculos de mi vagina sobre el objeto extraño que ocupaba su interior. La experiencia estaba superando todas las expectativas que me había creado.

Gustavo agachó la cabeza y tomó entre sus labios un pezón tenso e hinchado por la excitación, mientras que con las manos se dedicaba acariciar el otro. Sus manos no paraban de moverse, iban desde mis senos hasta mi culo. Lo acariciaba, lo sobaba, separaba mis nalgas y recorría mi rajita con sus dedos. Yo no sabía ya donde sentía más placer, todo lo que me estaba haciendo era increíble, casi celestial. Decidí que lo mejor sería no pensar y dedicarme a disfrutar sin más, subiendo y bajando mi coño a lo largo de su miembro. Le cabalgaba con fuerza, como si estuviera domando un caballo salvaje, girando en círculos con su dura polla en mi interior. Trataba de succionarle con mi coño para dejar mi sello sobre aquel instrumento de placer de forma que jamás se olvidase de mí, de aquel momento. Gustavo respondía mordisqueando mis senos como si estuviera saboreando una galleta, una dulce galleta de chocolate.

De repente, vi que sus ojos se habían quedado fijos en algo que le había dejado como paralizado, así que seguí su mirada para ver de qué se trataba. Creí desfallecer yo también al ver lo que le había embelesado de esa manera. Estaba mirando el punto exacto en que se unían su polla y mi coño como un solo ser, la forma en que aparecía y desaparecía su miembro dentro de mí. Nunca lo había visto así y la verdad es que era una de las cosas más excitantes que había visto hasta el momento. Decidí excitarle aún más haciendo de aquella penetración algo todavía más especial, así que reduje la velocidad de mi cabalgada y levanté mi coño hasta casi sacar su polla por completo, para enseguida volver a descender. Repetí la operación varias veces y vi que había logrado el efecto deseado, no solo en él que no podía apartar la vista de nuestros sexos, sino también de mí que admiraba atónita la belleza de nuestros dos cuerpos realizando el acto supremo de la creación.

El roce, la fricción de aquel duro objeto de placer en las paredes de mi vagina me estaba destrozando los sentidos. Mis movimientos habían empezado siendo suaves, pero Gustavo agarró mis caderas de repente y empezó a marcar su propio ritmo, cada vez más rápido. En cada bajada mi culo chocaba contra sus huevos como si estos quisiesen meterse dentro de mí también. Sentía ya casi un millar de orgasmos a punto de estallar en mi interior y no tardé mucho en liberar alguno de ellos. Grité al sentir que me corría como hacía tiempo que no lo hacía, sin importarme ni el lugar, ni la gente, ni el momento. Solo existía yo, yo. Mi orgasmo y aquella polla en mi interior.

Como si mi orgasmo hubiese sido la señal que Gustavo estaba esperando, una abundante y potente descarga de semen inundó completamente mi coño en una explosión de los sentidos. Cuanto más saltaba yo sobre su tiesa polla, con más fuerza me corría. Sentí los orgasmos uno tras otro, abandonándome y volviendo a resurgir de mis profundidades como un monstruo largo tiempo escondido. Por fin, ambos quedamos exhaustos uno sobre otro. Cerré los ojos y noté cómo me acariciaba la espalda, me besaba la cara, me daba las gracias con sus cariños.

No deseábamos separarnos, pero la calma nos devolvió a la realidad. Gustavo me vistió dulcemente, casi de la misma forma en que me había desnudado, besándome con cariño, deleitándose con cada parte conocida de mi cuerpo. A continuación seguí el mismo ritual con él. Me acuerdo que al ponerle los calzoncillos me detuve para limpiar su miembro con mi boca. Sabía que me miraba y eso me excitaba, así que lo hice de la forma más provocativa que pude, sacando mi lengua y lamiendo su miembro como si fuera un delicioso helado. Me levantó y me besó, saboreando con placer sus jugos en mis labios. Por fin rompimos aquel apasionado beso, separándonos con un profundo sentimiento de pérdida en nuestro interior. Mi cuerpo seguía pidiendo más, y por lo que veía bajo sus calzoncillos el suyo también, pero sabíamos que no podíamos continuar. Al menos, no allí ni en ese momento. Suspiramos y terminé de vestirlo casi con lágrima en los ojos. Me despedí sin palabras, con un simple y leve beso en los labios. No hubo un "¿Cuándo nos vemos?", ni un "Te llamaré algún día". Nada. Todo estaba dicho ya. Sabíamos que lo que acababa de pasar había sido un milagro que no se puede dar dos veces. Los dos estábamos casados y un status que mantener, lo nuestro era imposible.

Pero, cuando ya tenía la mano sobre el pomo de la puerta para abrirla, Gustavo me agarró por detrás y me apretó contra sí.

  • Quiero que sepas que te llevas algo mío -me susurró dulcemente al oído sin siquiera darme la vuelta- Te llevas mi cuerpo, mi fuerza, mis deseos... Nunca lo olvides -me soltó y salí sin mirar atrás.

Desde ese día, algo nació entre nosotros que nos ha mantenido unidos hasta hoy. Es posible que fuese el secreto de lo prohibido, disfrutado tan intensamente aquel día, o quizás nuestra infidelidad, que no habíamos vivido como un pecado sino como una experiencia gozada al máximo. No lo sé. A pesar de esta secreta unión, nunca hemos vuelto a tocar el tema, ni siquiera a estar solos. Pero, siempre que coincidimos, nuestras miradas dicen cosas, y hacen promesas que nuestros labios no han podido pronunciar. Siempre respiro una emoción oculta, una emoción que espera salir a flote... si el cielo le da otra oportunidad...