Inesperado pero excitante..

Lo que conlleva una reacción inesperada de tu acompañante..

Recién llegaba a su casa. Me sentía como siempre antes de verlo, con nervios pero a la vez con ese gustillo que todos hemos sentido alguna vez. Toqué el timbre.

Abrió ligeramente la puerta y me cogió desprevenida por la parte baja de la espalda atrayéndome hacia sí. Empezó a besarme con locura, como si el mundo dependiera de ello.

Me había quedado muy impactada por su reacción, pero cada vez más me iba dejando llevar al son de cada mordisco que nos hacíamos, yo en los labios, él en el cuello… alcancé su oreja, y esa fue su perdición. Sabía que ese arma nunca fallaba.

Nuestros sexos palpitaban de forma continua, acelerada. Estaba tan junta a él, apoyados en la pared, que notaba su erección. Metía sus manos entre mi jersey y yo notaba como él ardía. Sus manos viajaban por mi espalda, y se percató de que no llevaba sujetador. Eso lo excitó aún más. Tanto, que no pudo resistirse a pasear su mano por mi ombligo, y fue subiendo por el canalillo. Volvió a bajar y fue entonces cuando decidió quitarme el jersey. No me hacía ninguna falta, pensé.

Tenía los pechos descubiertos, una de las mejores sensaciones, y él se paró a observarlos. Lo hacía con detención y su excitación iba en aumento. Empezó a darme besos por el cuello, y fue bajando, bajando hacia ellos, que esperaban ansiadamente ser estimulados. Los lamía, me mordisqueaba suavemente el pezón y eso me producía escalofríos de placer. Me estaba excitando cada vez más a medida que él iba bajando, como quién no quiere la cosa, un poco más. Y no lo dejé.

Le barrí el paso con mi rodilla, que mantenía presionando su cadera. Intentaba resistir pero no lo dejaba. Se rindió, y con él, yo bajé la guardia.

Y fue justamente en ese momento que él aprovechó para dominarme completamente y me empotró contra la pared, dándole la espalda. Me tenía bien agarrada, y más cuando me ató con su bufanda las muñecas.

Me había extasiado de golpe. ¡Qué excitación!

Me mordía la espalda, me apretaba contra la pared, me bajaba los pantalones… hacia conmigo lo que quería; y yo me dejaba hacer, gustosamente.

Se arrodilló y empezó a morderme el culo, y sus dedos empezaron a buscar mi sexo. Y lo encontraron. Me estimulaba, de arriba para abajo, de arriba para abajo y yo cada vez iba suspirando un poco más fuerte. Añadió su lengua, esa lengua en la que tanto me perdía, y succionaba y lamía mi sexo. Dejé ir un “ooh” de placer.

Ya había perdido el norte. Ahora movía los dedos como si el movimiento dijera “ven”, y entonces fue cuando me humedecí. Y él volvió a probarlo.

Cuando noté que había relajado un poco y se levantaba, rápidamente me giré y le dije mirándolo a los ojos:

  • Desnúdate. Deseo tocarte; devorarte. Quiero verte entero ahora.

Y él, obviamente, no puedo resistirse a mis órdenes, claras y concisas.

Veía su sexo erecto y palpitante, como esperaba a ser humedecido. Me arrodillé y no pude resistir la tentación de pasar mi lengua por el glande.

Vi que empezaba a hacer efecto, entonces, con prudencia pero aumentando intensidad, empecé a introducir su pene en mi boca. Estaba muy caliente; me gustaba.

Entonces empecé a repetir el mismo movimiento, hacia él, hacia mí, hacia él, hacia mí, haciendo un poco de presión con mis labios a la vez que succionaba. Dejaba ir algunos gemidos, y a veces me decía qué tan bien lo hacía.

Me ponía mucho oírlo, verlo excitado de esa forma, mirarlo a los ojos y ver como los tenía entrecerrados.

Me paró justo antes de eyacular; quería ir más allá, lo necesitaba.

Me llevó de las esposas hacia la habitación, y me puso boca abajo encima de la cama. Se puso un preservativo y se colocó encima mío sentado. Me penetró con mucha fuerza, y yo solté un pequeño gemido, que se fue convirtiendo en una cadena cuando empezó a poseerme con mayor intensidad. Oh, ¡qué placer!

Luego me giró y me sentó en el borde de la cama. Me dijo:

  • Si pensabas que ésto era todo, estabas equivocada, quiero que seas mía y no digas nada.

Y me amordazó con su cinturón. Estaba en otra órbita, colocada, muy colocada.

Me colocó de pié fuera de la cama, mirándola, y él cogió por detrás y me penetró con todavía más ganas que antes. Con una mano me tocaba un seno y con la otra tiraba del cinturón. Para dentro, un poco fuera, más adentro, fuera, mucho más adentro, y cada vez menos para fuera.

Entonces, dejó de tirar del cinturón y me lo quitó rápidamente, me giró, se quitó el preservativo y me puso la punta de su pene en mi boca, de la que resbalaba ya su eyaculación. Me la tragué.

Yo, no había dejado de estar humedecida.

Y antes de darme un beso, pasó su lengua por mis mojados labios.