Inesperada aventura marital
De como nos acercamos al intercambio de parejas sin practicarlo
Es curioso cómo a veces la vida te sorprende. Os lo explico. Llevábamos varios años pasando una semana de vacaciones en el que para nosotros es uno de los lugares mas maravillosos del mundo, el poblado nudista de Vera en la provincia de Almería. Para alguien como yo, que disfruto como un tonto con un lápiz luciendo a mi mujer, el hecho de pasar una semana completamente desnudo a su lado es una experiencia de por sí bastante motivante. La realidad sin embargo era mucho menos fascinante que las expectativas que pasaban por mi cabeza en los días previos al viaje de cada año. Mucho lirili y poco lerele... no pasábamos de largo paseos por la playa, muchas lecturas en la piscina de la urbanización y poco mas. Apenas nos relacionábamos con nadie y los momentos verdaderamente excitantes se reducían, salvo un par de honrosas experiencias, a lo que pasaba dentro de las paredes de nuestro apartamento sin mas testigos que nosotros mismos. No me quejo, la sensación de desnudez aumentaba mi líbido y también la de mi mujer. Por cierto, tal vez debería describirla. Clara es una preciosidad de pelo castaño, ojos claros, alta, delgada, de busto mediano pero erguido y con un trasero rotundo que me hace ser la envidia de esa playa durante los paseos. Yo también estoy de buen ver, deportista de metro ochenta y las miradas de los nudistas gays, mucho mas descaradas que las de la mujeres, corroboran que a mis treinta y muchos todavía mantengo todo mi atractivo.
Este año, sin embargo llegamos a la playa sin mas expectativa que la de descansar de un año maravilloso en el que habíamos sido padres por primera vez. Con nosotros venía nuestro bebé, así que, este año sí, tendríamos que pasar muchas horas a la sombra, ir a la playa a horas de poco sol (y por lo tanto poca afluencia) y visitar pocos restaurantes. Es decir, lo que terminábamos haciendo todos los años pero, este, con coartada. Pronto, nada mas empezar a descargar bártulos, aunque sin poder siquiera imaginarlo en ese momento, conocimos a aquellos que nos harían vivir la experiencia mas excitante de nuestra vida. Se llamaban Pedro y Maribel, habían alquilado el apartamento que estaba justo enfrente del nuestro y tenían un bebé de la edad del nuestro. Y ya se sabe, para unos padres primerizos, encontrar a otros en su misma situación es un regalo, ya que puedes compartir la experiencia sin ser tachado, con toda la razón, de un plomo insoportable sin mas temas de conversación que las cacas del enano o lo gracioso que está cuando empieza a gatear. Sí, nosotros somos tan insufribles como lo es cualquiera en esas circunstancias así que a medida que iban pasando los días las dos parejas nos fuimos acercando bastante, poniéndonos juntos en la piscina, charlando e incluso tomando algún gin-tonic en el bar mas cercano. Todo muy normal salvo el pequeñísimo detalle de que lo hacíamos completamente desnudos. Mentiría si dijese que durante ese tiempo de chachara no me había fijado en el cuerpo de Maribel, mi vecina. De caderas y pechos mas abundantes que mi esposa, es de esas mujeres que ganan estando desnudas ya que con la ropa se le va la apariencia de tener algún kilo de mas. No lo tiene, son curvas femeninas. Además es guapa de verdad. Yo me pirro por una cara bonita y ella la tenía. Así que sin hacerlo demasiado evidente, para no molestar a su marido ni llevarme un cachete de mi mujer, sí me di buenos banquetes visuales durante nuestros encuentros. Tras conocerle bien, tampoco creo que Pedro, su marido, se hubiera ofendido demasiado. De origen andaluz era un tipo alto, simpático y, según Clara, con un culito de lo mas atractivo.
Así pasaron los días, desnudos, divertidos y echando buenos polvos cuando llegábamos a casa y dormíamos al niño. En fin, el nudismo no tiene porqué ser algo sexual, pero tampoco somos de piedra y pasarte el día al lado de coños, pollas y tetas, de todos los colores, tamaños, edades y calibres influyen en las ganas de meternos en la cama. Y sí, es posible que nuestros nuevos amigos hubieran contribuido algo en la excitación. Y no fui el único que lo pensaba. Tras una sesión de sexo descomunal, mientras compartíamos un cigarro, Clara me dijo que ni se me ocurriera pensar en un intercambio con nuestros amigos. Ni se me había ocurrido... ¡mentira! claro que lo había pensado, me encantaría cepillarme a Maribel, pero conozco demasiado bien a mi esposa para saber que bajo ningún concepto aceptaría hacer un intercambio. La conozco tanto como ella me conoce a mi. Prueba de ello es que me advirtió que ni si me ocurriera tratar de convencerla. No lo hice, ni es ese momento ni cuando acordamos con Pedro y Maribel que el jueves cenaríamos juntos en su apartamento que tenía mayor terraza que la nuestra. Pensamos que sería divertido poder acostar a los nanos mientras nosotros disfrutábamos de unos mojitos y alguna cena que yo me currara ya que soy un buen cocinero. Así lo hicimos y así comenzó la mas morbosa experiencia sexual hasta el día de hoy. Habíamos terminado de cenar y en la cena habían caído dos botellas de un buen vino tinto de mi tierra. Los pequeñajos hacía rato que dormían y nuestras lenguas ya se habían desatado, por lo que empezamos a hablar del componente de morbo que tiene el nudismo. Las mujeres, siempre tan recatadas, nos decían que Pedro y yo éramos unos salidos, que para ellas el nudismo era solo una forma de vivir como la naturaleza nos había creado y que no había nada sexual en ello. Mentían y lo sabían, no lo reconocerían pero mentían de plano. Yo le dije a Clara que por mucho que lo negara ella tenía un puntito exhibicionista que a mi me encantaba y que no se hiciera la hippy santurrona que llevábamos tiempo casados y nuestras experiencias habíamos tenido... Pedro y Maribel se morían de la risa al vernos discutir por eso. Por lo visto ellos también habían tenido la misma discusión y con casi los mismos argumentos. Pasamos a los mojitos entre risas e insultos en broma del tipo "eres un salido" o un "aunque no lo digas sé que te pone que te miren el culo ¡mojigata!". Los niños seguían dormidos, estábamos un poco borrachos y quisimos alargarla. Planeamos jugar una partida de cartas, pero complicaba la cosa el hecho de no tener nada que apostar, ni siquiera ropa ya que seguíamos desnudos aunque el fresco de la noche empezaba a no recomendar tal situación. Yo aproveché de la anterior conversación. Propuse que el ganador podría dar una orden al perdedor. La única regla era que no se podía tocar a nadie de la otra pareja. Estuve rápido al poner esa norma ya que sabía que sin ella mi mujer se habría negado de plano. Así también lo hizo, pero sin mucha convicción que cayó cuando le volvía llamar eso de mojigata. Pedro se apuntó enseguida y Maribel.... sorprendentemente para mi en ese momento, también. Visto con perspectiva, creo que ya habían hablado de la posibilidad de intercambiar parejas con nosotros y estaban mas abiertos de lo que yo entonces supuse. De todas formas no había nada que hacer, Clara nunca lo hubiera aceptado, así que seguí con mi recién ideado plan para tener una noche con mucho morbo. Mi mujer era muy mala en las cartas y yo bastante bueno, a poco que la suerte me sonriera iba a pasármelo muy bien. Cada uno tenía tres piedrecitas, al perder la última, el que mas tuviera le podría dar una orden que debía cumplir para volver a recuperar sus piedras y seguir jugando. Teniendo todo ello en consideración y como no podría ser de otra forma, fui yo el primero en perder y mi mujer la primera en ganar. Quedamos todos pendientes de cuál iba a ser su orden, aunque la verdad, supose que sería algo decepcionante para todos ya que de los cuatro era la mas reticente a haber empezado el juego. Clara dudó y me ordenó darle un profundo beso con lengua delante de de nuestros amigos. Al fin y al cabo las reglas solo impedían tocar a los miembros de la otra pareja. Recuperé mis tres piedrecitas prometiéndome a mi mismo que debía ser mas precavido para no apostar fuerte si quería divertirme de verdad. Así conseguí pasar algunas manos sin perder y la próxima en perder fue Clara y lo fue de manos de Pedro. Esto se ponía interesante. Su idea fue tan buena que casi envidié que no e me hubiera ocurrido a mi aunque aun no había tenido la oportunidad de dar ninguna orden. Pedro le pidió que acercara lo máximo posible sus labios a los de su propia mujer, sin llegar a tocarlos y se mantuviesen así un minuto mirándose a los ojos. Parece que Pedro, como yo y como todos los hombres que conozco. estaría abierto a meter en su cama marital a otra mujer. Fue un minuto precioso, dos mujeres bellas mirándose a los ojos, casi rozando sus labios, sonriendo a sabiendas de que sus maridos se estaban poniendo cachondos. Nosotros estábamos expectantes de que algún tic nervioso les acercara esos milimetros que les separaban. O que se volviesen locas y se dieran un morreo con lengua de película porno. No pasó y creo que fue de agradecer que no pasara. Me habría corrido allí mismo.
Fui el próximo ganador en dejar sin piedrecitas a nadie y encima tanto Pedro como Clara perdieron sus última piedras. Mi imaginación hervía ante la posibilidad pero temía que si me pasaba Clara daría por terminado el juego. Pregunté si coger de la mano valía y todos lo vieron tan inocente que no pusieron pegas, así que les ordené que se cogieran de la mano y fueran hasta la piscina de la urbanización, se veía desde la terraza, y volviesen. Lo hicieron sin rechistar. Maribel y yo, apoyados en la barandilla, vimos como mi mujer y su empalmadísimo marido andaban desnudos y cogidos de la mano a la vista de otros vecinos de la urbanización que al verles pensarían que a Clara, la que habían visto en la piscina, madre y esposa, se le había antojado probar otra polla esa noche. Sinceramente, siendo tarde, no sé si alguien les vio, cumplieron la prueba y nos saludaron con la mano en el paseo de regreso, ya que Maribel y yo seguíamos en la terraza observándoles en la distancia. Mientras nuestras parejas subían la escalera, nos quedamos un momento mirándonos a los ojos. Hacía mucho tiempo que no estaba solo con una mujer desnuda que no fuese mi mujer y en aquella mirada, sin pronunciar una sola palabra, nos dijimos muchas cosas. El ruído de la puerta rompió el momento y por ella aparecieron los otros dos riendo de puros nervios y maldiciéndome, sobretodo mi esposa, por la vergüenza que les había hecho pasar.
Quisimos comprobar que los niños seguían dormidos y sí, dormían profundamente, por lo que nos sentamos a jugar otra mano. Volvió a ganar Pedro y las dos mujeres perdieron la última piedra a la vez. Ya no se cortó, estaba tan caliente como lo estaba yo y les ordenó que nos dieran un baile sexy, Maribel a mi y Clara a él. Buscó en su teléfono la canción de nueve semanas y media y la dejó sonando. Las chicas ni rechistaron. Vi llegar a Maribel, situarse frente de mi y empezar a contonearse. Se movía, se acercaba mucho mas de lo que aconsejaba la prudencia, me ponía los pechos bien cerca de mis labios para retirarlos un instante antes de que mi boca tocara sus pezones, entonces se alejaba y se agachaba de espaldas a mi, dejándome ver bien la curva de sus nalgas y su húmeda vagina que desde detrás me parecía de lo mas apetecible. La hubiera tirado sobre el sofá y sin mas preludio me la habría follado, delante de mi mujer, delante de su marido. Mi mujer... ¿que si no pensaba en mi mujer? La veía bailar para otro a mi lado y sí, sí pensaba en ella. Quería que sintiera el mismo fuego, quería que follara con Pedro, quería que se le montara encima y tuviera un gran orgasmo. Me quedé con las ganas de saber si algo iba a pasar. En ese momento escuchamos los llantos de los niños que ya se habían despertado en la habitación adyacente. Azorados, calientes y con las mejillas sonrojadas tuvimos que dar por finalizada la noche para alimentar a nuestros hijos con el último biberón del día. Con los besos de rigor y la calentura en el cuerpo nos marchamos arrepentidos, no sé si por haber llegado demasiado lejos o por no habernos acercado a lo que queríamos que hubiera pasado.
Una vez llegamos al apartamento, me ocupé de darle el biberón al niño mientras ella le preparaba la cuna. Quedó dormido ipso facto, lo acosté y fui en busca de mi mujer... teníamos algo pendiente. Ella me esperaba en el sofá, con la luz apagada y se había calzado unos zapatos de tacón que sabe me ponen cardíaco. Desnuda, con sus largas piernas cruzadas en una elegante postura me indicaba con un dedo que me acercara para agarrarme con las dos manos el culo y llevarse mi polla a la boca. Solo fueron dos lengüetazos, creo que ninguno de los dos necesitaba de mayores preámbulos. Se puso de rodillas sobre el sofá, no necesitó decirme lo que quería y empezó a sentir como le penetraba el coño ¡Dios! ¡Mas que mojada estaba encharcada! Empezó a moverse como si fuese una actriz porno. A cada embestida un jadeo, cada vez que salía se contorsionaba como deseando que nunca saliese de allí dentro.- "¡Follame! ¡Follame¡".- me exigía en susurros. Cuando noté que estaba a punto de correrse ralenticé el ritmo, me acerqué a su oreja y le pregunté si se hubiera dejado folllar por Pedro esta noche. Ella intentó con movimientos de culo recuperar el ritmo que había yo había detenido un por momento y cuando volví a bombear su coño como si fuera el último polvo de nuestras vidas, se corrió como una perra gritando que solo quería mi polla, que obediente la llenó de leche.Quedamos en el sofá relajados, satisfechos y sonrientes. Le di un beso en los labios mientras le decía: "Te quiero mi mentirosa"