Inès, dulce recuerdo de juventud
La dependienta de la tienda de la esquina, que marcò un par de años de mi adolescencia. Dedicado a todas las mujeres venezolanas, con el mayor respeto.
UNOS RECUERDOS DE JUVENTUD . MUY AGRADABLES
Ahhhh hace un rato he recordado algo que supongo que la mayoria de los varones normalmente constituidos que lean este pequeño relato habran vivido . Una mujer en la calle me ha recordado las formas de uno de los iconos sexuales de mi temprana adolescencia. Imaginen una de esas pastelerias de barrio, que lo mismo tienen pan, leche, dulces o productos basicos de alimentaciòn, como embutidos o sopas de sobre. Un lugar al que un chaval de 12 o 13 años acude a menudo, sea a gastarse unos pocos duros en golosinas, a comprar el pan o corriendo justo antes de comer porque nuestra madre se ha olvidado, por ejemplo, las aceitunas para la ensalada. En mi barrio habìa varias de esas tiendas pero los chavales de mi cuadrilla siempre ibamos a la misma tienda.
Obviamente el motivo era una mujer.
La dueña de la tienda, una mujer ya mayor, tenìa problemas de salud, asi que habìa contratado a una chica joven, que la ayudaba, y muchos dias llevaba sola el negocio. Fue la primera mujer sudamericana que se cruzo en mi vida de Venezuela màs exactamente. Podria decir que era su exotico y suave acento lo que me cautivò, o su larga melena que siempre llevaba recogida en una cola de caballo, o la suavidad de sus facciones. Pero mentiria. Lo que me tenìa fascinado (junto a medio barrio), eran sus curvas Estamos hablando de aprox 1985 lejos ya de la prehistoria franquista, pero las mujeres aun no vestìan ni mucho menos como ahora. Si una joven de 20 años se vistiese hace 20 años como ahora, su padre le hubiese vuelto la cara del reves muy probablemente. Inès, se llamaba y se sigue llamando. No era ni mucho menos una fulana en el vestir, pero si que llevaba una ropa mucho màs ceñida de lo que se veìa por aquel entonces. Y creanme si les digo que merecia una señal de curvas peligrosas. Siempre vestìa pantalones ajustados, y tenìa unos blancos especialmente ceñidos que le marcaban las braguitas de un modo que yo no creia posible. Y hablar de su pecho hace que se me suban los colores a la cara aun ahora. No esa solo cuestion de tamaño, sino de cómo se notaban respingones y apetecibles, sanos, no siendo extraño que mostrase el inicio del canalillo. Y en dias calurosos a veces no empleaba sujetador.
Yo por aquel entonces era un timido sin remedio el mostrador de cristal contenia chucherias varias, y muchos jovencitos se deleitaban en pedirles en concreto esta o aquella, solo para que se inclinase a recogerla y poder gozar de una mejor perspectiva de su seno durante unos segundos. Y si la mercancia estaba en un estante alto, y tenìa que estirarse para alcanzarla que visiòn ofrecia. Pueden pensar que Inès era una ligera de cascos y bastante zorrona pero no era asì. Si alguien se propasaba se podìa llevar una buena reprimenda que lo dejaba bailando, y màs de uno se encontrò con un bofetòn ( nunca inmerecido ). Simplemente, era una persona alegre y vital, consciente de su belleza y que no la ocultaba. Con los años me di cuenta que la dueña del negocio debìa saber exactamente la impresiòn que iba a causar en el personal masculino del barrio, y que por eso mismo la puso tras el mostrador.
Obviamente, las mujeres murmuraban y le tenìan inquina. Referidos a ella escuchè los primeros epitetos racistas, nunca en su cara por supuesto. Pero no por ello dejaban de acudir al negocio, siempre fijandose en si algùn casado hablaba con ella mas allà de lo puramente imprescindible, para andar luego chismorreando. Màs de una esposa celosa debiò prohibir q su marido que fuese a esa tienda pero por cada cliente asi perdido se ganaba un buen puñado. Eso puedo jurarlo.
No creo que sea necesario detallarles las poluciones nocturnas que experimentè pensando en ella, imaginando sus formas ocultas, que un dia se dirigia a mì, que me convertìa en un hombre rico y ella se hacia mi novia lo habitual. Un dia incluso me peleè con un imbecil un año mayor que yo, que se vanagloriaba falsamente de que " la puta de la tienda le habia tocado el rabo". Me llevè una somanta de hostias, pero la opiniòn popular fue que yo habìa ganado es lo que ocurre si encajas a tu oponente un directo en el ojo, que aunque te haya molido los riñones y el estomago, el morado se le vè a èl. Ese dia fui Lanzarote, Tristan y Ivanhoe todo en uno je.
Inès tenìa novio, claro està, y a veces veìa como la esperaba por la tarde para llevarsela en moto, bien pegada a ella. Que envidia me daba, y a la vez aunque les parezca imposible me alegraba por ella porque se veìa que estaba enamorada de él, y la hacia feliz encontrarselo esperandola a la salida.
Asì, llegò el dia, yo tenìa entonces 14 recièn cumplidos, en que Inès dejò el trabajo le habìan ofrecido un puesto mejor, pero lejos, y se iba a vivir con su novio a otra parte de la ciudad. Horror. No tuve mucho tiempo para hacerme a la idea solo lo supe una semana antes de que se fuese. Y lo que ocurriò fue un paso màs en mi camino hacia la "adultez", signifique esa palabra lo que signifique. Faltaban dos dias para que se fuese, no habia nadie en la tienda, y mientras contaba las vueltas de la barra de pan que acababa de comprar, le dije muy respetuosamente que ella era la chica màs bonita que jamàs habia visto, y que estaba un poquito enamorado de ella, aunque sabia que era tonto y que le deseaba la mayor de las suertes. Supongo que Inès no se esperaba esas palabras de un mocoso gafotas, y se quedo unos segundos pensativa. No podìa ver en mi malicia, ni la habìa. Asì que me diò un besito en lo alto de la cocorota, diciendome que eran palabras muy bonitas, y que le habìan gustado mucho. Como recuerdo me diò una pequeña bisuteria, uno de los anillos que llevaba, y cambiaba a menudo. Entro una mujer entonces, y no la volvi a hablar nunca màs. Al dia siguiente la vì por ùltima vez en mi vida. Y aunque les pareca o imposible o una autentica imbecilidad les dire que
No mancillè el recuerdo de ese beso con manoseos nocturnos no me volvì a masturbar pensando en ella.
Aun conservo esa sortija de baratillo, en una cajita transparente junto a mis libros favoritos. Y han pasado casi 20 años.
Y asì, con el mayor de los respetos, dedico especialmente este relato a todas las mujeres venezolanas.