Inés (Atrapada en un chantaje sin retorno) IV
Alberto continua con el sometimiento de su chantajeada sumisa. Ella duda, pero prosigue tras la estela de su amo por temor a ser delatada ante su marido.
Quería dejarlo pero no podía. Quería seguir pero la razón e lo negaba. No era la primera vez que engañaba a su marido, ni era el primer hombre con el que gozaba, pero en esta ocasión todo era diferente. La sensación de sometimiento que sentía, la llevaba a atreverse a hacer cosas que nunca hubiese hecho en otras condiciones. Y seguía allí, sentada en su despacho, esperando la llamada de su amo para seguir cumpliendo sus órdenes. Lo deseaba y temía a la vez. Pero la excitaba.
El sonido del móvil la sacó de sus pensamientos. Lo buscó en su bolsillo y descolgó.
Sí- dijo con una voz expectante y temerosa.
Veo que has vuelto rápidamente a tu mesa. Quiero que sepas que has superado la prueba con buena nota, así que te mando otras tres fotos a tu e-mail. Son la recompensa a tu obediencia. Espero que el consolador siga en tu coño, ¿o no?
Si señor- contestó Inés ruborizándose-Sigo llevándolo clavado tal y como usted lo dejó.-
Pues quiero que siga ahí hasta que yo te lo saque. Quiero que sea ahora tu coño el que se vaya preparando para recibir mi polla. Solo después de que me lo folle te devolveré el disco de las fotos y serás de nuevo libre para follar con quién quieras. ¿Entendido?
Si señor, pero por favor le pido a mi amo que tenga discreción porque sino alguien de la oficina o mi marido podrían sospechar algo.
¡Obedece y calla, esclava! Haré lo que quiera, cuando y como quiera. Y ahora sigue trabajando y no te olvides que te observo continuamente desde mi ventana.
Alberto colgó el teléfono mientras continuaba mirando por el telescopio. Vio como Inés encendía el ordenador y abría su correo. Aparecieron las fotos en la pantalla y ella las borró casi sin mirarlas, mientras se ponía a trabajar.
Apenas eran las tres de la tarde. Alberto estaba comiendo cuando sonó el teléfono. Tardó varios tonos en darse cuenta que era el de su esclava Inés. Dudó en cogerlo pero por fin descolgó y se acercó el teléfono a la oreja.
-Perdón por la llamada, pero no puedo continuar con esta situación. Mi marido ha estado a punto de pillarme con el consolador en el coño. Cuando íbamos a comer se puso a acariciarme y casi lo toca. Tuve que esquivarlo como pude e ir al baño y quitármelo. Luego durante la comida tuve que ser yo la que lo tocase para que se le pasase el enfado. Tenemos que vernos y acabar con esto de una vez.
La voz de Inés sonaba alterada, casi al borde del llanto. Se le notaba angustiada y con su tono parecía implorar el perdón de su amo.
Muy bien,-contestó Alberto-, si tu quieres acabaremos con el juego. Solo necesito que me digas un día y una hora en que puedas librarte de tu marido y de tu trabajo. Lo demás corre de mi cuenta. Piensa que nuestra despedida no va a durar unos minutos como el encuentro de esta mañana. Necesitaras disponer de horas, puede que incluso de una noche entera. Arréglalo y llámame. ¡Ah!, por cierto. ¿Has vuelto a ponerte el consolador?
No señor, no me lo he puesto. Me da miedo que me pille mi marido con él.
Está bien, no te lo pongas, pero tu marido está a punto de recibir en su ordenador, unas preciosas fotos donde su mujer
¡No, por favor!, eso no lo haga o arruinará mi vida.- La voz de Inés resonó en el teléfono, cortando las palabras de Alberto y dejándole la frase a medias.
No soy yo quién lo decide. Recuerda que eres tú quién tiene la última palabra.
La voz de Alberto sonó autoritaria y cortante, dejándola sumida en un desasosiego que le impedía pensar. Cuando ella quiso contestar, él ya había colgado dejándola con la incertidumbre de lo que haría con las fotos. Volvió a llamarlo pero él no cogió el teléfono.
El pánico comenzaba a apoderarse de ella. No sabía que hacer para impedir que aquel chantajista la delatara ante su marido. Por fin, decidida a contactar con su amo, cogió el bolso, se aseguró de que el consolador seguía dentro y se encaminó hacia el despacho. Quería llegar pronto, incluso antes de que lo hicieran los empleados, para poder actuar sin ser molestada.
Cuando llegó comprobó que no había nadie y se fue a su despacho. Fue directa hacia su mesa, se sentó en la silla, la giró hacia la ventana que permanecía con la persiana subida y se subió la falda. Abrió exageradamente sus piernas y dejó a la vista de quién mirase desde las ventanas de enfrente, su sexo desnudo. Entonces abrió el bolso, sacó el consolador y volvió a metérselo en su coño. Cuando comenzó a hacerlo notó que se deslizaba con suma facilidad y sintió vergüenza de estar mojada y cachonda a pesar de la situación en que se encontraba.
Permaneció así un buen rato, con la esperanza de que su amo la viese y olvidase la idea de llamar a su marido. Cerró los ojos, evitando mirar hacia la ventana. La posibilidad de cruzar su mirada con la de alguien que la estuviese viendo, le hacía sentir pánico. Al cabo de unos minutos comenzó a sonar el móvil. Se abalanzó sobre él y contestó.
Su esclava pide disculpas y ruega a su amo que la perdone. Le prometo no volver a desobedecer sus ordenes, pero le suplico que no siga adelante con la idea de llamar a mi marido.-contestó Inés antes de que Alberto pudiera decir una sola palabra
Ya veo que has decidido volver a ser la esclava obediente que yo deseo. Me gusta tu manera de ofrecerte a mi vista a través de la ventana. Veo que el consolador vuelve a estar en su sitio y, la verdad, a tu coñito no parece molestarle. Al contrario. Yo diría que está cachondo. ¿Es así perra?
Si mi amo. Su esclava está dispuesta y cachonda.
Pues ahora escucha bien lo que voy a decirte. No pienso repetirlo ni una sola vez. Hoy a las ocho vas a ir al cine del centro comercial. Sacas una entrada para la sala cuatro, esperas a que se apaguen las luces y entras en la sala. Buscas una fila que esté vacía y te sientas al lado de la pared. Luego te limitaras a ver la película y a esperar que alguien aparezca y te folle. Quizás vaya yo o quizás mande a alguien en mi lugar. Eso aún tengo que decidirlo.
Inés se quedó aún unos instantes con el teléfono pegado a la oreja antes de guardarlo de nuevo en su bolso. Volvía a estar atrapada en aquel juego y mientras se giraba hacia su mesa echó una rápida mirada hacia la ventana donde suponía que estaba su amo chantajista.
Pasó la tarde trabajando y a las ocho en punto estaba a la puerta del cine. Sacó la entrada y entró. No había demasiada gente a aquella hora así que se asomó a la puerta de la sala y echó un vistazo adentro. Apenas media docena de espectadores esperaban la hora de comienzo de la película mientras comían su ración de palomitas. Esperó que se apagara la luz de la sala y entró. Lo hizo cuando la sala estaba ya sumida en la oscuridad. Buscó una hilera vacía y se sentó en la última butaca. Cuando ya hace unos minutos que ha empezado la película, siente que un hombre baja por el pasillo del cine, entra en su fila y se sienta a su lado. Ella espera tensa durante unos minutos hasta que por fin siente una mano que se posa en sus rodillas. Sin volverse hacia él, ella abre sus piernas y la mano comienza a acariciar sus muslos. La mano avanza rozando la piel cubierta por las medias hasta llegar a la liga. Luego se adelanta más y se desliza sobre la fina piel del interior de sus muslos. Inés se estremece y los dedos se encuentran con las primeras humedades que rebosan su sexo. La mano tira de la falda hacia arriba y toma posesión de su sexo. La palma de la mano cubre todo su sexo y empuja el consolador mas adentro de su coño desnudo. Inés comienza a sudar y desabotona su chaqueta dejando tan solo la fina tela del top cubriendo sus tetas. Su minifalda, ya no es mas que un cinturón enroscado en sus caderas cuando siente que una de las manos del desconocido avanza hacia sus pechos. Primero roza la punta erecta de uno de sus pezones y luego recorre el contorno de su escote con la yema de sus dedos antes de colarse bajo la tela y apoderarse de su teta. Inés sintió que se humedecía bajo las caricias de aquellas calidas manos y se dejó llevar por la situación cuando su "amo" abrió su cremallera y guió su mano hacia ella. Ella supo lo que él deseaba y obedeció su orden. Tomó la polla entre los dedos de su mano y jugueteó con ella mientras él tironeaba de sus pezones y masajeaba su clítoris. Inés cerró los ojos como queriendo protegerse de las miradas del resto de la gente y siguió adelante con la locura que la invadía. Cuando sintió la mano de su amo en su nuca, empujándola hacia abajo no dudo en dejarse arrastrar hasta que la polla se estrelló contra su boca. La abrió golosa y la engulló hasta su garganta. Él comenzó a moverle la cabeza con fuerza y ella a duras penas podía seguirle el ritmo sin atragantarse. Sintió que el glande se endurecía y crecía dentro de su boca hasta estallar inundándola de una corrida que ella no dudo en tragar intentando no manchar su ropa. Cuando su amo acabo de correrse retiró la polla de su boca y ella pudo incorporarse. El cerro su bragueta, le cogió las manos, se las llevó a la espalda y mientras las sujetaba con su mano derecha, con la izquierda abrió su bolso, sacó las esposas y se las colocó en sus muñecas. El ruido que hicieron al cerrarse se oyó en toda la sala. Ella contuvo la respiración mientras observaba si alguien hacia algún movimiento. Todo el mundo seguía en su sitio cuando notó que la mano de su amo se abría de nuevo paso bajo su falda, separaba los labios de su coño y se apoderaba de su clítoris. Primero masajeándolo con la yema de su dedo haciéndolo rotar sobre él. Luego, cuando ya estaba duro como un diamante, lo cogió entre sus dedos y lo estiró, apretó y pellizcó hasta llevarla al borde del orgasmo. Pero cuando ella ya creía que conseguiría tan preciado objetivo, él se detenía o tironeaba con fuerza de su pezón con la otra mano, o intensificaba la presión sobre su clítoris y el orgasmo se cortaba. Así estuvo un tiempo que se le antojó eterno, perdió la noción del tiempo en aquel ir y venir hasta que la música le hizo intuir el fin de la película. Los nervios por el temor a ser descubierta la distrajeron un instante y casi no se dio cuenta de que esta vez él no se detenía, no llamaba al dolor para frenar su orgasmo y cuando ella lo sintió llegar en oleadas ya no pudo detenerlo. Se corrió entre un sentimiento de placer y de temor a que las luces se encendiesen de un momento a otro. Luego todo fue de nuevo muy rápido. Sintió que las esposas se abrían y que él se levantaba y se iba un segundo antes de que las luces comenzaran a encenderse. Ella no hizo ademán alguno por seguirlo con su mirada. Estaba totalmente derrotada en su butaca y lo único que deseaba es pasar desapercibida mientras se recomponía y recuperaba la compostura de su vestuario. Permaneció sentada en su butaca hasta que salió el último de los espectadores antes de levantarse, abotonar su chaqueta, estirar su corta falda y salir de la sala. El aire fresco de la noche la devolvió a la realidad.
Caminó hasta su casa como flotando en una nube. No fue consciente de su situación hasta que se sumergió bajo el caliente chorro de la ducha nada mas llegar a su casa. Solo entonces fue consciente de que aún llevaba puesto el arnés que mantenía el consolador dentro de su coño. Se lo quitó y lo dejó caer al suelo antes de seguir duchándose. Intentó no pensar en nada y dejar que el agua lo borrase todo. Cuando se envolvió en el albornoz, recogió el arnés, lo secó, cogió de su bolso las esposas y todo junto, lo guardó en el fondo de uno de sus cajones. Allí estarían lejos del alcance de los ojos de su marido mientras ella decidía que hacer con aquella situación que la tenía superada.
Al día siguiente Inés daba vueltas en su habitación completamente vestida. Eran las nueve de la mañana y quería saber antes de salir de casa si el desconocido la llamaría. A las nueve y media el aparato comenzó a vibrar. Ella le había quitado el timbre para no levantar sospechas y ahora vibraba encima de la cama. Dudó un buen rato entre cogerlo o irse. Por fin lo cogió, abrió el cajón donde había guardado el consolador, lo arrojó al fondo antes de cerrarlo bruscamente, y salió de casa casi corriendo. No quería responder, y prefería irse para alejarse de la tentación de hacerlo. No le gustaba fingir ante todos de aquella manera. Pero aquel hombre estaba empezando a apoderarse de sus deseos y ella no podía continuar aquella relación tan extraña como comprometedora.
Mientras caminaba por la calle tuvo la sensación de que alguien la seguía. Aceleró instintivamente el paso. Había dudado bastante antes de decidirse por el conjunto verde pistacho que le sentaba tan bien. La falda corta dejaba entrever sus muslos tan solo cubiertos por la fina licra de sus medias. Además, la chaqueta que completaba el conjunto dejaba ver por su escote el comienzo de sus senos. Sentía la falda pegada a su culo casi como una segunda piel. "Seguro que con esta falda se me marca el culo" pensó mientras cruzaba de acera intentando alejarse de su perseguidor. Ahora se daba cuenta de que no había hecho la elección adecuada. Sin embargo la calle estaba llena de mujeres vestidas como ella, con sus muslos al aire, y ella no veía que la llevasen con ningún complejo.
La voz del desconocido que caminaba tras de ella la sacó de sus pensamientos.
"Parece que tiene prisa señora". Inés se detuvo y se giró bruscamente. Miró de arriba a abajo al hombre que le había hablado. Lo hizo fijamente, intentando buscar en él al hombre que la estaba sometiendo a sus caprichos. El desconocido también la miraba con fijeza. Su mirada se perdía en el generoso escote de su chaqueta y los ávidos ojos del mirón no se perdían ni una sola de las curvas de su cuerpo. Ella se dio cuenta de que aquel no era el hombre que la sometía y con una dura mirada frenó los ímpetus de aquel ligón matutino. Ella se giró y continuó su camino. Él, decepcionado, dio media vuelta y se perdió por la primera esquina.
Aquello no hizo más que devolverle la inquietud. El deseo que había adivinado en los ojos de aquel hombre le había devuelto la sensación de que todos sabían cual era su situación, de que todo el mundo podía ver que iba sin ropa interior y que cualquier deseo de aquel hombre sería inevitablemente cumplido por ella.