Inés (Atrapada en un chantaje sin retorno) III
Inés sigue fielmente las ordenes de su Amo que la somete mientras la chantajea. Ella está desconcertada por lo que sucede y él le abre un mundo de sensaciones diferentes.
Apenas eran las nueve de la mañana cuando Inés salió del baño recién duchada y se dirigió desnuda hacia el armario. Sacó la bolsa donde tenía guardados los paquetes de su amo, los extendió encima de la cama y luego cogió el teléfono. Pulsó el botón de llamada y esperó a oír la voz da su amo.
Veo que eres puntual a tu cita esclava. Puntual y obediente. Por lo menos eso espero. ¿Has cumplido todas mis órdenes?
La voz de Alberto sonó autoritaria y firme. A Inés no le quedaba ningún resquicio para dudar o para cuestionar las órdenes que recibía. Cuando escuchaba aquella voz por el teléfono le parecía lo más natural obedecer sin rechistar. Y así lo hizo.
Si señor. Todo está dispuesto tal y como usted me ordenó.
Muy bien. Ahora quiero que escuches atentamente cada una de mis órdenes y que las vayas cumpliendo sin demora. En primer lugar quiero que te pongas las medias negras y zapatos de tacón. ¡Hazlo ahora mismo!
Inés se agacho, abrió el cajón de la cómoda y cogió un par de medias con liga. Se sentó en la cama y comenzó a ponérselas. Plegó una en su mano, introdujo en ella la punta de su pie y cuidadosamente fue deslizando la media por su pierna hasta llegar a su muslo. Tensó bien la media pasando sus manos de abajo arriba presionando ligeramente la pierna y ajusto la liga tirando de ella hacia arriba. El suave tacto de la media despertó en ella las primeras sensaciones del día. Repitió la operación con la otra pierna y se levantó. Abrió la zapatera y sacó sus zapatos negros de tacón. Se los calzó rápidamente y volvió a colocarse de pie, con sus piernas juntas y los tobillos unidos mientras cogía de nuevo el teléfono.
Ya tengo las medias y los zapatos puestos. ¿Qué más ordena mi amo?
Ahora coge el siguiente paquete y ábrelo.
Alberto sintió el rasgar del papel a través del teléfono y supo que ella estaba cumpliendo sus órdenes. Pasaron unos segundos antes de que él volviese a oír la voz de Irene al otro lado de la línea.
Ya lo tengo en mis manos, señor.
Irene mientras hablaba no dejaba de observar el consolador que tenía en sus manos. Largo, pero no muy grueso. Parecía una salchicha de Frankfurt hecha de una silicona translucida, de un color verde agua y que en su parte posterior llevaba unas correas. Estaba intentando averiguar como debería ponérselo mientras esperaba instrucciones de su amo.
Amárrate la correa a tu cintura. Luego gírala hasta que quede el resto de la correa con el consolador colgando a tu espalda. Luego agáchate y coge la correa, pásatela entre tus piernas de atrás hacia delante y antes de tensarla metete el consolador en tu culo. Luego pasa cuidadosamente la correa por entre tus nalgas y hazla continuar abriendo los labios de tu coño. Luego pásala por entre la correa de tu cintura y tu piel y tensa. Amárrala asegurándote de que el consolador no podrá salirse de su sitio. Hazlo rápido que estaré esperando y se me acaba pronto la paciencia.
Inés fue siguiendo las ordenes tal y como las había recibido de su amo. Primero tuvo buen cuidado de ajustar con fuerza la correa a su cintura. La sintió oprimirle la carne pero no dudó en apretar el nudo. Luego cogió el consolador y se lo introdujo en el culo. Lo hizo sin dificultad. No era excesivamente grueso y estaba bien lubricado por una fina capa de vaselina. Luego tensó la correa y la sintió primero colarse entre sus nalgas y luego abrirse paso entre los labios de su sexo. La sintió apretar su clítoris y notó como los primeros jugos empezaban a fluir de su vagina. Aún dio un pequeño tirón antes de pasarla por debajo de la correa y amarrarla a su cintura. Al agacharse para coger de nuevo el teléfono de encima de la cama sintió en su sexo y en su culo los rigores del arnés que acababa de colocarse. Se incorporó de pies sobre la alfombra y contestó a su amo.
Sus ordenes ya han sido cumplidas, señor.
Espero que ese consolador esté bien clavado en tu culo. ¿O no?
Lo está señor. Lo siento ahí a cada movimiento que hago.
Ahora ponte una falda corta, una camiseta de licra que se ajuste bien a tus tetas y cúbrete con un blazier para que nadie sospeche que eres una esclava cachonda que va sin ropa interior y con el culo follado. Por supuesto que no deberás ponerte bragas ni sostén. ¿Entendido?
Si señor
Pues no se a que esperas. Estoy esperando y tengo poca paciencia. Tienes exactamente tres minutos para hacerlo.
Inés posó de nuevo el teléfono y abrió el armario. Dudo entre ponerse un traje sastre con minifalda en color crudo o combinar una falda negra con un blazier entallado de pana estampada en tonos granates y negros que le combinaba perfectamente. Era por la mañana y el traje le pareció demasiado serio, así que saco del armario la chaqueta y la falda y las puso sobre la cama. Luego buscó en el cajón del armario, sacó un top negro de licra y se lo puso. Se miró en espejo y vio que sus pezones eran evidentes a través de la fina tela que mas que ocultarlos los realzaba. De nuevo las dudas la asaltaban pero no tenía tiempo para cambiar de planes así que se puso la falda y la chaqueta rápidamente y volvió a coger el móvil.
Estoy lista señor.
No hace falta que me digas que es lo que llevas puesto. Yo mismo lo comprobaré en cuanto salgas a la calle. Estaré espiándote y espero que tu vestuario me sorprenda gratamente. Cuando yo acabe de hablar, quiero que cuelgues el teléfono. Luego acaba de peinarte y maquillarte y ponte una gargantilla de perlas con unos pendientes a juego. Me gustaría que fueran de colgante para ver como se bambolean cuando caminas. Si los tienes póntelos. Luego vete a la habitación y abre el paquete numero cuatro. Coge lo que hay en su interior, guárdalo en tu bolso y sal a la calle. Hoy irás a trabajar en metro. A esta hora va lleno de trabajadores de los comercios del centro y entre los apretujones es más fácil que puedas cumplir mis deseos. Quédate de pie, sin arrimar el culo a ninguna pared y si se te arrima algún hombre deja que se roce contigo. No intentes mirar y ver quién es. Cuando llegues a tu parada bájate sin volver la cabeza y dirígete hacia la oficina.
En cuanto dejó de oír su voz a través del auricular, colgó el teléfono. Fue hasta el baño, se retocó el pelo con el secador y el cepillo, se maquillo ligeramente eligiendo tonos suaves y volvió apresurada a su habitación. Cerró la puerta y cogió el paquete de encima de la cama. Rompió el papel de regalo con ansiedad y apareció una caja forrada de terciopelo negro. El paquete pesaba mas que los anteriores y le intrigaba .Lo sacudió antes de abrirlo pero no pudo adivinar su contenido. Abrió la caja y aparecieron ante ella unas esposas de acero, relucientes y amenazadoras. Al verlas aumento en ella la intriga que la consumía. No acertaba a imaginarse que uso querría darles su amo pero las metió en su bolso sin dudar. Abrió su joyero, buscó su gargantilla de perlas mientras se preguntaba porqué él sabía que tenía una. La cogió y se la puso mientras buscaba los pendientes de oro y perlas que le había regalado su marido a juego con la gargantilla. Acabó de colocárselos y se miró al espejo. Se encontró guapa. Más que guapa sexi. Estaba segura de que su aspecto satisfaría a su amo. Tenía las mejillas arreboladas y la mirada chispeante. Comenzaba a sentir la humedad en sus muslos y el miedo a lo que pudiese sucederle se mezclaba con la excitación que el juego le producía. Se sentía atrapada por el chantaje y por la propia marcha del juego. No sabía como pararlo ni tampoco si realmente ella quería pararlo.
Cogió su bolso, se colocó su pañuelo de seda anudado al cuello y tras un último vistazo al espejo para ver su aspecto abrió la puerta y salió a la escalera. Llamó el ascensor pero antes de que se abriese la puerta recordó que su amo le había prohibido usarlo. Comenzó a bajar la escalera y el consolador de su culo se encargó de recordarle el porqué de esa prohibición. Cada escalón que bajaba hacía que el consolador se moviese dentro de ella abriéndole el culo y haciéndola sentirse vulnerable. Por fin llegó al portal y salió a la calle. El aire fresco de la mañana pareció despejarla y darle nuevos ánimos. Respiró hondo y empezó a caminar dirigiéndose hacia la boca del metro más próxima. Mientras caminaba iba examinando a todos los hombres con los que se cruzaba. Unos le parecían demasiado jóvenes, otros viejos y los que a ella le parecía que podían dar el tipo, se cruzaban con ella sin hacer ningún gesto que los delatara. Avanzaba rápido, sin detenerse ni girar la cabeza para intentar descubrir a su chantajista y amo. No quería que él sospechase que lo buscaba detrás de cada hombre. Cada vez que alguien la miraba con fijeza ella apartaba la vista y se sentía intimidada. Temía que la gente se diese cuenta de cómo iba vestida debajo de su chaqueta y su falda. El temor a ser descubierta la ponía nerviosa y la posibilidad de encontrarse con alguien conocido la hacía ir cada vez más deprisa hacia la boca de metro. Por fin la vio al otro lado de la calle. Cruzó corriendo entre los coches y bajo apresuradamente la escalera. Mientras esperaba para sacar el billete notó que su corazón latía aceleradamente. Estaba acalorada y sentía que llevaba la ropa pegada a su piel. El sudor corría por su espalda y arroyaba en finas gotas por entre sus nalgas hasta juntarse en sus muslos con la humedad que salía de su sexo. El consolador del culo y la correa que lo sujetaba, estaban haciendo bien su trabajo y ella se sentía vulnerable y excitada. Cuando fue su turno pagó el billete y bajó al andén. Ella nunca cogía el metro y se sorprendió al ver la cantidad de gente que a esa hora se dirigía hacia el centro. Entre toda aquella multitud era imposible pensar en localizar a su amo. El ruido del metro al entrar en la estación sirvió de toque de llamada y todos se aproximaron a las puertas que ya comenzaban a abrirse. Dejó que subiesen los más apresurados con la esperanza de que luego podría subir mas tranquila. Se dio cuenta de que sus suposiciones eran equivocadas cuando vio que el vagón se llenaba y aún quedaba gente detrás de ella. Se apresuró a subir ayudada por los empujones que recibía de los que la seguían en su intento por alcanzar un hueco en el vagón. Milagrosamente entraron todos y el vagón arrancó. Al ponerse en movimiento notó que no estaba agarrada a ningún sitio y buscó donde cogerse. Estaba tan apretada entre los cuerpos de los viajeros que difícilmente podía llegar a caer. Por fin pudo sacar un brazo y agarrarse a una argolla que colgaba del techo. Para hacerlo tuvo que estirarse. No era demasiado alta y su posición quedaba un poco forzada. Fue entonces cuando reparó en que alguien estaba tocándole el culo. Primero notó una suave caricia en sus nalgas. Ella se quedó quieta, paralizada, sin saber que hacer. Entonces recordó las órdenes de su amo y decidió dejarse hacer. Ante la falta de respuesta, las caricias fueron haciéndose cada vez mas atrevidas. Ahora ya no se conformaba con manosear solamente sus nalgas. Notó que la mano comenzaba a buscar el ojete de su culo. Sintió que llegaba hasta él y descubría el consolador que en secreto la penetraba. Un empujón con el dedo y el consolador la penetró mas profundamente sin que ella se atraviese a moverse ni girarse. Mucho menos a protestar por miedo al escándalo y a que todo el mundo llegase a saber como iba vestida. Intentó mover un poco el culo y alejarlo de la mano que lo tocaba, pero la falta de espacio lo hacía imposible. La mano comenzó a subirle la falda y a los pocos segundos sintió que ya acariciaba su piel sin nada que se lo impidiese. El chirriar de los frenos del tren los avisó de que se aproximaba una parada. El no quitaba la mano de su culo y el tren ya casi se había detenido. Ella se aterrorizaba con la sola idea de ser descubierta. En el último momento sintió un pellizco en su culo y notó que la mano se retiraba. Bajó y subió gente en aquella parada, lo que aprovecho para modificar en lo que pudo su situación. Logró entrar un poco más en el vagón y acercarse a un asiento hasta poder agarrarse a él. Sin atreverse a girarse, tenía la sensación de que allí estaría más alejada de las manos de aquel hombre que la acosaba. Estaba casi segura de que se trataba de su amo, pero no podía saberlo con certeza y la posibilidad de que algún extraño le estuviese sobando el culo, sin mostrar ella su repulsa, la horrorizaba. Por fin el vagón reanudó su marcha y la gente se acomodó en su nueva posición. Ella intentaba mantener su culo alejado de los pasajeros que viajaban detrás de ella pero el poco sitio de que disponía no se lo permitía. De nuevo comenzaba a sentir que le tocaban el culo. Pero esta vez no era con la mano. Sintió algo duro arrimarse contra ella y no le cupo ninguna duda de que alguien estaba restregando su polla tiesa contra su culo. Se dejó hacer. La situación estaba empezando a excitarla y dejó que aquel extraño se rozase contra su culo sin oponer resistencia. Le daban ganas de colaborar, acompañando con sus movimientos, las embestidas que estaba recibiendo en su culo. Pero no se atrevía y se limitó a estarse quieta. A su alrededor nadie parecía darse cuenta de lo que sucedía y eso la tranquilizó mucho. Una nueva parada se aproximaba y de nuevo sintió como su culo se liberaba de la presencia de la polla que lo acometía. Todo el mundo parecía querer bajarse en esta parada y casi la arrastran hasta el andén. Pudo refugiarse en un rincón hasta que acabaron de bajar los que habían llegado a su destino y luego, antes de que entrasen los nuevos pasajeros, retomó posiciones. Vio que había quedado un asiento libre y no lo dudó. Se apresuró a sentarse antes de que nadie lo ocupase. Lo hizo de golpe, sin recordar lo que llevaba en el culo. Sintió hundirse de golpe el consolador en su culo y no pudo disimular un pequeño grito que ella intentó ahogar sin éxito. Su vecina de asiento levantó por un momento la vista del libro que leía pero un segundo después volvía a estar enfrascada en su lectura. Los demás parecían no haberse dado cuenta de nada. Por lo menos eso es lo que ella pensaba hasta que levantó la vista y vio como la miraba un hombre desde los asientos del otro lado del vagón. Su leve sonrisa al mirarla la intimidaba, le hacía pensar que había visto algo o que él era el hombre que la había estado acosando. Creyó ver en él a su amo pero tampoco se atrevía a hacer nada que diese a entender que él podía pedirle lo que quisiera y que ella obedecería sin rechistar. El castigo al que estaba siendo sometida estaba produciendo en ella los efectos deseados por su amo. Por una parte se sentía castigada mientras realizaba las labores cotidianas lo que la tenía en una tensión permanente además de la profunda vergüenza que sentía por verse obligada a mostrar sus partes mas intimas casi desnudas. Volvió a levantar la vista y vio que aquel hombre seguía con la vista clavada en ella. Estaba a punto de claudicar y abrir las piernas para que él pudiese ver su sexo desnudo cuando la megafonía del vagón anunció su parada. Se sintió liberada. Se levantó como un resorte y se acercó a la puerta. A los pocos segundos el tren paraba y ella salía veloz, sin volver la vista atrás, buscando la calle.
Cuando por fin alcanzó su despacho se sintió liberada. Allí se sentía a salvo de ojos indiscretos que la intimidasen, aunque sabía que no tardaría en oír la voz de su amo. Apenas habían transcurrido diez minutos desde su llegada cuando sonó el móvil. Lo sacó de su bolso y contestó.
¿Qué desea mi amo?
Quiero que sigas siendo la esclava cachonda que, a punto estuvo de enseñarle su chochito a un desconocido en el metro. Estabas preciosa, caliente y nerviosa mientras intentabas descubrirme entre los pasajeros. Yo no era el pasajero que te miraba sentado frente a ti. Estaba cerca, muy cerca, pero aquel pasajero no era yo.
¡Por favor! No me siga sometiendo a este juego o voy a volverme loca. ¿Qué habrá pensado de mí aquel hombre? Por poco no me muestro desnuda y sometida a un extraño. Sabía que estaba allí y creí reconocerle en aquel viajero. Por eso seguí el juego.
La próxima vez asegúrate mejor antes de tomar iniciativas por tu cuenta sin esperar las órdenes de tu amo. Y ya vale de charla. Ahora escúchame atentamente. Quiero que a las doce en punto salgas a tomar el café como todos los días. Pero no quiero que vayas a la cafetería de costumbre. dirígete al hotel Magenta. Entra en la cafetería y pídete un café. Luego dirígete a los servicios. Entra en el de caballeros y métete en la última cabina de water. Cierra la puerta pero no eches el pestillo. Colócate de pie, de espaldas a la puerta y con una pierna a cada lado del water. Luego colócate las esposas. Primero cierra una alrededor de tu muñeca derecha, después pasa la otra por detrás del tubo de la cisterna y luego ciérrala alrededor de tu otra muñeca. Antes de hacerlo acuérdate de dejar tu pañuelo de seda, desatado y colgando alrededor de tu cuello. Quedaras allí, amarrada, de espaldas a la puerta, esperando que tu amo entre y te folle como la esclava que eres. ¿Está todo claro?
Si señor-, contestó Inés sin atreverse a poner objeción alguna. Sintió como él colgaba el teléfono y los nervios volvieron a apoderarse de ella. Otra vez la angustia de pensar en ser descubierta por cualquiera y por otra parte el deseo de cumplir la orden de su amo como parte de aquel juego-chantaje que tanto la excitaba.
Esperó trabajando a que dieran las doce. Durante ese tiempo no pudo dejar de pensar en ello ni un instante. El consolador en su culo se encargaba de recordárselo a cada movimiento. Sentada se le clavaba hasta el fondo abriéndole el culo cada vez un poco más. Si caminaba se sentía extraña, sus movimientos se volvían cuidadosos para no hacerse daño pero a la vez el masaje la excitaba. Dieron las doce, se levantó de su mesa, cogió el bolso, sacó las esposas y las guardó en el bolsillo de su chaqueta junto con las llaves y la cartera. Volvió a posar su bolso en la silla pensando que iría mejor sin él. Podía ser un estorbo para su "aventura" y prefería ir con las manos libres. Se puso la chaqueta, retocó el carmín de sus labios y salió del despacho después de despedirse con un lacónico "hasta luego, me voy a tomar el café". Bajó las escaleras, salió a la calle y dirigió sus pasos hacia el hotel. No estaba muy lejos y en apenas cinco minutos de rápido caminar, vislumbró al final de la calle el letrero de "HOTEL MAGENTA". Al acercarse la puerta se abrió sola. Ella la sobrepasó con paso decidido, atravesó el hall y se dirigió a la cafetería. Al entrar echó un vistazo y vio que a aquella hora estaba casi vacía. Un grupo de seis turistas miraban un plano en una mesa, una pareja desayunaba tardíamente en otra y dos hombres apuraban sus cafés en la barra mientras hojeaban sus periódicos sin levantar la cabeza. Su entrada pasó desapercibida para todos excepto para el camarero que rápidamente se dirigió a ella para preguntarle que deseaba. Ella pidió un café con leche sin casi mirar para él en su afán de buscar a su amo entre los clientes. Mientras se lo traían se sentó en un taburete de la barra. Esta vez lo hizo con suavidad. En el metro ya aprendió lo molesto que podía resultar hacerlo de golpe. Apuró dos sorbos de su café y preguntó al camarero por los servicios.
"Al fondo del pasillo, junto a los ascensores" le contestó el camarero como un autómata. Se dirigió hacia allí con el corazón latiéndole a mil por hora y sudando. Iba como en una nube que no la dejaba pensar con claridad. Al llegar, abrió una puerta que ponía servicios y entró en un pequeño pasillo calidamente iluminado al que daban las puertas del servicio de señoras y, más al fondo, el de caballeros. Sobrepasó la primera puerta y empujó la segunda. Lo hizo poco a poco, intentando ver si dentro había alguien. Vio que estaba la luz apagada y se tranquilizó. Entró rápidamente, encendió la luz y se introdujo en la cabina del fondo tal y como le había ordenado su amo. Cerró la puerta tras de sí y sacó las esposas de su bolsillo. Las posó encima de la tapa del water y se dispuso a seguir las órdenes recibidas de su amo. Se colocó de cara a la pared del fondo, abrió sus piernas y colocó sus pies uno a cada lado del water. Para hacerlo tuvo que subirse la falda ya que sino no podía abrirlas lo suficiente. Luego se desató el pañuelo y lo dejó colgando de su cuello, cogió las esposas y cerró una alrededor de su muñeca derecha, pasó la otra por detrás del tubo que salía de la pared y rodeó con ella su otra muñeca. Sintió el chasquido que hacían al cerrarse a la vez que notaba el frío del acero contra su piel sudada. Solo entonces se dio cuenta de que no tenía las llaves de las esposas. Se las había cerrado y ahora estaba a merced de que aquel desconocido apareciese para someterla o de lo contrario aquello sería imposible de explicar a cualquiera que entrase en el servicio. Así estuvo unos minutos que se le hicieron eternos. Comenzaba a forcejear tirando de las esposas y a ponerse histérica pensando que él ya no vendría, cuando sintió abrirse la puerta exterior de los servicios. Se quedó tensa e inmóvil, esperando reconocer algún sonido tranquilizador, cuando sintió abrirse la puerta a sus espaldas. Cerró los ojos y agachó la cabeza, esperando ansiosa la reacción de quién hubiese entrado. Sintió cerrarse la puerta y el ruido del pestillo contra el tope metálico. Ni una palabra, ni un solo ruido delataba que allí hubiese entrado nadie. Pero ella sabía que él estaba allí. Algo le decía que era su amo y que estaba allí para seguir con su sometimiento.
Alberto se situó tras de ella sin tocarla, procurando observarla en el mas absoluto de los silencios. Estuvo así un buen rato recreándose en la visión que ella le ofrecía. De pie, inclinada hacia delante, con las manos encadenadas al tubo de la cisterna y con las dos manos apoyadas en los azulejos de la pared, la visión que se le ofrecía de su cuerpo era demoledora. El culo completamente sacado y ofrecido, las piernas abiertas, el sexo que él sabía desnudo, las tetas pugnando por salirse por el escote de la camiseta y su actitud de espera sumisa. Todo ello acabo por provocarle una erección que amenazaba con romper los botones de la bragueta de su pantalón.
Primero acarició su pelo. Lo hizo con las dos manos a la vez, dibujando suavemente el contorno de su cabeza hasta alcanzar el cuello. Ella tuvo un respigo al sentir por primera vez el contacto de sus manos. Contuvo su respiración entrecortada y esperó. Él cogió el pañuelo de su cuello y le vendó los ojos con él. Se aseguró de que estaba bien colocado y siguió el recorrido alrededor del cuello jugueteando brevemente con las perlas de la gargantilla antes de seguir recorrido hasta sus hombros, para luego deslizarse por sus brazos hasta las esposas. Las acarició cerciorándose de que estaban bien cerradas y volvió paseando las yemas de sus dedos por el interior de sus brazos hasta llegar, después de pasar por sus axilas, hasta los pechos. Primero fue un leve roce en el pezón. Luego las manos abiertas tomaron posesión de las tetas en todo su volumen, masajeándolas unos instantes tan solo, antes de proseguir viaje hacía sus caderas. Ella comenzaba a estar irresistiblemente excitada y los jadeos ya no podía sofocarlos en su totalidad.
¡Silencio esclava, o tendré que amordazarte!
Fue la primera vez que ella oyó la voz de su amo sin teléfono por medio. Le sonó autoritaria pero dulce. Ella asintió con la cabeza mientras él continuaba bajando sus manos. Deslizo la derecha hacia el sexo de su esclava y la izquierda buscó el culo, dibujando con la palma de su mano la curva de sus nalgas antes de buscar brevemente su ano. Al pasar la mano por encima dio un empujón al consolador y ella no pudo sofocar un gemido. Un azote restalló en su culo casi en ese mismo instante provocándole una quemazón en la nalga que comenzaba a ponerse roja.
¡Dije que silencio! Como vuelva a repetirse me voy y te dejo ahí amarrada durante diez minutos, a ver si viene alguien y te folla sin tantos miramientos.
¡No, por favor! Seré la mas obediente de sus esclavas, pero no haga eso.- La voz de Inés sonó suplicante antes de sumirse en un nuevo silencio roto por el estallido de un nuevo azote antes de continuar el recorrido. Ahora sus manos cayeron por las piernas. Primero por encima de la falda y luego acariciando las medias hasta llegar a los tobillos. Le agarró los dos con fuerza y tiró de ellos hacia afuera, separándole las piernas mucho más de lo que las tenía y casi haciéndola caer. Por un momento quedó suspendida de las esposas, antes de recuperar el equilibrio en la nueva posición. Él abandonó los tobillos y comenzó a ascender sus manos por las piernas. Metió las manos por debajo de la falda y se detuvo al llegar a las ligas. Durante un buen rato estuvo jugueteando con el tacto de las medias y de la piel. Le encantaba tocar unas piernas enfundadas en unas finas medias de lycra, y deslizar sus manos mas allá de la liga, insinuándose al ya cercano sexo.
Alberto se puso de pie antes de continuar acariciando a su esclava. Lo hizo lentamente mientras deslizaba sus manos desde las piernas de Inés, hasta la correa que sujetaba el consolador ensartado en su culo. Desató el nudo que las cerraba a la espalda y tiró de ellas hacia abajo. El consolador salió rápidamente del culo y casi sin dejarle tiempo para que acabase de salir, lo cogió con su mano y lo dirigió a la entrada del coño de su esclava. Un leve empujón lo devolvió al interior de Inés aunque ahora lo hacía por distinto agujero. Ella ahogó un suspiro cuando notó que el consolador la penetraba en su vagina y se llenó de temor cuando oyó el sonido de la cremallera del pantalón de su amo al abrirse. Entonces supo que iba a sodomizarla y eso la atemorizó. No sabía como sería de grande la polla de su amo y su culo nunca había sido penetrado.
Alberto cogió su polla con la mano, la ajustó al culo de Inés, y comenzó a empujar con firmeza. Notó como el agujero se abría con facilidad y la polla penetraba deslizándose hasta el fondo del culo. Ella respiraba agitadamente, intentando no ser oída por nadie pero apenas podía sofocar los jadeos. Mientras, Alberto, aumentó el ritmo de su s movimientos mientras comenzaba a deslizar su dedo índice por el sexo de Inés, abriéndole los labios y martirizando su inflamado clítoris. Ella notó que le llegaba el orgasmo y comenzó a acompañar los movimientos de su amo hasta conseguir tragarse en su culo toda la polla. Entonces se corrió. Lo hizo intensamente y en silencio. Sintió que se le contraía el culo y que luego estallaba en espasmos acompañando los latidos de su vagina. Con la picha comprimida por los espasmos del ano, Alberto se corrió como no recordaba haberlo hecho en su vida, hasta caer apoyado contra su espalda. Luego recompuso su vestuario mientras Inés seguía apoyada contra la pared en absoluto silencio. Cuando acabó de vestirse, volvió a ajustar las correas del consolador a la cintura de Inés, dejando el consolador en su coño, soltó las esposas que la sujetaban a la pared y se fue sin dirigirle la palabra.
Cuando sintió la puerta cerrarse, Inés volvió a tomar conciencia de su situación. Rápidamente se incorporó, se giró y cerró la puerta con pestillo. Se sentó en la taza del water y esperó un rato antes de volver a moverse. Estaba aturdida por todo lo sucedido y tardó en recuperar las fuerzas para vestirse y salir a la cafetería. Lo hizo después de unos minutos en los que intentó recuperar su mejor aspecto ante el espejo de los lavabos y para su tranquilidad cuando entró de nuevo en la cafetería no había nadie. Apuró su café, ya frío, pagó y se fue.
Cuando volvió a entrar en la oficina, lo hizo rápidamente. Todavía estaba aturdida por lo sucedido y buscó la soledad de su despacho para sosegarse y recuperar el control de la situación que por momentos parecía escapársele. Lo que había comenzado como un vulgar chantaje, poco a poco iba envolviéndola en una situación nueva para ella que no sabía muy bien como calificar.
El peligroso juego en el que estaba envuelta la excitaba y le daba miedo en la misma medida. El temor a ser descubierta pesaba hacia un lado y la misteriosa presencia de su chantajista hacia el otro, equilibraban la balanza, dejándola en una duda permanente.