Inés (Atrapada en un chantaje sin retorno) II

Una misteriosa llamada telefonica le descubre a Inés que está atrapada. Decide someterse al juego impuesto por su voyeur y se somete a todos sus deseos.

Inés (atrapada en un chantaje sin retorno) capitulo II

Era ya casi la una del mediodía cuando Inés se dio cuenta de que aún no había abierto el correo electrónico del día. El trabajo la había tenido absorbida de tal manera que hasta esa hora no se percató de ello. Se giró hacia su ordenador, introdujo Outlook, tecleo su clave de acceso y se dispuso a leerlo. No había muchos mensajes en la bandeja de entrada. Hoy la basura no cubría toda la pantalla, así que fue mirándolos rápidamente y descartando los que no le interesaban. Llamó su atención uno que ponía: "Fotos para Inés". No sabía que podía tratarse pero la curiosidad la llevó a abrirlo. En la pantalla apareció ella, recostada sobre su mesa, desnuda y con un hombre dándole por el culo. Sintió que le daba un vuelco su corazón. Se le aceleró el pulso y comenzaron a temblarle las piernas. Después de unos instantes de duda, siguió avanzando en el mensaje y vio que había más fotos. En la siguiente ella estaba tumbada encima de la mesa mientras una lengua jugaba con su coño y unos dedos entraban en sus agujeros. No quiso seguir mirándolas. Pincho en Conta y de nuevo aparecieron las cuentas de clientes en su pantalla. Se quedo petrificada, con la mirada perdida en la pantalla sin ver nada. Estuvo así un buen rato, intentando pensar como y quién podía haber hecho aquello. De pronto se iluminó su mente y giró bruscamente en la silla. Miró por la ventana intentando descubrir desde donde le habían podido hacer aquellas fotos que podían destrozarle la vida. Sin duda ella había sido una imprudente llevando allí a aquel chico sin tomar precauciones de no ser vistos. Estaba intentando poner su cabeza en orden cuando sonó el teléfono. Descolgó casi como una autómata y antes de que contestara oyó una voz que le hablaba.

Veo que ya has recibido mi mensaje. Espero que te haya gustado tanto como a mí el hacerlo.

¿Quién es Usted? ¿Qué es lo que quiere de mí?

Tan solo que me escuches un rato sin colgar. Si lo haces puede ser pernicioso para ti. Puedo aburrirme y mandarle las fotos a tu marido. Creo que le iban a poner muy cachondo. ¿No crees?

No haga eso. ¡Por favor! Dígame que es lo que quiere pero no deje que se entere mi marido.

Está bien. Estoy dispuesto a devolverte las fotos, pero con algunas condiciones.

De acuerdo.

Escucha. Primero gira tu silla hacia la ventana. Como te habrás supuesto estoy viéndote desde la mía. No intentes saber desde cual o me enfadaré y romperé mi compromiso. Un poco más. Así está bien. Ahora puedo verte perfectamente. Quiero que a partir de ahora obedezcas todos mis deseos. Cada deseo que cumplas te mandaré una foto y la borraré de mi archivo. Será mi regalo por ser obediente. Si no lo haces estarás más cerca de conseguir que tu marido se entere y quizás entonces pierdas a la vez el marido y el empleo.

¡No, por favor, eso no! Haré todo lo que me ordene.

Veo que hoy vas de pantalones. Quiero que esta tarde vengas de falda y que nunca más vuelvas a ponerte pantalones a no ser que yo te lo ordene. Además deberás usar siempre medias con liga o liguero. Jamás pantys. Quiero que los destierres de tu armario. ¿Entendido?

Si señor.

Muy bien. Veo que aprendes rápido. Quiero que te dirijas a mí como tu señor. Quiero que sientas que en los próximos días yo seré tu dueño. ¿De acuerdo?

Si señor. Yo obedeceré todas sus órdenes pero le ruego la máxima discreción, no vaya a sospechar algo mi marido.

Ahora quiero que cuelgues el teléfono, te pongas de pie, te agaches hacia delante y te des dos palmadas en el culo. Luego sigues con tu trabajo y no te olvides de las órdenes para esta tarde. Cuando estés ahí sentada volverás a recibir mis órdenes.

Inés sintió como colgaban el teléfono. Se levantó de la silla, se inclinó sobre la mesa y con el culo puesto hacia la ventana se dio dos azotes. Sintió que el calor le llegaba a la vez a su culo y a su cara. Se sintió acalorada e incomoda. Estaba todavía aturdida por la situación creada y no sabía que hacer.

Alberto contemplaba a través de su visor, como se iban cumpliendo sus planes. Le pareció oír restallar los azotes cuando ella se dio los nalgazos en el culo. Ni en sus mejores sueños se había imaginado nunca nada semejante. Era su oportunidad y no pensaba desaprovecharla. Vio como ella intentaba recomponer su figura y retomar su trabajo. Dejó su observatorio y se fue de nuevo al ordenador a seguir adelante con su plan.

A las cuatro en punto ya estaba Alberto en su posición espiando las ventanas de la notaría. No tardó mucho en ver como se abría la puerta y entraba el Notario acompañado de su mujer. Se alegró al comprobar que ella llevaba puesta una falda larga, de amplio vuelo, que le llegaba hasta las botas altas que calzaba. No se le veían las piernas, pero algo le decía que llevaba puestas las medias tal y como el le había ordenado.

Vio como ella acompañaba a su marido hasta su despacho, que estaba al otro lado del pasillo y daba a la calle. A los pocos minutos Inés salió y con paso firme y apresurado se dirigió rápidamente a su despacho, se quitó la chaqueta que llevaba puesta, la colgó en el perchero de la pared y se sentó en su mesa. Al ir a sentarse miró de reojo hacia la ventana sin atreverse a hacerlo claramente por temor a incomodar a su amo.

Apenas había comenzado a trabajar, cuando sonó el teléfono. Sabía que era él y dudo unos instantes antes de descolgar.

Veo que mi esclava ha cumplido mis deseos y se ha puesto una falda. Ahora quiero saber si también ha cumplido la otra parte de mis órdenes, así que gira tu silla y ponla mirando hacia la ventana. Luego ponte de pie y súbete la falda. A continuación vuelve a sentarte con tu culo directamente sobre el cuero del asiento y abre bien tus piernas. Quiero ver tus medias y tus bragas.- La voz de Alberto sonó autoritaria y ella sintió que se le disipaban todas las dudas que la atenazaban desde esa mañana. Al oírla no pudo más que obedecer y someterse a sus deseos.

Si señor, como usted ordene- contestó Inés mientras giraba su silla hasta quedar de frente a la ventana. Se puso en pie, tiró lentamente de su falda hacia arriba hasta quedar con sus piernas y su culo al aire. Luego se sentó en la silla. Al sentir el frío cuero sobre su piel sintió un respigo e hizo un gesto de desagrado. Cogió de nuevo el teléfono y esperó nuevas órdenes de su amo.

Abre mas tus piernas que no veo bien tus bragas- le ordenó Alberto.

Ella obedeció en el acto. Abrió sus piernas hasta colocar sus dos tobillos por la parte exterior de las patas de la silla. En esa postura sus rodillas se forzaron hacia fuera y su coño se hizo evidente contra la fina seda de las bragas.

¿Así está bien?, mi señor.

Muy bien. Parece que desde aquí puedo ver la humedad en tus bragas. ¿Te estás poniendo cachonda?

El silencio al otro lado de la línea le dio a entender que ella estaba entrando plenamente en el juego. Eso le animó a seguir con mayor osadía.

¡Contesta!, o de lo contrario me veré obligado a castigarte.

Sí, mi amo.

Metete tus bragas por dentro de tu coño y por la raja de tu culo. Luego súbetelas con fuerza hacia arriba. Quiero que queden incrustadas en tu coño, que las sientas apretadas y que cada vez que te muevas se rocen contra él. Obedece rápido.

Desde su ventana pudo ver como Inés estiraba cuidadosamente las perneras, dejaba las bragas convertidas en una tira y se las metía en su raja. Luego intuyó que hacía lo mismo por detrás, introduciéndola entre sus nalgas. Dio un fuerte tirón del elástico de sus bragas y estas desaparecieron entre sus labios. Entonces pudo ver la pelambrera morena de su coño, con una fina tira blanca que la partía en dos. Ella recuperó el teléfono que había posado encima de la mesa y se dispuso a hablarle.

Su orden ha sido cumplida, señor.

Ahora vas a juntar tus manos por detrás del respaldo de la silla. Hazlo como si estuvieses amarrada por tus muñecas. Quédate así quieta, en la misma postura que estas, durante cinco minutos. Luego continúa tu trabajo. Quiero que dejes así tus bragas, no te las toques. Luego a las seis bajarás a tomarte un café como todos los días. Baja primero al garaje y debajo de tu coche encontraras un paquete. Lévatelo a la cafetería donde vas siempre y ábrelo. Dentro habrá una nota para ti. Léela y obedece todo lo que allí te ordeno. Luego vuelve a tu despacho y espera mi llamada. Como prueba de mi buena voluntad ahí te envió otra foto de mi reportaje. Guárdala o bórrala, eso es cosa tuya. Yo cumplo con mi parte y la borro de mi archivo. Aún me quedan dieciocho más.

No le dio tiempo a contestar. Cuando sonó su última palabra el tono del teléfono le indicó que ya había colgado. Se apresuró a obedecer sus órdenes. Posó el teléfono, echó sus brazos hacia atrás y se asió fuertemente por las muñecas. Sintió sus hombros echarse hacia atrás y tensarse. Forzó la postura, deslizó su culo hacia el borde de la silla y cerro los ojos. Dejó que pasasen los minutos sin atreverse a cambiar de postura. Los minutos se le pasaron mientras daba vueltas en su cabeza a las últimas palabras que su amo le había dicho. Estaba atemorizada por lo que pudiese hacer aquel desconocido, pero a la vez estaba tremendamente excitada por las órdenes de su amo.

Cuando volvió a abrir los ojos ya habían pasado más de diez minutos. Recompuso rápidamente la situación en su mesa y se dispuso a apurar su trabajo hasta la hora del café. Luego no acertaba a imaginarse que era lo que pretendía su amo.

Le dieron las seis casi sin enterarse. Cuando se puso en pié para salir a tomar el café, sus bragas le recordaron en el coño que tenía que acudir primero al garaje. Se puso la chaqueta, salió de su despacho despidiéndose con un sucinto "Hasta luego", y se dirigió al ascensor. Bajó al garaje, fue hacia su coche, se agachó y vio una bolsa pegada a la rueda. La cogió y miró dentro. Vio cuatro pequeños paquetes y un sobre. Volvió a cerrarla y se dirigió rápidamente a la cafetería. Al entrar saludó al camarero pero, en contra de su costumbre, no se sentó en la barra. Lo hizo en una mesa casi al fondo del local. No quería nadie cerca mientras comprobaba que es lo que había en la bolsa. Esperó que le sirvieran el café y en cuanto el camarero se alejo unos pasos, sacó el sobre de la bolsa y lo abrió.

Vio que dentro había una carta y comenzó a leerla.

"Abriendo esta carta has dado un paso mas en tu conversión en mi esclava y hacia tu liberación. Sigue obedeciendo y cada vez estará mas cerca el momento en que yo desaparezca de tu vida.

Primero debes saber que una esclava jamás usa bragas. A partir de ahora iras siempre sin ellas. Llevaras un tanga en tu bolso por si te fuera preciso usarlo. Solo te lo podrás poner si yo te lo ordeno. En cualquier otro caso tendrás que pedirme permiso para ponértelo.

Como habrás podido ver, en la bolsa hay cuatro paquetes. Están numerados del uno al cuatro. Deberás abrirlos cuando yo te lo ordene. Son míos y tu solo eres su depositaria. Si los abres sin mi consentimiento serás severamente castigada por ello. Ahora quiero que abras el numero uno. Dentro hay un teléfono móvil. A partir de ahora solamente nos comunicaremos a través de él. Llévalo siempre encima y espera mis llamadas. Solo podrás llamarme si yo te lo he ordenado antes.

Luego abre el numero dos. Hazlo, coge lo que hay dentro y vete al baño. Quítate las bragas y colócatelo. Guarda las bragas en tu bolso y sal del servicio. Paga y vete a hacer todos los recados que saliste a hacer. Luego vuelve a la oficina y espera mi llamada. Quiero que cruces las calles corriendo para que todo el mundo vea moverse tu culo y tus tetas. Si hay escaleras también las subirás y bajarás corriendo. No intentes engañarme porque estaré vigilándote desde todas partes. No sabes quien soy ni cual es mi aspecto. No intentes reconocerme entre la gente pero no dudes que estaré allí".

Acabó de leer la carta, la dobló cuidadosamente y la volvió a meter en el sobre. Luego abrió el paquete numero uno. Cogió el teléfono, le echó un rápido vistazo y lo guardó en su bolso. Le intrigaba saber que era lo que había en los otros paquetes, así que se apresuró a abrir el numero dos. Fue quitando el papel de regalo que lo cubría hasta que apareció ante sus ojos una pequeña caja cilíndrica, de acero, sin letrero alguno que delatase lo que contenía en su interior. La abrió y salió de su interior un hermoso juego de bolas chinas. Había visto algunas en los anuncios de los sex-shops que ponen algunas revistas, pero nunca había visto unas. Eran de un color rojo sangre, del tamaño de unas pelotas de ping-pong y al moverlas en su mano notó que en su interior llevaban otras bolas más pequeñas y que al moverlas producían una vibración en su mano. Se apresuró a guardarlas en la bolsa. Miró a su alrededor pero nadie parecía haberse dado cuenta de nada. Cogió la bolsa y se fue directamente al servicio. Entró y cerró la puerta. Se quitó las bragas y las guardó en su bolso. Sacó las bolas de la bolsa y las miró con más detenimiento. A primera vista le parecieron muy grandes y dudó que pudiera metérselas en su coño. Se abrió de piernas, apretó las bolas en su mano, se las llevó a su entrepierna y empujo la primera contra la puerta de su vagina. Con sorprendente facilidad notó como la primera de las bolas se deslizaba en el interior de su coño. Sin duda los jugos que la inundaban habían facilitado la maniobra. De un rápido empujón se introdujo la segunda bola hasta adentro. Observó que solo quedaba asomando una pequeña cinta para facilitar la extracción de las bolas. Intentó tranquilizarse y recomponer la figura antes de salir del baño. Salió del water, se miró en el espejo del lavabo, se retoco los labios con la barra que siempre llevaba en su bolso y salió al bar. Al empezar a caminar también empezó a notar la presencia de las bolas. A cada paso que daba, una suave vibración llegaba desde su vagina hasta su clítoris provocándole una turbación y una inquietud que le hacían temer que todo el mundo a su alrededor se diera cuenta de que iba sin bragas, con unas bolas en su coño y con sus muslos húmedos de los jugos que fluían de su coño. Empezaba a estar terriblemente cachonda.

Salió a la acera y se dirigió hacia el supermercado para hacer unas compras que necesitaba para la cena. Disimuladamente intentaba ver detrás de cada peatón al hombre que la estaba chantajeando y que la estaba poniendo cachonda, hasta el punto de sentirse completamente a su merced. Llegó al cruce y esperó el semáforo verde. De pronto recordó que debía cruzar corriendo. Para disimular lo hizo con el semáforo aún en rojo, aprovechando un hueco entre los coches. Cuando lo hizo, entendió el porqué de aquella orden. Al hacerlo se multiplicaba el efecto de las bolas. Al llegar al bordillo de la otra acera tuvo que morderse el labio inferior para disimular su jadeo. Mientras entraba en el supermercado notó que el corazón le latía con fuerza. La breve carrera y la excitación eran los culpables.

Mientras compraba se sentía observada. Tenía la impresión de que todos los hombres la observaban. Se cruzó varias veces con el mismo hombre y estuvo a punto de dirigirse a él, pero en el último momento le faltó valor para hacerlo. Apuro la compra, se dirigió a la caja y pagó. Volvió a la oficina sin entretenerse en ningún otro sitio. Tenía prisa por oír la voz de su amo y sabía que no la oiría mientras no estuviera a solas en su despacho.

Llegó al portal, abrió la puerta y subió por la escalera. Al hacerlo el efecto de las bolas fue demoledor. Se sentía llegar al orgasmo mientras notaba que la humedad de su coño corría por sus muslos. Entró en la oficina y se dirigió inmediatamente a su despacho. Se sentó en su mesa e intentó continuar con su trabajo. Le resultaba imposible hacerlo con un mínimo de atención. Estaba caliente y sumamente excitada por toda aquella situación. Esperaba la llamada del teléfono pero el móvil no sonaba. Sus manos se dirigieron inevitablemente hacia su entrepierna. Primero posó sus manos sobre sus rodillas. Luego fue deslizándolas lentamente hacia su coño. Apenas había iniciado la subida por sus muslos cuando se encontró las primeras humedades que habían rebasado ampliamente los rizados pelos de su coño. Abrió más las piernas y apretó con sus dos manos, los labios de su coño. Deslizó su dedo corazón, a lo largo de su raja y tropezó con el duro botón de su clítoris que sobresalía erguido por entre los labios. Al tocarlo estuvo a punto de correrse. Demoró unos instantes el volver a tocarlo para retrasar el orgasmo que sentía muy cercano. Con su mano derecha cogió la cinta de las bolas y tiró de ella. Cuando sintió que la primera de las bolas empezaba a salir de su agujero, volvió a empujarla para adentro con su dedo corazón. Repitió el movimiento con excitante lentitud. Lo hizo una y otra vez mientras con la otra mano se acariciaba sin pausa el clítoris. Sintió que le llegaba el orgasmo. Fue como un estallido de todos los sentidos. Tuvo que contenerse para no gritar. Su coño se contraía con fuerza contra las bolas y luego se soltaba de golpe produciéndole un placer que la derrumbó sobre su silla. Se quedó unos instantes desmadejada, recuperando fuerzas, para luego recomponer su figura con premura por temor a que alguien hubiera oído algo y apareciera por la puerta. No había acabado de colocarse cuando sonó el móvil. Tardó dos tonos en darse cuenta que era el teléfono que le había regalado su amo. Lo buscó apresuradamente en su bolso y descolgó. No se atrevió a contestar y esperó a oír la voz desde el otro lado de la línea.

Veo que te lo pasas muy bien tu sola. El espectáculo ha sido de primera. Espero que los demás vecinos no se hallan asomado a tender la ropa, porque la visión de tu paja ha sido perfecta.

Inés se giró hacia la ventana y vio que la cortina estaba completamente abierta. Hasta ese momento no había sido consciente de que estaba a la vista del vecindario. Sintió que se ruborizaba y amagó levantarse para cerrar la cortina, cuando la orden de su amo la dejó clavada en su silla.

¡No te muevas de la silla! Tú has comenzado el espectáculo, y ahora debe continuar.

Como usted ordene, señor.- contestó Inés, recuperando su posición en la silla.

He visto como has cumplido todas mis órdenes. Estuve espiándote en el bar y en la calle. Estuviste adorable. Cada vez me gusta más ese culo de zorra que se mueve debajo de esa falda. Por dos veces estuve a punto de darte un azote mientras pasabas a mi lado. Pero eso queda para otro momento. Por ahora deberás seguir con tu aprendizaje de esclava. Para ello deberás cumplir nuevas normas. Escucha con atención y obedece mis órdenes.

Mañana por la mañana, cuando entres en tu habitación para vestirte para ir a trabajar, quiero que me llames por teléfono. Cuando me llames estarás desnuda, de pie en la alfombra y con todos mis regalos encima de tu cama. Para poder obedecer mis órdenes esperaras a estar sola, sin nadie que pueda interrumpirnos y entonces te diré que es lo que quiero que te pongas mañana. ¿Entendido?

Si señor. Mi marido marcha a las ocho y yo no lo hago hasta las diez, así que no tendré problemas para satisfacer sus deseos.

Ahora quiero que continúes con tu espectáculo. Quiero que sepas que te estoy viendo, que estoy en ese despacho contigo, que puedo ver cada rincón de tu cuerpo. Quiero que te masturbes para mí. Que mientras lo haces pienses en que yo me estoy haciéndomelo contigo. Y como premio final me correré en tu boca.

En ese momento Alberto cortó la comunicación y se dispuso a observarla. Se recostó en la silla y adoptó una posición cómoda y relajada. Inés abrió sus piernas frente a él, metió dos dedos en su sexo inundado y los humedeció con el flujo que cubría los pelos de su coño hasta deslizarse por sus muslos. Se desabrochó la blusa y dejo salir sus tetas. Con sus dedos llevo sus jugos hasta sus pezones, embadurnándolos hasta ponerlos hinchados y duros, no sólo por el roce, sino también por la excitación que le provocaba el saber que estaba siendo observada. Con sus tetas húmedas, volvió a meter los dedos en el coño hirviente e inició un metesaca rítmico, lento, voluptuoso, mientras se imaginaba que él la miraba fijamente y eso hacía que su ardor se multiplicara. Suavemente acariciaba su clítoris mientras apretaba su pezón izquierdo y se mordía el labio inferior. Emitía gemidos casi inaudibles y su aliento y su perfume aromatizaban el aire que respiraba. Sus dedos exploraban cada rincón de su sexo. Su pubis regordete, los labios abultados, el clítoris hinchado, y la entrada de su coño, de donde seguía saliendo la humedad que todo lo inundaba. Mientras, Alberto estaba absorto, pegado a su telescopio, mirándola como si fuera la primera vez. De repente se puso de pie, se giró sobre la mesa y se inclinó sobre ella, colocándose boca abajo. Mientras se sostenía con sus codos, alzó la cadera para mostrarse ante su amo desde esa perspectiva. Sus caderas se balanceaban rítmicamente. Intercalaba meterse los dedos y acariciar los bordes de su coño. Sabía que si toqueteaba el clítoris con demasiada intensidad, se correría de inmediato y quería alargar el placer lo máximo posible. Alberto la veía y ella no podía verlo. Él acariciaba sus nalgas a pesar de que había entre ellos muros de hormigón. Ella disfrutaba tanto de sus caricias que ni siquiera lo recordó. Se imaginó que él estaba allí, con ella, que era él quién la acariciaba y que era su polla la que entraba una y otra vez en su coño. En un momento Alberto dejó de tocarse, encendió la luz de la habitación y corrió las cortinas de su ventana. Luego volvió a colocarse en su puesto de observación y siguió mirando.

Inés estaba concentradísima en sus propias sensaciones y no se dio cuenta de la imagen que se ofrecía ante sus ojos hasta unos segundos después, cuando giró la cabeza y lo vio, mirándola desde la ventana de enfrente mientras acariciaba su miembro desafiantemente erguido. Esta visión aumentó aún más su excitación. Se puso de rodillas en la silla dejando el culo frente a él, sabiendo que estaba muy cerca del orgasmo y cerró los ojos. Decidió aumentar el ritmo de sus caricias acompasándolas a las que Alberto se prodigaba, sabiendo que él entendería de inmediato su mensaje y follaría con ella al unísono. Una contracción en su espalda le anunció el orgasmo. Comenzó a sacudirse espasmódicamente, sin control. Empezó a gritar. Sus dedos ya no acariciaban, prácticamente amasaban su clítoris. Los temblores se extendieron por todo su cuerpo llevándola a un estado de semiinconsciencia que le nubló la vista a pesar de que intentaba mirar a su amo que con movimientos frenéticos de su mano, intentaba acompañarla en su prolongado orgasmo. Cuando recobró el sentido de la realidad, miró por la ventana y vio que la ventana de enfrente tenía de nuevo las cortinas echadas y la luz de la habitación volvía a estar apagada. Entonces se imaginó a su amo acariciándose la polla con ambas manos, apuntándole con ella dura, sonriendo y sudando a borbotones, mientras le decía con un gemido: "Esclava abre la boca".