Inés (Atrapada en un chantaje sin retorno)

Inés, la madura esposa de un notario es sorprendida por un voyeur mientras está con su amante.

INES (atrapada en un chantaje sin retorno)

Eran las once de la noche. Había acabado de cenar hacía un instante y se dispuso a pasar una velada más con su pasatiempo favorito. Se dirigió a su estudio, entró sin encender la luz y se acercó a la ventana. Cerró los visillos y bajó la persiana hasta la mitad. Luego cogió su telescopio, lo colocó en su trípode y lo hizo asomar por entre los dos visillos. Preparó su silla y se sentó. Enfocó el telescopio en las ventanas del edificio de enfrente y se puso a escudriñar cada una de las ventanas que desde allí se veían. Era mes de Julio y el calor obligaba a la gente a dejar sus ventanas abiertas por lo que sus oportunidades de voyeur se multiplicaban en aquellos días.

Podía decir que conocía a todos y cada uno de los vecinos de aquellos edificios. Le excitaba encontrárselos por la calle y reconocerlos. Intentaba averiguar sus nombres mirando en los buzones de los portales, para luego poder ponerles nombre cuando los veía aparecer en escena. Aquel pasatiempo se había ido convirtiendo poco a poco en su única diversión. Procuraba llegar pronto a casa y en cuanto lo hacía, su primera visita era a la ventana para echar un primer vistazo. Conocía sus nombres y sin embargo nunca le habían sido presentados. Cuando coincidía con ellos en el autobús o en el supermercado los veía como alguien familiar, alguien con quien ya había compartido momentos íntimos, incluso algún orgasmo tenía como inspiración lo que veía del otro lado del telescopio.

Mientras echaba un primer vistazo llamó su atención que hubiese luz en la notaría del primero derecha. A aquellas horas allí no solía haber nadie trabajando. Centró su atención en aquellas ventanas, apuró el zoom al máximo de sus posibilidades y esperó a ver si cazaba algún movimiento. No tardo en obtener fruto a su paciencia. A través de una de las ventanas y a pesar de tener los visillos echados, se veía claramente que había una pareja abrazándose. El mismo nerviosismo que invade a un cazador cuando ve que su presa se pone a tiro, era el que a el le invadía cuando vislumbraba algo que podía ser excitante. Y aquello lo era. La posibilidad de pillar a una pareja follando era lo que le hacía echar noches enteras a la caza desde su ventana. Y ahora la pieza parecía estar a punto.

Rápidamente echo un vistazo a las tres ventanas del despacho que daban al patio de manzanas y evaluó las posibilidades que tenía en cada una de ellas si se movían de donde estaban. Observó que la ventana del último despacho, tenía los visillos entreabiertos y deseó que la pareja se dirigiera hacia allí.

Entretanto centró su atención en lo que estaba pasando ante su mirada. Vio como la mujer se separaba del hombre y se quitaba la chaqueta. La colgó cuidadosamente del respaldo de una silla y mientras lo hacía el hombre la abrazó por detrás empujándola contra la silla. Ella, para no caerse, tuvo que inclinarse hacía adelante y apoyarse en el asiento de la silla. Así, en esa postura, el hombre le subió la falda con una mano mientras con la otra le acariciaba el cuello y la cogía por el pelo tirando de ella hacia abajo. Su culo se hizo evidente ante la vista de su amante que se apresuró a sacarse la polla y arrimársela a su culo.

Desde su ventana no podía distinguir los detalles de la escena debido a los visillos. Pero la fina tela no impedía que el contraluz ofreciera un espectáculo de primera para un mirón como él. Intentaba reconocer en aquellas figuras a alguno de los que trabajaban en el despacho, pero si no iban hacia el otro despacho le iba a resultar casi imposible saber quienes eran los actores de su particular pase porno. Volvió a fijar su atención en lo que ocurría enfrente y vio como el hombre se arrodillaba en la misma postura que estaba y empezaba a comerle el culo a la mujer. Ella, totalmente doblada sobre el respaldo de la silla ofrecía su culo en pompa a la lengua de su amante que se demoraba en la lamida de su culo y de su sexo hasta casi provocar en ella el orgasmo.

Ella se irguió sobre sus zapatos de tacón, lo cogió por el pelo y tiro de él hacia arriba. Lo trajo hasta su boca y empezó a desabotonarle la camisa mientras él hacía lo propio con su blusa. Él no tuvo paciencia para desabotonarla entera y cuando aparecieron ante su vista las tetas de la mujer, dio un tirón de la copa del sujetador liberando la teta, que surgió grande, poderosa, con un pezón inflamado por el deseo y que pedía a voces ser acariciado, lamido, pellizcado y mordido. Cuando él acercó su boca al pezón y comenzó a lamerlo, ella se enroscó con sus piernas a su cintura y quedó suspendida en el aire. Él cogió su polla con la mano y la dirigió hacia su agujero. La humedad del coño hizo que se deslizara inmediatamente hasta el fondo. Ella comenzó un subibaja colgada de su cuello, mientras él la cogía por el culo con las dos manos y la mantenía en el aire sin abandonar ni por un instante, el pezón que tenía en su boca.

Cuando Alberto ya imaginaba que los amantes iban a rematar su trabajo, vio como él la bajaba al suelo para acabar de quitarse los pantalones que aún tenía a media pierna.

Cuando él volvía hacia ella, la mujer lo esquivo y salió rápidamente hacia el otro despacho mientras el la perseguía de cerca. Al mirón el empalme comenzaba a hacérsele doloroso al comprobar que el escenario de sus sueños se hacía realidad. Se saco la polla del pantalón y comenzó a acariciarse mientras intentaba no perder detalle de lo que sucedía ante sus ojos. Entraron corriendo en el otro despacho y él la alcanzo por detrás, empujándola contra la mesa. Ella, por el impulso, se inclino sobre la madera y sus tetas quedaron aprisionadas contra el portafolio que había en cima de la mesa. De un manotazo libró la mesa de todos los obstáculos. Entonces sintió la fría superficie contra sus tetas. Los pezones se le pusieron dolorosamente duros. Dolorosa y excitantemente porque sus tetas se hinchaban y endurecían mientras ella intentaba incorporarse y liberarlas de aquella tortura. Pero él la había alcanzado a tiempo y le impedía cualquier movimiento de retroceso. Así, atrapada contra la mesa, sintió que la polla buscaba hueco entre sus nalgas y a pesar de sus protestas, él continuó empujando hasta vencer la débil resistencia que oponía su esfínter después de haber sido lamido hasta casi el orgasmo. Al sentirse sodomizada, intentó buscar aire levantando la cabeza todo lo que la postura le permitía y en ese instante enseño su rostro al mirón que les observaba.

Alberto sintió que le subía el pulso cuando ella quedó con su cara mirando hacia la ventana y pudo reconocerla. Se trataba de Inés, la altiva esposa del notario que tantas veces había atraído su atención mientras sentada en su mesa trabajaba con el ordenador. Siempre había atraído poderosamente su atención, aunque casi siempre la veía de espaldas, las pocas veces que se levantaba, él intentaba seguirla por toda la oficina. Se sentía atraído por aquella mujer a pesar de no ser ninguna belleza. Su pelo corto, con apenas unos rizos que se descolgaban levemente por su nuca, dejaba ver un cuello largo que ella siempre resaltaba con una gargantilla casi siempre de perlas. No era una mujer joven. Aunque algunos años más joven que su marido, ya debía de sobrepasar ampliamente los cuarenta, pero su cuidado aspecto la hacía parecer mas joven. Cuando llegaba de la calle y entraba en la oficina, todos la saludaban con una cordialidad un tanto distante que delataba que se trataba de la mujer del jefe. No podía oír sus conversaciones, pero por los gestos que hacían cuando ella se iba, no cabía duda de que no era bien recibida por el resto de personal de la notaría.

Alberto se levantó de la silla, abrió el armario y sacó la cámara con el teleobjetivo ya montado. Quitó el telescopio del trípode e instalo la cámara. Enfocó la ventana, ajustó el zoom y se dispuso a seguir observando por el visor. Disparó la primera foto cuando en la cara de Inés se reflejaba inequívocamente la proximidad del orgasmo. Ella cerró los ojos, se mordió el labio inferior para no gritar y acompaño los movimientos todo lo que su postura le permitía. Sintió que la polla se hinchaba en su culo y explotaba llenándola de semen mientras ella comenzaba a correrse. Se desmoronó sobre la mesa y dejó que él empujase a su antojo. Le llegó el orgasmo en oleadas, respingándole todo el cuerpo, en un sentir que nacía en su clítoris y le llegaba a todo el cuerpo. Sintió que la polla dejaba su culo y que él le daba la vuelta recostándola sobre la mesa, dejando su culo justo en el borde. Siguió con los ojos cerrados mientras la boca de su amante se apoderaba de su coño reabriéndole de nuevo el camino hacia el orgasmo. Se dejó hacer, agotada e indolente, dejando que fuese él quien la llevase de nuevo a correrse. No tardó en conseguir el objetivo con su lengua jugueteando en su clítoris, que a esas alturas asomaba, duro y erguido, entre los labios de su coño. Cuando el orgasmo se hizo evidente, la penetró con su dedo pulgar en el culo y con el índice y el anular en su coño. Ella agradeció la penetración comenzando a moverse con violencia contra los dedos hasta estallar en un último orgasmo que la dejó agotada sobre la mesa.

Mientras, Alberto no perdía detalle de todo cuanto sucedía ante sus ojos. Disparó la cámara a discreción, intentando captar para su particular colección tantas fotos como pudo hacer mientras la pareja follaba. Con una mano disparaba la cámara mientras con la otra se acariciaba la polla por encima del pantalón. Abrió rápidamente la cremallera y se sacó la polla. La acarició rozándola suavemente con la yema de los dedos. Tiró de la piel hacia los huevos y luego la llevó hacia el glande. Aquel movimiento, repetido cada vez a mayor velocidad, hizo que su polla estallase entre sus dedos. Hizo que su corrida coincidiese con la enculada de Inés. Por un instante se imagino que era el quien estaba allí enfrente, con ella, y que realmente se estaba corriendo en su culo. Mientras se limpiaba con su pañuelo pudo ver que los amantes iban abandonando la escena mientras recomponían su vestuario. Apenas cinco minutos después vio como se apagaban las luces y desaparecían de su vista.

Abandono su atalaya de mirón, quitó la cámara del trípode y encendió el ordenador. Mientras cargaba los programas conectó la cámara a la unidad y se dispuso a ver los resultados de su reportaje fotográfico. Esperó impaciente todo el proceso y cuando por fin pudo ver las primeras fotos en la pantalla sintió como se le volvía a endurecer la polla. Le esperaba una larga noche de disfrute con las fotos. Había cobrado una buena pieza y la ocasión lo merecía.