Inés

Una chica provinciana de los setenta, un chico apuesto de esos aprovechados, una familia candida y noble, y la mente humana que siempre esta acechando,no todo es violacion brutal,,hay otros tipos.

Cuando la vieron llegar, demacrada, con los zapatos gastados, la mirada perdida, sin el equipo de novia, no preguntaron nada, solo la arroparon.

Meses antes, Inés se acomoda su larga trenza y se ciñe su chal, pone un paño sobre su cabeza que le servirá de equilibrio para cargar el cántaro de barro lleno de agua ,labor que realiza a diario cuando aún es muy de mañana, a sus veintidós años luce esbelta, luce jovial, su belleza no deslumbra, pero es suficiente para que algunos campesinos que ya van a sus cafetales, volteen a saludarla y le dirijan miradas picaras y a la vez ruborizadas,

Pero hoy ella estaba retrasando su salida al manantial, porque en el cuarto de al lado, en la sala principal de esa casa de piedra, su mamá, acompañada de su tía, estaban platicando con un joven, que días antes había llegado a la ranchería, vendiendo ropa, ropa traída de la capital, bueno al menos eso dijo el ,y de un modo u otro había intercambiado miradas y sonrisas con ella, miradas de complicidad, suficientes para entender que a ella él le gustaba y alcanzaba a escuchar que el joven pedía permiso para cortejarla, así como también para guardar su mercancía en algún rincón de la sala, para poder salir a vender su ropa a otros puntos cercanos, esto a ella le parecía sensacional ,nunca antes un joven tan apuesto y de fácil palabra y menos, venido de la capital, le había sonreído así y eso para ella significaba mucho, después de escuchar que su madre y su tía , aceptaban encantadas ambas peticiones, se dirigió a la salida apresuradamente para ir por su agua y de paso de regreso por lo menos volver a intercambiar esas miradas con él.

Al paso de los días la relación con el joven se limitaba a platicar cosas banales en la casa y siempre en compañía de su tía o de su madre, nunca platicaron a solas, pero ella con esto, daba por sentado que ya existía una relación, al menos así se acostumbraba iniciar las relaciones, el joven se despedía y se marchaba a la capital, después pasaban los días y regresaba, guardaba su mercancía en la casa y salía a vender, a veces se le invitaba a comer, y al paso de los días, el joven comenzó a decirles que quería casarse con ella, ya que estaba enamorado y que mejor que esa mujer para esposa, Inés estaba feliz, al parecer se casaría con el capitalino, no habría más, sería la primera de sus amigas que tendría novio y que no solo eso, tendría esposo,

Así transcurrieron algunos meses, el joven iba a la capital compraba ropa ,regresaba a la ranchería enclavada en la sierra poblana, los años setentas estaban en la medianía, y un día de tantos, y digo de tantos, porque a veces en la sierra, en las rancherías olvidadas, da la sensación a veces de que el tiempo no pasa, el joven llegó de nuevo, pero ahora acompañado de dos amigos más, sus ayudantes le dijo a las tres mujeres, ya que el negocio estaba creciendo y eso era bueno, porque podría ofrecerle más a su futura esposa.

La madre y la tía se sentaron a los costados del  joven, los dos ayudantes de este, estaban detrás de ellos, Inés estaba en medio de pie, el rostro feliz y atenta a lo que él hablaba con su madre, esta vez el joven fue más lejos, comentó que quería que la boda se realizará lo más pronto posible, ya que deseaba con toda su alma hacer realidad su sueño de desposar a Inés y que para agilizar la boda, quería que esta vez, dada la confianza que ya existía y que él era un hombre de bien y no solo eso, sino de una situación económica holgada, además como añadido, que era de una conducta intachable, se le permitiera llevar a la novia a la capital, para que ella misma escogiera el vestido más fino que encontrara y por otro lado, para que conociera la capital, les dijo que irían en mula hasta el pueblo más cercano y de ahí a la terminal de autobuses y en la capital, la vestiría como una princesa y calculaba que en 5 días estarían de regreso.

El les dijo que después del viaje regresarían, para inmediatamente presentarse al altar y consumar el sueño largamente acariciado, de ser esposos, la madre y la tía estaban eufóricas y henchidas de orgullo al saber que su hija, la menor, estaría casándose con un joven comerciante próspero y para orgullo añadido era de la capital, su mente estaba nublada y no daba para más, sino solo para ver la dicha que sobre su hija se cernía, no desconfiaron ni siquiera un poco, dieron el sí, dieron su consentimiento para que Inés se pusiera en marcha al susodicho viaje.

Esa noche Inés casi no durmió, su respiración era entrecortada, estaba emocionada, estaba feliz, en la habitación del fondo, dormía su futuro marido, en compañía de sus ayudantes, la tía y la madre, tampoco durmieron mucho, ya estaban planeando que en cuanto Inés se pusiera en marcha, ellas tendrían cinco días, para realizar los preparativos de la boda,

Inés partió antes de que amaneciera, los gallos acababan de cantar y eso, lo hacen religiosamente a las tres de la mañana, bueno, eso dicen, la jornada al pueblo más cercano, seria a pie, y no en mula, y debían apresurarse, se despidió de su madre y de su tía, su hermana mayor la despidió con envidia, el futuro yerno se volcaba en muestras de afecto a su nueva familia, al fin partieron, al amanecer, la tía y la madre, no descansaron, se dieron a la tarea de comunicar a parientes y vecinos la buena fortuna de su hija y anunciaban que en cinco días ella estaría de regreso para casarse y por supuesto todos estaban invitados, gallos y gallinas corrieron a esconderse, ya que su integridad, estaba amenazada, ante la eminente boda y por supuesto, el gran banquete.

No fue necesario esperar los cinco días, al otro día, cuando ya casi oscurecía, a la hora que los campesinos comienzan a regresar de trabajar, cuando el sol casi está ocultándose , ella regresó, pero venia sola, tenía la mirada perdida y ya no tenía ganas de llorar, solo traía el pelo descompuesto, no traía zapatos, tenía hambre, sed, sueño, y con su mirada suplicaba, que no se le cuestionara nada, que la dejaran tranquila, quería solo olvidar, solo evadirse y después tomar su cántaro e ir de nuevo por agua, sonreír y convencerse de que no había realizado jamás ese viaje a la capital, porque al fin de cuentas no llegó hasta allá.

La tía y la madre, no volvieron a hablar jamás de esta boda, mucho menos volvieron a tocar el tema del viaje frustrado de su hija a la capital, Inés no se casó, el joven capitalino, ya no se le vio nunca más por esas tierras.

Muchos años después, cuando es tiempo de que hasta las heridas más hondas sanan, se supo, que el mismo día que salieron de la casa de Inés, llegaron al pueblo más cercano, ahí comieron y dieron pequeños paseos, justo cuando oscureció, el intento comprar los boletos para partir a la capital, pero como ya era tarde, no podrían continuar su viaje, muy preocupado él le comunico que tendrían que dormir en aquel pueblo, ella con su inocencia a cuestas, solo sonreía total, una mala noche y al otro día la capital la esperaría, no había porque desconfiar.

El prometido, rentó en el hotel del pueblo una sola habitación, el cuarto estaba en la planta alta, desde la cual se podía observar la plaza principal y justo a un costado la terminal de autobuses,

Lo que pasó esa noche, Inés nunca lo olvidaría o tal vez sí, no se sabe, pero lo que sí es seguro es que sin matrimonio de por medio ese amor se consumó, y para dejar huella del mismo, no solo el prometido dio fe de ese acto, sino que, a sus dos ayudantes, también les fue permitido disfrutar de la ya dejada inocencia de Inés,

Muy de mañana se despertó, ilusionada, por comenzar el viaje hacia la capital, buscó a su lado al prometido, no lo halló, tampoco estaban los ayudantes de este, que habían dormido en la cama contigua, se levantó, ya se oía el ruido estruendoso del motor de un autobús, que se disponía a partir, ella abrió la ventana, para que la luz del día la terminara de despertar, y justo en el instante que sostenía las dos hojas de la ventana, el autobús con rumbo a la capital, inicio la marcha y pasaba allá abajo y frente a ella, de una de las ventanas del autobús, se asomó su prometido, y las dos cabezas de los ayudantes que intentaban asomarse detrás de él, este se estiró lo más que pudo y con ambas manos se despedía de ella, que a su vez y sin dimensionar aun lo que ocurría, soltó una de las hojas de la ventana y educadamente correspondió el saludo, total, era la última vez que se verían, era la última muestra de cortesía que él le hacía, el autobús se perdió entre el caserío, con la misma velocidad que sus ilusiones, cerró la ventana, sonrió y comenzó a bajar hacia la calle, , su corazón se le estrujaba, y su barbilla temblaba….Inés, Inés se llamaba , “Y aunque lo intentara, ya nada podía cambiar y así con eso tendría que lidiar toda la vida”.