Inés (9)

Luis se reune con sus socios en el Club y llevan a cabo unas originales competiciones ...

INES, un regalo inesperado. (9)

**Autor:

Sir Stephen**

El edificio del Club, como ya he dicho, una enorme e impresionante mansión de principios del siglo XIX remozada en su exterior y perfectamente restaurada y conservada en su interior que tenía tres plantas altas y, según estaba descubriendo, un sótano al que se accedía por una escalera privada que se encontraba en el denominado "cuarto de seguridad" situado debajo de la escalera principal de espaldas al vestíbulo y la entrada; al sótano teníamos libre acceso, exclusivamente, los cinco Amos propietarios, mientras que cualquier otro socio sólo podía acceder si tenía alguna esclava o criada en fase de adiestramiento y siempre acompañado; ninguna persona ajena al Club tenía autorización de acceso al sótano, ni aún cuando fuera acompañada por uno de los socios principales.

Nada más bajar la escalera había una sala de grandes dimensiones que hacía las funciones de distribuidor y desde el que partían un pasillo cerrado por una reja y varias puertas que se accionaban con una tarjeta electrónica o mediante una clave personal; lógicamente el acceso estaba limitado en función de la autorización que se tuviera, excepto para los cinco socios principales cuyas tarjetas y claves carecían de restricción alguna.

En una esquina de la sala, desde la que se podía controlar tanto la escalera como el pasillo y las puertas, había una mesa con un ordenador y varias pantallas de televisión tras la que se encontraba el siervo que atendía la seguridad del sótano y controlaba todos los movimientos que allí se producían; al conocer mi identidad se acercó a nuestro lado e hincando una rodilla en tierra besó respetuosamente mi mano al tiempo que me entregaba mi tarjeta de acceso y me solicitaba que introdujese en el teclado la secuencia que integraría mi clave personal para que quedase registrada después de lo que, a una indicación de Antonio, nos abrió la verja de acceso al pasillo y encendió las luces mientras que de forma casi innecesaria, mi acompañante me informaba de que se trataba de las celdas donde se guardaban las esclavas y criadas cuando no estaban de servicio.

El pasillo tendría unos treinta metros de largo por casi tres de ancho, y la primera impresión que daba era la de un decorado de película, ya que cerrando los huecos entre una serie de arcos de piedra con pinta de antiguos, había toda una estructura metálica de rejas a modo de jaulas o celdas de, aproximadamente, metro y medio de ancho por dos de profundo; habría en total unas veinte celdas y todas ellas estaban "amuebladas" de la misma forma; una colchoneta de goma espuma colocada sobre una base de cemento que hacía de cama, junto a un recipiente para la comida y otro para el agua, en algunas celdas había algún que otro aparato destinado a completar el adiestramiento de las esclavas.

En ese momento había doce celdas ocupadas por esclavas o criadas que, al encenderse la luz, se habían colocado en la conocida posición de sumisión cerca de la puerta, con su cuerpo al alcance de la mano. En la puerta de cada una de las celdas ocupadas había un letrero con el nombre, su condición (esclava o criada) su nivel de adiestramiento, el uso que se le podía dar y el nombre de su Amo (la mayoría pertenecían al Club). Algunas de las esclavas llevaban colocado un cinturón semejante un arnés que servía para sujetar un troncho colocado en el culo a fin de que provocar su dilatación y hacer más fácil el uso de ese agujero; a una señal de Antonio, el siervo hizo que alguna de las esclavas se girara y exhibiera su trasero para que pudiera comprobarlo, explicándome que se les colocaba progresivamente una medida más grande cada noche, de forma que los músculos se acostumbraran y flexibilizaran poco a poco.

Casi todas las esclavas tenían marcas de azotes recientes (por adiestramiento o por castigo) y algunas de ellas, además, llevaban puesta una especie de bozal que dilataba su boca y en el que también había insertado el correspondiente troncho con forma de falo y cuya utilidad no hizo falta que me explicara nadie.

El propio siervo me explicó que, como parte de su adiestramiento y con el fin de obtener una mayor sumisión, se alteraba el ritmo normal de sueño de las esclavas, obligándolas a dormir en períodos completamente aleatorios que podían ser cada dos horas o cada treinta y seis, de esa forma, a la vez que se rompía su resistencia mental, se las preparaba para obedecer cualquier orden, igualmente las comidas no tenían un horario fijo, por lo menos durante la fase de adiestramiento; de esta manera se acostumbraba a la esclava a aprovechar al máximo tanto los momentos de descanso como los de alimentación, porque nunca podía saber cuanto tardaría en llegar el siguiente.

Al examinar las celdas, me llamó especialmente la atención un instrumento que parecía una la bicicleta estática de las caseras, y que hubiera sido totalmente normal si no fuera porque en lugar del sillín habitual tenía colocado, sobre una base amplia y mullida, un consolador de tamaño gigante que, según me explicó Antonio, no solo empezaba a vibrar de manera automática cada vez que se introducía en el coño (o el culo) de la esclava, sino que podía también controlarse manualmente y estaba preparado para provocar una pequeña descarga de corriente eléctrica molesta pero inocua que hacía que la usuaria ni se acostumbrase demasiado ni le apeteciera excesivamente tenerlo dentro.

Visto que el uso del aparato me había intrigado, Antonio me propuso que comprobáramos su efectividad con un juego, se trataba de que nuestras esclavas, Inés y Rosa, compitieran en sendas bicicletas para ver cual de las dos recorría los 3 kilómetros establecidos para el entrenamiento medio diario, pero con el añadido de que, cada uno de nosotros, tendría en su poder el mando de la bicicleta montada por la esclava del otro y podría usarlo para dificultar su carrera.

La idea me pareció entretenida, así que acepté de inmediato la propuesta y ordené a Inés que se desnudara para equipararse a su contrincante –la esclava Rosa permanecía desnuda desde el principio- y después de que el siervo hubiera colocado dos bicicletas en medio del pasillo y de que las esclavas trajeran dos sillones para que estuviéramos cómodos, les dimos la orden de ocupar su sitio en cada bicicleta y que esperaran la orden de salida.

Antes de iniciar la prueba, sin embargo, el siervo se preocupó de comprobar que los frenos se encontraran regulados a la misma fuerza (tipo medio) y de que los vibradores funcionaran adecuadamente y respondieran a las órdenes emitidas desde los mandos a distancia que nos entregó a cada uno según lo convenido –a mí el de Rosa y a Antonio el de Inés- aprovechando para explicarme el uso de los diferentes botones, unos para incrementar y/o disminuir la potencia de vibración, otro para emitir leves descargas eléctricas y el último para desconectar el uso manual; los mandos, según nos dijo, eran utilizados habitualmente durante el adiestramiento para azuzar a las esclavas cuando sus ánimos o sus fuerzas decaían o, simplemente, como iba a ser el caso, para divertir a los Amos.

Aprovechando mi falta de experiencia en el tema, le planteé a Antonio que sería equitativo que pudiera comprobar su funcionamiento antes de la prueba -a la vez que le mostraba a Antonio el grado de sumisión de mi esclava- y con su consentimiento, ordené a Inés que se introdujese el consolador hasta el fondo de su coño y se quedase quieta en esa posición; inmediatamente la esclava puso su sexo sobre el instrumento y, sin más que unos leves gemidos, se lo fue clavando hasta que llegó a tocar con sus nalgas en la base del sillín y permaneció en esa posición esperando órdenes.

Después de unos breves minutos, de repente, apreté el botón destinado a provocar la descarga eléctrica e inmediatamente el cuerpo de la esclava sufrió una pequeña convulsión, a la vez que un grito, corto pero profundo, salía de su garganta, entonces, y sin esperar a que se recuperase, puse en marcha el vibrador; al principio sólo se oía un ligero zumbido, pero no se apreciaba ninguna reacción física, sin embargo, a medida que subía la potencia, la esclava empezó a dar muestras evidentes de excitación, primero con la expresión de la boca y los ojos, después con leves oscilaciones de la cabeza en sentido circular y finalmente con movimientos rítmicos de todo su cuerpo que se acompasaban a los que producía el consolador.

De la misma forma en que había empezado, sin avisar, apreté el botón de apagado y comprobé como la esclava, evidentemente excitada y deseando seguir hasta el final, cesaba en sus movimientos para quedarse quieta esperando mis órdenes; enviándole una descarga como castigo por haber seguido moviendo el cuerpo una vez había parado el consolador, le grité: "Ya basta, sácate eso del coño y prepárate para empezar" , una vez que Inés se hubo colocado en su posición inicial, ordenamos al siervo que, después de contar hasta tres, diera la voz de salida.

Las dos esclavas empezaron a pedalear con ritmo regular y un movimiento oscilante de sus cuerpos que llevaba sus coños hasta casi tocar los respectivos consoladores pero sin que llegaran a rozarlos; en ese momento caí en la cuenta de que no sólo Rosa, sino también Inés, habían tenido oportunidades sobradas de practicar durante su adiestramiento.

La situación prometía ser interesante porque el diseño del aparato estaba diabólicamente pensado para que la usuaria correspondiente –luego se me explicó que con una leve variación de ángulo podía orientarse hacia el culo y servir para adiestrar a los siervos e incluso para usar el agujero trasero de las esclavas- no tenía más remedio, si quería pedalear de manera efectiva, que pasar su coño a escasos milímetros de la punta del consolador pero que, con el cansancio, el cuerpo iba cediendo terreno hasta que el instrumento de castigo primero rozaba y luego se introducía en el coño de la esclava provocando su excitación y descentrándolas de su misión principal que no era otra que la de alcanzar la distancia prevista en el mínimo tiempo posible.

Pronto tuve oportunidad de comprobar lo acertado de mis suposiciones cuando, transcurridos diez o quince minutos y cuando sólo habían avanzado la mitad de la distancia prevista, escuché pequeños gemidos que, alternativamente, emitían las dos esclavas –Rosa con mayor fuerza que Inés- y que demostraban que el cansancio empezaba a acercar el coño de cada esclava al consolador y se producía un roce intermitente que empezaba a provocar la respuesta para la que habían sido adiestradas en forma de una incipiente excitación sexual.

Le visión de la escena provocaba sensaciones contradictorias, por un lado era casi obscena de puro sexual, pero a la vez resultaba tremendamente gratificante contemplar cómo dos cuerpos espléndidos estaban realizando nada más que para satisfacer nuestras ganas de diversión, unos ejercicios de alto contenido erótico diseñados para obtener una mayor sumisión y entrega. Aún siendo mero espectador no se podía permanecer ajeno a tan estimulante escena y al poco rato empecé a notar que mi apetito se despertaba una vez más –y no precisamente para volver a cenar-, por lo que ordené al siervo que me trajera a la esclava Raquel y que una criada nos trajera dos whisquies; Antonio, tan excitado como yo, se apuntó enseguida a mi idea, pero en lugar de escoger a sus propias esclavas –me constaba que tenía alguna otra en el Club- ordenó que le trajeran "un coño cualquiera" .

A los pocos minutos, el siervo regresó trayendo, todavía sujeta con la cadena, a la esclava Raquel y otra esclava castaña –daba exactamente igual como se llamara- que estaba depilada de manera curiosa, ya que el vello de su pubis formaba una pequeña flecha apuntando hacia el coño y que me hizo pensar en diferentes formas de depilar los coños de mis esclavas y criadas para tener algo de variación. Antonio, sin decir ni una palabra, se levantó, dobló a su esclava por la cintura y le introdujo de un solo golpe la polla por el culo provocando un gemido de dolor en la esclava que, inmediatamente, adoptó la posición más adecuada para facilitar la penetración e inició una suave cadencia de movimientos destinados a incrementar el placer de su Amo.

Por lo que respecta a la esclava Raquel, obedeciendo a mi gesto se arrodilló delante de mi y con sumo cuidado liberó mi sexo, introduciéndolo en su boca para estimularlo adecuadamente –ya empezaba a conocer mis gustos y eso me satisfacía- tanto con los labios como con la lengua; tan pronto como mi erección adquirió su máximo apogeo, aparté la cabeza de la esclava, me puse en pié a la vez que le ordenaba que se apoyara en el sillón y colocando su coño a la altura que me resultaba más cómoda, también de un solo empujón y sin dificultad alguna empecé a follarla sin preocuparme de nada más que del placer que me proporcionaba y que rápidamente se vio incrementado cuando la propia esclava, sin importarle aparentemente la difícil postura en la que la había puesto, se acopló perfectamente a mis movimientos y no dejó de acariciar mi verga con su coño aún después de que me hubiese corrido tan sonora como satisfactoriamente.

Nada más notar que sacaba mi ya flácida polla de su coño, la esclava Raquel se hizo a un lado permitiendo que me volviera a sentar y, una vez acomodado, se arrodilló entre mis piernas y con la mayor suavidad y dulzura, me limpió tan exhaustivamente con la lengua que decidí mantener esa agradable sensación dejando mi polla en su boca mientras seguía contemplando la competición y me tomaba la copa; la esclava lo interpretó en un sentido diferente, porque al poco tuve que tirarle del pelo ordenandole que parase, porque estaba, otra vez, iniciando una mamada con la intención de excitarme, sin decir palabra, sujeté su cabeza con la mano y la mantuve fija sobre mi sexo, la esclava lo entendió enseguida y, a partir de ese momento permaneció prácticamente inmóvil y con mi sexo en su boca, hasta que le ordené que otra cosa.

Mientras tanto, la competición seguía su curso, y las dos esclavas empezaban a mostrar signos evidentes de cansancio, a la vez que aumentaba su excitación a causa del ya intenso y continuado contacto con el consolador que, en ocasiones, se introducía casi por completo en el coño provocando un respingo cuando se activaba la descarga eléctrica; mi compañero de apuesta, que después de usar el coño de la esclava para follarsela en diferentes posturas –todas ellas sumamente incómodas para mi gusto, pero al parecer bastante placenteras- la había despachado sin más miramientos a un rincón para volver a ocupar su puesto en el sillón de al lado, me propuso modificar la prueba para hacerla más interesante y que resultase más entretenida.

Después de un breve intercambio de opiniones –durante el que tuvimos oportunidad de recordar a las esclavas que nadie las había autorizado a descansar aplicándoles varias descargas- acordamos que en lugar de resultar vencedora aquella esclava que consiguiese finalizar antes la distancia prevista de 3 kilómetros, daríamos la victoria a aquella de las dos que recorriese mayor distancia antes de alcanzar el orgasmo, pero obligando a ambas esclavas a pedalear completamente sentadas, es decir con el consolador introducido en el coño de manera que las nalgas se apoyasen en la base de plástico y con el vibrador a media potencia pero con la función de descarga eléctrica desconectada.

La cuestión era pasar el rato y, a la vez, comprobar la resistencia y sumisión de mi esclava, por lo que ordenamos detenerse a las dos esclavas y les transmitimos las nuevas instrucciones las cuales, sin pronunciar palabra se dejaron caer encima del consolador hasta hacerlo desaparecer en su ya preparado sexo, iniciando –casi diría que con alivio y con nuevos bríos- la tarea de pedalear lo más rápidamente posible, esfuerzo que, muy pronto, reveló su enorme dificultad, ya que en la nueva postura los propios movimientos del pedaleo hacían que el cuerpo se balancease rítmicamente sobre el consolador profundamente instalado en el coño, disparando el nivel de excitación de las esclavas, tal y como pudimos ir comprobando conforme avanzaba la prueba.

Distraídos con las evoluciones de ambas esclavas no nos dimos cuenta de que los otros Amos, una vez habían dado buena cuenta del especial postre que se habían servido en el comedor, acababan de entrar en la sala situándose a nuestras espaldas observando cómo competían las esclavas hasta que les escuchamos, con la mayor naturalidad, apostar sobre cual de las dos ganaría la prueba y que tipo de competición podríamos organizar a continuación como final de mi primera velada en el Club.

La carrera ciclista llegaba a su fin, ya que ambas esclavas parecían más atentas a los movimientos y vibraciones de sus respectivos consoladores que al avance del contador que mostraba la distancia recorrida, las dos tenían el cuerpo empapado de sudor, los pezones erectos, los ojos entrecerrados, las bocas enormemente abiertas, su respiración era agitada y producían una especie de sonidos guturales parecidos a los gemidos que denotaban el esfuerzo que estaban haciendo por contener la excitación y dilatar al máximo la llegada del inevitable, pero indeseado orgasmo, ambas sabían que la que perdiera la prueba sería severamente castigada, pero más aún que el castigo, quise percibir la ambición –por lo menos en mi esclava Inés- de demostrar a todo el mundo el nivel de sumisión y obediencia que era capaz de obtener aún cuando sólo hiciera menos de setenta y dos horas que había aceptado asumir mi condición de Amo.

Cuando ya estaba empezando a convencerme, por lo que aparentaban sus propios gestos, de que la esclava Inés sería incapaz de aguantar más tiempo sin explotar irremediablemente en el orgasmo que, a duras penas retenía, se oyeron una serie de profundos gemidos, seguidos de un agudo grito de histeria que hizo que todos centráramos nuestra atención en la esclava Rosa la cual, en medio de profundas convulsiones y con los ojos en blanco, estaba descargando en su orgasmo tanto el placer contenido como la rabia por no haberlo podido contener un poco más.

Obviamente, la esclava Inés había ganado la competición –luego comprobamos que, además, había recorrido mayor distancia que la otra esclava- pero así y todo, todavía aguantó su orgasmo hasta que, atendiendo a la silenciosa petición que me hacían sus ojos suplicantes y ansiosos pero sumisos, hice un gesto afirmativo con la cabeza dándole mi autorización para correrse; contrariamente a lo que había sucedido con la esclava Rosa, el orgasmo de mi esclava Inés fue profundo, silencioso y, al parecer, extraordinariamente gratificante; mis socios acudieron inmediatamente a felicitarme haciéndome notar, para mi satisfacción, que no les había pasado desapercibida en absoluto la mirada suplicante de la esclava pidiendo permiso para correrse, lo que, dijeron, denotaba una sumisión y entrega que podían calificarse como excepcionales, todo ello, pero especialmente este último detalle me impulsó a tomar la decisión de recompensar adecuadamente a la esclava, aunque todavía no tenía claro cómo iba a hacerlo.

Estaba ya empezando a pensar que era el momento de retirarse, cuando se me ocurrió una idea para una nueva prueba, sólo que esta vez seríamos nosotros los que compitiéramos; por eso reclamé la atención de mis socios y les propuse el siguiente reto:

"Veréis, como Amos usamos a nuestras esclavas y las hacemos servir para aquello para lo que están adiestradas, es decir, para darnos placer de cualquier manera que se nos ocurra, pero ninguno de nosotros nos preocupamos por lo que sienten, sólo nos interesa su placer o su dolor según sea la respuesta que esperamos; ellas saben que sirven para eso y sólo manifiestan placer o dolor cuando se les ordena. Yo soy bastante novato todavía, pero estos días he podido comprobar que, en aquellas ocasiones en las que una esclava bien amaestrada no ha recibido órdenes concretas es muy difícil averiguar, por sus gestos o por su actitud, si la esclava está sintiendo placer o dolor y me pregunto ¿sabremos distinguirlo?"

Sin esperar a que acabase, tanto Roberto como Fernando y Antonio, extrañados de mis palabras, estaban haciendo gestos ostensibles de que ellos sí que sabían y podían distinguirlo, incluso Fernando comentaba, con cierto desdén, que mi ignorancia se debía a mi bisoñez como Amo y que con el tiempo aprendería a distinguir cuando una esclava obtenía placer y cuando dolor; ese comentario me animó a continuar, centrando la apuesta.

"como esperaba, veo que no estáis de acuerdo conmigo, y por eso os propongo que lo averigüemos de una manera sencilla y eficaz, tú Fernando, que estás completamente convencido de que puedes distinguir sin problemas entre el placer y el dolor ¿te atreverías a someterte a una prueba para demostrarlo?"

Sus gestos afirmativos me confirmaron que aceptaba el reto .

"De acuerdo pues. Para saber quien tiene razón se me ha ocurrido lo siguiente: vamos a coger a dos esclavas y las fijaremos sobre sendos taburetes, de manera que permanezcan dobladas exhibiendo sus traseros y facilitando su manipulación, una de ellas será follada por uno de los siervos hasta que alcance el orgasmo y la otra será azotada con una fusta mientras tanto; los movimientos de ambos siervos estarán coordinados para que los embates del follador se produzcan a la vez que los azotes. Tú, Fernando, permanecerás sentado frente a las dos esclavas, con unos cascos puestos a todo volumen, de manera que la música te impida escuchar los gritos y así sólo podrás ver los gestos de ambas, que es lo que se trata de valorar; además sus cuerpos quedarán tapados por una cortina que situaremos de manera que no puedas ver a cual de las dos está siendo follada y cual azotada; tienes cinco minutos para identificar a la esclava que esté sintiendo placer. Yo digo que, pese a que matemáticamente tienes un cincuenta por ciento de posibilidades, no podrás acertar y para sostenerlo me apuesto a mi esclava Raquel contra las que vosotros queráis ¿Aceptas?"

Fernando no contestó inmediatamente, sino que, durante unos segundos se quedó pensativo hasta que mirando a los otros tres que, de repente se habían quedado callados, les preguntó "Qué os parece, aceptamos?" Roberto fue el primero en contestar, pero para indicar que aceptaba participar en la apuesta de mi parte, y que se apostaba, junto a mi esclava Raquel, a su propiedad de más reciente adquisición, una esclava de veinte años llamada Sheila; tanto Antonio, como Ricardo y, por supuesto, Fernando, aceptaron el reto y anunciaron los nombres de las esclavas cuya propiedad ponían en juego.

Aceptada la apuesta, acordamos fijar las siguientes condiciones; Fernando se sentaría a una distancia de unos cinco metros de las esclavas, y se colocaría unos cascos en los que sonaría, a todo volumen, la 5ª Sinfonía de Beethoven (especialmente adecuada al efecto de impedirle oír nada); sólo podría ver la cabeza de las dos esclavas, ya que el resto de sus cuerpos estaría oculto por una cortina de manera que no pudieran verse los movimientos de los siervos; dada la evidente desproporción numérica en la apuesta, cada una de las partes decidiría como repartirse las esclavas en caso de ganar.

Mientras los siervos preparaban todo lo necesario para iniciar la prueba, nosotros nos dedicamos a decidir quienes serían las dos esclavas que ejercerían, respectivamente, los papeles de "coño" –placer- y "culo" –dolor-; las afortunadas fueron dos de las esclavas comunes del Club que, según aseguró Antonio, llevaban algún tiempo sin ser azotadas y sin que les fuera permitido tener un orgasmo.

Por mi parte, acepté inmediatamente la propuesta de Roberto de que, en caso de ganar, él elegiría el primero y se quedaría con una de las esclavas, mientras que yo me quedaría con las otras dos al haber sido el padre de la idea y organizador de la apuesta; nuestros contrincantes decidieron que las esclavas Raquel y Sheila, en caso de ser ellos los ganadores, quedarían en el Club hasta que decidieran la mejor forma de repartírselas. En cualquier caso, las cinco esclavas que estaban en juego fueron colocadas a uno de los lados del escenario y aunque nadie les había dirigido la palabra, sin duda eran conscientes de que en unos momentos su futuro, en un sentido u otro, sería decidido sin que ellas tuvieran posibilidad de hacer nada.

Una vez comprobamos que estaba todo dispuesto y, sobre todo, que era imposible que Fernando pudiese ver ni oír nada de lo que pasaba detrás de la cortina nos preparamos para asistir al desarrollo de la prueba cuyo inicio se produjo después de que yo, como organizador, diese la señal, momento en el que, de forma simultánea, el siervo follador -que había sido conveniente preparado por la boca de otra esclava- y el verdugo iniciaron su actuación.

Manteniendo un escrupuloso silencio, todos los presentes –incluidas las demás esclavas que estaban situadas detrás de Fernando- seguíamos con la atención fija en las caras de las esclavas la evolución de la prueba, aunque nosotros podíamos distinguir entre los gritos de dolor y los gemidos de placer de ambas esclavas, pero hay que reconocer que acertar sólo por los gestos resultaba una tarea fácil, yo mismo, pese a que conocía la respuesta y escuchaba los sonidos, tenía serias dificultades para distinguirlo, aunque, por su cara, daba la impresión de que Fernando había elegido desde el principio cuál de las dos esclavas estaba siendo follada pero se estaba tomando su tiempo para hacerla pública como si quisiera saborear un triunfo que sabía seguro.

continuará