Inés (8)

El Amo Luis conoce a sus socios en el Club, una sociedad dedicada a la cria y adiestramiento de esclavas...

INES, un regalo inesperado. (8)

**Autor:

Sir Stephen**

Aprovechando que me encontraba en el salón, con todas mis esclavas, criadas y siervos presentes y pendientes de mí, decidí que era el momento adecuado para imponer algunas reglas que, a lo largo del día, había ido madurando con el fin de evitar tener que repetirme continuamente y les dije:

"Escuchadme todos; he decidido que, a partir de ahora, en esta casa se obedecerán las siguientes normas:

Primera.- Dentro de los límites de la casa y el terreno, todas las esclavas estaréis, siempre, desnudas, solo estáis autorizadas a llevar las sandalias y el collar. Las criadas y los siervos llevareis puesto el uniforme que os corresponda en cada momento a no ser que se os ordene otra cosa.

Segunda.- Todos vosotros, esclavas, criadas y siervos estaréis siempre a mi disposición y a la de mis invitados; no sólo yo, sino cualquiera de mis invitados puede disponer y usar vuestros cuerpos como quiera, donde quiera y las veces que quiera, excepto cuando yo os haya prohibido expresamente el sexo.

Tercera.- El sexo, cualquier tipo de relación sexual, incluso la masturbación, está terminantemente prohibida; si alguna esclava, criada o siervo está en celo pedirá permiso para saciar su apetito y sólo podrá hacerlo cuando tenga la autorización; será severamente castigada aquella esclava, criada o siervo que se atreva a desobedecer esta prohibición.

Cuarta.-Cuando os crucéis, por la casa o por el jardín, a vuestro Amo o a un invitado del Amo, deberéis quedaros quietos, con la mirada en el suelo y permanecer así hasta que el Amo o el invitado pase de largo o decida hacer uso de vosotros.

Quinta.- Todos vosotros, esclavas, criados y siervos, debéis obediencia y respeto a la esclava Inés, os dirigiréis a ella llamándola "señorita Inés" y, a partir de ahora, tendrá la consideración de esclava-jefe y asumirá el mando en mi ausencia; cualquier desobediencia, falta de respeto o insumisión frente a ella, será castigada como si se hubiera cometido conmigo.

Sexta.- Cuando no estéis siendo usados por mí o por mis invitados, cada uno de vosotros se dedicará a las tareas que Inés os haya encomendado o iréis a dormir para estar frescos y a mi servicio.

Séptima.- Ninguna esclava, criada o siervo se atreverá a dirigirle la palabra a su Amo a no ser que se os haya hecho a una pregunta directa y, en ese caso, deberéis utilizar siempre un lenguaje respetuoso y sumiso. Está terminantemente prohibido que ninguna esclava, criada o siervo utilice expresiones que signifiquen que tenéis el mínimo indicio de voluntad propia o capacidad de pensar por vuestra cuenta, tales como "quiero", "creo" "pienso", la esclava Inés os adiestrará en la manera correcta de hablarle a vuestro Amo o a sus invitados. Si en alguna ocasión es necesario que informéis a vuestro Amo de algo y tenéis que hablarle, le pediréis permiso, antes, a la esclava Inés.

Octava.- Siempre que yo esté en la casa, habrá una esclava en la habitación, incluso por la noche mientras duermo, dispuesta para atenderme y servirme en lo que necesite; Inés establecerá los turnos y dará las instrucciones.

Novena.- Todos los días, el desayuno me será servido quince minutos después de que me levante, junto con los periódicos. Si yo no ordeno otra cosa, después del desayuno la criada de servicio me preparará la ducha y la ropa que vaya a ponerme; los días laborables, mientras estoy en la ducha, a no ser que haya dado otras instrucciones, Bautista llevará el coche hasta la entrada y me esperará de pie junto a la puerta.

Décima.- A aquellas esclavas que destaquen por su entrega y sumisión, las anillaré como he hecho con la esclava Inés; ser anillada es un premio, un motivo de orgullo y distinción para una esclava.

Estos son vuestros mandamientos, las primeras reglas generales que vuestro Amo dispone y que deberéis tener presente y obedecer siempre. Si no sabéis como actuar en un momento determinado, en lugar de decidir por vosotros mismos, deberéis preguntárselo a la esclava Inés y hacer exactamente lo que ella diga, porque será como si yo mismo lo hubiera ordenado. ¿Habéis entendido?

Como un coro perfectamente sincronizado –creí percibir un leve gesto de Inés- todos ellos respondieron:

"Amo, obedecemos tus órdenes; estamos a tu servicio y te pertenecemos."

Comprobé reloj y me di cuenta de que ya era hora de prepararse para la cena, sobre todo teniendo en cuenta que había casi una hora de camino al Club y no quería que llegar tarde en esta primera ocasión; así pues, despedí a los esclavos, menos a Bautista, al que ordené que preparara el coche y a la esclava Ana a la que me llevé a la habitación; mientras me levantaba, la esclava Inés utilizó el ronroneo habitual para pedirme permiso para hablar y decirme:

"Amo, con tu permiso, para ser exhibida a los señores, la esclava debería limpiarse, higienizarse, maquillarse y perfumarse antes de que el Amo la vista con la ropa que le parezca oportuno; si el Amo lo estima conveniente, la esclava se retirará mientras el Amo se arregla y volverá a presentarse al Amo en condiciones de servir adecuadamente al Amo y ser llevada a la cena. ¿da su permiso el Amo?"

Con un gesto le autoricé a retirarse y, poniendo la mano en el espléndido culo de Ana, entré en la habitación para cambiarme de ropa. Me sorprendió estar tan excitado –podría haber usado a Ana, pero me contuve pensando en la cena- pero luego me dí cuenta de que era absolutamente normal, teniendo en cuenta que hacía apenas cuarenta y ocho horas que mi vida había dado un vuelco tan enorme como gratificante y que todavía estaba lejos de acostumbrarme a tener a mi disposición semejantes cuerpos con la libertad, la facilidad y la sumisión que todas ellas demostraban.

Me costó un poco elegir la ropa que iba a ponerme para la cena pero finalmente, recordando el consejo de Inés de no dejarme impresionar ni dominar, decidí vestir de manera elegante pero sencilla de forma que me sintiera a gusto y pudiera olvidarme de mi apariencia y centrarme en lo importante. Todavía estaba vistiéndome con la eficaz ayuda de la esclava Ana, a la que sometí a un intensa sesión de caricias y manoseos, cuando oí el roce de unos nudillos en la puerta y apareció la esclava Inés, magnífica en su desnudez, limpia, maquillada y con una sonrisa radiante que denotaba el orgullo que sentía tanto por las marcas de los fustazos como por las anillas, el collar y la cadena que la ceñían y que ponían de manifiesto de forma evidente su condición de esclava que, después de obtener mi autorización para hablar, me preguntó: "¿Desea el Amo exhibir a la esclava desnuda o vestida?" al decirle que prefería llevarla vestida, la esclava se dirigió a un armario lateral de la habitación que tenía colgada toda una colección de vestidos de fiesta de entre los que elegí un elegante y ajustado traje negro, con un profundo escote delantero y sin apenas espalda y que, como me enseñó enseguida la esclava, podía abrirse desde uno de los lados para acceder directamente con comodidad, al coño o al culo que se quisieran usar; también podía exhibirse el cuerpo de la esclava dejando levantada la falda (por delante o por detrás) mediante unos pequeños corchetes escondidos convenientemente; en cualquier caso, enseguida me di cuenta de que vestir a la esclava, por escasa y reveladora que fuera la ropa, era incompatible con llevarla atada por los anillos del coño, por lo que, por razones prácticas, desenganché la cadena y la sujeté al collar.

La visión de Inés, enfundada en su traje de noche ajustado, manifiestamente desnuda y exhibiendo las marcas de los fustazos que se adivinaban perfectamente debajo de la escasa tela, con el collar enganchado a la cadena, la mirada baja y la boca entreabierta era auténticamente excitante, y a punto estuve de tumbarla en la cama, levantarle la falda y poseerla en ese momento, pero me contuve pensando que eso podría hacerlo al volver, después de disfrutar de la exhibición de poder que pensaba desplegar ante mis nuevos socios y de superar la prueba a la que se me iba a someter y de la que estaba completamente seguro que saldría airoso.

Después de lo que Inés me había contado y de la composición de lugar que yo mismo me había hecho, opté por llevarme a la cena, además de a Lucía, a otra de las esclavas –Raquel- a la que puse un collar –había descubierto que había varios y de diferentes tamaños y formas- y enganché en la misma cadena a la que había atado a Lucía.

Al salir me esperaba una nueva sorpresa en forma de un impresionante y lujoso Mercedes aparcado en la entrada –de repente caí en la cuenta de que no había visitado el garaje- y con Bautista esperando junto a la puerta para abrirla en cuanto me acercara, antes de entrar en el coche y de hacer que Inés se sentara a mi lado, ordené al siervo que colocase a las dos esclavas en el maletero y me dispuse a repasar mentalmente los últimos detalles previos a la trascendente cena que iba a tener lugar a continuación.

El viaje hasta el Club transcurrió en un espeso y tenso silencio hasta el punto de que estuve a punto de ordenar a Bautista que parara y me trajera a una de las esclavas que había puesto en el maletero para que aliviaran mi tensión nerviosa, pero preferí tener la mente clara para acabar de perfilar los últimos retoques a la que esperaba que fuera mi actuación estelar que sirviera para despejar cualquier duda o recelo que mis nuevos socios pudieran guardar respecto de mi capacidad o mi disposición en tan extraña como gratificante sociedad.

Aún de noche y escasamente iluminado –sin duda para no llamar la atención desde la carretera- el edificio que albergaba el Club impresionaba e intimidaba al visitante, aunque se tratara –como era mi caso- de uno de sus dueños y debo reconocer que el recibimiento que se me dispensó estaba a la altura de lo que me había imaginado.

Nada más detener el coche, y aún antes de que Bautista pudiera bajar, un siervo vestido de mayordomo a la usanza tradicional –pero con un visible collar de cuero remachado- me abrió la puerta con una exagerada reverencia y me invitó a seguirle hasta el interior; mientras tanto, pude comprobar como el propio Bautista abría el maletero, sacaba a las dos esclavas de su interior y, sin desengancharlas, ponía la cadena en manos de un personaje disfrazado de verdugo medieval, incluida la capucha, pero con la salvedad de que sus ajustados pantalones tenían una apertura que dejaba su sexo al descubierto y portaba una cadena remachada como la del mayordomo; las dos esclavas siguieron dócilmente al personaje –Lucía a cuatro patas y Raquel andando inclinada hacia delante por la tensión de la cadena- que se introdujo por lo que, sin duda, era una entrada de servicio del Club.

Al traspasar la puerta, siempre precedido por el mayordomo que la había abierto con otra exagerada reverencia y seguido por la esclava Inés, me encontré con un enorme salón decorado en madera, con muebles antiguos en el que me esperaba el anfitrión de la cena, el Amo Ricardo que tenía a su lado a dos impresionantes esclavas totalmente desnudas a excepción de un collar y unos curiosos arneses que hacían resaltar sus pechos y su culo y en los que estaban enganchadas sendas bandejas. Al verme entrar el Amo Ricardo se acercó a mí sonriente y cogiendo algo que estaba en una de las bandejas me saludó diciendo:

"Seas bienvenido, Amo Luis, permíteme que, siguiendo nuestra tradición, te ofrezca el vino y el pan de nuestra hospitalidad; espero que a partir de ahora te sientas como en tu casa."

Casi adivinando los pensamientos de la esclava Inés –luego supe que había acertado-, sonreí igualmente y con un gesto firme rechacé el presente que se me ofrecía, a la vez que le tendía mi mano y le contestaba:

"Seas bienhallado, Amo Ricardo, pero discúlpame si rechazo tu amable ofrecimiento, ya que me permito recordarte que no soy un huésped en esta casa, sino uno de sus dueños por derecho propio, y como tal te saludo como a mi igual y, espero que también, como mi amigo."

Durante una décima de segundo, el semblante del Amo Ricardo se ensombreció y una expresión de desconcierto asomó a sus ojos, sin embargo, haciendo gala de una notable rapidez de reflejos, sonrió abiertamente, estrechó mi mano y cogiéndome del brazo me condujo hacia un salón en el que había otros tres hombres conversando amigablemente –los Amos Fernando, Roberto y Antonio- que al oír entrar al Amo Ricardo, se giraron hacia la puerta con la intención de saludar y conocer a quien había heredado la condición de socio y condueño de sus negocios mientras que el Amo Ricardo exclamaba en tono jovial "Amigos, tengo el honor de presentaros a nuestro nuevo socio, el Amo Luis" .

Pese a que ya creía estar inmunizado contra cualquier tipo de sorpresa, la que me llevé al mirar a la cara a los Amos Fernando y Roberto fue mayúscula, hasta el punto de que me dejó durante un instante sin palabras, como petrificado; el destino, mi aliado más incondicional, quería que precisamente los dos socios que se suponían mis competidores y de cuyas intenciones debía desconfiar eran Fernando P. y Roberto S. dos de mis mejores y más antiguos clientes y con los que había llegado a establecer, a lo largo de los años, sino una buena amistad si una relación cordial y de mutua confianza. Por la forma de mirarme y por los gestos que ambos hicieron pude darme cuenta de que la sorpresa había sido recíproca, pero después del primer impacto y pasada la conmoción, en cuanto nos recuperamos, rompimos los tres en una estruendosa, franca y cordial carcajada que hizo que Ricardo, con cara de no entender nada de lo que sucedía, preguntara un tanto mosqueado. "Pero bueno, ¿se puede saber que está pasando?, ¿se trata de alguna broma o qué?"

De manera atropellada, al principio, más tranquilamente después, entre los tres explicamos la situación a los no menos sorprendidos Ricardo y Antonio que inmediatamente se unieron a nuestra alegría; de esta forma, las casualidades del destino y los caprichos de la diosa Fortuna, acababan de dar un vuelco a la situación de manera que la que se prometía una velada tensa y comprometida, acababa de convertirse en una reunión de viejos amigos que, de repente, descubrían que tenían en común muchas más cosas de las que hubieran podido imaginar.

Para mi tranquilidad, a partir de ese momento, desaparecieron todos los recelos entre nosotros cinco y, después de un breve pero sentido homenaje al difunto Amo, al que todos apreciaban sinceramente, pudimos pasar a una conversación distendida durante la que fui informado con todo detalle de los pormenores de nuestra sociedad, de los negocios compartidos y de las perspectivas de futuro; durante la reunión, que duró algo más de una hora y que celebramos sentado en el mismo salón, fuimos atendidos solícitamente por cinco jóvenes criadas que, por todo uniforme, tan sólo llevaban una cofia y un delantal pero que, además, estaban adornadas con un collar y unos brazaletes de cuero con anillas tanto en las muñecas como en los tobillos.

En resumen que se me informó de que el Club era propiedad de una sociedad en la que cada uno de los cinco teníamos un 15% de las acciones y que reservaba el 25% restante para la admisión de socios minoritarios; pese al desorbitado precio de cada acción –nadie excepto nosotros podía acumular más de una- había siempre lista de espera; por eso, y por razones de seguridad, se investigaban exhaustivamente a todos los candidatos antes de decidir que podía adquirir una acción por eso también, y para evitar problemas de transmisión, las acciones siempre estaban a nombre de alguna esclava –habitualmente la esposa oficial- y se había establecido la prohibición absoluta de venderlas a terceros ya que en caso de problemas era la propia sociedad la que adquiría la acción correspondiente y se la vendía a otro candidato de confianza; la exigencia de discreción, más que el secreto, era una obligación que se cumplía a rajatabla en el Club.

El Club, además del centro social en el que nos encontrábamos que estaba rodeado de una considerable superficie de terreno y de una casa de vacaciones en las Islas y otra en una estación de esquí, era propietario de una cuadra de caballos, así como de ocho esclavas, dos criadas y seis siervos, además de dedicarse al adiestramiento de aquellos caballos, esclavas, criadas o siervos de propiedad privada de los socios que lo solicitaban –actualmente habían otras dos esclavas y tres criadas de propiedad particular en distintas fases de su adiestramiento- igualmente pude saber que tal y como sucedía en mi caso, algunas de las empresas de mis socios estaban dirigidas por siervos a los que se había liberado parcialmente de su condición, pero que seguían manteniendo la obediencia y sumisión a sus Amos; con ello se garantizaban la fidelidad y la asunción de responsabilidades en caso de problemas legales o económicos.

Cuando ya estaba tocando a su fin lo que pudiéramos llamar "reunión de negocios", apareció un siervo vestido de mayordomo –era distinto de que había visto- y con voz profundamente respetuosa y tono servil, nos dijo: "Con el permiso de los Amos, cuando los Amos deseen pasar al comedor, la cena está dispuesta para los Amos" . De común acuerdo decidimos que era el momento de dejar de hablar de negocios y nos levantamos para pasar al comedor que se encontraba en la pieza contigua.

El comedor era una enorme estancia, en cuyo centro había dispuesta una mesa circular para cinco personas y a cuyo alrededor estaban dispuestas cinco esclavas –entre ellas Inés- con distintos tipos de vestidos y adornos; al fijarme en ellas descubrí que, aunque todas tenían la mirada baja, dos de sus rostros me eran familiares, pero, antes de que pudiera formular ninguna pregunta, adelantándose a mis intenciones, el Amo Fernando hizo un leve gesto a una de las esclavas y me dijo: "Luis, creo que conociste a esta esclava como mi esposa Chelo, ahora se presenta ante tí como lo que realmente es y espero que la disfrutes a tu gusto cuando te apetezca" y dirigiéndose a la esclava le ordenó "Saluda al Amo Luis como se merece, zorra" , sin perder un instante, la esclava Chelo se levantó y anudó la falda más arriba de la cintura, se arrodilló y acercándose a cuatro patas hasta donde yo estaba me besó los pies y dijo: "Amo Luis, la esclava Chelo se presenta ante ti para servirte; será un honor que el Amo use a esta esclava para a su gusto" y volvió a su posición detrás de la silla asignada, pero sin bajarse la falda.

Por su parte, el Amo Roberto me dijo: "Luis, también habías conocido a la esclava Sara en su fachada oficial, a partir de ahora, como la esclava que es te servirá y obedecerá como Amo; tienes completa libertad para usarla de la manera que desees y cuando quieras" dicho lo cual chasqueó los dedos y la esclava Sara –que no necesitaba levantarse una falda prácticamente inexistente para exhibir sus "encantos"- se arrodilló ante mí, besó mis pies y a cuatro patas movió el trasero como lo haría una perra en señal de alegría, momento en el que me dí cuenta de que llevaba insertada en el culo una hermosa cola que, introducida en el agujero del culo, se sujetaba como si fuera natural mediante una pequeña cadena casi inapreciable. Los Amos Ricardo y Antonio no fueron menos y me presentaron –sería más adecuado decir me exhibieron- y ofrecieron a sus respectivas esclavas que, como no, también tenían la condición oficial de esposas.

Yo por mi parte, quise estar a la altura y haciendo una seña a Inés, les dije a los cuatro: "Amigos, creo que todos conocéis a mi esclava Inés y, por lo que se, ya la habéis usado; sin embargo, aprovecho la circunstancia para comunicaros que sigue a vuestra disposición para serviros en todo lo que deseéis; como socios míos que sois, podéis usarla a vuestro antojo sin limitación alguna, ella os obedecerá como Amos." Hice una seña a la esclava que, sin decir palabra, se levantó la falda hasta más arriba de la cintura, se arrodilló y besó los pies de cada uno de los cuatro Amos, procurando que, tanto al inclinarse como al levantarse, todos ellos pudiesen ver con claridad las marcas de los fustazos en su pecho y trasero.

Concluida la presentación, nos sentamos a la mesa ocupando los lugares señalados por la presencia de nuestra respectiva esclava que, como era su obligación, apartó la silla para facilitarnos el acceso; contrariamente a lo que yo había previsto –antes de saber quienes eran mis socios- la cena se desarrolló en un ambiente agradable y distendido en el que había desaparecido cualquier suspicacia o reserva y así pude conocer con todo detalle, no sólo las empresas en las que era copropietario con cada uno de mis nuevos socios, sino aquellas que eran de propiedad de cada uno, incluso se me ofreció información detallada del funcionamiento y organización de mis propias sociedades. Pronto comprendí que acababa de ser admitido en lo que el Amo Fernando había definido como un "grupo de interés común" que superaba las meras relaciones comerciales y mercantiles para participar de un estilo de vida particular que, por razones evidentes, era preferible mantener discretamente oculto.

Durante la cena, el ambiente se fue caldeando y antes de llegar al postre, Roberto había decidido usar la boca de su esclava Sara ordenandole que se metiera debajo de la mesa, mientras que Fernando bebía su vino de los labios de la esclava Chelo que, previamente, lo tomaba de la copa y aprovechaba para manosear su cuerpo a discreción; por su parte, el Amo Ricardo, después de haberle pedido permiso a Antonio, estaba follándose a la esclava de éste en una posición que le permitía seguir sentado y de la que tomé buena nota para probarla en el futuro: la esclava se había colocado, en horizontal y bocabajo, en el regazo del Amo, con las piernas rodeando el respaldo de la silla y sujetándose por detrás, de forma que su coño quedaba a la altura de la polla y su cabeza sobresalía entre las rodillas mientras que sus manos se apoyaban en el suelo para mantener el equilibrio y a la vez permitir que el cuerpo se balancease para facilitar una mayor penetración y el máximo placer del Amo; aunque para la esclava debía resultar muy incómoda, era evidente que Ricardo estaba disfrutando de la postura y del uso que daba a la esclava.

Antonio aprovechó la situación para indicarme, en su condición de gerente o responsable de las instalaciones, que luego podríamos visitar las diferentes estancias del Club, incluidas aquellas que estaban reservadas para nuestro uso exclusivo, y a hablarme acerca de las esclavas y criadas que, después de la cena, iba a tener oportunidad de conocer y examinar; también me comentó que había dado las instrucciones oportunas para que, a la mañana siguiente, mis caballos fueran conducidos a los establos de mi casa junto con la pareja encargada de cuidarlos y a la que, si me apetecía, podía conocer esa misma noche ya que todavía ocupaban una de las cuadras; por el precio, me dijo, no debía preocuparme ya que, como a los otros cuatro socios mayoritarios, se incluiría en la liquidación que se practicaba cada seis meses.

Al cabo de un rato, y como era evidente que tres de mis socios estaban demasiado entretenidos como para hacernos el menor caso, Antonio me invitó a realizar la visita a las celdas de las esclavas y criadas del club, así como a las instalaciones de adiestramiento y las dependencias privadas, lo que acepté gustoso y me dispuse a acompañarle, seguido, como no podía ser de otro modo, tanto por mi esclava Inés, como por la esclava de Antonio, llamada Rosa.

continuará