Inés (7)

El Amo Luis disfruta de sus posesiones y acepta una nueva esclava a su servicio...

INES, un regalo inesperado.(7)

**Autor:

Sir Stephen**

Como suele suceder, el placer fue enseguida sustituido por la realidad en forma de sensación de vacío en el estómago que me indicaba que era hora de comer, por lo que apartando la cabeza de la criada y levantándome, llamé a Inés –que estaba esperando detrás de mí- y le ordené que se me sirviera la comida, añadiendo –y esto sí que le sorprendió- que quería que le pusieran un plato porque ella comería conmigo. Desnuda como estaba tomó asiento después de que yo lo hiciera y esperó, con la mirada baja y las manos sobre sus piernas, a que le indicara lo que debía hacer; después de ordenarle que fuera comiendo conforme hablaba conmigo, le comuniqué mi decisión de traer los caballos y comprar los siervos así como mi deseo de que me informase y aconsejase sobre la cena de la noche con los demás Amos. Sin inmutarse ni perder la compostura por el hecho de que su amo le estuviese pidiendo consejo, la esclava dijo:

"Amo, es un honor que el Amo haga sentar a su esclava en la mesa y comparta su comida; con el permiso del Amo, para cumplir sus deseos, la esclava llamará esta tarde al Club Hípico para que envíen mañana tanto los caballos del Amo como los siervos que los cuidan con su documentación correspondiente, si al Amo le parece oportuno, informaré al Amo en cuanto lleguen.

En cuanto a la cena de esta noche, asistirán los Amos Ricardo, Fernando, Roberto y Antonio, que eran los más allegados al difunto Amo. Los señores Ricardo y Antonio son socios del Amo en algunas compañías y eran buenos amigos del difunto Amo, él confiaba en los dos y la esclava cree que el Amo puede también confiar en ellos; los señores Fernando y Roberto eran amigos, pero competidores del difunto Amo y en más de una ocasión se había enfadado con ellos porque no respetaban los compromisos adquiridos, incluso en algún momento el difunto Amo se planteó romper las relaciones con ellos, pero después, con la intervención de los señores Ricardo y Antonio, los problemas se solucionaron y últimamente el difunto Amo empezaba a pensar que podía volver a confiar en ellos y se planteó el seguir haciendo negocios juntos. El Amo debe saber, también, que los señores Ricardo y Antonio son socios de los señores Fernando y Roberto. En cualquier caso, los cuatro señores y el Amo, forman la dirección del Club Hípico del que forman parte unos quince o veinte Amos más, pero todos ellos dependen, por unas razones u otras, de alguno de los cinco Amos o de varios a la vez.

La cena será en las instalaciones del Club y la costumbre es que el Amo lleve a una esclava de compañía, aunque allí hay siervos y esclavas de plantilla para atender a los Amos; si el Amo me lo permite, sería conveniente que el Amo lleve a la esclava Inés a la cena ceñida con el collar de perra y atada con la correa, con un vibrador insertado en cada uno de los agujeros y obligándola a caminar a cuatro patas; tampoco estaría de más que el Amo diera unos buenos azotes en el culo de la esclava para que los demás Amos pudieran comprobar que el Amo ejerce sus derechos y su autoridad; además, si al Amo le parece conveniente, antes de la cena o durante ella, la esclava le ofrecería al Amo algunos orgasmos para que los demás Amos viesen que la esclava le pertenece completamente y está al servicio del Amo."

Durante el resto de la comida, la esclava Inés siguió contándome con todo detalle todo cuanto sabía de quienes serían mis contertulios esa misma noche y mis socios en el futuro, incluso me relató con todo lujo de detalles, sin que le provocara el más mínimo rubor ni vergüenza alguna, como si estuviera hablando de lo que le había pasado a otra esclava y no a ella misma, el uso que había hecho cada uno de los Amos en las ocasiones en las que el difunto Amo la había puesto a su disposición; al llegar al café, había absorbido toda la información de la que era capaz y me consideraba suficientemente preparado para afrontar la situación con éxito, sin embargo, no pude dejar de reconocer que, si ahora me sentía seguro de superar la prueba, era en gran medida gracias a la esclava Inés, y así se lo expresé, ante lo que ella me contestó:

"Gracias Amo, el Amo es extraordinariamente amable con la esclava, pero el Amo no ha hecho más que disponer de lo que es de su propiedad y la esclava sólo ha cumplido con su deber de servir al Amo."

Tanta entrega se merecía algo más que un agradecimiento verbal y recordando que la esclava hacía tiempo que no había tenido un orgasmo, decidí hacerle un regalo a la vez que disfrutaba de su sumisión; pero antes de llevármela a la habitación, le ordené que dispusiese lo necesario para que la ceremonia de aceptación de la esclava Lucía se realizase después de levantarme de la siesta.

Cuando todo estuvo dispuesto, ordené a la criada que tenía cerca –siempre había una criada de servicio cerca de mí, en este caso Silvia- que fuera a la habitación y preparara la cama y poniendo la mano en el trasero de Inés la empujé hacia delante, la esclava, obediente, empezó a andar sin saber ni preguntar adonde; sin soltar la mano del culo de Inés, entré en la habitación y ordené a la criada que me desvistiera; tan pronto solté la mano del trasero de Inés, la esclava se arrodilló en la posición de sumisión a los pies de la cama.

Al desnudarme y quedar mi sexo al descubierto, la criada Silvia se agachó para besar mi pene y lamer mis testículos en señal de reverencia, pero, con un manotazo, la aparté hacia un lado, me tumbé en la cama y ordené a Inés que se acercara. Al darse cuenta de mis intenciones, la cara de la esclava se iluminó con una sonrisa radiante y casi de un salto se subió a la cama diciendo: "Amo, la esclava está siempre a tus órdenes, dispuesta para ser usada como el Amo disponga" , con un gesto le indiqué que se callara y se tendiera a mi lado y una vez acostada, con una mano la sujeté para que se estuviera quieta, mientras con la otra empecé a acariciar su cuerpo lenta y suavemente, dispuesto a provocar su excitación y conducirla hasta el límite, haciéndola gozar y disfrutando tanto de su entrega como de sus reacciones a mis estímulos; sorprendentemente, la esclava intentó rebelarse cuando le impedí que se moviera para acariciarme, pero en cuanto comprendió cuáles eran mis intenciones relajó su cuerpo facilitando que con ambas manos –y en seguida con mi boca- pudiese tocar, acariciar, pellizcar, chupar, morder y explorar todas las curvas y los recovecos de su anatomía, sólo unos leves y esporádicos gemidos de placer –que se iban intensificando y subiendo de tono a la par que mis caricias- indicaban que la esclava no se había convertido en una muñeca aunque se comportase como si lo fuera.

Pronto el cuerpo de la esclava empezó a mostrar signos evidentes de la excitación que le estaba provocando, sus pezones se endurecieron, sus ojos se entrecerraron, su respiración se hizo más agitada y su sexo se humedeció con lo que parecían auténticos ríos de flujo, aún así no permití que la esclava hiciese el más mínimo movimiento, hasta que, en un susurro, me imploró "Mi Amo ¿puede la esclava ofrecer un orgasmo a su señor?" , en sus ojos se reflejaba la tensión que le provocaba reprimir lo que en cualquier otra mujer hubiera sido inevitable, pero, para gozar más de la situación, le ordené que esperase y abriéndola de piernas me puse sobre ella para penetrarla; nunca me había sido tan fácil ni tan cómodo, parecía como si sus músculos absorbiesen mi polla.

Tan pronto como sintió mi sexo dentro de su coño empezó a mover las caderas para facilitarme la penetración, por un lado, y darme más placer, por otro. Casi enseguida, con un enorme esfuerzo por contener sus emociones, la esclava volvió a implorar "¿le apetece al Amo que la esclava se corra ahora?" , consciente de que su excitación estaba al límite, le di mi autorización y, casi antes de pronunciar la palabra empecé a notar como su cuerpo se convulsionaba, sus músculos se tensaban a punto de romperse, sus ojos se ponían en blanco y de su garganta salía un sonido gutural ininteligible que duró casi todo su orgasmo y que, conforme volvía la relajación se iba convirtiendo en una especie de letanía mediante la que la esclava Inés me mostraba su agradecimiento y su sumisión.

Sin fuerzas para tener mi propio orgasmo –no me había recuperado del aperitivo- me tumbé en la cama, esperé a que su respiración se normalizase un poco más para anunciarle mis planes de futuro, pero antes de que empezase a hablar, la esclava, esta vez sin pedir mi permiso, me dijo:

"Mi Amo, la esclava agradece a su Amo el honor que le ha dispensado y humildemente le ofrece el placer que ha sentido en uno de los mejores orgasmos que ha tenido jamás. Aún a pesar de que el Amo decidirá castigar a la esclava por su insolencia, la esclava quiere que el Amo sepa que está enormemente orgullosa de su elección y que el Amo le ha hecho sentir como nunca se había sentido al arrancarle a la esclava un orgasmo que no olvidará nunca; la esclava no lo volverá a repetirlo jamás porque se considera indigna de esos sentimientos, pero debes saber que estoy profundamente enamorada de ti, Luis, te quiero más que a nada, siempre te he querido y siempre te amaré" inmediatamente, y como si se arrepintiera de su atrevimiento añadió "lo siento, Amo, la esclava merece ser castigada por no saber estar en su lugar, la esclava suplica el perdón del Amo y ruega humildemente que el Amo olvide esas palabras"

Sin pensármelo dos veces, reaccioné ante las palabras de Inés dándole un profundo y sentido beso en los labios, a través del que quise hacerle saber que me había emocionado y que yo sentía algo parecido, pero, antes de caer en sentimentalismos inútiles, la separé con suavidad y, volviendo a la realidad, le dije:

"Escucha Inés, he decidido hacer de ti mi esclava particular de uso exclusivo y por eso, a partir de ahora, nadie tiene ya derecho a usarte bajo ninguna circunstancia a no ser que yo personalmente lo autorice, por lo tanto, si alguien tenía, hasta ahora, permiso para poder usarte libremente, acabo de revocarlo, eso significa que te negarás y resistirás a ser usada, tocada o manipulada por nadie que no sea tu Amo o quien esté expresamente autorizado por tu Amo; me servirás a mí, y sólo a mí, excepto cuando yo decida entregarte o prestarte. Dentro de un tiempo, cuando lo considere oportuno, te tomaré como esposa y como tal, serás la encargada de dirigir la casa y a todos los siervos, esclavas y criadas en mi nombre, sólo responderás ante mí y nadie, excepto yo, podrá corregirte o enmendar tus órdenes. Y respecto a tu atrevimiento, no voy a castigarte por ello esta única vez pero, a cambio, espero que tu entrega y tu sumisión sean, a partir de ahora, aún mayores de lo que han sido estos días y desde luego, como vuelvas a atreverte a tutearme sin mi consentimiento y a dirigirme la palabra sin autorización, serás castigada sin contemplaciones."

Sin decir ni una sola palabra, pero con lo que me pareció un brillo de lágrimas en los ojos, la esclava Inés se inclinó y con extraordinaria dulzura, procedió a besar y lamer mis genitales y mi sexo al tiempo que se deslizaba de la cama y quedaba de rodillas en el suelo en posición de sumisión y, con el ronroneo habitual, solicitaba mi autorización para hablar; cuando se la di, con la voz sumisa y humillada de costumbre, me indicó:

"El Amo dispone de su esclava como mejor le parezca; la esclava obedecerá al Amo y le servirá en lo que el Amo desee. Si al Amo le parece oportuno, sería el momento de castigar el culo de la esclava para que esta noche pueda ser exhibido a los señores del Club, también puede el Amo, si le apetece, azotar las tetas de la esclava o ponerle los anillos en el coño para llevar a la esclava sujeta con la cadena como a un animal de compañía o un juguete."

La referencia al anillo del coño me sorprendió, porque pese a que había examinado el cuerpo de la esclava a conciencia –varias veces- no había visto ningún anillo ni había notado que lo llevara; entonces, dándose cuenta de mi perplejidad, la esclava Inés se levantó y abriendo las piernas frente a mí, con sus manos se separó los labios vaginales para que pudiera ver y examinar dos marcas que hasta ese momento me habían pasado desapercibidas, se trataba de dos pequeños agujeros practicados uno en cada labio vaginal con tal arte que parecían pequeños lunares, pero que, al presionarlos, se abrían demostrando que se podía pasar por cada uno de ellos una pequeña anilla; señalando el cajón de la mesita de noche, la esclava me indicó:

"Mi Amo, el difunto Amo ordenó que se le hicieran los agujeros a la esclava para poderla conducir con correa en determinadas ocasiones; en la caja que hay en la mesita de noche, el amo puede comprobar que hay varios tipos de anillos, todos ellos encargados por el difunto Amo como un regalo especial; si el Amo desea poner alguno de los anillos a la esclava, aunque sea para probar, puede hacer que la criada sostenga separados los labios del coño de la esclava y así la esclava podrá ponerse los anillos que el Amo desee y, si el Amo así lo quiere, los lucirá con orgullo en la cena de esta noche junto con el collar y los demás adornos que el Amo quiera ponerle para demostrar que es la esclava personal del Amo y que sólo se sirve para dar placer al Amo."

Abrí la mesita de noche y comprobé que, en una pequeña caja, había tres tipos diferentes de pares de anillos, como las alianzas pero que podían abrirse y cerrarse mediante un pequeño muelle interno, en la parte interior de cada anillo había una inscripción –todas eran iguales- que decía: "Esclava Inés. Propiedad exclusiva del Amo Luis." ; dispuesto a comprobar esa nueva opción que se me brindaba, hice un gesto a la criada Silvia y le ordené que sujetase los labios del coño de la esclava Inés tal y como estaban de separados y entregué a Inés la más grande de las tres parejas para que se la pasase por los respectivos agujeros. Sin hacer ningún aparente esfuerzo, la esclava se colocó ambos anillos en los agujeros practicados en cada uno de los labios exteriores y una vez comprobado el cierre exhibió ante mis ojos el resultado a la vez que me informaba:

"Si al Amo le gusta como quedan los anillos, la esclava puede llevarlos puestos siempre en el coño ya que son de titanio, a no ser que al Amo le molesten para usar a su antojo el coño de la esclava, además, los anillos sirven para enganchar la cadena, para que el Amo tire de ellos si quiere mantener abierto y expuesto el coño de la esclava y para que el Amo coloque un candado entre los anillos, de manera que se cierre el coño de la esclava e impida que nadie lo use. El difunto Amo quiso que la esclava Inés fuera la única que estuviera agujereada para que el amo pudiera verlo a modo de prueba, pero si al Amo le gusta y da su aprobación, las demás esclavas también serán agujereadas y se encargarán juegos de anillos para todas. ¿Quiere el Amo probar los otros anillos, o prefiere enganchar la cadena y llevar a la esclava por el coño?"

Debo reconocer que estaba excitado y desconcertado a la vez, excitado por la visión de mi esclava anillada por el coño y enganchada a una fina cadena metálica que me permitía llevarla exhibiendo a todo el mundo mi propiedad y por otro me desconcertaba la forma de hablar de mi esclava, deliberadamente grosera, como si pretendiera borrar el instante de intimidad anterior.

Bien mirado, Inés se veía magnífica, y parecía hasta orgullosa de su desnudez y de los anillos que mostraban externamente su condición, por lo que pensé que lo mejor era dejárselos puestos para la cena, ya vería luego si le ponía los otros adornos pero, puestos a prepararla para la cena, era el momento de aplicarle unos azotes en el culo –y también en las tetas ¿porqué no?- que la marcasen lo suficiente como para que mis socios no tuvieran ninguna duda respecto de mis intenciones; le dije lo que íbamos a hacer a continuación y, sin inmutarse, demostrando que estaba acostumbrada a ello y que lo consideraba lo más natural del mundo, me dijo:

"Al servicio del Amo, ¿cómo quiere el Amo azotar a la esclava? ¿con la fusta, con el látigo o con la pala?; si el Amo me lo permite, la esclava se atrevería a recomendar al Amo que aplicase el látigo en el culo y la fusta en las tetas, porque las marcas se notan mejor y el amo puede usar a la esclava sin que le molesten las señales; si al Amo le parece bien, diez azotes en cada parte del cuerpo de la esclava serán suficientes para dejar las marcas adecuadas, pero el Amo puede disponer del cuerpo de la esclava para darle la cantidad de azotes que el Amo quiera."

En cuanto tuvo mi aprobación, la esclava Inés se dirigió a un armario situado en una esquina y, abriéndolo, sacó de su interior una fusta de doma y un látigo que dispuso en una bandeja, me exhibió con reverencia y depositó en la mesita auxiliar que la criada había traído; acto seguido, después de preguntarme por dónde quería empezar, si por las tetas o por el culo, la esclava adoptó la posición adecuada para que, sin demasiado esfuerzo, pudiera darle los azotes –finalmente decidí que quince era un buen número- primero en el trasero, inclinada con la frente pegada al suelo y las piernas rectas exhibía el culo de manera perfecta, y después en las tetas, arrodillada, la espalda tiesa pero levemente inclinada hacia delante y las manos estiradas por encima de la cabeza.

Al terminar los treinta azotes la besé con suavidad en la boca y la mandé –evitando darle mi acostumbrada palmada en el recién marcado culo- a darse una ducha, limpiarse y prepararlo todo para la ceremonia de aceptación de Lucía que se celebraría en seguida; mientras que yo, a mi vez, también me di una buena ducha para quitarme el sudor y relajarme, siempre asistido y servido por la criada Silvia, a la que acaricié y manoseé a gusto mientras me enjabonaba y, luego, me sacaba.

Estaba vistiéndome cuando unos leves golpes en la puerta me hicieron girar la cabeza para encontrarme con la esclava Inés, limpia, aseada y maquillada pero siempre desnuda y con los anillos que, desde la entrada, en la posición de sumisión, me informaba:

"Mi Amo, cumpliendo tus órdenes todo ha sido preparado en el salón para la ceremonia."

Nadie diría que unos minutos antes la esclava había recibido treinta azotes; por eso, casi para asegurarme de que no lo había soñado le ordené ponerse en pié y pude comprobar que, efectivamente, su pecho y su trasero presentaban unas nítidas marcas que eran la señal inequívoca del castigo que le había aplicado; por su forma de exhibirse, cualquiera diría que se sentía orgullosa de estar marcada y anillada. Una vez más, no pude resistir la tentación y sujetándola por la nuca la besé en los labios al tiempo que le pasaba la mano suavemente por el culo y aunque mi caricia le provocó un respingo de dolor la esclava no hizo el menor gesto de resistirse o evitar la caricia, al contrario, se apretó contra mi cuerpo y me ofreció, más todavía si cabe, su boca abierta y acogedora.

Antes de salir de la habitación puse en el cuello de la esclava Inés un collar de cuero labrado con una placa –había decidido grabar en ella la misma inscripción que en las anillas del coño- y una pequeña anilla por la que pasé la cadena que había enganchado en el coño y con un suave tirón, le obligué a iniciar la marcha, seguidos por la criada Silvia, dirigiéndonos al salón donde ya se encontraban todas las esclavas, siervos y criadas formando un amplio círculo al que se unió de inmediato Silvia y en cuyo centro se encontraba la protagonista de la ceremonia, Lucía, dispuesta a abandonar su condición de criada y asumir su nuevo papel como esclava a mi servicio. Crucé el salón llevando a Inés por la cadena y me senté en el sillón situado junto al fuego, mirando frente a frente a Lucía y con la tranquilidad que me daba el haber preparado mi discurso, dí comienzo al ritual que yo mismo había diseñado diciendo:

"Lucía, aceptaste voluntariamente someterte a la voluntad de tu Amo, libremente decidiste entregar tu cuerpo y tu mente para servir y obedecer a tu Dueño, accediste a ser considerada como un animal de compañía, y por tanto amaestrada en la sumisión; has superado las pruebas, has demostrado tu ausencia de voluntad, de amor propio y de personalidad y que, con la debida instrucción, eres lo que tu Amo quiere que seas y actúas exactamente como tu Amo quiere que lo hagas; por eso he decidido dar por concluido tu adiestramiento y aceptarte como esclava. Ahora voy a proceder a firmar el contrato de esclavitud que tú aceptaste en su día y que se te dijo que sería firmado por tu Amo en el momento en que te considerar digna de ser su esclava; hoy te tomo como esclava a mi servicio, acepto definitivamente la entrega de tu cuerpo, tu voluntad y tu mente, y los usaré para mi propio placer; sabes que serás usada cómo yo quiera, cuando yo quiera y por quien yo quiera, no podrás negarte a nada que yo te ordene, tu obediencia y sumisión no tendrán límite alguno, y por eso, antes de firmar el contrato, te pregunto por primera y última vez Lucía, ¿consientes en ser mi esclava?"

Con una voz casi inaudible, pero que se fue afirmando conforme iba repitiendo su compromiso, la esclava Lucía respondió:

"Mi Amo, estoy a tu servicio, te agradezco que hayas decidido tomarme como esclava y será un honor que uses mi cuerpo y mi mente como lo estimes oportuno; Amo, te pertenezco y deseo ser de tu propiedad, mi voluntad es tuya, mi cuerpo es tuyo y solo viviré para servirte."

Nada más terminar, Lucía inclinó la cabeza hasta tocar el suelo con su frente y, después de la reverencia, pero siempre de rodillas, cogió la bandeja con el contrato de esclavitud y me lo acercó hasta el sillón para que yo cumplimentase el vacío y con ello sellase su condición definitiva de esclava; en la misma bandeja, y utilizando como punto de apoyo su propia cabeza, procedí a estampar mi firma y poner la fecha correcta tras de lo cual se lo enseñé y le dije:

"Esclava Lucía, una vez que ya has sido convertida en una de mis propiedades, quiero que tengas la oportunidad y el tiempo suficiente para asumir tu nueva condición; durante toda la semana que viene, hasta el próximo sábado permanecerás en absoluto silencio, no hablarás con nadie, ni siquiera contestarás cuando tu Amo te dé una orden, simplemente obedecerás y no levantarás la mirada bajo ningún concepto, lo más alto que puedes mirar a nadie será hasta la cintura, pero ante tu Amo sólo tendrás ojos para mi sexo; además, vas a llevar puesto un cinturón de castidad al que se añadirán, durante tres horas por la mañana y otras tres por la tarde, dos consoladores, uno en tu coño y otro en tu culo, que tú misma activarás durante diez minutos cada hora siempre que los tengas introducidos; Inés será la encargada de ponértelos y quitártelos cada día, así como de elegir los tamaños respectivos para ensanchar tus agujeros, sobre todo el de detrás; pero, tienes absolutamente prohibido correrte, de manera que si en algún momento los vibradores te colocan a punto de alcanzar el orgasmo, tu misma deberás pararlos y enfriarte; ahora, cada vez que los consoladores estén menos de diez minutos funcionando en tu interior, lo anotarás para comunicármelo y recibir el castigo correspondiente y, por supuesto, si tienes el atrevimiento de correrte, se lo harás saber inmediatamente a la esclava Inés. Desde ahora hasta el sábado que te quite el arnés, cada vez que te cruces conmigo en cualquier lugar, dejarás lo que estés haciendo y, arrodillada, me harás una reverencia tocando con tu frente el suelo y permanecerás así hasta que tu Amo pase o te de alguna orden concreta. Esta es tu primera tarea como esclava."

En cuanto terminé de hablar, la esclava Lucía, sin pronunciar una sola palabra, abandonó su posición de sumisión para inclinar la cabeza hasta tocar la frente con el suelo y permaneció en esa postura inmóvil, mientras yo ordenaba a las esclavas Ana y Luisa que trajeran un cinturón de castidad y dos consoladores eléctricos del armario e hice que la esclava Lucía levantara las piernas hasta que tanto su coño como su culo quedaron expuestos y abiertos lo que facilitó la introducción, en cada uno de sus agujeros, de los enormes falos artificiales que quedaron perfectamente sujetos en su interior y asegurados mediante unas simples correas enganchadas al cinturón de castidad que, a modo de arnés, los sujetaba e impedía que se salieran; mediante un pequeño interruptor situado en la base de cada aparato se podía poner en marcha el mecanismo de vibración; colgando de una de las anillas del cinturón le fijé un reloj de bolsillo para que pudiera controlar la puesta en marcha de la vibración según mis instrucciones. Así preparada y con una estruendosa palmada en el trasero, despedí a la esclava Lucía no sin antes ordenarle que, durante toda la semana, su trabajo consistiría en ayudar en las tareas de la casa que le asignase la esclava Inés.

continuará