Inés (6)

Siguen las aventuras del amo Luis que, conducido por la esclava Inés, va descubriendo un mundo nuevo y distinto a cuanto conocía...

INES, un regalo inesperado.(6)

**Autor:

Sir Stephen**

Al entrar en la que, a partir de ese momento, sería mi habitación, no pude dejar de impresionarme por su enorme superficie y la cantidad de ventanas y balcones; se trataba de una enorme pieza rectangular situada en una de las esquinas de la casa, decorada con muebles de madera de estilo moderno en la que, además de la cama de tamaño extra, había una mesa de trabajo, varios sillones, un sofá a juego y un enorme vestidor forrado de armarios; una puerta corredera conectaba con el cuarto de baño –el término salón sería más adecuado- en cuyo centro se había instalado, prácticamente a ras del suelo, una bañera de enormes dimensiones –luego puede comprobar que cabían hasta cuatro personas cómodamente- equipada con hidromasaje y junto a la que se encontraba el tabique que separaba de la ducha, también con múltiples grifos a presión y, un poco más retirada, estaba la cabina de sauna a su lado, una puerta de cristal traslucido permitía sospechar que detrás de ella se encontraba el inodoro, al otro lado de la pared y ante un espejo de dimensiones exageradas, se encontraba el lavabo; igualmente había un armario y un mueble en que se supuse se guardaban toallas y demás. Ciertamente había que reconocer que el difunto Amo sabía cuidarse y no tenía ni límites ni problemas en el terreno económico.

Siempre seguido por las esclavas Ana y Luisa y antes de pasar al baño, sujeté la correa de Lucía a los pies de la cama y me quité la bata cuyo cinturón había desabrochado a un gesto mío una de las esclavas. A ambos lados de la bañera, adoptando la correcta posición de sumisión, se encontraban las criadas Silvia y María dispuestas a servirme y atender mis necesidades y eso fue lo que hice, antes de entrar en el agua, me acerqué a la criada María y, sin pronunciar palabra, me coloqué a escasos centímetros de su cara, inmediatamente, la criada abrió la boca y cuando notó que mi polla rozaba sus labios, los cerró alrededor y tragó toda la meada sin dejar escapar ni una gota, luego lamió y beso mi sexo para limpiarlo de cualquier resto y se mantuvo a la espera de mis ordenes.

Satisfecho y sin ninguna prisa, me metí en la bañera y, con un gesto, hice que las dos esclavas entraran también en el agua y se colocaran a ambos lados, rodeándome con sus cuerpos e iniciando un completo masaje en el que utilizaron sus manos, piernas, pechos y coños y que provocó en mi cuerpo todo un mar de sensaciones enormemente agradables que, hasta ese momento, nunca había tenido ocasión de conocer. La combinación entre el agua caliente y el intenso pero suave masaje a lo largo de todo mi cuerpo me fueron conduciendo a una especie de nirvana en el que quedé adormecido, sintiendo que toda la tensión y el cansancio acumulados iban desapareciendo para ocupar su lugar una creciente sensación de ingravidez y bienestar.

No se cuento tiempo paso, pero al cabo de un buen rato, me despejé al notar que el agua se había enfriado y que las caricias se habían intensificado y, junto al placer y el bienestar se iba abriendo camino una sensación de excitación física que, lejos de ayudar a adormecerme, estaba despertando por completo mis sentidos y empezaba a poner ern funcionamiento mi libido; comprendí el porqué cuando me fijé en la cara de las dos esclavas y me di cuenta de que lo que había empezado como unas caricias relajantes para hacer más agradable mi baño, había pasado a convertirse en pura excitación sexual.

Las dos esclavas se quedaron muy sorprendidas cuando, de repente, decidí salir de la bañera y ordenar a las criadas –que habían permanecido todo este tiempo en posición de sumisión a la espera de mis órdenes- que trajesen toallas para secarme y a las dos esclavas que hiciesen lo propio y me esperasen en la cama. Las criadas se tomaron su tiempo y me secaron a conciencia, con todo esmero, mientras permanecía de pié o sentado en una banqueta dispuesta al efecto y pasaba mis manos por sus respectivos culos y coños; por su parte las esclavas se secaron apresuradamente y sin decir palabra se colocaron en posición cerca de la cabecera dejando ver su nivel de excitación, tanto en la agitación de su respiración, en el color de su cara como en la dureza de sus pezones.

Despedí a las criadas con sendas palmadas en el culo no sin antes ordenarles que, por la mañana, estuviesen preparadas porque las llamaría cuando quisiera que me trajeran el desayuno y me tumbé a la cama con la sana intención de acabar de relajarme usando a las dos esclavas y a continuación dormir, como mínimo, diez horas seguidas.

Una vez acostado, obedeciendo mi seña, las dos esclavas adoptaron inmediatamente la misma posición que tenían en la bañera, cada una a un lado, apretando y acariciando sus cuerpos contra el mío de manera insinuante; me alegró notar que su actitud parecía absolutamente sincera, como si de verdad deseasen ardientemente ser poseídas por mí, aunque debo reconocer que no me importaba especialmente si era verdad o no, en cualquier caso su actuación era notable y su entrega absoluta, hasta el punto de que la erección no se hizo esperar.

Bastó que dirigiera la cabeza de una de ellas –ni siquiera me fije en cuál, aunque luego descubrí que había sido Ana- hacia mi endurecido sexo para que de inmediato adoptara la posición más adecuada para meter mi polla en su boca, pero facilitando que, a la vez, mi mano siguiese magreando su culo y haciendo las pertinentes incursiones hacia su húmedo y cálido coño; a la otra esclava la dispuse, de entrada, de manera que me ofreciera sus redondeados pechos para que pudiera chuparlos o mordisquearlos a mi antojo.

El trabajo de la boca de la esclava era tan bueno que muy pronto estuve en condiciones de correrme pero decidí que, en lugar de acabar con un orgasmo rápido, iba a disfrutar algo más y retrasar el final todo lo posible; para ello saqué mi polla de la boca que tan ardientemente me la engullía y, cogiendo a Luisa de la cintura, la coloqué en posición y le introduje mi sexo en su coño, con la eficaz ayuda de las manos de Ana que, con toda delicadeza, sujetaban y dirigían mi polla mientras se introducía en su compañera.

Tan pronto notó que estaba siendo penetrada, la esclava Luisa empezó a moverse rítmicamente para provocarme el mayor placer posible, mientras que la esclava Ana pasaba a ofrecerme sus pechos; al poco rato de ser penetrada, la esclava Luisa empezó a gemir muy suavemente y con una voz susurrante y entrecortada me suplicó: "Mi Amo, ¿puede esta esclava ofrecer un orgasmo a su Dueño y Señor?" Contento como estaba por las dedicación de ambas, le di mi autorización e, inmediatamente, pude comprobar cómo la esclava se dejaba llevar por su excitación, ponía los ojos en blanco y con movimientos casi convulsivos iniciaba una serie de espasmos sin dejar de moverse para acoger mi sexo o tal vez intensificando esos movimientos; el final de su orgasmo se hizo evidente cuando, durante una décima de segundo, paró de moverse y me miró con expresión de agradecimiento pero sin pronunciar palabra continuó enseguida con los movimientos sobre mi sexo, aunque ya sin el entusiasmo de antes.

Como mi excitación no sólo no se había agotado, sino que estaba acercándose a su punto álgido, aproveché la circunstancia para cambiar de coño y, dando una palmada a la esclava Luisa la hice abandonar su posición mientras observaba, entre divertido y admirado, cómo la esclava Ana ya se estaba preparando para sustituir a su compañera, lo cual, efectivamente, hizo de tal forma que casi ni me di cuenta de que había cambiado un coño por otro; nada más sentirse penetrada, el cuerpo de la esclava empezó realizar los mismos movimientos que la anterior, sólo que con renovados bríos y mayor intensidad; era evidente que esta esclava también estaba a punto de alcanzar su orgasmo y se entregaba con toda su alma para merecerlo y, a la vez, para llevarme hasta la cima del éxtasis. Cuando casi estaba en el límite de mi excitación, escuché como un dulce susurro la voz de la esclava que, como si se tratara de una fórmula ensayada, repetía la súplica diciendo: "Mi Amo, ¿puede esta esclava ofrecer un orgasmo a su Dueño y Señor?" , sabiendo que yo mismo estaba a punto de derramarme, le di mi permiso y, sin previo aviso, la esclava Ana explotó en un orgasmo cuyos efectos provocaron que alcanzara mi propia culminación y me derramé en el interior de mi esclava.

Agotado y satisfecho, apenas llegué a percibir que ambas esclavas se inclinaban sobre mi ya flácido pene y procedían a lamerlo y limpiarlo minuciosamente con sus respectivas lenguas, y que terminada la limpieza levantaron la mirada esperando mis órdenes pero descubrieron que su Amo se había dormido profundamente ante lo que ambas se tumbaron a mis pies y, procurando ocupar el menor espacio posible, se durmieron.

Después de más de diez horas de profundo sueño, desperté de golpe sintiéndome descansado y satisfecho, y al revolverme en la cama sentí como las dos esclavas –que hacía rato que estaban despiertas pero no se habían atrevido a moverse- se acercaban a mi entrepierna y adoptando la misma posición en la que las dejé por la noche, esperaron a que su Amo les dijera lo que tenían que hacer. Lentamente me desperecé y estaba a punto de levantarme para ir al baño cuando recordé que eso no iba a ser necesario, ya que podía usar la boca de mis esclavas como orinal por lo que, sin siquiera pararme a decidir cuál, opte por coger la cabeza que tenía a mi derecha –la esclava Ana- y dirigirla hacia mi sexo, la esclava, intuyendo el uso que iba a hacer de su boca, entreabrió los labios lo suficiente como para acoger mi polla y los cerró a su alrededor, tragando sin el más mínimo problema, todo el líquido que me sobraba; terminada mi necesidad fisiológica mañanera, la otra esclava –Luisa- se afanó por limpiar con su boca cualquier gota o resto que pudiera quedar, secando a continuación mi pene con su pelo.

Un leve movimiento a los pies de la cama me hizo recordar que había dejado sujeta con la correa a la criada Lucía, cuya ceremonia de aceptación como esclava se tenía que celebrar esa misma mañana si quería ser fiel a mis propias palabras. Nada más acercarme a ella para desatarla me demostró su alegría lamiéndome los genitales y oprimiendo sus pechos contra mis piernas, por un instante llegué a creer que si hubiera tenido rabo lo hubiera meneado en mi honor; le acaricié el pelo y las tetas y con una palmada en el trasero –me empezaba a acostumbrar a esa manera de despedir a mis esclavas- le ordené que fuera a presentarse ante Inés para ser preparada adecuadamente para la ceremonia, tras de lo que me acerqué al baño para darme una buena ducha seguido –como no- por las dos esclavas de servicio.

Cuando todavía estaba siendo enjabonado y acariciado por mis esclavas, apareció en la puerta del baño la esclava Inés –completamente desnuda- que, respetuosamente, se situó en posición de sumisión esperando que terminara; mientras Ana y Luisa me secaban con todo cuidado, pude escuchar que Inés ronroneaba pidiendo mi autorización para dirigirme la palabra, cuando le di permiso, la esclava que iba a convertirse en mi esposa –ella lo sabría cuando me pareciese oportuno- se dirigió a mí con el tono sumiso que tanto me gustaba y me dijo:

"Mi Amo, buenos días; la esclava espera que el Amo haya tenido una buena noche y que esté satisfecho del servicio que le han prestado sus esclavas; todas las órdenes del Amo han sido cumplidas por sus esclavas y siervos; con el permiso del Amo, la esclava preparará la ropa del Amo y ordenará que le sirvan el desayuno. ¿desea el Amo desayunar en la terraza?"

Dado que lucía un sol espléndido, pensé que era una buena idea y así se lo dije, enviándola a que me preparara la ropa adecuada; se dirigió apresuradamente a la puerta de la habitación, donde la oí cuchichear brevemente y, enseguida, volvió a aparecer en la habitación seguida por dos de los criados con unas maletas que dejaron en una esquina, de uno de los armarios sacó ropa cómoda pero elegante y la dobló con mucho cuidado en la cama. Todavía estaba acabando de secarme, cuando una de las criadas apareció con una bandeja con el desayuno y lo preparó en una mesa de la terraza, permaneciendo de pié a un lado.

Una vez seco y vestido –era muy agradable ser vestido por mis esclavas- salí a la terraza a desayunar; la mesa estaba preparada, el café humeante, las tostadas envueltas en una servilleta, los periódicos doblados en una mesita auxiliar –caí en la cuenta de que al no saber qué periódicos quería leer, mis siervos los habían comprado todos- y la criada –se trataba de María- con su uniforme ajustado que me permitía ver sin ningún problema todos sus "encantos" dispuesta a servirme en lo que me apeteciera. Me senté al sol y contemplé la maravillosa vista que se presentaba ante mis ojos mientras la criada me servía el café y me preparaba una tostada, de la mesita elegí mi periódico habitual y al disponerme a leerlo escuché, una vez más el ronroneo de la esclava Inés que, silenciosamente, se había acercado y estaba arrodillada a un lado de la silla pidiéndome autorización para hablar; pensé que, más adelante, tenía que variar las órdenes al respecto porque ya empezaba a cansarme de tanto ronroneo, pero, aún así, esperé un rato antes de darle permiso y cuando lo obtuvo me dijo:

-"Mi Amo, la criada Lucía ha sido preparada y espera ansiosa tener el honor de ser aceptada como esclava cuando el Amo decida que deba realizarse la ceremonia. La esclava debe informar al Amo, con su permiso, que se ha recibido una llamada del Amo Ricardo invitando al Amo a cenar esta noche en el Club donde se celebrará la reunión de presentación oficial del Amo a sus socios, si el Amo decide aceptar la invitación, la esclava llamará a casa del Amo Ricardo para confirmar su asistencia. Mientras tanto, ¿tiene el Amo pensado hacer algo especial esta mañana o preferiría conocer la finca?"

Una vez más, la esclava Inés cumplía perfectamente su cometido y, con la sumisión y humildad habituales, me iba indicando aquello que era más adecuado, por eso le dije que, mientras me tomaba mi desayuno confirmara mi asistencia a la cena en casa del Amo Ricardo y, luego, que estuviese preparada porque, al acabar, me acompañaría a dar un paseo para conocer toda la finca.

La verdad es que nunca había experimentado la sensación de que me sirvieran el desayuno de forma tan literal, ya que no tenía más que abrir la boca para que la criada me pusiera la tostada a mi alcance, pedir el café o el zumo para que me acercara la taza o el vaso o hacerle un gesto con la mano para que acercando su cuerpo a mi lado, lo colocase en posición de ser acariciado cómodamente, por eso me entretuve leyendo el periódico –varios de ellos- y disfrutando del sol mientras, distraídamente, pasaba mi mano por el culo y el coño de la criada, jugando a introducir uno o dos dedos en cada uno de sus agujeros; cuando terminé de leer el periódico me levanté, ordené a la criada María que me siguiera y bajé al hall donde debía encontrarse la esclava Inés dispuesta para enseñarme el resto de la finca.

Efectivamente, la esclava estaba arrodillada en el hall de entrada en la conocida posición de sumisión hasta que llegué a su altura y, a un gesto de mi mano, se levantó y abrió la puerta inclinándose al paso de su Amo; frente a la entrada estaba aparcado un pequeño vehículo eléctrico de los que se usan en los campos de golf, hacia el que se dirigió Inés, aguardando a que yo me sentara para ponerse a los mandos, hice un gesto a María para que ocupase su lugar en la parte posterior. Para salir de mi extrañeza, pregunté a Inés por la razón de que fuera necesario usar un vehículo para recorrer la finca y ésta me respondió:

"Pido perdón al Amo por haber tenido el atrevimiento de actuar sin haber obtenido la autorización del Amo, humildemente esta esclava sólo puede pedir la clemencia del Amo porque su intención era usar el vehículo para que el Amo no se cansase al recorrer andando la totalidad del terreno propiedad del Amo ."

La verdad es que no tenía razones para estar sorprendido, ya que si hubiera leído con más detenimiento la documentación de la carpeta correspondiente, a estas alturas ya tendría que saber que lo que yo creía "el jardín" era más bien un bosque con un prado que se extendía a lo largo de casi cien hectáreas de terreno que incluían, además, una pequeña colina y un riachuelo, todo ello convenientemente cercado y delimitado para evitar invasiones de intrusos. Como si todo ello no fuera suficiente, la esclava Inés me informó de la existencia de unos establos en los que se encerraban media docena de caballos que, en estos momentos se encontraban en el Club Hípico, ya que el difunto Amo había decidido trasladarlos allí al entrar en la última fase de su enfermedad; mientras estaban en la finca, los caballos eran cuidados por un matrimonio de siervos que vivía en las dependencias construidas sobre el establo principal, y que eran de la propiedad del Club Hípico y por cuyo alquiler se pagaba una elevada cantidad de dinero, pero que podían ser adquiridos para la finca si decidía tener los caballos permanentemente; esa era una de las cuestiones que podría resolver en la cena de esa misma noche.

Un par de horas después había completado mi visita a todo el terreno de la finca, incluidos los establos vacíos cuando, al volver por el camino principal hacia la casa, me di cuenta de que Inés se desviaba y dirigía el vehículo hacia una especie de cabañas que se encontraban a unos cientos de metros y que, hasta ese momento, me habían pasado desapercibidas; cuando le pregunté, la esclava Inés me informó que eran dependencias que el difunto Amo había ordenado construir para que sus invitados tuvieran un poco de intimidad y que también se usaban como dormitorios para los libertos cuando el Amo ordenaba que se quedasen en la finca, pero no quería tenerlos en la casa.

En realidad las construcciones no eran otra cosa más que pequeños bungalows de una planta y un par de habitaciones cada uno, con un salón y una pequeña cocina, separados entre sí por un tramo de jardín y un seto de arbustos que impedía la visión directa de unos a otros, incluso desde el porche; en total había seis de esas pequeñas construcciones que estaban flanqueadas, en su parte trasera, por una piscina a la que se podía acceder desde todos ellos; entre los bungalows y la casa principal había un pequeño pero denso bosque que había impedido que me diera cuenta de su existencia ni siquiera al salir a la terraza a desayunar.

La visita se estaba prolongando demasiado para mi gusto, se acercaba la hora de comer y tenía ganas de tomar algo fresco sentado al sol, así que ordené a Inés que me llevase de nuevo a la casa; nada más llegar, envíe a la criada María a que me trajese una cerveza helada y algo de picar y me dispuse a acomodarme en la terraza trasera a tomar el sol y poder asumir tranquilamente la situación y sus cambiantes circunstancias; no me esperaba ser propietario de una finca tan enorme, ni de una cuadra de caballos, pero sabía que tenía que adaptarme –siempre es fácil adaptarse cuando se mejora de nivel- y aprender a convivir con mis nuevas responsabilidades.

La criada María interrumpió mis pensamientos al ofrecerme la cerveza –helada-junto con los aperitivos, así que cogí la jarra, le ordené que dejara la bandeja en la mesa y con un gesto, le hice saber quería usar su boca; la respuesta de la criada fue tan inmediata como automática y, a la vez que dejaba la bandeja en la mesa, se puso de rodillas entre mis piernas, desabrochó la bragueta, extrajo mi polla y, con sumo cuidado, empezó a lamerla y chuparla hasta que la erección le indicó que debía acogerla íntegramente y servir a mi placer.

Mientras disfrutaba de las atenciones de la criada tomé algunas decisiones, como por ejemplo recuperar los caballos, comprar la pareja de siervos para que los cuidara y, sobre todo, ordenar a Inés que, antes de acudir a la cena, me informara exhaustivamente acerca de los Amos con los que me iba a encontrar esa noche, especialmente cuales eran o debían ser mis relaciones con ellos, qué tipo de relación habían mantenido con el difunto Amo y que me hablara sobre todas las empresas que pudiera tener en común con todos o algunos de ellos por si acaso surgía algún imprevisto me llevaría a la esclava a la cena.; quería estar a la altura de los últimos consejos de mi predecesor en cuanto a mi primera toma de contacto con los otros Amos, mis nuevos y desconocidos socios.

Una conocida y placentera sensación de calor en la entrepierna me hizo volver a la realidad y abandonar, por un momento, los planes para esa misma tarde; el presente imponía su evidencia y la dedicación de la boca de la criada María a mi polla estaba a punto de conseguir su objetivo; no tardé mucho en dejarme llevar por el placer derramándome en la boca de mi criada que, como era su obligación –y empezaba a pensar que su devoción- tragó hasta la última gota, limpiando con su lengua cualquier resto que pudiera quedar.

continuará