Inés (2)

Luis acepta la propuesta de Inés, asume su nueva condición y empieza a encontrarse a gusto...

INES, un regalo inesperado.(2)

Autor: Sir Stephen

A esas alturas estaba empezando a superar cualquier inhibición o retraimiento que pudiera tener, por lo que sin pensarlo dos veces cogí un pezón a Inés estirándolo hacia arriba, y pude comprobar que, sin más que un pequeño respingo, el cuerpo de la esclava se fue levantando hasta quedarse completamente de pie a mi lado, con su coño a la altura, prácticamente, de mis ojos. Empecé a acariciar con toda naturalidad el casi perfecto culo de la esclava Inés la cual, en cuanto se dio cuenta de que tenía que levantar la mano en una postura algo forzada, procedió a doblar ligeramente y abrir sus piernas de manera que su culo pudiera estar a mi alcance sin tener que levantar el brazo, enseguida me di cuenta de que sus pezones se encontraban a la altura de mis labios y decidí que no estaría mal probar su sabor por lo que, nuevamente, ejercí una ligera presión para acercar su pecho a mi boca a la que respondió moviéndose ligeramente e inclinando el cuerpo hasta colocar su pezón derecho a la altura de mis labios.

Obviamente su postura no era nada cómoda, con las piernas medio flexionadas y abiertas para facilitarme el acceso a su culo y el torso ligeramente inclinado para situar sus tetas a la altura de mi boca, pero al mirar su rostro no pude observar ni una sola muestra de tensión o esfuerzo, antes al contrario, como si se tratase de la postura más natural del mundo, seguía manteniendo la boca entreabierta y la mirada baja, si acaso la respiración se había hecho más lenta y profunda con un ligero jadeo que podía ser de placer y que no sufrió modificación alguna hasta que decidí trasladar mi mano desde su culo hasta el coño que empecé a recorrer con mis dedos encontrándolo húmedo, cálido y, desde luego, perfectamente accesible.

En ese momento, y mientras continuaba profundizando en la exploración del coño de Inés, cogí por el pelo a Lucía tirando hacia arriba y, como era de esperar, su cuerpo reaccionó poniéndose de pie de inmediato y adoptando una postura similar a la de Inés, aunque menos forzada por cuanto que la estatura de esta esclava era menor; sin embargo, tuvo que violentar un poco la postura para colocar su pezón a la altura de mi boca al lado del que ya tenía de Inés y todo ello sin soltar el vaso que todavía sujetaba entre sus manos ofreciéndomelo lo mejor que podía.

Fuera por el cúmulo de emociones o por la cantidad de líquido que había bebido en la comida, lo cierto es que, de repente, me entraron unas ganas enormes de mear por lo que, soltando el pezón que estaba chupando, le pregunté a Inés donde estaba el servicio. Cuando empezaba a pensar que nada podía ya alterarme, nuevamente me encontré con una sorpresa inesperada, porque tan pronto como formulé mi pregunta, la esclava Lucía abandonó su postura y con toda naturalidad procedió a introducir mi miembro –flácido- en su boca mientras que la esclava Inés me indicaba:

Estamos al servicio del señor en todo lo que desee, no es necesario que el señor se levante, será un honor para la criada Lucia recibir al señor en la boca y tragar hasta la última gota.

Sin embargo, como viera que mi cara reflejaba asombro, que ella interpretó como disgusto, añadió:

Si al señor no le satisface mear en la boca de la criada Lucía, el señor puede usar la boca de esta esclava; el señor sólo tiene que ordenar lo que desee y será obedecido inmediatamente. Si al señor le parece oportuno, puede castigar a la criada y la esclava por no haber sabido satisfacer sus deseos.

En ese instante, y caso antes de que acabase de hablar Inés, el relajamiento de mi rostro le demostró más que cualquier palabra, que estaba satisfecho usando la boca de Lucía (después supe porqué Inés la llamaba criada y no esclava), la cual, cuando comprobó que había terminado y después de sorber hasta la última gota, me limpió el polla con la lengua y me la secó con su pelo permaneciendo en esa postura a la espera de mis órdenes sin duda tal y como había sido adiestrada.

No pude reprimirme y, casi sin darme cuenta, le di unos suaves golpecitos en la cabeza a Lucía, al tiempo que le decía "has estado muy bien" ; como un animal agradecido, la criada Lucía reaccionó sonriendo con dulzura y su lengua lamió con reverencia mi mano, en sus ojos se podía leer el agradecimiento por lo que parecía que constituía un enorme e inmerecido premio.

En ese momento caí en la cuenta de que ya era tarde (habían pasado varias horas desde que salimos del restaurante) y al día siguiente tenía que atender algunas citas ineludibles, así que decidí terminar las pruebas no sin antes tomar la palabra a Inés y "castigar" a las dos mujeres aunque fuera suavemente, quería comprobar sus reacciones antes de hacer pública mi decisión.

Aprovechando que tenía el pezón derecho de Inés a la altura de la boca –no se había movido ni siquiera para hablarme- volví a chuparlo, pero en lugar de sorber, apliqué mis dientes en un mordisco que fue aumentando gradualmente de intensidad a la vez que analizaba la reacción de la esclava Inés antes el dolor provocado de forma tan inesperada y que sólo respondía a mi capricho; excepción hecha de un pequeño respingo cuando le sorprendí aplicando mis dientes, la reacción de Inés no pudo ser más adecuada, no sólo no retiró su pezón de mi boca, sino que aprovechó la más mínima ocasión para colocarlo en posición más cómoda para que lo mordiese e incluso, al terminar, no abandonó su postura hasta que yo mismo la aparté con la mano; ni un mal gesto, ni un gemido, nada que denotase rechazo o temor. Era evidente que, aún cuando no había anunciado todavía la decisión tomada, Inés estaba sin ningún reparo ni límite aparente "a mi completo servicio ".

Animado por ese sometimiento total de Inés y decidido a comprobar si la criada estaba a la altura, ordené a Lucía que se colocara sobre mis rodillas, lo que procedió a realizar de inmediato, colocando su culo en la posición adecuada para que le diera unas palmadas sin tener que forzar mi brazo. Cuando descargué mi mano sobre sus nalgas, la silenciosa esclava pronunció sus primeras palabras, diciendo con un tono sumiso y dulce "gracias, mi señor" y así siguió, agradeciéndome cada uno de los golpes con la misma dulzura y sin alterar su posición para nada y ello pese a que yo fui incrementando la violencia de la palmada progresivamente hasta llegar a hacerme daño en la palma de la mano. Cuando me cansé, el culo de la criada estaba rojo como un tomate y debía, sin duda, escocerle, pero ni siquiera se movió hasta que no la empujé al suelo donde, como era de esperar, adoptó de inmediato la postura de sumisión que ya conocía.

No se si cansado por la tensión o por lo avanzado de la hora, decidí que había llegado el momento de anunciar que aceptaba la "herencia" que se me había ofrecido de manera tan inesperada y para demostrarlo, sin dejar de introducir mis dedos en el coño cada vez más húmedo de Inés, me dirigí a la esclava-mueble (que había seguido inmutable en su lugar durante todo este tiempo) y le ordené "Tú, acércate aquí y trae esa bandeja" . No se si fue imaginación mía, pero al terminar la orden, creí detectar como un suspiro de alivio –o de alegría- en Inés, a la vez que, durante un ligero instante, su sonrisa se iluminó y sus ojos brillaron de alegría, sin embargo, en cuanto aparté mi mano de su sexo para coger el sobre adoptó la posición de sumisión que ya me era familiar.

Con paso lento y suave, como si lo hubiera estado ensallando durante mucho tiempo –lo cual era más que probable- la esclava-mueble se acercó hasta el sillón y, en un movimiento perfectamente armónico dobló su cintura en una exagerada reverencia, se arrodilló ante mí y levantó sus manos con la bandeja hasta que no tuve que hacer ningún esfuerzo para alcanzar el abultado sobre, así como el abrecartas dispuesto al efecto; con toda tranquilidad, consciente de la intensidad de las miradas de las tres mujeres y de la trascendencia del paso que estaba dando, procedí a abrir el envoltorio y extraer su contenido consistente en varias carpetas de cartón duro cerradas con gomas elásticas y con una etiqueta en su exterior.

En la primera carpeta y con el rótulo de "Propiedades" y protegidos por sendas fundas de plástico, encontré hasta seis expedientes, todos ellos similares, en cada uno de los que había, además de un documento con firmas originales titulado "Contrato de Esclavitud", el pasaporte, el documento de identidad y el permiso de conducir, así como un juego de cuatro fotografías de las que, a partir de ese momento, iban a ser mis seis esclavas; por pura curiosidad, me detuve a mirar las fotografías y comprobé que todos los juegos presentaban a cada una de las esclavas en la misma posición en la que se habían colocado tanto Inés como Lucia y en otras tres posturas que no puedo calificar más que como extremadamente reveladoras de forma que entre las cuatro imágenes se podía afirmar que toda la anatomía de cada esclava quedaba expuesta y reflejada, lo más curioso es que la mirada de todas las esclavas era franca y directa, sin el menos asomo de vergüenza o humillación, como si fuera lo más natural del mundo para ellas. Sólo cuando acabé de repasar los seis expedientes caí en un detalle singular, ninguno de ellos correspondía a la "criada" Lucía, por lo que anoté mentalmente esa cuestión para averiguar más adelante el porqué.

La segunda de las carpetas, algo más abultada que la anterior, contenía diversa documentación relativa a propiedades inmobiliarias, sociedades, cuentas bancarias, y otros informes económicos; en un rápido vistazo pude comprobar que, al parecer, el capital total a que ascendía la herencia que estaba aceptando multiplicaba varias veces la ya abultada cuantía de la herencia de Inés; cerré esa carpeta sin más, tiempo habría para analizar su contenido con tranquilidad.

La etiqueta que aparecía en la tapa de la tercera de las carpetas me resolvió la incógnita de porqué no existía documentación de Lucía en la primera carpeta, ya que en ella estaba escrito "aspirantes". En su interior, dentro de las mismas fundas de plástico, encontré la misma documentación de cuatro jóvenes que la que había visto de las esclavas con algunas diferencias importantes, de entrada, el "Contrato de Esclavitud" tenía una sola firma –enseguida me dí cuenta de que la que faltaba era la correspondiente al Amo-, el reportaje fotográfico era más numeroso y al parecer realizado en momentos diferentes y, por último, había una especie de "informe" que revelaba con toda claridad la opinión que sobre cada una de las "criadas" tenía el difunto Amo, así como una serie de pruebas que habían sido encomendadas a cada una de ellas y que debían estar pendientes de concluir porque no se informaba del resultado.

La cuarta carpeta me reservaba una nueva sorpresa, ya que bajo el rótulo de "siervos" contenía la documentación (básicamente la misma que con las esclavas) de cuatro hombres que, al parecer también iban a ser de mi propiedad y que según indicaban las fotografías de cada expediente, por lo menos tres de ellos estaban relacionados con otras dos esclavas y una de las "criadas". Decidí que más tarde averiguaría exactamente de qué se trataba y cerré la carpeta.

Por último, la quinta carpeta tenía escrito en su etiqueta "Libertos", lo que, de entrada, ya me permitía hacerme una idea de cuál era su contenido. Efectivamente, en su interior encontré seis expedientes (todos ellos en su correspondientes fundas de plástico) en los que se hacía referencia a lo que, a primera vista, parecían media docena de "matrimonios normales" si no fuera porque, también aquí, estaban unidos sendos reportajes fotográficos que revelaban con toda claridad el tipo de relación que habían mantenido con mi antecesor. Igual que con las otras carpetas, decidí que mas tarde le dedicaría mi atención al contenido de esta última.

Una vez examinada la documentación levanté la vista y pude observar como las tres mujeres (debería decir las dos esclavas y la criada) se encontraban a dispuestas alrededor del sillón en la posición de sumisión y aunque la única que estaba completamente desnuda era Inés, los cuerpos de las otras dos se exhibían para mí sin dejar prácticamente nada a la imaginación, la criada-mueble (en su expediente figuraba como Sonia) tenía entre sus manos, a la altura conveniente, la bandeja en la que volví a depositar el sobre abierto y todos los documentos, lo que hizo que me diera cuenta de la existencia de la cinta de vídeo que recordándome así que faltaba cumplir esa parte de las condiciones.

En el momento en el que me disponía a coger la cinta caí en la cuenta de que no había ningún televisor a la vista ni, lógicamente, ningún aparato reproductor y, a la vez, recordé lo sucedido cuando quise ir al servicio por lo que, sin moverme del sillón pronuncié mi primera orden:

- "Inés, coge la cinta de video y prepárala para que pueda ver el mensaje"

Como si se tratara de un resorte, Inés se puso a cuatro patas, pronunció un "A tu servicio, Amo" y con la cinta en la boca –como la llevaría una perra amaestrada- se dirigió a la pared forrada de madera que tenía un espacio libre en el que se abrió una consola accionada por un silencioso mecanismo que ocultaba un televisor panorámico y diversos apartados, introduciendo la cinta en uno de ellos y poniendo en marcha la reproducción del mensaje grabado.

Cuando apareció la imagen de su difunto Amo en la pantalla las dos esclavas y la criada inclinaron sus cuerpos hasta que tocaron con la frente en le suelo y así permanecieron durante los más de veinte minutos que duró el mensaje que contenía la última voluntad y la despedida de aquél desconocido gracias a cuya muerte me encontraba en tan inesperada como agradable situación.

Lo primero que aprecié en la imagen, aún antes de escuchar el sonido de su voz, fueron los estragos que le había ocasionado la enfermedad a una persona que, por lo que yo sabía, no había cumplido los cincuenta y cinco años, pero que aparentaba más de setenta, pero inmediatamente me cautivó la impresionante, modulada y cadenciosa voz que transmitía el mensaje de quien, sin duda, tenía una fuerte personalidad y había aceptado lo inevitable enfrentándose cara a cara con su destino y en cuyo ánimo no había hecho mella la seguridad de estar muy cerca del final.

Pero sin duda, lo que más me impresionó fue que el mensaje no estaba dirigido ni a sus esclavas, ni a un desconocido heredero, se dirigía expresamente a mí, con nombre y apellidos, tratándome con familiaridad; sin duda alguna, el difunto Amo sabía que Inés me iba a elegir a mí y, cuando menos, sospechaba que yo aceptaría la propuesta. Había acertado de lleno y decidí ofrecerle el tributo póstumo de escuchar atentamente cuanto tenía que decirme.

"Buenas noches, Luis, no nos conocemos y mucho me temo que va a ser imposible que nos conozcamos personalmente, aunque yo he podido saber muchas cosas tuyas, tanto a nivel personal como profesional, durante estos últimos mese; cosas que ha hecho que, sin haber hablado nunca contigo, haya llegado a apreciarte; así que no te sorprendas, porque desde que supe que mi enfermedad era irreversible tomé la firme decisión de adoptar las medidas necesarias para que no desapareciera aquello que, con tanto trabajo como placer, fui creando en vida y tú has sido mi primer candidato a ocupar mi lugar.

Como te puedes imaginar, mi elección no ha sido producto de la casualidad; aunque ahora todavía te parezca extraño, ninguna de mis esclavas tiene secretos para mí, el estar sometidas a mi voluntad supuso que me abrieran hasta sus más íntimos pensamientos y es por eso por lo que sabía de tu existencia desde hacía años; por cierto, debes saber que Inés estuvo secretamente enamorada de ti durante vuestra época universitaria y siempre guardó un buen recuerdo tuyo; eso es lo que hizo que pensara en ti cuando empecé a dibujar el perfil de mi heredero y por eso Inés acudió a tu despacho, porque yo le sugerí –no me pareció adecuado ordenárselo- que tú serías el candidato perfecto para asumir la condición de Amo en mi lugar.

Bien, Luis, lógicamente, si estás viendo este mensaje significa que no me he equivocado y que has aceptado la herencia; gracias por aceptar mi propuesta, estoy seguro de que sabrás aprovechar adecuadamente la oportunidad y serás un digno continuador de mi obra.

No creas, no te voy a agobiar con consejos, ni voy a ofenderte dandote instrucciones, únicamente una advertencia, como es inevitable y necesario que conozcas a mis socios, debes tener mucho cuidado, no te traicionarán, pero si demuestras debilidad o perciben falta de confianza en ti mismo te perderán el respeto y eso será tu fin y el de mi legado, en esa como en otras muchas cosas, te recomiendo que escuches a Inés que los conoce desde hace mucho tiempo y sabe lo que pienso de cada uno de ellos.

Y hablando de Inés, la esclava Inés, la que tú conoces como mi viuda –espero que afligida- puede prestarte, no sólo información, sino consejo y ayuda en tus primeros tiempos, ya que supongo –me consta- que no tienes experiencia alguna en ejercer de Amo, por eso creo que no sería una mala idea que, desde el principio, ordenes a Inés que te vaya aconsejando, informando y enseñando, sobre todo en lo que se refiere a la forma de tratar al ganado; puedes estar seguro de que Inés te informará y aconsejará de la mejor manera posible en cada momento, , aunque redunde en su propio perjuicio. Ya la irás conociendo, pero es un ejemplar excepcional, una esclava voluntaria en la que la obediencia está tan profundamente arraigada que si su Amo –a partir de ahora tú- le ordena que deje de respirar, morirá antes que desobedecer; por eso la tomé como esposa y, o mucho me equivoco, o tú harás lo mismo.

No te extrañes de nada de lo que pase, ni con la esclava Inés ni con ninguna de las demás esclavas y siervos –y espero que las criadas cuando completen su adiestramiento- ya que todos ellos, al entregar su vida al Amo y a través de su adiestramiento, han perdido cualquier sentido de la vergüenza, de la dignidad, del Amor propio, su ausencia de voluntad hace que puedas darles, literalmente, la orden que quieras y seguro que la obedecen ciegamente y sin pensar en las consecuencias que les puede acarrear; trátalos bien, pero como tratarías a una cuadra de purasangres entrenados para las carreras, acostúmbrate a mandar y a ser obedecido y no dudes en imponer la disciplina si, en alguna ocasión, observas el menor asomo de rebeldía o insumisión; ten en cuenta que puedes castigarlos como te parezca, incluso cuando no hayan cometido ninguna falta y lo hagas por tu propio placer; estás en tu derecho.

Comprende que no quiera perder el tiempo hablándote de dinero ni de cuestiones económicas, no es de buena educación ni creo que sea la razón por la que has aceptado asumir mi herencia, pero me alegra poderte decir que al aceptar mi herencia has asumido una posición económica en la que tus preocupaciones económicas, si es que tenías alguna –y me consta que no- han desaparecido por completo y para siempre, sólo las rentas fijas que vas a percibir en el futuro te van a permitir tener un nivel de vida adecuado a tu nueva posición y sufragar, con creces, cualquier capricho que quieras darte; sin embargo, por tu bien, estoy seguro de que serás discreto y sabrás disfrutar de todo sin llamar la atención.

Luis, cuando este mensaje termine sería conveniente que lo destruyeras, no por nada, sino para borrar cualquier vestigio de mi condición de Amo, no quisiera que mi fantasma se interpusiera en tu camino; por eso, he ordenado a todas mis esclavas que, a partir de este momento, no se vuelva a mencionar ni mi nombre ni mi existencia, a no ser que tú expresamente lo ordenes y estoy seguro de que su nivel de obediencia es tal que también borrarán mi recuerdo. A partir de ahora, tú serás el único Amo, Dueño y Señor de todo cuanto se relaciona en el sobre que ya has examinado.

Te deseo que disfrutes de todo ello y seas tan feliz como yo lo he sido."

Y así, sin más, finalizaba el mensaje que contenía la última voluntad de quien me había elegido como heredero y que ahora, con una dignidad que honraba su memoria, pretendía desaparecer para siempre y decidí que el mejor homenaje que podía hacerle era respetar escrupulosamente su voluntad por lo que dirigiéndome nuevamente a Inés (que se había mantenido en la misma posición) le ordené: "Traeme la cinta de video" y, como esperaba, observé que de inmediato cumplió mi orden y desplazándose a cuatro patas depositó la cinta en mi mano.

Con profundo respeto, consciente de que con ello abría una nueva etapa en mi vida, me puse en pié, me acerqué a la chimenea y con las pinzas de la leña, procedí a depositar con sumo cuidado la cinta de video entre las llamas y permanecí de pié, en silencio, mientras observaba como se consumía el último mensaje de mi antecesor.

Una vez terminada la ceremonia "fúnebre" me giré y dirigiéndome a mis esclavas, que todavía mantenían la postura que habían adoptado al inicio del mensaje, les ordené que se pusieran en pié y les di mis primeras instrucciones como Amo.

"Inés y Lucía, vendréis a mi casa y me serviréis allí hasta que decida trasladarme. Tú –dirigiéndome a la esclava-mueble- permanecerás en la casa y te ocuparás de prepararlo todo para cuando decida instalarme. Por cierto Inés, a partir de este momento, y hasta nueva orden, quiero que permanezcas a mi lado y me pongas al corriente de todo, especialmente respecto de la mejor manera de trataros a ti y a mis demás propiedades"

De inmediato, como si lo tuviera preparado de antemano, Inés me respondió:

"Amo, estamos a tu servicio, somos de tu propiedad, existimos para tu placer y cumpliremos todos tus deseos y ordenes. Con tu permiso, esta esclava se atreve a preguntarle a su Amo: ¿cómo prefiere llevar a la esclava Inés y a la criada Lucía, vestidas, desnudas?,¿es de tu agrado que se limpien estos sucios cuerpos para servirte más adecuadamente? y ¿desea el Amo que, mientras tanto, le sean presentadas las esclavas y los siervos que se encuentran en la casa?"

Empezaba a darme cuenta de que, en muchas ocasiones, no iba a ser suficiente con dar una orden, tendría que acostumbrarme a concretar las cosas hasta que conociesen mis gustos y preferencias y tomé nota para elaborar unas instrucciones básicas; en cuanto a Inés le contesté:

"Inés, tú no llevarás ropa, quiero que estés desnuda a mi disposición, pero puedes ponerte un abrigo para taparte del frío al salir, pero coge algo de ropa de calle por si quiero que me acompañes; la criada Lucía sólo llevará el uniforme que lleva puesto, no necesita nada más; y sí, antes de salir os quiero limpias y perfumadas y mientras cumplís mis órdenes que se presenten aquí, inmediatamente, todas las esclavas y los siervos."

"Como el Amo desee; con tu permiso, esta esclava comunicará tus órdenes para que, de inmediato se presenten ante ti todas las esclavas y siervos de la casa y cumpliendo tus deseos, esta esclava y la criada Lucía serán lavadas, higienizadas y perfumadas para poder volver a estar en disposición ser usadas por su Dueño como desees; luego cogeré un abrigo y la ropa necesaria."

Con un gesto de la mano le indiqué que podía retirarse y, al instante, las dos esclavas y la criada se pusieron en movimiento, siempre a cuatro patas, hacia el interior de la casa. Sentado en el sillón caí en la cuenta de que yo no había dado ninguna orden concreta a la esclava Sonia (la esclava-mueble) por lo que antes de que cruzaran el umbral dije:

- "Un momento, tú, mueble ¿quién te ha dado permiso para moverte? ¿cómo te atreves a dejar la presencia de tu Amo sin autorización? ¡Ven aquí inmediatamente!"

No hizo falta que dijera nada más, al oír mi voz la esclava Sonia quedó paralizada durante una décima de segundo para, inmediatamente, dar la vuelta y acudir a mis pies a toda velocidad –siempre a cuatro patas, por supuesto- y cuando estuvo a mi alcance puso la cabeza entre mis pies –supongo que formaba parte de su entrenamiento- y lamió sumisamente mis zapatos al tiempo que, con el tono más humilde que había escuchado hasta ese momento, me rogaba:

"¡Amo, tu esclava-mueble te ruega tu perdón! Tu esclava ha cometido la grosería de pensar por su cuenta e interpretar tus órdenes; tu esclava merece ser castigada, pero te implora compasión!"

Dispuesto a imponer una corrección (me había sentido a gusto palmeando el culo de la Lucía), decidí que impondría un castigo suave pero que me permitiese conocer el grado de sumisión de mis esclavas y no sólo el de Inés. Así pues, cogí a la esclava Sonia por el pelo y, sin ningún miramiento, tiré hacia arriba hasta que estuvo de rodillas entre mis piernas, pese a que, evidentemente, le dolió, la esclava no profirió ni un gemido, se limitó a quedarse de rodillas con la mirada baja y cuando solté su pelo mantuvo la cabeza en la posición en la que la había dejado; el bofetón que le propiné debí dolerle más por la sorpresa que por el golpe en sí, pero se limitó a decir, como lo había hecho Lucía, "gracias, mi Amo" . Ya puestos, quise comprobar hasta que punto era cierto lo de la obediencia ciega, así que le ordené levantar la barbilla y prepararse para recibir otro bofetón; sin inmutarse, la esclava puso la cara de manera que me fuera fácil abofetear su mejilla lo cual repetí varias veces obteniendo siempre la misma respuesta "gracias, mi Amo" .

Entonces decidí dar otro paso, y le ordené poner la cabeza en el suelo y levantar el culo, inmediatamente se colocó en posición y permaneció quieta y en silencio; despacio, me levanté, me quité el cinturón, me enrollé la hebilla en la mano derecha y descargué un azote en sus nalgas cuyo trallazo me provocó una sensación nueva y agradable. La esclava Sonia no se movió de la posición y se limitó a repetir, una vez más "gracias, mi Amo" , decidí que una docena de azotes eran un castigo adecuado a la falta cometida y los apliqué dirigiendo el cinturón a distintas partes de la anatomía de la esclava, así como regulando la intensidad para comprobar la marca y el efecto que producían, pero lo único que obtuve, aparte de la sumisión y entrega más absolutas, fue la repetición, después de cada azote, de la expresión "gracias, mi Amo" .

Al terminar la tanda de azotes y levantar la vista me di cuenta de que habían entrado en el salón, en absoluto silencio, cuatro mujeres más y tres hombres, todos ellos desnudos y que permanecían en la posición de sumisión junto a la puerta evidentemente esperando órdenes.

continuará