Inés (1)

Luis, un prestigioso abogado, se encuentra ante una proposición inesperada de una antigua compañera que va a cambiar toda su vida...

INES, un regalo inesperado.

**Autor:

Sir Stephen**

- I -

Conocía a Inés de mis tiempos en la Facultad, en los que habíamos asistido a algunos cursos juntos. Siempre me pareció una mujer estupenda pero algo distante y fría, como si se creyera superior a los demás y estuviera muy segura de sí misma. Esa actitud suya fue la causa de que, a excepción de algunas cenas en grupo y las típicas conversaciones intrascendentes sobre apuntes y exámenes, no me atreviera en todo ese tiempo a intentar una relación "extra universitaria" con ella, pese a que ganas –y creo que oportunidades-no me faltaron; siempre me quedé con la sensación de que si lo hubiera intentado hubiera tenido éxito. Con el paso del tiempo, todo fue quedando en un recuerdo borroso que poco a poco perdía nitidez hasta casi quedar relegado al olvido y a la vez yo ganaba en seguridad y confianza sobre todo en mis relaciones con el sexo opuesto.

Habían pasado algunos años desde que acabé me licencié en la Universidad, y durante ese tiempo había adquirido cierto prestigio como profesional, y acababa de superar las últimas y desagradables consecuencias (económicas y sentimentales) de un estrepitoso fracaso matrimonial cuando, un buen día, uno de mis clientes más antiguos y lucrativos me pidió como favor personal que atendiera a una pariente suya que, según contaba, había quedado viuda recientemente y tenía muchos y graves problemas con la herencia de su difunto marido y que necesitaba urgentemente de la ayuda y consejo de un profesional; aún cuando no era mi especialidad, acepté a regañadientes, fijando una entrevista para algunos días después.

El martes siguiente, exactamente a la hora convenida, mi secretaria me comunicó que una tal Sra. Inés M. había llegado y esperaba que la recibiera. Al ver entrar a mi nueva y muy recomendada cliente, casi pierdo el aliento; en lugar de la viuda mayor y achacosa que me había imaginado, frente a mi se encontraba, casi como si no hubieran pasado los años, la altiva y distante Inés, mi antigua compañera de curso, que lucía una radiante y cálida sonrisa que me hizo darme cuenta de que para ella no era una sorpresa.

Una vez repuesto de la primera impresión y, tras los comentarios habituales sobre el tiempo transcurrido y sus efectos, le indiqué que se sentase y adoptando el tono profesional apropiado le pregunté por el motivo de su visita; la respuesta se prolongó a lo largo de casi dos horas y pude conocer de su matrimonio –sin hijos- con un hombre bastante mayor que ella pero con apellido notable y fortuna sobresaliente, de cómo su familia política no había aceptado la situación y, finalmente, de cómo su marido había fallecido hacía algo menos de un mes victima de una enfermedad fulminante y de cómo a partir de ese momento se habían desencadenado todas las fuerzas del infierno en forma de presiones de su poderosa y arrogante familia política para que renunciase a una parte sustancial de la herencia en beneficio del "clan".

En esa y en sucesivas visitas fuimos analizando la situación y adoptando las medidas adecuadas para defender su herencia; durante ese tiempo descubrí que me resultaba extrañamente agradable comprobar como Inés seguía mis instrucciones al pie de la letra y sin discusión alguna. Finalmente, después de algunos meses de tensas negociaciones, conseguí alcanzar un acuerdo satisfactorio que le garantizaba disfrutar durante muchos años de una situación económica sin problemas ni agobios.

Para celebrar el éxito alcanzado y "negociar los honorarios", Inés me preguntó si podía invitarme a cenar; sorprendido por el tono en el que me lo había propuesto le dije que estaría encantado, pero que era yo el que la invitaba a ella, lo que aceptó sin protestar, de la misma forma, cuando le indiqué que pasaría a recogerla por su casa a determinada hora, se limitó a contestar "estaré preparada".

Excitado ante la perspectiva de una velada que se prometía agradable procuré llegar puntual a la puerta de su casa. Tan pronto como bajé del coche, Inés salió del portal en el que, sin duda, estaba esperándome con una sonrisa encantadora y algo enigmática.

Había reservado mesa en un restaurante discreto y poco frecuentado entre semana en el que pudimos continuar la conversación en tono más relajado; durante la cena, nos dedicAmos a recordar la época universitaria, pero mientras esperábAmos al postre y sin ningún motivo aparente, Inés se puso repentinamente seria, y cambiando tanto su tono de voz como su mirada me dijo:

Antes que nada, debo pedirte disculpas por no haber sido, durante estos meses, absolutamente sincera contigo ya que, aunque no te he contado ninguna mentira, sí que te he ocultado algunas cosas de mi vida y, sobre todo, de mi matrimonio. Espero que cuando te lo cuente me perdones y comprendas que no tenía otra posibilidad más que cumplir mis instrucciones; si tú me lo permites, ahora ha llegado el momento en el que puedo explicarte toda la verdad, pero si te parece bien podemos ir a mi casa donde te podré contar toda la historia que espero que encuentres interesante.

Profundamente intrigado por el inesperado giro que había tomado la velada y sobre todo por el cambio de actitud que había percibido en Inés, accedí a su petición y, acompañarla hasta su casa. Las sorpresas iban en aumento, porque nada más subir al coche me indicó una dirección distinta a la de la finca en la que yo creía que vivía; según me dijo, se trataba de una casa en las afueras que era su vivienda real; durante el trayecto sólo me dirigió la palabra para indicarme el camino hasta que nos encontramos ante una enorme puerta automática que abrió con un mando a distancia tras la que, por un camino que parecía interminable, llegamos a la puerta principal de una enorme mansión situada en el centro de lo que parecía una menos imponente parcela de terreno rodeada de árboles que impedían cualquier tipo de visión desde el exterior.

Nada más detener el coche, una joven vestida como una criada salió de la casa y, sin dirigir ni una palabra y con la mirada baja, me abrió la puerta rogándome la siguiera con un casi inaudible "… si es tan amable …" Fuera del coche observé que Inés esperaba hasta que llegué a su altura y, en silencio, me siguió hasta el interior de la casa, siempre precedidos por la criada que, una vez dentro, abrió las puertas de un amplio salón decorado en madera con las paredes recubiertas de estanterías y que, curiosamente, sólo contaba con un sillón dispuesto ante la chimenea en el que me rogó que tomara asiento.

Por su parte, Inés se situó delante de mí, de pié, y después de preguntarme si quería tomar alguna cosa (decidí que un whisky era lo más adecuado para tan irreal situación) empezó a contarme su "historia":

Te agradezco que haya tenido la amabilidad de aceptar escucharme y permitirme así que cumpla las últimas instrucciones de mi difunto marido; una vez más te pido disculpas por no haberte dicho toda la verdad y te ruego que me permitas relatarte toda la historia sin interrupción, cuando acabe comprenderás porqué y podré responden a todas tus preguntas si decides aceptar la oferta que voy a hacerte; así pues, con tu permiso, voy a contarte aquello que, hasta ahora, te había ocultado.

Mi difunto marido era una persona muy especial cuyos gustos y aficiones no agradaban en absoluto a su familia pero que, sin embargo, no podía menos que tolerarlo porque era él quien gestionaba y dirigía los negocios con el éxito que conoces; de cara al exterior era una fuerte personalidad, carácter, muy dominante y con una extraordinaria capacidad de dirigir las empresas familiares así como un impresionante olfato comercial.

Pero todo eso no era más que una pantalla para ocultar su verdadera personalidad y su auténtica pasión; dominar a las personas y sentirse dueño y señor de las vidas de quienes le rodeaban. Mi relación con él no era una relación "normal", yo era "su" esposa, pero en un sentido de posesión literal ya que él era mi Dueño, mi Amo y Señor, yo era, sigo siendo, de su propiedad, era, y soy todavía, su esclava en cuerpo y alma, por eso mi matrimonio, pese a ser absolutamente legal, no era más que una tapadera que le permitía mantener oculta su vida privada, es más, yo me sentí profundamente honrada de que mi Amo me prefiriera a mí entre sus demás esclavas para tener una esposa "oficial" y cubrir así las apariencias sociales.

Porque yo no soy la única esclava del Amo, tanto en esta casa como en la de verano y en la de la ciudad que ya has conocido tiene otras esclavas que viven para servirle con absoluta dedicación y entrega; has conocido a una de ellas, la criada Lucía que es la última adquisición de mi Amo y que todavía esta siendo adiestrada en la sumisión y la esclavitud –en ese momento Lucía dejó la bandeja con mi bebida en una mesa auxiliar y me acercó la copa con extraordinaria delicadeza, inclinando su cuerpo de manera que pude apreciar generosamente su cuerpo- espero que tengas la oportunidad de conocerlas a todas.

No es difícil imaginar la sorpresa y la incredulidad, que sentía al escuchar el relato de Inés hasta el punto de que hubiera asegurado que se trataba de una broma si no fuera porque algo en su pose y en su actitud así como en la de la criada Lucía me indicada que iba en serio y era una historia real; sin embargo, no pude evitar interrumpir a Inés para preguntarle:

¿ Por qué me estás contando todo esto precisamente a mí, que he sido un perfecto desconocido para ti durante años?

Pude observar que Inés hacía un gesto de nerviosismo y, en ese momento, me arrepentí de haber roto mi promesa de dejarla hablar hasta el final, temiéndome que diera por terminada la velada, pero en lugar de eso continúo su exposición:

Si me permites continuar creo que en seguida sabrás la respuesta a tu pregunta, en cualquier caso debo indicarte que no estoy autorizada a contestar ninguna pregunta tuya hasta que cumpla las instrucciones recibidas y acabe de contarte toda la historia tal y como se me ha ordenado que haga.

Para tu tranquilidad debo decirte que todas las esclavas que somos propiedad del difunto Amo, hemos aceptado voluntariamente nuestra situación, nadie nos ha obligado a pertenecerle y estAmos perfectamente adiestradas para obedecer de manera inmediata, sin la más mínima protesta. Somos esclavas porque hemos querido serlo y hemos aceptado libremente entregar nuestra voluntad, nuestros cuerpos y nuestra vida al servicio del Amo.

Lamentablemente, como ya sabes, nuestro Amo (mi marido frente a la ley) falleció hace poco, casi de repente ya que él mismo decidió no prolongar artificialmente su vida y prefirió vivir intensamente el tiempo que le quedase sin someterse a ningún tratamiento médico, dado que lo único que se podía conseguir era prolongar unos meses su sufrimiento. Aún así el Amo tuvo tiempo de prepararnos para el momento en el que ya no estuviese y nos dio las instrucciones y órdenes necesarias para después de su muerte, en especial a mí como su esclava principal y esposa legal.

Sus órdenes eran que debía buscar al hombre adecuado para ocupar su lugar como nuestro Amo, que debía reunir determinadas características; ahora bien, si en el plazo de seis meses desde su muerte no lo encontraba, debíamos entregarnos a su socio, el Amo Ricardo, quien se quedaría con nosotras o nos subastaría en la Asamblea Anual del club al que mi Amo pertenecía junto a otros Amos y cuya reunión se celebrará a finales del mes que viene.

La verdad es que, antes incluso de tener la excusa de los problemas con el testamento, ya había pensado en ti como uno de los candidatos a suceder a mi Amo que cumplía a la perfección los requisitos exigidos; no sé bien porqué, pero cuando tuve que cumplir las órdenes del difunto Amo, me vino tu recuerdo a la memoria y decidí acudir a t. Gracias a la familia de mi Amo no necesité inventar ninguna excusa, por eso, y para confirmar que había acertado en la elección, he esperado a que todo terminase.

Hizo una pequeña pausa para que pudiese asumir todo lo que acababa de escuchar y aprovechó para sacar de un armario de la estantería un sobre abultado y una cinta de vídeo que depositó con mucho cuidado en una bandeja que le había acercado silenciosamente Lucía. Ambas permanecieron quietas y en silencio hasta que alcé la vista, Inés continuó:

Ahora ya sabes la verdad completa; para acabar de cumplir las órdenes de mi difunto Amo debo hacerte una pregunta ¿Aceptas ser el heredero del difunto Amo y cumplir su última voluntad? No tienes que responder inmediatamente, pero nuestro Amo estableció como condición que tomes tu decisión –aceptando o rechazando la propuesta- antes de salir de esta casa; esa es su voluntad y así debe hacerse.

Si decides aceptar la propuesta de nuestro difunto Amo no es necesario que te rebajes a dirigirte ni a mí ni a ninguna de las demás esclavas; sólo tienes que coger el sobre que está en la bandeja – que había traído otra silenciosa otra joven con el mismo uniforme de criada- y en el que están los contratos de esclavitud y la documentación de todas las esclavas del difunto Amo y ver el mensaje que, como última voluntad dirigida a su sucesor, grabó nuestro difunto Amo en la cinta que hay dentro del sobre; en ese momento todas las esclavas pasaremos a ser de tu absoluta propiedad, te serviremos y obedeceremos porque has decidido hacernos el honor de ser nuestro Amo, Dueño y Señor y te serviremos con la misma entrega y dedicación que lo hicimos con nuestro difunto Amo, al cual, a partir de ese momento no volveremos a mencionar ni recordar excepto si tú nos lo ordenas.

Mientras tomas tu decisión y durante el tiempo que permanezcas en esta casa, tanto Lucía como yo (pero sólo nosotras dos) estaremos a tu completo servicio y podrás disponer de nosotras como desees; si finalmente rechazas la oferta de nuestro Amo, el uso que hayas hecho de nosotras será una compensación por las molestias que te hemos causado, pero cuando salgas de esta casa no volveremos a hablar contigo nunca y olvidaremos lo sucedido esta noche; así nos ha sido ordenado y así será.

Hasta aquí puedo explicarte, mis instrucciones son que a partir de este momento y hasta que tomes tu decisión tanto Lucía como yo te serviremos en silencio; si aceptas definitivamente convertirte en nuestro Amo nada te será ocultado, ni física ni mentalmente, pero si decides rechazar la oferta sólo sabrás lo que te he explicado hasta ahora.

Tan pronto como Inés acabó de hacerme su asombrosa proposición, las dos mujeres se situaron frente a mí y, ambas a la vez, se colocaron en una posición parecida a la de los practicantes de yoga: de rodillas, con la espalda erguida, las piernas abiertas y los brazos caídos a lo largo de las piernas, la mirada baja y los labios entreabiertos en una postura que no podía ser interpretada más que como de sumisión y entrega; observé también que al arrodillarse se habían subido el vestido –que en ambos casos era ya de por sí corto- de manera que su entrepierna quedaba al descubierto dejando ver perfectamente cada uno de sus sexos, al parecer, completamente depilados.

Debo reconocer que durante unos minutos no supe cómo reaccionar, ni siquiera me di cuenta del significado de las últimas palabras de Inés, simplemente me quedé mirando al vacío, intentando poner descifrar si todo lo que estaba sucediendo formaba parte de una descomunal broma o verdaderamente se trataba de una historia cierta y me encontraba ante la proposición más extraordinaria que jamás hubiera podido imaginar; sumido en esos pensamientos, de manera inconsciente, tanteé la mesa auxiliar para alcanzar la copa y pude comprobar el significado literal de la expresión "estar a mi completo servicio" ya que Lucía se levantó rápidamente y cogiendo la copa con ambas manos la puso a mi alcance a la vez que se arrodillaba entre mis piernas y adoptaba la misma postura de sumisión.

Sumido en la perplejidad y tratando de digerir el verdadero significado de todo lo que acababa de escuchar, de forma refleja, tomé el vaso que se me ofrecía y bebí un trago de whisky; al dejarlo me di cuenta de que la criada (¿esclava?) Lucía seguía con sus manos en la misma posición para sujetarlo, pero adoptando una postura en la que su sexo se encontraba a escasos centímetros de mi pie izquierdo y sus pechos rozaban suavemente mi rodilla a la vez que su ojos miraban, sin disimulo ni recato alguno, hacia mi entrepierna.

Por su parte Inés, sin duda siguiendo instrucciones de su difunto Amo, se había quitado, con un solo movimiento, el vestido y había vuelto a adoptar su posición de espera, pero ahora mantenía las manos cruzadas detrás de la nuca de forma que sus pechos se proyectaban hacia delante mientras que sus ojos, con todo descaro pero también con toda naturalidad, permanecían fijos en mi entrepierna en la que se empezaban a percibir las consecuencias de mi excitación.

Si he de ser sincero, no me costó excesivo trabajo ni tiempo tomar la decisión de aceptar la propuesta –pensaba hacerlo aunque cabía la posibilidad de que todo fuera una broma-, no tenía que dar explicaciones a nadie y estaba seguro que mi nueva "posición" no iba a afectarme en mi trabajo –por lo menos negativamente-; pero, aún así, decidí tomarme algo más de tiempo para saborear la bebida y, de paso, comprobar hasta que punto era verdad que las dos mujeres que tenía ante mí (la tercera parecía un mueble más que una criada) estaban "a mi completo servicio" , sería a la vez, una prueba y un anticipo y podría asegurarme de si era o no una broma.

Decidí empezar por la ¿esclava? Lucía –todavía se me hacía difícil asumirlo- que era la que tenía más cerca y, depositando el vaso en las manos de Lucía, levanté mi pié hasta que entró con el zapato toqué su sexo abierto y exhibido descaradamente; para mi satisfacción, en lugar de alejarse, Lucía abrió un poco más las piernas y se movió ligeramente para permitir que la punta se posicionase directamente sobre los labios de su coño, al tiempo que inclinaba su busto para que sus pechos se apoyasen en mi rodilla y en su cara se dibujó una sonrisa, no se muy bien si de satisfacción, de agradecimiento o de ambas cosas a la vez.

Mirando a Inés le dije "ven" y de inmediato, sin levantarse, la esclava se dirigió a cuatro patas hacia mí hasta que se situó al lado del sillón, lamió suavemente la mano que tenía apoyada en el antebrazo (tal y como lo haría una perra bien adiestrada) y como no recibió ninguna otra orden volvió a adoptar la postura inicial pero esta vez con su cuerpo a escasos centímetros de mi mano, ofrecido como si estuviera deseando y esperando que la tocara.

Sin dejar de acariciar el coño de Lucía –que, pese a todo, no dejaba de sujetar el vaso en ningún momento- con mi zapato y de sentir sus pechos apretados contra mi pierna acerqué mi mano al pecho de Inés acariciando su piel y observando su reacción; como esperaba, en lugar de retirarse se inclinó suavemente hacia mí y giró un poco su cuerpo para hacer más fácil mi caricia, ofreciéndose con la naturalidad de quien está acostumbrada y, empezaba a creérmelo, perfectamente adiestrada para ese tipo de servicio.

Pronto fui perdiendo los recelos iniciales y decidí dar un paso más por lo que, sin dejar de acariciar –e incluso pellizcar- el pecho de Inés con una mano, puse la otra en su cabeza y la dirigí, con toda suavidad hacia el bulto que ya era muy evidente en mi entrepierna; la reacción de Inés no se hizo esperar e inmediatamente, además de ceder a la presión de mi mano, por muy suave que esta fuera, desabotonó la bragueta y con sumo cuidado –yo diría que incluso con reverencia- extrajo mi miembro y fue acercando su boca entreabierta hasta alcanzarlo con los labios.

En ese momento dejé de presionar la cabeza y pude sentir como los labios de la esclava, que adiviné ligeramente entreabiertos, recorrían pausadamente mi glande y su lengua acariciaba lenta pero exhaustivamente toda la longitud de mi miembro; así siguió durante un buen rato, lamiendo y besando hasta que ejercí una pequeña presión en su cabeza y, como si hubiera estado esperando esa orden, abrió la boca para acoger mi sexo en toda su longitud e iniciar lo que fue, sin duda, la mejor mamada que jamás me habían hecho y que se prolongó hasta que aspiró la última gota de mi semen y, aún así, la boca de la esclava Inés no paró de succionar y lamer mi polla hasta que retiré su cabeza hacia atrás y, todavía, conforme iba sacándola fue lamiendo mi polla para limpiarla de cualquier resto con todo cuidado y con suma delicadeza, casi diría que con veneración.

(… continuará …)