Inducido por mi hermana III: A merced de mi prima
Adela despierta recibiendo besos cariñosos de su sumiso hermano, y le castiga por tomarse esa libertad, pero luego alivia su sufrimiento con caricias que en realidad le inducen mas. Más tarde se mudan unos días al piso de Sofía, su tía.
Un escalofrío recorrió su cuerpo y respondió.
Yaiza contempló con burla su posición ante Elvira. Él no soportó la mirada ni la humillsción, pero Elvira le obligó a mirarla y tras mirarse mutuamente cara a cara, de nuevo la perversa sonrisa de la chica que estaba disfrutando abiertamente, provocó que una lágrima corriera por su mejilla sin que pudiera evitarlo, lo cual las chicas y especialmente Elvira disfrutaron aún mas y así se lo demostraron al ordenarle con una voz melosa, dulce y a la vez burlona.
La chica estaba totalmente entusiasmada con la situación, con una enorme sonrisa. Elvira se agachó y mientras le acariciaba el cabello le susurró burlándose.
— ¡Vaya, "fresa", que obediente y disciplinado te has vuelto - la maliciosa chica no pudo evitar reírse en su cara porque cada vez que se detenía a pensar en la nueva situación que estaba viviendo como esclavo de su hermana y en breve también de ellas siempre terminaba muerta de risa y ésta vez no fue la excepción, tras unos segundos la chica añadió aún entre risas.
— No te creas – añadió Adela, aún alterada por la actitud que le había confesado su hermano -. al parecer no ha sido tan obediente como debiera con sus compañeras, pero ya le castigaré.
— Pues muy mal, porque Adela nos ha prometido que tendremos control absoluto sobre ti, así que andando!
– No, no quiero estar sometido a su voluntad; señorita, por favor.
Su hermana se acercó rápidamente hacia su esclavo y totalmento furiosa le partió la cara con todas sus fuerzas. Él comprendió que no tenía ni derecho a expresar su oposición.
Ella se levantó y se reía muy alto.
- Jajaja, la verdad Adela es que lo tienes bien enseñado, y es aplicado tu esclavo, aunque le falta un poco de disciplina - plasss otra nalgada fuerte en su trasero, que dejó hasta marca –. Es muy tímido pero parece que aprenderá a obedecernos también a nosotras.
– ¿Un poco? Lo que ha hecho en su clase es inaceptable.
Adela le miró y le mandó que fuera a la cocina. Él continuaba con la cabeza baja, salió del salón oyendo sus risa y burlas, recibiendo tortas en su culo, solo Elvira, fue diferente, sujetándole de una nalga, pasó su dedo índice por los pómulos sonrojados de Fresa, varias veces. Con su mano tomó su cara y le besó en la mejilla fuerte como quien besa a un niño pequeño.
– Voy a aprender mucho de ti, estoy segura – anunció ella.
Ellas estuvieron charlando, ambas amigas insistían en saber que cómo se había atrevido, que si lo había hecho desde siempre, que como lo había conseguido, a cada pregunta más interés demostraban y más se emocionadas ellas.
Adela quiso que su hermano se enterara de su explicación; para ello le llamó y le hizo volver al salón.
– Como ya sabéis, mi madre siempre le ha infravalorado, le ha despreciado e incluso le ha hecho vivir oprimido, pero no sabía como sacarle provecho, y desde luego, convertirle en un esclavo era impensable; pero hace unos días vi un anuncio que hablaba precisamente de un perfume y varios productos de higiene que anulan completamente la voluntad de un hombre cuando los huele y le forzaba a la sumisión y un hermano no iba a ser menos, así que compré los productos y decidí probarlos.
– Venga ya - decía Yaiza- tú has visto mucho la tele.
– ¿Tú crees? La prueba está ahí, total, que cariño, una ya sabe lo que quiere y le da igual como conseguirlo, y no sé, saqué mi instinto y me dije "a ver si puedo controlar a mi propio hermano", y resulta, jajajaja que es más fácil de lo que pensaba.
– No lo tengo muy claro - dijo Elvira.
– Te lo aseguro, este desgraciado no ha conocido el amor de una madre, ni el cariño de una familia, era obvio que no podía resistirse a mi autoridad, ni a mi encanto, ni a mis recursos, os aseguro que lo estoy moldeando a mi gusto y en poco tiempo tendré un corderito. Incluso si le ordeno que se duerama, se duerme al instante.
Las tres chicas sin nada mejor que hacer para entretenerse, se estaban diviertiendo con la situación y como decía Adela, podían someterle por la fuerza o sin ella, así que…
El chico cambió de postura ante ellas, pues se sentía incomodo, el sentir que era él, quien estaba dominado de esa forma tn miserable y repugnante por su propia hermana, se corroía por dentro, al oírlas hablar, recordaba los meses atrás cuando discutía tanto con Adela y que su madre siempre le daba la razón a ella, y lo insoportable es que se trataba precisamente de Adela, su hermana, a la que siempre había detestado, pero desde hacía unos días, no podía hacer otra cosa que dormir abrazado a ella, a sus pies, u obedecerla a cualquier precio.
…Obedecerla… pero enseguida se dio cuenta de que tenía un futuro incierto, sus dos amigas. – "¿Qué querrán de mi? ¿Y mi madre? – le entró pánico y sollozó.
Su hermana, cruel y exigente como ella sola le mandó callar y le llamó, se acercó a ellas, quienes le esperaban sentadas todas en el mismo sofá.
– ¿Qué te pasa? - preguntó Adela – ¿estás llorando como una nena? – comentó con burla, mientra sus amigas rieron.
– No… yo… nada… señorita.
– Vaaaayaaa, ¡señorita! Pues sí que lo tienes bien educado – Elvira asentía, ella le miró y siguió hablando - ¿puedo…?
– Claro que sí – contestó Adela – recuerda que es un corderito.
– Ven aquí cariño, estás descalzo vas a coger frío, toma ponte mis bailarinas.
Él obedeció de inmediato, pero dudoso. Sin titubear se las calzó, eran unas bailarinas blancas, que dado el tamaño de su dueña, le quedaban casi bien, estaban bastante sudadas y calurosas, pero se reconfortó, además para incrementar su vergüenza hacían juego con el conjunto que llevaba puesto el chico.
– Pues no le quedan mal - dijo su hermana - quizás te debería comprar unas, camina un poco por el pasillo.
Rojo de vergüenza, él lo hizo, mientras ellas iban vitoreando, aplaudiendo y riendo, se lo pasaban bien, disfrutaban a su costa.
– Pero mira, si hasta mueve las caderas, jajaja – afirmó Yaiza.
Después de dar unas vueltas Adela le llamó. fue hacia ella, y le ordenó que girara sobre sí mismo, y para más humillación de su hermano, tuvo que moverse con movimientos exageradamente afeminados; tenía que comportarse como una señorita refinada.
– Haz lo que te digo – ordenó Elvira – quiero ver que tenemos aquí. Depilado por completo; no perdonas ni un pelo.
– Sí señorita; estoy depilado al gusto de su amiga.
– Silencio – ordenó su hermana – tienes prohibido hablar mientras ellas te inspeccionan.
Yaiza le llamó. Ahora era ella, la que quería hacer uso de su dominio.
– Quítate el corset y las medias, y ven, déjate solo la falda y el resto de la ropa interior, quiero ver tus piernas depiladas, recuéstate encima mía, boca abajo.
Él se quitó de inmediato la ropa que se le había ordenado y se tendió, quedando su barriga encima de su odiosa harmana, que estaba sentada en el sofá.
Yaiza le acariciaba las piernas, con su gran mano, movía y apretaba un gemelo y luego el otro; así estuvo un buen rato, mientras se ruborizaba y se sentía morir de vergüenza, cada vez deseaba mas rebelarse, matarlas o salir correiendo; pero no fue capaz, sencillamente se limitó a dejarse manosear, como si fuera un pedazo de plastilina, y de vez en cuando alguna le tocaba el hombro, le acariciaba la espalda…
Yaiza seguía tocándole detrás y empezó con su mano, a acariciar el dorso del sumiso, mientras la oía hablar
– A ver que tenemos aquí... Muy bien, depiladito por completo, muy bien.
Estaba totalmente sometido a la voluntad de esas tres preciosidades; eran verdaderamente hermosas, y aunque Yaiza no era la más bella de las tres tampoco tenía nada que envidiar de Adela ni Elvira. Cada vez que le acariciaba con los dedos sobre el cuerpo descubierto del sumiso, él sentía un tremendo escalofrío.
Su hermana parecía no ver toda la situación, ¿o sí?
Yaiza seguía acariciándole ahora la cabeza, que la agarraba con la manos, y le producía unas enormes náuseas, quería que parara de una vez…
– Pues sí que te portas bien – dijo Yaiza.
En tiempo récord, cuando se dio cuenta de la situación, ya hacía minutos que dejaba caer sus babas en el suelo, como un perro anelando comer un filete.
– "¿Cómo puedorelajarme tan tanfacilmente y mostrar tanta satisfacción en ese momento tan humillante, en el que mi hermana tenía absoluto control sobre mí?" pensó totalmente desconcertado.
La situación era increíble, increíblemente humillante y vejatoria, el chico estaba totalmente dominado por esas tres atractivas señoritas, que le tenían, controlado, amasado y a su merced; esas señoritas tan perversas, manipuladoras, maliciosas y caprichosas, mas de lo que la mente humana podía imaginar, desde que las conoció en el colegio, que con el tiempo, acabaron convirtiéndose además en auténticas brujas. Por muy desesperado que estuviera no intentaba escapar.
Se sentía condenado a la esclavitud, manipulado como un títere, a disposición de ellas. Hasta que sus músculos se relajaron y cayó rendido encima de ellas con todo su peso. De repente se dio cuenta de que estaba sentado, teniendo a su hermana encima y besándola en el cuello, mientras le acariciaba en el ombro. En algúm momento debió cambiar de postura sin haberse dado cuenta.
– Ssssshhh, buen chico, buen chico, muy bien.
Estaba bloqueado, totalmente desconcertado, según el juicio de ellas se había portado bien, muy bien y era lo más humillante que había sentido nunca, obedecer a su hermana y sus amigas, y que ellas estuvieran satisfechas con su actitud. Nunca imaginó que acabaría sometido de esa forma, y mucho menos por su propia hermana.
Adela le hizo levantarse para despedirse de ellas, pero tenia que hacerlo como un caballero que se despide de su amada. Lo comprendió al instante.
Besó una vez mas la boca de la joven Elvira, para ello tuvo que hacer un esfuerzo por estar a su altura; pues con sus cuatro centímetros de tacón le sacaba diez centímetros de diferencia. Era soberbia, muy soberbia, coqueta y muy femenina; atractiva, alegre y cuando se maquillaba como en esta ocasión estaba radiante.
El sumiso se esforzó por besarla, aunque con una tremenda vergüenza y un gran nudo en el estómago, pués recordaba que llevaba toda la vida humillándole en el colegio.
– Eres preciosa, etás radiante; me gusta mucho tu perfume, huele muy bien, estoy encantado de verte de nuevo, he disfrutado mucho en este reencuentro – explicó humillado, en realidad no sentía nada de lo que le había dicho, pero debía hacerlo para no enfurecer a su repugnante hermana.
Pero Elvira mostró con una sonrisa como nunca nadie había visto en ella. La única oportunidad que había tenido de besarla hasta el momento era contra su voluntad.
Luego fue a Yaiza. Ya totalmente entregado en su situación, se arredolló ante ella para rodear sus caderas con sus brazos; ella le ofreció una mano y el chico la besó; con la otra mano acariciaba suavemente su cabeza mientras la miraba. "– Estoy seguro de que ella también se ha sorprendido –" pensó resignado, humillado y averzonzado.
Mientras Adela las acompañaba a la salida las oía hablar en voz baja. Oyó un portazo, comprendió que las dos ya se habían marchado. – "¿contarán algo? Espero que no". – pensó aterrorizado.
Después de despedirse, los dos hermanos fueron al salón, Adela se sentó y el esclavo se tumbó colocando su cabeza sobre la pierna de la joven, como una almohada; estaba descansando placidamente, sintiendo el calor corporal de su hermosa y... cruel hermana; la sensación que sentía de náuseas se convirtió rápidamente en confort; él no lo entendía. Adela con ojitos, le habló al oído en voz baja.
– No se lo digas a nadie, pero eres lo que yo te diga, porque soy tu propietaria, y te puedo usar siempre que quiera, pero no cuentes nada nada de esto, puedes ser un niño pequeño si quiero.
– Sí señorita – respondió él.
– Ahora levanta, te voy a pintar un poco.
– Sí señorita.
El sumiso estaba deseando rebelarse y escapat, pero no lo hizo, porque no tenía ningún sitio a donde ir, así que se quedó de pie, mientras esperaba a que su propietaria le dijera lo que tenía que hacer. De momento no le dijo nada, salió del salón, sabiendo que su esclavo la observaba. En unos minutos volvió a entrar con un espejo que tenía en el cuarto, y lo colocó delante de él.
Le estaba maquillando despacio, con todos sus recursos. El carmín, la raya en cada ojo, el rimel en las cejas y finalmente un cosmético que le esparcía por toda la cara.
– Espero que mires con mucha atención; dentro de poco tendrás que hacerlo tú, a ti mismo y quien te lo ordene, por su puesto a mamá y a mí.
Adela no tenía ninguna prisa, le estaba pintando con calma; pués permaneció inmovil; le tenía un miedo espantoso, por lo que se dejó maquillar.
Cuando terminó de pintarla le hizo hacer las tareas del hogar.
Estaba totalmente humillado, se pasó toda la tarde repasando la casa; no había ninguna necesidad de hacerlo, porque esa misma mañana, Araceli se había ocupado de ello; para mayor humillación de su hermano, Adelale hizo caminar con movimientos afeminados, mientras repetía las tareas del hogar. Tuvo que varrer y fregar el suelo de toda la casa, repasar los muebles y poner la lavadora para limpiar la ropa que no pudo hacer Arceli. Él ya estaba bastante cansado al final de la jornada, pero en realidad no era el final, porque luego tuvo que echar una mano de pintura a su cuarto; por orden de su hermana, pintó la pared de color rosa, un rosa muy intenso; y aunque el sumiso estaba totalmente en desacuerdo con ese color, su opinión no tenía ninguna importancia para ella. Luego salió para comprar un ambientador que a ella le gustaba muchísimo y varios productos de higiene femenina. Adela pretendía que su sumiso hermano se convirtiera progresivamente, no sólo en la persona obediente, a que le estaba convirtiendo; sino además le obligaba a adoptar una personalidad femina.
Fueron de compras a un centro comercial. Pensar que estaba maquillado cuando salió incrementó bastante su vergüenza. El carmín no era muy llamativo, pero la sensación de haberse repasado los labios le intimidaba de todas formas.Para recordarle el nombre con el que debía identificarse, tuvo que comprar varias camisetas con una enorme fresa dibujada en el pecho; le daban un toque femenino, por lo que le estarían muy ajustadas. Eran de un color rosa suave.
Mientras estaban de compras vieron un sofá bastante cómodo; ella aprovechó para hacer una parada y acomodarse en él, le ordenó a su esclavo que le quitara el calzado, y estado de rodillas ante ella, tuvo que masajearle los pies, se los masajeaba durante veinte minutos, sin para. La gente les miraba pero él seguía complaciendo a su Ama, pese a la vergüenza que le hacía pasar.
Luego le compró un libro de recetas de cocina.
– Ahora no tienes excusa, quiero que me prepares platos exquisitos para comer y cenar todos los día; yo te daré el dinero que necesites y tú te ocuparás de comprar los ingredientes y preparar el desayuno, la comida, la cena, el psotre... ¡todo!
Llegada la noche, le mandó al aseo, para lavarse.
– Mi señorita. ¿quiere que haga algo mas? – Anunció sofocado, mientras tragaba saliba y se miraban mutuamente.
– Ahora mismo no, pero escúchame.
– Bueno, usted dirá – respondió temiendo algo terrible, después de lo que había visto, podía pasar cualquier cosa.
– He hablado con Sofía, dice que estaría encantada de que estuviéramos en su casa, hasta que vuelva mamá; así podríamos hablar con ella y Nadia.
Sofía era su tía por parte de Gloria, y Nadia, quen fue la única persona que no tenía ningún interés en humillarle, era su prima tenían.
– Si vamos, ¿tendría que obedecerlas a ellas también?
Adela se levantó y se acercó rápidamente hacia su hermano. Él comprendió que recibiría una fuerte bofetada. En efecto, su hermana no dudó en partirle la cara.
– ¡Por su puesto que sí! - exclámó ella – ¡Tienes que obedecer a todas las mujeres del mundo!
– Lo siento mucho, mi señorita; no lo olvidaré.
– Venga, prepara el equipaje, y recuerda la ropa que debes llevar.
– Sí señorita, ahora mismo.
Mientras recogía sus productos de higiene, observó por ejemplo que tenía miel o varios tipos de aceite, en el aseo; al parecer le gustaba usar este tipo de cosas para el mantenimiento de la cara.
– ¿Estás viendo mis cosas? – preguntó Adela sonriendo – son para emantener suave mi piel, cuando estemos en casa de Sofía si quieres te cuento cómo funciona.
– "Oh no, ahora me hará cuidar mi piel como hace ella" – pensó angustiado.
– Venga, date prisa.
– Sí mi señorita, casi he terminado.
Tardó aproximadamente media hora en preparar lo necesario, el uniforme escolar de su hermana, la ropa de paisana para cambiarse algunas tardes y usar los fines de semana, el pijama, el maquillaje, productos de higiene íntima los libros de clase; la abundante variedad de ropa de la que disponía ocupaba tres maletas; cuando terminó de prepararle el equipaje a su hermana y dueña, ella añadió varias cuerdas – "¿Para qué?" – pensó sin atreverse a imaginarlo. Por supuesto lo que él necesitaría durante ese periodo de tiempo también se lo llevó. Él sólo estuvo cargando con todo el equipaje, su maleta, las tres maletas de su hermana e incluso el bolso, cargó con todas las cosas como si se tratara de una mula de carga, sin ni siquiera protestar ni dejar las cosas en el suelo para descansar; no tenía permitido rezagarse demasiado; tenía que permanecer estrictamente a un metro por detrás de su hermana, tenía que seguirla como un perro faldero, él se estaba cansando, estaba destrozado, pero debía seguir adelante. Ella en cambio, que no llevaba nada de peso y tenía las manos libres, caminaba a un ritmo bastante ligero, pero a su esclavo le costó bastante seguirle el paso.
– Pero mira que eres lento; pues que sepas que hacer ejercicicio de vez en cuando es bastante saludable, incluso ayuda al cuidado de la piel.
– "Como si me importara algo" – pensó irritado.
Caminaron durante cuarenta minutos al ritmo que marcaba ella. Entonces llegaron a la finca de Sofía; vivía en la planta treinta de un verdadero coloso.
Cuando llegaron Adela llamó de inmediato y su tia no tardó en abrir; hasta ese momento, el sumiso, pensó todo el tiempo en como reaccionarían su tía y su prima ante la sumisón de quebía mostrar.
– Hola Adela. ¿Cómo estás? - preguntó Sofía emocionada por el control que tenía sobre su hermano – oye, me alegro mucho por ti, seguro que tu madre estría entusiasmada si le viera.
– Gracias tía; sí, estoy deseando que venga para enseñarle lo que le estoy haciendo – respondió la joven, controladora de la situación.
Cuando entró ella, el sumiso, cargando con todo entró también, y se acercó a Sofía para saludarla.
Tenía el pelo suelto, se lo había teñido de rojo, por su tono intenso era evidente que se lo había teñido recientemente, posiblemente ese mismo día; sus ojos eran azules como el mar, y sus cejas estaban cuidadosamente perfiladas.
– Hola, tía – saludó aproximándose para darle dos besos como estaba acostumbrado a hacer.
Pero ella, lejos de corresponderle le hizo instintivamente la cobra y acto seguido le dio un rodillazo en los genitales.
– ¿Qué te has creído? ¿Tu propietaria no te ha dicho que no puedes dirigirte a mí como si fueras de la familia? – preguntó con tono despectivo.
– Pensé que no le importaría – respondió tirado en el suelo, agonizando de dolor; casi se había olvidado de lo que se siente al recibir un golpe en esa zona.
– Aún le falta un poco de disciplina – añadió su hermana –. ¿Cual es mi cuarto?
– ¿Fresa va a llevar tus cosas a la habitación?
– Sí, ha cargado con todo desde mi casa, no le importará llevarlo.
Sofía le guió hasta el cuarto donde se alojaría y el sumiso, que se levantó a duras penas, la siguió detrás de las dos; cuando entró dejó sus cosas en el suelo.
– ¿Tienes un cuarto con varios muebles que aguanten mucho peso? Que no pueda moverlos si no hace mucha fuerza; es para el castigo que le tengo preparado a Fresa.
– Sí claro.
Sofía guió ha su sobrina al cuarto que neía pensado para él. Cuando entraron en el cuarto quedó más que satisfecha con lo que veía; los muebles eran visiblemente pesados; además algunos muebles estaban llenos de libros, por lo que una sola persona no tendría ninguna posibilidad de moverlos por la fuerza, y estaba claro que esa persona sería su esclavo; además había bastante espacio, era ideal para él.
– Fresa, entra aquí y túmbate boca abajo.
– Sí mi señorita – respondió él, obedeciendo inmediatamente.
Adela usó las cuerdas que había mentido en una de las maletas para atarle, con una le ató las manos la rededor de la cintura, le apretó tan fuerte que casi le cortaba la respiración, pero eso sólo era el principio; usó otra para enrollarla por un extemo al rededor del cuello como si fuera una soga, aunque ésta no le apretaba demasiado, el otro lado de la cuerda la ató al escritorio, tenía otras dos, las cuales las ató a las piernas por una parte y por la otra a otros dos muebles situados a dos lados opuestos del cuarto. Cuando ella terminó de inmovilizar a su hermano, tenía una soga al cuello, una cuerda que le causaba un tremendo dolor en los brazos, obligándole a tenerlos retorcidos y dos cuardas atadas a las piernas, que le obligaban a mantener un ángulo de aproximádamente ciento sesenta grados. Sofía observaba atentamente como le ataba sin que él ofreciera la menor resistencia.
– Nadia estaba en clase de gimnasia, pero no creo que tarde en llegar.
– Le esperaremos, seguiremos aquí cuando llellegue, especialmente él.
– Eso no lo dudo – respondió soltando un pequeña risa.
– ¡Por favor, suélteme, mi señorita, esto es demasiado!
El sumiso, que no había hecho ejercicio en su vida, no podía ni intentar abrirse de piernas como le obligaba su hermana en ese momento. No es que no quisiera hacer ejercicio, es que su madre nunca se lo había permitido.
Su hermana, totalmente inexpresiva, se acercó a él, se agachó y acarició tranquilamente la frente de su hermno, su esclavo, su muñeco... le besó sin darle ninguna importancia al sufrimiento al que estaba sometido.
– Vamos, la próxima vez que tu profe te diga que colabores tendrás que hacerlo sin dudarlo, o volveré a hacerte esto.
– ¡Sí, sí lo he entendido, pero por favor, suélteme!
– ¿Pero qué dices? Si acabo de atarte, tal vez lo piensas mejor la próxima vez – respondió con burla, mientras seguía acariciandole y besándole, sonriéndo – además, así trabajas un poco la flexibilidad.
– ¡Se lo suplico!
Ella se levantó y le advirtió de una forma que amenazaba con infrigirle un tremendo dolor, aunque él ya lo conocía muy bien.
– No lo entiendes, ¿verdad? No voy a parar por mucho que supliques – comentó sonriendo mientras colocaba el tacón de uno de sus zapatos sobre los genitales de su hermano, los pisó presionando cada vez mas sus torturados genitales – además, no es sólo por desobedecer a tus compañeras, también te hago este castigo por tardar demasiado en volver a casa y saludar a Sofía de esa forma tan familiar, como si fueras uno más de la familia.
Pero él no dejaba de suplicar. Por lo que su hermana se cansó y decidió ponerle un bozal, pero antes de eso, le metió una docena de chicles de fresa, sabiendo que no los soportaba. Le dio un último beso, bajó las persianas de la habitación, apagó la luz y se fue olvidándose de la terrible tortura a la que le sometía.
Pero no tardó en entra de nuevo.
– No me acordaba.
Había vuelto con los productos de higiene y belleza que solía usar para mantenerse tan guapa. Se acercó a él se agachó y le qutó el bozal; luego empezó a explicarle y aplicarle algunos de esos productos.
– Verás, son productos totalmente naturales; esto por ejemplo es aceite de coco – explicó mientras le ponía un poco en los labios.
Su hermano, inmovilizado de esa forma tan dolorosa e indefensa no tenía ninguna posibilidad de evitar que se la pusiera; de todos modos, como había observado en múltiples ocasiones, aunque tuviera las manos libres tampoco habría ofrecido resistencia alguna.
– Algunos de estos productos son químicos – informó con toda la calma del mundo, mientras le cubría la cara con un tipo de aceite vegetal – otros son totalmente naturales.
Colocó un espejo en frente de él y le hizo mirarse; la cara le había cambiado bastante, tenía una apariencia un poco... femenina.
Definitivamente salió de su cuarto y no volvió a entrar en un buen rato; su esclavo estaba solo, inmovilizado, retorciéndose de dolor en los brazos, y especialmente las piernas; permanecer sometido a esa tortura tan terrible era inimaginablemente peor, que el fugaz dolor ocasionado por un golpe en los genitales; cada segundo que pasaba ahí encerrado sin que nadie acudiera para soltarle, le parecía eterno, pero nadie acudía, nadie, nadie, nadie... él anelaba gritar de desesperación, pero tener la boca llena con tantos chicles silenciaba cualquier tipo de sonido que pudiera expresar. Después de una dolorosa espera Adela entró de nuevo, detrás de ella entró Nadia, su dulce prima; estaba tan deseperado que ni siquiera se percató de su llegada. Al verla entrar tuvo un momento de alivio, estaba convencido de que al menos ella sería compasiva, que tendría un comportamiento totalmente distinto al de su cruel y diabólica hermana. Pero la amplia sonrisa que se dibujaba en su rostro hizo que perdiera toda esperanza.
– ¿Pero, esto que es? – preguntó atónica, incapaz de asimilar lo que tenía ante ella – ¿Cómo le torturas así? Me habías dicho que habías esclavizado a alguien, que le torturabas como quisieras, pero tu hermano...
– ¿Tienes reparo en torturarle o decirle que te obedezca?
– No, no, para nada, yo siempre he querído tener un esclavo, además – aclaró emocionada – creo que tu hermano es la persona más adecuada para ello, porque con él por lo menos sí que tengo confianaza.
Definitivamente ya no tenía ninguna posibilidad de escapar; si de verdad había tenido un poco de empatía o compasión, en ese momento ya había desaparecido radicalmente de su mente.
– Pues adelante, ahí lo tienes, juega con él – añadió Adela, colocando su mano en el dorso de Nadia, para animarla a acercarse a su pobre "Fresa", satisfecha, al ver la alegría que causó en ella.
– ¿Está llorando porque me tiene miedo?
– No, lo que pasa es que como sabes, el muy vago no ha hecho casi ejercicio físico y no está tan acostumbrado como tú a abrirse de piernas, y claro, cuando le abres un poco empieza a llorar como una niña; se cree que somos el sexo debil, que es superior a nosotras, que es más fuerte, y sin embargo... míralo, ahí lo tienes retorciéndose de dolor, y eso que le gustaba ir de machito.
Estaba exagerando bastante, él nunca pensó que era el sexo fuerte ni nada de lo que decía su hermana, y por su puesto insinuarlo era totalmente impensable; porque su madre le había educado para que creciera con esa convicción, y mientras viviera en esa familia tan excesivamente femenista, su madre no permitiría que cambiara eso.
– ¿Por qué no le demuestras los movimientos que puedes hacer con las piernas? – preguntó Adela a su prima – que vea lo que es tener flexibilidad de verdad.
– Buena idea – respondió Nadia – espera, primero me tengo que recoger el pelo.
Nadia se recogió el pelo, dividiéndolo en tres partes, haciéndose una coleta sobre otra, aflojaba la de arriba y la pasaba por la del centro, le dio una vuelta a la coleta del centro y las apretaba, luego repetía el proceso con la coleta de abajo. Se estaba peinando con calma, veía a su primo agonizando del dolor, sabía que tenía la impresión de que iba a ser mutilado, pero no tenía ninguna prisa por soltarle. Finalmente terminó de recogerse el pelo y empezó la demostración. Nadia le dedicó una excelente exibición, pero él no la disfrutó lo más minimo, le daba pánico que le obligaran a estar en esas posturas.
Ella colocó la mano izquierda sobre la mesa del escritorio y levantó la pierna derecha por detrás, la levantó tan alto que se cogió el pie con la mano derecha; su cuerpo refinado de catorce años de edad, aparentemente delicado y con un conjunto que exaltaba la silueta de su figura, le hacían una demostración de lo que es tener verdadera flexibilidad. Nadia se tocó la cabeza con ese mismo pie; luego se tumbó en el suelo, a un metro de él, sin mostrar el más mínimo dolor en su rostro; se abrió ciento ochenta grados de piernas, se giró hacia el lado derecho y agachó el tronco del cuerpo para tocarse el pie sin doblar la pierna en ningún momento, pero eso sólo era el principio, más adelante hizo otros movimientos que no se atrevía ni pensar en verse en esa situación. Llevaba toda la vida haciendo gimnasia artística y en varias ocasiones demostró que era la alumna más flexible del club. Hizo otros movimientos, la exibición que tuvo que ver le dio mucho miedo, tenía miedo de que entre las dos le obligaran a hacer lo mismo que ella, pero lo que más le impactó fue que mientras el cuerpo atractivo de Nadia demostraba abrumadora flexibilidad en ningún momento ella perdió la sonrisa, no parecía que estuviera sufriendo; y para asegurarse de que obesrvara bien la exibición que le estaba haciendo su prima, Adela colocó una mochila bajo su cabeza para que la usara de almohada y así obligarle a mantenerla en alto.
– ¿Lo ves? Lo que estás haciendo ahora mismo no es ni el calentamiento de Nadia, entérate – informó su hermana – y que sepas, que hasta que no te abras como hace ella no quiero verte llorar, y menos suplicar.
La exibición terminó, pero no la tortura, estaba lejos de llegar a su punto álgido. Su hermana se agachó delante de él, como ya era su costumbre. Colocó una rodilla sobre su pecho y le acariciaba con suavidad. Nadia mientras tanto colocó sus zapatillas sobre los genitales y los aplastó, no como había hecho su hermana cuando le había atado; Nadia los aplastó literalmente, con fuerza, con rabia, y con una bella sonrisa de oreja a oreja. Luego se acercó a su rostro, disfrutaba más que Adela, torturando a su hermano, se divertía con él, viéndole llorando desconsoladamente, destrozado, desolado y aterroeizado, no podía escapar de esa tortura, no podía defenderse, luego se agachó y colocó zona tibial en su cuello para aplastarle la garganta. Ahora sí que habían llegado a su punto álgido.
– Nadia, que así le asfixias – advirtió Adela, preocupada por su hermano, pero no por era ni mucho menos por compasión, sino porque le necesitaban vivo, le necesitaban para divertirse y tener un buen esclavo.
– Es lo que quiero – respondió totalmente ajena al sufrimiento que sentía el sumiso –. De todas formas sólo es por un momento, para que no pueda gritar.
Le quitó el bozal, repasó sus labios con una toallita humedecida para quitar el aceite de coco te tenía y luego le pintó los labios con carmín; se los estaba pintando con un color granate claro, pero no llegaba a rojo. Luego le hicieron fotos y vídeos, le repasaron los labios de nuevo y cuando le habían quitado los el carmín optqaron por desatarle.
Él ya no tenía cuerdas que le tuvieran inmovilizado, pero no podía mover el cuerpo, estaba completamnete destrozado, pensó que posiblemente había estado demasiado tiempo y que habría perdido la movilidad de los brazos y piernas. Pero ellas estaban totalmente tranquilas, sin remordimientos de conciencia ni nada parecido.
– Cuando termines de compadecerte de ti mismo ven a verme, quiero que me acompañes a un sitio – informó su prima y salieron las dos; le dejaron solo, retorciéndose de dolor, lamentándose por la terrible tortura a la que había estado sometido; poco a poco comenzó a mover las extremidades de su cuerpo. En unos minutos ya podía desplazarse por el pasillo, aunque a rastras. Finalmente, a duras penas logró llegar al salón, donde las dos estaban estudiando.
– Ya iba siendo hora, pensaba que te habíamos destrozado – dijo Nadia.
– Habrá que tener más cuidado con él, es más delicado que nosotras – Añadió Adela.
Su prima le ordenó que recogiera su ordenador y algunos libros de clase; y él, con el cuerpo aún dolorido por la terrible tortura que acababa de experimentar tardó unos minutos en recoger las cosas. Entraron juntos en el ascensor.
– Vamos a la biblioteca, quiero que me sigas exactamente a ochenta centímetros por detrás de mí; Adela me ha dicho que le tienes que seguir a esa distancia, pues bien así se hará – el ascensor se detuvo, entró una madre de unos treinta y cinco años, acompañada de su hija de ocho, pero aquello no le importaba a su prima –. Cuando lleguemos me sentaré en una mesa mientras tú sacas uno de mis libros de clase y me preparas el ordenador, luego mientras yo estudio permanecerás justo a mi lado, en un sitio donde pueda verte, pero que no molestes, si hay por lo menos un chico delante quiero que te agaches y mantengas tu cabeza por debajo de la mía haste que me siente, y si no hay ninguno, permanecerás de rodillas, y si le digo a alguien la superioridad que tienen sobre ti y te dicen que te agaches para mantener la cabeza por debajo de su cadera lo harás sin importar la edad igual que también puden obligarte a mantener la cara pegada al suelo e incluso darte el mismo trato que te hemos dado mi prima y yo.
Nadia se cayó en seco, sonriendo, subió un poco sus cejas. Él no tardó en comprender lo ocurrido. Inmediatamente se agachó para situar la cabeza a una altura inferior a la cadera de la niña.
Ellas no se cansaban de humillarle, y las dos vecinas que nunca se imaginaron que algún día verían humillándose a un joven de dieciocho años, sólo por seguir las instrucciones de una joven cuatro años más joven que él, no dijeron nada, dejaron que ella siguiera dominándole.
– Pensaba que tu reducido cerebro no comprendía que éste era el un momento para agacharte.
Los dos caminaron hasta llegar a una sala de estudio donde el silencio era absoluto; justo antes de entrar le dio una última advertencia.
– Recuerda, si se me cae un objeto, a mí o a otra chica lo cogerás rápidamente para colocarlo de nuevo en la mesa y evitar que ella se agache, pero si se le cae a un chico lo ignorarás. Si eres el único chico y alguien se agacha para coger algo tú te agacharás de inmediato para evitar que su cabeza esté por debajo de la tuya. ¿Te ha quedado claro?
– Sí señorita, completamente.
– Eso espero, Adela me ha hablado muy bien de ti, dice que eres muy aplicado; no le dejes en mal lugar – advirtió dándole una bofetada, no tenía nada que ver con las que recibió días antes, no era tan dolorosa, pero se la dio para demostrarle quien mandaba en ese momento –. Venga, abre la puerta.
Él abrió la puerta sin hacer esperar a su prima, y le permitió entrar; ella se sentó en una mesa que tenía en frente, se sentó junto a una joven de la misma edad que ella; posiblemente eran compañeras de clase. Mientras ellas hablaba tranquilamente, él preparó rápidamente el ordenador de Nadia y sacó uno de sus libros de clase.
A continuación se colocó erguido, a poca distancia de su prima y echó una ojeada rápida a la sala, habían otras tres mesas a parte de la que ocupaba Nadia; en cada una había una chica, todas jóvenes y atractivas y en una de ellas había un chico, el único en toda la sala. De momento no estaría a merced de las jóvenes, pero en el momento que él abandonara la sala, la situación cambiaría en cualquier momento.
El sumiso deseaba por su bien que ese momento no llegara nunca, pero sabía que antes o después llegaría; si no llegaba ese día, llegaría al día siguiente, o al otro; sólo era cuestión de tiempo.
Él permaneció inmovil, firme y con la mirada al suelo, dejando pasar el rato. Pero cuando oyó el sonido de un objeto procedente de la mesa que tenía a su lado y vio que era de una de las chicas, comprendió que se trataba de su abrigo, por lo que él se acercó sin dudarlo y lo cogió sin que ella se agachara ni la mitad de lo que hubiera necesitado y lo colocó otra vez en la silla.
– Gracias – susurró muy agradecida sonriendo.
– De nada, señorita; estoy para servirla – respondió poco antes de volver a su sitio correspondiente.
Las personas presentes, incluído el chico se quedaron anonadados al ver la actitud del sumiso. Parecía que estaba solo para servir a las personas de la sala. Y además la joven que estaba sentada junto a su prima se rió de la escena, no fue una risa demasiado escandalosa, pues pudo disimularla, aunque no pasó inadvertida. En unos segundos todos volvieron a centrar su atención a sus estudios. Pero cuando accidentalmente al joven se le cayó un bolígrafo, excepto una, todos se giraron para ver la reacción del primo de Nadia, pero el sumiso no reaccionó, siguió en su sitio. El sumiso sin poder hacer nada para entretenerse, tenía la impresión de que el tiempo no transcurría; y cuando el joven estudiante recogió sus cosas y salió de la biblioteca, a partir de ese momento cualquier cosa podía ocurrirle al sumiso, y pensar en ello le aterraba bastante.
Nadia no dudó en humillar de nuevo a su primo.