Inducido por mi hermana II: Buenos días mi niño
El sumiso pasa un día en clase, aterrorizado porque no podía quitarse de la cabeza la autoridad que su hermana le impone. En clase es extrañamente servicial con sus compañeras y su profesora se aprovecha para dominarle. Pero cuando vuelve a casa se lleva una gran sorpresa.
Adela se duchó después de desayunar y cepillarse los dientes. Por esta vez no quiso que se lo preparara su hermano. Mientras se arreglaba oía muy bajo canciones de un grupo de música que alcanzó fama mundial en los años noventa; se las llamaban las Spice Girls, la música venía de la habitación de su hermano, se estaba arreglando con calma para ir a clase, estaba saliendo de la ducha, acavaba de secarse el pelo y el cuerpo en general, se vistió con su uniforme escolar, su falda azul marino que le cubre la mitad de la región femoral, sus medias rojas que cubrían la totalidad de sus piernas, su polo también de color rojo y sus zapatos de charol, como muy coqueta y femenina que era se hizo una raya de rimel en cada ojo, se puso brillo de labios, se hizo tranquilamente el desayuno y... bueno, todo eso que suele hacer una adolescente que se prepara par ir al colegio... Pero antes de salir fue a ver a su querido hermano. Abrió su habitación, empezó a oír la música a un volumen mucho mayor; no demasiado, porque los vecinos se habrían quejado, pero él la estuvo oyendo toda la noche; era su grupo preferido, el de ella claro. La persiana estaba bajada, por lo que el cuarto estaba oscuro, totalmente oscuro, pero de inmediato Adela encendió la luz; sonriente, la joven caminó despacio hacia el sumiso, se encontraba sentado en una silla de madera; ella se sentó sobre él y le dio un cariñoso beso en la frente. En esta ocasión, aunque lo hubiera intentado con todas sus fuerzas, no habría podido escapar, porque Adela tuvo el capricho de inmovilizarle con varias bridas, le ató las manos por detrás, las piernas y en el cuello, además le puso una cuerda entre el entrecejo y la nariz, para asegurarse de que la tuviera levantada y evitar que se quedara colgada si se dormía; tenía las bridas tan apretadas que casi impedían que la sangre circulara y él tuviera muchísima dificultad para respirar; además aunque tuviera la persiana subida tampoco podía ver, porque llevaba una venda que le tapaba los ojos, tampoco podía hablar ni chillar, tenía a boca sellada con un bozal. Así era como Adela permitía que su sumiso hermano descansara, si es que podía descansar. Mientras besaba a su hermano, le acariciaba en el pómulo y le clavaba sus uñas pintadas de rojo, pintadas por su hermano el día anterior. Trataba a su querido hermano de ese modo; de momento le quería solo para ella, le tomó por la fuerza y estaba convencida de que él le pertenecía.
Después de divertirse jugando un rato con él, le habló con calma.
– ¿Ha dormido bien mi hermano, – le besó en la frente – mi niño, – y otro beso – mi esclavo, – otro beso - mi juguete, – otro beso – mi fresita? – y un último beso. Todos los besos que le había dado habían sido con toda su prepotencia y burla, que aparentaban ser cariño – vamos habla, te he hecho una pregunta – pero Adela seguía burlándose de su hermano, seguía humillándole, y él sentía cada vez más esa humillación recorriendo el interior de su cuerpo – ah claro, con eso puesto en la boca no puedes hablar – añadió mientras se ponía unos guantes de vinilo para luego quitarle el bozal y una pelota de tenis de mesa.
– Muy bien, señorita, le agradezco que me permirta dormir en esta silla, es muy confortable y cómoda.
Le quitó la venda de los ojos, entonces vio un cartel bien grande colgado en frente suyo que decía "Siéntete bonita por fuera y hermosa por dentro". Todo estaba decorado... al gusto de su hermana, y él tenía que aceptarlo.
– ¿Me queda suficiente brillo de labios, o tengo que darme un repaso? – preguntó mientrás destapaba los ojos del chico.
– Debería repasarlos señorita – respondió tensando los músculos de la cara. Adela lo interpretó como un tremendo enojo.
Ella sonrió llena de malicia, lamió el pómulo izquierdo de su hermano e inmediatamente le puso las manos en la cara, una en el pómulo derecho y la otra en a barbilla, le apretó con fuerza; quería que centrara toda su atención en ella.
– Quiero que sepas – advirtió intransigente y juguetona – que no voy a tolerar que muestres tu desacuerdo, ni siquiera con la mirada; si no te gusta tu situación por lo menos disimula; con el cariño con el que te pongo esta música y este ambientador. ¿Te queda claro, fresita? - preguntó con tono despectivo y burlón.
– Sí señorita, como usted diga.
Adela sonrió otra vez, con su mirada maliciosa y le partió la cara con total confianza.
– Eso espero; cuando tenga visita no quiero que me dejes en evidencia.
– No se preocupe, señorita.
Adela se repasó los labios sin levantarse de las piernas de su juguete, dejó el bote de brillo en el escritorio de su hermano y le cogió la cara fuerte con las dos manos.
Él veía perfectamente sus ojos, tremendamente penetrantes y preciosos que conquistaban a cualquiera, pero en esta ocasión se había maquillado exclusivamente para él, y es que el maquillaje incrementaba considerablemente su encanto, su poder y sus armas de mujer.
- Mírame, mira mis ojos, mira mi sonrisa – susurró Adela – siente la suavidad de mi piel y el calor de mis manos, huele mi olor corporal, mi perfume y mi brillo de labios, escucha aténtamente mi voz, siente mi aliento y déjate entumecer por cada percepción que recibas de mí, deja que tome el control de tu cuerpo.
Su hermano asimilaba cada indicación que recibia de Adela; miraba sus ojos negros, negros como el carbón, el petróleo y la oscuridad más absoluta; con el rimel en amas cejas, su mirada era más penetrante y cautivadora; su negro pelo ondulado lo tenía suelto, excepto un mechón recogido con una orquilla entre la zona frontal y la parietal.
Con cada gesto suyo, cada sonido de sus zapatos, cada frase, hablando suave o firme, susurro o grito, cada risa o sonrisa, cada beso, caricia, vejación... en definitiva, cada estímulo que recibía de ella, fuera desagradable o no, daba igual si llevaba el uniforme escolar, si iba de paisana con ropa casual, o un vestido de gala, él se ruborizaba, se retraía y se encogía de hombros e inducía poco a poco en su conducta.
Finalmente le desató.
– Venga, date prisa o llegarás tarde; me da igual si desayunas o no, si coges un transporte público o vas andando, aunque te recomiendo que vayas en ayunas y vayas en taxi; no te perdonaré si lleguas tarde; si al menos no te hubieras dormido tendrías elección, pero claro, como eres tan retrasado, al final he tenido que despertarte.
– Sí señorita.
– Por cierto, si en tu clase eres el único chico, puedes decir lo que te hago y que tendrías que obedecer a tus compañeras y profesoras, por mí no hay problema; claro que tampoco es necesario – añadió sonriendo – pero si te dicen que hagas algo lo harás de inmediato, y si ves que necesitan algo de ti se lo darás por ti mismo.
– Sí señorita.
– Quiero que les hables de usted a todas las chicas, a tus compañeras llámalas por el sustantivo "señorita" y su apellido, y a tus profesoras "doña" y su nombre.
– Sí señorita – respondió su hermano, sintiendo que protestaría en cualquier momento; pero eso no podía permitirlo, porque sabía muy bien que Adela no se lo perdonaría. Por lo que él estaba haciendo un gran esfuerzo por morderse la lengua.
– Otra cosa, cuando vuelvas y te reúnas conmigo quiero que ruedes en el suelo, como un perro que se alegra de ver a su amo, como he dicho, si no te alegras al menos disimula.
– Sí señorita.
Adela cortó las bridas que le inovilizan.
Ella se dirigía al lugar donde cogía el autobús; mientras caminaba sonreía plácidamente; estaba feliz, entusiamada con el servicio que recibía de su querído hermano, su esclavo, su juguete... Tenía la conciencia tranquila, como si le hubieran hecho un regalo maraviyoso, o como si fuera totalmente moral torturar, humillar y esclavizar a un hermano; tenía grandes planes para él, y todo llegaría a su debido tiempo.
El sumiso en cambio lo pasó bastante mal de camino a clase y en toda la jornada, en parte estaba cansado, ambriento y muerto de sueño; y en parte no podía quitarse de la cabeza que su hermana le tratara como quisiera sin poder defenderse. Salió en ayunas y sin hacerse el almuerzo, y cogió un taxi, porque no quería decepcionar a Adela; de todas formas ya llegaba tarde, y ella lo sabía. Su hermana le dijo que podría ir vestido a clase como quisiera, pero con la ropa interior que le indicaba Adela, para recordarle en todo momento que Adela era su propietaria, que podría tratarle como quisiera, y siempre que ella le llamara iría a verla al colegio o a casa sin preguntar ni protestar. Le incomodaba muchísimo que le tuviera absolutamente controlado, pero no podía rebelarse.
En clase no estuvo muy atento, pensaba más en la humillación a la que estaba sometido que en lo que decían las profesoras; y Mélani, una compañera que se sentaba a su lado se dio cuenta de que estaba preocupado; le veía más rojo, mucho más rojo de lo normal. Se dio cuenta de que algunas compañeras se reían de él, pero intentó no prestar atención.
No se relacionaba mucho con sus compeñeras, principalmente porque les parecía absurdo que hiciera ese grado medio, donde él era el único chico, sus compañeras solían decirle que era un marica. Mélani era una compañera muy tímida, hablaba muy poco, no preguntaba casi, no se relacionaba casi con las compañeras, excepo él, porque estaba a su lado, pero en el fondo era muy dulce y amable, cuando algo no entendía le ayudaba, curiosamente sacaba muy buenas notas, como Adela. Tenía otras cuatro compañeras que se llevaban muy bien entre ellas, aunque alguna era bastante borde conmigo, Vanesa era muy directa, no tenía pelos en la lengua, atractiva y de apariencia imponente, era la compañera más desagradable que tenía, siempre que tuviera ocasión le ponía en evidencia, si se enteraba de lo que le ocurría le haría pasarlo mal, muy mal; Alba era una persona completamente distinta a Vanesa, encantadora, muy buena compañera y cuando veía que alguien tenía dificultades no dudaba en ayudarla; Mireia era muy seria e inexpresiva, pero en realidad muy activa; también sería un peligro si descubría su situación; Zoraida era la más atractiva de toda la clase, con su vestimenta pija y muy bien arreglada no pasaba inadvertida, la más espabilada en las actividades y la más extrovertida, la más expresiva y la más popular, llevaba el liderazgo de la clase y le gustaba sentirse lider, tenía mucha labia para convencer a quien quisiera con sus criterios y su sonrisa; y la profesora con la que pasaban más tiempo era Laura, autoritaria y dominante, le gustaba demostrar quien manda, para ello se imponía... sobre el chico de la clase, era igual que las profesoras del colegio anterior, para ser profesora no tenía reparo en ponerle en evidencia con castigos humillantes, como atarle a la silla igual que su hermana cuando se movía mucho, o sellarle la boca si además había hablado demasiado, pero el más humillante era cuando no entregaba una actividad o resumen a tiempo, en tal caso primero le hacía permanacer en pie con una diadema rosa con orejas de burro, pero como eso no daba resultado a mitad del curso le hacía ponerse un vestido de hada madrina que compró expresamente para él. Laura era físicamente atractiva, muy joven, de hecho ese fue su primer año en la docencia y precisamente el grupo del sumiso era su tutelado, le daría mucha vergüenza decirle lo que le pasaba. le llamaba la atención con mucha frecuencia, y a menudo incitaba a muchas compañeras a reírse de él, especialmete en esa ocasión, que estaba visiblemente distraído y afectado por algo que no querría contar; solo Melenai, Zoraida y Alba no tomaron parte de las burlas dirigidas hacia él y su humillación.
Llegó la hora del almuerzo y el joven dominado aprovechó el descanso de media hora para comprar unos cruasanes, sabiendo que a Mélani le gustaban fue a una panadería de la zona para comprar unos cuantos, pues pensó que le gustaría le ofreciera uno.
– ¿Quiere un croasán, señorita Navarro? - preguntó a Mélani, quien se sorprendió bastante al hablarle inesperadamente de esa forma tan respetuosa.
– Vaya gracias – acceptó agradecida.
Le dio un bocado y se dio cuenta de que estaban rellenos de fresa.
– Están rellenos de fresa; ¿no decías que no te gustaban?
– Así es, señorita Navarro, los he comprado para compartirlos.
A Mélani le pareció bien que fuera generoso, y aunque pensó que se estaba excediendo, tampoco le dio mucha importancia.
– Dame a mí también – exigió Vanesa, aprovechando que estaba tan servicial. Incluso cuando él ofrecía comida, era grosera; pero él no podía contestar, no debía hacerlo.
– Sí señorita Ferrer – respondió con la mirada baja., dirigiéndose a Vanesa.
– Usted también quiere, señorita Cordellat? – preguntó a Mireía, la otra compañera, tan antipática y desagradable como Vanesa.
– ¿Por qué nos hablas de usted? – preguntó Alba, sorprendida. Aunque ella nunca fue grosera con él tampoco se molestaba en defenderle, sencillamente se mantenía al margen; y viendo la actitud excesivamente servicial y repetuosa de su compañero, tampoco tenía reparo en rechar los detalles que tenía.
– Sólo soy educado, señorita Gomer – respondió con la cara roja.
– Una pregunta, ¿por qué estás tan rojo?p – preguntó Alba, con curiosidad.
– Es que me da vergüenza.
Sus compañeras, las que más le acosaban almorzaron a su costa; e incluso las pocas personas que habían mostrado un mínimo de piedad, también se aprovecharon de él para almorzar, y es que cuando una persona femenina se percata de la sumisión del sumiso, ya sea niña, adolescente o una mujer, por alguna extraña razón, él despierta en todas ellas una sensación que les impulsa a dominarle, humillarle e incluso torturarle. Las compañeras se dieron cuenta de que algo le ocurría al chico de la clase, de la noche a la mañana, se había vuelto más servicial, pero no comprendían por qué. Laura entró un momento fugaz en el aula y el chico le ofreció también a ella. La profesora de este grupo era joven, muy joven; había hecho el master recientemente y ese curso fue el primero que hacía de profesora y tutora de unos estudiantes,
– ¿Usted quiere uno, doña Laura? - preguntó ruborizado, pues la joven profesora, que tenía veintitrés años, solía ponerle en evidencia; además era hermosa, muy hermosa y alta, tenía la piel suave como la seda, el papel o el marmol. Le sacaba cuatro centímetros de altura, pero le gustaba llevar tacones de otros cuatro centímetros, por lo que medía un metro ochenta y dos, ocho centrímetros más que él. Cada vez que se acercaban la diferencia de altura resaltaba, y él se encogía de ombros, se ruborizaba, sudaba, se ponía nervioso y no era capaz de discurrir con normalidad.
Laura, convencida de que a su alumno no le ofrecían nada que pudiera interesarle, también se sorprendió; como sus alumnas aceptó el detalle, aunque ni se planteó darle las gracias; sencillamente cogió uno.
Terminó el descanso y siguieron con la clase hasta la una y media. Los lunes salían una hora antes. Pero cuando las alumnas de la clase se fueron Laura le hizo al único chico de la clase quedarse sólo con ella.
– Espera un momento, quiero hablar contigo – informó al chico que casi había salido del aula.
El alumno se dio la vuelta y se quedó observando a la joven profesora.
– Usted dirá, doña Laura.
Laura, a pesar de la poca escasa experiencia para tratar a alumnos, no tardó en aprender a imponer su autoridad, por lo menos al único chico de la clase; lo cierto es que tampoco fue demasiado dificil, porque su madre le había criado para que fuese sumiso y cediera siempre ante la autoridad de una mujer; pero aunque ella lo ignoraba, en esa ocasión el alumno estaba sometido a su autoridad.
– ¿Qué te ha pasado?
Pero él no quiso responder. Por lo menos Adela le dijo que no era necesario explicar qué le pasaba, aunque el interrogatorio al que estaba sometido le pareció abrumador. El alumno se quedó pálido con la pregunta que le había hecho.
– Vamos, estás muy tenso, siéntate y dime que te pasa – insistió dando pasos al rededor de su alumno, mientras le acariciaba.
– Está bien, doña Laura – respondió cada vez más ruborizado, pues la profesora sabía muy bien como persuadorle, pero dadas las circunstancias fue mucho más facil.
Él se sentó en su sitio y ella, con toda confianza encima del alumno; rodeó la cintura con sus piernas.
– Vamos dime, te estoy esperando – añadió sonriéndo.
– Doña Laura, por favor, si tardo en llegar me castigarán en mi casa – suplicó lloroso.
– Bueno, di que soy yo la que te ha castigado – respondió con indiferencia.
– Eso sería peor, se enfadarán aún mas.
– Oh, pobrecito, ¿el niño se quedará sin paga esta semana? – Laura segía burlándose; sabía que el alumno estaba sufriendo, pero ella no mostraba ninguna compasión; disfrutaba más y más del dominio que el alumno le había entregado.
– Nunca me han dado la paga, pero por favor, deje que me vaya – insistió, llorando desconsoladamente, pues estaba convencido de que cualquier día llegaría a clase y sus compañeras le recibirían con más ganas que nunca de hacerle toda clase de vejaciones sin que él pudiera defenderse; o tal vez se lo contaría a las alumnas y demás profesoras, delante de él, para comprobar la cara de frustración o derrota absoluta que mostraría. Pensar en eso le daba tanto pánico como estar a las órdenes de su hermosa hermana.
– ¡Escúchame, aquí la que manda soy yo – advirtió ella, cogiendo la barbilla de su alumno –. Así que dime lo que te pasa, o no salimos de aquí.
– Está bien; mi hermana me ha esclavizado – repondió él, aunque no estaba obligado a compartir el secreto, no fue capaz de resistir una persona tan persuasiva como Laura - y me ha ordenado que sea absolutamente sumiso con las mujeres, por lo que tendría que obedecer a mis compañeras y profesoras.
– ¿Es una broma? – preguntó sorprendida, aunque era evidente que le ocurría algo no esperaba ni mucho menos, algo tan humillante y degradante.
– Hablo en serio, me hace llevar medias y bragas debajo del pantalón – añadió avergonzado.
– Está bien, quiero verlo – advirtió poniéndose en pie.
Su alumno se subió los pantalones y le mostró las medias que llevaba, eran rojas y muy femeninas, no era nada discreto, excepto poque el pantalón las ocultaba.
– Bájate los pantalones, quiero ver bien las medias – informó sonriendo.
El sumiso obedeció, con mucho pesar se quitó el calzado y el pantalón, para permitir que Laura viera las piernas de su alumno tapadas con las medias rojas.
– Es increíble; ¿cómo has caído tan bajo? – preguntó riéndose a carcajada limpia.
– No se burle, por favor, mi hermana me ha tomado por la fuerza y no me deja elección.
– ¿Tienes medias de otros colores?
– Sí doña Laura, mi hermana quiere que use una gran variedad.
– ¿Qué colores?
– Rosas, móradas, blancas y grises, y de cuatro tonalidades cada una.
– Enséñame las bragas – ordenó entusiasmada.
– Pero doña Laura...
– ¿Quien manda aquí? - preguntó dándole una fuerte bofetada.
– Usted, doña Laura, sólo usted – respondió subiendo la ropa interior que tenía bajo las medias; eran unas bragas rosas.
Laura comprendió finalmente que su alumno estaba completamente sometido a su autoridad, y llena de entusiasmo empezó a reírse a carcarjadas, la diabólica risa de la joven hizo que se aterrorizara.
– Pues siéntate, esclavo.
– Doña Laura, le suplico que no le cuente esto a nadie – suplicó obedeciendo la orden de su profesora.
– Tú haz lo que te diga y todo irá bien – advirtió sentándose de nuevo sobre su alumno. Llena de seguridad, introdijo la lengua en la boca del chico; pero él se resistió.
– !Escúchame, quiero besarte e introducir mi lengua en tu boca, si sigues ofreciendo resistencia haré público lo que te pasa, así que no me hagas repetirlo!
– Está bien, doña Laura, lo siento mucho.
La profesora empezó a besarle con toda seguridad, convencida de que podría hacerle lo que quisiera; pero él no le hacía mucho caso, le dejaba meter la lengua, pero no era suficiente para ella.
– Desgraciado, quiero que pongas de tu parte, bésame con toda tu pasión, bésame como ningún hombre lo ha hecho conmigo.
Él accedió a las exigencias de Laura; dictatorial y opresora, no le daba ninguna opción a su alumno; ella sabía muy bien que tenía plena autoridad, que tenía control absoluto de la situación, y no quería desaprobechar esa ocasión, era una oportunidad única.
– ¿Y tu hermana cuanto tiempo pretende que las mujeres hagamos uso de ti?
– Creo que para toda la vida, doña Laura – respondió dufsndo pensando en la probabilidad terriblemente real de que eso fuera cierto.
Estuvieron unos minutos así, todo el rato que ella quiso. Cuando se cansó de él, se lavantó le partió la cara sin contemplaciones y le dijo que podía irse.
– Venga, date prisa, o tu dueña te reñirá, y mañana haz lo que te diga, o sabrás qué es sufrir de verdad.
– Sí doña Laura, haré lo que me ordene. ¿Si me pregunta por qué me he retrasado qué le digo?
– No lo sé, si no quieres que sepa que te he interrogado, di que te he castigado porque te negabas a hacer un trabajo en equipo con tus compañeras, por lo que te he apartado y te has pasado castigado el resto de la clase – sugirió sin ninguna preocupación –. Es más, quiero que le digas eso, aunque no te pregunte; y dile que has sido castigado a llevar un vestido rosa de hada madrina... – pero Laura reflexionó sobre ese castigo – no, ese castigo lo has tenido muchas veces por ser el alumno más perezoso que he conocido.
– Señorita, el castigo que me haya dado no tiene importancia.
– Claro que tiene importancia, quiero que sepan que aquí mando yo, y que tienes que hacer lo que te diga, ¿o es que no les has dicho a tu familia qué método pedagógico uso contigo?
– Mi madre siempre aprobaría incondicionalmente cualquier castigo que me imponga una profesora.
– Haberlo dicho antes – respondió ilusionada, pensando rapidamente en las ideas que tenía sobre él –. Bueno, di que has estado cara a la pared media hora y que luego has tenido que escribir seiscientas veces "No volveré a discutir con mis compañeras de clase. Haré siempre y sin dudarcuaquier cosa que me manden"; y que no te he dejado aunque te doliera la mano. Igual que hacen los niños cuando se portan mal en el colegio, cuando en realidad solo eran hiperactivos, ¿no es eso lo que tienes tú, pobre desgraciado? De momento no hace falta que le digas que yo también sé que te puedo manipular como a una marioneta.
– Está bien, doña Laura, se lo contaré a mi propietaria – respondió resignado.
– Oh, casi me ovidaba – añadió sonriendo – Pon la mano en el suelo.
El alumno obedeció y Laura le dio un pisotón con todas sus fuerzas; le pisoteó sabiendo que llevando tacones haría más daño, pero obviamente no le importaba.
– Tiene que parecer que te duele de verdad – explicó satisfecha.
Laura disfrutaba torturando a su alumno, siempre quiso aplastarle como si fuera una cucaracha y demostrale cuanto le despreciaba, pues llevaba toda la vida deseando someter a alguien, cuando empezó el curso pensó que él era la persona ideal, y por fin encontró la ocasión; pero mas disfrutaría si le humillara en público, delante de otras profesoras y sus alumnas; pero de domento no lo compartirá con nadie.
– ¡Escucha, asqueroso malnacido, en la antigüedad a los retrasados mentales, subnormales y descerebrados como tú eran mal trataban y vendidos como esclavos entre otras cosas, si tuvieras mas cerebro y hubieras estudiado mas lo sabrías! – exclamó aumentando el dolor de su alumno.
Es cierto que en aquella época hacían cosas terribles con las personas que tenían determinadas discapacidades, pero el alumno no tenía nada de eso; sólo déficit de atención e hiperactividad, y Laura lo sabía, pero se lo decía para que se sintiera mas insignificante.
–Me parece bien que las cosas hayan cambiado; una cosa es que tengas una discapacidad mental, pero tú eres una averración de la naturaleza,no tienes derecho ni a suplicar cuando te torturen o te obliguen a obedecer! ¿Te queda claro, retrasado sin cerebro?
– Sí doña Laura, totalmente claro.
Laura amenazaba con ser exageradamente cruel, aunque no tanto como Adela, pero ya empezaba a ternerle mucho miedo. Se despidió de su profesora y se dirigió a su casa, quejándose del dolor de la mano, de hecho cuando llegó aún le dolía.
El sumiso estaba sin aliento, estaba sofocado y totalmente cansado, después del esfuerzo que hizo para reunirse con su propietaria. Le daba miedo hacerla esperar demasiado, se repasó el cuerpo y se depiló como se le había indicado, y se puso la ropa que tenía en la cama de su cuarto; Adela tuvo el detalle de prepárselo; había colocarlo en la cama, lo que tendría que ponerse en ese momento, lo que tanto le gustaba que llevara puesto. Precisamente cuando el sumiso acavaba de vestirse, su hermana abrió la puerta de la habitación.
– "Ahora está sublime" – pensó. No llevaba nada especial, pero se había cambiado el uniforme escolar por una falda larga de verano, una atractiva camisa blanca, unos labios rojos recién pintados, unos zapatos de tacón... pero era su hermana, de naturaleza dominante, coqueta y cruel como ella sola; aunque se había dado cuenta de que estaba tremendamente enojada por el retraso, no dejó de pensar en que estaba particularmente atractiva. Ya le había visto así otras veces, pero en esta ocasión quedó embriagado por su belleza; él no comprendía porque, pero cada vez pensaba que la hermosura de Adela era evidente y se sentía más obligado a venerarla e ilodratarla, y sólo por su presencia se ruborizaba, se retaía, se encogía de ombros y agachaba la mirada; era una muestra de inferioridad y sumisión absoluta.
Él se arrodilló y empezó a arrastrarse por el suelo, como hacen los perros, se arrastró para expresar a su "dueña" su fingida alegría al reunirse con ella. A continuación se acercó arrastrándose como un reptil, se arratró hacia su propietaria, para suplicarle que le perdonara, que entendiera que no podía llegar antes, y que lamentaba retrasarse tanto. Luego levantó el cuerpo sin separar las rodillas del suelo, se paró delante de ella y la abrazó por la cintura con sus brazos, y besó sus cálidas y suaves manos, sólo quería complacerla para que no le degrarara... mas de lo que ya se había degradado. Sentir la piel y los brazos de una joven hermosa era bastante confortable, pero pensar que no era otra persona que su hermana y que estaba a sus órdenes le causaba una gran repugnancia, pero tenía que aceptarlo.
Plaaas. Le partió la cara causándole una vez mas un fuerte zumbido en el oído.
– ¡Te he esperado mucho rato! – exclamó – Espero que tengas una buena explicación.
– Señorita, mi profesora me ha castigado porque como usted sabe, no me llevo nada bien con mis compañeras – contestó avergonzado – y no quería colaborar con ellas; he estado cara a la pared durante media hora, luego he tenido que escribir repetidas veces en un folio que siempre haría lo que ellas me mandaran.
– ¿Pero qué dices? – preguntó incrédula y decepcionada –. ¿Estás diciendo que no has colaborado en la actividad, incluso cuando te han dicho expresamente que colaboraras? Eso es precisamente lo que no tenías que hacer.
– Lo sé señorita, pero estaba sometido a mucha presión – insistió abatido y llorando. Estaba convencido de que no la había complacido.
– Ya; ¿cuando vas a aprender que debes hacer lo que te manden, inutil?
– Me esfuerzo por adaptarme señorita, de verdad.
Ella poco a poco le acarició con sus manos suaves, le acarició el pelo. De repente le cogió del pelo y undió la cara en su estómago, le asfixió con toda su rabia; si él se hubiera resistido la hubiera apartado sin ninguna dificultad, pero no se atevió ni a luchar por su vida.
– Fracasado, inutil, ¿qué te has creído? – preguntó más cabreada que nunca con su esclavo –. Vamos al salón, hay alguien que quiere verte.
Adela le cogió del pelo y le arrastró por el pasillo, carente de remordimientos de conciencia.
Cuando llegaron, él se sentía morir de vergüenza ante lo que veía. Hasta ese momento había estado convencido de que no había nadie, excepto ellos mismos.
K– Saluda a mis invitadas, vamos, ya que han venido a verte, es lo menos que puedes hacer, y no me dejes en mal lugar ahora también.
Sólo quería desaparecer y salir de allí, fue a volver a la puerta, cuando notó como agarró su miembro con su mano y con la habitual disciplina le habló.
–Ha pasado mucho desde la última vez que os visteis y te echaban de menos…
No sabía que hacer, pese a que tuvo la cabeza baja pudo observar a dos jóvenes, una estaba sentada en la silla del escritorio, la otra en la cama, calladas no se oía nada, pensó que iba a explotar. No sabía que hacer, excepto arrodillarse y besar los pies de Adela en presencia de sus amigas. La besó con suavidad para pedirle de corazón que no le obligara a humillarse ante ellas.El silencio se rompió cuando Adela le ordenó que se tumbara.
– ¡Amigas os presento a mi esclavo! — expresó la sonriente Adela con una sonrisa de oreja a oreja, al momento que me pisaba la cara cruelmente clavándome el tacón de su zapato — ¡a ver, estúpido a cuatro patas ya!— fue la orden de Adela para el sujeto.
– ¿Sorprendidas? ya os dije que mi hermano era más... obediente y aquí lo tenéis - Adela exclamó – os lo presento.
Ella se agachó despacio para acariciarle lentamente por la espalda, pasaba su mano sobre su espalda que estaba tensa.
Con total confianza y como quien vende su mercancía, fue rodeándole y hablando de él.
– Es un chico muy buenok se porta muy bien, y es muy cariñoso, ¿verdad que sí? – plasss, le asestó una fuerte palmada en su culo.
– Ponte a cuatro patas – ordenó Adela.
– Sí señorita.
– Bien, ahora quiero que te acerques a cada una de ellas y le des un beso de bienvenida como te he enseñado, pórtate bien.
– Si señorita.
Fue caminando muy avergonzado, en la cama, había una adolescente; con un vestido muy veraniego, unas sandalias, y el pelo recogido, era una joven bastante delgada; era Elvira.
Poco a poco alzó la vista, ella le miraba y dijo.
– Adela, pero ¿esto es legal? Quiero decir...
– ¿Perdona, no vamos a hacer nada contra su voluntad ¿verdad? y te aseguro que él está encantado, ya sabes el desastre de chico que era en el colegio y lo desagradable que era en familia, pero ahora es muy bueno y cariñosos conmigo, ¿verdad que sí, Fresa? - le miraba lanzándole besitos.
No pudo mas y se fue corriendo hacia Adela para suplicarle que no le hiciera saludarlas, se arrodilló, se arrodilló ante ella.
– Ya está, ya está, ahora ve a hacer lo que te he dicho – ordenó acariciándole en la cabeza y cogiéndole con fuerza de la cabellera, aunque disimulando.
Pero él no reaccionó; si ya estaba totalmente avergonzado de obedecerla, de humillarse ante ella, más aún ante sus amigas. Tembloroso, simlemente permaneció a gatas, no dejaba de temblar ante la presencia de su hermana y sus invitadas, mantenía la mirada totalmente clavada en el suelo observando solo los pies, los de Adela y sus invitadas, era consciente de que sus amigas estaban disfrutando de lo lindo mirándole sometido a su autoridad y en esa situación tan lamentable en la que se encontraba; lo último que deseaba era tener que mostrar msu rostro a sus amigas.
Elvira, al ver que permanecía inmóvil y aún temblando expresó con malicia su decepción.
— ¡Estoy decepcionada Adela, habías prometido que tan solo al estar en nuestra presencia tu hermano se humillaría besando nuestros pies, pero de momento solo tiembla como un buen marica! — concluyó la chica con una sonrisita burlona.
La hermana del esclavo tan solo al oír la decepción de Elvira, reaccionó furiosa haciéndole daño al darle una patada en el estómago.
— ¿No lo has oído?— le llamó la atención amablemente — ¿Cómo debes saludar a mis invitadas? — le exigió una encolerizada Adela.
Se dobló ante la cruel patada de su hermana. ¿Quien iba a decir que él, se encontraría en esa situación tan penosa, sometido por Adela, su propia hermana? pero de ese joven quedaba muy poco pues temblaba humillado ante ella y sus amigas, temblaba ante un solo grito de las chicas, quien actuando como un esclavo, sentía lástima y hasta náuseas de sí mismo. Es cierto que llevaba toda la vida bajo la opresión de su caprichosa hermana y autoritaria madre, que el fuerte caracter de ellas siempre había condicionado su estilo y calidad de vida, pero esto era demasiado. Se acomodó de nuevo a cuatro patas y a continuación casi con lágrimas en los ojos inclinó el rostro hasta posar sus labios en los lindos zapatos de Elvira, una amiga íntima de su hermana, que posiblemente pasaría a ser también su Ama, ella o Yaiza, eso si era el deseo de Adela y todo indicaba que así sería.
Hubo un momento de silencio en el que el sumiso, muerto de nervios no pudo evitar por más que lo intentó, alzar la mirada y comprobar por sí mismo la malévola sonrisa en el bello rostro de Elvira y Yaiza que al cruzarse su mirada con la de ellas soltaron una fuerte y llamativa cruel carcajada haciéndole sentir una puñalada en el corazón aunque lo que su cuerpo sintió fue otra patada de su hermanita gritándole.
– Buenos días… – dijo a Yaiza.
Ella alzó su mano y él la besó.
– Ya iba siendo hora, pensaba que no sabías hablar – Se empezaba a encontrar cómoda.
Sonó un garraspeo, procedente de la otra joven que estaba en el sofá, se acercó igualmente ella y alzó la vista, se quería morir, tenía tanta vergüenza que se estaba quemando por dentro, la cara se estaba colorando, le faltaba el aire, unos brillantes ojos y una sonrisa maléfica le miraba, era Elvira, la otra amiga de Adela, que horror, ahora sí que estaba completamente perdido, se veía dominado para siempre, por estas personas; eran hermosas, y él ni siquiera quería estar al servicio de Adela, y menos aun, humillarse ante sus amigas; sin embargo estaba demostrando la sumisión a la que estaba sometido.
Elvira era lo que los hombres suelen decir “pues un bellezón”, ojos preciosos, un rostro encantador, muy alta, demasiado, el condenado esclavo diría que llega casi al 1,85 de altura.
Recordó que cuando fue adolescente alguna vez pensó en besar su boca, no, mas que besar su boca, quería tener una relación sentimental, incluso en varias ocasiones intentó decírselo, y ella lo sabía, pero lejos de corresponderle o por lo menos ser amable ella siempre le ignoraba, le prestaba atención solo para humillarle, no obstante simepre le convencía para que la perdonara; estaba seguro de que nunca le correspondería, que siempre sería cruel y que con su altura imponente, su atractivo físico y su asombrosa inteligencia él no tendría ninguna oportunidad con ella, pero la historia siempre se repetía, y una vez que pensara en ella más de la cuenta, no podía quitársela de la cabeza, ella siempre le miraba por encima del ombro, como si tuviera menos valor que un insecto, ahora tenía todo el derecho del mundo a seguir mirándole así y estaba perdido del todo.
Sentada al igual que su amiga, levantó su mano, llevaba una camisa blanca muy fina, con un conjunto muy pijo, pero con estilo, como solo ella podía vestir un día normal. Las tres debieron cambiarse de ropa y preparase para recibir al sumiso.
– ¿Y bien?
Él se inclinó y besó su mano, y pensando que ya le había humillado más que suficiente ante su verdadero y gran amor platónico decidió volver a su posición, mientras se retiraba hacia atrás Elvira comenzó a hablarle.
– Eh, eh de eso nada, apenas lo he notado, bésame otra vez.
Completamente vendido, nuevamente se acercó, se inclinó y ella se acercó a su oído y le susurró.
– Cariño, lo vamos a pasar muy bien tú y yo, ya lo verás. ¿No querrás que tu hermanita se enfade, verdad? ¿verdad? Además, tú siempre te has sentido atraído por mí, y todo el colegio lo sabía, hasta las profesoras – y le rozó con la lengua el lóbulo de su oreja.