Inducido por mi hermana I: Comienza el juego
Gloria sale unos días de viaje y Adela, su hija, empieza a dominar poco a poco a su hermano, le obliga a obedecer, y está convencida de que antes de que vuelva su madre, él será el esclavo más sumiso del mundo, al servicio exclusivamente de la autoridad femenina, especialmente de su familia.
En una ciudad del mediterráneo, vivía una presitgiosa y adinerada familia apartentemente normal, formada por Gloria, una madre de cuarenta y tres años, quien mantenía a Adela, su hija adolescente de dieciseis y un infravalorado e incompredido hijo de dieciocho años, al que la familia llamaba Fresa. A él le incomodaba muchísimo que le llamaran de ese modo, por eso le llamaban así. El marido de Gloria murió cuando los hijos eran muy jóvenes, por lo que el hijo mayor no le recordaba muy bien; y su hermana ni le conoció, ya que ella era lactante. El hijo de Gloria se pasó toda la vida obedeciendo a su familia, pero lo ocurrido hasta el momento no tenía nada que ver con el futuro que le esperaba. Estudiaba auxiliar de enfermería; y su hermana bachiller.
Un viernes, Gloria tenía que irse de viaje, para estar fuera unas semanas. Le dijo a su sometido hijo que le tenía que preparar el equipaje, y le había dado instrucciones precisas sobre qué cosas tenía que incluir, ropa veraniga, varias faldas, bañadores, blusas, maquillaje... y él, a disgusto había accedido a obedecerla, le llevó toda la tarde.
–
¿Por qué tengo queser yo el que prepare su equipaje? – pensó frustrado.
Finalmente, cuando ya estaba lista le exigió que le pintara los labios; hasta eso tenía que hacer por ella.
Al despedirse de él le advirtió que no discutiera con Adela, su hermana.
–
¿Por qué íbamos a discutir? - preguntó intrigado.
–
Bueno...
Adela era la típica adolescente; repelente y caprichosa con la que resultaba muy desagradable vivir, expecto por una cosa; cuando iban juntos al colegio ella incitó a las compañeras y otras personas del centro, a hacerle la vida imposible a su hermano desde el principio; además, cada vez que discutían en casa su madre siempre le daba la razón a ella. Aunque él no quisiera reconocerlo
también es cierto que e
ra
m
á
s
que
hermosa; delgada, de piel clara, cabello
ondulad
o que le llegaba
por debajo
de los hombros,
mirada pen
e
trante gracias a su
sonrisa angelical, una
fina raya
en cada ojo y unas hermosas cejas cubiertas con
rimel
.
Sacaba unas notas excelentes en el colegio, su madre estaba encantada con ella; si tenía dudas, sobre un ejercicio o un examen no dudaba en ayudarla, porque cuando veía sus notas comprendía que el esfuerzo valía la pena; no así con su hijo, ya que por la falta de cariño y apoyo que debería recibir de una madre, nunca ha tenido suficiente motivación,
para aprobar con
algo mas que una nota mediocre
.
Además dado que él tenía déficit de atención, su madre pensaba que era una pérdida de tiempo tratar de ayudarle
.
La
familia, aparentaba muy bien ser normal, pero
l
a
realidad era bien distinta a partir
de
la
repentina muerte de
l
padre
de ambos hijos, ya
que desde siempre
Gloria
ha sido
una feminista
extremadamente
radical,
es una persona que
simplemente sin dar detalles ni motivos se ve a
sí misma
como
superior a
los hombres
,
por lo que
los
considera
ba
menos que
microbios
;
especialmente
a
su
hijo
,
que
v
i
en
e
de sus entrañas, y que
l
e ha críado,
aunque sin ningún cariño
,
y
ella
sie
m
pr
e
l
e ha
trata
do
como si la hubiera deshorado por ser un chico,
además con déficit de atención
; obviamente
Gloria
hubiera deseado que fuera
una
chica, como
Adela
.
Este desprecio tan abundante hacia el sexo masculino
se lo demuestra a su pobre hijo desde que quedó viuda
.
Y
con el tiempo,
transmitió a Adela
ese sentimiento de supremacía femenina
y repugnancia
hacia
el hombre, y s
obre todo
hacía
él
, l
e
había
h
echo creerse superior a
su propio hermano
;
ella entendió el mensaje desde su infancia, y al darse cuenta de que en el colegio
el profesorado la elogiaba a ella y que ignoraba a él incluso su propia profesora, comprendió que su madre tenía razón, toda la razón; sabía que si se lo propusiera, motivaría a los aluumnos más próximos a su hermano para que le hicieran la vida imposible; Gloria por su parte había hablado con la directora que estaba entonces cuando sus hijos eran muy jóvenes, ya que eran muy amigas, le convenció para que incitara al profesorado a ponerle en evidencia como pudieran. En su calse, que la mayoría eran chicas, las compañeras le robaban los libros, y su profesora, sabiendo que no era culpa suya siempre le castigaba. Una vez,
cuando tenía catorice años
fue al colegio sin uniforme porque lo tenía sucio, y su profesora le castigó a llevar uniforme femenino durante una semana; eso le dolió bastante a al probre hermano de Adela; tuvo que ir con falda y medias. Se lo dijo a su madre, pero ella lo único que hizo fue reíse en su cara y advirtirle que no volviera a despistarse.
–
¡Pero la culpa
es
de Araceli!
–
decía
su hijo. Gloria sabía que tenía razón, porque fue ella la que la convenció
de
que no le lavara el úniforme. Pero él recibió una desagradable y dolorosa respuesta.
–
¡No me hables en ese tono, y menos para culpar a Araceli! –
contest
ó ella, dándole una fuerte bofetada a su humillado hijo.
Y así es como Gloria hacía para que le condenaran a su hijo
a ser castigado
. Le castigaban una o dos veces cada año.
Araceli era la chica de que se encargaba de los trabajos domésitcos de su casa; empezó a trabajar a los diecisiete años, desde que el chico de la familia tenía once años.
A menudo era bastante inquieto, por lo que también le castigaban durante toda la clase, a estar atado en la silla en presencia de sus compañeros.
Conoc
ió
a una chica hermosa, tan hermosa como Adela, de hecho
ellas
era
n
compañera
s
y amiga
s
, se llamaba Elvira, y era su amor platónico. Cada vez que la veía por el
colegi
o tenía la mirada perdida en ella, y todo el mundo se reía de él. La seguía por todas partes, siempre trataba de hablar con ella y de ser al menos
su
amigo; desgraciadamente para él, siempre le ignoraba excepto para humillarle,
como todo el centro
;
pero él nunca perdía la esperanza, estaba convencido de que siendo tan hermosa como era, valía la
pana
esf
orzarse y lograrlo a cualquier precio
. Desafortunadamente repitió curso dos veces; por lo que cuando cumplió diecisiete concidió con Adela, por una parte, al principio del curso tuvo mucho miedo, porque sabía muy bien que su hermana aprovecharía la ocasión para humillarle mas que nunca. Pero por otra parte pensó que era una buena oportunidad para solucionar las cosas con Elvira.
Terminó el colegio y las cosas no mejoraron para él. Se quejó varias veces a su madre, pero ella no consentía que culpara a su profesora, ni compañeras ni a nadie de sus problemas, y mucho menos que culpara precisamente a su pequeña Adela,
la princesa de la familia
;
y todo eso, todas las humillaciones que soportó en el colegio, desde los diez años de edad hasta que se graduó fue
ron
por culpa de Adela;
Gloria también tuvo algo que ver, pero la principal responsable fue Adela; y
nadie mostró ninguna piedad ni compasión.
A
duras penas,
después de repetir curso dos veces
logró aprobar
la secundaria, pero obviamente su madre no le apoyó en nada, unicamente si le dedicara la mitad del tiempo que le dedicaba a su hermana, sí que hubiera aprobado, así que no se vio capaz de estudiar el bachiciller. En lugar de eso hizo un grado medio.
E
n los cumpleaños de su familia solían hacer fiestas de disfraces y a él le obligaban a llevar un vestido como el de un cuento de prin
c
esas y hadas, pero cuando la cumpeañera era Adela, la humillación era mayor, porque sus ami
g
as del colegio le veían con un vestido de princesa.
En el entorno familiar, la situación
también
era
desagradable,
pero
no tanto, delante de su familia,
incluída Nadia
,
Gloria le reñia con frecuencia
;
a
Nadia
no le gustaba ver a su primo sufriendo, ni sintiéndose humillado, pero
tampoc
o podía hacer nada para liberarle.
Él
sumiso
no se quej
aba
a nadie, no contó sus problemas del colegio
ni
la familia porque se había criado de esa forma,
por lo que
estaba convencido de que
era to
tamente normal;
y aunque quisiera quejarse, no había nadie que pudiera ayudarle.
E
l motivo por el que Gloria despreciaba tanto a su hijo y enseñ
ó
a Adela a despreciarle también era simple; era varón, además su primogénito; le dolió bastante que
é
l no hubiera nacido niña como su hermana, y para mayor decepción de Gloria, su hijo tenía déficit de atención.
D
urante mucho tiempo
ninguna de las dos,
ni Adela ni Gloria,
se planteó
cambiar las cosas
;
s
encillamente se limitaban a humillarle siempre que tuvieran ocasión y a torturarle esporádicamente.
Pero el día en que Gloria salió de viaje todo cambió. Adela estaba en la ducha aquella tarde, no tenía mucha prisa por empezar, pero en el fondo estaba nerviosa, estaba deseando poner en práctica lo que tenía preparado para su hermano, quien estaba incosciente del peligro que corría. Adela se vistió tranquilamente con una falda negra bastante corta no muy ajustada, unas medias marrones oscuras, una blusa de seda color turquesa y unos zapatos con tacones de cuatro centímetros, se echó un perfume y se colocó una goma de pelo en la muñeca. Al salir se dirigió al salón, donde su inocente hermano estaba viendo la tele. Adela se había perfumado con una fragancia nueva que él no recordaba haber olido antes. Se acercó a un metro y llamó a su hermano.
–
Fresa – llamó Adela.
Molesto por haberle llamado de ese modo apartó la vista de la televisión para mirar a su hermana.
–
No me llames así, por favor, sabes...
–
No no, escucha – interrumpió ella.
La estuvo observando un rato, pero ella no hablaba, con una sonrisa cogió la goma que tenía en el brazo y comenzó a hacerse una coleta; se hizo la coleta con calma, sonriendo, sabiendo que no tenía ninguna prisa, mientras él la observaba. La observaba recogiéndose el pelo.
–
Perfecto – pensó satisfecha.
–
Bueno, tú dirás.
Estaba convencida de que empezaba a tener ventaja sobre su hermano, porque en todo el rato que se recogió el pelo, él no dejó de observarla, protestaba un poco, pero sin dejar de mirarla.
Si vas a hacerme verte sólo para observar como te...
Finalmente terminó de recogerse el pelo y puso su mano en la barbilla de su hermano.
–
Dime una cosa. ¿Te aburre ver como me peino o me maquillo?
–
Bastante, que una persona se peine vale, pero que me hagas ver como lo haces no tiene sentido, el maquillaje también, que una persona se maquille me parece absurdo; no sé que sentido puede tener eso, creo que es totalmente cursi.
–
Vamos, reconoce que estoy más guapa cuando me maquillo; te he visto ruborizado cuando me ves.
–
Déjame en paz, imbecil.
–
¿Imbecil yo? Te vas a enterar, ahora quiero que me des el mando – ordenó con un tono imponente y tendiéndole la mano con la esperanza de que se lo dierea.
–
Mira, tú no mellames Fresa, sabes que no soporto que me llameis así, además ¿por qué te voy a dar el mando?
–
Quiero ver la tele – insistió su hermana echándose encima su hermano.
Al acercarse tanto comenzó a oler el perfume que llevaba; era una fragancia nueva, y su olor corporal también había cambiado. Era...
Mientras forcejeában, el chico se asfixiaba poco a poco, era por culpa del... perfume y olor corporal que desprendía su hermana.
–
Pero ¿Adela, que haces? Déjame en paz, ya está bien.
–
¡Sssshhh, silencio! – exclamó partiéndole la cara a su hermano.
Él trató de coger a su hermana por el brazo para apartarla, pero ella le dió un bofetón que le dejó un fuerte silbido en el oído, se fue hacia atrás y cayó otra vez en el sillón.
–
¡A mí no me vuelvas a hablar así nunca mas! ¿Entendido?
El dolor que sintió era tremendo, le había golpeado sin ninguna piedad. Era la primera vez que trataba sin ayuda de imponerse sobre él, y lo estaba consiguiendo con mucha facilidad. El hermano de Adela, recordó que había subrido toda la vida por culpa suya, estaba profundamente dolido, dolido porque la persona que más odiaba en el mundo se salía con la suya, y además en esa ocasión sin la ayuda ni respaldo de su madre.
–
¿Entendido?
–
insistió
elevando el tono de su voz y
partiéndo
l
e la cara otra ve
z.
Él estaba atónito, por pimera vez en su vida, su hermana le partió dos veces la cara, y sin ayuda de nadie. Estaba bloqueado ante lo ocurrido.
–
¡Te he dicho que me des el mando, imbecil! – instistió ella poniéndose repentinamente istérica
.
Adela se echó encima de su hermano otra vez y empezó a gritarle y golpearle como nunca, le estaba golpeando constantemente, estaba más que decidida a salirse con la suya y por alguna extraña razón él no se defendía... demasiado.
–
¡Te recuerdo que mamá te ha advertido que no discutas conmigo! – añadió Adela sin dejar de colpearle; y lo cierto es que al estar tan cerca de ella sintió aún más fuerte su perfume.
–
¡Bueno, ya está bien de charla, me vas dar el mando de una vez, y mientras veo la tele vas a reccoger la ropa del tendedero; venga corre! – le dijo cogiéndole de la oreja para levantarle del sillón por la fuerza.
–
¡Que me sueltes ya, loca, que te olvides de mí!
–
Como quieras - respondió mientras sacaba su teléfono móvil, llamó a alguien.
–
¡Mamá, mamá, Fresa me está... – exclámó con voz llorosa.
El chico se levantó y la agarró por el brazo, y mientras seguía oliendo su perfume, le quitó el móvil; tenía que pensar, estaba seguro que sería capaz de hablar con su madre.
Sentado y reflexionando, notó como se acercaba Adela ante él de nuevo, levantó la mirada, y ella orgullosa le miraba y le obligó a girar la mirada para ver su sonrisa.
–
¿Y bien? – exclamó satisfecha.
Pensó que Adela tenía razón; no quería que le dijera a su madre que habían discutido; Así que accedió al capricho de su hermana.
–
Bien, toma el mando, yo voy a recoger la ropa – respondió humillado mientras se levantó lentamente – y luego tú me lo devuelves.
Rassss, otro bofetón y al sillón. Él quería matar a su hermana en ese momento.
–
¿Ahora qué pasa...
–
No te equivoques; después de recoger la ropa harás otras cosas; no sé cuanto crees que durará esto; pero te aseguro que no será pronto; a partir de ahora me llamarás señorita. ¿Queda claro? – advirtió con un tono de voz y una postura imponente.
–
¿Pero qué dices?
Adela le asestó otra fuerte bofetada y siguió hablando.
–
¿Queda claro, sí o no?
–
Mira, quédate con el mando, ya me da igual, me voy a...
Adela fue hacia su hermano y le interrumpió cogiéndole del pelo para tirarle hacia atrás.
–
¡No me des la esplada, maleducado!
El hijo de Gloria estaba desconcertado; se encontraba tirado en el suelo. No sabía que responder, por primera vez se sentía inseguro estando solo con Adela. Mientras trataba de pensar, la joven puso su zapato sobre el pecho de su hermano.
–
Como me desobedezcas una sola vez te la cargas.
Otra vez aturdido; o bien no sabía que contestar, o bien su cabeza no estaba para razonar mas, sin ganas de seguir discutiendo se levantó y se fue del salón.
Primero se dirigió al aseo. Sólo quería pederla de vista unos minutos y refrescarse la cara; el baño conservaba el olor del gel que debió usar Adela al ducharse, de hecho el olor en el baño era mas fuerte, hizo que sintiera algo extraño. ¿Era calor? ¿El olor de una fruta? Al salir del baño se dirigí al tendedero para hacer lo que le había dicho su hermana, aunque no se dio cuenta, ya estaba controlado, empezaba a convertirse en su marioneta. Luego volvió al salón donde le hesperaba su despreciable hermana. Ella estaba sentada viendo la televisión.
–
Ya está, Adela. ¿Me puedes dar el mando… por favor?
Ella se levantó y se dirigió a él para recibirle dándole otra fuerte bofetada, y otra y otra...
–
¡Si te doy una orden quiero que la cumplas de inmediato, no consiento que pierdas el tiempo en el baño ni en ningún otro sitio! – advirtió aparentemente enojada, muy enojada.
–
Está bien Adela, no volverá a pasar, pero... ¿Me puedes dar el mando, por favor?
Ella se sentó otra vez y siguió hablándole.
–
¿Por favor qué? – respondió ella con tono despectivo, volviendo a centrar la vista de la tele.
–
Pues eso, por favor…
Se levantó, le miró y le dio otra bofetada. Estaba enojada principalmente porque se vio obligada a levantarse para corregir a su hermano; él no aprendía.
–
¿Cómo te he dicho que me llames?
–
¿Señorita… me puedes dar el mando por favor?
–
Pues como poder sí que puedo, pero no me da la gana.
–
Mira, ahora sí que me he cansado. Me voy a...
Pero al instante le cogió del pelo otra vez y le tiró hacia atrás.
–
¡Te he dicho que tú te quedas aquí! – repitió enfadada – así que levanta y no te muevas.
Adela se imponía bastante sobre su hermano, y no le daba elección, así que cedió a sus exigencias.
–
Está bien. ¿Qué quieres que haga?
–
Eso está mejor; quédate aquí un rato.
La joven caprichosa salió del salón y en unos minutos volvió a entrar. Su hermano seguía en el salón, al parecer empezaba a comprender quien mandaba.
–
Para empezar, quiero que te pongas lo que tienes aquí; a partir de ahora llevarás esto en casa, ven a cogerlo – ordenó sacando unas prendas de una bolsa –. después de cambiarte ven de inmediato al salón; quiero verte así y sabes que no me gusta que me hagas esperar.
–
Pero no puedo ponerme esto.
–
¿Cómo dices?
–
Señorita... que no puedo ponerme esto.
La cruel hermana del chico le partió nuevamente la cara; ese día le había golpeado mas veces que en todo el año, y no sabía como escapar.
–
Lo único que puedes llevar es lo que yo te diga, y haz el favor de no protestar.
–
Vamos, hermanita te lo suplico – respondí colorado.
–
¿Ahora me llamas hermanita? Pues ya es tarde para eso, te he dicho que me llames señorita.
Nunca se había sentido tan inseguro, forzado ni humillado, ni siquiera en todo el tiempo que pasó en el colegio. Esto no iba nada bien, pero el pobre chico no sabía que hacer, no tenía mas remedio que obedecerla.
No reaccionaba, así que Adela se acercó a él y le partió la cara otra vez; ella le agredía sin compasión hasta que decidió obedecerla. Caminó hacia la bolsa con la mirada baja. Ella cruzó los brazos y observó satisfecha a su humillado y dominado hermano, mientras él abandonaba su presencia.
Quería que llevara unicamente unas medias blancas y una minifalda rosa. Ese conjunto era ridículo, sobre todo para un chico joven como él, pero no tenía elección. Se fue a su cuarto y se cambió tan rápido como pudo. En unos minutos volvió a estar en presencia de su prepotente y repugnantte hermana, le tenía completamente dominado desde hacía un buen rato. Le había embaucado para que se exibiera con esa indumentaria tan... humillante.
–
Aquí estoy, señorita. ¿Qué quieres que haga?
–
¡Vamos! – añadió su dominante hermana –. Para empezar arrodíllate y mientras yo veo la televisión, bésame los pies; venga, date prisa.
El joven no reaccionó, nunca le habían dicho que se arrodillara ante nadie, y mucho menos que besara los pies de una persona, pero esa persona era precisamente Adela, no lo podía aceptar; pero cuando ella le dio un grito para insistirle, pensó que no tenía escapatoria. Se arrodilló frente a ella, muy indeciso, le quitó los zapatos, y empezó a besar los pies de su repugnante hermana, hermosa como ninguna, pero repugnante, los pies de la persona que mas odiaba, la odiaba mas que a nadie en el mundo, especialmente en ese momento, que le obligaba a humillarse de esa forma para obedecerla; le estaba sometiendo a sus deseos, sus caprichos, su voluntad... si todo el desprecio y prepotencia que sentía hacia su indefenso hermano, no lo había demostrado cuando iban al colegio, lo estaba demostrando ese día. Él besaba sus pies, los besaba, los besaba... mientras tanto se fijaba en las medias que cubrían sus atractivas y suaves piernas. Adela disfrutaba bastante teniéndole bajo su voluntad.
Después de permanecer a sus pies más tiempo del que recordaba, Adela le ordenó que se tumbara en el sofá y ella se tumbó encima suya; él no reaccionó, su hermana le abrazó y le obligó a corresponderla con un abrazo a ella, era humillante para el hermano de Adela, con el odio que le tenía, estaban completamente juntos, y de vez en cuando le besaba en la frente. El chico trataba de rebelarse, pero se dio cuenta de que no le quedaban fuerzas.
–
Vamos, no es mas que un inofensivo beso, que te doy con todo mi cariño – dijo risueña y juguetona, mientras le dió un beso muy especial en el cuello –. Quiero que sepas que este beso nunca lo olvidarás.
Adela empezó a ver los culebrones de la tarde, obligándole a verla a ella. Tenía una sonrisa cautivadora, hechizante, conquistadora... miraba a sus penetrantes ojos negros, como la noche, como el carbón, como el pretroleo...
Pasados unos minutos, sin saber como ni porque, empezó a ruborizarse de nuevo.
Esta reacción no se le pasó por alto a Adela, que le tomó por la barbilla y acercándose le dijo...
–
¿Qué tenemos aquí? Si te estás poniendo colorado, jajajaja – siguió riendo mientras subía el volumen, estando tumbada sobre él –. empiezas a darte cuenta del atractivo que tengo, ¿verdad?
El joven se sentía totalmente humillado, ya había pasado mas de una hora y seguían abrazados, pero como no sabia qué podía hacer, no protestó.
–
Venga, mírate al espejo y si ves algo raro vuelve para que hablemos de ello – dijo sonriendo.
Él, asustado se dirigió al espejo, y al ver lo que tenía en el cuello se asustó bastante. El besó tan especial que le había dado era para hacerle un chupetón; lo llevaba en una parte del cuello que no podría ocultar con ropa de verano. El sumiso, estaba vencido, no había modo de ocultárselo a nadie que se cruzara con él. Después de pasar unos segundo frente al espejo volvió a donde estaba Adela.
–
¿Ves como te tengo controlado? Eso es para que comprendas que tú no tienes control de nada, sino yo. Ahora túmbate boca abajo y duérmete, tienes que dormir la siesta – ordenó quitando el volumen de la tevisión, mientras acariciaba la cara a su dominado hermano.
Se dejó acariciar por ella, puede que no se atreviera a contestarle no sea que se llevara otra torta, o que poco a poco fue perdiendo el control de su cuerpo, sencillamente se dejó entumecer por sus caricias y el tacto de sus cálidas, suaves y atractivas piernas. Adela se sentó indicándole que levantara la cabeza para que usara una de sus piernas como almohada, pero boca abajo y con la mirada hacia la televisión. Le dio unas suaves palmadas en la espalda, luego unas caricias, como quien revisa su mercancía en propiedad y ambos estaban convencidos de que le dominaba como si fuera su propietaria.
La joven, tan atractiva y odiosa como ella sola, ahora le acariciaba la cabeza con la mano derecha, de algún modo le estaba dominando con el calor de sus manos, sus caricias, el calor de su tacto, su perfume y su esencia en general, y él le había besado los pies, – "que horror" – pensó angustuado. Mientras pensaba en eso, ella le ofreció su mano izquierda para que el chico la besara también. Si no fuera porque se trataba de Adela, quien se había pasado la vida humillándole en el colegio, que incitó a todos a que le hicieran la vida imposible, le tenía sometido a su voluntad en ese momento y la odiaba mas que a nadie en este mundo, diría que estaba realmente a gusto.
Recibió otra torta fuerte, para indicarle que se diera otra vez la vuelta.
Quiso levantarse, pero en el momento que empezó a moverse un poco, escuchó el sonido de su voz y permaneció inmovil.
–
Ssshhhh, ssshhh, asi, así – y le acariciaba la barriga – muy bien, no te preocupes – susurró con calma.
Él, cerrando lentamente los ojos, intentaba mantenerme despierto, pero una misteriosa fuerza se lo impedía.
–
Eh, eh, espera un momento, primero bébete la leche – ordenó con una sonrisa; su caracter había cambiado radicalmente, pero no podía rebelarse. Había comprendido que no valía la pena.
Ella le ofreció un brick lleno; mas que ofrecérselo se lo impuso.
Una arcada le venía.
–
Cómo lo eches te lo vuelves a tomar – advirtió con toda su autoridad.
No le quedaba mas remedio que tragárselo. Después de un duro esfuerzo pudo tragarlo, le costaba, era abundante, excesiva, pero lo terminó.
–
Ahora sí que puedes dormir – dijo dándole un tierno beso como una madre que besa a su niño, y ella pretendía que su hermano la obedeciera como si fuera su niño.
Sin entender como, se durmió sintiendo el calor de sus labios en su frente, se durmió al instante.
Se despertó en el sofá, sin su hermana, tenía un fuerte dolor de cabeza, pensaba que había sido una terrible pesadilla, que todo habría acabado, que esa bruja se había dado por satisfecha y que ya se había divertido suficiente con él. De repente recordó que llevaba puesto un conjunto ridículo de ropa y se levantó para dirigirse de nuevo a su cuarto y cambiarse. Pero antes de que saliera del salón Adela volvió a entrar; entonces comprendió que se había equivocado. En realidad esa terrible y diabólica humillación no era más que el principio.
Al verla tan arreglada, instintivamente empezó a retraerse; miraba sus ojos negros, negros como el cabón y la noche, se puso un vestido de gala, rosa muy claro, únicamente con dos tirantes cruzados por detrás, se podía ver practicamente toda su espalda, suave, hermosa y atractiva como todo su cuerpo; el vestido era tan largo que no se veían los zapatos, pero no llegaba a tocar el suelo, le sacaba siete centímetros de altura, por lo que llevaría unos zapatos de ocho centímetros; para incrementar su atractivo físico llevaba un collar con grandes diamantes, un cosmético para rejuvenecer la piel, se repasó las rayas de los ojos y el rimel de las cejas, y se pintó los labios de rojo. El joven pudo haber escapado si lo hubiera intentado, pero no lo pensó. Al verla tan espléndida se quedó paralizado.
–
¿Retrasado, te he dicho que salgas?
Su hermano no sabía que responder, así que no dijo nada. Adela le puso otra vez la mano en la barbilla.
–
Respecto a lo que hemos hablado antes. ¿No crees que una mujer es más atractiva cuando se maquilla, o lleva un vestido de gala como el que llevo ahora?
–
Sí, el maquillaje le favorece mucho.
–
¿Estás seguro? Antes no parecías muy convencido.
–
Sí seguro, usted siempre ha tenido buena mano para incrementar su belleza – respondió ruboizado, viendo la sonrisa de su hermana. Empezó a pensar que le quedaba bien, pero le daba vergüenza reconocerlo, especialmente con Adela.
–
Bien, sígueme, quédate quieto delante de mí y no hables – ordenó dirigiéndose al sofá para sentarse de nuevo, y obligarle a permanecer otra vez delante de ella. Mientras caminaba, el chico escuchó el taconeo de sus zapatos; también observó aténtamente el conjunto y la figura de su atractiva hermana, mas que atractiva estaba hermosa, estaba... pero era su hermana, tan odiosa y caprichosa como ninguna, aunque fuera su hermana y no le gustaba reconocerlo, en ese momento estaba especialmente radiante.
Mientras Adela camninaba se dio la vuelta, y sonrió al ver que su hermano había centrado toda su atención en ella, le tenía exactamente donde quería. Ella disfrutaba viendo el efecto que tenía en su rebelde hermano; pero esa rebeldía cambiaría poco a poco, para siempre.
–
Vamos, te he dicho que me sigas, me tienes que seguir como un perrito – informó sonriendo.
Mientras caminaba hasta hacercarse a tres metros de ella, la obserbó un buen rato; finalmente se decidió a hablar.
–
¿Señorita, me puedo cambiar?
–
Sí, pero ponte un traje de gala, y ven cuando te hayas cambiado.
El joven se cambió tan rápido como pudo y volvió al salón. Adela preparó un disco con varios tipos de música para bailar en pareja. Adela estaba en una nube bailando con su querido hermano; él en cambio sentía una gran rabia, ante la imposibilidad de escapar; bailaron varios vals, al ritmo que marcaba ella
Adela le ignoró. Ella le daba mucho miedo, así que de momento no insistió.
Sabía el tremendo miedo que estaba infundiendo en él, aumentando lentamente. Pero eso era el menor de sus preocupaciones, su misterioso perfume ya había penetrado lo suficiente en sus fosas nasales para inducirle y tenerle controlado, y ella era perfectamente consciente; por lo que no respondió, sencillamente seguía viendo la televisión con total tranquilidad sin prestar atención a su dominado hermano, sabiendo que él esperaría ahí. Estuvo un buen rato delante de su hermana para observarla sin moverse y seguir... oliendo su perfume. Después de unos minutos apagó la televisión y comenzó a obsevarle atentamente con una sonrisa. Le había prohibido expresamente que se moviera o hablara mientras permanecía firme ante su soberbia y dominante hermana.
–
¿Señorita, me puedo cambiar, por favor?
–
Te he dicho que no digas nada hasta que te hable, y no, no puedes cambiarte, porque como te he dicho, tienes que llevar eso delante de mí.
Definitivamente el sumiso dejó de insistir.
–
Acércate a menos de un metro de mí.
Él obedeció de inmediato; al acercarse a ella, el olor de su perfume fue más intenso. Era embriagador, su olor corporal también y él...
Él la observaba intrigado y aterrorizado, la supremacía que demostraba sobre él, le intimidaba bastante y no sabía que hacer; su asfixiante perfume le estaba dominando.
–
De hecho, acércate mas, hermanito – ordenó con una sonrisa.
Él se acercó de inmediato.
–
Más, acércate mas.
Se acercó tanto que Adela con extender los brazos hacia él pudo cogerle la cara. Se miraron mutuamente; Adela no disimulaba su satisfacción, sonreía mucho.
–
Escucha bien lo que voy a decir, esto cambiará tu vida para siempre – advirtió apartando bruscamente la cara de su hermano.
Su hermano centró toda su atención en ella. La observó tan atentamente que ni pestañeaba.
–
¡Bueno! — se expresó algo burlona contemplando a su pobre hermano — es evidente que a partir de ¡ahora! las cosas van a cambiar en esta casa – Adela sabíando que la intriga y el miedo de su hermano crecían, disfrutaba, mientra tanto respiró profundo, se tomó su tiempo hasta que mirándole a su hermano, le dijo con un tono que expresaba lástima y burla — escucha Fresa, quiero que te enteres de que a partir de este momento no podrás salir de esta casa sin mi permiso, no podrás volver a dirigirte a mí ni mucho menos como has hecho.
Adela hizo otra pausa sabiendo que cada cosa que le diría a partir de ese momento él la acataría; además cada vez le tenía más y más intrigado; y cogió aire de nuevo para continuar sin ocultar una bellísima pero perversa sonrisa. Mientras tanto el joven contemplaba atentamente su hermosura, y prestaba total atención a lo que decía.
–
Así es Fresa! — continuó su hermana, sin disimular que disfrutaba de cada una palabra que decía — porque a partir de éste momento tú me perteneces, eres mi esclavo, y tendrás que hacer incondicionalmente lo que te ordene — finalizó su autoritaria hermana totalmente excitada y convencida de que tenía control absoluto.
Él se sentía parte de su propiedad, después de dejarse agredir por sus bofetadas y tirones del pelo, permaneciendo ante ella inmovil y en silencio con ese conjunto tan femenino que le quedaba ridículo y le obligaba a llevar. Pero su paciencia había acabado.
–
¿Pero qué dices? — gritó, decidido a negarse a partir de ese momento. Esta reacción provocó una buena carcajada a Adela al ver el impacto que había causado su mensaje en él; Pero no consentiría bajo ningún concepto que le hubiera levantado la voz. Así que se levantó y... esta vez le dio un rodillazo en los genitales.
Adela se sentó de nuevo en el sofá, y desde ahí, mientras sonreía observaba tranquilamente a su indefenso hermano. Él se retorcía del dolor, instintivamente se colocó en posición fetal y temblaba mientras se ponía particularmente rojo. Estaba convencido de que si seguía viviendo con ella empezaría a vivir según el capricho de su repugnande y diavólica hermana. Se pasaría la vida sirviéndola; y posiblemente su madre le obligaría a obedecerla también a ella.
–
Te recuerdo que no puedes chillarme – dijo disfrutando de su absoluta autoridad –. Y sabes muy bien que tengo razón, así que no discutas conmigo – comentó observando la tremenda frustración y agonía que sentía su hermano.
–
Entérate de una vez; te voy a enseñar modales subnormal, y cuando vuelva mamá, te habrás convertido en el mejor hermano e hijo del mundo, incluso nos venerarás, te lo aseguro.
–
"Maldita psicópata, loca" – pensaba en su interior – "Vaya historia que se ha montado, si cree que yo voy a querer,e incluso venerara esta persona tan odiosa...
le tenía bloqueado, no sabía como reaccionar, no recapacitaba.
Adela le pisoteó en los genitales mientras seguía hablando.
–
No, por favor, esto ya es bastante humillante para mí, no puedes hacerme esto – lloró desconsolado.
Adela se levantó de su sitio, se acercó a su hermano, que seguía en el suelo y se agachó para colocar una de sus rodillas sobre su pecho.
–
Sigue suplicando – ordenó risueña.
–
Por favor señorita, no me hagas esto.
–
¿Qué mas? – preguntó acariciando su frente.
–
Señorita, te lo ruego, no me humilles de esta forma, por favor – suplicó el joven, desconsolado.
–
Vamos, en el colegio me reía mucho de ti; además te recuerdo que me perteneces, así que ahora ponte lo que tienes aquí – ordenó con su angelical sonrisa, mostrándole otra bolsa.
No pensó en escapar, tampoco pensó en contradecirla, estaba muy claro que todo lo tenía atado y muy bien atado, lo comprendió cuando se puso la indumentaria que le obligaba a llevar; ahora le hacía fotos con su teléfono.
Finalmente cedió a su voluntad.
Abrió la bolsa, ahora además tenía que llevar un corset púrpura, con un plumero rosa en el dorso, no dijo nada, sencillamente se lo puso delante de ella, otra vez su cara estaba desecha.
Después de tratarle de esa forma tan degradante le ordenó que fuera a la cocina y preparara la cena. Travestido de esa manera por supuesto tan ridícula, él obedeció. Estaba avergonzado y humillado. Mientras estaba en la cocina, su hermana entró para verle desde la puerta, sabiendo que le tenía incondicionalmente controlado.
Primero cenó ella, por su puesto su hermano le sirvio la cena, mientras tanto permaneció firme y en pie, luego le tocó el turno a él, y volvieron al sofá para tumbarse juntos, él obviamente se tumbó primero, y ella después para dejarse abrazar por el chico. Estaba sonriente, acariciándole la cara y besándole de nuevo.
–
¿Has pensado en lo que te he dicho antes? Sobre que posiblemente mamá te diga que dejes los estudios. ¿No te hace ilusión? – preguntó alegre su hermana.
–
¿Qué pasará con Araceli? ¿Como se lo vamos a explicar?
–
Es verdad, no había pensado en ella, pero ahora que lo dices, si a mamá le parece bien, podrías hacer su trabajo, estarías a sus órdenes y ella tendría que supervisarte, reñirte y tratarte como mamá se lo permita.
–
No, por favor, no puedes humillarme delante de la gente.
–
Sssshhh, vamos, de momento no pienses en eso, ahora solo piensa en mí. ¿Me oyes? En mí – respondió Adela, sin perder la calma y la sonrisa.
Despues de una hora mas o menos durmieron; ella en su cama y él a sus pies, encorvado como un perrito y sin taparse.
El fin de semana fue pasando y le impuso una rutina exacta, que practicában entre los dos, el sumiso la obedecía, de hecho no sólo no protestaba, sino que la miraba a la cara con normalidad, se centraba en su figura, su belleza...
Ella se duchaba por las mañanas y le hacía oler el permfume con el que le estaba conquistando, luego estaban todo el día en el salón, donde hacían lo mismo, el joven se duchaba con los productos de higiene que se le proporcionaba, se ponía la indumentaria que le indicaba, le besaba en los pies, le hacía la cena y dormía en el suelo, como su mascota.
Por inercia se dirigía a ella para cualquier cosa como “señorita”, no discutían, acabó comprendiendo que no tenía elección y que su mal comportambiento tendría consecuencias negativas, cada uno tenía su papel, él ya estaba totalmente resignado, aunque segía detestándola mas que nada en este mundo, pero se acostumbró a su autoridad y al tacto de su cuerpo, alguna vez se atrevía a rozarse con ella en cualquier parte de la casa, sólo para sentirla, otras veces bien sentados mientras ella veía la tele y él a su lado, con el brazo abrazándola por su espalda, o bien apostrado a sus pies para besarlos; en cualquier caso ella se dejaba abrazar o besar y él por miedo a enojarla seguía obedeciendo mientras ella le grababa y le hacía fotos comprometedoras; obviamente se sentía profundamente humillado y no dejó de detestarla, pero acabó aceptando su control. Además, la creía perfectamente capaz de publicar esas grabaciones y fotos por todos los medios y seguir obligándole a obedecerla; en tal caso, el tampoco tendría elección.
Si alguna vez no cumplía alguna orden, rápidamente se sonrojaba, instintivamente miraba hacia abajo, como si quisiera pedir perdón, ella se daba cuenta, entonces extendía su mano, y el sumiso la besaba con suavidad; resignarse a su voluntad era particularmente desagradable, pero comprendió que debía pedir perdón como ella quisiera. Aunque la sumisión y la humillación que sentía, por muy desagradable que fuera, especialmente estando sometido a la voluntad de su caprisosa hermana, comprendió que todo eso era un mal menor, lo único que le importaba era que no se enojara, pues tenía absoluto control de su cuerpo y su vida, era preso de sus caprichos y podría perjudicarle a su antojo.
Pasado el fin de semana íban a clase. Las ordenes fueron muy claras, cualquier comentario y se haría pública la sumisión.