Indiferencia Agridulce (II)
En cuanto a mí, estaba ardiendo en celos si, en celos. El hecho de ver como Tomás le sonreía al tipo de la moto me molestaba sobremanera...
Aquí les traigo el 2do capítulo. Espero les guste y comenten. Quiero agradecer todos sus comentarios y valoraciones por el primer capítulo, me inspiran y me llevan a escribir mas. A buscar un lugar donde pueda conectarme en este publocho en el que me encuentro, para dejarles este capítulo. Saludos ;)
Capítulo 2
: Ignacio + Inútil = Ignútil
Tomás:
En ese tiempo yo tenía 15 años cuando lo conocí. Siempre me gustó mucho pasear por el parque que se encuentra en la rivera del rio que cruza la ciudad cuando tenía deseos de pensar, relájame o escapar un momento del ambiente de mi casa. Solía pasar horas mirando la pequeña laguna artificial que se encontraba en al parque, alimentando a los patos. Y así fue como lo conocí.
Era otoño y me encontraba sentado en una banca bajo un árbol, mientras alimentaba a los patos en el agua. Corría algo de viento, y el débil sol se asomaba por entre las nubes, dando un calor tenue y acogedor. De pronto, sentí que alguien se sentó a mi lado, gire mi cabeza para ver de quien se trataba y creo que sentí como el tiempo se detenía.
Pude ver que era un chico quien acababa de sentarse junto a mí, y casi creí que se trataba de un ángel.
-Pareces un anciano que alimenta a los patos- me dijo con voz ronca, sonriente y sereno.
Me pregunté de quien se trataba y por qué se acercaba a hablarme así nada más… a un completo desconocido como lo era yo. Era muy guapo, debía ser unos 2 o 3 años mayor que yo. Su cabello era de un castaño claro, que al sol parecía casi rubio; sus ojos eran de un verde agua casi celeste y tenían una transparencia que me embriagó por completo cuando me miró.
-Es algo que me relaja y me ayuda a meditar… también me gusta observarlos mientras comen- dije apuntando a los patos. Me sentía un tanto nervioso y ni siquiera sabía el porqué.
Tampoco sabía quién era este chico, pero estar junto a él me producía algo raro, una calma inexplicable… y su voz, me producía un pequeño escalofrío en la espalda.
-Mi nombre es Elías, mucho gusto- me dijo de pronto, estirando su mano a modo de saludo.
-Yo me llamo Tomás- respondí estrechando su mano- el gusto es mío- le sonreí y el también sonrió.
En el momento que nuestras manos entraron en contacto, sentí algo… algo que jamás había sentido al tocar a alguien, fue como un pequeño shock eléctrico. Y sé que todo esto puede sonar como algo de película o algo que solo ocurre en ellas, pero así fue como sentí cuando lo conocí, todo fue algo misteriosamente mágico. Y siguió siendo así de mágico, en el siguiente año y medio que estuve junto a él. Hasta que llegó el momento en el que se marchó para no volver nunca más…
Ignacia había demostrado que podía trabajar bastante bien cuando tuvimos que hacer el trabajo de Biología. Creo que el provocarlo había resultado tal y como lo había planeado, pues decidí decirle que no era capaz de trabajar bien o de lograr una buena calificación, con la intención de que se esforzara en demostrarme lo contrario, y finalmente había dado resultado…
Debo declararme culpable, pues siempre me ha parecido divertido jugar con el orgullo de las personas, darles un golpe en su preciado orgullo - sobre todo a los hombres - y ver como se tensaban y enojaban por ello, era entretenido, por muy cruel y antipático que pareciera de mi parte.
Creo que tomé como pasatiempo el jugar con su humor…y me dejó bastante sorprendido lo paciente que era ante mi antipatía.
Llegó el día que tuvimos que llevar lo materiales para realizar el trabajo en el laboratorio y me esmeré en hacerla la vid un poquito… solo un poquito… imposible, tan solo por diversión. Porque aunque fuera un ogro – como sabía que algunos solían llamarme – a veces también tenía mis momentos de diversión. Todos los necesitamos ¿o no? Porque ya que tenía que hacer todo eso obligado, al menos algo bueno debía obtener de ello.
-Eso no es así, Ignútil- le dije, cuando en un momento se equivoco en realizar un corte.
-¿Cómo me llamaste?- me preguntó Ignacio, parecía haber escuchado, pero creo que quería convencerse.
-Te llamé Ignútil, es un bonito nombre ¿no crees?- dije, sarcástico y quitándole el bisturí de las manos para hacerle bien el corte al corazón de cerdo.
-¿Y qué significa eso?- preguntó, un poco enojado.
-Oh vamos, es cosa de pensar un poco y te das de que es algo matemático… Ignacio + Inútil = Ignutil – le respondí sarcásticamente, sin mirarle y esbozando una pequeña sonrisa.
De reojo pude ver como apretaba los puños y respiraba profundo para no alterarse y decirme algo… me estaba dando el lujo de jugar con él. Hoy, afortunadamente me encontraba de buen humor.
-¿Puedes por favor ponerte serio, dejar de ser tan antipático y para con el sarcasmo?- dijo mientras anotaba algo, intentando mantener la calma, luego de que esta ya fuera la cuarta vez que lo tratara relativamente mal. El chico había resultado ser paciente conmigo.
-¿Tu diciéndome eso? ¿Es en serio?- le pregunté, siguiendo con el sarcasmo.
-¿Por qué tienes que ser tan antipático?- preguntó, dejando de anotar datos en su cuaderno y mirándome fijamente. En ese momento sentí deseos de reír, algo que hacía mucho tiempo no sentía.
-Pues si no te gusta, busca otra pareja con la cual trabajar y me estarías haciendo un favor tremendo, creo que sería lo mejor que podrías hacer por mi hasta ahora- le respondí y seguía con el tono irónico… esto se ponía divertido.
Nuevamente vi como se contenía y me quitaba la mirada para seguir con lo suyo. En ese momento hice algo que no creí que haría. Comencé a observarlo detenidamente.
Tenía rasgos armoniosos y atractivos, su nariz era recta y tenía un perfil bastante atractivo. Su cabello era corto, se notaba liso y era muy oscuro casi negro diría yo. Su piel era blanca, bastante blanca a decir verdad, se notaba suave y tersa. Físicamente era alto, debía medir más o menos 1.80m y un poco más, pues era unos centímetros más alto que yo. Se apreciaba a simple vista que tenía un buen cuerpo, ya que bajo el delantal blanco que llevaba puesto (todos llevábamos uno) se distinguía una espalda ancha y fuerte -de seguro pasaba algunas horas en el gimnasio- . Pude notar que sus manos eran grandes, estaban enfundadas en unos guantes blancos y además, cuando en la mañana me saludó y estreché su mano, pude sentir que eran suaves.
Lo que más me llamó la atención de todo ese conjunto por el que muchas – y también estoy seguro de que muchos- estaban babeando y fantaseando, fueron sus ojos. Y aunque la verdad antes los había visto, pero no observado detenidamente, me di cuenta de que eran de un azul profundo, muy azules y bonitos, eran tranquilizantes y expresivos. Aunque me costara admitirlo, debo decir que si, Ignacio era bastante guapo y atractivo, además de que le envolvía una llamativa sencillez en su personalidad, todo eso lo hacía un “bombón” para las chicas, como había dicho Malena.
De pronto dejó de escribir en la hoja de notas y levantó la mirada.
-¿Ocurre algo?- preguntó, con curiosidad.
Aquello era incómodo y no respondí .Me apresuré a continuar lo que había dejado de hacer. Me había atrapado observándolo y me puse nervioso al saberme descubierto. ¿Qué mierda ocurría conmigo? Ese no era yo, definitivamente no.
-Veo que ustedes dos trabajan bastante bien, como equipo- nos dijo de pronto la profesora con una estúpida sonrisita, cuando daba una vuelta por el laboratorio fiscalizando que todos hiciéramos bien el trabajo.
Decidí ignorarla, pues creo que estaba haciendo todo esto para molestarme y esa sonrisa que traía lo confirmaba. Esos comentarios estúpidos que ni al caso venían, me molestaban… ¿Acaso no podía quedarse callada y punto? Ignacio le sonrió y le preguntó algo, que no recuerdo bien que fue.
-Tomás… ¿estás enojado?- preguntó la profesora de pronto al ver que yo la ignoré.
-¿Eso cambia algo?- pregunté con desdén, y sin mirarla.
-Veo que si lo estas…- dijo sonriendo- vamos que no es tan grave, además veo que tu e Ignacio trabajan bien, incluso van más avanzados que los demás- agregó después, con una sonrisa.
-Si si, como usted diga- dije yo. Solo quería que se fuera. Ella le guiño un ojo a Ignacio que también sonreía divertido, dio media vuelta y siguió con su recorrido…
-Estúpida-dije yo, en un murmullo. Pero Ignacio me escuchó.
-Deberías tomarte un tranquilizante o algo así- dijo, mirándome pensativo- a lo mejor de esa forma puede que seas un poquito más amable, aunque comienzo a creer que eso ya es casi imposible…-
-Déjame decirte, que ni siquiera eres mi amigo para poder, al menos, atreverte a sugerirme algo, así que mantén tu boca cerrada, métete en tus asuntos y trabaja- le dije de la forma más antipática que pude. El buen humor con el que me sentía anteriormente, se había esfumado…
Ignacio:
Tomás era un antipático sin remedio, de eso ya no me cabía duda alguna, cada vez que intentaba ser amable, siempre salía con un comentario sarcástico y desagradable. Y yo… creo que comenzaba a descubrir una faceta un tanto masoquista en mi interior… pues yo seguía intentando acercarme a él y no encontraba la forma de al menos tener una conversación sin que su antipatía y mal humor interfirieran. Era imposible. Pero de una forma u otra, esos pequeños momentos en que intercambiábamos palabras para mi eran… suficiente y además, gratificantes.
Creo que Tomás me encantaba cada vez mas… observarlo ya no me bastaba. A veces tenía que hablarle. Buscaba cualquiera excusa: como preguntarle que materiales necesitábamos para el trabajo siguiente, preguntarle algo sobre la materia – y aunque lo hacía de mala gana, me explicaba lo que yo no entendía- y cosas así. Y casi no me di cuenta, cuando ya hablábamos a diario…
Finalmente llegó el día en que debíamos realizar el segundo trabajo de laboratorio, esta vez, con el ojo de buey, debíamos abrirlo, hacer unos cortes, extraer lo que tenia dentro y cosas así… Y debo decir que estoy muy agradecido de los ojos de buey…
Debíamos realizar un corte preciso en cierta parte del ojo y a mí me estaba costando. Me puse más cerca del ojo y me esmeré en hacer el corte. Tomás estaba a mi lado, observando pacientemente y creo que estaba esperando el momento para decirme algo o hacer alguna crítica sobre como yo lo hacía. El maldito ojo estaba duro y no podía cortarlo fácilmente, así que tuve que ejercer fuerza con el visturí y ocurrió lo inesperado… Finalmente pude cortar el ojo, pero como lo tenía apretado con fuerza, de el salió un liquido negro, que me llego directo a la cara y a un ojo.
En ese momento sentí la estridente carcajada de Tomás a mi lado. Mi primera reacción fue hacerme hacia atrás al caerme el líquido en la cara. Y Tomás seguía riendo de buena gana a mi lado… Incluso me contagio la risa y ambos comenzamos a reir.
Por el ojo que no fue “impactado” por el liquido que salió del ojo - valga la redundancia - noté que los demás nos estaban observando, algunos riendo por lo que acababa de ocurrirme, otros parecían sorprendidos al ver que Tomás reía a carcajadas pues parecía estar teniendo un ataque de risa.
-Tenías que… tenías que ver tu… cara…- me dijo entre carcajadas, y creo que hasta salían lágrimas de sus ojos de tanta risa.
Nunca lo había visto reírse de esa manera, incluso yo mismo estaba un tanto asombrado por lo que mis, en este caso, mi ojo veía. Fui hasta mi mochila y busque algo de papel higiénico para poder limpiarme la cara, pues aun tenía ese líquido viscoso.
-¿Ocurre algo?- nos preguntó la profesora, mientras yo estaba de espalda a ella.
Cuando me di vuelta, vio que tenía el líquido en la cara y me dijo:
-Señor Dávalos, vaya a lavarse la cara, por favor- me dijo, tratando de contener la risa.
-Sí, ya voy- respondí yo, saliendo del laboratorio.
Me dirigí al baño y en el camino comencé a pensar… es cierto que había notado cierto cambio en la actitud de Tomás. En los últimos días su grado de antipatía había disminuido un tanto. A veces lograba conversar con él, aunque fuera por cortos instantes, hasta que nuevamente ponía esa barrera entre nosotros. Comencé a creer que lo usaba a modo de escudo o algo así, pues cada vez que le hacía una pregunta personal o quería abordar ese tema, era cuando sacaba las espinas y se escudaba en la ironía y el mal humor…
Luego de volver del baño y ya con la cara limpia, seguimos con el trabajo hasta que el reloj marcó las 16:30 y sonó el timbre para salir de clases. Al fin eramos libres y las clases habían terminado. Tomás comenzó a ordenar rápidamente sus cosas, parecía tener prisa por irse.
-¿Entonces cuando…?- iba a preguntarle yo, pero me interrumpió.
-El viernes en mi casa a las 18:30, aquí tienes la dirección- me indicó, seriamente, y luego me entregó un papel donde aparecía la dirección –También está mi número de teléfono por si no sabes como llegar- dicho esto, tomó su mochila, y se encaminó hacia la puerta.
-¿Y no te despides?-le dije yo, mostrándome ofendido, ante tal descortesía. El se giró y me miro, con sonrisa fingida.
-Adiós Nachito, que estés muy, pero muy bien, nos vemos mañana, ¡Chaíto!- dijo con toda la ironía que pudo. Y luego borró esa sonrisa fingida y me miro seriamente- Chao – dijo cortantemente, y se dio vuelta siguiendo su camino, caminando a paso rápido.
Yo solo reí y me puse a guardar mis cosas dentro de la mochila. De pronto sentí una mano en mi hombro y que me decían:
-¿Todo bien con tu compañero de trabajo?- me dijo Nicolás en tono burlesco a mi lado.
-Es el mejor, y el más simpático de todos, no sabes cuánto…- dije yo, con ironía, comenzaba a creer que hasta era una enfermedad contagiosa.
Luego de eso llegó se nos unió Pablo y ellos dos comenzaron a conversar sobre un partido de fútbol al que iban a jugar contra los del otro curso no sé qué día, mientras yo ordenaba mis cosas. Me habían invitado a jugar, pero yo no tenía muchos deseos de jugar, nunca me llamó mucho la atención jugar al futbol y las veces que lo hacía, jugaba solo en la portería.
Nos dirigimos los tres a la puerta del laboratorio y caminamos por el pasillo, en dirección hacia la salida del colegio. Íbamos conversando de cosas triviales… las típicas entre amigos.
Cuando ya salimos, e íbamos hacia los estacionamientos, vi que en la calle, se encontraba Tomás esperando a alguien. Siempre le veía caminar en dirección hacia la avenida principal, y en una que otra ocasión, cuando coincidíamos en el camino, veía como se subía a un Audi y supuse que quien conducía era un chofer. Nunca entendí porque caminaba hasta la avenida en vez de que el chofer pasara a buscarlo a la puerta del colegio. Supuse que él había tomado esa medida pues me di cuenta de que nunca demostraba que sus padres eran adinerados, es mas… creo que incluso le disgustaba la situación.
Tomás estaba de pie justo a la calle y miraba hacia ambas direcciones, en efecto, parecía estar esperando a alguien. Mis sospechas se confirmaron, cuando junto a él se detuvo alguien en una lujosa motocicleta, que atrajo más de una mirada.
La persona que conducía la motocicleta se quito el casco y se bajó de la moto para saludar a Tomás, y este sonreía… ¡sonreía! El que Tomás sonriera era todo un suceso, pocas veces lo había visto hacerlo… Eso indicaba que el chico de la moto, era alguien importante.
El amigo de Tomás era un chico alto y de pelo claro, casi rubio, de una sonrisa muy bonita. Parecía tener unos 20 años. Luego de saludarse, el chico le pasó un casco a Tomás y este se subió con él a la moto. El tipo hizo andar la moto, y luego ambos desaparecieron camino abajo por la calle.
Todo esto ocurrió en un corto tiempo, pero suficiente para que Nicolás notara lo que yo estaba mirando, puesto que dejé de participar en la conversación. En cuanto a mí, estaba ardiendo en celos… si, en celos. El hecho de ver como Tomás sonreía al tipo de la moto me molestaba sobremanera. A mí nunca me había sonreído de esa forma ni se había mostrado contento al verme, de seguro aquel tipo mucho más guapo y atractivo le gustaba a Tomás, de eso no me cabía duda.
Definitivamente yo no tenía oportunidad con él y ya comenzaba a sentirme desilucionado.
Cuando Pablo se encontró con su hermanastro Alonso y se fueron juntos. Nicolás me preguntó:
-¿Por qué miraba tanto a Tomás?-
Mierda, me habían atrapado y ahora no sabía que responderle ¿Debía decir la verdad?...
Continuará.