Indecisa y tímida
La historia de una chica que necesita avivar un poco su vida con algo de acción.
Siempre me he considerado una chica tímida, y esto no me ha ayudado para nada cuando he intentado ligar con alguien. Mis amigas, sin embargo, han sido de ir a discotecas y cuando mejor me lo estaba pasando con ellas me han dejado de lado, porque un chico les ha estado tirando los tejos, o peor aún han sido ellas las que se han lanzado a la caza del chico, como ellas mismas lo llaman. Soy una mujer dulce y entregada en el sexo, aunque necesito que me pongan a prueba y que me den confianza.
Con los chicos con los que he estado, no me han sabido tratar ni hacerme disfrutar, aprovechándose de todo lo que yo les daba para disfrute propio, pero en lo que se considera mi placer, todo ha ido un poco a la deriva. Desde hace un tiempo mis amigas han estado emparejadas y yo centrada en mis estudios, como habría que imaginar. Soy ese tipo de chicas que, si no tiene mucha vida social, se decanta por los estudios, por ser responsable y esperar a que llegue el hombre adecuado. Pero me he cansado de esto, y quiero saber lo que es disfrutar del sexo, acabar despeinada y sudada de pasarme toda la noche en la cama con un extraño al que no he conocido casi de nada.
El problema es, ¿cómo? He intentado hablar con muchos tíos de aplicaciones de citas, ninguno me atraía lo suficiente, aunque creo que lo que realmente me echaba para atrás es ver la cara de esa persona, hacerme la idea de acostarme con él, en mi cuerpo se producía la emoción, el salto de adrenalina que produce lo desconocido, lo arriesgado, la aventura, pero también estaba mi antigua yo, o la que quería dejar de lado, que me decía que me parase, que era el clásico tío que va a lo que va, que una vez que se haya corrido, adiós muy buenas, que no te hará disfrutar como podría hacerlo otro. Complejos, prejucios… mi mente estaba llena de ellos y no sabía cómo engañarla para que me diese lo que yo estaba buscando, que era pasarlo en grande, quizás conocer lo que era tener un orgasmo con un hombre, porque a mis 25 años, eso para mí era como una ilusión.
Al final, entre tantas decisiones, buscando por Internet maneras de conocer chicos de mi edad y de tener relaciones con ellos, sin compromiso, di con un chat hot en el que se hablaba de todos los temas relacionados con el sexo sin contemplaciones, directos y al grano. Para una mujer autoconocerse es importante, porque de lo contrario no podrás salir a buscar lo que quieres que te hagan. Hablando con varias personas, me saltó un privado, su Nick poco decía de lo que era, ni cómo era. Un auténtico misterio sin resolver para mí. ¿Quizás una oportunidad? Empezamos a entablar una conversación larga y tendida, no solo de técnicas para llegar al orgasmo, sino que tuvimos cibersexo. Quizás el hecho de imaginarme que su miembro estaba dentro de mí, duro, erecto, empujando, abriéndose paso hasta llegar al fondo de mí, eso me puso muy cachonda. Necesitaba sentirme, y empecé, mientras hablaba con él a tocarme, masajearme el clítoris lentamente, intentando calmar esa sensación que crecía en mí. Luego desconecté mi mente absurda, cerré la puerta de mi habitación, que, aunque vivía sola, me daba más intimidad, y decidí a desnudarme. Note que mis pezones se habían endurecido, tomando el color de la pantalla de ordenador. Mientras con una mano agarraba el ratón, con la otra jugaba con mi sexo, imaginándome como sería que me lamiese, sentir su cabeza entre mis piernas. Un mordisco intencionado, un suave roce de su lengua por el exterior de mi vagina, para luego notar como sus dedos me penetran, me buscan por dentro para acariciar exactamente donde me pondría a mil.
Deseaba tenerlo dentro, que mientras estuviera entre mis piernas, lo agarrase con ellas, apretándolo hacia mí interior, para que no se soltase, mientras que él, además de investirme, me agarraba los pechos y los utilizaba como impulso, agachándose en ocasiones para mordisquearme los pezones, o susurrarme al oído que me lo quería hacer toda la noche.
Sin darme cuenta y sin saber cómo, empecé a notar como la silla estaba mojada de mis fluidos, de como había empezado a introducirme los dedos en mi vagina con insistencia, como, mientras hablaba con el extraño alternaba el ratón y el teclado con la mano derecha, para además de meterme los dedos, estimularme el clítoris para llegar antes al orgasmo. Me apetecía un buen polvo, llegar al orgasmo gritando y quedándome tumbada en la cama sin respiración. Sin embargo, el clímax lleno en la silla de mi escritorio, con un grito contenido para que no se enterasen los vecinos. Mi excitación me había hecho sudar de lo lindo, y estaba por un lado eufórica, y por otro rendida. Leí la conversación que había tenido. Me había dicho que le gustaría que quedásemos para tener sexo. Me quedé pensando en esa frase, como quien se queda pensando en el significado de la vida en la orilla del mar en una noche estrellada. Mis manos, húmedas y pringosas, se dirigieron al teclado, sabía que lo pondría todo perdido, pero tenía que responderle. Mientras escribía, comprobé lo que había puesto en su conversación privada sonriendo: “Quizás otro día”.