Indecisa

A mi mujer le gusta el sexo, el morbo, los excesos, pero lo niega. Cuando se enciende, es una perra.

Indecisa. Las vergas de mi mujer.

Por: Labriegocamba

Hola, me llamo Alex. Tengo 35 años, y llevaba años de gozar de diferentes y variadas sesiones sexuales de todo tipo, hasta que conocí a mi mujer actual, Vanesa, cuando ella tenía 35 años. Es mayor que yo, y esa fue y es una de las mejores cosas de nuestra caliente, mojada, discreta y morbosa relación sexual.

1,65 metros, 58 kilos, piel suave y blanca, tetas medianas, nalgas redonditas, piernas largas, manos duras, cuerpo de adolescente, cocho de princesa y culo de diosa.

Nos conocimos casualmente, a pesar de haber pasado la mayor parte de nuestras vidas muy cerca el uno del otro, pues crecimos en un pueblo grande, donde la mayoría de las personas nos conocemos.

En el barrio donde nacimos llegamos a tener nuestras primeras experiencias, pues allá conocí de pequeño la primer verga larga, gruesa y dura, y los primeros manoseos de cochitos peludos. Esto será tema de otro cuento.

Ella también tuvo sus primeras experiencias ahí, pues, en sus constantes idas al campo, agarró su primera paloma grande, y le agarraron por primera vez las tetitas de niña y el cochito virgen. También temas para otros cuentos.

En lo que respecta a nosotros, el asunto es para matar de arrechura a cualquiera. Vean.

Vanesa se casó jovencita, con un tipo mayor que ella, y poco experto en las artes del buen tirar. Tuvo hijos en joven, así que el tiempo y las ganas le sobraron siempre.

Un día de esos, todavía casada, recibió la visita en casa de un amigo de su marido, Alejandro. Este era un tipo simpático, blanco, alto, y palomudo como el solo. Estaba muy prendado de ella, a pesar de que estaba embarazada.

Alojado en su casa, las ocasiones para desearlo se presentaban a cada día, pero ninguno de los dos se atrevió a dar el primer paso, según lo que ella me cuenta, pues, dice, a lo más que llegaron fue a admirar el cuerpo desnudo de cada uno de ellos.

Difícil de creer, digo ahora que la conozco bien. Sé que se comió semejante paloma a la primera oportunidad que tuvo, pero por algún motivo no me ha querido contar la verdad acerca del asunto, a pesar de que nos decimos todo.

Pasó el tiempo, y el interés por el marido se desvaneció, sea por las razones que fueran, y poco a poco fue sintiendo la necesidad de ser apretujada por otros brazos, comida por otra lengua y ensartada por otra yema, así que, armada con su coquetería natural, su andar cadencioso donde menea el culo de forma ardiente, con su mirada arrecha que dice "vení, animate, probá", se dio a la tarea de conseguir su primer (según ella) consuelo.

En la empresa donde trabajábamos, había un muchacho joven, como de 25 años, alto y delgado, aunque no bien parecido. Además de ello, el nivel de charla que tenía era adecuado para una mujer fina, así que se fijó en ella, y ella en el.

Durante un buen tiempo las cosas no pasaron de lo básico: miradas insinuantes, charlas extendidas, salidas con otros colegas, pequeños toques, hasta que lo natural se fue dando.

Un día, con el pretexto de tener que tocar temas relacionados con lo labora, Alejandro llamó a Vanesa a su oficina, para consultarle algo. Ni bien hubo entrado ella, Alejandro, suave y discretamente, se acercó y, rozando apenas sus brazos, le dice: "que hermosa, linda, deseable se ve, colega. Me gusta mucho".

"Usted también me agrada, Alejandro. Me gusta su forma de tratarme, de hablarme y de mirarme", dijo Vanesa.

Cediendo a la calentura del momento, y con miedo de que alguien entre de pronto a la oficina, Vanesa se incorporó, se apegó a Alejandro, y se dieron un beso corto, rápido pero apasionado, explorando con sus lenguas, de manera desesperada, la boca de cada uno.

Le parece que salgamos a alguna parte?, pregunta Alejandro. Sí, responde Vanesa. Pero no debe ser un lugar público, porque mi marido nos podría ver, acota.

OK, entonces vamos mañana sábado al cine, le parece? Y, para evitar problemas, podemos invitar a alguien que nos acompañe, dice. Sí, está bien, afirma Vanesa.

Saliendo de la oficina, con la cara roja de la emoción, corre en busca de su amiga y cómplice de correríos, Karla, y más o menos le cuenta lo que acaba de pasar y de la cita que concertaron. Vanesa!, dice Karla. Cómo se animó?!!, pregunta. "Es que necesito salir para despejar mi mente, pensar, conversar, y todo con "ar", dice la putita en ciernes, causando la hilaridad de su igualmente puta amiga.

Al otro día, sábado, la emoción de la cita no se apartaba de la mente de Vanesa, y estuvo pensando en ello todo el día. Incluso, cuando la hora se acercaba, empezó a desanimarse, pensando que no debía hacer aquello, pues era casada. Pero… el pendejo del marido no era un santo, y se la había hecho más de una vez, así que se decidió.

A eso de las 7 de la noche se encontraron en la puerta del cine, los 4. Entraron, la película era lo de menos: su amiga se fue al baño con el amante, a culear de lo lindo, y ellos, novatos, se quedaron en la sala, donde, de a poco, empezaron a tocarse, besarse, y a manosearse de manera ardiente. Manos en el cocho, por encimita del calzón, sobando la clica ardiente que esperaba ansiosa; manos en la paloma, por encima del pantalón, que, a pesar de la tela, permitía adivinar una yema grande, gruesa, pero sobre todo… dura y dispuesta.

Terminaron mojados, arrechos, y decididos. Le parece que salgamos mañana?, dice Alejandro. Sí, contesta Vanesa, y, cogiendo algo de la cartera, le dice: vaya, alquile una pieza de hotel, y espéreme mañana a las 10 de la mañana.

Eso fue todo.

Al otro día, domingo, la excitación que sentía Vanesa era indescriptible. La noche anterior no había podido dormir, pensando en lo caliente que sería su "primera" cita para culear, y que serían los primeros, pero no últimos, cuernos que pondría.

A eso de las 10, bañada, limpia, nerviosa y excitada, se presentó en el hotel. Alejandro ya la esperaba. Adelante, le dice. Se acercan, se besan, y el le pide que lo espere un segundo.

Entra al baño, se desnuda, y, parado en la puerta, mostrándole su hermosa herramienta, le pregunta: le gusta?... No sé, dice ella, caliente y excitada. Aún no la he probado, agrega con picardía.

Entonces, tal como ella lo había imaginado, el se acerca, le da la vuelta, apretándola y dejándola sentir su dura herramienta, y, a la vez que agarraba sus bellas tetas y besaba su cuello, procede a desvestirla. Qué cuerpo bello, mi reina!!, exclama. Es para usted, mi amor, responde Vanesa, dándose la vuelta, tomando esa paloma con las dos manos, y besando a su macho de turno, a la vez que se agacha y, por primera vez en años, chupa una yema dura y joven.

Alejandro, experto en las artes de culear, le permite hacerlo sólo un momento, hasta que, suavemente y sin prisas, la guía hacia la cama, le da la vuelta, y la hace ponerse en la pose del perrito.

Apoyando sus manos en la parte baja de la espalda, la acomoda a su gusto, y, lenta y suavemente, para despertar el hambre de pichi de Vanesa, empieza a deslizar su paloma por la raja de ese cocho hermoso, y por la puerta de ese culo virgen.

Poco a poco, sin prisas, hasta que Vanesa tiene que rogar que se la culee de una vez, que le permita gozar de esa paloma linda, y… de un solo empujón, Vanesa se come una yema rica!!! Ahhhhhhh!!!! – Dice… Al fin!!!!!! – Exclama

Fueron horas de paloma, de chupar pichi, de comer cocho lindo, que huele rico

Fueron horas de placer, de gusto, de desquite, de ansias, de lágrimas, de deseo. Fueron horas de debut. De debut de puta que no cobra ni paga, sólo goza.

Alejandro y Vanesa compartieron poco, no más de unas 5 o 6 citas, pero en ellas, en cada una de ellas, Vanesa siguió gozando de la suerte de poder comerse una paloma rica y linda, y de gozar con cada culeada fenomenal que Alejandro le daba.

En ese término, me conoció a mí. Fue gusto y deseo mutuo a primera vista, sólo que yo buscaba algo más serio y formal, pues acababa de salir de una relación, y necesitaba una pareja que de verdad me llene.

No enamoramos casi nada. Una noche, luego de muchos juegos y escarceos, nos salimos de una fiesta, no fuimos a un motel, y nos amamos.

No digo culeamos, porque yo estaba cohibido, y mi yema no respondió como debía. Pero fue rico, lindo, inolvidable. Repetimos varias de esas salidas, y en algunas de ellas sé que la calenté, y que de alguna manera se acordaba de esa otra paloma rica que se había comido, pues alguna vez me dijo "dale, dale", "qué paloma rica", etc., y luego me enteré que era lo que solía decirle a su otro macho.

Qué domingos bellos e inolvidables que solíamos pasar juntos!!! – Cada uno, a pesar de que nos veíamos todos los días, ansiaba que llegue ese día, porque era el día en que ella, ardiente como pocas y bella como ninguna, corría a mi casa para amarnos de mil maneras.

Fue luego de mudarnos a vivir juntos, que descubrimos inesperadas e increíbles formas de placer, que yo pensaba no existían: me la chupaba como nadie, se dejaba meter la lengua en ese cocho bello y limpio, me inició en el arte del placer, pues, en una de esas sesiones de locura, me metió el dedo al culo, y fue bello.

Llegamos a complementarnos de manera única, difícil de repetir, inolvidable: yo la culeaba, ella me culeaba, hablábamos con el lenguaje más sucio y caliente que se pueda imaginar, gozábamos con el morbo (una vez me dejó agarrarle el cocho a una de sus primitas, delante de ella, mientras esta dormía), nos calentábamos (otra de sus primitas, niña arrecha, cada vez se mostraba desnuda, y a Vanesa le gustaba verme agarrarle las tetas, el culo, el cochito), etc.

Hasta que llegó el día de animarnos a ir un poco más allá. A buscar la compañía de otro hombre, de un joven, que se culee a mi mujer como Dios manda. Y lo buscamos.

Fuimos a un motel, llevamos vino y drogas, nos calentamos jugando una partida de cartas, donde la prenda era una pieza de ropa, hasta que quedamos desnudos. Obviamente, el artista de la película era el otro, así que ella se concentró en él, disimuladamente, como quien no quiere la cosa. Contempló su yema larga, gruesa, y durísima. "Está dormida y se ve grande", dijo.

Fui al baño un rato, porque había tomado demasiado vino. Al volver, contemplé el espectáculo más ardiente que me había imaginado jamás: Joel estaba encima de mi mujer, culeándosela!.

Se la metía toda, entera, y ella se estiraba y estremecía de gusto, a pesar de que, para desgracia de todos, estaba por llegarle la regla y le dolía el bajo vientre. Duró poco, pero fue increíble: se la metió hasta que pudo, tanto que no alcanzó para que me culee a mí también. Trató, pero me dolía y no se dio.

Esta fue, según Vanesa, la 4ta. paloma que se comía.

Luego de esta vez, días antes de que me vaya al campo por una larga temporada, viaje que fue el inicio de nuestro final como pareja, se la volvieron a culear, esta vez un tipo que conocía mejor del oficio. 5ta paloma, según ella. Le dio un masaje, le chupó el cocho hasta que la mojó entera, y la ensartó de lo lindo, conmigo al lado, mirando y gozando el espectáculo. Sé que le gustó y que aún lo desea, pero ya no tenemos la química para amarnos así.

Durante mi viaje, cambió ella, cambié yo, y ambos perdimos el deseo. Ella más que yo, pero al final, de tanto ver que no me deseaba como hombre, acepté esa situación.

De todas maneras, fue bello y hermoso mientras duró, pero no pudo ser eterno, a pesar de que yo lo deseaba así, pues, después de mi Vanesa amada, no existirá otra.

Estas fueron las vergas de mi mujer. Fin de la historia. De esta parte, porque yo tengo "mí" propia historia.

Sucede que, a raíz del comportamiento errático de mi mujer, decidí irme al campo por una temporada, de manera de darnos un tiempo para refrescar la cabeza, descansar y relajarnos… y vaya que NOS relajamos.

En la campiña donde llegué, pequeña y agradable, pasé solo los primeros dos meses, a costa de grandes esfuerzos y de variadas pajas pues, a pesar de que no soy el más potente de los amantes, sí gozo de un muy saludable apetito sexual.

Un día de esos que son medio raros, el clima se descompuso y me obligó a quedarme solo en casa, pues no había salido a pasear al campo esa mañana. A eso de las 9 apareció una muchacha, de unos 25 años, más o menos. Se llama María.

Esta chica provenía de una ciudad grande, y se había refugiado en el campo porque había tenido algunos líos en su ciudad natal, y se vio obligada a alejarse una temporada, igual que yo.

Al principio no ocurrió nada. Simplemente había ido a la casa a visitar al hijo de la señora, pero, al no encontrarlo, y debido al clima, decidió esperarlo hasta la hora del almuerzo, mientras cocinaba algo, me dijo.

Luego de listo el almuerzo, vino a la sala donde yo estaba leyendo un viejo libro, y se sentó al frente, mirando el camino, por si aparecía el novio, pero, el tiempo, en lugar de mejorar, se descompuso aún más, así que no quedó otra que entablar una charla cualquiera.

Hablamos del clima, del lugar, de la gente, y de otras trivialidades. Me preguntó de dónde era yo, qué hacía por esos lados, hasta cuando iba a estar, si era casado (dije que no), etc. Esta última pregunta alertó mi natural sentido de macho, y le pregunté casi las mismas cosas que ella a mí, poniendo especial atención al tipo de relación que guardaba con el hijo de la dueña de casa, a lo que me respondió: somos "amigos"; es que no hay mucho para escoger por acá, dijo picarescamente. ¿Y yo? Le pregunté con sorna y a manera de quien no quiere la cosa, bromeando. Podría ser, dijo ella, también riendo.

Ese día no pasó a más. A los dos o tres días, más o menos, llegó a eso de las 7 de la noche, y como no estaba la señora Lucía, madre de Marcelo, subió a la habitación de éste. Por Dios!!! El sonido de la cama crujiendo se podía oír hasta unos 100 metros de la casa, y, lo que fue mejor, estuvieron culeando como 5 horas, más o menos.

Fue ése el motivo que me llevó a decirme: ésta va a culear conmigo.

No pasaron 10 días, hasta que volvió a venir de noche. Su casa no quedaba a más de 1 kilómetro, así que era fácil ir y venir. Esa noche, para suerte mía, Marcelo había salido a visitar a su abuela en otro puesto que quedaba a unos 5 kilómetros de la casa, y, como los caminos estaban anegados, tuvo que ir a pie, así que yo sabía que iba a demorar unas tres horas, por lo menos.

Llegó María, pasó a la sala, y, durante unos 5 minutos, nos hicimos los desentendidos uno del otro, hasta que ella rompió el hielo: será que me invitas un traguito, me dijo. Claro!, respondí, y fui a traer un ron que estaba dando vueltas por ahí.

Oye, dice cuando me ve: vos sos de la ciudad, no?, pregunta. Claro, le digo. Por qué? – Es que quería preguntarte si no te molesta que le tumbe a un porrito de mariguana, dijo. Claro que no, respondí. Mi mujer y yo solíamos usar cocaína para… (Me detuve). Para qué? Preguntó María. Para… culear? Siguió preguntando. Sí, le dije. Es que nos enerva y nos sube de lo lindo, y nos permite hacer lo que nos dé la gana, afirmé.

Qué bonito, dijo ella. Me gustaría ser tu mujer, añadió riendo. – Pero no hace falta, le digo. Podemos… culear igual de rico, si querés. – Salud, y ya veremos, dijo esta hembra que me tenía hirviendo.

1 botella de ron, 40 minutos. Eso fue lo que duró el respeto. Luego, cual pantera en celo, me dijo que quería bailar, y empezó a moverse con un ritmo lento, sensual, y fue quitándose la ropa. Carajo! Qué cuerpo más firme, torneado, voluptuoso! Tetas firmes, duras, paradas; vientre velludito, piernas largas, culo redondo y respingado, y qué cocho, qué loma! Pelos negros, crespos, cortitos

No hubo preámbulos, vueltas, dudas ni esas huevadas. Se me acercó estando ya totalmente desnuda, y me puso el cocho frente a la cara. Te gusta? Me preguntó. No sé, dije. Todavía no lo he probado

Y se me abrió. Se apretaba contra mi lengua jadeando, mojada, gimiendo. Qué calentura de la puta esta

Movía el cocho, lo retiraba de mi cara, y se agachaba de espaldas, dándome el culo. Sus jugos mojaban toda la cara interior de sus muslos, y yo me encargaba de secarlos con mi lengua, saboreando esa leche de mujer culeadora.

Sos de los que aguantan?, preguntó. No, le dije. – Entonces, culeame de una vez, sin que te la chupe, dijo, y, sin esperar respuesta, se empalcó en mi paloma, metiéndosela toda de un solo golpe, sin vísperas. Parecía una yegua de pura sangre, cabalgando con fuerza, con rabia, fuerte, rápido. Terminé en menos de 5 minutos.

Y cómo sería mi calentura, que, sin necesidad de sacársela, empezamos el segundo polvo, el más bello de los tres que le dimos esa noche.

Me la culeé en cada pose conocida, y ella me culeó como nunca antes una mujer me había reventado. Gemía, lloraba, gritaba, aullaba de placer!!!

Casi dos horas pasaron para que yo pueda terminar de nuevo, y fueron dos horas que me parecieron dos segundos, porque estaba disfrutando el sexo con una mujer que también lo disfrutaba, sin que nada más importe, liberada, franca, deseosa, explosiva, arrecha, puta!!! Maríaaaaaaaa….!!!! Dije, y me derramé en una cascada de leche, que ella, a diferencia de mi mujer, bajó a tomarse HASTA LA ULTIMA GOTA, y hasta dejarme limpiecito.

Mi vida, me dijo. Nunca había estado con un gordo bello como vos, dijo. Quiero más, pero está por llegar Marcelo, dijo. – Vamos afuera, al monte, le dije. De paso, allá podrás fumar tranquila y yo podré toquear a gusto, seguí.

Si mi amor, vamos afuera, al monte, a la mierda, a donde quiera, pero quiero que me siga culeando, que me saque esta arrechura que siento, que me dé esa PALOMA LINDA, mi cielo, mi macho, mi plebeyo, dijo.

Qué arrecha!!! – Será que la hierba te pone es ese estado?, dije. SI, dijo María. Tengo que culear harto para que me pase la arrechura, dijo, y ese fue el problema con mi ex: no aguantaba, y no quería que lleve a otro macho a mi cama, a que me dé yema y me llene, cogiéndome fuerte y rápido, así que lo dejé, dijo.

Vamos vida, le dije. Vamos a amarnos, pues la vida es corta y no sabemos qué nos depara el destino dije, como si fuera adivino, pues, al parecer, tres meses culeando dieron sus frutos, pues lo último que supe es que está embarazada, y esperándome, para volver a gozar.

Por su lado, la maldita y desgraciada (pero amada y deseada) de mi mujer, estaba teniendo sus propias cosas, sus propios puteríos y sus propias palomas allá lejos, en casa, con un extranjero y con un amigo que le dice TIA TOTY, y con otros más. Pero esa es otra historia, y debería contarla ella, pues, a pesar de que se hace, yo sé que disfruta el morbo y el pichi de quien sea, además de la cocaína, el trago y pajearse, además de sentirse admirada, deseada, y culeada. Le gustan grandes y gruesas, pero, sobre todo, QUE SE PAREN, que se pongan DURÍSIMAS, como la de L…, y que aguanten el ritmo hasta que ella goce.

A veces es abusiva, aburrida, torpe, tosca, pero es que ella SABE que es CULEABLE, y por eso actúa así, la putísima chupa pichi.

Si no, pregúntenle al primero de sus machos (conmigo), a ese que, cuando no se le paró (dijo que estaba cansado) para culearme a mí, se le puso como fierro para culeársela a ella.

Qué camba Puta!!!!

Alex – 2006