INCONFESABLE (Primera noche)
Maduro y separado, vuelvo a al pueblo con mis padres para vivir unos días inconfesables.
Hacía más de tres años que no iba por el pueblo. No es que hubiera roto relaciones con mis padres, no era eso, con mi madre hablaba casi a diario por teléfono y me daba saludos de mi padre que, casi siempre, estaba trabajando. No iba porque la vida que llevaba en el pueblo hace mucho tiempo que no era la que vivo ahora.
La última vez que estuve fue para decirles a mis padres que me separaba, que se había roto mi matrimonio. A mi madre le sentó muy mal, decía que no se imaginaba algo así, pero mi padre me dijo algo que no llegué del todo a entender:- En la ciudad tiene que ser más complicado llevar dos vidas, aquí en el pueblo no hay tantas tentaciones y las cosas se tapan más.
Y desde entonces no he querido volver, desde mi separación matrimonial, es como si el pueblo fuera mi anterior vida y ahora no me apeteciera volver a quedar con los mismos amigos y vivir las mismas situaciones, no quería volver como quien ha perdido la batalla de la vida y vuelve, a punto de cumplir los cuarenta, derrotado.
Y no es que fuera nada extraordinario separarse, Sandra y yo empezamos muy jóvenes, luego vino mudarnos a la ciudad, y cada verano volvíamos al pueblo; pero entre el trabajo de cada uno y que no vinieron los hijos, prácticamente éramos como dos personas que compartían piso más que como un matrimonio. Por eso cada uno fue buscando lo que le faltaba en otro lugar. Sandra sale ahora con un compañero de trabajo y yo he podido dejar de tener relaciones a escondidas con otros hombres. Algo que empezó yendo a una sauna con otro amigo un día que salimos de juerga y que luego continué con algunas sesiones de masajes de esas que anuncian con final feliz. Nada emocional, solo para descargar la tensión sexual. Algo que hoy día, a punto de cumplir los 40 años, sigo manteniendo en secreto, en el armario como se dice por aquí.
Pero volvamos al relato. Decía que hacía más de tres años que no iba al pueblo, por eso aquel verano, en vez de buscar solitarias playas nudistas o apuntarme a algún viaje para ‘singers’, decidí darles una sorpresa a mis padres y pasar con ellos algunos días. Así que un 28 de junio, después de comprar varios regalos, cogí mi coche para dirigirme al pueblo. Me quedaban tres horas de viaje y enfrentarme a muchos reproches y recuerdos.
Cuando llegué aparqué cerca de casa y pude ver que, como siempre, la puerta estaba abierta. Entré sin llamar y antes de llegar a la cocina grité: - Mamá! Papá! ¿Hay alguien en casa?
Mi madre salió con el delantal puesto, limpiándose las manos y gritando: - ¡Andrés, hijo, qué alegría! ¡Qué sorpresa! ¿Cómo no has avisado que vendrías?
Después de varios besos y achuchones y a que me obligara a comer algo porque decía que había adelgazado mucho, hablamos de nuestras cosas, hablaba ella mas bien, y entre preguntas de cómo me iba la vida que no esperaba que yo terminara de responder, me contaba todo sobre el pueblo y su gente. Así supe también que ahora estaba en mi habitación su hermana, mi tita Inés, que me quería como un hijo y a la que yo siempre recuerdo enferma. Resulta que mi tita se había roto ahora una pierna y para mi madre era mejor tenerla en casa que atravesar el pueblo para ir a ayudarla… “ …porque tú ya conoces a su marido, ese hombre está todo el día en el campo, además que no se preocupa de ella, así que me la he traido para atenderla aquí mejor…”
En el pueblo, aunque la casa es grande, solo recordaba dos habitaciones montadas como tal, había otras dos pero que mi madre tenía como taller de costura y otra que (como no nacieron nietos) pusieron un sofá y camilla donde ellos pasaban el frio invierno porque era más fácil de calentar que el salón-cocina. Cuando digo cocina me refiero a una cocina enorme con mesa grande de comedor donde se hace la vida en esta casa. Mi habitación tenía dos camas y en una de ellas estaba ahora mi tita Inés y otra con la cama de matrimonio de mis padres que ellos nos dejaban a mi esposa y a mí cuando estábamos en el pueblo y ellos dormían en la habitación de dos camas.
El resto del día hasta la tarde que volvió mi padre fue tranquilo, saludé a mi tita, almorzamos y compartí charla con las dos hasta las 7 de la tarde que volvió mi padre.
El abrazo con mi padre fue entrañable. Lo encontré muy bien. Iba a cumplir los 65 pero decía que no se jubilaba. Trabajaba como guarda en una finca desde las 7 de la mañana hasta las 7 tarde, allí comía y solo libraba los domingos, pero era su vida, le gustaba y no era un trabajo físico agotador. Además, los dueños le tenían en mucha estima y él era muy leal.
A sus 65 años empezaba a canear. El vello de su pecho era menos espeso que cuando me llevaba al rio a nadar en verano y yo enredaba mis manos en el vello de su pecho y también aparecían canas en su camisa abierta. Fue a ducharse y cambiarse de ropa y luego iríamos a dar un paseo y charlar antes de la cena. Estaba yo sentado en el salón cuando se presentó recién duchado en camiseta de tirantes y calzoncillos blancos tipo bóxer, pero no de los ajustables, sino de tela, holgados, con botones en la bragueta. Buscaba a mi madre que le diera ropa limpia. Ella salió gritando: -Si te la he dejado encima de la cama! – Qué harías sin mí! Yo me sonreí, pero me impresionó volver a ver a mi padre en ropa interior. No era muy alto, quizás 1,65, ancho, con robustas manos, algo de tripa y piernas velludas. También me fijé en su paquete que, por un momento, me dio la impresión de dos buenos cojones.
Mientras mi padre se vestía hablé con mi madre de la posibilidad de irme a dormir a casa de la tita Inés, pero ella decía que ni hablar, que esta era mi casa, que su hijo siempre tendría sitio en ella. Ante mi insistencia en cómo íbamos a pasar las noches, me dijo que ya lo tenía resuelto. Había puesto mi maleta en la habitación de matrimonio, como siempre que volvía a casa, pero que esta vez tendría que compartir la cama con mi padre. –Es solo para dormir, tu padre está todo el día fuera . Ella ya se había mudado a la otra cama junto a su hermana antes de que yo llegara.
Tras el paseo y charla con mi padre, que estuvo especialmente cariñoso pues me llevó agarrado a él casi todo el camino y me dio varios besos y abrazos, nos fuimos a casa a cenar. Mi padre se fue pronto a la cama, se levantaba cada día antes de las 6 y se acostaba muy pronto, yo quería ir al bar del pueblo y tomar algo y ver si me encontraba con alguien conocido, no quería estar allí viendo la tele hasta que me pudiera el sueño, así que salí y tras decirle a mi madre que intentaría no hacer mucho ruido a la vuelta me dijo: -por tu padre no te preocupes, ese tiene el sueño tan profundo que, aunque saltaras encim, no se enteraría.
Cuando entré en el dormitorio, mi padre levemente roncaba. A pesar de lo oscura que es la noche en el pueblo y que apenas se ve nada en la habitación, cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad pude ver que estaba durmiendo con la camiseta de tirantes y, supongo, en calzoncillos, porque la sábana le tapaba desde el vientre hasta las piernas. Me desnudé silenciosamente y pensé en introducirme también en calzoncillos en la cama, yo los uso tipo slip, también blancos. Pero me dio un poco de apuro acostarme junto a él casi desnudo, así que me los quité y me puse un pantaloncillo corto de pijama solamente. El sueño me venció rápidamente.
No sé en qué momento desperté, ni qué hora sería, la oscuridad era todavía total. Sentí a mi padre muy cerca de mí. La cama, aunque era de matrimonio, era de las antiguas, de 1,35 y es difícil no rozarse en una cama así. Abrí los ojos y sin moverme y casi sin respirar analicé la escena. Notaba la respiración de mi padre muy cerca, se notaba que estaba dormido, era una respiración suave y no roncaba. Estaba de lado, mirando hacia mí, muy pegado a mí, su brazo derecho estaba por encima del mio derecho y su mano llegaba hasta mi cadera rozándola. Yo estaba boca arriba y mi mano derecha estaba aprisionada por su cuerpo. En mi dorso notaba calor, era su cuerpo, pero al moverla un poco noté que lo que la aprisionaba eran los genitales de mi padre pues su pierna derecha estaba por encima. Pensé en retirarla, pero lo que hice fue moverla un poco y darle la vuelta. Ahora era la palma de mi mano la que reposaba bajo el caliente paquete de mi padre. Con un ligero presionar de mis dedos pude notar perfectamente su polla, regordeta y flácida. Yo contenía la respiración, me aseguraba que siguiera dormido, eso parecía. No sabía que hacer ¿o sí lo sabía y me engañaba a mí mismo? Porque me estaba empalmando y no quería retirar mi mano de ahí.
Continuará en la segundo parte.