Inconfesable

Como el deseo por un hombre la lleva hasta la extenuación.

Solo pensar en él humedece mi interior, es algo innato y que no tiene explicación, jamás me había ocurrido algo semejante con ningún hombre pero con él, todo era diferente.

A veces estaba baja de moral, sin ganas de nada y tan solo, con verle en alguna foto, mariposas en mi interior bajaban hasta mi más preciado tesoro.

Una vez en el trabajo, se me ocurrió llamarle, era de esos días aburridos que no tienes nada mejor que hacer en la oficina y necesitaba escuchar su voz.

Extrañamente, me contestó, pues él también trabajaba en ese horario, pero tal vez., él también necesitaba de mi voz en ese momento, y aunque, fue una conversación normal y corriente, entre dos amigos, al oirle, mi corazón empezó a latir con más frecuencia, mi respiración más profunda y mis bragas húmedas

Cómo deseaba a ese hombre por dios…aquello no era sano

Pasé el resto de la mañana con él en el pensamiento y con cosquillas en mi sexo. Ansiaba poder llegar a casa y tumbarme en mi cama y dar rienda a mi imaginación. Aunque, pensar en él era suficiente para encenderme, no necesitaba mayor estímulo.

Acabé la jornada y aun las ganas no se habían disipado. Si hubiera podido, hubiera cogido un avión, y me hubiera presentado allí, donde estuviera, rogándole que me poseyera en cualquier sitio. Jamás ningún hombre había descubierto mi líbido como lo había hecho él con tan solo su propia presencia, su voz y su personalidad. Era un hechizo y yo estaba completamente atrapada por él.

Llegué a casa y dejé las llaves sobre la mesa. Me dispuse a darme una ducha, en la habitación dejé la ropa doblada sobre la butaca, ya en el baño, me despojé de la ropa interior. Llené la bañera y puse sales relajantes, el agua estaba bastante calentita cuando me metí en ella, pero era muy agradable. Acomodé mi cabeza en el borde de un lateral con una toalla doblada, estaba comodísima, la espuma me cubría entera, es curioso como las cosas sencillas pueden llegar a hacerte feliz pero entonces, otra vez el recuerdo de él me abordó y tuve una respuesta inmediata.

Apreté mis piernas pero eso aún me activaba más el deseo. Respiré hondo, estaba muy relajada, el olor de las sales junto al jabón, el calor del agua, su calidez…él recuerdo de su voz… Deslicé una mano hasta mis muslos y toqué suavemente mi sexo, comprobando que estaba muy excitado, me gustaba acariciarme muy suavemente, sin prisas, sin agobios.

Finalmente, abrí mis piernas y comencé a acariciarme con más poderío, dejando entrar de vez en cuando un dedo, pero continuando con mi dedo en mi clítoris que sufría los escalofrios de mis deseos.

Se me ocurrió que el chorro del agua proyectado en él, tal vez fuese placentero, y no me equivoqué.

Al principio, me lo pegué, fue como estar en un jacuzzi, muy divertido, pero al separarlo, la presión del agua fue un estímulo maravilloso.

No quería que se acabara nunca, era excitante, y en mi mente, era la lengua de César quien me ocasionaba tal placer.

Tenía los pelos de punta, pese a estar sumergida en agua caliente, el deseo me daba escalofríos tan potentes que me daba frío.

Cerré el grifo. Respiré hondo y me propuse llegar al orgasmo. Ya había jugado demasiado, ahora, quería la recompensa.

El agua se había templado, asi que la calenté un poquito más, dejando asi que mis ganas se mermaran momentáneamente. Dejé también que la espuma voviera a subir y cubrirme entera y una vez todo de nuevo, volvía ponerme cómoda en mi bañera y dejé que César invadiera mi mente de nuevo.

Al cerrar los ojos ya no estaba sola sino con él. Las caricias las hacían sus manos, los besos, sus labios… En mis oídos su voz resonaba como susurros, estaba ahí conmigo. Reconozco que el poder de la mente es maravilloso porque sin poder estar con él, lo estaba en ese momento.

Imaginé que estaba conmigo en la bañera, que esta era más grande y que su mano era la que trabajaba mi sexo. En mi mente él, lo hacía todo maravilloso, tal y como a mi me gustaba. Sentía su aliento cerca de mi, su deseo por mi…fue una experiencia maravillosa y así, fue como imaginé que mi sexo era lamido entero por él. Primero, de manera lenta, centrándose en mi clítoris sensible a sus caricias, luego, con más ritmo hasta así, proporcionarme un inmenso placer que estalló en un gigantesco orgasmo.

Tardé varios minutos en recuperarme y abrir los ojos para entender que mi imaginación había sido la culpable de todo esto, mi imaginación y César, que desde la distancia, me encendía como nadie había logrado jamás hacerlo.

Soy una mujer que me masturbo con frecuencia, pero como aquella vez, jamás… Nunca había sentido algo así y el descubrimiento de lo que sería capaz de hacer con un juguete me hizo recapacitar en la idea de comprarme uno.

Pero esa, es otra historia.