Incomprensión

Cuando ella se fue se llevo consigo mi corazón y mi inspiración... pero algún día... volvería para quedarse.

Incomprensión

Tenía delante un lienzo en blanco y no sabía con que llenarlo. No me había pasado jamás, pero desde que Erin, mi amiga de la infancia, se había marchado de la ciudad, no sabía hacer otra cosa que no fuese recordar los buenos momentos y derramar lágrimas por su ausencia. La echaba tanto de menos, que en mi mente sólo había espacio para ella. Me senté en mi cama, resignada a no poder pintar nada en una buena temporada. Cogí una foto, que presidía mi mesita de noche, y la observé atentamente, pese haberla visto cientos de veces.

Erin tenía el pelo largo, castaño con tonos dorados y los ojos azules y muy brillantes. Yo estaba a su lado, con una gran sonrisa en la boca y chispas en mis ojos de color verde intenso. Llevaba el pelo negro azabache recogido en una cola de caballo. Recordaba aquél día a la perfección. Habíamos ido al parque de atracciones con el instituto y lo habíamos pasado en grande. Pero ahora sólo me quedaba el recuerdo de su olor, del tacto suave de su piel. Miré de nuevo el lienzo y allí lo dejé. No volví a pintar en seis meses, pues no sabía por qué pero la marcha de Erin había hecho que mi mente se embotase y no fuese ni siquiera capaz de percibir el paso del tiempo. Durante aquellos seis meses, aquel lienzo en blanco fue lo único que apartaba mi mente de Erin, al menos hasta un día.

Era mayo, y el sol ya empezaba a calentar, anunciando que el verano estaba a la vuelta de la esquina. De nuevo, y como cada día de aquellos últimos seis meses, estaba tendida en mi cama mirando aquel lienzo, cuando de repente y para mi sobresalto, mi móvil sonó con fuerza. Se me aceleró el corazón al ver el nombre de Erin en la pantallita.

-¿Sí?- dije con voz ronca al ponerme el auricular en la oreja.

-¡Kimmy!- exclamó mi amiga con un timbre de felicidad en la voz.

Sonreí aunque ella no me podía ver, sabía que ella también estaría sonriendo.

-Cuánto tiempo… casi me había olvidado de ti…- le mentí bromeando.

-¿En serio?- me preguntó haciéndose la deprimida-. Te recuerdo que soy la chica de tu vida

Erin estaba bromeando con aquella frase que no dejábamos de repetir antes de que se marchara de la ciudad.

-Tienes razón… no, no te he olvidado, nada más lejos de la verdad… te echo de menos…- dije poniéndome algo sentimental, cosa que no solía pasar.

-Y yo a ti… por eso te he llamado…- dijo Erin y yo sonreí melancólica-. Bueno, y también para darte una sorpresita

-¿Qué sorpresa?- le pregunté nerviosa repentinamente.

-¡Voy a viajar dos semanas allí, a casa de mi abuela!- dijo Erin contenta y a mi se me paró el corazón durante un par de segundos.

-¿Aquí?- dije intentando recuperar el aliento.

-¡Sí!- dijo Erin pletórica-. ¿Es que no te alegras?

Erin soltó una carcajada de esas que echaba tanto de menos.

-Si… claro que me alegro… no sabes lo mucho que te echo de menos…- dije algo sentimental-. ¿Sabes que desde que te fuiste no he pintado nada?

-¿Y eso?- me preguntó con tono de preocupación-. Pero si tú naciste con un pincel en la mano

-No lo sé…- dije yo arrepintiéndome de haber sacado el tema.

-Bueno, haremos una cosa. Cuando vaya allí te compensaré…- dijo mi amiga en un tono extraño.

-¿Cómo me compensaras?- le pregunté siguiéndole la broma.

-Posaré para ti… ya verás como así se soluciona todo…- dijo mi amiga y yo me reí.

-¿Cuándo vienes, Erin?- le pregunté dejando correr el tema.

-Justo dentro de diez días.- dijo y yo supe que en ese justo momento ella sonreía ampliamente, era como si la tuviera justo en frente.

-¿Qué dices? ¡Dentro de diez días mis padres se van de vacaciones!- dije yo la mar de contenta, pues eso significaba que tendría más libertad para volver a casa a la hora que me diera la gana.

Después de hacer largos planes para cuando Erin viniera, colgué el teléfono y me estiré en la cama con una expresión completamente diferente de la que tenía antes de la llamada de mi amiga. Miré aquel lienzo y no lo pude evitar. Cogí un pincel, y con pintura roja pinté un gran círculo rojo justo en el centro del lienzo. No sabía por que lo había hecho, sólo había sentido una necesidad irreprimible de hacerlo. El cuadro fue avanzando durante los diez días restantes a la llegada de mi amiga, hasta que la mañana del día de su llegada, ya se había convertido en una preciosa puesta de sol.

Salí de mi casa a toda prisa, pese a que tenía tiempo suficiente de llegar al aeropuerto. Llevaba mi casco de motorista negro enfundado, y el que se solía poner Erin cuando estaba aquí, uno rosa fucsia colgando del brazo. Cogí mi moto de la acera y conduje a alta velocidad por la autopista, sintiendo el viento golpear mi ropa. Tardé media hora en llegar y aparcar la moto en el parking del aeropuerto. Entré en el gran recinto con un casco en cada mano y me dirigí hacia la puerta de salida `por donde debía de hacer su aparición mi amiga. Con cada minuto que transcurría, cada vez me ponía más nerviosa, hasta que la puerta se abrió y empezaron a salir un montón de turistas vestidos con ropas estrafalarias. Pero en medio de la muchedumbre, se movía la sombra de un cuerpo precioso, un cuerpo diferente y distante a los de los demás. Su pelo castaño, ondeaba incesablemente con una brisa invisible que la rodeaba y sus ojos destilaban una felicidad crepitante mientras me buscaban entre la gente que esperaba a sus familiares y amigos. Alcé la mano disimuladamente, sonriendo. Me miró con aquellos ojos azules que tanto había añorado y corrió hacia mí, echándome encima todo el peso de su cuerpo y de su bolsa de deporte, que utilizaba como maleta. Yo la abracé con el mismo entusiasmo, colocando una mano sobre su cintura y otra sobre su cabello.

-Ya estoy aquí…- dijo Erin sin dejar de abrazarme con fuerza.

-No sabes cuánto he deseado que llegara este momento…- le dije con una sinceridad en la voz con la que nunca le había hablado a nadie.

Nos quedamos allí abrazadas, sólo la una con la otra, sin que importara nada más durante unos minutos. Después nos separamos y comenzamos a caminar hacia la salida.

-Bienvenida a casa…- le dije sonriendo y dándole su casco-. ¿Cómo ha ido el vuelo?

-Muy bien… gracias…- dijo Erin, que caminaba con su cuerpo pegado al mío-. Tengo que ir a casa de mi abuela, ¿me llevas y vamos después a tomar algo?

-Claro.- respondí alegre.

Nos subimos en mi moto, como hacíamos siempre, y conduje hasta casa de la abuela de Erin con ella pegada a mi cuerpo. En cada curva, o cada vez que aceleraba, me abrazaba con más fuerza por la cintura, dejándome sin aliento, tanto como por la presión, como por la tensión de tener su pecho pegado a mi espalda. Por suerte o por desgracia, no tardamos en llegar y pude aparcar mi moto frente a la portería.

-Si quieres espérame aquí, no tardaré mucho, ¿vale?- dijo Erin mientras se quitaba el casco-. ¿Me ayudas? He perdido la práctica.

Tenía los dedos enrollados en la correa del casco. Yo asentí y me quité el mío para poder ver mejor.

Puse mis manos sobre las suyas y las retiré de la correa. Erin las dejó caer como dos pesos muertos, una a cada lado de su cuerpo.

-Te vas a ahogar…- dije yo sonriendo mientras la desabrochaba con cuidado-. Ya está.

Le retiré el casco y su cara quedó a tan sólo unos pocos centímetros de la mía. Entonces Erin se inclinó sobre mí y me besó en la mejilla con suavidad.

-No tardo…- dijo con voz ronca y comenzó a alejarse.

Yo me quedé allí plantada, sentada en el sillín de mi moto, pensando. Algo había cambiado entre nosotras, la distancia debía de haber transformado nuestra relación. Nos debería de haber alejado, pero no lo había hecho. No es que antes fuésemos distantes, pero tampoco estábamos tan unidas como ahora. Antes podíamos pasar sin vernos dos o tres días seguidos, pero ahora llevaba cinco minutos separada de ella y ya quería tenerla otra vez conmigo. Estaba sumergida en mis pensamientos, cuando Erin me dio un par de golpecitos en el hombro.

-Ay, Kim… que miedo me das… ¿en qué estarás pensando?- dijo mi amiga sonriendo y yo me encogí de hombros.

-En tonterías…- dije mientras me volvía a poner el casco sonriente.

-Vamos, Kimmy…- dijo Erin haciendo lo mismo que yo-. Sabes que tus tonterías para mí siempre han sido importantes

Le hice un gesto para que se subiera en la motocicleta, detrás de mí, y ella obedeció.

-No es nada, enserio…- dije arrancando el motor.

-Ya, pero yo quiero saberlo…- gritó Erin para que la pudiera escuchar-. No se puede tener la mente en blanco así como así… a no ser que hagas yoga… ¿haces yoga?

Yo me reí de su tono de voz, que había ido disminuyendo a medida que hablaba.

-Claro que no. Pensaba en ti…- contesté con timidez.

Erin no contestó hasta que aparque la moto, ya en el garaje de mi casa. Volví a desabrocharle el casco y sus ojos quedaron de nuevo a escasos centímetros de los míos.

-Gracias, por cierto…- dijo Erin retirándose hasta que estuvo a medio metro de distancia y yo la miré sorprendida.

-¿Gracias por qué?- le pregunté manteniendo aquella distancia.

Erin me quitó las llaves de la mano y se dio la vuelta para ir hasta el ascensor que subía hasta mi casa. Se metió en el ascensor y me miró con una mirada llena de brillo y una sonrisa traviesa pintada en la cara. Me había dejado allí plantada, con los dos cascos, junto a mi moto.

-Por tratarme como si fuera una tontería…- dijo Erin mientras se cerraban las puertas del ascensor.

Comencé a correr, pero llegué justo para ver como mi amiga me guiñaba el ojo con malicia. Me reí y comencé a subir las escaleras de dos en dos hasta que llegué a la puerta de mi casa. Estaba abierta, así que entré sigilosamente, por si Erin tenía pensado asustarme o algo por el estilo. Pero me sorprendí al ver que Erin había ido directa a mi habitación. La puerta estaba entornada y no podía escuchar ningún sonido que proviniera de dentro de la estancia. Abrí la puerta despacio y me quedé allí parada, completamente sorprendida por la imagen que había aparaceido ante mis ojos. La ropa de Erin estaba esparcida por el suelo de mi habitación y ella, completamente desnuda sobre mi cama, me sonreía tímidamente. Algo se me removió en las entrañas y fui incapaz de dar ni un solo paso.

-¿Q-qué haces…?- pregunté con un susurro.

-Dije que te compensaría… que posaría para ti…- dijo Erin también susurrando-. Aquí me tienes… pinta.

No se cómo lo hice, pero aquellas palabras me animaron a coger un lienzo en blanco y, sin apartar la vista del cuerpo perfecto de Erin, comencé a pintar como jamás lo había hecho. Reproducí cada curva, cada rincón de su cuerpo, sin pensar, sólo observando. Mis entrañas no dejaban de palpitar, dándome a conocer el deseo que me había bloqueado durante los seis meses que Erin había estado tan lejos de mí. Deseaba yacer con ella en mi cama, recorrer cada centímetro de su piel suave con mis labios, hasta que ella deseara recorrer mi cuerpo con los suyos. La amaba como nunca había sido capaz de amar a nadie. En ese momento me sentí capaz de hacer cualquier cosa por un solo beso de sus labios carnosos y deseables, y aquello me empujó a acabar el mejor cuadro que pintaría jamás. Cuando terminé, la miré en silencio. Sus ojos azules como el agua del mar se clavaron en los míos, dejándome sin aliento. Se sentó en el borde de la cama y me hizo un gesto para que le llevara el cuadro. Yo la obedecí y me senté junto a ella, sin dejar de mirarla. Ella observó mi creación con una media sonrisa en los labios y sólo me hizo falta una mirada suya para saber que le encantaba. Sin decirme nada, alzó sus manos hasta mi pecho y comenzó a desabrochar mi camisa. Después me la quitó con suavidad y me besó el cuello. Se estiró de nuevo y yo me puse encima suyo, con la mirada perdida en sus ojos, que me habían hechizado. Me desabrochó el sujetador, dejándo al descubierto mis pechos y después me interroguó con la mirada, cómo si me preguntase hasta donde estaba dispuesta a llegar. Yo le acaricié el cabello, pegando mis pechos a los suyos y dejándo mis labios a tan solo unos pocos centímetros de los suyos. Ella hizo el resto. Dejó que primero nuestros labios se rozaran con sensualidad y después su lengua se estrelló contra la mía en un beso apasionado.

-No sabes cuántas noches he soñado con esto, Kim…- dijo Erin acariciándome la mejilla-. Tenía tantas ganas de probar tus labios

-Y yo los tuyos… no sabía… no comprendía lo mucho que te quiero… hasta que te he visto aquí en mi cama…- dije con un susurro.

Nos volvimos a besar y ya no nos separamos en toda la tarde, susurrándonos las cosas que más deseabamos escuchar al oído, la una a la otra.

Por suerte, los padres de Erin, no tuvieron ningún problema en que ella viviera con su abuela durante el curso, y en verano, iría a visitarlos y yo con ella. Aquello salvó nuestra relación y, por supuesto, mis pinturas, en las que ahora siempre aparecía el cuerpo de una mujer desnuda, una imagen que se me había quedado grabada a fuego en la retina. Erin.

Fin.