Incienso quemado

Sexo, sotanas y cintas de vídeo.

INCIENSO QUEMADO

El seco golpe de la fusta contra la parte superior de las nalgas le provocó un estremecimiento. El siguiente impacto vino acompañado de las típicas expresiones que en tono lúbrico su Eminencia lanzaba cuando se hallaba excitado:

-¡Toma, zorra! Esto te gusta, ¿eh? ¿A que sí, puta viciosa?

Natacha, atada por las muñecas a la cadena sujeta al techo y amordazada con una correa que mantenía una bola de plástico dentro de su boca, respondió con un gemido de presunto placer desmentido por la distraída mirada que situaba su mente lejos de aquella habitación. A cada nuevo trallazo, que ella recibía con un ahogado quejido muchas veces ensayado, el pequeño espasmo de su cuerpo provocaba el balanceo del pene que flácido colgaba entre sus piernas, enfundadas en medias de oscura seda y sendos zapatos negros de tacón de aguja.

Contoneo que, reflejado en el espejo de la pared, punzaba la excitación del obispo. Éste detuvo el castigo y se situó frente a la transexual, para estirar de la cadena unida a las pinzas que mordían sus pezones. Ella interpretó entonces un gesto entre temeroso y deseoso, acompañado de un exagerado jadeo.

-¡Eres toda una guarra! –Prosiguió su Eminencia el consabido guión, en tanto que con su otra mano acariciaba el pene de su amordazada esclava- Te gusta que te castigue, ¿verdad? Te encanta que te haga daño, ¿eh, furcia? Eso te pone caliente como una perra.

La aludida, ahora con la mirada fija en los ojos del hombre, respondió con un gutural sonido que el religioso interpretó como un anhelante "¡sí!".

El pitido del interfono fue recibido por el obispo con un "¡joder!, ¿qué pasará ahora?", antes de acercarse al aparato con la erección abultando los amplios calzones que lucía como única prenda su oronda figura.

-Fernando –habló airado al tiempo que apretaba uno de los botones-: le dije que no se me molestara en una hora.

-Lo siento, Eminencia –replicó desde el aparato una voz joven un tanto cohibida-, pero el Nuncio acaba de llegar.

-¡Mierda! –Exclamó el obispo mirando el reloj de pared- Se ha adelantado. Está bien, Fernando. Atiéndale usted y dígale que en seguida estoy con él. Bien, cariño. Habrá que terminar rápido. La obligación está por encima de la devoción, y la obra del Señor nunca acaba –se dirigió a su acompañante mientras le desataba las manos y liberaba su boca de la incómoda mordaza, haciéndole arrodillarse ante él-.

Ella bajó el calzón del hombre hasta los muslos y sujetó con la mano el erecto miembro para comenzar a lamerlo, desde el mojado e hinchado glande hasta la velluda base, antes de introducírselo por completo y succionarlo con profesional decisión.

-¡Así, así! ¡Cómetelo entero, puta! –Ordenó su Eminencia entre gemidos mientras descargaba la fusta contra el culo de ella-. ¡Voy a llenarte la boca de leche, zorra!

Como si tomara esta última imprecación como una orden, Natacha remató la mamada con una combinada maniobra entre la boca y la mano que provocó una inmediata eyaculación, adornada con un gutural bramido del hombre mientras comprimía compulsivamente sus glúteos.

Después, tras escupir en el baño el semen que conservaba en su boca, Natacha recogió su ropa para vestirse.

-El pago lo haremos como siempre –le informó el obispo mientras se abotonaba la sotana y ajustaba el morado fajín-. Te avisaré para concertar la próxima sesión –puntualizó observando con mirada triste y anhelante como ella acomodaba su pene y su depilado paquete testicular dentro del tanga de encaje-.

Una vez, ya vestida, la profesional hubo salido por la puerta trasera, como de costumbre, su Eminencia se dirigió al despacho donde aguardaba su visitante, acompañado en animada conversación por el joven secretario del obispo.

-¡Paolo! Qué alegría volver a verte.

-Benito, caro amico –respondió el visitante afectuoso levantándose de la silla y tendiendo sus manos a su anfitrión-, la alegría es mutua.

-Espero que hayas tenido buen viaje. ¿Qué tal su Santidad?

- Va bene , Benito, va bene .

Excusándose, el secretario se retiró para dejar solos a ambos obispos, seguido por la mirada del italiano mientras salía del despacho y cerraba la puerta.

-Un joven atractivo.

-Cierto –contesto Benito con sonrisa irónica-.

-Ya sabes por lo que vengo –cambió de tema Paolo en tanto el español preparaba un par de copas de coñac-. Los hechos nos han situado en una posición… incómoda.

-Sí. Esta vez Antonio ha montado un buen lío –replicó el otro en un tono serio que no logró ocultar por completo la diversión que parecía hallar en la situación-. Hace falta ser tonto para dejarse pillar dos veces… por la misma persona… ¡y dejase grabar!

-El caso es que aún no he tenido ocasión de ver esa grabación –puntualizó el italiano-.

-¡No jodas! Pero eso no puede ser, hombre. No puedes perderte semejante joya del séptimo arte –el tono del mitrado español era ya abiertamente jocoso-. Además, no puedes encargarte de este asunto sin conocer todos los hechos… pormenorizadamente. Ven aquí.

Colocados ambos hombres ante la pantalla del ordenador, Benito se conectó a Internet.

-Ahora mismo lo vemos. El video está colgado en un montón de páginas. ¡Ha sido todo un éxito!

-Eso es lo malo –se lamentó el Nuncio ante la insidiosa risita de Benito.

En la grabación Monseñor Antonio María aparecía desnudo, ataviado únicamente con un corsé rosa y medias de rejilla, y atado de pies y manos boca abajo sobre una tabla de ejercicios, en actitud extrañamente relajada.

-Jura y perjura que le drogaron –explicó Benito en falso tono compungido que pretendía provocar la sorna de Paolo-. Que le echaron algo en la bebida que le dejó narcotizado y que, aunque era consciente de lo que ocurría, no poseía voluntad para oponerse… el pobre. Estoy por creerle.

-Bueno… -matizó el italiano concentrado en las imágenes- La verdad es que tiene una mirada un tanto dispersa… Él, siempre tan seguro de sí mismo.

-Sí, ya. Pues me parece que su seguridad va a acabar en el mismo lugar que su carrera.

En el monitor, entre tanto, aparecieron de espaldas dos mujeres desnudas, salvo por algún que otro complemento de lencería –unas medias por aquí, unas ligas por allá, zapatos de aguja-, ocultos sus rostros por sendos antifaces.

-Aquí viene lo bueno –señaló Benito con regocijo-.

Al darse la vuelta la esbelta rubia mostró el gran consolador de plástico que colgaba sujeto a su pubis mediante un arnés atado a sus caderas, mientras que la morena de rotundas curvas lucía entre sus muslos un auténtico y carnoso pene de oscura piel coronado por un sonrosado glande que entresalía del prepucio.

-Buena dotación –murmuró el religioso italiano admirando el relajado miembro de la hermosa transexual-.

-Sí –confirmó el español-. La golfa es todo un cañón. Y la rubia también está de toma pan y moja. Hay que reconocerle a nuestro piadoso hermano su buen gusto. Si tuviera que escoger entre las dos no sabría por cual decidirme… ¡Las dos están para hacerles un favor!

Paolo le acompañó en la estentórea carcajada que vomitó tras el comentario, aunque su mirada se desvió hacia la puerta del despacho, tras la cual imaginó al joven secretario ocupado en sus tareas y enfundado en el elegante clergyman que tan bien se ajustaba a su atlético cuerpo, sintiendo un cosquilleo en la entrepierna.

-¿Es ella? –Preguntó retornando su atención hacia la pantalla-.

-¿El travelo? Sí –contestó Benito entre otra de sus risotadas-. Primero le robó y le dejó en ridículo en el asunto aquél del hotel y, cuando nuestro flamante hermano pensaba que iba a poder vengarse, va la tía, conchabada con la rubia, una investigadora que el propio Antonio había contratado para localizarla, y vuelve a darle por el culo… ¡literalmente! Le amenazaron con hacer pública la grabación si no les pagaban y, después de ceder al chantaje -un pico, por lo que he oído-, las muy cabronas lo colgaron en Internet. ¡Me encanta!

En el video la mujer rubia se colocaba ante la cara del maniatado obispo, elevaba su rostro e introducía lentamente en la boca el consolador que enarbolaba sobre su coño. Sin variar el gesto de estulta sumisión –y tras, quizás, un atisbo de impotente rebelión en sus vidriosos ojos- el hombre comenzó a mamar el trozo de plástico siguiendo dócil las indicaciones de la mujer.

Tras él la trans embadurnaba sus manos con aceite corporal para luego extendérselo a lo largo de su propio pene, frotando con fruición fuste y glande, provocándose una erección. Después lanzó un chorro entre los glúteos de su prisionero que, abiertos por la forma en que se hallaban atadas sus piernas, permitían observar la velluda trinchera en cuyo valle destacaba, aún contraído, el anillo de carne de su ano.

-¡Qué cerrado está este agujerito! –Comentó ella irónica- Habrá que hacer algo para que se abra para mí.

Dicho lo cual sus dedos acariciaron la entrada del esfínter lubricando con el abundante aceite que hacía brillar el culo del religioso. Según el ano dilataba, Iliana penetró en él con uno, dos, tres dedos, provocando los primeros gemidos en el hombre, cuya boca seguía saturada por el sintético miembro.

-¡Eh! –Exclamó Susana- Parece que a nuestro hombrecito empieza a gustarle el tratamiento.

-Pues habrá que doblar la dosis – replicó Iliana cogiendo con la mano su erguido y brillante pene para situarlo a la entrada del esfínter del hombre. Cuando el empapado glande comenzó a traspasar la carnosa abertura, el gesto de Monseñor pareció recuperar cierta energía, mostrando sus ojos un conato de oposición incapaz de ser articulado en palabras a causa del colorista falo que colmataba su boca abultándole los carrillos.

El fuste hinchado de sangre de Iliana penetró lentamente el recto del impotente sacerdote, hasta que sus contraídos testículos chocaron contra el glandulado anillo del ano. Entonces inició el balanceo de sus anchas caderas, atrás y adelante, acelerando progresivamente el ritmo de sus acometidas.

-¡Eso es! –Exclamó Benito excitado y divertido a partes iguales- ¡Dale lo suyo a ese engreído! ¡Métesela hasta el fondo, que seguro que le encanta!

Como si quisiera darle la razón, la empalada figura de la pantalla profirió un suave gemido, acompañado de un gesto que parecía bascular entre el placer y la estupefacción al constatar tal sentimiento.

-¡No te lo vas a creer! –Exclamó entonces la sodomizadora- ¡El muy guarro se ha corrido!

Con una carcajada compartida por Susana extrajo su miembro del dilatado ano y se situó junto a su rubia compañera.

-No va a ser él el único en divertirse, ¿verdad? Habrá que completar el tratamiento.

Con una sonrisa Susana soltó el arnés de sus caderas dejando el consolador dentro de la boca de Monseñor y plantó un lascivo beso en los labios de Iliana, agarrando con delicadeza su pene, mientras ésta comenzaba a acariciarle el hinchado clítoris. Situó el miembro a unos centímetros del rostro del hombre y lo masturbó hasta que la explosión de semen embadurnó toda su cara.

A continuación, mientras Iliana apuraba su eyaculación restregando el glande contra el rostro del religioso, Susana se apartó y cogió la cámara para aproximarla a Monseñor, logrando un primer plano de su faz cruzada por una sonrisa estúpida y pringada de goteante semen.

-Sonría, Eminencia.

-¡Bravo! –Exclamó Benito en plena carcajada- ¡Una auténtica obra de arte! Lo admito: me ha puesto cachondo… Y a ti también, Paolo, que menuda tienda de campaña tienes en la sotana.

-¡Ejem…! -carraspeó el aludido ocultando con la mano una sonrisa- En fin. La cuestión ahora es ver como arreglamos este desaguisado. Difícil solución le veo, sobre todo para Antonio… Parece que ciertas personas van a lograr al fin deshacerse de un poderoso obstáculo en su acceso al control de la Conferencia –afirmó lanzando una mirada de complicidad que Benito recibió con beatífico gesto-.

Cuando ambos hombres dieron por finalizada la reunión, Fernando, el secretario, acompañó al italiano hasta la salida, escuchando con atención las explicaciones de aquél sobre las posibilidades de ascenso del joven sacerdote en la curia, en Roma, bajo su… patronazgo. Al despedirse Paolo le entregó su tarjeta personal, manteniendo durante unos instantes su mano sobre la del joven, mirándose ambos con intensidad a los ojos.

Regresado a sus aposentos Benito descolgó el teléfono y marcó un número.

-Natacha, cariño. ¿Qué te parece si continuamos nuestra interrumpida sesión esta noche…? Sí, como siempre… Por cierto, ¿puedes acudir con una amiga rubia y traerte unas cuerdas y un consolador?