Incestuosos, lujuriosos y tramposos
El título te dice de que va el relato.
Ofelia y Sergio eran dos hermanos que vivían con sus padres separados, ella con su padre Raimundo y él con su madre Lucrecia. Él no era guapo ni feo, ni alto, ni bajo, ni gordo ni flaco, era un tipo del montón. Ella era de estatura mediana, muy flaca y tan guapa que parecía un ángel, era una de esas chicas blancas de cara que las ves y piensas que todavía son vírgenes, los dos eran rubios y tenían los ojos azules.
Sergio y Ofelia habían heredado un piso de sus abuelos y en una cama de este piso estaban esa tarde de domingo sin que lo supieran el padre ni la madre.
Ya habían echado un par de polvos. Estaban desnudos sobre la cama hablando y fumando el cigarrillo de después. Ofelia le decía:
-... Prométeme que siempre seré la única mujer en tu vida.
Sergio le dio un beso en el pezón de una de aquellas pequeñas tetas con areolas rosadas, y le dijo:
-Lo prometo. Promete tú que siempre seré el único hombre de tu vida.
-Te lo prometo, cariño.
Se dieron un beso, después Sergio volvió a besar el pezón que acababa de besar, lo lamió y mamó mientras le magreaba la otra teta, luego jugo con la otra teta y magreó esa. Quiso bajar hasta el coño lamiendo y besando, pero Ofelia, le cogió la nuca, levanto el brazo derecho y le llevó la boca a la peluda y sudada axila, Sergio la lamió y después le lamió la otra, para luego bajar lamiendo y besando su vientre y su ombligo hasta llegar al coño, metió su cabeza entre las piernas de su hermana y comenzó a lamer su coño peludo y corrido. Lo lamía de abajo a arriba, lo cerraba con dos dedos, lamía su clítoris, después lo abría, le lamía un labio, el otro, metía y sacaba la lengua de la vagina, lo volvía a cerrar con los dos dedos, lamía de nuevo el clítoris... A Sergio le encantaba comer el coño de su hermana cuando estaba así, jugoso, oliendo fuerte, oliendo a lo que era, a coño. Ofelia se volvía loca cundo su hermano la saboreaba, ya que el cabronazo sabía lo que hacia, sabía llevarla al clímax, y al clímax la llevó, cuando sintió la respiración acelerada de su hermana y sus gemidos de loca, ya que apretó la lengua contra el clítoris, la movió alrededor a toda pastilla, y Ofelia exclamó:
-¡Me corro!
Se corrió retorciéndose y temblando.
Mientras se recuperaba, Sergio, orgulloso de su trabajo y con la polla tiesa, le dio la vuelta, le abrió las nalgas. Vio su ojete estriado, fruto de las veces que se la metieran en el culo. Ofelia, aún respirando con dificultad, se puso a cuatro patas. Sergio hizo círculos con la punta de la lengua en la entrada del ojete, después se lo lamió y acto seguido le agarró sus pequeñas y duras tetas y le folló el culo con la lengua. Poco después le frotaba la cabeza de la polla en el ojete y luego se la metía con suavidad, y con suavidad sus huevos chocaron contra el coño cuando la polla llegó al fondo del culo. Después fue acelerando paulatinamente hasta que sus huevos colgantes golpeaban su coño y su clítoris cada vez que la clavaba hasta el fondo, Ofelia comenzó a gemir de nuevo... Tiempo después, sintiendo la polla entrar y salir de su culo, sintiendo los huevos golpear su coño y su clítoris y las manos de su hermano acariciar sus tetas comenzó a correrse. Sus piernas temblaron, sus tetas temblaron, su culo tembló, toda ella temblaba y su coño echaba por fuera, cuando le dijo a su hermano:
-¡Me corro otra vez!
Sergio se corrió dentro de su culo y acabaron pegados uno encima del otro cómo dos perros.
Era el cuarto polvo y ya les llegara para ese día.
Cuando Sergio llegó a su casa, Lucrecia, su madre, una mujer de cuarenta años, morena, con larga melena marrón, ojos azules y bella de cara, estaba limpiando el polvo de la sala de estar vistiendo con un short hecho cortando un pantalón vaquero, una camisa de cuadros rojos y azules atada por encima del ombligo y calzando unos zapatos negros con tacón de aguja. Desde luego no estaba limpiando y vestida de ese modo porque iba a recibir visitas, estaba esperando por su hijo y estaba caliente, tan caliente estaba que solo entrar en casa y cerrar la puerta, lo empujó contra la pared y le comió la boca. Después del morreo le dijo Sergio:
-Andas salida, Lucrecia.
-¡Ni te puedes imaginar cuanto, cariño!
Le plantó otro beso con lengua, le bajó la cremallera del pantalón, le sacó la polla, se arrodilló sobre la moqueta, olió su polla, y le dijo:
-Tu polla huele a coño. ¿Con quién follaste?
Le mintió.
-Con tu amiga Graciela.
Le lamió la polla, y le dijo:
-¡Qué puta es! No le llego yo y su marido que también te tuvo que follar a ti. ¿La follaste en su casa?
-Sí, en su dormitorio.
-Claro, cómo su marido tenía que dar una conferencia. ¿Te mandó besar el lunar que tiene en su coño rasurado?
-Sí. ¿Hace mucho que te la follas?
Meneándole la polla, le respondió:
-Ya la follaba de soltera, y ahora dime. ¿Con quién follaste esta tarde?
Al verse descubierto, le preguntó:
-¿Cómo supiste que no fue con Graciela?
-Por qué Graciela tiene el coño peludo y no tiene ningún lunar en él. ¿Con quién follaste, mentiroso?
-No la conoces. Podíamos hacer un trío Graciela, tú yo.
-Te quiero para mi sola. ¿Está buena la desconocida?
Sergio le dio un pico, y después le dijo:
-¿Estás celosa?
-¡No digas tonterías! ¿Está buena?
-Sí, pero no tanto cómo tú.
Lucrecia metió la polla en la boca y se la mamó y masturbó un ratito, luego se puso en pie, se desató la camiseta, y le dijo:
-Come mis tetas que sé que te encanta.
-¡Vaya si me encanta!
Sergio fue a por aquellas tetas, gordas, con grandes areolas de color marrón y pezones gordos, las agarró por debajo, y apretándolas le lamió los pezones y mamó las tetas, de las que salía leche, ya que Lucrecia aún amamantaba a su hijo de nueve meses -motivo de la separación, ya que no era de su marido-. Lucrecia se bajó el short. Sergio con la boca llena de leche se agachó y en forma de chorro escupió leche en su coño. Parte de la leche después de mojar el coño cayó al suelo y la otra cayó por el interior de sus muslos, la lamió y después lamió de abajo a arriba su coño pringado de jugos y leche, luego le metió la lengua en la vagina y al sacarla subió hasta el clítoris y lo chupó y lo lamió hasta que Lucrecia echó una copiosa corrida, corrida que Sergio se tragó.
Al acabar de correrse Lucrecia, le dijo Sergio:
-¿Acabamos la faena en mi cama?
-Aquí, la acabamos aquí.
Se echó encima de él y se sentó de modo que su polla quedase entre sus labios vaginales. Moviendo su culo apretó su coño desde la base de la polla a la cabeza muy, muy lentamente. Sergio veía los pezones soltar gotas de leche que caían sobre su pecho y su vientre y se moría por lamerlos, pero Lucrecia no lo dejaba. Tiempo después, cuando levantó el culo la polla se puso mirado al techo, Lucrecia la metió hasta el fondo de su coño empapado, después en posición vertical y magreándose las tetas y bañando de leche el pecho de su hijo, comenzó a follarlo, despacio, aprisa, despacio, paraba, lo besaba, volvía a follarlo a su aire... Cuando estaba a punto de llegar, se echó sobre él, lo besó y le dijo:
-Fóllame cómo si no hubiera un mañana.
El vicioso quería leche dulce.
-Antes dame un poquito las tetas a mamar.
Lucrecia se puso juguetona.
-Pídemelo por favor.
-Por favor, mamá.
-¿Que quiere mi niño?
-Leche, mamá, leche.
Lucrecia cogió una teta, le puso el pezón y las mamilas en la boca, la apretó y le dijo:
-Toma, vida mía.
Sergio mamó con gula hasta que Lucrecia le quitó la teta de la boca y le dijo:
-¿Quieres más leche, goloso?
-Sí, mamá.
Le dio la otra teta a mamar. Sergio mamando le dio al culo y folló a su madre a toda pastilla. Tan aprisa hizo el mete y saca que se corrió dentro de su coño. Sintiendo cómo le llenaba el coño de leche, Lucrecia, le acarició el cabello, y le dijo:
-No pasa nada, córrete, hijo, no pasa nada, llena de leche a mamá.
Al acabar de correrse, le puso el coño en la boca, y le dijo:
-Toma más leche, corazón.
Esta leche ya no era dulce. Sergio sacó la lengua y Lucrecia, que se moría por correrse, frotó el coño contra ella. Antes de que acabara de salir la totalidad de la leche de la corrida de Sergio de su coño, lo deleitó con una copiosa corrida que se mezcló con la leche de la otra. El goloso la tragó mientras Lucrecia, estremeciéndose con el placer que sentía, tiraba de los pelos de su hijo para apretar su boca contra el coño.
Después del polvo tocaba ducharse, cenar y descansar.
Esa noche Ofelia estaba en su cama tapada solo con una sábana roja de seda leyendo un relato erótico en un pequeño ordenador portátil con la lámpara de la mesita encendida, su padre, Raimundo, un cuarentón, se metió en la cama, la destapó, vio que estaba en pelota picada, metió la cabeza entre sus piernas y fue a por su coño mojado. Ofelia leyó en alto para que su padre hiciera lo que le decía:
-El padre mientras su hija leía le cogió la mano izquierda, le chupó los dedos y le lamió la palma -Raimundo iba a hacer lo que ella leyera- Subió lamiendo el interior de su brazo hasta lamer su axila peluda... Le dio un pico en la boca... Luego la besó con lengua... La besó en el cuello... Mordió y lamió los lóbulos de sus orejas... El hombro... Luego le amasó las tetas mientras su lengua jugaba con los dos pezones, los aplastaba, los lamía, los chupaba... Lamía en círculos sus areolas... Mamaba las tetas... Bajó lamiendo su vientre y metió su lengua en el ombligo... Siguió bajando y le dio besitos en el clítoris... Bajó besando y lamiendo el interior del muslo derecho... Al llegar al pie masajeó su planta, la besó, la lamió y después besó, lamió y chupó los dedos del pie... Lamió y besó el tobillo, el talón, el empeine... Hizo lo mismo con el pie izquierdo... Subió lamiendo el interior del muslo izquierdo hasta llegar al coño peludo... Se lo abrió con dos dedos y vio que estaba perdido de jugos. Lo lamió de abajo arriba muy lentamente una docena de veces... La hija que hasta ese momento se contuviera comenzó a gemir -gimió-, y entre gemidos siguió leyendo. Con el coño abierto y sin rozar el clítoris le lamió los labios por separado, veinte veces el izquierdo... veinte veces el derecho... Y juntos otras tantas... Después le metió y le sacó la lengua de la vagina otra veinte veces... Y para acabar aplastó su lengua contra el glande del clítoris erecto, lamió, y...¡Me matas de gusto, papá!
Ofelia tiró con el pequeño ordenador portátil y retorciéndose se corrió cómo una perra.
Al acabar de correrse le dijo su padre:
-¿Qué quieres que te regale el día de tu cumpleaños?
-Eso aún es la semana que viene.
-¿Que quieres?
-Un trío con otro hombre.
Fue cómo si le dijera que quería un vestido.
-¿Alguien en especial?
-Sorpréndeme.
Raimundo subió encima de su hija, cogió la polla, que estaba a media asta, se la frotó en el coño y después se la metió, le cerró las piernas para que no se saliera, y con sus piernas por fuera de las de su hija la folló lentamente, besándola, acariciándola, mimándola hasta que la polla se le puso dura. Al tener las piernas cerradas la polla entraba apretada, y cómo Raimundo al tenerla dura hacía palanca con el culo y la polla se frotaba con su punto G, Ofelia no aguantó nada, al ratito, le decía a su padre:
-¡Me corro, papá!
Raimundo viendo la cara de placer de su hija, sintiendo sus gemidos y sus temblores debajo de él, sintiendo cómo el coño apretaba su polla y la bañaba se las vio y se las deseó para no correrse dentro de su coño.
Al acabar de correrse Ofelia, Raimundo sacó la polla empapada de jugos.
-Dámela en la boca, papá.
Raimundo le metió la polla en la boca. Ofelia le cogió los huevos, acariciándolos mamó su glande y el padre se corrió en la boca de la hija.
Al acabar de correrse, Ofelia le hizo con el dedo medio de su mano izquierda el gesto de que se acercara a ella, lo cogió por la nuca y lo besó con toda la leche de la corrida, y besándose con lengua la tragaron.
-¡Qué viciosa eres, hija, qué viciosa eres!
-¿Y quién me metió el vicio?
-¡Qué cabrón soy, coño, qué cabrón soy!
Quique.